¨Avances tecnológicos, diagnósticos y terapéuticos de la Medicina del siglo XXI. Una pizca de mesura…¨

  1. Eran tiempos de mi mocedad; durante mi internado y por razones que todavía desconozco, permanecí todo un año en un servicio de cirugía; no era la cirugía lo mío. Más admiraba a los internistas, que con simples datos recogidos a la vera del enfermo y a lo Sherlock Holmes, hacían un despliegue de deducción, inducción y análisis para arribar al buen puerto del diagnóstico, única premisa para instaurar un tratamiento efectivo…

¿Por qué yo? El internado debía prepararme en las clínicas madres, pero sólo por seis meses, que, en mi caso se transformaron en un año; así que no tenía otro remedio que integrarme y aprender; de esa forma entendí mi permanencia en las salas 15 y 16 del Hospital Vargas de Caracas, servicio del doctor Fernando Rubén Coronil (1911-2004), profesor universitario, académico, maestro de generaciones y uno de los forjadores de la moderna escuela quirúrgica venezolana. Su postura ética, moral y de cirujano de férrea formación, también fue para mí un atractivo y un acicate. Traté pues de hacerlo lo mejor posible, cumpliendo más allá de mis deberes. Pero ahora sólo quiero referirme a la cirugía de entonces que yo conocí y a la pléyade de nobles cirujanos que le acompañaban; entre otros, Eduardo Carbonell, gran cirujano de vías biliares, sencillo, justo, atento y caballeroso, un alma buena; Armando Álvarez de Lugo discreto y muy diestro; José María Cartaya, recién entrenado en Houston, hábil y comprometido cirujano cardiovascular, Robinson Gómez, J. López Ulloa y tantos otros, unos brillantes, otros más bien oscuros… Un grupo de residentes en formación de gran calidad humana y dispuestos a ayudarnos, Armando Parra Calderón, Gustavo Villalba, Adolfo Koelzow...

Mi interés no era operar, solamente deseaba aprender conductas ante un paciente presumiblemente quirúrgico. Ayudé muchas cirugías como tercer ayudante –claro está- y en más de una ocasión recibí un ¨pinzazo¨ del maestro Coronil en la mano, que descuidada, se insinuaba en el campo operatorio   obstruyendo su visión con la consabida frase, ¨¡Niño, niño, niño…!¨ seguido del golpe seco con la pinza de Crile más grande y pesada a la mano. La cirugía biliar era el ¨coco¨ de aquellos tiempos. Si se hacía mal o con festinación, significaba un calvario y aún la muerte para el paciente. De una certera incisión con un bisturí, se iba desde el epigastrio hasta el hipocondrio derecho costeando la arcada costal y con gala de tino se llegaba casi al peritoneo parietal mientras se iban colocando pinzas hemostáticas; luego el cirujano introducía la mano en el abdomen y palpaba los órganos de cercanía; identificaba ganglios recrecidos, estructuras arteriales y conductos biliares y extirpaba la vesícula.

Luego vendría el posoperatorio, que podía ser festivo y sin quejas, o malicioso, pues de repente hacía su entrada el decúbito forzoso prolongado, el molesto íleo llamado paralítico o adinámico, la distensión abdominal, quizá vómitos, y bipedestación dolorosa, según el caso a las 24 o 48 horas y el ayuno seguido de líquidos cuando se restableciera el peristaltismo intestinal o ¨movida de mata de las tripas¨ con la bienvenida parranda de flatos ofensivos o inofensivos. Luego a caminar por el pasillo y la consabida espera para retirar el dren de látex y luego el ¨Portovac®¨, un contenedor que absorbía el remanente de sangre que manaba en el lecho operatorio para que no irritara el peritoneo. Rogábamos porque no se infectara la herida ni porque algún tiempo más tarde se produjera una eventración…

¡Qué diferencia con el hoy de la cirugía laparoscópica mínimamente invasiva! El aparato utilizado se llama torre laparoscópica contentiva de una fibra óptica que ilumina la cavidad peritoneal permitiendo verla toda en imagen real al favor de una cámara conectada a la lente.  Dos o tres pequeñas incisiones en el abdomen (habitualmente entre 0,5 y 1,5 centímetros) permiten su entrada en el cuerpo, revisión, identificación de estructuras anatómicas, extirpación de la vesícula bajo control visual; todo listo, a la cama y en pocos momentos a caminar y a comer y a las 24 o 48 horas en casa… Es la bendición de la tecnología, producto de la inspiración divina en la obra del hombre.

Y es que la medicina de las tres últimas décadas del siglo XX y ahora del siglo XXI que ya ha alcanzado la segunda década de una centuria que transcurre rauda, nos deja boquiabiertos por tantos descubrimientos en el área de las ciencias básicas y su aplicación en el enfermo real, así como en las diferentes tecnologías concernientes a instrumentos y medicación inteligente. No nos cabe duda que el perfil que adoptará en los años por venir será el de la biología molecular, cuando habremos de asistir a cómo se realizarán cambios en alguna de las ínfimas diferencias en la configuración genética, incluso de una sola base de los 3000 millones que configuran cada hélice de ADN, lo que será determinante en el funcionamiento adecuado de un medicamento o en la aparición de efectos secundarios, y desde ella, evolucionarán nuevas clasificaciones y tratamientos de las enfermedades cuando todavía no hayan traspasado el horizonte clínico para hacerse evidentes a los ojos del clínico.

En el área de la comunicación electrónica se replanteará y modificará la relación entre el médico y su paciente, acentuándose tal vez la crisis surgida desde la sociedad y de sus gobiernos con sus campañas de desprestigio al maltratado arte, que transforma pacientes en potenciales enemigos en busca de litigio y compensación, y que deviene en una merma de ese, su renombre ancestral, conducente a la caída del pedestal donde se mantuvo por centurias. Se pondrá a prueba la vocación del médico en momentos en que se presagia el nacimiento de una nueva era donde la salud será más creíble e individualizada, pero también con riesgo de deshumanizarse aún más. La presencia de la poderosísima industria farmacéutica y de los seguros de salud hacen de los médicos títeres de un guiñol, sus esclavos, destruyendo la relación médico paciente y creando una nueva forma de hacer con poco tiempo para la comunicación y mucho para la tecnología tantas veces sin razonamiento. Ya ocurre en el país del norte; ya ocurría aquí entre nosotros –fieles e incondicionales seguidores de sus desaciertos-. La crisis –si es que corremos con suerte- tendrá que ser resuelta por el médico mismo y probará su consabida vocación de servicio.

De acuerdo a Michael Balint (1896-1970), ¨la presencia del médico y su propia persona, es la primera medicina que se prescribe a un paciente¨; pero en medio de todo este progreso tecnológico, aunque el médico deshumanizado no lo quiera saber, aún el paciente anhela un doctor que le sepa escuchar, y siendo que el escuchador sincero es determinante para ganar la confianza del enferm o, deberá también responder a sus preguntas y aclarar sus dudas mientras, en el decurso de la consulta, se propicia su sanación. Pero, la sociedad de consumo produce instrumentos y más instrumentos que inducen a su uso dejando a la medicina clásica y su cultor, el médico, como una inservible antigualla…

Los tratamientos biológicos continuarán generalizándose pues han iniciado un cambio favorable en la historia natural de algunas enfermedades inmunológicas, p. ej., la artritis reumatoidea, previniendo las deformidades y el daño orgánico, y en otras diversas variedades de cáncer como el mamario y los linfomas. En estas circunstancias, hay que atajar un enemigo oculto: la tuberculosis, el «Minotauro moderno «, como la llamara Razetti, que puede ganar vida desde un foco olvidado en algún lugar del cuerpo. Condiciones dolorosas y tristes como la demencia tipo Alzheimer, enfermedades desmielinizantes como la esclerosis múltiple y patologías degenerativas neurocerebrales, también podrán beneficiarse de tratamientos que incluyan tal vez vacunas y trasplante de células madre. Se desarrollará el novísimo campo de las prótesis electrónicas intraoculares para mejorar la visión de pacientes con distrofias retinianas, y particularmente con retinitis pigmentosa, implacable condición cegadora ¨pisapasito¨ y hasta el momento, fracaso de la terapéutica. Se vislumbra, además, un amanecer prometedor para las patologías neurológicas, pues existe febril investigación acerca de en qué forma, el tejido nervioso podría protegerse o regenerarse efectivamente, así que, por ejemplo, en un futuro tal vez no muy lejano, puedan tratarse pacientes con secciones medulares y cuadriplejía.

Todos estos descubrimientos no deben hacernos perder de vista acerca de la acentuada crisis humanitaria actual que lleva intrínseca un reto a superar para aquellos que queramos afrontarlo. A decir verdad, no es una crisis de la medicina en sí misma, sino de sus cultores, nosotros, los propios médicos, con nuestras trastocadas maneras de hacer, con nuestra humanidad reemplazada por materialismo y ausencia de profesionalismo. La Medicina de la Totalidad se revela pues, como el antídoto a esta crisis; como la bala mágica con la que soñara Paul Ehrlich (1854-1915), que iría solamente a remediar torceduras y entuertos dejando intacta la divina esencia del enfermo… Pero nosotros los médicos, como niños ensimismados en nuestros nuevos juguetes tecnológicos, hemos exhibido y exhibiremos fiera resistencia ante ella. Necesariamente, tiene que ser enseñada en las facultades de medicina, y luego hacerla vivir y crecer en el diario ejercicio profesional. Se trata en definitiva de una vuelta a la ¨humanización¨ de la medicina, al aprendizaje del arte, a un nuevo humanismo que conviva con el tecnicismo, pero no se supedite a él y a sus intereses, a una necesidad de volver a las bases hipocráticas de la medicina, al contacto, no al alejamiento afectivo interpuesto por la tecnología.

 

Ya Hipócrates sentó las bases de la medicina personal cuando a la cabecera del enfermo, confeccionaba la historia clínica. La enfermedad era considerada no solamente como un disturbio de la máquina orgánica, sino como un episodio, un accidente en la biografía del enfermo con todas las implicaciones fisiológicas, psíquicas, familiares y sociales que esta concepción lleva aparejada. El gran error fue el olvidar que el hombre es sujeto de su propia enfermedad. El motivo de esta desviación ha residido en una concepción maquinal del ser, que ha ignorado el componente espiritual del hombre. Desde el siglo XIX recomenzó a gestarse esa medicina de la persona que considera al hombre enfermo como un todo indisoluble que actúa y reacciona ante la enfermedad con todo su ser, sin que ninguna parcela de su anatomía, fisiología, sicología o mundo externo, sea ajena a esta reacción.

Sirvan de ejemplo estas dos citas de connotados internistas alemanes: Ernst Viktor von Leyden 1832-1910, Profesor de medicina y director de medicina interna en Königsberg, enseñaba a sus alumnos que el primer acto del tratamiento médico es el momento de dar la mano al paciente…, de dar la mano con simbolismo de compromiso y pacto moral[1].

Ludolf Krehl (1861-1937) escribió, “Si con nuestras débiles fuerzas no colaboráramos en la ulterior evolución de la medicina, la cual consiste en el ingreso de la personalidad del enfermo en el quehacer del médico, como objeto de investigación y de estimación, es decir, en la reinstauración de las ciencias del espíritu y de las relaciones de la vida entera como el otro de los fundamentos de la medicina, y en igualdad de derechos con la ciencia natural…”.

[1] Desde mis tiempos de estudiante existía una dicotomía en el saludo de bienvenida: Los pacientes del hospital nunca eran saludados con un apretón de manos (¿el por qué?); aquellos de la consulta privada sí recibían el apretón de manos. Siempre insistí e insisto en la imperiosa necesidad de acabar con este injusto comportamiento.

La Medicina de la Persona es en cierto modo la condena de la excesiva especialización, de la indiferencia con la que el especialista demasiado técnico contempla todo lo que no se halle confinado a su reducida parcela de acción. Una corriente de humanismo se está infiltrando entre los médicos jóvenes y debemos apoyarla y facilitarla.

   Don José de Letamendi i de Manjarrés (1828-1897), Catedrático de Patología General de la Universidad de Madrid, siempre pidió que el médico, si quería comprender al hombre y en especial al hombre enfermo, tuviera una formación humanística y filosófica al lado de la técnica. Su famosa frase: «El médico que sólo de medicina sabe, ni de medicina sabe», resume toda su filosofía. La medicina antropológica de Viktor von Weizsäcker (1886-1957), demostró que los síntomas patológicos pueden ser símbolos de conflictos anímicos y que, hasta los pensamientos, pueden ser causa de enfermedad. La angustia existencial produce neurosis, las neurosis son traducidas por el organismo en trastornos funcionales, y éstos por un mecanismo de fijación, se transforman en enfermedades orgánicas. No hay que olvidar que cuando el médico llega a ver al paciente por esos síntomas, las raíces de la enfermedad están profundamente introducidas no sólo en la personalidad del paciente, sino en el cuerpo social donde éste se encuentra integrado, o mejor dicho en muchos casos no integrado.

De la medicina de la persona se pasa a la Medicina de la Totalidad, aquella que considera las raíces existenciales-espirituales del ser humano; una medicina integral, una medicina holística, de la que la propia medicina biológica con sus bases naturalistas forma parte, donde la actividad científica se da la mano con los problemas éticos y metafísicos traídos a la escena de un mundo de intereses comerciales, militares y religiosos que tratan de poner con éxito, a los médicos a su servicio, destruyendo de paso, la sanadora relación médico-paciente.

rafaelmuci@gmail.com

 

¨El reino del terror¨: Observaciones neurooftalmológicas durante la decapitación

En una de esas tardes destempladas en la Neuro-Ophthalmology Unit de la Universidad de California en San Francisco, el doctor William F. Hoyt, mi maestro y mentor se acercó a mí, y metiendo su mano en el paltó extrajo una tarjeta de referencias, de esas que nunca la faltaba y me la acercó diciéndome,

-«Vea que puede hacer con esto, Rafee»:

En la tarjeta en cuestión se leía un corto texto y una revista, Neurology «Observaciones neurológicas durante la decapitación» del afamado neurólogo Denny Brown. Permaneció dentro de mis documentos hasta que decidí hacer una revisión en 2009 y presentarlo como Perla de Observación Clínica en la Academia Nacional de Medicina de Venezuela. Fue publicado en la Gac Méd Caracas 2010;118(1):53-59.

El período comprendido entre junio de 1793 y julio de 1794 fue conocido en Francia como ¨El reinado del terror¨ o simplemente ¨El Terror¨. El levantamiento que ocurrió con el destronamiento de la monarquía, la preocupación de una invasión por parte de poderes monarquistas foráneos y el temor de una contrarrevolución por parte de los partidos pro monárquicos, todos combinados, condujeron a la nación al caos y al gobierno a un frenesí de locura. La mayoría de las reformas democráticas introducidas por la revolución fueron suspendidas y ejecuciones al mayor fueron llevadas a cabo mediante la guillotina, instrumento introducido por el Dr. Joseph Guillotin para proveer de una muerte efectiva y rápida. El tribunal Revolucionario sentenció entre quince y cuarenta mil personas incluyendo a nobles, ciudadanos de a pie, intelectuales, políticos y prostitutas sin o con pocos motivos. La sospecha de ¨crímenes contra la libertad¨ fue suficiente para ganarse una cita con ¨Madame Guillotine¨. Algunos arguyeron que el instrumento lejos de ser rápido e indoloro, producía la más profunda y horrible tortura: el saber que se sería guillotinado y algunos estaban convencidos que existía una ventana de unos 25 segundos durante los cuales la cabeza decapitada respondía parpadeando o moviendo los ojos al llamado y retenía el reflejo corneal hasta por dos minutos.

 

Maximiliano Robespierre (1758-1794) se constituyó en el hombre fuerte y la figura más influyente durante el período de la Revolución Francesa conocido también como ¨El Reinado del Terror¨, o simplemente como ¨El Terror¨, comprendido entre junio de 1793 a julio de 1794. El levantamiento que ocurrió seguidamente al derrocamiento de la monarquía francesa, el temor de una invasión por monarquías extranjeras y la preocupación por una contrarrevolución a favor de los partidos que aupaban a la realeza, todos combinados, llevaron al país al caos, y al gobierno, al frenesí de la locura. La mayoría de las reformas de la revolución fueron suspendidas y comenzaron ejecuciones al por mayor empleando como medio la guillotina, un artefacto pintado de rojo, ubicado en una plataforma en la Plaza de la Revolución. Un comité presidido por el Dr. Antoine Louis, médico del rey y secretario de la Academia de Cirugía y otros profesionales, destacándose entre ellos el Dr. Joseph-Ignace Guillotin (1738-1814), abogado y profesor de anatomía en París quien modificó e hizo fabricar la nueva versión sobre la base de otras de la antigüedad. Llamada inicialmente ¨louisette¨, posteriormente el pueblo la designó como ¨guillotin¨. El grupo fue influenciado por la ¨mannaia¨ italiana (hacha), la ¨maiden¨ escocesa (picota) y la ¨gibbet¨ (patíbulo) de Halifax (Figura 1), pavorosos instrumentos que aplastaban el cuello o forzaban el desnucamiento. Las modificaciones introducidas por Guillotin la hacían de ¨simple mecanismo¨ y siempre funcionaba conforme al propósito. El prisionero atado era acostado en decúbito ventral en una plancha de madera que actuaba como báscula, su cabeza asegurada en un cepo y mantenida firmemente por el asistente del verdugo llamado el ¨fotógrafo¨, quien tiraba del cabello, o en los calvos, de las orejas. Cuando todo estaba asegurado la hoja caía desde lo alto y nunca fallaba… [1]

[1] La guillotina tradicional consistía en un armazón de dos montantes verticales unidos en su parte superior por un travesaño denominado chapeau, que sostiene en alto una cuchilla de acero con forma triangular –sugerida por Luis XVI- con un plomo de más de 60 kilogramos  (mouton) en su parte superior. En su parte inferior se dispone un cepo de dos medias lunas (¨lunette¨)  de las cuales la superior es móvil que dejan un espacio circular para acomodar la cabeza (fenêtre).  Justo detrás de la máquina hay una plancha de madera que actúa como báscula. Era común que la guillotina estuviera elevada sobre un cadalso y pintada de rojo.

 

 

El tribunal revolucionario sentenció a millares a morir en la guillotina: nobles, ciudadanos de a pie, intelectuales, políticos y prostitutas fueron ejecutados con algún o ningún fundamento, y la sospecha de ¨crímenes contra la libertad¨ fue suficiente para ganarse una cita con ¨Madame Guillotine¨, conocida igualmente como la ¨cuchilla nacional¨ . Se estima que el total de muertes se situaron entre quince y cuarenta mil. El Rey Luís XVI y la Reina María Antonieta fueron ejecutados en 1793. Robespierre no escapó a la acerada hoja y fue guillotinado un año después. Las ejecuciones públicas atrajeron multitudes y se convirtieron en un entretenimiento familiar. Se vendían los asientos para observar y las listas de los candidatos a morir. Sin embargo, hacia el final del período, para evitar que la pena capital se transformara en un acto heroico en lugar de un castigo, se ordenó pintar de color madera bastante oscura los montantes verticales, y de color negro la cuchilla. Así mismo, se quitó la plataforma para que el artefacto se ubicara al ras del suelo. De esta forma la ejecución por la guillotina pasó a ser un acto menos emocionante y popular, la gente se aburrió, la afluencia decreció y su decadencia alcanzó tales extremos, que en sus últimos años sólo se ejecutaron delincuentes de baja ralea, algo totalmente diferente a los grandes criminales o gobernantes que habían hecho daño a Francia (1).

De los personajes guillotinados se destacan entre otros: Nicolas Pelletier, primer ajusticiado en 1792; Charlotte Corday –asesina de Marat-, en 1793; Georges-Jaques Danton revolucionario, en 1794; Louis XVI Rey de Francia y Duque de Berry, en 1793; María Antonieta de Austria, en 1793; Maximilien Robespierre, revolucionario, en 1794; Antoine-Laurent Lavoisier, químico, en 1794; Henri-Desire Landru criminal, en 1922; y el último guillotinado, Eugene Weldman en 1939.

Luego de 185 años de dolor y desmanes, el procedimiento fue eliminado por ley en 1977 (1) (Figura 4).

  • ¨Decapitación lúcida¨

Durante miles de años, la remoción forzosa de la cabeza humana ha sido empleada como una forma de pena capital. De hecho, la palabra ¨capital¨, en el contexto de la pena, fue acuñada para describir la ejecución mediante decapitación, derivada de la palabra latina caput, que significa cabeza. Con la institucionalización de la guillotina, rumores circulantes le confirieron una arista dramática al artefacto. Desde su puesta en práctica se abrió un debate acerca de si el procedimiento proporcionaba una muerte tan rápida o tan ¨humanamente compasiva¨ como el doctor Joseph-Ignace Guillotin[1] habría propuesto, pues con los métodos previos de ejecución el sufrimiento infligido a la persona nunca había sido un tema de preocupación. Pronto circularon numerosas anécdotas de algunos que tuvieron contacto con las cabezas de los ejecutados y aseguraban que permanecían vivas por unos segundos, sus ojos llenos de lágrimas podían verse en las cestas, y ante ciertos estímulos respondían y hasta podían hablar…

[1] La guillotina tradicional consistía en un armazón de dos montantes verticales unidos en su parte superior por un travesaño denominado chapeau, que sostenía en alto una cuchilla de acero con forma triangular –sugerida por Luis XVI-, con una placa de plomo en su parte superior de más de 60 kilogramos (mouton). En su parte inferior se disponía un cepo de dos medias lunas (fenêtre), de las cuales la superior era móvil. Justo detrás de la máquina había una plancha de madera basculante para sujetar al condenado. Era común que la guillotina estuviera elevada sobre un cadalso y pintada de rojo.

(Available from URL. http://es.wikipedia.org/wiki/Guillotina Accesado enero 8, 2009).

 

 

Mucho se especuló y debatió acerca de este intervalo lúcido. Algunos argumentan que la persona decapitada perdía la consciencia casi de inmediato debido al masivo descenso de la presión sanguínea en el cerebro, o inducida por el impacto de la pesa; no obstante, cortaba tan eficientemente y con relativo bajo impacto sobre el cráneo y cerebro de la víctima que hacía más factible la inconsciencia inmediata que cuando se empleaba una forma de decapitación más violenta incluyendo el fusilamiento o ahorcamiento. Existía, no obstante, la posibilidad de que la rapidez sólo prolongara el sufrimiento de la víctima al ser protagonista de su inexorable destino y poder sentir el dolor desgarrante de la sección, a lo que se sumaba, la evidencia anecdótica de los observadores. No se sabía con exactitud si estas afirmaciones eran ciertas, o no otra cosa que ilusiones o fantasías de mentes exaltadas. Algunos médicos se acercaron a constatar si el procedimiento realmente producía una “mort calme et sans agonie”, dejando registro de sus observaciones (2).

  • Observaciones neurológicas

La evidencia científica parece indicar que luego de la sección se dispone de 13 segundos (± 1 o 2) de consciencia. Este tiempo es la cantidad de fosfatos de alta energía que los citocromos en el cerebro disponen para mantenerlo sin oxígeno o glucosa. Este hecho, aunque es bien conocido por la comunidad forense, es encontrado escasamente en la literatura.

En el apogeo de la guillotina durante ¨El Terror¨, se da cuenta que a muchos condenados se les pedía previamente parpadear tanto como posible luego de la decapitación. En tanto que algunos informaban su total ausencia en la cabeza recién amputada, otros pudieron presenciarla hasta por 30 segundos, mencionándose, además, vagabundeo ocular, movimientos labiales, lagrimeo, o grotescas, atemorizadas o afligidas expresiones faciales. Por ejemplo, en el caso de Marie-Anne-Charlotte Corday (1768-1793), seguidora del club de los girondinos y famosa por haber asesinado a Jean-Paul Marat, activista, periodista y político de la Revolución, se comenta acerca de la expresión de su cara en la cabeza decapitada cuando el verdugo François le Gros, tirándola por los cabellos la abofeteara: además de ¨ruborizarse, mostró rasgos de inequívoca indignación¨. El hecho de que se haya abolido como procedimiento de pena capital, no ha permitido observaciones científicas recientes en humanos. Estudios en animales decapitados aportó credibilidad a la posibilidad de breve consciencia de la cabeza luego que es separada del cuerpo.

  • El experimento del Dr. Beaurieux.

En pacientes con muerte cerebral pueden observarse movimientos reflejos y espontáneos. En 38 pacientes que llenaban los requisitos para considerarla, el 39% presentaron sacudidas de los dedos, flexión ondulante de dedos de los pies, respuesta de triple flexión, reflejo de pronación-extensión, mioquimias faciales y signo de Lazarus, el más complejo y aterrorizante: el enfermo extiende sus brazos y los cruza sobre su pecho (3,4); no obstante, morir en la guillotina es otra cosa.  Muchos anatomistas y científicos trataron de producir experimentos en cabezas seccionadas, pero inevitablemente la evidencia fue siempre anecdótica. Lo que aparenta ser una cabeza respondiendo al sonido de su nombre, o al dolor de un alfiler, puede corresponder tan solo a resaltos musculares o reflejos automáticos sin intervención de la conciencia. Denny-Brown menciona el caso tal vez mejor conocido (5): es el informe del Dr. Beaurieux (6) quien experimentó con la cabeza decapitada de un asesino condenado llamado Henri Languille, el 28 de junio de 1905 a las 5:30 am. El mencionado doctor escribió textualmente:

¨He aquí lo que yo fui capaz de notar inmediatamente después de la decapitación: La cabeza cayó desde la superficie seccionada del cuello, así que no la he tenido en mis manos, como han dicho los periódicos. No la toqué para colocarla erecta lo que me hubiera sido de ayuda en la observación que deseaba hacer.

Aquí entonces, es cuando me fue posible notar inmediatamente después de la decapitación los párpados y labios del guillotinado moviéndose en contracciones irregularmente rítmicas por cerca de cinco o seis segundos. Este fenómeno ha sido puntualizado por todos aquellos que han observado como yo, qué sucede cuando el cuello es seccionado… Esperé algunos segundos. Los movimientos espasmódicos cesaron. La cara se relajó, los párpados se cerraron sobre los ojos, dejando sólo parte de la esclerótica visible, exactamente como el moribundo que tenemos la ocasión de ver a diario en el ejercicio de nuestra profesión, o cuando ha muerto.

Fue entonces cuando llamándolo con fuerte voz: ¨¡Languille!¨, vi sus párpados elevarse lentamente, sin ninguna contracción espasmódica con suave movimiento, distintivo y normal –insistí especialmente en esta peculiaridad¨-, tal como el que ocurre en la vida diaria en personas despertadas del sueño o de sus pensamientos. Luego, las pupilas de sus ojos se fijaron en las mías. No estaba yo lidiando con un tipo de mirada vaga sin ninguna expresión que pueda ser observada cualquier día en una persona moribunda a quien se le habla. Estaba tratando con innegables ojos vivientes que me miraban. Luego de varios segundos, los párpados se cerraron nuevamente, lenta y suavemente, y la cabeza tomó el mismo aspecto que tenía anteriormente.

Fue en este momento cuando le llamé de nuevo, y una vez más los párpados se elevaron suavemente y sus vivos ojos volvieron a fijarse en los míos, tal vez más penetrantes que la primera vez. Entonces se cerraron, pero ahora en forma incompleta. Intenté ver el efecto de una tercera llamada, pero no hubo ningún movimiento y los ojos adoptaron el aspecto vidrioso que tienen en el muerto y la cabeza adoptó la misma apariencia que tenía previamente a cuando le llamara.

¨Considero esencial que conozcan que Languille mostró siempre una extraordinaria sangre fría y coraje desde el instante en que se le hizo conocer que su última hora había llegado, hasta el momento en que caminó con firmeza hacia el cadalso. Puede decirse, en efecto, que las condiciones para la observación del fenómeno, difiere grandemente de acuerdo a que el condenado retenga su sangre fría y esté en control total de su persona, o se encuentre en un grado de postración física y mental cuando es conducido al lugar de ejecución, situación en la que se encuentra medio muerto, paralizado por la devastadora angustia del instante fatal. Sólo he contado con rigurosa exactitud lo que fui capaz de observar. El episodio completo que duró entre veinticinco y treinta segundos…¨

Aunque la versión parece haber sido aceptada por médicos (5), algunos estudiosos del problema, sobre la base de análisis de las fotografías del cadalso y circunstancias de la ejecución, han puesto en duda la observación (7).

  • Otras anécdotas

En el libro de Bernard Jaffe (1976), ¨Crisoles: La historia de la química desde la antigua alquimia a la fisión nuclear¨ (8), se relata una historia donde un sirviente del químico Antoine-Laurent Lavoisiere (1743-1794) fue decapitado en la guillotina. De acuerdo al autor, Lavoisiere tomó inmediatamente en sus manos la cabeza manifestándole que si entendía, parpadeara. El químico corrió la misma suerte de su sirviente. La Revolución le retiró de su laboratorio y más tarde fue arrestado. Cuando alegó que era un científico y no un recaudador de impuestos, el oficial que lo arrestó contestó con la famosa frase “la república no necesita científicos”. El juicio fue una farsa, donde Marat, poderoso cabecilla revolucionario, acusó a Lavoisier en 1794 de haber participado en complots absurdos y pidió su muerte en la guillotina. Una historia asegura la propia experiencia del químico al decirle a su asistente que parpadearía después de la ejecución tan largo como pudiera; al parecer lo hizo durante quince o veinte segundos. Sin embargo, la historia es dudosa puesto que no aparece en ninguna de sus biografías.

No todos los intentos de evaluar la conciencia en las cabezas decapitadas han sido exitosos. En 1836, un criminal de nombre Lacenaire estuvo de acuerdo en parpadear luego de la decapitación, pero no lo hizo. Otro asesino de nombre Prunier en 1879 aleccionado sobre lo que habría de hacer, tampoco respondió a los estímulos. El siguiente año, tres horas después de la ejecución, un medico bombeó sangre desde un perro vivo dentro de la cabeza del criminal y violador Menesclou. Menciona que sus labios temblaron, los párpados tuvieron resaltos y la cabeza impresionó como si quería hablar, aunque no balbuceó palabra alguna.

Una observación más reciente concierne a una decapitación accidental en un accidente automovilístico ocurrida en 1989. Un veterano de la armada de norteamericana que sirvió en la Guerra de Corea manejaba un taxi con un amigo cuando fue impactado por un camión. El observador quedó fijado en el asiento del carro volcado, en tanto que el amigo fue decapitado durante la colisión: ¨La cabeza de mi amigo quedó mirando hacia arriba y desde mi posición observé que abrió la boca y la cerró por dos veces. La expresión facial fue inicialmente de shock o confusión, seguida por otra de terror o pena. No exagero cuando digo que sus ojos miraban alrededor y en un momento se dirigieron hacia mí, luego hacia su cuerpo y posteriormente nuevamente hacia mi, haciendo contacto directo conmigo hasta que sus ojos adoptaron una mirada nebulosa y carente de expresión… y luego murió¨ (9).

En ¨The Progress Medical¨ del 9 de julio de ¿1886? BMJ 1887, 2:195 (10) Se publicó un artículo de los doctores Regnard y Loye acerca del examen de la cabeza de un convicto inmediatamente después de su decapitación en la guillotina. El prisionero se mantuvo calmado hasta el último momento, no estaba pálido aún cuando su cuello estaba en el cepo para recibir la cuchilla fatal.

Dos segundos después los carrillos estaban aún rosados, los ojos ampliamente abiertos con moderada dilatación pupilar y la boca firmemente cerrada. No se notaron movimientos fibrilares. Cuando el dedo se colocó cerca de su ojo, no hubo cambio en la expresión de su cara; sin embargo, al tocar la cornea o el borde de las pestañas, los párpados se cerraron repetidamente durante 6 segundos luego de los cuales, no pudo ponerse de manifiesto. Las mandíbulas se encontraban fuertemente cerradas sin que pudieran abrirse mediante fuerza manual. No se constató contracción similar en el tronco o extremidades. Un minuto después de la muerte, la cara palideció, el tronco permaneció flácido y las carótidas continuaron expulsando sangre. Al fin del cuarto minuto la cara estaba muy pálida, los párpados cerrados hasta la mitad y las mandíbulas aún más cerradas. La estimulación de ambas superficies cortadas de la médula espinal no produjo movimientos reflejos en tronco o cara.

Durante veinte minutos no hubo cambios; entonces se inició la necropsia. Se notaron evidencias de antigua pleuresía y alcoholismo. El corazón latía activamente. Al abrir el pericardio, los ventrículos continuaron contrayéndose durante 25 minutos y las aurículas por 40 minutos. En total el corazón latió por espacio de una hora. Había burbujas de aire en los vasos de la piamadre cerebral[1] y mucho aire en el espacio subaracnoideo. La cuchilla pasó a través de la parte inferior de la cuarta vértebra cervical. Los investigadores notaron que la muerte por guillotinamiento era calmada, sin lucha y sin asfixia, siendo similar al fenómeno inhibitorio descrito por M. Brown Sequard en animales de experimentación.

[1] Es un hecho constatable mediante oftalmoscopia directa, la segmentación de la columna sanguínea en las arteriolas y vénulas retinianas cuando ocurre un paro cardiorrespiratorio y se retardan las maniobras de reanimación, de hecho, es un signo de muerte cerebral y mandato de que aquellas deben ser suspendidas. Así, que el ¨aire¨ observado en los vasos piales, debe tener una similar explicación a la retiniana (11).

 Los médicos Piedlievre y Fournier asentaron que la muerte por la guillotina ¨no es instantánea realmente, cada elemento vital sobrevive a la decapitación… es una vivisección salvaje seguida de entierro prematuro¨ (12).

¿Puede concluirse entonces que una cabeza separada del cuerpo es capaz de tener conciencia luego del evento? Aunque la muerte no es inmediata lo que posiblemente confiere conciencia, no puede ofrecerse con certitud una respuesta positiva o negativa; así que la pregunta permanecerá sin respuesta para siempre. La observación del Dr. Beaurieux parece probar razonablemente que la muerte no es instantánea y que una cabeza degollada, luego de que es separada del cuerpo, permanece consciente y alerta por algunos segundos, aunque como es lógico, sin vocalización posible.

Además, es probable que algunos condenados pierdan la consciencia inmediatamente, en tanto que otros, podrían experimentar horrendos momentos de lucidez; así que el instrumento de Guillotin tiene potencial para producir la más profunda y horrible tortura: El sólo saber que se morirá por decapitación. Es también muy posible que la mayoría de los decapitados se encuentren demasiado desorientados o distraídos por el dolor y la pena que les embarga para ocuparse de asuntos tan triviales. Con relación a los fenómenos neurooftalmológicos presentes luego de la decapitación se encuentran, parpadeo intencional por espacio de 15 a 30 segundos, movimientos oculares conjugados en respuesta al nombre presentes por 20 segundos y reflejo corneal presente durante 2 minutos (5).

 

Loas a Pheidippides y su gesta inolvidable… Elogio de la actividad física y el maratón

No hay ocasión en que alguien fallezca en medio de la febril actividad de un maratón, sea atropellado por un automóvil mientras se ejercita o sufra alguna lesión deportiva, que no reciba alguna llamada o me hagan algún acre comentario sobre los peligros de la carrera callejera. Mi respuesta siempre ha sido, que más muertes ocurren en la cama que durante la actividad física aeróbica…

Pero trasladémonos a la antigua Grecia y aprendamos como se teje o se corre, o mejor dicho, ¨cómo se trota¨ la historia…

Corría el año 490 a.C., los griegos habían derrotado a los persas en la batalla de Maratón en una lucha desigual en número, pero no en preparación táctica y física, 10.000 atenienses contra 25.000 persas. El ataque fue inesperado, pero en una batalla que duró un día entero, los primeros pudieron expeler a los persas de vuelta a sus barcos. Éstos se dirigieron entonces hacia la playa desprotegida de Phaleron, en navegación de 10 horas; advertidos, los soldados atenienses tuvieron que correr una distancia de 40 kilómetros para esperarlos. Los invasores no podían dar crédito a lo que sus ojos veían, el ejército ateniense constituido por superhombres, les estaba esperando. Decidieron irse derrotados… De acuerdo a Heródoto se confió entonces a un soldado a quien Plutarco menciona después por su nombre, Pheidippides, la tarea de llevar las buenas nuevas a Atenas, distante unos 40 kilómetros en ruta ascendente.

La leyenda  cuenta que nuestro héroe, un hemeródromo o mensajero corredor, corrió henchido de orgullo y felicidad y al llegar a la ciudad, apenas tuvo aliento para decir ¡Ganamos…!, cayendo desplomado muerto y constituyéndose así, en la primera víctima mortal de un maratón. Este hecho inspiró la competición en los Juegos Olímpicos de Atenas en 1896, recorrer una distancia histórica de 42 kilómetros, 195 metros... ¿por qué esa distancia exacta? En 1908, la Reina Alexandra de Inglaterra fijó la distancia oficial de la prueba que hasta esa fecha no existía, en los citados 42 kilómetros 195 metros, distancia actual. Es esa precisamente la distancia que separa la ciudad inglesa de Windsor, del estadio White City, en Londres. Los últimos metros se añadieron para que la meta coincidiera con el palco presidencial.

      Siendo que la leyenda es notable, la verdadera historia es aún más asombrosa. Nuestro héroe comandaba una misión más dura e importante; el ejército persa se aprestaba a destruir a Atenas y él fue comisionado a ir a Esparta que distaba 240 kilómetros en búsqueda de ayuda; la trayectoria era demasiado accidentada para los caballos, así que no quedaba otra opción que enviar un emisario que, corriendo, cubriera el trayecto. Y así lo hizo en dos días, pero para su frustración, los espartanos celebraban el festival de Artemisa y no accedieron a prestarles asistencia; tuvo entonces que devolverse trotando similar cantidad de kilómetros a traer las malas nuevas, pero le dio fuerzas el ver durante la ruta al Dios Pan, dios de la fertilidad y de la sexualidad masculina desenfrenada, aunque se sospecha que fue una alucinación producto del extremo calor…

En muchas áreas de la vida, los médicos solemos ser ejemplos de lo que no debe hacerse sin pensar que estamos permanentemente bajo el escrutinio de nuestros pacientes… Tal vez ningún miembro de la sociedad maltrate su salud en forma más imprudente que el médico. Y este aserto lo toma muy en cuenta el enfermo al momento en que le aconsejamos sin verdadera convicción. Una vez que terminen su lectura, pudieran pensar que este editorial está impregnado de falsa modestia porque voy a hablarles de mí mismo. ¿Será el producto de un ataque de pedantería? No lo creo… Después de todo, el atleta aficionado que mejor conozco, soy yo mismo y ello, ¡me confiere algún derecho! Estoy orgulloso de ser un ¨atleta¨, aunque confieso que el adjetivo no deja de sonarme muy exagerado. Desde hace muchos años me he ejercitado persuadido de un beneficio a corto y largo plazo que al mismo tiempo es diversión, ¡qué más convincente que un buen ejemplo!  Hoy día habiendo pasado la cota de los ochenta años le digo a mis pacientes que el deporte ha sido para mí la mejor inversión a largo plazo que alguna vez hice…

El ejercicio me hace sentir bien, me mantiene físicamente activo, mentalmente alerta y emocionalmente estable. Forma parte de un estilo de vida al cual pertenecen también el dormir sin hipnóticos un número adecuado de horas, no fumar, no beber ni comer en exceso, casi nunca repetir, usar el cinturón de seguridad mientras manejo y jamás, pero jamás pensar en jubilarme, pues entiendo que la jubilación no planificada es una condena a la esterilidad y el hastío. El día en que no puedo ejercitarme, mi cuerpo y mi espíritu me lo reclaman y me hacen ver la diferencia.

Cuando realizo mi rutina, pleno mi mente de ideas positivas y oigo las señales que mi cuerpo sabiamente me envía, así que intento interpretarlas y atenderlas, así que podría decirles que muy pocas veces me he extralimitado o lesionado. Para alcanzar mi meta, me fijé un objetivo, comencé con muy poca distancia por largo tiempo, para ir aumentando la exigencia durante meses y años. Mis únicos contrincantes fueron mis debilidades. El primer maratón de la Clínica El Ávila en 1989 me introdujo a la competencia de aficionados, con lo cual vinieron a sumarse mi usualmente solitario entrenamiento, un mayor incentivo y diversión. Visto el beneficio, siempre y con el mayor entusiasmo he intentado interesar a mis cercanos, amigos, parientes, alumnos y pacientes, a tomar para sí mismos, parte del cuidado de su salud, enarbolando el emblema, ¨Si estoy bien, fuerte y controlado, saludable de cuerpo y espíritu, todo a mi alrededor estará bien¨. Mi esposa, mis hijos y nietos, alumnos y pacientes, me han enseñado la gratificación de interesar e iniciar a otros, en aquello que sinceramente hemos comprobado que ha sido bueno para nosotros mismos.

Veo en derredor mío y contemplo al hombre de la ciudad en continuo sufrimiento. Un tormento muchas veces no percibido y manifestado por intemperancia, mal humor, insomnio, excesivo apego al bien material, glotonería, excesos al beber, tabaquismo, enfermándose a sí mismo en una prisa irracional que le lleva en voladillas sin saber adónde va. Entiendo que habiendo pasado de una vida rural, tranquila, apacible y saturada de actividad a la inactividad casi total que trae aparejada la vida citadina, haya perdido el rumbo, alejándose de la promoción de su propio bienestar y de la salud, el bien más preciado. A despecho del llamado que ha venido haciéndose a la población general sobre el beneficio del ejercicio físico cotidiano, muy pocas personas lo han aceptado como hábito de vida ¡Qué lástima!

Presumiendo la buena fe del que se inicia, diversas razones atentan contra su mejor intención: O bien la persona inicia el ejercicio más como una obligación que como una diversión gananciosa; o inicia un plan de entrenamiento sin haber estructurado una estrategia previa, adhiriéndose a un sistema erróneo en el que se fija metas inalcanzables para las cuales debe acceder a niveles de rendimiento muy elevados desde el inicio; o en la búsqueda de su propósito, progresa a una velocidad inconveniente para sólo lesionarse en el intento y abortar la buena voluntad; o en fin, es desinteresado o desestimulado al exagerársele los peligros que entraña el entrenamiento, olvidándose que buena parte de las muertes no ocurren durante la práctica del deporte, sino en la comodidad inmovilizante de un sofá o de una cama.

Para desvirtuar los efectos beneficiosos de los buenos hábitos de vida y en particular el trote, a menudo se traen a colación distorsionados ejemplos, veamos:

Para desvirtuar los efectos beneficiosos de los buenos hábitos de vida, a menudo se traen a colación distorsionados ejemplos… Uno de ellos es el famoso dicho, ¡Llegar a viejo sin vicio, qué desperdicio! Además, veamos el caso de la francesa Jeanne Calment (1875-1997), la persona más vieja conocida quien murió a los 122 años y fue una fumadora empedernida hasta los 117 constituyéndose en la excusa de muchos fumadores. O el otro caso, referido a James Fixx (1932-1984), conocido por su libro »The Complete Book of Running» que muchos adquirimos y adoptamos como artículo de fe llevando a decenas de miles a imitarlo, haciendo de él, el gurú del mundo del trote. Pues bien, había sido un fumador en cadena de cerca de dos paquetes de cigarrillo por día dejando de fumar 17 años antes de morir a los 52 años mientras trotaba en Vermont Convencido de que el ejercicio era un seguro de vida y nunca tuvo ocasión para una revisión médica a pesar de conocer que su padre había tenido su primer infarto cardíaco a la edad de 35 años y fallecido de otro a los 43. La autopsia mostró que la arteria coronaria circunfleja izquierda estaba casi totalmente bloqueada y cerca del 80% de la coronaria derecha se mostraba obstruida, siendo que la nutrición del corazón se aseguraba a través de la arteria descendente anterior que también mostraba estrecheces segmentarias.

Por último, el cubano Alberto Salazar (1958-1982), ganador del Maratón de Boston y luego tres de Nueva York con un mejor tiempo de 2:08:13, sobrepasando la marca de Derek Clayton de 2:08:33 que había estado incólume por 12 años; fallecido por un infarto miocárdico a los 49 años mientras entrenaba, debió ser desfibrilado y tras ocho electroshocks y una suma total de 14 minutos en paro cardíaco, fue sometido a dos cirugías de revascularización miocárdica y terminó muriendo en su ley.

¡Qué muerte más feliz! –pienso- La preferiría una y mil veces a un prolongado lecho de miserias. Indudablemente, quieren los detentores de malos hábitos de vida hacer creer que una existencia disciplinada es una pérdida de tiempo, pues con ella no podemos cambiar en mucho el tiempo que vamos a vivir. Pero prolongar la vida nada significaría si sólo denotara vivir más años con más enfermedades y limitaciones. Debe saberse, sin embargo, que las mismas conductas que pueden agregar años a la vida, igualmente pueden dar a esa vida años de salud, independencia y creatividad.

Es bien conocido que el ejercicio regular y una dieta sana, aisladamente consideradas, reducen el riesgo de adquirir condiciones patológicas potencialmente limitantes o debilitantes como la enfermedad coronaria, diabetes mellitus, obesidad, hipertensión arterial y osteoporosis. Pero, además, el ejercicio físico puede ayudar a mantener a las personas activas a través de un incremento de su fuerza física y psíquica, a temperar el carácter, la capacidad aeróbica, resistencia y movilidad, virtudes corporales que tienden a desvanecerse con la avanzada edad o el mal vivir. Es así como personas viejas que han mantenido tales hábitos de vida a lo largo de los años, a menudo poseen habilidades y salud general mucho mejor que la de individuos con menos años y aún, décadas más jóvenes.

Investigadores de la Universidad de California Los Ángeles estudiaron un universo de 7.000 individuos por espacio de dos décadas. Tomaron en cuenta tres hábitos dañinos indiscutibles: Cigarrillo, abuso de licor e inactividad física. Adicionalmente, tres costumbres que ayudan a identificar a aquellas personas que suelen ignorar su salud: No desayunar, comer entre comidas y dormir menos de siete, o más de ocho horas. También se incluyó el sobrepeso, indicador que refleja el comer más de lo necesario y la ausencia de ejercicio. Los resultados indicaron que un hombre de 45 años que tenían menos de 4 de esas taras negativas o indeseables, vivía un promedio de 11 años más que un hombre de similar edad que tenía más de 5. Algo similar, pero de menor proporción se encontró en las mujeres.

Otro estudio realizado durante siete años en la Universidad de Stanford en California, hizo un seguimiento a 450 trotadores y 330 no trotadores con edades comprendidas entre 50 y 72 años. Luego de ajustar los resultados a la presencia de limitaciones o enfermedades previas al inicio del estudio, se encontró que aquellos que no se ejercitaban, desarrollaban enfermedades limitantes tres veces y media más frecuente que quienes sí lo hacían. Aún aquellos que corrían entre 1.5 y 9 kilómetros por semana, reducían su riesgo casi tanto como los que entrenaban a un máximo. Se dedujo pues, que el ejercicio aún moderado, es capaz de mejorar la calidad de vida a través del mantenimiento de la salud y de la elevación del espíritu a medida que envejecemos. Y no es sólo porque nos mantenga más fuertes y saludables, sino también, porque nos favorece el buen humor. Agregando en este sentido, un grupo diferente de la Universidad de Stanford en forma aleatoria, asignó a 360 sujetos con edades comprendidas entre los 50 y 66 años, la posibilidad de ejercitarse o permanecer inactivos. Luego de tan solo un año, los que se ejercitaron señalaron que el estrés negativo, la ansiedad y la depresión eran mucho menores y mejor tolerados que en el grupo que permaneció inactivo, y estos beneficios tampoco estuvieron en relación con la duración o la intensidad del ejercicio que realizaran.

  • Aún rememoro con añoranza, y todavía busco inútilmente los domingos la columna «Correr es vivir» publicada en el Diario El Nacional por el doctor farmacéutico, locutor y comentarista, Pedro Penzini Fleury (1936-2010), quien falleciera de una variedad de cáncer medular (mieloma múltiple) y a quien tuve la ocasión de atender como consultante en sus últimos meses, causándome asombro que ante cuadro tan triste y doloroso mantuviera siempre una sonrisa, un ánimo esperanzado, optimista y sosegado. Recuerdo haberme cruzado con él mientras trotábamos en las hermosas mañanas del Parque del Este, y pienso que la circulación crónica de endorfinas mantiene la fortaleza de ánimo y el talante tranquilo.

Como si ello fuera poco es bien conocido que mantener buenos hábitos de salud, ayuda a las personas mayores a mantener preservadas sus facultades mentales. Una investigación realizada en 500 residentes de Seattle en Norteamérica durante 35 años encontró, que aquellos que estaban físicamente saludables, en parte por sus buenos hábitos de vida tenían mayores probabilidades de alcanzar los 70 u 80 años activos y con mentes lúcidas. ¿La razón? Se piensa que condiciones patológicas tales como hipertensión arterial, enfermedad arterial coronaria y enfermedad pulmonar del fumador, reducen la oferta de oxígeno al cerebro, asfixiándolo y aún, son capaces de producir pequeños infartos cerebrales silentes o asintomáticos, robadores de bienestar mental. Pero, todavía existiría otra posibilidad: Si nos sentimos tristes o enfermos, es mucho más probable que evitemos el desafío que implica la actividad mental. Y ejercicios mentales, pueden ayudar a preservar una mente saludable de la misma forma que el ejercicio físico protege al cuerpo.

Nuestro sistema inmunitario, o dicho en palabras simples, la eficiente policía que reguarda nuestra integridad, momento a momento en fiera pero imperceptible batalla, destruye virus, bacterias, protozoarios y hongos que nos invaden desde el entorno. También es cierto que nuestro organismo es depositario de células descarriadas que se han transformado en cancerosas. Un sistema inmunitario robusto las identificará, las reconocerá como invasoras y destruirá esas células subversivas antes de que puedan multiplicarse y transformarse en tumores malignos. En teoría, el ejercicio físico puede disminuir el riesgo de cáncer a través de un fortalecimiento del sistema inmune.

Al menos tres grandes estudios observacionales que comprendieron más de 17.000 almas durante más de 16 años, ha dado soporte a esta teoría. Uno de ellos, del Instituto de Investigación Aeróbica de Dallas halló que las posibilidades de adquirir un cáncer fatal fueron 65% menor en hombres que se entrenaban moderadamente y 84% menor en los muy entrenados que en los sujetos sedentarios. El segundo estudio proveniente de las Universidades de Harvard y Stanford, encontró que hombres muy activos y moderadamente activos, desarrollaban un cáncer un tercio menos que las personas inactivas. Si bien estos hallazgos podrían tener que ver con una alimentación balanceada y otros hábitos saludables de los hombres más activos. Un tercer estudio del Instituto Nacional de Cáncer de USA tomó en cuenta esas posibilidades. Luego de controlar los hábitos de salud que pudieran influenciar el riesgo de cáncer, encontraron que éste era aún 39% más bajo entre hombres moderadamente activos y 23% en mujeres de hábitos similares que entre hombres y mujeres inactivas. Este decremento en la susceptibilidad de desarrollar cáncer en un deportista, puede también en teoría ser debido a más que una fortificación del sistema inmune. Es bien conocido que el ejercicio favorece la evacuación intestinal diaria, por tanto, ayuda a eliminar con mayor rapidez las sustancias cancerígenas que ingerimos especialmente con dietas malsanas, reduciendo su estancia en nuestro cuerpo y reduciendo así la posibilidad de cáncer del colon. Además, tiende a reducir moderadamente los niveles de estrógenos en la mujer, conocido favorecedor de un cáncer de la mama, y de la testosterona en el hombre, que estimula el crecimiento de un cáncer prostático.

En conclusión, nunca he admirado –que sí respetado- a una de esas personas que, sentada en el banco de un parque con dos perros calientes a la diestra y seis latas de cerveza a la siniestra, exhibiendo una extra-llanta colgando por encima del cinturón, observa sudorosos caminadores o trotadores que pasan frente a él. NO me agrada gratificarme de esa manera. Tampoco necesito tomarme dos tragos de güisqui para acallar la tensión interior que a veces me embarga, cuando puedo alcanzar mi toque de luz con un opioide un centenar de veces más potente que la morfina y en forma perfectamente legal… Me refiero a la euforia inducida por el ejercicio: Se ha determinado que las personas que se ejercitan vigorosamente por un período de unos doce minutos, liberan en sus cerebros sustancias naturales llamadas betaendorfinas, analgésicos naturales que al mismo tiempo elevan notablemente la sensación de bienestar. Las endorfinas son parte de esa gran familia de neurotransmisores, que son facilitadores bioquímicos responsables de la información entre los cien billones de neuronas o células contenidas en nuestro cerebro.

Las neuronas disparan impulsos electroquímicos a diversas frecuencias para estimular la liberación de los neurotransmisores que incitan a otras células a activarse. Cuando la armonía domina la relación entre unas y otras, se envían mensajes bioquímicos específicos a diversas partes del cerebro para inducirnos a realizar acciones como hablar, mirar, tragar, etc. Caminar vigorosamente o trotar durante cuarenta y cinco minutos o más tiene como efecto beneficioso producirnos euforia. Esta euforia quizá represente un efecto colateral del esfuerzo realizado en nuestro cuerpo para ayudarnos a sobreponernos a un elevado nivel de estrés positivo: El ejercicio físico. Si bien el cuerpo humano no fue diseñado para correr maratones, sí fuimos creados para correr cortos trechos como medio para escapar de animales salvajes u otros hermanos trogloditas blandiendo sus macanas. Mediante la secreción de betaendorfinas en conjunción con la adrenalina, nuestro cuerpo pudo en el pasado y puede en el presente, desarrollar extraordinarias proezas cuando fuere necesario. La euforia del corredor es la manera como nuestro cuerpo se adapta a la condición anormal de un estrés sostenido para mantener un equilibrio interno.

 

Durante el ejercicio liberamos en forma constructiva nuestra hostilidad, nos desembarazamos de tensiones internas con potencial de enfermarnos, elevamos nuestra sensación de bienestar, oxigenamos hasta el último rincón de nuestro cuerpo, acondicionamos nuestro sistemas cardiovascular y respiratorio para tolerar niveles de exigencia inesperados, fomentamos el sentimiento de auto-estima y auto-confianza, en fin, nos alejamos del polo tanático de la existencia para acercarnos al polo erótico de la vida. Sin olvidar esa ¨ausencia presente¨ qué es la muerte, celebremos cada día la vida con alegría, salud, felicidad y bienestar…

Así que continuaré ejercitándome en forma cotidiana como mi personal terapia preventiva y curativa, trotaré siempre mirando al frente y nunca al suelo, donde mis despojos habrán de yacer, perseveraré en mi intento de proporcionarme alegría, sensación de bienestar y sanación preventiva, y al mismo tiempo proseguiré recomendando a mis cercanos: familiares, amigos, alumnos y pacientes, los beneficios a largo y corto plazo de buenos hábitos de vida, pues no nos enfermamos por azar, llegamos a estar enfermos por lo que hemos hecho a nuestro cuerpo por nuestra manera de vivir y por aquellos hábitos convenientes que hemos dejado de incorporar en nuestras vidas…

 

rafaelmuci@gmail.com

Elogio de las menudas: o no desestimes a la más ¨débil¨ Maduro…

 

Cuarto menguante, tiempo de arar; también es tiempo de romper una lanza, de arriesgar la vida en un lance como proclamaba El Quijote; es tiempo de asfixia, dolor taladrante y penuria; y es allí donde la vemos, mezclada con los varones, menudita, estilizada, captada en la anonimia de una foto, el cabello al desgaire, el pantalón ajustado, cuerpo inclinado hacia sus sueños como en una carrera de velocidad -¡no hay tiempo, se me acaba la vida…!-; con una cruz redentora en el pecho danzando al ritmo de su determinación, con una bandera de Venezuela de siete estrellas como única y suficiente protección al vaho dañoso y costoso en momentos en que no hay comida ni un bálsamo para tristezas; el bolso en su espalda portador de un mensaje oculto, de una bomba de profundidad: nada menos que el artículo 350° de la Constitución Nacional que solo él rellena todo el espacio, no otra cosa que amor por la justicia y fundamentalmente por la libertad, símbolo del marchante con objetivo, expresión de nuestra nueva mancebez, retrato del albor de una vida, cansada de pesares y desengaños, de tropiezos y mezquindades, de migración y rechazo, de melifluas promesas y botas militares, antítesis de galeotes de un futuro incierto, preludio de la hoguera para todo disidente: seis personas fallecidas en seis días, seis jóvenes mártires y matarán muchos más; el cartucho de gas lacrimógeno a la siniestra sin parar mientes en la ardentía de sus tres dedos por el calor generado, la rabia y la impotencia hechas anestesia, reclamo y torbellino, la mirada fija en el futuro como diciendo, ¡Malvados, quiero mi país de vuelta…!

Me veo chiquito y superfluo ante su gigante determinación, siento un nudo en la garganta que expresa mi emoción, mi esperanza, mi admiración y mi recogimiento. ¡Esta sí que es la patria mía!, no esa otra ¨patria¨ de engaño que tenemos, que pintan los traidores, los que nos regalaron a Cuba, la tierra del ¨chor¨, isla de infortunios y pauperismo, los que nos dejaron este erial de miseria y dolor, los que se protegen tras altos paredones en el Country Club y La Lagunita donde solo entran sus 4×4 blindados y vigilan gigantones armados y malencarados, u otros que disfrutan sus condominios allende los mares, como queriendo cubrir sus facies turbias y nauseabundas y sus dineros manchados de muerte cuando el país se hunde en la ruina y el desencanto; amarga ironía de los ideales de amor y de justicia…

Pero allí está ella, menudita, con el retintín ensordecedor de su gesto, sin miedo porque mamó la leche mientras era acunada con el himno nacional, con esperanza infinita como el llano de Gallegos, ¨tierra de horizontes abiertos, donde una raza buena ama, sufre y espera¨,  símbolo de encendida y apasionada defensa de la liberación de la mujer, de la liberación de un país, trocada ella misma en paradigma de una mocedad que no se deja mancillar, que quiere un espacio, que quiere lo suyo para que desde su tránsito desde oruga a mariposa sus sueños vuelen y luego se hagan realidad; ¿qué la mueve?, ¿qué resorte interno la lanzó a la calle a desafiar con su menudo cuerpo mil peligros?

Ella, que nació bajo Chávez, que creció bajo Maduro y sus ladrones de sueños, aves de mal agüero, huevos podridos en la frente que presagian el cadalso; ella, emergente de la ensoñación de una juventud que forma parte de una mayoría excluida contra la cual se ha desplegado el crimen, la rémora, el abuso y el hambre, que no se resigna aunque no conoció democracia pero la lleva muy dentro, en las venas del inconsciente colectivo, con su pasión para construir, ¿quién puede detener esa borrasca?, ¿quién rompió el corsé ajustado de aquel perfil ideal de la mujer que había trazado el Concilio de Trento (años 1545 y 1563) adjudicándole atributos de ¨modesta, recatada, obediente y sacrificada?¨. ¡No, qué va…! ¡Madre mía, me voy a la marcha, me voy a la protesta donde pertenezco, no te resientas si no regreso…!

Han transcurrido 207 años de aquel jueves santo, 19 de abril de 1810 recogido en un lienzo por Juan Lovera (1838). Ese día los representantes de la clase dirigente, los universitarios, el núcleo más selecto e ilustrado de la población de Caracas se declara rebelde y da el paso definitivo y sin retorno, y aprovechando la ceremonia con energía y extraordinaria decisión depone al gobernador y capitán general, don Vicente Emparan quien se dirige al ¨balcón del pueblo¨ esperando una ovación: Detrás suyo el clérigo José Cortés de Madariaga hace gestos y agita las manos consiguiendo que los pobladores gritaran: «¡No, no lo queremos! ¡Fuera!». Indignado y resentido Emparan respondió: «¡Pues yo tampoco quiero mando!». El mismo día renunció y dos días después se marchó a España. Los independentistas habían obtenido su primera victoria sin derramar una gota de sangre. Ojalá que los que nos gobiernan escuchen el tronar de la historia y eviten que más sangre inocente corra por las calles de ciudades y pueblos del país de manos de las avispas negras cubanas que han llegado a matar pero que también ya tendrán lo suyo…

Cervantes hace de la libertad el literario de su obra, la médula sobre la que gira su portentosa creación, en su mensaje hace una apuesta por la libertad en su sentido más completo y amplio lo que lo hace sobrada razón para su vigencia; en fin, desfacer fuerzas y socorrer y acudir a los miserables a los galeotes y a los desposeídos. Su pretendida locura no era tal; algunos de sus exégetas como Arturo Plaja Serrano y Gonzalo Torrente Ballester dudan de ella pues de buen entendimiento y buen discurso hacía gala en todo cuanto trataba. Pero además, su falta de egoísmo, su desprendimiento y su sabiduría luego de 412 años todavía no lo han hecho morir de viejo y superfluo como yo, la apoptosis todavía le queda muy lejos…