Elogio del ¨coroto¨…

 

Debo advertir que hoy escribiré acerca de un tema por el cual, casi por seguro recibiré palabras acres, insultos y animadversión hacia mi persona especialmente por parte de aquellos que tengan la piel sensible y con tendencia a urticarse espontáneamente.

Se refiere al destino final de los padres cuando alcanzamos la edad provecta, en otras palabras, cuando nos hacemos viejos, cuando nuestra palabra y actos son superfluas y ya no cuentan, sin que ello quiera decir que nos encontremos en la edad de los desechables, vale decir, cuando nos transforman en ¨corotos¨ que pueden ser cambiados de sitio, arrojados al aislamiento o, si tenemos suerte, simplemente desechados.

  Ángel Rosenblat (1902-1884), aquel filólogo judío polaco que se hizo venezolano, en su libro ¨Buenas y malas palabras¨ (1956), no podía dejar fuera esta palabra en la que, según él, ¨cabe un universo entero¨. Hay diversas versiones sobre el origen de la palabra de marras, que sí Guzmán Blanco trajo un lienzo de Corot, el famoso paisajista; que si fue José Tadeo Monagas (1858) quien se armó con dos y que al final de su dictadura y saqueada su residencia, el populacho arrastró los lienzos por la calle, y pareciendo adelantarse a mi pariente, el escritor costumbrista Daniel Mendoza en ¨Un llanero en la Capital¨, quien lo convirtió en exclamación, ¡Adiós corotos…!; y la más antigua de Núñez de Cáceres en su ¨Memoria de Venezuela y Caracas¨ de 1852, donde cita una sentencia de 1850 en la que menciona, ¨A los ocho o diez años es preciso reparar techos o mudar y entremeter vigas porque están carcomidas y la casa es un coroto viejo, como dicen vulgarmente¨.

La palabra ¨coroto¨ connota pues, la cosa inútil, el cacharro roto, el perol, el cachivache, el trasto viejo… ese que no importa dónde esté ni donde lo pongan pues no tiene quien lo eche de menos…

Con motivo de la espantosa migración que se ha cebado en la patria de Bolívar, muchos de nuestros familiares y especialmente nuestros hijos y nietos han tenido que irse a otras tierras. Dentro de sus planes, suelen estar el que les acompañemos o el importarnos, tantas veces sin pedir nuestra opinión. No importa si estamos enraizados en un lugar, todavía trabajando en cualesquiera que sea nuestro oficio o profesión, que seamos aún –a pesar de ese misma situación- seamos productivos y nos encontremos relativamente satisfechos, con vidas estructuradas, y estemos dispuestos en continuar viviendo en medio de la barbarie y las limitaciones que la dictadura nos ha impuesto. Pareciera que todos ignoran el vocablo desarraigar:

Desarraigar: Arrancar de raíz una planta. Extinguir, extirpar enteramente, una costumbre

 o vicio. Separar a alguien del lugar o medio donde se ha criado o cortar

los vínculos afectivos que tiene con ellos.  Expulsar, echar de un lugar,

especialmente a un invasor o enemigo (DRAE).

Haré una digresión para hacerme explicar: Cuando falleció mi padre a los 91 años, mi casa paterna en Valencia era muy grande y tenía un extenso jardín con numerosos árboles frutales, especialmente mangos…. Dentro de ellos destacaba una ¨mata de manga¨, orgullos de mi madre, que se elevaba imponente unos 12 metros en línea recta. Sus frutos enormes, eran deliciosos y en temporada, muchos vecinos y amigos se acercaban a visitar y deleitarse con su aroma, tierna pulpa y delicioso sabor. En cierta ocasión el doctor Alejandro Carías, abogado, casi hermano y compañero de curso de mi hermano José, llegó desde Caracas con la intención de visitarla y de paso… En un momento dado, en la amena conversa que yo presencié, la cara de mi madre, habitualmente lozana y alegre, trasmutó a otra cuitada y sombría, cuando le pidió su parecer acerca de un problema que confrontaba con sus hijos, quienes estaban planeando mudarla de su casa y llevarla a Caracas. A él le pareció un plan formidable, -¨Pues vea misia Panchita, pienso que es lo correcto, así, usted estará con todos sus hijos y ellos felices¨. Mi madre mirando turbiamente hacia la erguida mata de manga le espetó, -¨Entiendo sus razones Alejandro, pero el problema que yo tengo –y señalando con su índice derecho en dirección del esbelto árbol del género Mangifera-, es que yo quiero llevarme esa mata…¨. En medio de la sorpresa y confundido con su respuesta, aquel le dijo, -¨Entiendo misia Panchita, pero usted no puede llevarse ese árbol porque si usted lo saca, se muere…¨. Mi madre fijó sus pupilas tristes en los suyos de párpados retraídos y le respondió, -¨¡Eso es precisamente lo que no entienden mis hijos…!¨. La respuesta no pudo ser más sabia, cierta y oportuna pues era lo que para su desgracia veía venirse. Finalmente, prevaleció la opinión de Luis mi hermano, quien finalmente la desarraigó, se la llevó a su propia casa donde la invadió una pena y cuita profundas que casi nunca expresó, porque sentía que estaba ¨arrimada¨, no importando los mimos que pudieran rodearla; esa no era su amada casa, su cuarto, no era su jardín con sus frondosos helechos, en fin, no era su querencia, no era su vida… Fue un acto de injusticia extrema donde unos pecamos por permitir se condenara al exilio y otros por indiferentes…

Hace cerca de cinco años, mi amigo y hermano, compañero de curso y afamado internista sufrió el embate de sus hijos y su mujer; aquellos los querían fuera del país y esta, autoritaria y safrisca[1], en connivencia con los demás, se empeñó en que debían irse tras ellos. El otro no quería, pero blando de carácter y en contra de su voluntad –sin expresarlo- fue llevado casi ¨nariceado¨ a través del doloroso proceso del desarraigo y despedida en que, durante unos pocos meses, se retiró de su exitoso ejercicio, de sus fieles pacientes, regaló su biblioteca y vendió su casa, todo ello en medio del mayor sigilo. Y es que tantas veces no se entiende que la persona mayor activa no solo se alimenta del ingreso económico, sino más importante aún, del contacto con sus pacientes o clientes –según su profesión-, ese que le hace sentirse vivo, útil y necesitado, no superfluo, inútil ni ya innecesario.

   Sus amigos no nos enteramos del asunto hasta que el hecho… consummatum est. Tenía bienes familiares de fortuna así que en otra nación adquirieron una casa cercana a una de sus hijos y ampliaron su seguro de enfermedad. Resignado, me escribía casi que a diario, contándome que salían a caminar por los alrededores, todo tan verde, todo tan lindo, todo tan limpio, todo tan monótono, todos los días parecían domingo para descansar sin estar cansado, pues sus rutinas diarias con sus angustias, preocupaciones y recompensas ya no eran más… Luego, recibían a los nietos casi que durante todo el día. Reservado como era, cada día se fue abriendo más y más para hacerme partícipe de sus preocupaciones, insatisfacciones y temores. A la distancia, le percibía triste, comenzó a deteriorarse y bastaron tres años para que Tánatos comenzara a coquetearle y finalmente Átropos cortara el hilo de su vida… Médicos del extraño país del ¨time is money¨, se sucedían en la búsqueda de una explicación médica que no humana para sus malestares. Le sugerí que buscaran un médico venezolano con un poco de humanidad y empatía, pero siempre el asegurador era quien decidía y escogía. Veamos lo que ocurrió al final de su ¨muerte biográfica¨, esa que es peor que la real muerte -dos correos de él y otro de una hija-:

  • ¨Querido Rafael: Se sospechó una amiloidosis sistémica, ayer no fue posible practicarme la biopsia –cardíaca- por problemas técnicos, ya estando en pabellón y sedado, al parecer con el CT-Scan no pudieron hacer una localización segura y me regresaron vivo al corral. Quedaron en tratar de nuevo el lunes en la mañana, con ultrasonido. La verdad es que tengo bastante miedo, principalmente por la posibilidad de sangramiento[2]. ¿Qué te parece? Como permanecí tanto tiempo en ayunas, al regresar vomité, lo que se repitió hoy en la mañana (solamente agua). La tensión arterial sigue igual. Al estar parado cae como un piano de cola.  Si se te ocurre algo, escríbeme. Mientras, un fraternal abrazo¨.
  • ¨Querido Rafael: el oncólogo me refirió al cardiólogo, para descartar amiloide en el corazón, lo cual dio positivo. Me van a dar tratamiento, advirtiéndome que solamente sería un intento de detener la evolución. Recolecté la orina de 24 horas y espero por resultados de laboratorio. La tensión arterial sigue igual: arriba y abajo. A veces me mareo un poco, estamos evitando las caídas. La incontinencia desapareció completamente. El próximo mes me toca control con el urólogo y ver en cuánto está el antígeno. Ya te contaré como van las cosas. Mientras, recibe un fraternal abrazo, extensivo a Graciela Que Dios te bendiga y me des la claridad necesaria para tomar las decisiones que yo no puedo y me ayudes y les bendiga a todos ustedes. ¨.
  • ¨Hola Rafael, desde la semana antepasada papi ha estado durmiendo o con los ojos cerrados todo el día, ya no camina, no toma líquidos ni come nada.
    Esta semana estaba tan débil que no podíamos ni siquiera sentarlo en su silla de ruedas.
    De miércoles a jueves no orinó, llame al nefrólogo y lo tuvimos que traer en ambulancia al hospital porque no lo podíamos llevar en el carro. La creatinina le subió de 4.5 a más de 5 y tenía el potasio muy alto. Lo sondearon y lo están hidratando pero el nefrólogo dice que o se hace diálisis o ya lo que queda es tenerlo «confortable», que le quedaría muy poco tiempo.
    Papi no quería la diálisis pero al final entre él y mami tomaron la decisión de hacérsela (yo sé que mami tuvo mucho que ver en esa decisión). Esta noche le hicieron la primera diálisis, pero duro como un 75% y la tuvieron que parar porque la tensión se le fue al piso. Mañana le hacen otra. Desafortunadamente, yo no le veo salida a esta situación.
    Pesa menos de 52 kilos ¨ ¿Qué nos aconsejas…?¨.

La fístula arteriovenosa en el brazo para la diálisis fue un fracaso, no funcionó. La hicieron entonces en la vena subclavia, falló y casi se muere, sangró y desarrolló un hematoma en el pectoral… Al fin, enfrentó su sino de una amiloidosis sistémica, y luego de una gran soledad y de muchos actos iatrogenéticos falleció… Su esposa le siguió y así, corrió situación similar con una demencia tipo Alzheimer y fue directo a un ¨nursing home¨, los hijos y nietos ocupados con trabajos y ocupaciones… y Dios se apiade de ella…

Para mí, una de las connotaciones de la palabra coroto, tiene que ver con un objeto viejo e inservible por lo que se le trata sin cuidado ni delicadeza y muchas veces, termina condenado al ostracismo en ese insípido cuarto llamado precisamente el de ¨los corotos¨, donde se aglomeran sin orden ni consideración aquello que ya no amamos, respetamos ni es parte de nuestras vidas. Aunque no está establecido que este adjetivo sea apropiado para ser aplicado en humanos, veamos que si tiene un lugar…

 En la decisión de nuestros hijos de llevarnos con ellos fuera del país, muchas veces inconsulta ni meditada y en muchas otras, producto de un impulso donde no dudando nunca que prevalezca el amor, la preocupación y la consideración de ellos, suele ser una decisión unilateral, simplista y muy egoísta que implica resolver un problema de culpa por el involuntario abandono, sin tomar en cuenta nuestros sentimientos y opiniones al respecto, que, en caso de esgrimirlas, pronto son descalificadas. Tal vez tengamos un seguro internacional en dólares, tal vez no, lo cierto es que, si llegamos a enfermar, estaríamos solos con médicos desconocidos angloparlantes, sin un médico de cabecera que sirva de director de orquesta, con profesionales muy profesionales sin empatía, con otra idiosincrasia, que simplemente harán su trabajo sobre nosotros, enfermos cosificados… Nuestros hijos con empleadores que pudieran no entender que en ese momento el deber de ellos sería de acompañamiento: perderían sus trabajos, así que estaríamos solos con nuestra pena y en un lugar extraño[3]. Otras veces se trata de nuestras esposas, llamadas por nuestros hijos, especialmente las hijas, con frecuencia consentidas e incapaces de ser esposas y madres, de llevar adelante sus vidas en forma independiente, para transformarlas en cuidadoras o cachifas…

Como se ve, el ¨coroto¨ es movido ¨de aquí p´llá y de allá p´ca¨, y a menudo, la mujer se presta al requerimiento ignorando que los matrimonios se estructuran y solidifican en las situaciones de necesidad y no en la vida muelle; de forma tal que, el marido queda solo en su casa, con suerte puede acompañarle una mucama o cocinera, tiene que asumir los roles de la esposa ausente y puede ser fácil presa de otras mujeres que traten de llenarles el vacío y el despecho –después, no se quejen-… El egoísmo implica ignorar que los padres viejos tengan necesidades de cercana compañía, de caricias, de sexo –total ¨son viejos¨-, de hogar y con sus costumbres preservados, apego por la querencia que implica rutinas y trabajo, y la palabra ¨compañía¨ se ignora tanto como la ¨necesidad¨.

Yo por mi parte, y con todo el respeto y amor paternal que profeso a mis hijos, prefiero quedarme y me niego a que ellos me digan a estas alturas de mi vida lo que tengo que hacer por su conveniencia que no la mía; no quiero ser un ¨coroto¨ a ser movido por el capricho de otros. Quiero ver el Ávila cada día y ser despertado por los trinos de mis pájaros criollos, quiero ver el cielo azul de aire impoluto de Caracas luego de la lluvia, quiero ser parte del despelote en que vivimos, quiero tener a mis amigos y a mis alumnos cuyo amor siento a cada paso, quiero sentirme activo no superfluo, aunque corra riesgos, quiero involucrarme en la lucha que nos embarga para salir de la dictadura comunista, quiero levantarme de madrugada para leer, estudiar y escribir en MI biblioteca, con MIS libros, con MIS afectos, quiero enfermarme aquí y ser tratado por médicos venezolanos con lo mucho o poco de que dispongan en ese momento, mejor todavía, si mi cuidado es tomado por mis amigos y alumnos; ya no tengo edad para estar lidiando con un agresivo cáncer u otra espantosa condición para complacer a quienes saben que igualmente, voy a morir irremisiblemente. Quiero que cremen aquí mi cadáver y rieguen mis cenizas en el Ávila [4]. Cuento con el apoyo, el verdadero amor y la consideración de Graciela mi esposa, quien siempre ha estado en comunicación y en consonancia, y nunca me ha abandonado. Quiero agradecer a mis amantísimos hijos y nietos por su interés y por haber dejado de insistir en que me vaya…

[1] Entrometida, imprudente, inoportuna, ansiosa de figuración.

[2] La palabra correcta es sangrado.

[3] Recuerdo que, durante mi viaje de estudios, en el Herbert Moffitt Hospital de la Universidad de California en San Francisco, se creó una unidad de neurooncología con el fin de tratar enfermos con tumores cerebrales malignos luego de la cirugía. Debíamos ocuparnos de evaluar su sintomatología neurooftalmológica, los efectos colaterales de la radiación y/o quimioterapia, pero más importante, servirles de apoyo.  En forma lacerante llamó mi atención que, siendo casi todos mayores y algunos muy ancianos, siempre estaban solos y tristes. Al preguntarles por la familia, algunos residían en la ciudad y otros –lo más frecuente- vivían en sitios distantes, y siempre bajo el rigor de sus empleadores. Eso sigue sucediendo y afecta también a nuestros hijos distantes…

[4] Antes decía que quería se esparcieran en el ¨jardín¨ central frente a las salas de medicina interna del Hospital Vargas de Caracas, pero hoy día otra realidad impera, allí merodean los gatos y sus residuos digestivos, y se orinan y hacen necesidades los visitantes carentes de un baño público, así que lo siento mucho, ya no creo que mi querido nosocomio sea el sitio más adecuado…

Alabanza del paciente escéptico… El médico como paciente

 

 

Con la edad y el envejecimiento en el ejercicio de la profesión cada vez soy más parco en mis recetas. Me he acogido siempre al imperativo de mi Maestro y amigo, el doctor Herman Wuani Ettedgui (1929-2014) quien nos acosaba preguntándonos una y otra vez los efectos colaterales, farmacodinamia e interacciones de los medicamentos, y de paso, incitándonos a que empleáramos un número reducido de los mismos y al mismo tiempo que conociéramos todo acerca de ellos. La verdad es que a mis pacientes –creo-, no les ha ido mal con estas normas que siempre he agradecido. Me aterra ver esos récipes con ocho o diez drogas que, a diferencia de antes, no son inocuos guarapos, sino bombas de profundidad en los vacíos bolsillos del paciente pobre y hasta en las arcas del rico, o desafíos para el hígado y riñón que tienen que ingeniárselas para detoxificarlas y eliminarlas, y en muchos casos, pueden ser suerte de tósigos o venenos disfrazados en cajas policromadas.

En lo personal, siempre he esquivado las drogas o procedimientos terapéuticos que algún médico ocasionalmente me ha recetado. Sólo quería que me dijera que mis quejas eran baladíes; y si así fueran, para qué medicarme. Creo a pie juntillas en la ¨vis medicatrix naturae¨ griega o capacidad de nuestro ser de defenderse solo y que funciona fielmente al resguardo de intereses económicos y efectos colaterales. De no haber sido así, nuestros ancestros trogloditas no hubieran llegado a evolucionar y transformarse en nosotros; por fortuna para ellos, entonces no existían antiinflamatorios, inhibidores de bomba de protones, antibióticos ni vitaminas. Todo lo había bien dispuesto el Buen Señor en su entorno, sin contar con la botica que nos puso adentro contentiva de salutíferos neurotransmisores llamados endorfinas, pura morfina y marihuana de producción local endógena, liberada cuando hacemos una caminata vigorosa y que nos permite ¨coger una voladora¨ de bienestar, optimismo y vida sin quebrantar nuestra dignidad ni ley alguna …

Mi experiencia no fue buena en mis primeros escarceos con la enfermedad deparada de unos golondrinos que les dio por alojarse y guindarse de mis dos sobacos por allá en 1962, poco después de mi graduación de médico. Eran como ¨policías acostados¨ dolorosos bajo mi brazo, que impedían el movimiento, y según comentaban viejas conocedoras de esos asuntos, nunca venían solos, siempre en comandita; así, que en el mejor de los casos, se sucederían seis veces –el número de ¨El Malo¨- sin que pudiera hacerse nada para evitarlo. El término médico apropiado es hidradenitis o hidrosadenitis supurativa que resulta de la obstrucción de los ductos excretores de sudor que conduce a inflamación, infección y absceso. Los factores predisponentes incluyen la alcalinidad del sudor, el exceso de transpiración, la diabetes, la obesidad, la depilación axilar, y les juro que yo no fui…, la falta de higiene.

Volviendo a mí, visité a un dermatólogo del Hospital Vargas de Caracas quien me recetó una poción local que olía a huevos podridos, que debía aplicarme varias veces al día, y que ante mi proximidad a una persona, esta se volteaba con un gesto facial de repulsión… Yo, a mi vez, volteaba también hacia atrás la mía, y adoptaba la misma expresión para hacerle creer que no era yo el del tufo…  El pestífero potingue (99/100 Unidades ¡Fó!), no hizo mella en mis dolorosas protuberancias.

  Cierto día, pasando por las cercanías del Servicio de Radioterapia, venía yo con mis brazos separados del cuerpo, sin balanceo de los mismos, tal como un parkinsoniano, mirando aquí y allá para no ser tocado, cuando de improviso me topé de frente con su Jefe, el doctor Rubén Merenfeld (1925-1991) quien me saludó con afecto y con una palmada en ambos brazos; como era de esperarse, un rictus de dolor se pasó de mi sobaco a mi cara… Impresionado  por mi miserable aspecto y a su pregunta, le hice saber del diagnóstico y el pronóstico que viejas maledicentes me habían vaticinado… Del número 666 demoníaco, afortunadamente sólo me correspondería el primer dígito, un 6 aislado, vale decir, media docena pero en sucesión… Me convenció de aplicarme unas dos sesiones de la radioterapia de aquellos tiempos cuyos colimadores esparcían rayos como una regadera, pero sería a dosis antiinflamatorias…

Acepté como un canceroso cualquiera su intimidante proposición e hice cola con aquellos desheredados de la salud que esperaban cabizbajos por su sesión diaria, con sus cuerpos marcados con indeleble tinta morada en las áreas que serían irradiadas. A mí no me marcaron porque el enemigo simplemente estaba a la vista y era por demás protuberante. Ignoro cuántos de los rads de entonces o cGy  de hoy me aplicaron, pero pienso que la dosis liberada no fue la de asar un ¨lomito término medio o ¾¨, sino ¨medio quemadito¨. ¿Qué hacer?  Estaba en la olla y cocinándome, pero confiado y llevado de buena mano, de mano bondadosa…

Estuve como en carne viva y ardido por algunas semanas, se me cayeron los pelos, dejé de sudar, pero eso sí los golondrinos no aguantaron la descarga y prontamente, cogieron sus bártulos y volaron a las axilas de otros. Y fue así como me ahorré para siempre, los desodorantes de bolita, de barrita o de espray. El doctor Merenfeld, persona jovial siempre estuvo muy pendiente de mí y yo le agradecí su interés con una parodia de una conocida rima de Bécquer…

Desde entonces aprendí que las drogas y los procedimientos terapéuticos instrumentales como el que les comenté, eran dagas de doble filo; por un lado –el más mellado- te cortaba la enfermedad, pero por el otro –el más filoso-, te agredían el propio pellejo. Aprendí también pues a preservarme y a preservar a mis pacientes en estos tiempos donde un oftalmólogo vistiendo gafas te indica, sin escrúpulos, cirugía refractiva para quitar tu miopía, pero no la de él; o te manda al quirófano a operarte las cataratas cuando todavía tu visión es de 20/20, porque… no vaya a ser que el núcleo de tu cristalino que no el mío, se endurezca de repente y sea dificilísimo fragmentarlo. O que un ginecólogo te haga un ¨vaciado completo¨ a los 45 años porque ya lo que tienes en el vientre es una chinchurria inservible; o porque el otorrino te vea el septo nasal torcido y una temible ¨falta de oxigenación cerebral¨ te posea y sea la causa de tus desgracias; o porque el cardiólogo observe que tu colesterol HDL-c está bajo, es decir, cuando se perfile lo malo del ¨bueno¨, te vaticine un infarto y te indique estatinas ¨de por vida¨ aunque se te dañen los músculos y te duelan las piernas, el hígado no soporte el envión, o desarrolles daño cognitivo v.g., pérdida de la memoria, olvidos y confusión mental…

   Teme a la vejez, pues nunca viene sola.

Platón

 Pero no se crean que suelo ser mi propio médico; alguna vez escribí que ¨el médico que se trata a sí mismo, tiene por tonto a un paciente y un doble idiota por médico¨. Tengo mis médicos escogidos sobre la base de su ciencia, prudencia y paciencia. No abuso del laboratorio y prevengo aquellas serias condiciones que sé, son frecuentes a mi edad: hematología, glicemia, urea y creatinina, endoscopia digestiva periódica, ecosonograma abdominal, telerradiografía del tórax, antígeno prostático y tacto rectal: Hasta el presente no han mostrado nada vergonzante o amenazante. He tratado de balancear mi vida manteniendo intereses espirituales diferentes de los intrínsecos de mi profesión. La Academia Nacional de Medicina y su historia, me han brindado un motivo para luchar contra la intolerancia y la dictadura, la persecución de la medicina nacional, y para saciar mi sed de servir y escribir. Sinceramente, he tratado de hacer lo debido, a sabiendas de que no es fácil, pues son muy elevadas las posibilidades que tenemos los médicos de neurotizarnos o suicidarnos, hacernos adictos a las drogas que prescribimos a nuestros pacientes –cualquiera de ellas, pero especialmente hipnóticos, analgésicos opioides y sedantes-, transformarnos en alcohólicos, divorciarnos, caer muy bajo o ser un buen ejemplo de lo que no deberíamos ser…

Pero además, y formando parte de mi vejez (los sesenta es la juventud de la vejez, pero de setenta para arriba, ya no hay palabras edulcoradas ni eufemismos, es plana y simple chochez, postrimería o decrepitud…), han aparecido síntomas efímeros aquí y allá; pero yo los tengo identificados… Desgraciadamente no se ha desarrollado todavía un examen que dosifique los niveles de ¨ácido viejúrico¨ –el más ácido de los ácidos-, ni un antígeno monoclonal o ¨bala mágica¨ que disminuya su concentración en la sangre y al menos aminore sus efectos deletéreos; de existir, podría demostrarme a mí mismo y a mis pacientes que tengo razón.

En lo que a mí respecta, he ignorado mis malestares al reconocerlos como míos y como nimios, que como las olas, suelen ir y venir sin aviso, sin protesto y sin dejar rastro.

¿Qué mueble viejo no cruje de noche? –me pregunto-.

Por ello, me resisto a dejarme engatusar por las transnacionales del medicamento que te ofrecen multivitaminas ¨silver¨, precisamente para echarle más leña al fuego cuando nos encontramos en plena edad de los metales: cabello de plata, dientes de oro, y compañones y pito de plomo. O melatonina para poder dormir en la noche luego de todo un día dormitando de puro fastidio en una silla orejona; o tomar el sildenafilo para recordar artes perdidas sin quitarte la camisa ni las medias durante el ¨acto¨ porque te resfrías y estornudas en ese preciso momento…

A la gente le repugna ver un anciano, un enfermo o un muerto,

sin embargo, está sometida a la muerte,

 a las enfermedades y a la vejez.

Jorge Luis Borges

 

Para los que arribamos al Siglo XXI con más de sesenta, no se harán esperar otras patologías que revolotearán sobre nuestras cabezas como zopilotes en ayunas. Una de ellas es la temida ¨sejuela¨, condición emparentada con el inclemente paso de los años que tiende a afectarnos con síntomas tan disímiles como aquel, donde todo te parece muy lejos, o muy caro, o muy tarde, o muy difícil. O desprecias una computadora porque le tienes temor y le dices a todo el mundo que sí la tienes, pero que está dañada. O cuando no haces el amor después de comer porque se te para… la digestión. O cuando a instancias de tu mujer te ves obligado a hacer pipí sentado. O cuando el cabello que todavía mantienes no se vuelve canoso sino sospechosamente amarillo, color de araguato viejo o profundamente negro. O cuando te dejas la bragueta abierta y alguien por allí en la calle te dice con sorna, ¨¡Jaula abierta, pájaro muerto!¨. O cuando comienzas a pedir que le bajen el volumen al equipo de sonido. O cuando no sales de noche porque le tienes miedo al «sereno», o entras y sales de la iglesia o del cine con el pañuelo en la nariz porque hay muchos entes virales flotando en el éter. O cuando te ventoseas con caldito. O cuando te afecta el connotado Franco Deterioro –versión italiana del otro, el alemán Alois Alzheimer– y metes las llaves del carro en el microondas, o insistes en no haber comido cuando aún estás masticando.

Bueno amigo, todo ello configura el cuadro clínico de la secular e infame Sejuela (del griego, ¨se jué la… juventud¨).


Los médicos, muchas veces, solemos ser escépticos de las bondades del oficio que profesamos. Enfermarnos como cualquier ser humano y de nosotros, uno de cada diez hasta podemos llegar a padecer a lo largo de nuestras vidas vida adicciones y enfermedades, que no sólo ponen en riesgo nuestra propia salud sino también la de nuestros pacientes. Somos los peores enfermos, bien porque somos autosuficientes, o tememos a la estigmatización implícita a la enfermedad, o somos omnipotentes y no tememos a nada, o sentimos culpa, o nos preocupa que no se nos preserve el debido secreto, o no queremos quitarle al colega su precioso tiempo –y muchas veces tampoco él quiere que se lo quitemos y nos trata con rapidez y displicencia-. No nos gusta enfermarnos, tenemos demasiado temor a la muerte, así que la consulta informal de pasillo y a la ligera, motoriza nuestros temores.  De ello, todos tenemos copiosos ejemplos. Al menos aceptemos este antiguo consejo,

¨Si te faltan médicos, sean tus médicos estas tres cosas:

mente alegre, descanso y, dieta moderada¨.

 

En sus primeros versos así rezaba un poema a la dieta, escrito en el siglo X  en el famosísimo Regimen Sanitatis Salernitanum de la Escuela de Salerno. Aquellos y otros que vinieron luego sí que eran hombres sabios, como el médico inglés George Herbert en el siglo XVII quien afirmó,

¨Quien quiera que haya sido padre de la enfermedad,

una mala dieta fue su madre¨.

Debemos también recordar la frase de Juvenal,

¨mens sana in corpore sano¨

 

que rescata la importancia del cuidado del cuerpo para poder estar sano mentalmente… o viceversa.

rafaelmuci@gmail.com