Las enfermedades tienen historia, la llamamos historia natural: Se gestan, se inician, se desarrollan, progresan o desaparecen y, dependiendo de su genio, pueden autolimitarse y esfumarse, o llevar a la invalidez o la muerte. Esta historia que les es propia, permite su identificación o sospecha con solo encarar al paciente y escuchar de su boca cómo habla la enfermedad –porque las enfermedades tienen un críptico lenguaje que les es propio-; en su momento indicaremos o no pruebas complementarias, desde las más sencillas hasta las más complejas y costosas, siempre empleándolas no como una escopeta, sino como un rifle, un solo tiro y en el blanco…
Su eclosión y progreso suele estar matizado por la biografía o historia de cada persona, esa donde se inscriben factores familiares, genéticos y epigenéticos, pero también alegrías, éxitos, fracasos y penas que modulan la respuesta… No por raridad evolucionan sin ser detenidas y con particular saña especialmente en la población menesterosa y desprotegida.
La prevención, cuya madre es la diosa griega Higeia, no suele existir en países pobres o en aquellos otros como el nuestro, en vías de catastrófica involución y total arrase por malaventura de un gobierno malvado… En esta situación la enfermedad se torna incontrolable y muestra sus filosas garras sin que nada se le oponga; y no quedando otra opción que la inocua y a veces contraproducente medicación casera, es como el enfermo alcanza el hospital con una condición irreductible, simplemente para morir de olvido y mengua por no existir tan siquiera una medicina paliativa…
Allí nos conocimos, en el Hospital Vargas de Caracas, él luminoso con propio brillo, dedicado y excepcional estudiante de medicina; yo, docente de medicina. Él estudiante que finaliza con honor magna cum laude en 1976, primero de su promoción y emisario de sus compañeros en el discurso de orden con motivo de su graduación.
Con motivo de introducir al ganador del Premio Bienal a la trayectoria académica doctor Edmundo Vallecalle de la Facultad de Medicina entregado desde 2004, en su versión 2011, fue para mí a la vez, tarea muy sencilla, pero, además, harto honrosa y placentera. Empresa fácil porque el doctor Dimas Hernández Morales era desde antiguo conocido y muy cercano a mis afectos, siendo pues que por espacio de más de 30 años fue mi compañero en el Servicio de Medicina 2 del Hospital Vargas de Caracas y la Cátedra de Clínica y Terapéutica Médica B de la Escuela de Medicina José María Vargas, UCV. Y más aún, en la Sala # 3 del Hospital Vargas de Caracas, a lo largo de todos esos años, en llave, brindamos instrucción y enseñamos el arte de la medicina a estudiantes del ciclo clínico y a médicos del posgrado de Medicina Interna, y de nuestra relación de respeto y mutua admiración nos nutrimos mutuamente.
De esta cercana interacción de amistad y de trabajo aprendí a apreciar las cualidades que le adornaban. La consistencia con sus ideas, su sapiencia humilde y accesible, su carácter colaborador en las actividades de Cátedra y su ayuda total y franca a estudiantes y residentes, su formación científica y humanística y su carácter inquieto a las nuevas tendencias de la investigación, siendo que muchos de sus trabajos los realizó con muy poco apoyo económico, pero con una gran determinación y sentido práctico. Dije y repetí muchas veces, que lo único que lamentaba de nuestra relación fue que cuando iniciaba su postgrado de medicina interna yo me iba al exterior en viaje de estudios, así que no podía llenarme la boca diciendo que fue mi alumno directo y admirado.
Veamos en forma sucinta los logros que ha alcanzado y que le han llevado a ganar este merecido premio con que la Comisión de Investigación galardona el trabajo de los profesores de la Facultad de Medicina, que por cierto también recayó en mi persona en su versión del año 2009, cuando él mismo fuera el encargado de hacer mi semblanza. El hecho de que dos compañeros de andanzas, de frustraciones y de pequeños triunfos pertenecientes al mismo Hospital, de la misma Cátedra y de la misma sala de Medicina Interna, hayamos obtenido logro semejante no deja de ser auspicioso, y nos hinchó a ambos de orgullo y satisfacción.
Leamos una incompleta relación de sus logros que muestra su inquietud científica y su compromiso con la medicina nacional hasta 2010:
106 Resúmenes en eventos científicos nacionales e internacionales: 1976 – 2009.
108 Trabajos publicados en revistas nacionales e internacionales: 1976 – 2010.
18 Libros y Capítulos de libros:1985 – 2009.
21 Trabajos Premiados: 1985 – 2009.
Tutoría en 13 Trabajos de Posgrado
Participación como expositor en 172 Eventos nacionales e internacionales
Habiendo completado su Posgrado de Medicina interna, viaja a USA a realizar fellowship en Oncología e Inmunología y regresa a Caracas en 1984. Desde siempre su carrera fue meteórica sin detenciones ni pausas. En su dedicación a sus pacientes y a la docencia mostró un talante científico teñido de profundo humanitarismo y mesura terapéutica haciendo pacto con la muerte cuando fue necesario y evitando más sufrimiento al enfermo. Su trato respetuoso, afable y amistoso marcaron esa estela que dejan los buenos médicos, los hombres buenos, los hombres comprometidos, estudiosos y humanitarios.
Barbado, durante su fellowship en USA con sus profesores y oncólogos de prestigio
Hubo enormes cambios demográficos y epidemiológicos en Venezuela; en 1900 las causas primarias eran parasitarias e infecciosas; así, la tuberculosis campeaba a sus anchas y el paludismo hacia su aparición; las diarreas y gastroenteritis medraban en los más niños. Otra causa de mortalidad era la neumonía, llamada por Sir William Osler (1849-1919), el famoso médico internista de la Universidad Johns Hopkins, ¨la capitana de los hombres de la muerte¨; pero con el pasar del tiempo sin dejar de existir estas causas, el cáncer ha alcanzado cotas de maldad, bien por su más frecuente presencia, bien por no existir medicamentos para contenerlo.
A Dimas le atrajo esa perplejidad que es el cáncer, esa enfermedad de la sobreproducción de células perversas, enloquecidas, que se dividen rápidamente en fulminante avance e imparable destrucción al reemplazar el tejido noble y asfixiar sus células; aunque silencioso en sus inicios puede llevar al abismo del descontrol. Como escribiera el cirujano escritor Sherwin Nuland (1930-2014) ,¨la célula cancerosa es, en todo sentido, desesperadamente individualista e inconforme…¨. Es egoísta y siempre quiere más, es malsana y agente tanático, si se aposenta sobre un sistema de salud arruinado por malas políticas y ese otro cáncer que es la indiferencia, nada bueno puede augurarse…
Ignaz Semmelweis (1818-1865), el médico húngaro tildado el ¨Padre del control de infecciones¨, tuvo que luchar contra el escepticismo y la arrogancia de sus colegas, cuyo rechazo lo acompañó hasta su muerte prematura. Se le considera pionero de la antisepsia y de la prevención de las infecciones nosocomiales. ¿Cómo? Abogó por la importancia del simple lavado de las manos. En mayo de 1846, instaló un lavabo en la entrada de la sala de partos para que los estudiantes se lavaran con soluciones con cloradas antes y después de atender a las pacientes. Así se logró una disminución extraordinaria en la mortalidad, que bajó de un 18.3% en abril a 2.2 % en mayo y a 1% en agosto.
Ya jubilado y en el Hospital Vargas de Caracas Dimas no abandonó ni al hospital ni a sus pacientes; el benemérito Vargas, un hospital fallido, sin lavamanos, jabón o geles desinfectantes por otra parte, no accesibles en nuestro país. Y así, sigue la historia…
Hospital Vargas de Caracas, junio de 2018, colaborador ad honorem del Servicio de Infectología consulta de VIH-SIDA, convocatoria de galeotes condenados a muerte por ausencia de tratamiento, enfermos con profunda inmunosupresión, caldos de cultivo para ser colonizados e infectados por bacterias, hongos y virus ponzoñosos de toda laya, con ese currículum, ¡algo muy malo debía pasar! ¿Cómo llevar a cabo una consulta con un mínimo de seguridad para el personal médico y de enfermería y los otros pacientes…? ¿A quién le importa y a quién corresponde velar por ellos? Desde su fundación nunca estuvo tan desguarnecido nuestro hospital; ¿Cuántas muertes pueden adscribirse a la ¨revolución bonita¨, a la indiferencia y el deshonor? De pronto, vio la oscuridad muy de cerca pues ocurrió lo que se temía podía ocurrir, algo que su sistema inmunológico tal vez debilitado por tanta impotencia, incuria y frustración no pudo atajar, y así, adquiriendo una infección viral hiperaguda entregó su cuerpo, vida y esperanza a la pasión que siempre le dominó, ¡Servir…!
No es una muerte justa la muerte de Dimas, mártir de la medicina nostra en tiempos de vergüenza, estuvo donde debía estar, estuvo en el tiempo equivocado, porque la muerte de los buenos suele ser injusta, llevándose al hombre probo y productivo y dejando al malsano y vicioso. ¡Cuánto se asemeja el chavismo a un cáncer!, como las células desviadas y egoístas que constituyen aquél, así se aprecia la perversión del comportamiento criminal, camorrero e inhumano de sus capitostes…
«Los mejores médicos parecen tener un sexto sentido acerca de la enfermedad. Sienten su presencia, saben dónde está, perciben su gravedad antes que cualquier proceso intelectual pueda definírselo, catalogan y la ponen en palabras. Los pacientes perciben una sensación sobre estos médicos: son atentos, alertas, listos, se preocupan por ellos. Ningún estudiante de medicina debería perderse de observar un tal encuentro. De todos los momentos de la medicina, éste es el más lleno de drama, de sentimiento, de historia…».
Michael LaCombe (Annals of Internal Medicine, 1993)
Mucho que lo siento Dimas… vaya a su esposa Rita e hijos, mi afecto imperecedero y mi enorme pena por su desaparición extensible a sus compañeros de Cátedra y personal de la Escuela José María Vargas, la Facultad de Medicina de la UCV y a sus amigos y sus pacientes que le echarán de menos…