Elogio del olor a libro nuevo…

 

Un vívido, querido y fresco recuerdo a temprana infancia viene a mi memoria no más al abrir un libro recientemente adquirido sobre las Tragedias de Esquilo. Un libro empastado, no muy grande, verde oscuro, de hermosa tapa dura con filigranas de color oro haciendo de marco, y papel calandrado no muy fino…

 Antes de comenzar mi relato, tal vez sea útil referirme a la fisiología de la olfacción. La corteza olfatoria primaria donde toma lugar el procesamiento de la información de cuanto olemos, se enlaza con el hipocampo y la amígdala cerebrales. Apenas, dos sinapsis entre neuronas con axones no mielinizados separan el nervio olfativo de la amígdala, comprometida en experimentar memoria emocional. Adicionalmente sólo tres sinapsis separan dicho nervio del hipocampo, implicado con la memoria reciente y de trabajo. La memoria evocada por un olor es inusualmente potente. Por ello, al abrir el libro, la memoria olfativa almacenada en mi lóbulo temporal derecho, de inmediato me trasladó al inicio de clases de cuarto grado de instrucción primaria en el Colegio La Salle de mi ciudad natal, la Valencia de Venezuela.

Viendo al poniente, en un rincón a la izquierda, y en un recinto en apariencia insignificante, de puertas de alas muy altas que se asomaba a la estructura de tres pisos del colegio en sí, y al amplio patio asfaltado al cual se llegaba bajando por una amplia escalera, allí, tomaba asiento un cofre de tesoros…

Precisamente allí, a comienzos de cada año escolar debíamos hacer fila por grados para mostrar las listas de textos que nos correspondían ese año.   Mientras más nos acercábamos a la boca de la estancia, más podíamos olfatear hasta el hartazgo, el suave aroma que despedían aquellos libros de reciente impresión dispuestos en montones verticales.  La Gramática de Bruño, de hojas de tez pálida que con el paso de los años habrían de adquirir un tinte marrón mareado por efecto de la oxidación del papel; aquél otro de Historia Universal; éste de Historia de Venezuela; y mi preferido, el de Biología. De inmediato y con fruición lo hojeábamos para ser seducidos por sus numerosas figuras.

En él recuerdo haber conocido al ornitorrinco. El extraño animal causó en mí un gran impacto y curiosidad. Aquél mamífero con pico de pato, cola de castor y patas de nutria, ponedor de huevos, con largas uñas que en las patas posteriores del macho poseía un espolón capaz de secretar un veneno productor de intenso dolor, se desplegaba mansamente ante mis ojos. Nunca le olvidé, ni le olvido y sabiendo que provenía de las lejanas Australia y Tasmania, daba por sentado que tal vez nunca le conocería en físico; no obstante, me consolaba el que sin haberlo visto, si llegara a posarse al alcance de mis ojos, de inmediato le reconocería…

Mucho más adelante vinieron mis estudios médicos. Toda esa legión de enfermedades para aprender que formaban el core de la patología médica y de la medicina interna, y luego, el inmenso catálogo de entidades de la neurooftalmología. Siendo un impenitente desmemoriado ¿Cómo recordarlas?

Bueno… para poder evocarlas, me fabricaba un calco mental de un paciente virtual portador de la dolencia que se acercaba a mí, desplegando todos sus síntomas y signos. Aquéllos para reconocerlos verbalmente, por boca del paciente, porque las enfermedades tienen un lenguaje particular que las define; y éstos, si estaban en la superficie, para mirarlos y reconocerlos en lo que dura un parpadeo -0.3 segundos-, o si estaban ocultos bajo la opacidad de la piel, para extraerlos mediante maniobras semiotécnicas, exteriorizando así, la enfermedad internalizada.

De esta forma, y como con el ornitorrinco, enfermedades que nunca había visto pero cuyo modo de hablar y facciones conocía, se me hacían aparentes, permitiéndoseme buscarlas en los sitios donde moraban, ya, evidentes, ya arropados con máscaras de atipicidad, haciéndose entonces reales ante mí…

    Poco antes de mi viaje a USA, Universidad de California San Francisco, atendí una paciente diabética tipo 2, que, para mí, se trataba de una histérica; nada de que reprocharme; todo lo que no conocemos los médicos solemos atribuirlo a un defecto del paciente, jamás de nosotros. Esa señora mostrando una espantosa tiesura que hacía difícil acostarla y aún sentarla, mostraba en ese momento cara de aflicción, estiramiento brusco de las extremidades, manos crispadas en puño, piernas en máxima extensión y sacudidas musculares muy dolorosas.

  Para mi ingenio, ¿Qué otra cosa podría ser sino una postura parecida a la de alguna de las miserables histerotetánicas de Charcot…? Siendo mi repertorio de medicamentos muy precario, y no sabiendo qué hacer, como tabla de salvación le indique Valium® (diazepam); para mi sorpresa, mejoró notablemente acrecentando mi falsa e ignorante creencia de que se trataba de un «problema emocional o funcional…».

Una vez en la bella San Francisco de California, ocupaba siempre alguna parte de mis tardes en su imponente biblioteca buscando información sobre lo visto y oído ese día y cualquier otra información que se atravesara ante mis ojos. Leyendo un ejemplar de la revista inglesa The Lancet, me topé con un artículo de nombre muy sugestivo y enigmático que invitaba a su lectura: Stiff man syndrome, cuya descripción calcaba perfectamente en mi paciente e inclusive, el tratamiento era entonces precisamente con una benzodiacepina, tal cual yo, en mi ignorancia, le había indicado, si se quiere ¡un pegón!  Luego el síndrome pasó a llamarse Stiff person syndrome [1], pero nunca más he atendido ningún otro enfermo(a) similar… Fue el diagnóstico el que salió en mi búsqueda, un respingo afortunado y retrospectivo, pues primero atendí ignorante a la paciente y luego en forma involuntaria reconocí la condición patológica a través de mi ocasional lectura.  ¡Suele suceder…!

Luego de esta digresión y volviendo al tema del libro, resulta que nuestro fiel compañero, el libro y su aroma amigable a Colegio La Salle,  la biblioteca, está casi que, a punto de convertirse en una rareza, en un pterodáctilo del Jurásico, y hasta algunos aseguran que el estrecho amigo de mi infancia se encuentra en agudo trance de extinción –hora suprema que afortunadamente yo no presenciaré-, y que algunos románticos como yo, parecemos no conformarnos con su desaparición.

  La conspiración revolucionaria proviene de un artilugio electrónico como el e-Reader, Amazon-Kindle, Kindle PaperWhite o libro-electrónico de pantalla táctil, un ¨libro¨ con pantalla electrónica lanzado al mercado comercial en 2007, que se conecta de forma inalámbrica a una red llamada whispernet propiedad de Amazon, y que desde fines del 2009 puede usarse en cualquier parte del mundo que posea cobertura móvil de los operadores con los que Amazon ha colaborado (versión Kindle 2 international). El libro de marras, sin papel ni olor amistoso, pesa apenas 283 gramos (10 onzas), no emplea cables, posee una batería de larga duración; dependiendo de sus 4 modelos es capaz de almacenar entre 1.500 y 3.500 títulos, pudiendo descargarse un libro de la red en menos de 60 segundos; tiene acceso a revistas, periódicos y blogs, y su coste hoy día, es de entre $ 49.96 y si es usado, $ 29.88, tal vez mucho menos con la masificación de la producción; los best sellers del New York Times que pueden ser adquiridos al valor de $8.99 cada uno.

Mi cyberphobia (mi irracional temor o aversión a los computadores, blackberrys, iPhones, y teléfonos celulares; más específicamente, mi miedo o incapacidad para aprender nuevas tecnologías) y yo, parecemos resistirnos al cambio. ¿Cómo elaboraré la pérdida que expresada ya en tristeza percibo tan de cerca? ¿Cómo no voy a resentir la progresiva desaparición del libro ante el inclemente impacto de la técnica? ¿Cómo no voy a echar de menos ese cálido y amigable olor a libro nuevo fijado en mi hipocampo desde tan tierna edad?

  A través de mi querido y admirado amigo, médico, profesor, académico, embajador, bibliófilo y antiguo profesor de dermatología en la Escuela Vargas, el doctor Francisco Kerdel-Vegas, cierta vez que fui a visitarle en su confortable apartamento en Chula Vista, teniendo entonces la dicha de ver el artificio por vez primera, que no mordía ni se orinaba en mis pantalones y apreciar con qué facilidad mi amigo interactuaba con el diabólico ingenio… Pero, no me arredré, acepté el reto y algún tiempo después terminé teniendo el mío propio…

Bueno, creo que por anticipado y balbuceante, estoy absorbiendo el duro golpe tecnológico infligido en mi costado derecho, ese que me ha quitado el resuello. Si usted como yo, querido lector, ha estado dudoso en abrir los ojos y de una vez alcanzar el último vagón del tren del futuro que ya está arribando al andén, sepa que no está solo pero que aún tiene remedio…

Pero… después de todo, independientemente de nuestra edad, los seres humanos nacemos con recursos mentales para afrontar nuevos retos, para aprender nuevas técnicas, para diseñar un nuevo plan de vida cuando aún no hemos concluido el actual, y ello de paso, nos aleja del fantasma de la muerte biográfica, la peor de todas, porque ante nuestros ojos se nos seca el espíritu, pues de la otra, seguros estamos.

   Cuando vivía en San Francisco de California, me enteré que las hamburguesas de una conocida cadena de comida rápida eran rociadas con un aerosol que le confería un gusto a la parrilla de carbones, y mire, que eran deliciosas… Por cierto, me sentí muy mal con el engaño… Posteriormente, cuando hube de regresar a lar patrio, debía vender mi automóvil. Un amigo del hospital me sugirió comprar un spray con fragancia a carro nuevo, cosa que hice, siendo que la ficción me facilitó la venta de mi carro por casi por el mismo precio que había pagado dos años antes.

En parte, los amantes de los libros en todas las comarcas del mundo han mostrado resistencia a embarcarse en el libro digital porque no pueden compararlo con la experiencia previa de leer un libro de papel, palpar y acariciar sus páginas, volver hacia atrás una y otra vez, emplear un resaltador amarillo o escribir comentarios al margen. Pero, algo de esto está cambiando, al menos después de la aparición del Smell of Books™, un revolucionario aerosol enlatado con aroma de libro nuevo para rociar el e-book ¿Habrase visto…?  Así que, con la artimaña, con la engañifa, la ficción de no perder lo perdido, parece un problema parcialmente solucionado…

El spray, cuando descargues el último best-seller a tu libro digital, te permitirá sentir la misma excitación que cuando volvías de la librería con tu flamante libro hecho de árbol muerto bajo el brazo.

 Total, la vida es en parte ficción y fiesta de los sentidos…

[1] El síndrome de la persona rígida –también llamado de Moersch-Woltmann o SPS, es un raro desorden neurológico en que el músculo se contractura y se torna tieso y doloroso en forma intermitente. La investigación sugiere que el síndrome de la persona rígida es un trastorno autoinmune, y que en las personas afectadas con el síndrome a menudo coexisten enfermedades autoinmunes como diabetes tipo 1 o tiroiditis.  El síndrome afecta a varones y mujeres y puede empezar a cualquier edad, aunque el diagnóstico durante la infancia es raro.

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