Elogio de la indiferencia o el gran mal… La gorda Finada: la ciencia la salvó…, la indiferencia la mató.

¿Cuántos organismos dispensadores de salud existen en Venezuela? Entre una cincuentena, el Ministerio de Sanidad y Asistencia Social, es tan sólo uno de ellos; ahora lo es el Ministerio de Insalubridad de talla a la cubana: ineficiente y mentiroso… Puede entonces decirse que en democracia y dictadura no existe en el país una política de salud mantenida en el tiempo, o más bien, decenas de «organúsculos» desvinculados y realengos entre ellos el inefable Barrio Adentro, caja de ignorancia y malhacer, que dan cabida a una clientela política cada vez más voluminosa y engañada. En el subdesarrollo o infradesarrollo –porque no creo en eso de país en vías de desarrollo, o estamos o no estamos, o somos o no somos-, todo está anarquizado o es desarticulado. Cada cosa y cada cual —a un elevadísimo coste—, van por su lado, como orquesta sin conductor. ¿Podría producirse una hermosa melodía entre tanta desafinación? Ministros de salud militares que nada saben de salud, pero sí mucho del arte de engañar y robar, mientras otros esperan turno para hacer lo mismo. Como corolario todo se desgasta, todo se pudre, la indiferencia campea porque los ojos se tornan invidentes…

Pero no hay nada peor que el subdesarrollo entremezclado con el superdesarrollo, ese híbrido que fomenta el personalismo ¡Lo he repetido tantas ocasiones! Jamás en mi Hospital Vargas de Caracas, hubo médicos profesionalmente más aparejados. Muchos tienen cursos de posgrado en prestigiosas universidades del exterior y son profesores universitarios al menos bilingües, han hecho carrera en el escalafón, han cumplido. Al decir hipocrático de la Téhkne iatriké, ¡ellos saben hacer, sabiendo por qué hacen lo que hacen!: Cómo indagar, cómo examinar, qué examen indicar y cuándo, qué medicamento prescribir, cuándo y por cuánto tiempo, qué intervención quirúrgica indicar, cuándo realizarla y cómo hacerla; pero del dicho al hecho… ¡No hay cómo hacerlo! Más que una orquesta como tal, en mi Hospital existe el “hombre-orquesta”, un tipo extraño, invisible, mezcla de solista y “toero”, [1] cuyo mal ejemplo es estar comprometido con el trabajo, con el paciente, con la institución… En su afán de hacer su oficio, de hacer lo que sabe hacer, individualiza su quehacer. Total, la Institución no ha tenido y políticas ni metas, ni siquiera estadísticas creíbles. Así, que cada cual se elabora egoístamente la suya propia, lo que no deja de ser un gran compromiso, pues deberá hacerlo todo sin la ayuda económica o la palabra de estímulo de nadie y además, sufrirá ataques envidiosos de quienes no hacen y no dejan hacer.

El médico mismo o el estado, han invertido cuantiosas sumas de dinero para formarse o formar un médico altamente capacitado, que no puede insertarse en ningún lado, para luego ponerlo a trabajar como secretario, ordenanza o camillero en medio de una Babel total. Además, vemos paradojas incomprensibles: A su enfermo no se puede realizar un simple examen de glucosa sanguínea por no haber reactivos en el laboratorio, pero esa misma mañana, se le puede hacer un sofisticado ecocardiograma/Doppler transesofágico a color para evaluar las cámaras cardíacas o el arco aórtico. No existe insulina para tratar un coma diabético y con certeza el paciente morirá, pero en la habitación de al lado se dispone de todo un valioso equipo, talentoso y dado al trabajo, que puede ejecutar un trasplante hepático. La diferencia entre hacer y dejar de hacer, suele tener un nombre, responde a un esfuerzo individualista, no institucional. Simplemente, personas comprometidas de corazón, que no pueden quedarse con los brazos cruzados ante tanta necesidad…

El triste caso de Finada Sinrazón, que yo viviera en un hospital docente donde iba una vez por semana a enseñar a neurólogos el arte neurooftalmológico, desvela la enfermedad institucional pública, el hongo de la roya de la INDIFERENCIA, que ha atacado su eje vital, para convertirlo en negruzco polvillo… Comprenderá el por qué médicos competentes, abandonan universidades y entes públicos, para cobijarse en el ejercicio privado o migrar al exterior para dejar de ser cómplices de homicidios culposos…

Los residentes de medicina interna y neurología de aquel hospital, se encontraban excitados. Creían haber diagnosticado a tiempo una grave entidad come-gentes, cuyo tratamiento oportuno, podría salvar una vida. ¡Con cuanta energía juvenil se aprestaron a ayudarle! La mocedad de Finada parecía haberse desvanecido en medio de su morbosa obesidad de 130 kilos, pues tan sólo contaba veinticuatro. De ánimo apacible y sonrisa forzada que eclipsaba su pena, procedía de una barriada miserable cualquiera, un peón más de un juego de tronos…

  Su enfermedad se había iniciado pocos días antes, violenta, como chispazo veraniego en el seco Capin melao[2] de la falda avileña. A su ingreso, se le reconoció diabética en cetoacidosis —grave complicación-, siendo el ambiente azucarado y sus bajas defensas, el viento que avivó la llama de una aterradora infección. Tupición nasal, dolor en y alrededor del ojo izquierdo, enrojecimiento conjuntival, quemosis y descenso del párpado superior con tendencia del globo a protruir fuera de la órbita, constituyeron la primera llamarada: una celulitis orbitaria, le decimos clínicamente, pero no una cualquiera…

Las flamas cogieron cuerpo órbita adentro, para producir un síndrome del vértice orbitario, en que el ojo perdió y congeló todo movimiento por parálisis de sus nervios motrices, la zona se anestesió por completo y la vista se le volvió nubes. Una somnolencia completó la tríada de Gregory, rúbrica de la infección producida por el hongo Ryzopus de hifas no septadas, el hongo del pan, el de la infame roya de la papa, de distribución universal, compañero omnipresente de nuestro ambiente e inocente habitante saprofito de nuestros senos paranasales: Diabetes mellitus, celulitis orbitaria y síntomas cerebrales, preludio de tragedia. Biopsias y cultivos de los senos en agar de Sabouraud mostraron al ryzopus agresor…

  Era pues, ¡una mucormicosis o zigomicosis, la más aguda y fatal infección por hongos que se conozca! ¿Qué hacer entonces? Se le administró por vía intravenosa anfotericina B, la «droga-mata-hongos» más eficaz disponible entonces, pero ello no era suficiente… El hongo de marras gusta penetrar las arterias y utilizar el vehículo sanguíneo para transportarse a distancia en malignos émbolos micóticos, colonizando más y más tejidos, privándolos de sangre, infartándolos y dejando atrás, las cenizas: el ennegrecido tejido de la gangrena. ¡De no ser detenido, mataría a Finada…!

  Rarísima, la mucormicosis fue hasta 1955 una infección ciento por ciento fatal, a pesar de los nuevos tratamientos aún fallecen entre un 30 y 80 por ciento de los afectados, lo que la hace una asesina peor que la tuberculosis, el cólera y la peste bubónica. Lo que había que hacer para salvar la vida de Finada, era sumamente agresivo y el tiempo estaba en su contra ¡Era cuestión de vida o muerte! Había que arrancar la infección de raíz vaciando todo el contenido de la órbita: ojo, nervios, músculos, grasa, dejando sólo el hueso pelado. Una excenteración orbitaria, mutilante intervención que no muchos oftalmólogos están dispuestos a realizar. Y así fue, los galenos de la institución culipandearon[3], poniendo los paños tibios que dicta la ignorancia, pariente de la indecisión.

Siendo que solo hacía docencia ¨ad honoren¨, los residentes hicieron contacto con el médico dispuesto. Se trasladó a Finada al Hospital Vargas de Caracas, pues los minutos contaban… No hubo ningún sangrado durante la intervención pues el hongo había penetrado los vasos sanguíneos y dejado la zona exangüe. La radical intervención se realizó con éxito, luego vendría la corrección del defecto estético dejado por el descalabro quirúrgico. Pasaron los días y se asistió a la mejoría de Finada: Su diabetes estaba compensada, no había fiebre y en la oquedad orbitaria no se veía el azabache de la gangrena. ¡La infección estaba conjurada! Doce días más tarde, antes de irse a casa, un nefasto mediodía convulsionó, una vez tras la otra, entró en profundo coma y 12 horas después, flotó sobre su cuerpo mortal para darle la última mirada…

¿Qué podía haber pasado? Quizá la intervención había sido tardía y el hongo había penetrado al cerebro a través de las hendiduras oftálmicas, produciendo infartos múltiples. La autopsia demostró lo erróneo del razonamiento. Sólo se encontró un cerebro hinchado y sangre a presión bañando su convexidad, un sangrado subaracnoideo. ¡Ni rastro del hongo!

Se investigó, se preguntó, se indagó y surgió la verdad dolorosa… Otra enferma aseguró que dos noches antes, al cambiarse de posición en la elevada cama, su corpulencia se vino al suelo desde lo alto, haciendo temblar el piso y quedando luego como aturdida. La carencia de enfermeras durante la noche, lo elevado de las camas, la ausencia de barandajes protectores, favoreció la caída, la contusión cerebral, el sangrado intracraneal… la muerte. ¡La ciencia había salvado a Finada, la ausencia de un simple barandal, la pésima atención de enfermería, en fin, la sempiterna INDOLENCIA, habían ya decretado su muerte!

¡Contrastes del subdesarrollo! diría algún político cínico sonriendo… «¡Pon atención a los detalles, Rafiel! —me decía mi querido maestro William Hoyt, M.D. — ¡Descuida los pormenores y verás el todo arruinado…!»

Y cuánta razón le asistía, hemos denunciado tantas veces la falta de mallas inmovilizantes para pacientes agitados y la ausencia de barandales en las camas del querido Hospital, el escaso personal de enfermería y la cenagosa indiferencia… Tantas otras veces no hemos recibido respuesta alguna… Avergonzados en grado extremo, presenciamos la terrible tragedia del paciente que supera su gravedad, que comienza a movilizarse, únicamente, tan sólo para caer estrepitosamente al suelo desde la altura su cama y morir… escupitajo a la cara de quienes todavía tenemos fe en que las cosas han de cambiar… Y estamos seguros que cambiará…

¿Qué hacer mi Dios? ¿Acaso somos masoquistas?¿Seguimos en los hospitales o buscamos otros rumbos de menor injusticia social…?

 

 

[1] To(d)ero. Coloq. Persona que desempeña varios oficios o profesiones sin ser especialista en ninguno

[2] Melinis minutiflora es una hierba perenne del género Melinis, originaria de África. Se propaga en forma de alfombra; y es de inflorescencia de color rojizo. Florece por períodos cortos. Se cree que su olor fresco es repelente de insectos y de serpientes. En Venezuela es conocida con el nombre de Capin Melao, cubre extensas áreas del Parque nacional El Ávila, y es considerada por muchos de los caraqueños como la causante de las alergias que sufre la población en la estación seca de diciembre, enero y febrero.

[3] Culipandear: Evadir o enfrentar tímidamente un asunto

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