Tuve muchos profesores en la Facultad de Medicina de la Universidad Central de Venezuela; algunos muy deficientes y otros insignes. A todos debo agradecimiento y presencia en mi memoria; los unos porque me enseñaron lo que no debía hacerse; los otros porque me prestaron sus hombros para que, de pie sobre ellos, fuera capaz de elevarme y ver más lejos con gratitud, sin envidias ni egoísmos. Tal fue el caso de mi profesor y maestro, el doctor Pedro Luis Ponce Ducharne…, fallecido en fecha reciente tras una corta enfermedad aguda a los 93 años en perfecta lucidez mental y actividad creadora.
Previamente, el 21 de mayo de 2015, con motivo de la entrega de la condecoración ¨Medalla de la Academia Nacional de Medicina de Venezuela¨, me permití elogiar su consecuencia, su influencia en la medicina nacional, particularmente en el área que le fue asignada por el destino: las ciencias neurológicas.
Algunos meses antes de su fallecimiento, le escribí a su hija médica, mi antigua alumna, doctora Elvira Ponce León, pidiéndole me suministrara algunos datos acerca de su vida. Pasaron algunas semanas para que recibiera el texto que a continuación publicaré íntegro, tal como fue escrito y me fue enviado.
Lo más extraordinario fue que su padre, aún saludable y con excepcional claridad mental, tuvo la ocasión de leerlo y manifestarle con lágrimas en los ojos, lo hondo que había llegado ese documento de amor de una hija a su progenitor…
Corto tiempo después falleció viendo cumplido su fructífero ciclo vital…
«Mis Padres
Hace más de setenta años mis padres Celina León y Pedro Luis Ponce Ducharne tuvieron la fortuna de conocerse cuando mi padre, instructor de la Cátedra de Anatomía de la Facultad de Medicina de la Universidad Central de Venezuela, daba demostraciones a mi madre en la sala de disecciones. Los estudiantes compañeros de mi madre, se divertían cambiándola de extremo a extremo de la mesa de disección para demostrarle que él no tenía ojos sino para ella. El acercamiento continuó a través de su interés por la música y las idas y venidas a cantar, el tenor y ella soprano, en el Orfeón Universitario de la UCV. Finalmente decidieron consolidar sus destinos en un sólido matrimonio de más de 70 años compartido entre labores de familia, actividades pioneras en el campo profesional y en Orfeonistas de Siempre.
Mi padre ha sido para mí una inspiración. Desde una muy temprana edad fue la persona que me hizo disfrutar de las cosas sencillas de la vida, como por ejemplo el oler una flor de jazmín cuando era niña. Siempre ha sido una imagen reconfortante que invitaba a aprender y aceptar las cosas de una manera positiva encontrando lo bueno aún en las peores circunstancias, pero a la vez empujándome con su ejemplo a superarme. Su estoicismo, quizás familiar, fue pasado a través de generaciones de Cumaneses que perdieron prematuramente a sus esposas pasando las crías al cuidado del padre, tías, y cualquier otro familiar, los cuales terminaron juntando sus familias para ayudarse los unos a los otros.
Mi padre perdió a su madre al principio de su adolescencia, pero nunca le faltó el amor de la familia o el estímulo de su padre y el ejemplo de su hermano mayor para seguir sus estudios de Medicina. Su curiosidad científica me hipnotizó y me maravillaba su desprendimiento, su generosidad y su compromiso con la comunidad. Por ejemplo, su servicio anual en el remoto pueblo de Aricagua, estado Sucre, donde periódicamente llevaba cajas de muestras gratuitas de medicinas y junto a su hermano Luis Delfín, especialista en cirugía, prestaba atención médica a personas indigentes durante sus vacaciones. Parte del hipnotismo y mi reclutamiento temprano hacia la profesión médica continuaba cuando nos llevaba los fines de semana a pasar revista médica en el laboratorio de electroencefalografía en el Instituto Diagnóstico. Vestidos con batas de médico de adultos que arrastraban por el piso, lo acompañábamos a supervisar el trabajo que hacían las técnicas de estudios de electroencefalográfico durante el sueño antes de emprender las actividades de playa. Cumplía con su labor médica sin descuidar a los pequeños asegurándose que estuvieran expuestos a estímulos de avanzada y antes de continuar con la actividad física, ¨mens sana in corpore sano¨.
Se formó como neurólogo y especialista en electroencefalografía en la Habana, Cuba, y no limitó su conocimiento a la práctica del encefalograma clínico e interpretación de sus resultados, sino que también se adentró en el laberinto del cableado, calibración y ensamblaje de electrodos. No solamente introdujo la técnica en Venezuela, y recopiló con precisión y reproducibilidad los bellos trazados electroencefalográficos que aclaraban el misterio de la localización de actividades aberrantes cerebrales en pacientes epilépticos y que hoy en día han perdido fidelidad y claridad con la automatización, sino que también con increíble capacidad, reparó y mantuvo en funcionamiento estas maquinarias sin requerir onerosos pagos de técnicos extranjeros para estas reparaciones o el reemplazo de estos equipos para beneficio del Hospital Vargas y sus pacientes. De la misma manera, reparaba su carro y cualquier artefacto eléctrico o electrónico que le pasara por las manos.
Introdujo y formó escuela con otras técnicas neurofisiológicas tales como la electromiografía, el estudio de la velocidad de conducción nerviosa, los potenciales evocadas y el estudio computarizado de la actividad electroencefalográfica (mapa cerebral). También fue pionero de estudios neuro radiológicos plasmados en imágenes tales como la angiografía carotídea y cerebral, o la utilización de métodos diagnósticos como la neumoencefalografía, la gammagrafía cerebral, tomografía computarizada y la resonancia magnética. Siempre en la vanguardia fue uno de los primeros en el uso del computador en la práctica médica diaria y escribió programas en DOS para llevar registros médicos. Se convirtió en un campeón del uso de Skype el cual promocionó entre sus hijos y nietos para mantener la comunicación con aquellos que quería mantener cerca porque estaban en el extranjero. Y en tiempos más recientes, a los 96 años de edad, se comunica con familiares y amigos por Facebook y WhatsApp. Su espíritu luchador lo ha sacado del paso en muchos malos ratos de salud y confiesa con su buen humor característico, que no se siente que tiene 96 años. Todavía mantiene su equipo de trabajo en electroencefalografía el cual reporta electroencefalogramas religiosamente.
Su interés por la investigación lo llevó a publicaciones internacionales pioneras epidemiológicas en las que destacó el estudio sobre el efecto tóxico sobre el sistema nervioso central en rociadores de Dieldrin de las cuales probablemente muy pocos neurólogos contemporáneos habrán oído; primero, porque el Dieldrin no está en uso; pero, en segundo lugar, porque en el año 1957, no existía la difusión de información con la que contamos hoy en día. De la misma manera estas y otras publicaciones epidemiológicas se pueden encontrar en archivos de la Organización Panamericana de la Salud acerca de la incidencia de enfermedades neurológicas en Venezuela, resultado de su trabajo durante la jefatura del Departamento de Enfermedades Neurológicas del Ministerio de Sanidad y Asistencia Social. Y así, otras numerosas comunicaciones médicas las cuales ha sido difícil de seguirle el rastro pero que han transcendido a través de sus enseñanzas en el campo de la neurología.
Más adelante, entre otras posiciones importantes, fue fundador y jefe del Servicio de Neurología del Hospital Vargas de Caracas y de la Cátedra de Neurología Clínica de la Escuela José María Vargas en el Hospital Vargas en las cuales profesó con pasión y muchas veces con financiamiento personal, con desprendimiento absoluto y sin aspavientos, el ejercicio de su profesión. Con un grupo de prominentes especialistas también emprendió el desarrollo de Hospitales privados tales como la Clínica Rafael Rangel y el Instituto Diagnóstico donde ejerció su práctica privada innovadora en neurología.
Su labor pionera en el campo de la Neurología y Neurofisiología en Venezuela y Latinoamérica es reconocida y ha sido honrado con Congresos nacionales e internacionales que han llevado su nombre. Recientemente fue reconocido por la Academia Americana de Neurología como Miembro Honorario (1 de 60 personas). Fue Delegado Oficial de la Sociedad Venezolana de Neurología y Psiquiatría ante la Federación Mundial de Neurología llegando a ocupar el cargo de vicepresidente. Su labor ha sido reconocida por la Academia Nacional de Medicina en Venezuela quien le otorgó la condecoración que lleva el nombre de la Corporación. También ha recibido condecoraciones tales como la Orden Francisco de Miranda, Diego de Lozada, Gobernación del Distrito Federal, Gran Mariscal de Ayacucho y José María Vargas por su labor médica y docente. Sin embargo, creo que su mayor satisfacción es ver la Escuela que ha creado, el pase de ¨batón¨ y la continuidad de la tarea que empezó.
Desde el principio, todas estas aventuras las emprendió de la mano de mi madre Celina, quien redoblaba la fuerza y entusiasmo de mi padre, entregándose juntos a una misma tarea. Esto incluyó no sólo labores profesionales sino la crianza de tres hijos. A pesar de la cultura mantuana que mantenía a las mujeres atadas solamente a la casa y el cuidado de los hijos, mi mamá pudo compaginar el deber hogareño con su formación profesional y siempre mantuvo un buen círculo de familiares y amigos para ellos y para nosotros, para el bienestar mental de todos. Nos dedicó un año completo a cada uno después de nuestro nacimiento. Con muchísimo esmero y cumpliendo con el contexto social y educativo del momento, nos crió, se mantuvo al tanto de nuestra educación y mantuvo el balance familiar mientras terminaba su carrera de medicina.
Todavía su libro de texto de Anatomía Humana de Testut y Latarjet conserva algunos de mis primeros jeroglíficos. Pero ella no se iba a quedar solamente con un grado insípido de médico, y con el apoyo de mi papá en todo momento, emprendería posgrados de psiquiatría y neurología convirtiéndose en la primer mujer neuróloga en Venezuela. Su labor es clara en la formación y consolidación del Departamento de Neurología del Hospital Vargas, así como su labor docente en la Cátedra de Neurología de la Escuela de Medicina José María Vargas y la Fundación de la Sociedad de Psiquiatría y del Instituto Nacional de Psiquiatría Infantil (INAPSI).
Simultáneamente, siguió la crianza de los niños hasta convertirlos en médico (Elvira), arquitecto (Celina) e ingeniero (Pedro Luis) y sus enseñanzas han pasado de generación en generación a los nietos: Carolina (odontóloga y compañera de consultorio), Margarita (Arte y Diseño Gráfico), Celina (Relaciones Internacionales y Política Pública), Álvaro Luis (Ingeniería), Pedro Luis (Ingeniería de sistemas) y Fernando (Abogado), y a los 7 bisnietos entre los 2 y los 13 años.
Pero en este dueto inseparable, aunque cada uno brillaba en espacio propio, el todo siempre fue más que la suma de las partes debido a la coordinación que sólo mi mamá, excelente organizadora de equipo y ejecutora podía lograr. Siempre ocupada todo lo que organizaba marchaba como un reloj y todo esto lo hacía e impecablemente vestida de pies a cabeza a toda hora. Realmente es difícil pensar en Pedro Luis y Celina, mis Padres, de manera individual. Son, en todas sus facetas, los compañeros que emprendieron el camino juntos, llegaron al frente de batalla juntos, y juntos se han mantenido a través de todos los altibajos de la vida.
Crecí pensando que lo que veía era la norma y no me di cuenta hasta entrar en la Escuela de Medicina que mis padres eran excepcionales y que había por lo tanto crecido en un ambiente humano privilegiado de experiencias, vivencias y camaradería que fue el crisol de proezas heroicas para empezar a mover la frontera de las neurociencias en una Venezuela que empezaba a liberarse de estándares ideológicos y crear su propia identidad.
Me dieron la guía para desarrollar independencia de pensamiento, me cuestionaron a cada paso para forzarme a pensar lógicamente, me apoyaron cuando les seguí los pasos en la Escuela de Medicina, pero también me apoyaron cuando seguí caminos menos transitados para otros: la Educación Médica, la Investigación Científica, y el descubrimiento y desarrollo experimental de terapias para enfermedades raras. De la misma manera y con el mismo énfasis y acierto, han guiado a mis hermanos los cuales por preferencia personal nunca se acercaron a aquel trayecto que Pedro Luis y Celina conocen tan bien, la Medicina.
Creo que puedo decir con simples palabras que este par no tiene par y que hemos sido muy afortunados de tenerlos aún con mucha claridad de pensamiento y sabiduría pasados los 90.
Con cariño,
-Elvira»
De seguidas incluyo el contenido de mi oración por él…
«Eran tiempos minimalistas… Diáfana, presente en mi recuerdo, aquellas tempranas tardes cuando nos invadía la alcalosis posprandial invitándonos a una siesta… pero, la somnolencia desaparecía y el deseo de aprender dominaba. ¡Por favor, búsquenme la bandeja de examen!, exclamaba el maestro Pedro Luis Ponce Ducharne… Era aquella famosa y humilde bandeja de peltre blanco desconchado, siempre presente en las salas para uso de la multitud, que contenía un estetoscopio ¨BD¨, un martillo de reflejos de Taylor, también llamado tomahawk, unos cuantos baja-lenguas, un par de guantes, copos de algodón y una aguja… ¡Ah! Para ponerla en manos y a disposición de un cerebro dispuesto… Para ese entonces era todo cuanto se consideraba necesario.
El doctor Russell De Jong (1906-1990), expresidente del Departamento de Neurología en la Universidad de Michigan, al igual que el doctor Ponce, fueron la antítesis del doctor Gregory House, aquel de la serie de televisión House, que, a cualquier costo nos invita a evitar hablar con los pacientes y a menudo repite que «el paciente sólo dice mentiras». En nuestros coloquios vespertinos y en revistas en las salas de neurología en todo el mundo, se ha proclamado claramente que más del 90% del diagnóstico de un paciente se basa en detalles de una historia minuciosa. Después de eso, nos remachaban la atención al enigma diagnóstico de problemas, de otra manera y a través de diversas preguntas bien dirigidas, lo que podría revelar un diagnóstico no considerado hasta el momento. Tal es la importancia de la historia en medicina y neurología, incluyendo el diagnóstico de simulación.
Eran tiempos añorados donde se iba desde la queja del enfermo a su traducción en nuestra mente en términos de enfermedad, de allí, al examen clínico y neurológico sistemáticos emulando a los grandes semióticos para intentar dar sentido a la queja, a la interpretación cabal de los síntomas y de los signos, pasando al diagnóstico de localización neurológica, luego al sindromático y sin olvidar el exhaustivo paseo por el diagnóstico diferencial, para así, culminar en el diagnóstico positivo y nada más…, como aprendido en el Hospital Nuestra Señora de las Mercedes, en La Habana, Cuba, y el National Hospital, Queen Square, Londres…
Los exámenes complementarios eran entonces escasos y vendrían después, y la terapéutica exigua como era, iba teñida del respeto hacia el hombre enfermo y encontraba su basamento en el deseo de ayudar sin hacer daño y del acompañar que nunca faltaba, y la sentencia hipocrática ¨primum non nocere¨ por encima de todo, guiaba nuestros pasos.
Hay que aprender a cultivar la gratitud como virtud y como norma de vida, y tanto más, cuando fuimos el primer grupo de estudiantes que en 1960 anduvo entre sus manos cordiales y afectuosas una vez que obtuvo la Jefatura de Cátedra: Amanda Peña, Isabel Ortiz, Pablo Ordaz, Jesús Sanabria, Luis Alberto Russian y mi persona, fuimos, en aquella promoción médica de 1961 influenciados por sus maneras y por sus haceres, y fue así como nos acercamos al estudio de la neurología y sus derivaciones: cuatro neurólogos, un neurocirujano, un internista que luego se hizo neuroftalmólogo…
En la década de 1950 puede decirse que se inició una nueva etapa de la neurología venezolana con la aparición de novísimas técnicas neurofisiológicas, y fue precisamente nuestro Maestro quien introdujo la electroencefalografía, la electromiografía y más tarde estudios de potenciales evocados; igualmente nuevas técnicas de angiografía con el apoyo del doctor Hugo Isava S.; pero allí no finalizó todo, sino que nuevos rumbos fueron encontrados para identificar la enfermedad agazapada al comenzar a utilizar técnicas de Doppler carotideo y medición ultrasónica cerebral. También se aventuró en el electrocorticograma fabricando la parafernalia necesaria para su ejecución y los electrodos que permitieron los primeros registros realizados en Latinoamérica, hecho que nunca fuera destacado dentro de su personalidad inquieta que todo lo reparaba o lo inventaba…
Como parte imprescindible de mi ascenso a Profesor Agregado de la Facultad de Medicina de la Universidad Central de Venezuela en 1981, en junio escribí un libro intitulado, ¨Consideraciones sobre el embolismo retiniano, sus implicaciones en medicina interna¨ y, ¿quién podría ser aquel que escogí para escribir el prólogo?, no otra persona que el maestro Ponce enalteció aquella humilde contribución…
Bondadosos maestros como Ponce Ducharne son moldeadores que de modo eficaz aportan o afianzan en el comportamiento del alumno, buena parte de todo lo recibido en el hogar y aún aquello que faltó; sus figuras señeras suelen ser faro en la niebla que previene del naufragio al navegante desprevenido que boga por mares procelosos; pero además, maestro no es solo aquel que enseña, sino el que nos da herramientas para formarnos, despertando en nosotros anhelos e inquietudes y conminándonos a ser cada vez mejores, a pensar y a hacer, sin intentar modificar nuestra integridad, única e irrepetible, saltando obstáculos para alumbrar nuestro camino toda vez que sea necesario, y de hecho ser capaz de extraer, lo mejor de nosotros para ayudarnos a ser exitosos y triunfar aportándonos lecciones para saber andar con responsabilidad y paso seguro por la vida…
Esta misma tarde el Orfeón de la Universidad Central de Venezuela le hará un homenaje a él y a su esposa por mantenerse activos dentro de la organización desde 1944 año en que fue fundado por el maestro Antonio Esteves.
Muy alborozados nos unimos al homenaje con el que la Academia Nacional de Medicina de Venezuela le impone su medalla y le congratula. Muchas gracias doctor Ponce por sembrar una estela; muchas gracias doctora Celina por acompañarle sigilosamente, con amor y sin regateos…