Los que nos sentimos compelidos a escribir sobre una hoja en blanco, no desperdiciamos ocasión ni chance cuando una idea se nos presenta en el escenario de nuestra mente y se acloca en ella…
Hemos escrito mucho, mucho, desde hace mucho, pero mucho tiempo acerca del régimen y sus desmanes. Por desgracia no estábamos equivocados, pero no había mucha gente que quisieran ser molestados con necios vaticinios. Pero también, no es saludable ni agradable que lo intentemos siempre, especialmente cuando un nuevo año comienza a abrir sus pétalos anunciándonos que algo bueno habrá de ocurrir… Tantas veces tienes que poner límites entre la insania que te rodea y el buen cuidado huerto de nuestros pensamientos para que no intente dañarte.
Soy desgraciado con la poesía, parezco no entenderla sin que con ello la desprecie; tampoco he tenido deseos ni cualidades para ser un poeta, no tengo ni las condiciones ni las ganas… y mira que doquiera que miro veo algo poético: el Cerro Ávila con su verdor después de días de lluvia, sus luces y hermosura cuando no más revienta el día. Nuestro jardín –de Graciela y mío– que no cesa de enviarme mensajes de fe y para regalo lo tengo frente a mi biblioteca, o ¨studio¨ como solía llamarlo mi maestro Hoyt cada vez que nos visitaba; así que prefería estar alrededor de mis papeles, de mis casos clínicos, de mis fotografías y mis querencias, diciendo que el pequeño recinto atestado de colecciones debía ser proclamado monumento nacional… A no dudar dicho con cariño y respeto, pero también con exageración.
Para llegar a mi studio, debo salir de mi casa y caminar unos 5 metros; un seto de azáleas me acompañan a mi derecha y una puerta con una rana que sirve de hermoso aldabón –regalo de mi nuera Gaby- y que no parece tener objeto tocarlo porque nadie me responderá… me separa de las caricias de ¨sinva¨, mi querida, mi amante, pues Graciela hasta un nombre simbólico le puso y cuyo significado literal es, ¨sin vagina…¨.
Menos mal que no le ha cogido ojeriza porque cuando el hombre llega a una edad avanzada, no importando si goza de ¨buena salud¨-un decir, digo, porque la salud especialmente en el viejo es un estado transitorio que no conduce a nada bueno…-, o si su esposa o compañera lo quiere, las mujeres quieren castrarlo: no hagas esto, no hagas aquello, no cojas sereno –que es lo único que podemos coger-, no te lloviznes, arrópate, ponte medias y una chichonera para dormir, para qué trabajas tanto, etc. Y así, te vas volviendo un imbécil…
Como decía, en esos pocos metros que separan mi casa de mi studio, debo pasar por un seto de azáleas de diversos colores, moradas, blancas, chispeaditas, rojas, que tienen flores durante todo el año. Graciela las cuida como a su ser, las riega con cariño, les conversa, las hace podar por Henry nuestro jardinero –que por fortuna tiene buena mano y buenos ojos, porque hay vistas tan envidiosas que tumban cocos-. A veces puedo oír las risitas de las azáleas agradeciéndole a la vida pues para eso el Creador las puso allí. Un coro de ranitas bullangueras en el jardín acompañan a las azáleas con sus estridentes silbidos que dan la bienvenida a la lluvia, pero que no toleran el verano y se esconden bajo la tierra esperando de nuevo su tiempo con paciencia.
Nos saludamos una vez que salgo de mi studio, luego de dos horas de estudio y escritura. No las molesto a las tres de la mañana porque es demasiado temprano y no sé si están despiertas. Luego les dedico palabras en voz baja, lindas y afectuosas, creo que me sonríen, me coquetean las que están en grupos de 2 o 3; cuando llueve, se llenan de gotitas de agua y no sé si lloran de felicidad porque estamos bien o de tristeza porque nuestros afectos se han ido a tierras lejanas y porque no hay superlativo que defina la maldad de quienes nos gobiernan. Pero, para qué hablar, eso lo sabe todo el mundo. Ellas me infunden esperanza y fe, coraje y fortaleza… las veo desde mi escritorio y desde mi computador, me regalan en baja voz y en susurros palabras de aliento y me recuerdan que una vez copié para mi nieta mayor Fabi un cuento de autor anónimo y que una vez más compartiré con la certeza de su verdad:
- ¨Hubo una vez un rey que dijo a los sabios de su corte: -Me estoy fabricando un precioso anillo. He conseguido uno de los mejores brillantes posibles. Quiero guardar oculto dentro del anillo algún mensaje que pueda ayudarme en momentos de desesperación total, y que ayude a mis herederos y a los herederos de mis herederos para siempre. Tiene que ser un mensaje pequeño, de manera que quepa debajo del diamante del anillo. Todos quienes le escucharon eran sabios, grandes eruditos; podían haber escrito grandes tratados, pero sólo debían proporcionarle un mensaje de no más de dos o tres palabras que pudieran socorrerlo en momentos de descorazonamiento total… Pensaron, buscaron en sus libros, pero no podían encontrar nada que se acomodara al pedimento de su rey…
El rey tenía un anciano sirviente que también había sido sirviente de su padre. La madre del rey murió pronto, y este sirviente cuidó de él, por tanto, lo trataba como si fuera un miembro más de la familia. El rey sentía un inmenso respeto por el anciano, de modo que también lo consultó. Y este le explicó: -No soy un sabio, ni un erudito, ni un académico, pero conozco el mensaje. Durante mi larga vida en palacio me he encontrado con todo tipo de gente, y, en una ocasión me encontré con un místico. Era invitado de tu padre, y yo estuve a su servicio.
Su majestad, las decisiones tomadas cuando estamos en un estado de ánimo pobre, sin recursos, son por lo general, decisiones pobres o erradas. Cuando te encuentres ante una difícil situación, no te apresures. Siempre tienes tiempo y vida por delante. Piensa y decide con tranquilidad. Habla, lee, investiga, aprende, busca y encuentra. Si necesitas superar un bajón o estás en un estado de depresión, recuerda este cuento…
Cuando el místico se iba, como gesto de agradecimiento, me dio este mensaje –el anciano lo escribió en un diminuto papel, lo dobló y se lo dio al rey-. –No lo leas –le dijo-, mantenlo escondido en el anillo. Ábrelo sólo cuando todo lo demás haya fracasado, cuando no encuentres salida a una situación. Ese momento no tardó en llegar. El país fue invadido y el rey perdió su reino. Estaba huyendo en un caballo para salvar su vida y sus enemigos lo perseguían. Estaba solo y los perseguidores eran numerosos. Llegó a un lugar donde el camino se acababa, no había salida: enfrente había un precipicio y un profundo valle; caer por él sería el fin. No podía volver porque el enemigo le cerraba el camino. Ya podía escuchar el galopar de los caballos. No podía seguir hacia adelante, y no había ningún otro camino.
De repente, se acordó del anillo. Lo abrió, sacó el papel y descubrió en él un pequeño mensaje, tremendamente valioso que rezaba: ¨¡esto también pasará!¨. Mientras leía, ¨¡esto también pasará!¨, sintió que se cernía sobre él un gran silencio. Los enemigos que lo perseguían debían haberse perdido en el bosque o debían haber errado el camino, pero lo cierto fue, que poco a poco, dejó de escuchar el trote de los caballos. El rey se sentía profundamente agradecido a su sirviente y al desconocido místico. Aquellas palabras habían resultado milagrosas. Dobló el papel, volvió a ponerlo en el anillo, reunió a sus ejércitos y reconquistó el reino. El día que entraba de nuevo victorioso en la capital, hubo una gran celebración con música, bailes, felicidad a montones…, y él, se sentía orgulloso de sí mismo. El anciano estaba a su lado en el carruaje y le recomendó: -Este momento también es adecuado¨… vuelve a mirar el mensaje¨.
-¿Qué quieres decir? –preguntó el rey-. Ahora estoy victorioso, la gente celebra mi vuelta, no estoy desesperado, no me encuentro en una situación sin salida.
-Escucha –respondió el anciano-, este mensaje no es solo para situaciones desesperadas; también es para situaciones placenteras. No es sólo para cuando estás derrotado; también es para cuando te sientas victorioso. No es sólo para cuando eres el último; es también para cuando eres el primero.
El rey de nuevo abrió el anillo y leyó el mensaje: ¨¡esto también pasará!¨, y nuevamente sintió la misma paz, el mismo silencio en medio de la muchedumbre que celebraba y bailaba, porque su orgullo, su ego, habían desaparecido. El rey pudo terminar de comprender el mensaje. Se había iluminado.
Entonces el anciano agregó: -Recuerda que todo pasa. Ninguna cosa ni ninguna emoción son permanentes. Como el día y la noche hay momentos de alegría y momentos de tristeza. Acéptalos como parte de la dualidad de la naturaleza, porque son la naturaleza misma de las cosas¨.
- Es ahora, en MI país que es el tuyo, que con la esperanza, unión, el coraje y la decisión de nuestro lado debemos decir, ¨¡esto también pasará…!
Mis azáleas me lo trasmiten, son un privilegio visual, las veo desde mi escritorio, me hablan de su fidelidad, amor y persistencia, me dicen que todo pasará, me hablan del amor de Dios y de la naturaleza y de la disposición de la Virgen a interceder, ayudar, confortar… NO soy muy dado a rezar, no creo que haga falta, puede rezarse de muchas formas, sus presencias rezan a coro conmigo; ¿cómo estar triste si mis azáleas están siempre sonrientes y lozanas? Además, algunas mueren y otras de inmediato las suplantan, saben lo importante que son para mí…
Me agradan los chimes, carrillones de viento o eólicos, esos cilindros o campanas suspendidas que producen hermosos sonidos al ser movidos por el viento. Espantan malos augurios, alegran mis días y también mis noches, a mis azáleas y a las ranitas también les gustan…
Estos días de lluvias extemporáneas y cielos plomizos no lo fueron tanto porque ellas allí estuvieron saludando la fe, la esperanza y la certeza de que ¨esto también pasará…¨. Me dijeron que los venezolanos aun estando solos, nos bastábamos; que éramos suficientes, solo que no comprendíamos el mensaje y estábamos confundidos. Me dijeron que los países e instituciones ¨amigas¨ no nos ayudarían, que saliéramos nosotros, todos nosotros, que todos juntos encontraríamos la fuerza que da la unión y un deseo libertario genuino. Que la maldad del régimen era demoníaco y contaminante, pues cada vez se contaminaban más unos con otros y han llegado a contaminar aun a los oposicionistas hasta convertirlos en sinvergüenzas colaboracionistas, que tenían todavía mucho dinero para comprar conciencias y la muerte de los simples y de los pobres no les importaba, no los obligaría ni los intimidaría.
Que Dios nos bendiga a todos y nos de fortaleza y coraje para continuar la batalla…