Presenciando al través de un televisor la extracción de las cataratas que el doctor Pereira ejecutaba a un familiar, una vez finalizada la intervención le dije en tono de sana ironía: ¨Guillermo, ¡qué fácil…!, esa cirugía hasta yo que no soy cirujano, podría hacerla …¨ Lo que quise decirle fue que tal era su proverbial maestría que cuando se movían sus dedos prodigiosos eran capaces de transformar una compleja intervención en un sencillo procedimiento… Ese rasgo es también propio de un maestro: hacer que las cosas complejas aparezcan simples, mágicas, y muchas veces ignoramos las horas de total dedicación y el esfuerzo cotidiano que ha conducido a esa destreza, a esa pericia, únicamente dimanada de la conciencia, del análisis de los errores y de la prudencia, de la sabiduría que surge con espontaneidad invitándonos a la excelencia, don único, adquirido cuando se es exigente y riguroso consigo mismo. Así, tan pausado y claro como hablaba en la conversación diaria o en la academia, tan limpias, magistrales y eficientes realizaba sus cirugías, y sus conversaciones eran veneros de conocimientos y experiencias listas para iluminar sin mezquindades las vidas de otros.
Es él, otro admirado amigo y maestro de la oftalmología quirúrgica venezolana y muy especialmente aquella del segmento anterior del ojo, que finalizando el mes de octubre fue llamado al empíreo para tareas más importantes; tal vez la extracción de cataratas de una jerarquía angelical: un serafín, un querubín o un trono, o a lo mejor las del mismo papá Dios. Luego de ese momento de gran tensión y un resultado visual impecable, imaginamos que Allá debe estar Guillermo al lado del Señor y con una copa de vino de crianza de Federico Paternina a la diestra, agradeciéndole los dones recibidos y dándole cuenta de cómo multiplicó con creces los talentos que le fueron otorgados…
Modificando el monótono canto del aguaitacamino que dice: ¨¿Tú vas por ahí?¨, ¨¿Tú vas por ahí?¨, ¨¿Tú vas por ahí?¨, Guillermo le ripostaba dirigiéndose a los jóvenes, ¨¿Por qué no vienes por aquí, por la ruta que te señalo…?¨, ¨¿Por qué no vienes por aquí, por la ruta que te señalo…?¨, tal vez pensando en la inspiración que expresara en una glosa el escritor guariqueño Germán Fleitas Beroes nacido en Camaguán, ¨para escribir sólo quiero / oír con oído fino / las gotas del tinajero / y algún Aguaitacamino¨ (Fleitas, 1979)…
Guillermo oteó la ruta de su vida, miró a la lejanía, observó qué le indicaban la rosa de los vientos y el compás marino, miró la brújula y el sextante y sin titubeos se lanzó en pos de lo grande, de lo sublime, arrastrando en su maratónica caminata a discípulos, pupilos y otros más creciditos y maduros. Observó lo cambiante de su especialidad que mutaba y se hacía irreconocible como descendiente de lo que una vez fue; por ejemplo, la técnica del simpar Castro Viejo operando de pie, con cuchilletes toscos y con lupas, incisión corneal de 11 mm, gruesas suturas y prolongados posoperatorios con ambos ojos ocluidos y a los dos meses ¨lentes cataratosos¨, gruesos y pesados que proporcionaban una visión muy deficiente… Todo ello, con el ingenio del hombre mediante incesantes superaciones y naufragios de teorías y técnicas, dio paso al cirujano sentado, al microscopio quirúrgico que mostró detalles insospechados, a las incisiones de 3 mm, a las suturas finas con agujas atraumáticas y a la recuperación en apenas horas. ¡La ceguera por cataratas había sido vencida! Pero también, porque no todo lo viejo fue peor, le gustaba pensar que en los tiempos tempranos de la especialidad el énfasis era en la oftalmología como un arte, siendo que hoy, infortunadamente, es considerada por muchos como un negocio productivo, como una empresa comercial, restándole su característica de humanitaria labor…
Recordando las maneras de Guillermo, también rememoro a Lord Acton (1834-1902), el llamado ¨magistrado de la historia¨, una de las grandes personalidades del siglo XIX considerada universalmente como uno de los ingleses más eruditos de su tiempo. Consideró que había tres amplias categorías del emprendimiento humano. La primera claramente prescrita y limitada por la ley. En el otro extremo del espectro estaban aquellas otras a las cuales designó como ¨maneras¨, que no chocando con las personas, ni siendo reguladas por leyes o reglas, éramos totalmente libres de manejar como deseáramos: interés, consideración, honestidad y cortesía eran las conductas que debían gobernarla. Asentaba que el grado de civilidad de los pueblos podía medirse conociendo cuán amplia era esta categoría. Definía la ética como reglas de conducta, así que esta área debía ser regulada de forma más cercana y exigente posible. La moral, definida como una conducta virtuosa, era el área dónde el individuo y el grupo homogéneo al cual pertenecía, debía comportarse como corresponde a la persona virtuosa. Un código de ética inherente a nuestra profesión médica empleada como precepto y ejemplo ayudaba en este sentido, pero la mayor parte del ímpetu debía provenir del individuo, y cuando cada individuo percibía que era en su propio interés y el del grupo al cual pertenecía, entonces el resultado sería remunerador, duradero y se perpetuaría en las generaciones posteriores. Se ha dicho que los venezolanos, vendados a conciencia, copiamos todos los modos del país del norte y que el dinero es la carta de presentación de aquella; Guillermo jamás permitió que el dinero antes que el servicio –la palabra más hermosa del diccionario-, fuera su tarjeta de presentación y por ende, de la oftalmología venezolana…
Fervientemente creía que por ello eran necesarias leyes justas, personas decentes y eterna vigilancia para colocar los principios éticos delante del afán de lucro. Era un innovador nato, ansiaba lo último para sus pacientes siempre que su eficacia estuviera calibrada por el tamiz del tiempo, rechazando las cuentas de vidrio, las baratijas, los abalorios, las adulaciones y zalamerías porque muy bien sabía lo que quería para sus enfermos.
Le conocí cuando siendo un internista me interesaba por el examen ocular como manera de aproximarme a la enfermedad sistémica y ya me cansaba de recibir tantos malos tratos y rechazos. Era visto como bachaco de otro agujero, incapacitado para cazar en los vigilados cotos de los oftalmólogos. Todo un caballero benévolo, no se sintió intimidado ni fue despreciativo ante alguien que tan solo quería aprender y ayudar en un área hasta entonces improductiva de la oftalmología nacional: la neurooftalmología. Antes bien, me extendió su mano cordial y magnánima para dar lo que tenía y recibir a cambio algo de lo que carecía.
Fue un hombre fino, ajeno a la garrulería pedantesca, de mente diáfana y despierta, respetuoso, inteligente, que creyó en el país y en sus reservas morales. Recorrió todos los caminos de la cirugía del segmento anterior y estudió sus realidades y sus cómos con los que más sabían. Debía encajar perfectamente con el enfermo, ese todo de naturaleza viva con todo lo que alienta en su dolor. Así, en compañía de amigos del alma creó una institución de elevado raigambre científico donde tanto se atiende con esmero y profesionalismo a quien tiene como pagarse sus servicios, como aquel otro, el que vive en condiciones de perpetuo sufrimiento, pobre de solemnidad que toca a su puerta sin más compañero o familia que su dolor. Se acercó a los jóvenes para mostrarles el camino por él transitado con reciedumbre y decisión, aquel de la excelencia porque para él no había otro, y de paso, ofrecerse como experto guía al único coste de la dedicación y el respeto hacia el paciente y su padecimiento. Amaba los programas de educación continua que las universidades autónomas en medio de estrecheces impuestas por la marea roja han tenido necesariamente que descuidar. Al efecto, creó la Unidad Oftalmológica de Caracas y Asociación Venezolana para el Avance de la Oftalmología (AVAO) comprometidas con la ciencia oftalmológica nacional.
Muchos de sus alumnos están esparcidos por la geografía nacional y aún en tierras extrañas de donde provinieron atraídos por su fama voladora, y allí, multiplican sus saberes milagrosos y sus milagros llevando luz al mundo de la ceguera donde sólo se aposentan las tinieblas.
Con Guillermo todos aprendimos a ser artistas, a ser comprometidos con el país y muy especialmente con el enfermo, ese que hoy en día se engaña con cirugías milagreras en masa. Fue un regalo de la vida conocerle.
De la esperanza y del hacer posible lo imposible fue el socio nato: Recibió premios, honores, condecoraciones, placas de reconocimiento, declarado Doctor Honoris Causa de la Universidad del Zulia y muchos agradecimientos merecidos, pero por sobre todo obtuvo la admiración y el respeto de sus pares y la estima de quienes fuimos sus colegas, amigos y colaboradores de sus ideas, tomando de paso, algo de la sombra benéfica que su recia personalidad proveía.
Nos mostraste tu don de gente, tu bonhomía, tu carácter siempre optimista y festivo y tu sincero afán de estimular a otros y aún sabedor de que la salud te abandonaba, al preguntarte ¨¿Cómo estás Guillermo?¨ -respondías remarcando las sílabas- ¡Muuyy bien! …
Mucho lamentamos su temprana partida y todas las ideas que engavetadas quedaron, para que otros, sus pupilos, puedieran llevarlas adelante sin que les tiemble el pulso ni se les sobrecoja el ánimo.
Le sobreviven su querida esposa Dulce y sus hijas, luminarias de su vida, Jacqueline, Evangelina, Geraldine y Ana Cristina a quienes acompañamos en un cercano sentimiento de pena…