Elogio del ¨mal de irse¨…

 

Vayamos este próximo domingo a aventurar la vida si fuera necesario, recordando  lo dicho cuando don Quijote, con los espíritus renovados luego de los requiebros de Altisadora volviéndose a Sancho le habló sobre la libertad…

Tomo prestado del escritor, periodista y humorista colombiano, Daniel Samper Pizano (‘Postre de notas’, Plaza y Janes, 1986) el término ¨mal de irse¨, pero con una connotación diferente, actual y menos festiva… Hace muchos años, cuando decidí irme al San Francisco del Golden Gate con mi familia en viaje de estudios, era yo ya un médico maduro de 40 años. Había coqueteado con derivaciones de la medicina interna pero ninguna me acomodaba, no quería perder mi condición de internista y al decir del maestro Henrique Benaím Pinto (1922-1979), permanecer como ¨integralista¨; y así, un buen día al fin conseguí que la neurooftalmología –para entonces desconocida en el país- fuera la horma de mis zapatos… Inicié lo que podría llamarse un ¨bien de irse¨, aquella circunstancia en que escogemos alejarnos transitoria y libremente del país en prosecución de un sueño, de algo que por no tener en nuestro derredor y a nuestro alcance, tenemos que buscarlo allende los mares… Y fue así, como durante dos años de ¨total immersion¨ me nutrí de todo cuanto pude, asombrándome una vez más de mi insondable ignorancia y de la disposición de otros de alivianármela, temiendo –por supuesto- que en el intento mis circuitos neuronales resentidos por los años, fueran a fundirse por recalentamiento del sistema; era algo totalmente novedoso para mí, donde lo que sabía luego de veinte años de ejercicio activo de la medicina interna parecía servirme de poco o muy poco… Pero nunca perdí mi meta: el que mi familia tuviera una nueva experiencia bajo la observación y tutela de Graciela y yo, y en mi caso particular, aprender cuanto pudiera de las relaciones de la oftalmología con la neurología y luego volver a MI país bondadoso, a pagar la deuda de gratitud por cuanto me había dado; cumplir de esa forma mi anhelo de formar escuela en mi propia Escuela de Medicina José María Vargas, en la ¨casa que vence las sombras¨, en la Universidad Central de Venezuela.

De inmediato fundé la Unidad de Neurooftalmología del Hospital Vargas de Caracas que continúa siendo única en un hospital público venezolano. Haríamos asistencia, docencia y extensión. Trataríamos que la enseñanza no fuera tan dura y dolorosa como la que me había tocado a mí en un medio de elevado y exigente nivel académico, donde hasta los más jóvenes ¨volaban con todo y jaula¨.

Para trasmitirlo a otros, soñaba con hacer fácil y digerible aquello que tanto me había costado aprender, pues al decir de mi maestro y amigo, el Profesor William Hoyt, siempre he sido un ¨slow lerner¨, pero con sobradas ganas de aprender. Y como siempre hay quienes también quieren aprender, nunca me han faltado alumnos ni pacientes para ayudarlos, en binomio inseparable, enseñando y consolando a la vera de sus enfermedades que con frecuencia son demandantes, terribles y hasta devastadoras. Yo sabía… mejor dicho, daba por descontado que a mi regreso, MÍ país me acogería con brazos extendidos como había acogido a tantos otros que hicieron lo mismo que yo. Desde tiempos anteriores a nuestra democracia –ahora maltrecha e irreconocible- nuestros hospitales públicos y su pobre clientela se beneficiaron de todos cuantos salimos a colmarnos de nuevos conocimientos y absorber nuevas maneras de hacer para progresar y hacer más llevaderos los sufrimientos de los menos favorecidos…

Podríamos decir con don Mariano Picón Salas que en MÍ país ha habido muchos ¨hombres-Atlas¨; vale decir, ¨aquellos que se han echado sobre sus hombros la labor crítica, organizadora y valiente que, en países de mayor sosiego y tradición, cumplirían academias e institutos enteros¨.

Hoy, en la Venezuela roja, se ha echado irresponsablemente del país a los jóvenes más brillantes y mejor preparados que ha parido esta tierra bondadosa, y aún, a sus profesores de talla internacional sobre la base del desprecio y la exigua remuneración; se ha intentado sin éxito revertir las universidades autónomas a la oscurana medieval: nos hemos defendido a capa y espada… Se han fundado ¨universidades¨ sin universalidad, descartables, de ínfima calificación y calidad, sin ningún brillo y pletóricas de jóvenes fraudulentamente engañados al tiempo que han hecho que la lacerante migración de talentos haya sido masiva.

Ellos no se van como nosotros nos fuimos, alegres y libres; por el delito de haberse arrimado a la sabiduría de los libros y las experiencias, se marchan denigrados y despedidos al son de un pito a vivir el dolor por la ausencia de la patria de la cual son, en amañada táctica, arbitrariamente extrañados… Es así como el ¨mal de irse¨ los posesiona: una sensación de profundo vacío por el despojo, un manto de espesa nostalgia por lo que se deja: la tierra, la familia, muchas veces los padres ancianos, otras veces las novias y aún las esposas; un ahogo, un tarugo en la garganta, una incertidumbre inenarrable, un despertar en casa ajena sintiéndose presa de la desorientación y el desconcierto, un adiós a la patria querida sin la certeza de regresar: es la pena del país inhóspito, inseguro y sucio que el castrocomunismo en conchupancia con muchos compatriotas cooperantes nos ha dejado. Nos conformamos porque ellos dejan la palabrería embustera y estéril detrás, porque tendrán que competir para progresar y sabemos que bien que lo harán, porque ni las tarjetas, ni las cartas de recomendación o las llamadas telefónicas ¨desde arriba¨ harán nada para que muestren su valía, tendrán que labrar y laborar con esfuerzo en el día a día…

Ya no oirán los denuestos de La Hojilla, del Mazo Dando, las noticias en pleno desarrollo de un enano siniestro y entregado, portadores de tanta violencia, vaciedad y porquería intelectual… que total, ¡ni ellos mismos son capaces de oír esa clase de tósigos pseudointelectuales! Irán a países donde el trabajo, el esfuerzo y el compromiso se premian. Mucho sufrirán, nada será gratis, no encontrarán quien quiera seducirlos con apartamentos, automóviles o becas obtenidas sin esfuerzo bajo el compromiso de lamer sus botas; estarán solos con lo que se hayan llevado de este MÍ país en sus cerebros, las enseñanzas del hogar, la disposición al insomnio creador, las lecciones y el ejemplo de sus maestros, las jornadas inacabables es pos de la excelencia…

Nosotros, los padres despojados y exiliados de los hijos y de los nietos, con opresión en el pecho y puchero en la palabra, los vemos partir con la certeza de que tendrán cielos para volar; cierto, cielos muchas veces turbulentos y necesarios, donde se harán hombres y mujeres de valía modelados en el torno con que se perfila la personalidad, la reciedumbre y el carácter…

Lamentamos no poder acompañarlos en este viaje que es de ustedes, para vivir nosotros una vejez miserable en un sitio extraño, especialmente cuando se nos han amputado las querencias, cuando las circunstancias nos han bajado las santamarías a destiempo, cuando todavía teníamos mucho o poco que dar porque la vida es dar, a sentarnos en un sitio apacible y tal vez hermoso, a esperar silenciosos que acaezca nuestra muerte biográfica lejos del lar amado prenuncio de la muerte total, heridos por el desgarro del alma y obligados a posar en un cementerio de peregrina tierra donde no conoceremos ni compartiremos vicisitudes con ninguno de los tierra habientes que habrán de acompañarnos…

Sin embargo, esperanzados y con la frente en alto esperamos el domingo 6 de diciembre, porque no se puede aguantar tanto tiempo la saña destructora, porque hemos dejado hacer y pasar, porque la rebeldía ciudadana ha estado adormilada e inactiva, porque somos un ahora o nunca… Digámosles que ¡NO!, que ya es suficiente, que han demostrado su ignorancia, su maldad, su impericia, su deslealtad a la patria y a sus conciudadanos, su falta de compromiso, su voracidad insaciable y su extremosa indiferencia…

Vayamos este próximo domingo a aventurar la vida si fuera necesario, recordando lo dicho cuando don Quijote, con los espíritus renovados luego de los requiebros de Altisadora volviéndose a Sancho le dijo:

«—La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres».

rafaelmuci@gmail.com

 

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