Elogio de la ida…

Tomo prestado del escritor y humorista colombiano, Daniel Samper Pizano (‘Postre de notas’, Plaza y Janes, 1986) el término ¨mal de irse¨, pero, con una connotación diferente, menos festiva…

Hace muchos años, cuando decidí irme al San Francisco del Golden Gate con mi familia en viaje de estudios, era yo ya un médico maduro de 40 años. Había coqueteado con derivaciones de la medicina interna, pero ninguna me acomodaba, no quería perder mi condición de internista y al decir del maestro, doctor Henrique Benaím Pinto, permanecer como integralista; y así, un buen día al fin conseguí que la neurooftalmología –para entonces desconocida en el país- fuera la horma de mis zapatos. Inicié lo que podría llamarse un ¨bien de irse¨, aquella circunstancia en que escogemos alejarnos transitoria y libremente del país en prosecución de un sueño, de algo que por no tener en nuestro derredor y a nuestro alcance, tenemos que buscarlo allende los mares…

Y fue así, que durante dos años de ¨total immersion¨ me nutrí de todo cuanto pude, asombrándome una vez más de mi insondable ignorancia y de la disposición de otros a alivianármela, temiendo –por supuesto- que en el intento, mis circuitos neuronales resentidos por los años, fueran a fundirse por recalentamiento del sistema; era algo totalmente nuevo para mí, donde lo que sabía luego de veinte años de ejercicio activo de la medicina interna me servía de poco; pero nunca perdí mi meta: el que mi familia tuviera una nueva experiencia bajo la observación y tutela de Graciela y yo, y en mi caso particular, aprender cuanto pudiera de las relaciones de la oftalmología con la neurología y volver a MI país bondadoso a pagar la deuda de gratitud por cuanto me había dado; cumplir de esa forma mi anhelo de formar escuela en mi propia Escuela de Medicina José María Vargas, en la ¨casa que vence las sombras¨, en la Universidad Central de Venezuela.

De inmediato -siguiendo mi sueño- fundé la Unidad de Neurooftalmología del Hospital Vargas de Caracas que continúa siendo única en un hospital público venezolano. Haríamos asistencia, docencia y extensión. Trataríamos que la enseñanza no fuera tan dura como la que me había tocado a mí en un medio de elevado y exigente nivel académico, donde hasta los más jóvenes ¨volaban con todo y jaula¨. Soñaba con hacer fácil y digerible aquello que tanto me había costado aprender, para trasmitirlo a otros. Y como siempre hay quienes quieren aprender, nunca me han faltado alumnos ni pacientes para ayudarlos, enseñando y consolando a la vera de sus enfermedades que con frecuencia son demandantes, terribles y hasta devastadoras. Yo sabía… mejor dicho, daba por descontado que a mi regreso, MI país me acogería como acogió a tantos que hicieron lo mismo que yo. Desde tiempos anteriores a nuestra democracia –ahora maltrecha e irreconocible- nuestros hospitales públicos y su pobre clientela se beneficiaron de todos cuantos salimos a colmarnos de nuevos conocimientos y absorber nuevas maneras de hacer para progresar y hacer más llevaderos los sufrimientos de los menos favorecidos…

Hoy, en la Venezuela roja, se ha echado irresponsablemente del país a sus jóvenes más brillantes y mejores preparados y aún, a sus profesores de talla internacional; han fundado universidades descartables, de ínfima calificación y calidad, sin ningún brillo y pletóricas de jóvenes fraudulentamente engañados al tiempo que han hecho que la migración de talentos haya sido masiva. Ellos no se van como nosotros nos fuimos, se van denigrados y despedidos al son de un pito, así que el ¨mal de irse¨ los posesiona: una sensación de profundo vacío por el despojo, un manto de espesa nostalgia por lo que se deja: la tierra, la familia, muchas veces los padres ancianos, otras veces las novias y aún las esposas e hijos; un ahogo, un tarugo en la garganta, una incertidumbre inenarrable, un despertar en casa ajena sintiendo la desorientación y el desconcierto, un adiós a la patria querida sin la certeza de regresar, es la pena del país inhóspito, inseguro y sucio que el Castro comunismo en conchupancia con muchos compatriotas cooperantes nos ha dejado. Nos conformamos porque dejamos la palabrería embustera y estéril detrás, porque tendremos que competir para progresar, porque ni las tarjetas, ni las cartas de recomendación o las llamadas telefónicas harán nada para que muestres tu valía, tendrá que ser con esfuerzo en el día a día…

Ya no oirán los denuestos de La Hojilla, del Mazo Dando, las noticias en pleno desarrollo del enano siniestro, tanta vaciedad y porquería intelectual… total, ¡ni ellos mismos son capaces de oír esa clase de tósigos intelectuales! Irán a países donde el trabajo, el esfuerzo y el compromiso se premian. Mucho sufrirán, nada será gratis, no encontrarán quien quiera seducirlos con apartamentos, automóviles, computadoras o becas obtenidas sin esfuerzo; eso sí, con el compromiso de lamer sus botas; estarán solos con lo que se hayan llevado de este MI país en sus cerebros, las enseñanzas de tu hogar, la disposición al insomnio creador, las jornadas inacabables es pos de la excelencia, el ejemplo de sus maestros…

Nosotros, los padres despojados y exiliados de los hijos y de los nietos, con opresión en el pecho y puchero en la palabra, los vemos ir con la certeza de que tendrán cielos para volar; cierto, cielos muchas veces turbulentos, de que se harán hombres y mujeres de valía con el torno con que se perfila la personalidad, la reciedumbre y el carácter…

Lamentamos no poder acompañarlos en este viaje que es de ustedes a vivir una vejez miserable en un sitio extraño, especialmente cuando nos han amputado las querencias, cuando las circunstancias nos han bajado las santamarías a destiempo, cuando todavía teníamos mucho o poco que dar, a sentarnos en un sitio apacible y tal vez hermoso a esperar silenciosos la muerte biográfica lejos del lar amado, heridos por el desgarro del alma y el posar en un cementerio de peregrina tierra donde no conoceremos ninguno de los tierra habientes que habrán de acompañarnos…

Un mensaje a García… (redivivo)

Elbert Green Hubbard (1856–1915), escritor, editor, artista y filósofo norteamericano quien enterado de un suceso extraordinario, en tan sólo una hora fue capaz de condensar en dos cuartillas, un ejemplo de profundo y sólido compromiso sin roturas ni enmiendas: Nació así para nosotros, ¨Un Mensaje a García¨, el cual copio textualmente:   

 ¨Hay en la historia de Cuba un hombre que destaca en mi memoria como Marte en perihelio. Al estallar la guerra entre los Estados Unidos y España, era necesario entenderse con toda rapidez con el jefe de los revolucionarios de Cuba. En aquellos momentos este jefe, el general García, estaba emboscado en las espesuras de las montañas, nadie sabía dónde. Ninguna comunicación le podía llegar ni por correo ni por telégrafo. No obstante, era preciso que el presidente William McKinley Jr. de los Estados Unidos se comunicara con él. ¿Qué debería hacerse?

Alguien aconsejó al Presidente:

– ¨Conozco a un tal Rowan que si es posible encontrar a García, él lo encontrara¨.

Buscaron a Rowan y se le entregó la carta para García.

Rowan tomó la carta y la guardo en una bolsa impermeable, sobre su pecho, cerca del corazón. Después de cuatro días de navegación dejó la pequeña canoa que le había conducido a la costa de Cuba. Desapareció por entre los juncales y tres semanas más tarde se presentó al otro lado de la isla; había atravesado a pie un país hostil y había cumplido su misión de entregar a García el mensaje del que era portador¨.

 

 ¨Un Mensaje a García¨ fue publicado en la revista ¨Philistine¨, en la edición correspondiente al mes de marzo que iba a entrar en prensa el 22 de febrero de 1899, día de la conmemoración del natalicio de George Washington. Más de cuarenta millones de ejemplares han sido impresos, suma que jamás ha alcanzado publicación alguna; por ello, cuando escribo ¨redivivo¨ cometo una incorrección pues el mensaje de marras nunca ha desaparecido ni ha dejado de circular. Para nosotros, venezolanos de este siglo XXI, anhelantes de ejemplos edificantes y posturas éticas, todo cuanto oriente a la juventud e impida la pérdida de nuestros valores fundamentales, debe ser aupado y bienvenido. Por ello nunca estará de más recordar el suceso.

El histórico episodio tiene pues como protagonistas, a William McKinley, 50º presidente de los EE.UU.; al teniente de la Armada Norteamericana Andrew Summers Rowan; al general Calixto Íñiguez García héroe de la resistencia cubana en la guerra de los diez años entre Cuba y España; y al mencionado escritor HubbardLa pieza clave del artículo lo constituye el hecho de que McKinley le entregó a Rowan una carta para ser entregada a un remoto García, y Rowan no preguntó:

 ¨¿Dónde lo encuentro?¨

El general García ha muerto; pero hay muchos otros Garcías en todas partes y a cada paso; en nuestros hospitales públicos venezolanos abundan. Todo hombre que ha tratado de llevar a cabo una empresa para la que necesita la ayuda de otros, frecuentemente ha quedado sorprendido por la falta de voluntad, la indiferencia y estupidez de la generalidad de las personas a su lado, su incapacidad para concentrar sus facultades en una idea y ejecutarla. Es harto frecuente que cuando un paciente necesita de un examen clínico o complementario que no somos capaces realizar, por ejemplo, en la Unidad de Neurooftalmología del Hospital Vargas de Caracas, verbigracia, búsqueda de un especialista en glaucoma o de baja visión, una angiografía fluoresceínica, un campo visual computarizado o una tomografía de coherencia óptica de la retina (OCT), y pregunto al grupo de residentes agrupados alrededor mío quién puede en su hospital o a través de influencias o amistad, hacerle o conseguirle el examen o la consulta… se miran unos a los otros y luego de una larga pausa, con suerte alguno se ofrece… para enviárselo a otro compañero que mañana estará de guardia y que nada conoce del caso del enfermo…

Casi ninguno responde al rompe, ¡Yo lo hago…!

Parte de la enseñanza que a diario imparto a mis alumnos y fellows con todos mis pacientes y especialmente los más pobres, implica responsabilidad ciudadana y humana hacia ese grupo crónicamente desasistido y maltratado, porque quizá no sea precisamente erudición pura lo que ellos necesitan, sino la fidelidad a la confianza que el paciente les muestra, ese paciente que no tiene nadie que le proteja y cuya única familia es la necesidad perenne y mordicante. Yo les exijo compromiso indeclinable, amor al deber, obrar con prontitud sin ser requerido, concentrar con otros lo que deba realizarse, hacer bien lo que debe ser bien hecho[1], dar al paciente apoyo inmediato facilitando el compromiso: anotando su propio nombre, teléfono celular y dónde –en qué hospital- y a qué hora se encontrarán.

Sólo así pueden aprender que la medicina es una profesión de servicio:

¡servir, la palabra más hermosa del diccionario…!-

[1] La fundamentación primordial del antiguo asclepíades radicaba en el favorecer, no perjudicar, que el hipocratista latinizado tradujo como Primum Non Nocere: lo primero, no hacer daño, anteponiendo a su tarea la “Regla del Buen Hacer”: “Hacer lo debido y hacerlo bellamente según la formulación reseñada en, “Sobre las ulceras” : “Hágase bella y rectamente lo que así haya que hacerse; con rapidez lo que deba ser rápido; con limpieza lo que deba ser limpio; con el menor dolor posible, lo que deba ser hecho sin dolor…”

No debe ingresar en las huestes de Esculapio e Hipócrates quien no sienta la llamada vocacional del dolor, el sufrimiento y la muerte. No puede ejercer la medicina quien pretenda aferrarse a la medicina científico-natural, que considera al individuo como una unidad biológica “natural” más del mundo, pasando por alto que el hombre no vive su existencia como ente aislado de la naturaleza, sino que estructura su biografía en el seno de una familia, de una sociedad justa o injusta, de un conjunto económico político llamado país, donde factores epigenéticos modifican su estructura física y psíquica y la de la enfermedad que lo posee. Individuo y sociedad son pues, los dos términos de una antinomia médica rigurosamente ineludible.

“Llevar un Mensaje a García” es para el médico, vocación, contemplación y acción, técnica en el sentido de la “tékhne” hipocrática[1], humanismo y serena atracción hacia el dolor.

Por interés del paciente, principio y fin del acto médico, cada Jefe de Servicio debería procurar conservar lo mejor que encuentre en función de servir; es decir, a aquellos que pueden llevar Un Mensaje a García…

 

Caracas, en la conmemoración del natalicio del ilustre venezolano, Doctor José María Vargas, 10 de marzo de 2012.

[1] Tékhne iatriké hipocrática: Un saber hacer, sabiendo porqué se hace, lo que se hace.