Elogio de la glándula tiroides: ¿Por qué tienes ese ojo tan pelado?

  • ¨¿Por qué tienes ese ojo tan pelado…?¨

  • ♣ Los casos que relataré forman una trilogía de historias sobresalientes de un grupo de pacientes portadores de una orbitopatía distiroidea de Graves-Basedow (1) en quienes ocurrió una retracción palpebral horas después de un severo trauma emocional…
    Helena, una hermosa mujer de alta sociedad iniciando la cincuentena pero aparentando muchos años menos, muy sofisticada y coqueta, con cutis de porcelana, con dos hijos profesionales y habitué de las páginas sociales de los diarios caraqueños, un día despertó y al encontrarse con uno de sus hijos este le preguntó, –“Mamá ¿Por qué tienes ese ojo pelado…?” Corrió de inmediato al espejo y notó horrorizada que efectivamente, su ojo izquierdo estaba desmesuradamente abierto y como brotado. Luego de varios intentos fallidos ocurrió a mí en busca de una explicación médica. La más reiterada fue que su ojo derecho estaba pequeño. Acostumbrado a bregar con estos pacientes, le pregunté si recordaba algo en los días cercanos a la aparición del problema, que la hubiera inquietado, asustado o preocupado mucho. Resueltamente me contestó que no recordaba nada. Mientras le realizaba un examen físico que fue por demás normal con la excepción de la retracción palpebral, y del párpado superior izquierdo que se quedaba suspendido o rezagado al mirar hacia abajo mostrando lo blanco del ojo (signo de von Graefe) (Figura), se lo pregunté de nuevo, y osteriormente, cuando conversaba con ella antes de que se fuera y explicarle que su problema estaba relacionado con alguna disfunción tiroidea, la inquirí de nuevo llenándome del mayor deseo de omprenderla, y de nuevo me lo negó huyendo mis ojos y bajando los suyos. Le ordené algunas exploraciones complementarias y me levanté para darle la despedida extendiéndole la mano. En ese momento me dijo, -“Doctor, Usted me ha inspirado confianza…”. Le ofrecí de nuevo la silla, se sentó y entonces me comentó que creía haber estado felizmente casada desde hacía 32 años, pero que en los últimos meses había notado una cierta frialdad glacial de parte de su esposo; siempre la ignoraba y a menudo tenía alguna excusa no para intimar, para no tener una relación sexual con ella. ¿Qué otra cosa podía pensar sino en la intrusión de una competidora en su relación de pareja? La Noche Buena de Navidad le ofreció una oportunidad para tratar de recuperarlo. Invitó algunos amigos a cenar en casa. Para la ocasión se hizo confeccionar un hermoso traje rojo descotado diseñado por el famoso modisto de la época Guy Mallet; además se fue a la peluquería a peinarse, hacerse la manicure y maquillarse. Juzgando su hermosa cara y su grácil figura, esa noche debió lucir deslumbrante, hermosísima, radiante y seductora. Una vez despedidos los visitantes, ella se quedó conversando con su marido, movilizando sus mejores artes para seducirlo, llegando a tomarle de mano e insinuándole un beso. Él retiró la cara, arguyó que estaba muy cansado y que se iría a la cama. En el camino, entró en su biblioteca y cerró la puerta. Ella sintió que él levantaba el auricular del teléfono y de inmediato hizo lo propio en un auxiliar. –“! Ahora sí que sabré con qué mujer me está engañando…!” –dijo para sus adentros. Del otro lado de la línea escuchó palabras que expresaban amor, pasión y deseo, que a su vez, eran retribuidas con similar ardor por su marido… Tuvo una desconcertante impresión, un desgarrante dolor, una gran rabia e impotencia, deseos de gritar y llorar contenidos y una sensación de que se desvanecía… La voz al otro lado del auricular era la de un hombre… Al día siguiente se le notó la retracción palpebral. En una segunda consulta me dijo que había decidido por sus hijos y dada la figuración social y económica de su marido, que toleraría la situación y no se divorciaría. Las pruebas de función tiroidea y anticuerpos antitiroideos estaban dentro de parámetros normales. En el estado en que estaba su problema no había nada qué hacer si no esperar. No volvió a la consulta de control programada. Se trataba en efecto de una orbitopatía distiroidea de Graves eutiroidea… Unos dos años después, la vería con su marido en una marcha de la oposición y en plena calle. Ella me llamó la atención, ataviada de blanco, bella como siempre; algo pasó pues no pude percibir esta vez rastros del problema palpebral…

1 La oftalmopatía distiroidea es una enfermedad inflamatoria, de origen autoinmune, que se caracteriza entre otros signos por protrusión ocular (exoftalmía) y retracción palpebral bilateral. Independientemente, Robert James Graves (1776-1853) publica 3 casos de mujeres con exoftalmos y crecimiento tiroideo en el año 1835, y Carl Adolph von Basedow (1799-1854) en 1840 en Alemania plantea la estrecha relación entre la exoftalmía y las anomalías tiroideas.

♣ Tenía un extraño apellido que comenzaba con una “Ñ”; sigue siendo el único con esa letra de inicio que tengo archivado en mis historias clínicas y me temo que si desaparece la ¨ñ¨ del alfabeto se quedará innominado… ¿Su queja? Hace algunas semanas, un buen día sus compañeros del restaurante donde trabajaba como mesonero, le hicieron saber que tenía “el ojo izquierdo más chiquito…” Cuando llegó a mi era evidente la presencia de una retracción palpebral derecha con rezago al mirar hacia abajo, lo que dejaba al desnudo lo blanco del ojo dando una impresión muy
extraña… Luego de examinarle escrupulosamente no encontré ninguna otra anormalidad. Nuevamente, se trataba de una orbitopatía distiroidea de Graves con escasa signología. Ya familiar con el hecho desencadenante, le pregunté por el evento precipitante y si en los días previos al hallazgo de sus compañeros le había ocurrido algo extraordinario. Y allí me dejó conocer la macabra experiencia que le había tocado  presenciar… Uno de sus días libres se encontraba en la Avenida Principal de Sabana Grande esperando un carro por puesto para irse a casa. El auto se detuvo ante él. Abrió la puerta y al momento en que estaba introduciendo el pie izquierdo para penetrarlo, vio que un autobús venía a toda marcha a chocar por detrás el automóvil donde precisamente se iba a montar. Se quedó helado. El golpe fue tremendo y el carro lanzado con inusitada fuerza hacia delante. Una señora que precisamente estaba delante tratando de cruzar la avenida, fue arrollada y desmembrada. Todo en cuestión de segundos. Él se quedó congelado mirando la escena, paralizado, horrorizado y sin saber qué hacer… Había salvado su vida porque ese día no le tocaba. Me visitó múltiples veces invitándome a comer al restaurante donde trabajaba… La falta de opciones terapéuticas o que sé yo, le ausentaron de mi presencia… No acepté su amable invitación ni le vi nunca más…

 Orbitopatía distiroidea de Graves-Basedow. Signos típicos de la condición:
Retracción palpebral y rezago palpebral (signo de von Graefe) izquierdos al mirar hacia abajo.

♣ Nos visitó en el Hospital Vargas… Me encontraba con mis alumnos, su ojo izquierdo desmesuradamente abierto se asociaba a otros indicios locales de orbitopatía distiroidea… La martillada pregunta voló a mis labios en diversas ocasiones y la respuesta fue siempre la misma, -“No, que yo recuerde, no me ha ocurrido nada extraño…” contestaba y contestaba. Volvió a los quince días con algunos exámenes ordenados. Me dijo delante de todos que por favor le perdonara, pero que había olvidado “algunos detalles” ocurridos antes de su consulta inicial. Un día cualquiera iba en una buseta hacia su trabajo. En una esquina adyacente al Elevado de Maripérez vio a su hermana de pie y en bata de casa. ¡Qué extraño!, ella no vivía en esa vecindad –se dijo-. La distancia le impidió llamar su atención. ¿Cómo era posible que estuviera parada allí muy lejos de su residencia y en bata de casa, tan contrario a su forma de ser, siempre tan bien dispuesta…? Una vez llegado a su trabajo le comunicaron que habían llamado unos vecinos de su hermana quienes percibieron que algo anormal ocurría en la casa de aquella, pero que a sus llamados no abría la puerta. Inmediatamente se trasladó al lugar temiendo algo serio. Al abrir la puerta encontró una inenarrable y horrible escena… Su hermana muerta, tirada hacia un ángulo de la cocina en medio de un gran pozo de sangre, con la carne desgarrada en todo el cuerpo y el rostro totalmente desfigurado, comido por su perro rottweiler a quien paradójicamente, había amamantado con un tetero desde que era un
cachorro… ¿Cómo haber olvidado una experiencia tan horripilante…?


La Mona Lisa y retracción palpebral bilateral. Secuencia de los hechos en
nuestro último paciente (Dibujo realizado por nuestro alumno, Dr. Alfonso Del Giorno).

Aunque millones de personas sufren hipertiroidismo o enfermedad de Graves, suele decirse que sólo existe evidencia circunstancial de que el estrés45 pueda ser un factor causal, agravante o desencadenante. No ha sido esa mi experiencia en los pacientes 45 Se define estrés como una compleja reacción psico-fisiológica del cuerpo en la cual la homeostasis, o estado de armonía y fijeza del medio interno, se encuentra amenazado o trastornado.  que con mucha frecuencia atendemos los neuro-oftalmólogos. Si indagamos bien, pienso que vamos a encontrar sorpresas. Es de hacer notar que el Dr. Robert Graves (1797-1853), médico escocés que describiera la enfermedad, mencionó que algunos de sus pacientes habían tenido un evento estresante antes del inicio de los síntomas. Se ha propuesto una teoría según la cual una situación de estrés coloca al cuerpo en un ¨modo de supervivencia¨. El sistema hormonal no relacionado directamente con la inmediata sobrevida está desconectado, mientras que los sistemas que gobiernan el crecimiento, metabolismo, reproducción e inmunidad son afectados todos por este normalidad. Desafortunadamente, el cuerpo puede quedarse enganchado o pegado por decirlo de otra forma, en el ¨modo de supervivencia¨ condicionando la aparición de numerosas condiciones patológicas, y entre ellas la enfermedad de Graves.
La medicina moderna se ha vuelto cada vez más organicista, negando que los aspectos espirituales y emocionales se encuentran imbricados en toda queja y que el mismo paciente generalmente ya ha identificado pero que teme mencionar ante la indiferencia de quien lo escucha…

El complejo caso del paciente ¨AA¨

Arnobio Acaudalado Araujo estaba hecho un diablo de puro bravo. Tuve uno de esos retrasos que de tiempo en tiempo un médico no puede evitar… Los visitadores médicos me dicen que soy un ¨profesional secuestrable¨, me sorprendo creyendo que es porque suponen que tengo mucho dinero, pero no, se me adelantan para decirme que siempre llego por la misma puerta y a la misma hora tanto en el hospital como en mi consulta privada. La puntualidad atenta tantas veces contra nuestro oficio… Por otra parte, hay pacientes que necesitan más tiempo que otros, bien por la complejidad de su problema, bien por la carga de ansiedad que traen sobre sí y que es necesario buscarle un desahogo; bien, por lo enrevesado de su condición patológica que hasta podría matarlo…

Se encontraba muy irritado y como un león enjaulado copiaba sus propios pasos una y otra vez, de aquí para allá y de allá para acá mirando continuamente su Rolex de oro macizo, como si las agujas fueran a moverse al acelerado ritmo que imprimía su prisa interna, ¡Prisa para nada…! Sacó su agenda electrónica y miró las citas de la tarde. En apretada secuencia mostraba más compromisos que horas del día.

Era una tarde mansa y soleada, en la que el Cerro Ávila en todo su esplendor, paciente y sin prisas, se exponía magnificente al través del amplio ventanal de la sala de espera. El pulmón vegetal, ese colirio refrescante para la vista y la mente de quienes por milagro de la relajación podemos transportarnos hasta él y percibir el suave aroma de sus hierbas, sus eucaliptos y la pacífica brisa que desprende de la mente esas tendencias tanáticas, tan dañinas… El escape del tráfago con sus arroyos rumorosos en caída libre peñascos abajo, el canto melodioso de pájaros silvestres y la Cruz de los Palmeros brillando allá arriba para consuelo del alma apesadumbrada…

Pero él no parecía ver el espectáculo que se desplegaba a pocos metros de su pujo; para él, cual miope imaginario, todo parecía borroso, como fuera de foco, pues hacía mucho tiempo que se había desinteresado por las cosas sencillas y verdaderas, por las bellezas de su propio entorno. ¡No había tiempo para esas necedades! – ¨¿Cómo es posible que este doctor me haga esperar? ¿Quién se creerá que es? En esta necia espera he perdido cientos de miles de bolívares fuertes, euros, dólares, por eso prefiero los médicos de Miami. Van al grano de los exámenes complementarios sin hablar tanta pendejada con el paciente…¨.

No imaginaba lo que me esperaba… Traspasó lívido el umbral de mi puerta; una ira pobremente disimulada lo embargaba, no fijaba la mirada en mis ojos y parpadeaba con insólita rapidez secándose la frente perlina y tragándose su boca seca. Me reiteró con el verbo la prisa que su aspecto traslucía. En sucesión y para comenzar profirió varias pesadeces que sin éxito trató de adornar ante mi cara acostumbrada. Casi no podía creer que yo le tomara algunos datos de filiación, que, a su manera de ver, bien hubieran podido ser tomados por mi secretaria para ganar tiempo e ir al grano y de inmediato.

Olvidaba que en la consulta médica todo tiene un sentido, un significado: conocer al otro al tiempo que se activa el contrato médico-paciente que propende a la sanación, de paso descubrir cuáles son las áreas de reparo donde aquél pueda indagar y luego ir a buscar al malandrín en su madriguera. Todo lo que el médico hace o deja de hacer tiene al unísono, una connotación diagnóstica y terapéutica mostrando calma ante la prisa del otro, trasluciendo sosiego ante las más crudas revelaciones del semejante, procediendo despacio cuando la propia prisa interna parece obligarnos a ir más rápido, escuchando con paciencia la impaciencia del entrevistado. En fin, hacer las cosas como deben ser realizadas. Tú y yo solos en humana comunión, como si no hubiera otros esperando….

Colocó tres teléfonos celulares en sucesión sobre mi escritorio… ¡Mala señal! –pensé-; se echó hacia atrás en el asiento, muy bien vestido: flux azul de tenues rayitas blancas, camisa beige de listas azules verticales y cuello de blanco impoluto, corbata con pintas modernas y nudo breve, suave perfume, uñas pulidas y esmaltadas, relucientes zapatos negros de moticas. No pudo mantener por mucho tiempo esa posición, se tiró hacia adelante sentándose en el borde de la silla y se vino hacia mí para apoyar un codo sobre mi escritorio, cuando con la otra mano golpeaba rítmicamente la madera simulando una cadencia de galope a media rienda. Así era él, un caballo echado al galope de la vida con su facies tiesa, moviendo los músculos de su cara al tiempo que músculos atávicos hacía que sus orejas también se movieran cuando fruncía el ceño.

Entre otros, alto ejecutivo bancario por no decir uno de sus dueños, ¡fiel creyente del Time is Money !, querido dinero que tendría que dejar atrás o de lado ante la urgencia de una enfermedad o cuando fuera llamado a definitivo juicio. ¡Qué lástima! Nada podría llevarse, ni tampoco presenciar las peleas a cuchillo de su familia por una tajada más grande.

Continuamente competía conmigo aún en momentos en los que le ofrecía consejos sobre su salud, siempre quería ganar demostrándome que el cigarrillo a él no le hacía daño, que el sobrepeso le daba un aire de vencedor y que no tenía tiempo para esa bobada que llaman ejercicio. Interrumpía la conversación a cada rato con un ¡perdón!, para oírse él mismo sus palabras… y cuando hablaba daba la impresión de encontrarse a kilómetros de distancia, pensando tal vez más en las citas perdidas que en su propia salud.

  Por cierto, Arnobio era un muestrario de enfermedades: ateroesclerosis coronaria complicada de infarto acaecido durante una discusión entre altos ejecutivos[1], triglicéridos y colesterol malo elevados, el colesterol bueno, muy bajo, hígado graso, ácido úrico elevado e hipertensión arterial mal controlada, porque desafiante me dijo, ¨yo no siento nada¨. Sus acompañantes electrónicos, no invitados e imprudentes, símbolos del estatus, chillaban desconsiderados en diversos timbres y a la vez: ¨Llámame más tarde que estoy con el médico¨ -decía- ignorando el aviso apagar el celular a la entrada del despacho. ¡Aquel hombre, en su grandeza inventada, movía a piedad y lástima! Arriesgaba su salud, su hogar y los pequeños placeres de la vida por ganar más dinero, por ser un hombre exitoso. Al examinarle no quiso quitarse los pantalones, aún menos se dejó realizar un tacto rectal, su índice de masa corporal y su circunferencia abdominal, tan sencillos en su búsqueda como son, gritaban de un malestar corporal no sintomático; por ahora, los 9/10 de su iceberg somático estaban sumergidos, y allí precisamente se cocinaba una tragedia…

Al escribir mis notas mostró una suprema impaciencia: casi quería saltar sobre mí, ocupar mi asiento y acelerar mis dedos sobre el teclado… Cuando le cobré, sonriendo en forma sarcástica extrajo unos pocos billetes de un fajo que traía en su bolsillo y al estricote los zumbó sin ninguna cortesía sobre mi escritorio; ¨Eso es para mí una propina¨ –masculló-.

Primera, única y última consulta… No hubo feeling, no hubo química, no hubo conexión, estaba muy defendido; en fin, minutos frustrantes para ambos; él los olvidaría de inmediato; a mí me harían meditar sobre mí mismo y mi circunstancia, porque podemos y debemos aprender de los pacientes, con sus triunfos, penas y dolores…

[1] Por cierto, el eminente cirujano escocés, John Hunter (1728-1793) era sufriente de una angina de pecho y hombre de pocas pulgas y por cualquier cosa se sulfuraba. Acaecióle que durante una discusión entre colegas estalló en cólera, se desplomó y murió en brazos de uno de ellos. Por cierto, que su caso trajo a la luz la fuerte influencia de las emociones sobre el corazón…

Arnobio era un fiel ejemplo de lo que Friedman y Rosenman[1] (1959) describieron como Personalidad tipo A, caracterizada por una intensa y desmedida ambición, fuerte competitividad, preocupación constante por las fechas límites, orientación decididamente competitiva, impaciencia, urgencia de tiempo, ira y hostilidad. Aquellas otras personas que carecían de esas taras, se les llamó de Personalidad tipo B; pues bien, de acuerdo a su estudio, en el tipo A, la incidencia de enfermedad coronaria era siete veces mayor que en los del tipo B. Desde entonces han aparecido artículos conflictivos sobre esta personalidad y su relación con enfermedad coronaria.

  En 1981 un panel auspiciado por los Institutos Nacionales de Salud de USA[2] concluyeron que la personalidad tipo A constituía un factor de riesgo independiente, siendo de similar magnitud al correspondiente al tabaquismo, hipercolesterolemia o hipertensión arterial. En 1985 miembros del Multicenter Post-Infarction Research Group arguyeron que no había evidencia uniforme para sustentar la relación patógena de la personalidad tipo A o el efecto protector de la personalidad tipo B. La controversia creció en 1993 cuando Lachar[3] sugirió que el comportamiento propenso a enfermedad coronaria y el paciente tipo A, no eran sinónimos y no debían ser mirados como ¨orientados hacia el logro y considerados como trabajólicos (workaholic)¨; a la inversa, este tipo de comportamiento parecía incluir una reactividad fisiológica y emocional particular a situaciones desafiantes, especialmente aquellas que inducían a rabia, cinismo, desconfianza u hostilidad. En 1996, Denollet y cols.[4], introdujeron el tipo de personalidad tipo C como indicativo de fuerte factor de riesgo coronario y además relacionado con la eclosión de un cáncer al mostrar desesperanza, indefensión, sentimientos depresivos y respuesta al estrés con represión.

 Un nuevo tipo de personalidad denominada D, es aquella del paciente angustiado o ¨distressed¨, está marcada por las emociones negativas crónicas, el pesimismo y la inhibición social. Este perfil de personalidad se determina utilizando un cuestionario breve de 14 aspectos que mide la inhibición social y el estado global del ánimo. Los pacientes responden a frases como «soy una persona cerrada» y «me siento infeliz con frecuencia». Los investigadores descubrieron que los pacientes cardíacos Tipo D tienen tendencia a experimentar emociones negativas, a inhibir su expresión y un riesgo de muerte cuatro veces mayor  comparado con quien no la tiene y tres veces más de incidentes cardiovasculares como enfermedad arterial periférica, angioplastia o bypass, insuficiencia cardíaca, trasplante cardíaco, infarto del miocardio o muerte.

Asentaron, «Los pacientes Tipo D tienden a sufrir mayores niveles de ansiedad, irritación y estado depresivo en todas las situaciones y épocas y no comparten estas emociones con los otros por miedo a su desaprobación». Con independencia de los factores de riesgo médicos tradicionales, se halló que la personalidad Tipo D predice la mortalidad y la morbilidad en estos pacientes.

En 1999, Rozanski y cols.[5], revisaron en forma extensa el impacto de los factores psicológicos en la patogénesis de la enfermedad coronaria. Concluyeron que diversos estresores psicosociales mediaban la condición cardiovascular a través de un complejo de hiperactividad simpática que incrementaba la génesis de arritmias, actividad de procoagulantes además de favorecer una ateroesclerosis acelerada.

Por otra parte, Friedman y cols. ([6],[7]), sostuvieron que una modificación en estos rasgos de personalidad, podrían tener algún impacto en la recurrencia de un infarto. Sin embargo, en un editorial de The Lancet de 1981[8], se advierte que ¨realizar cambios sustanciales en pacientes con Personalidad tipo A, puede resultar en un descenso en su estatus personal, en el desempeño en el trabajo, en la estima de sus colegas y aún en el ingreso personal¨. Tal vez quiera todo esto decir que el tema aún necesita de alguna clarificación y que la personalidad tipo D ha desplazado al tipo A como factor dominante de riesgo para enfermedad coronaria.  

 

[1] Friedman M, Rosenman RH. Association of specific overt behavior pattern with blood and cardiovascular findings: Blood cholesterol level, blood clotting time, incidence of arcus senilis and clinical coronary artery disease. JAMA. 1959;169:1286-1296.

[2] Coronary-prone behavior and coronary heart disease: A critical review. The review panel on coronary-prone behavior and coronary heart disease. Circulation. 1981;63:1199-1215.

[3] Lachar BL. Coronary-prone behavior. Type A behavior revisited. Tex Heart Inst. 1993;20:143-151.

[4].  Denollet J, Sys SU, Stroobant N, Rombouts H, Cillebert TC, et al. Personality as independent predictor of longterm mortality in patients with coronary heart disease. Lancet. 1996;347:417-421.

[5]. Rozanski A, Blumenthal JA, Kaplan J. Impact of psychological factors on the pathogenesis of cardiovascular disease and implications for therapy. Circulation. 1999;99:2192-2217.

[6] Friedman M, Thorensen CE, Gill JJ, Powell LH, Ulmer D, Thompson L, et al. Alteration of type A behavior and reduction in cardiac recurrences in postmyocardial infarction patients. Am Heart J. 1984;108:237-248.

[7] Friedman M, Breal WS, Goodwin ML, Sparagon BJ, Ghandour G, Fleischmann N. Effect of type A behavioral counseling on frequency of episodes of silent myocardial ischemia in coronary patients. Am Hear J. 1996;132:933-937.

[8] Are we killing ourselves or not? Lancet. 1981; 2:669-670.

¿Y es que conocer toda esta gama de personalidades puede ayudar en la asistencia terapéutica de nuestros pacientes? La verdad es que como expresó el gran clínico francés Armand Trousseau (1801-1867), ¨No hay enfermedades, sólo enfermos¨, y que los modos de enfermar dependen de factores corporales, médicos, genéticos y epigenéticos, biopsicosociales y aunque a menudo se olvide o se niegue, del devenir patobiográficos de un sujeto en particular; por ello, aconsejo a mis alumnos elaborar sus historias clínicas teniendo en cuenta, además de los posibles hechos patológicos o intervenciones quirúrgicas, antecedentes familiares y personales patológicos, sus circunstancias personales. Buscar en detalles de la vida del enfermo las pistas que pudieran dar luces a la génesis de sus dolencias, premisa sin la cual no es posible conectarse con el enfermo tras la enfermedad y encontrar un tratamiento adecuado. En fin, adoptar una visión antropocéntrica de la medicina en la que todo gira en derredor del paciente y su circunstancia, una medicina personalizada que centra los diagnósticos y tratamientos en las particularidades biológicas, fisiológicas, metabólicas y patobiográficas de cada enfermo.

Elogio del amor de pareja: El definitivo y solidario adiós de unos amantes…

¿Qué es la vida? Un frenesí.

 ¿Qué es la vida?  Una ilusión, una sombra, una ficción;

y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño,

 y los sueños, solo sueños son.

Calderón de la Barca  (1636-1673)

 

El siglo XIII desveló la triste historia del amor de Isabel de Segura y Diego Martínez de Marcilla, los Amantes de Teruel. Él, segundo hijo varón de su familia, joven de buenas prendas, no tenía derechos de herencia; ella, única hija de una de las casas más ricas de la ciudad. Bajo estas condiciones, su amor solo podía hacerse efectivo si era capaz de lograr las riquezas suficientes como para aportar la dote que la familia de Isabel demandaba. El padre de aquella le concedió a Diego un plazo de cinco años para lograr tal fin. Con la promesa de volver rico, Diego se unió como soldado de fortuna a las tropas cristianas que luchaban contra la invasión musulmana. En el ínterin, Isabel esperaba ansiosa en Teruel, rechazando las propuestas de los nobles de la ciudad y distrayendo los deseos de su padre de que contrajera matrimonio en el término de la distancia.

Hecho efectivo el plazo concedido y sin noticias de su amante, Isabel, presumiendo la muerte de Diego contrajo matrimonio sin saber que llegaría a la ciudad al día siguiente repleto de riquezas; peleando contra los moros, pasados cinco años habría ganado cien mil sueldos. Al conocer que su amada había sido desposada por otro, tan sólo se atrevió a pedirle un primer y último beso. Dada su condición de mujer casada, ella se lo negó, y él, ante tal desprecio, cayó fulminado al piso.

Al día siguiente y en sus funerales, rumiando su desgracia, Isabel se acercó al cuerpo sin vida de su amado y, como reza la tradición, «le dio en muerte el beso que le había negado en vida», para morir de inmediato a su lado. Conocida su historia, los restos de los amantes fueron enterrados juntos en una de las capillas de la Iglesia de San Pedro. En la actualidad, los restos de los Amantes de Teruel son honrados en el Mausoleo del mismo nombre, en un espacio museístico y de interpretación anexo a la Iglesia. Como recordatorio de la tradición, desde 1996 se celebra en Teruel, la festividad de Las Bodas de Isabel de Segura.

Don Aziz Muci Abraham, mi tío Aziz, nació en Rammah, Akkar, Monte Líbano norte bajo los auspicios de milenarios cedros y la suave brisa del Mediterráneo; partió muy joven y lleno de ilusiones al Nuevo Mundo para juntarse con sus hermanos mayores José y Salomón y radicarse en Valencia, Venezuela. Llegó a esta tierra de gracia en 1921 cuando contaba 21 años. A diferencia de sus hermanos, que no tuvieron ninguna, obtuvo educación gracias a la solidaridad y el apoyo económico que aquellos le brindaron. Estudió con ahínco y seriedad, y alcanzó tanta estatura cultural como para que se le conociese y apreciase en las repúblicas de Centro y Sur América en razón de ser el Fundador y director de la ¨Revista Oriente¨, que ¨sostenía como ideal y como lema la divulgación de la historia y cultura árabes, en una labor de acercamiento hacia los pueblos latinoamericanos¨. De ella se editaban mensualmente cerca de mil ejemplares, la mayoría distribuidos gratuitamente y otros podían obtenerse por subscripción. En ella podían hallarse medulosos trabajos literarios[1] algunos de los cuales tuvieron gran resonancia entre la colonia líbano-siria de aquél entonces. También ideó y condujo un programa radial dominical de una hora de duración por Radio Valencia, llamado ¨Melodías Orientales¨, en la cual se dedicó a la difusión de asuntos orientales, música árabe, poemarios, pensamientos de Gibran Jalil Gibran (1883-1930)[2], noticias de la colonia libanesa y presentación de prominentes figuras del mundo árabe que le visitaban. Los costes de esas actividades eran cubiertas de su peculio particular obtenido por virtud de su esfuerzo y de su fina intuición comercial.

Sirva este preámbulo como introito a la verídica anécdota que narro a continuación.

[1] Curiosamente, mi tío dedicó algunos artículos a la contribución de los árabes en la Historia de la Medicina, por ejemplo, Averroes, Rhazes, Avenzóar y Maimónides.

[2] También conocido como Khalil Gibran (1883-1930) fue un libanés de América, artista, poeta y escritor. Nacido en la ciudad de Bisharri hoy día  El Líbano (entonces parte del Imperio Otomano Monte Líbano Mutasarrifate ); siendo un hombre joven emigró con su familia a los Estados Unidos, donde estudió arte y comenzó su carrera literaria.  Es sobre todo conocido en el mundo de habla inglesa a través de su libro El Profeta,  1923, uno de los primeros ejemplos de ficción inspirada, incluyendo una serie de ensayos filosóficos escritos en poética prosa inglesa. El libro se vendió bien a pesar de la fría recepción de la crítica, y se hizo muy popular en la en la década de 1960, de la contracultura . Gibran es el tercer poeta más vendido de todos los tiempos, detrás de Shakespeare  y de Lao-Tsé.

Siendo mi día muy largo, me encontraba al mediodía recostado en cama tratando de descansar antes de comenzar mi segunda faena, mi consulta privada vespertina. En la consulta matutina del Hospital Vargas, atendiendo desde muy temprano pacientes neurooftalmológicos con oftalmólogos y fellows, y luego, discutiendo los problemas de mis pacientes con problemas sistémicos en la Sala 3 del Servicio de Medicina 2 del Hospital Vargas de Caracas con mis alumnos de pregrado, residentes de medicina interna y adjuntos. Ese ajetreo que me hacía pensar en esos otros que tienen un segundo frente al cual tienen que atender y en otra casa… y al llegar a la propia con los cartuchos quemados, no tienen nada que ofrecer a la verdadera. Estaba en una plácida y reparadora siesta, cuando sonó el teléfono con aire implorante; mi esposa tomó el auricular y me lo llevó para decirme que mi único tío paterno sobreviviente, me llamaba con urgencia. A través del auricular su voz era tremulosa, sollozante e indecisa, muy diferente a la suya habitual, fuerte, decidida y enérgica.

– “Algo le ha pasado a su tía… no logro despertarla, le ruego que venga de inmediato a verla…”.

En vista de que ya era la hora del comienzo de mi consulta y presintiendo algo grave, le pedí a Graciela mi esposa que me acompañara. A pesar de la hora del día, nos tomó poco tiempo en llegar a Los Naranjos de Las Mercedes donde asentaba el edificio de su residencia. La criada que los acompañaba desde hacía largos años había salido a hacer una diligencia, así que en esos momentos estaban solos los dos. Mi tío nos abrió la puerta con aire de gran penuria y confusión. Dormían en habitaciones separadas.

–“Nos recostamos después del almuerzo, sentí algo extraño y entré a su cuarto, parecía pedirme algo. Le traje un vaso de agua y al levantarle la cabeza no logró beberlo…¨

Entré a la estancia. Compartiendo espacio con santos cristianos pude observar cuadros con temas budistas y una lámpara votiva ardiendo… Lo que me había temido; mi tía estaba tendida boca arriba, el cutis alabastrino, los labios pálidos, la nariz perfilada, iniciando la lividez de la muerte…

– “¿¡Cómo está mijo…!? ¿¡Por qué no me responde…!?, repetía mi tío, una y otra vez desde el dintel de la puerta apurando una respuesta. Tragué grueso y le dije con lágrimas en los ojos y voz entrecortada,

 – “Tío, no nos responde porque está muerta…”

-“¿¡Cómo que muerta!? ¡Eso no puede ser… -me repetía una y otra vez muy alterado apagándose cada vez más entre sollozos el timbre de su voz-, yo tenía que morir primero, teníamos un compromiso, eso no puede ser…, eso no puede ser…, ella no debió hacerme eso!”.

-“Lo lamento mucho, tío, pero mi tía está muerta…”

Nunca le había visto así, llorando como un niño, perdida su proverbial compostura, destrozado, acabado, caminando de un lado a otro, desbaratado, sin dirección ni destino, como un pájaro con un ala rota, tal vez sintiendo que no solo sufría por su muerte, sino también por la pérdida de la garante de su autoestima y de su propia identidad, de la privación de su amistad, de su soporte y sus mimos…

Mi tío Aziz era el menor de los hermanos varones de mi papá. Su vida era frugal y la honestidad y recio carácter eran su emblema…, vestía sobria y correctamente; a pesar de sus ochenta y pico caminaba erguido todos los días con ágiles trancos, llevando consigo un elegante bastón cuya empuñadura era una cabeza de perro de marfil adosada a una grácil caña terminada en una contera de goma. Había sido un regalo de mi padre cierta vez que mi tío tuvo una afección en una rodilla. Todo él con muy poca o ninguna enfermedad conocida a cuestas, se mantenía en muy buena forma. Nada hacía pensar que su vida estuviera en riesgo y hasta una longevidad aún más fértil podía serle asegurada…

Llamé a mi consultorio para cancelar la consulta, pero mi secretaria me dijo que había dos pacientes que habían viajado desde el interior, uno de Ciudad Bolívar y otro desde Carúpano en el Estado Sucre y a los cuales no podía dejar de ver. Le ordené que cancelara los enfermos locales que yo iría luego de solucionada la emergencia. Le pedí a Graciela que le acompañara y llamara a Balkis su única hija, que vivía en Maracay. Me comunicaba con ella a cada rato y al cabo de una hora ya había llegado su hija. En algún momento aquella me llamó para decirme que notaba que el pulso de su papá se había tornado rápido, irregular y con largas pausas.

– “Tráelo de inmediato a la Clínica, -le dije-, en la casa muy poco o nada puedo hacer por él”.

Minutos más tarde me llamó de nuevo para decirme que consultado mi tío acerca de mi deseo, él le dijo no quería ser movido del lado de Chichí –como cariñosamente llamaba a su esposa-, que ¨él moriría allí… a su lado…¨.

–“Ya salgo para allá…” -le respondí-.

Mientras me preparaba para abandonar mi consultorio recibí una nueva llamada,

-“No te apures primo, mi papá acaba de fallecer…”

En la funeraria esa noche, lado a lado, cuerpo a cuerpo, como siempre habían estado, como Los Amantes de Teruel, como siempre había sido, reposaban en dos féretros similares: dos catafalcos con sus cuerpos yertos, mi tío Aziz y a su diestra, su amada Chichí…

¿Qué había pasado? Algunos decían que mi tía se lo había llevado…, otros que una simple coincidencia, otros, en fin, que le había llegado su momento. Por mi parte, pienso que efectivamente se encontraban tan amalgamados el uno al otro, que eran una sola carne y que la suya no fue otra cosa que una hermosa forma de morir, repentinamente, sin dolor físico y al lado del objeto por siempre amado…

 

Utilizando la ¨Escala de Reajuste Social¨ elaborada por Thomas Holmes y Richard Rahe[1], es posible detectar el grado de severidad del estrés que sufre un ser humano. A través de ella se pueden consultar los cambios significativos que una persona ha experimentado en los últimos 12 meses de su vida y que han podido incidir en su situación mental o física. Como puede verse, la muerte del cónyuge ocupa el primer lugar… ¿Cómo extrañarse de tan súbito, severo y tan desbocado estrés…?

La pérdida del cónyuge amado es una de las experiencias más trágicas, dolorosas y conmovedoras por las que un ser humano pueda transitar; es la detención del mundo alrededor, es la nada, más aún si ocurre en forma imprevista, impensada y súbita… El impacto de la pérdida, deja al otro completamente entumecido, paralizado, en estado de choque… La pérdida de un ser querido, pero particularmente de la pareja, cambia toda la vida, sobre todo cuando ese ser querido también era el mejor amigo, el fiable confidente, el único amante, el que anticipaba tus deseos y estaba siempre presto a complacerlos. Desde ese momento ya todo será diferente, ya nada será igual, una bruma de espesa tristeza invadirá tu ambiente y tu ser total, puedes sentirte perdido, atascado e incómodo al momento de tomar decisiones, incluso las más insignificantes. La muerte de tu cónyuge te dejará preguntándote, ¿quién y qué soy yo ahora? ¿qué voy a hacer? ¿por qué siento que dos menos uno es igual a cero? El enojo y la culpa serán emociones comunes, enojado con Dios, con el cónyuge ido, con la familia o con todas las demás personas. También el enojo se volverá contra ti mismo. Retumban en la cabeza el “si solo…”, y los “si yo hubiera…”, produciendo un gran dolor y manojos de agrias dudas e incertidumbres. Luego, el sentimiento de culpa acompañará o seguirá al enojo. Sentirás deseos de apartarte de los demás y solo buscarás la soledad. Pero debemos saber que, así como una herida cura con el tiempo, el dolor emocional a la larga, también sana y aunque sus imborrables cicatrices permanecerán siempre dolorosas, te dejarán seguir viviendo. La mayoría de las personas que experimentan una gran pérdida, después de un tiempo, y en cualquier caso, encuentran una manera de retomar sus vidas, y de nuevo llevar vidas intensas, plenas y significativas,

[1]  Available in: URL: http://en.wikipedia.org/wiki/Holmes_and_Rahe_stress_scale. Accessed, april 16, 2016.

 

¡Qué pena, el amor siamés de mi tío nunca habría de permitírselo…!

 

 “La dama más celebrada,
lazo en que todos cayeron,
ella y ellos, di, ¿qué fueron
sino tierra, polvo y nada?
¡Oh limitada jornada,
oh frágil naturaleza!
La humildad y la grandeza
todo en nada se resuelve:
es de tierra y a ella vuelve,
y así, acaba en lo que empieza”.

Calderón de la Barca (1636-1673)