Elogio de la Facultad… ¿¡Qué te han hecho madre mía!?

Muy queridos alumnos María y Pedro o a quien pueda interesar:

Ver al joven de la foto caminando, los libros a la diestra, derrotado y sin destino, la cabeza gacha mirando hacia la tierra que ha de albergar el polvo en que se convertirá, pateando las hojas del desafecto que cubren la antesala al Instituto Anatómico doctor José Izquierdo en la Ciudad Universitaria, tan temido en nuestras mentes juveniles, valla elevadísima a rebasar no siempre limpiamente, suerte de salto de garrocha matizado de madrugonazos, estragos e insomnios, filtro insuperable para los espíritus ventajistas o melindrosos.

¡Cuán diferente de mis tiempos…! Todo aquello luminoso, el mural de baldosas brillantes obra del insigne Francisco Narváez y ejecutado por la ceramista María Luisa Tovar, anticipando la interioridad material del ser humano que habríamos de trajinar en medio del espeso humor flotante de la formalina irritante de la mucosa pituitaria, haciéndonos saltar lágrimas premonitorias de lo que significaría ser médicos, gestación y parto glorioso al final.

Pero el mal es un monstruo que nació para existir, retroalimentarse y cebarse en sí mismo, que vive de la aniquilación del país por malas artes de almas torvas dispuestas a dañar y seguir dañando sin sentir escrúpulo alguno, como un matapalo que aprieta y asfixia hasta sus últimas consecuencias. El ataque a la universidad autónoma por gentes resentidas procura llevar a nuestras casas de estudio a la desaparición: esa es precisamente la idea que Fidel sembró en la mente envilecida de Chávez. Implantar la idea única y última de la escuela de borregos de pensamiento único, a menos que sacudiéndonos demos al traste con este régimen maldito…

Soy un ucevista a carta cabal, orgulloso y a la misma vez, adolorido por la suerte actual de nuestra querida Alma Mater, que con seguridad no será mañana la misma: renacerá de sus cenizas como el Ave Fénix. Es un algo compartido con muchos otros… pero propio, amado y respetado, una añoranza llena de compromisos y hermosos recuerdos, una entrada dolorosa al mundo de la adultez, como debe ser cuando se percibe lo grave y decisivo de lo involucrado, pero… a la vez un sentimiento de agradecimiento y pena nos embarga ¿Por qué…?

Los jóvenes de mi Venezuela actual no tienen los mismos horizontes ni oportunidades que tuvimos nosotros, aquella generación que inició el agreste camino de la medicina en medio de una dictadura… En 1955, a los 17 años, con mezcla de orgullo, alegría, gran expectativa y temor me inscribí en la flamante Facultad de Medicina de Universidad Central de Venezuela para cursar mis estudios médicos… Compañeros de cualquier clase social: alta, media o baja, y procedentes de los cuatro puntos cardinales de la geografía nacional nos dimos cita para emprender el largo y escarpado camino, todos mezclados, todos hermanos en pos de la excelencia, en un pugilato por ser los mejores y de esa forma agradecer a nuestros padres, a nuestros maestros, a nuestra universidad y a nuestra patria… Hubo profesores insignes, regulares y muy pocos malos, todos nos mostraron qué hacer y qué no hacer en nuestras vidas…

  La anatomía normal era un desafío a la memoria, consumidora de noches y madrugadas, la caja de huesos humanos que pasaba de mano en mano, siendo manoseados para aprender a identificar protuberancias, agujeros, cóndilos y un sinfín de nuevos términos que, sumados a otro caudal aportado por otras materias, al final de nuestra carrera remontarían a unos 2.500 nuevos vocablos; las seis escuelas, los institutos, el Hospital Universitario de Caracas entraban en escena, e inmersos en aquél enjambre de almas limpias comenzábamos la ruta acompañados de un astrolabio, una brújula y un sextante cuya adquisición y dominio había comenzado desde el hogar paterno y sucesivamente en el colegio La Salle de Valencia y el Liceo Andrés Bello de Caracas.

 Reinaban el secreteo y las reuniones furtivas, la rigidez institucional era el signo del tiempo, y como debía ser, el desafío era diario, se medía si servías o te ibas. Era la dictadura de Marcos Pérez Jiménez… Prácticamente estrenábamos la Ciudad Universitaria. Hasta un dictador sabía que los confines de la patria eran inalienables, sabía que había que proteger los activos de la nación era hacer patria, construir, trascender… y también robar, porque ese ha sido nuestro sino, los gobernantes suelen sentirse héroes mal pagados de la patria y por ello, se pagan y se dan el vuelto en demasía; pero tenían claro entonces que entre sus obligaciones se encontraba aquella cantidad de jóvenes estudiantes que seríamos el futuro y a los que nada podía faltarnos. Y casi nada faltaba, y aunque existía el descaro de la designación a dedo, en general se escogían personas bien formadas en sus respectivas áreas de saber, y aun estando presente la enojosa preferencia, no se parecía en nada a la rastrera situación de hoy día en las malparidas universidades del régimen.

 En mi caso particular, bullían en mi interior las enseñanzas de mi padre: trabajo sin pausa, responsabilidad, lo que se poseía había que compartirlo pues él se recodaba que su lacerante necesidad había sido alivianada por gentes generosas a quienes ni siquiera conocía; el que tenía más debía ayudar al necesitado, el que tenía más conocimientos, debía compartirlo con otros, haciéndolos más sencillos de entender y juzgando con justicia y sin esperar nada a cambio.

 Me fascinó la semiótica médica, el arte de la búsqueda e interpretación de los síntomas y signos, herramienta básica e indispensable para diagnosticar y tratar adecuadamente al paciente, y así, consumíamos horas a la cabecera del paciente que siempre bondadoso colaboraba para que los alumnos aprendieran de su cuerpo mortificado por la enfermedad. Así, que como ya nos habían enseñado nuestros maestros, bajo nuestra mirada atenta y solícita, moderaran posturas y atemperaran impulsos y miraran con respeto y conmiseración a los privados de salud…  ese era el norte, curar y de no ser posible, como a menudo el caso era, al menos aliviar…

El sueldo del profesor universitario se ha devaluado constantemente por la situación económica del país y por un deseo de aniquilar al que no piensa igual, y esto ha sumido en la pobreza a los profesores al percibir salarios por mucho inferiores al coste de la canasta básica alimentaria o la que gana una doméstica. Nos dice el doctor Enrique Planchar, rector de la Universidad Simón Bolívar, «El sueldo máximo de un profesor universitario quedó en Bs 36.812 mensuales, este es el sueldo de un Profesor Titular a Dedicación Exclusiva, es decir, un Profesor Investigador con un mínimo de 16 años de servicio, el equivalente a un General de División en las FAN. Este es el sueldo máximo mensual en las universidades nacionales, pero la mayoría de los profesores no están en ese nivel del escalafón, sino en las categorías de asistentes, agregados o asociados con sueldos considerablemente más bajos y, por tanto, en situación de pobreza más crítica aún». Y agrega, ¨la situación de los profesores, con un sueldo equivalente a 50 dólares al mes, tiene gravísimas consecuencias para la Universidad Venezolana, para el desarrollo de nuestro país y para el futuro de nuestra juventud». Una de las más notables consecuencias es la fuga de talentos: más de 400 profesores han renunciado a la USB y han aceptado ofertas en universidades extranjeras, donde pueden ganar hasta 6.000 dólares mensuales¨.

MI país, nuestro país es ahora un reino de tristes estrecheces, un país pobretón, ahogado y resentido, producto de un totalitarismo vergonzante, de un militarismo cuartelario de sargentones, de un imperio del ignorante y engreído, sin sistema de valores, ganado para el crimen, regido por los últimos de sus clases o aquellos que nunca sentaron sus posaderas ni en un salón de clases ni en el autobús que le correspondía manejar; todo, en ausencia de moral, ética y patriotismo. ¿Cómo entonces conducirnos hacia el bien común…? ¿Cómo defender la libertad y la búsqueda de la verdad…?

María y Pedro, debemos rechazar una formación fraudulenta, queremos acompañarles y queremos que ustedes también nos acompañen a extirpar este cáncer de sanioso carácter, debemos luchar sin descansar, debemos expresar sin temor la necesidad de un cambio, donde todos echemos el país a andar; el vacío existencial y la gran tristeza que lanza al materialista a buscar más y más sin importar si no le pertenece, como si alguna bula papal le permitiese en el momento mori llevarse todos sus bienes mal habidos; debemos prepararnos para llevar tan solo un pequeño atado colmado de paz interior por el deber cumplido y el bien realizado…

«Omnia vincit amor», significa «el amor lo vence todo» o «el amor siempre triunfa»; el amor por Venezuela es nuestro motor y lo haremos efectivo en algo menos de un mes al momento de la votaciones. La movilización tiene que ser total para demostrar a la claque que nos gobierna y al mundo, que un cambio es la solución y que nosotros podemos solucionar nuestros problemas…

rafaelmuci@gmail.com

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