Elogio de la Evocación… ¡Más vale papel en mano que flaca memoria! El paciente del papelito…

 

PARTE I.

 

  Pálida, tremulosa y titubeante, se abrió paso hasta el reducido recinto de mi despacho. Sus ojos reventones, de dilatadas pupilas, regateándose todo parpadeo, escrutaron cada milímetro de mi rostro completo, comparando la ilusoria imagen que de mí se había forjado, con la que la realidad le confrontaba. Su mano tímida, fría y sudorosa fue a encontrarse con la mía. Como el primer beso de un adolescente, su saludo fue un tímido y fugaz encuentro…

Tragando grueso,  apenas si acertó a sentarse en el borde de la silla que le ofreciera  –yo llamo a esta postura ¡¨no he llegado, ya me voy!-. Entre profundos suspiros y aclaraciones, confundió la dirección de su domicilio y tuvo que rectificar la numeración de su teléfono. ¡Tan asustada estaba, que su mente se había blanqueado! En anticipación a la consulta, la noche anterior no había dormido y dos evacuaciones flojas rubricaron su recelo. Al preguntarle a qué había venido, no atinó a encontrar una respuesta concreta. Tuve que extraer de ella, casi que con cucharita y mediante un proceso de mayéutica, similar al que usara la madre de Sócrates, Fenaretes, famosa comadrona de Atenas, lo que la ausencia de comunicación fluida y esclarecedora no pudo. Mientras le examinaba, emergieron en forma desordenada quejas olvidadas. Hablamos luego por un largo rato.

Su semblante de salida, reflejaba una menor tensión, y sus manos se habían entibiado un pelín. Aunque al final de la entrevista me pareció que se encontraba saludable, nunca podría estar seguro de la veracidad de su ‘chucuto’ relato y peor aún, cuanto de él realmente pertenecía a mis conjeturas y no a su realidad… Me quedé intranquilo y pensativo. Segundos después, un toque nervioso y un empujón a mi puerta me devolvió a Nívea Friática[1] —que así se llamaba mi paciente—, que penetrando avergonzada exclamó, ¡Qué pena doctor, se me olvidó contarle lo más importante…!

 

¡Cuán a menudo va el paciente a la consulta médica impreparado!  ¡Cuán frecuente somos observadores timoratos y ligeros de lo que nos aqueja y nos asusta! ¿Cuántas veces cerramos los ojos para no ver, los oídos para no oír y embotamos la sensibilidad para creer no sentir aquello que nos ocurre y no entendemos? ¿Cómo ser diagnosticados con eficiencia si no podemos expresar, en nuestras propias palabras, las pistas que con claridad ayuden a resolver nuestro entuerto? Toda enfermedad posee un lenguaje distintivo, que, verbalizado por el enfermo, permite su desvelación e identificación. Por falta de detalles esenciales, con frecuencia los médicos diagnosticamos, prejuiciadamente, lo que queremos que el paciente tenga, más que lo que efectivamente tiene…, pero, ¡No somos del todo culpables! De la misma forma, una computadora alimentada con datos falsos, producirá resultados equívocos… El cerebro de un clínico experimentado en la praxis y en la lectura, ¨la computadora’ más compleja y eficiente que se conozca¨, debe recibir información precisa y verdadera para poder integrar, diagnosticar y tratar. Ya decía Sherlock Holmes al doctor Watson en la Aventura de los Arboles Cobrizos: – “¡Datos, datos, datos!, ¡No puedo hacer ladrillos sin arcilla!  “No somos brujos los médicos, tampoco veterinarios, no queremos jugar a las adivinanzas ni entrevistar enmudecidos de mentira.

Dígame, como paciente ¿Qué espera usted de un médico al visitarle? ¡Tonta la pregunta! —pensará— y me responderá tal vez molesto: – “Lo que cualquiera en mi caso esperaría! Un profesional humano y cálido, que no parezca inatento o apresurado, que me permita expresarle mis problemas, mis dudas y temores en mi propio estilo, sin hacerme aparecer como un necio o un ignorante, que escudriñe bien mi cuerpo y diagnostique la causa de mis males, prescribiendo con mesura los remedios adecuados, y que me hable en un lenguaje desprovisto de tecnicismos y términos altitonantes, así que yo pueda entenderle y participar activamente de mi propio cuidado…”.

En la profunda interioridad del paciente, el médico representa, por una parte, al padre que todo lo puede y que, mágicamente, es capaz de restituirle la salud perdida y devolverle la tranquilidad a su alma conturbada. Pero por la otra, también personifica al portavoz de la desdicha, al clarín de la desgracia, pues es él quien va a descubrir su enfermedad, quien va a hacerle cambiar el ritmo de su vida, quien —en su fantasía— va hasta decirle ‘cuántos días de vida le restan…’. Aunque todo esto le parezca una exageradísima versión del vulgar mortal que también es el médico, más vale que me crea, es así como nos perciben, en la hondura de su ser muchos de nuestros pacientes. Es por esto, que, con mezcla de temor y esperanza, de respeto y desconfianza, se acercan hasta nosotros…

Pero, desafortunadamente, estos sentimientos contrapuestos y comprensibles, pueden, como en el nítido caso de Nívea, no pocas veces interferir con la comunicación necesaria para que el médico se haga de un juicio no mediatizado, del problema que se le consulta. Como doctores, sabemos que no es siempre fácil abrir un canal de intercomunicación con todo un desconocido -nosotros-, a quien vamos a confiar nuestra propia intimidad y nuestras vidas, a quien se le visita infrecuentemente y, para colmo de males, cuando nos encontramos en los peores momentos de nuestras vidas, cuando estamos tristes, preocupados o muy ansiosos. En medio de este complejo panorama, ¡podemos ser compelidos desde el interior a mencionar lo intrascendente, obviando lo cardinal! Es por ello prudente y necesario, prepararnos convenientemente para una visita al médico…

  Las enfermedades como los animales, presentan características exteriores que en algunos casos permiten al facultativo, identificarlas a simple vista; si se quiere, a simple despliegue de sentidos, suerte del antiguo “diagnóstico de tranvía” que hacían los médicos parisinos al no más observar a sus compañeros de viaje… En otros casos, la identificación del morbo aparece más compleja, sus rasgos distintivos menos destacados, así que no encajan en los engranajes de nuestro cerebro y no sentimos el ‘clic’ revelador. Sólo se irá integrando en nuestra mente en la medida en que usted, participando activamente, vaya narrando sus síntomas y describiéndolos en forma ordenada. Es así como su aspecto general, sus palabras, sus gestos y actitudes, algunos detalles generales o específicos de su examen clínico, e inclusive de las pruebas complementarias que a juicio de aquél crea conveniente indicarle, harán, literalmente ‘hablar a su enfermedad’, que de esa forma podrá ser identificada: Dónde y cómo apareció, cómo y hacia dónde se propagó, cómo ha llegado a su estado actual, qué hizo usted para favorecerla, qué no hizo para evitarla, y cómo y por dónde comenzar a tratarla…

Lo simple sigue siendo lo más importante en la vida; en medicina, los hechos sencillos mantienen un lugar preeminente sin importar el nivel de sofisticación de una institución o país. ¡Cuando se vulnera la simple regla de hacer una historia clínica completa y se va de una vez a practicar irracionalmente costosos y complejos procedimientos de diagnóstico, aunque usted no lo crea, su salud estará en el mayor peligro! ¡Las reglas del arte no pueden ser cambiadas, pues cuando ello ocurre, se genera más dolor del que se busca aliviar…! ¡Sea un buen informador de su propia enfermedad, sea un buen paciente!

 

 

Elogio de la Evocación… ¡Más vale papel en mano que flaca la memoria!

 

Parte II/ Epílogo

 

   El inspirado neurólogo del parisino Hospital de la Pitié-Salpêtrière, Jean Martin Charcot (18251893), de cuya muerte se cumplen precisamente ciento veintiséis años, se refirió al carácter obsesivo que dejaban traslucir sus pacientes hipocondríacos o histéricos al presentarle sus quejas, convenientemente anotadas en un pequeño trozo de papel que extraían de alguno de sus bolsillos. A éstos los estigmatizó como ¨le malade au petit bout de papier…¨. Desde entonces y para muchos de mis colegas, ‘el paciente del papelito en la mano…’, es sinónimo del ‘ahí viene la garúa de tontas quejas’, la carta de presentación de la enfermedad insustancial, nada por lo cual el profesional deba preocuparse mucho… Siendo hecho cierto que una y otra vez vemos reflejada en nuestros enfermos la observación de Charcot, no es menos cierto, que esta manera de ver las cosas, prejuicia al médico, que etiqueta de entrada al paciente de neurasténico o funcional como alguna vez se le llamó.

Preferimos despojarnos de la miopía y no suscribir la posibilidad de hipocondría o histeria, hasta tanto nos enteraremos, en forma despojada de toda parcialidad, del contenido del papelito, pues muchas veces en él, se encierran importantes claves para el diagnóstico, o pistas para comprender la naturaleza que subyace bajo la queja así presentada. Por tanto, de ser posible, le animo a que organice en un papel, los datos básicos de su enfermedad, y así, no se arrepentirá como mi paciente Nívea, la que al salir de la consulta se recriminó diciendo: -“Caramba se me olvidó aquello… pasé por alto lo más importante… perdí mi tiempo y mí dinero…”.

 

Como complemento del capítulo anterior, me permito presentarle algunas sugerencias que harán de su consulta médica una directa colaboración, un todo coherente, de gran ayuda para su médico en la comprensión del problema que le consulta.

(1). Su doctor no es mago ni juez, por tanto, no está capacitado para la adivinación, la quiromancia ni para juzgarle. Háblele con sincera claridad y no deje dentro de usted, nada por lo que tenga que arrepentirse después.

 (2). No trate de examinarle sus conocimientos. Hay quienes ocultan información importante para tantear cuán informado está el médico, para ver si él es capaz de descubrirla. Sea pues espontáneo, abierto y específico.

(3). Por nimio o tonto que le parezca, no omita detalle alguno. No es usted el llamado a juzgar la importancia de sus síntomas: El punto más insignificante, puede resultar el rasgo más importante que ayude a definir el tipo de enfermedad que padece.

(4). No intente decir, atropelladamente todo a un mismo tiempo. Tómese algún tiempo antes de la consulta, para elaborar un esquema cronológico y detallado de sus síntomas: Cuándo apareció el primero, sus características esenciales y que pasó con él a través del tiempo; luego siga con el otro u otros, si los hubiera.

(5). Cerciórese de que su médico ha comprendido bien lo que usted ha querido decirle.

(6). Evite la prolijidad innecesaria y la verborrea insustancial: Suele enturbiar la verdad. Evite el silencio o la reserva: Abre las puertas a la falsa conjetura.

(7). No malgaste su tiempo diciéndole cuántos o cuáles médicos le han visto previamente, o que han opinado de su caso. Si él necesita esa información, se la preguntará en su momento. Gaste todo su tiempo en aportarle sus quejas al desnudo, en sus propias palabras y tal cual como usted las siente. Las opiniones de otros, pueden conducir a su doctor por el mismo derrotero equivocado que aquellos tomaron. Su relato es cuanto a él le interesa. Luego de escuchar su versión y para una mejor comprensión de sus síntomas, él hará las preguntas que considere oportunas.

(8). ¡De extremada importancia! Traiga consigo una lista de los medicamentos que consume o ha tomado en el último año, sin obviar colirios, ungüentos o cremas, ‘medicinas naturales’ o vitaminas. Anote las fechas y el tiempo durante los cuales las ha consumido o consumió. ¡Alguno de ellos podría ser el causante de sus actuales desdichas!

(9). Las radiografías y exámenes de laboratorio, forman una parte invaluable de su patografía o historia médica pasada: Nunca los bote, no los enrolle ni los arrugue. Guárdelos en su cama, en la parte distal bajo el colchón, allí no molestarán, no se doblarán y los encontrará fácilmente cuando los necesite. No le haga perder tiempo al médico con un montón de exámenes desordenados que poco dicen. Ordénelos por fecha o mejor aún, archívelos en una carpeta para que él pueda examinarlos fácilmente.

(10). Las fotografías personales —particularmente las de carnet o pasaporte—, son un medio utilísimo para ponerle fecha a una enfermedad, particularmente cuando se trata de un párpado caído, un ojo abultado, o una asimetría en su cara. Tráigalas a la consulta con usted. [2]

(11). Elabore un pequeño árbol genealógico-patográfico indagando sobre las enfermedades, operaciones o causas de muerte de sus abuelos, padres, tíos o hermanos. Puede ello permitir reconocer en usted, elementos de riesgo para ciertas enfermedades y tomar las previsiones necesarias.

(12). No exija del profesional un diagnóstico instantáneo o inmediato. A veces es posible; otras tantas, no es tan fácil. El proceso del diagnóstico de su condición no termina cuando usted abandona el consultorio del médico. Su salida del recinto no significa que él se olvidó de usted. Si usted se marcha aliviado a casa, probablemente significa que parte de su angustia quedó depositada sobre los hombros de aquél. De no haber clarificado su problema, él se irá a casa y ya en su biblioteca, revisará textos y artículos científicos que le ayuden a obtener más información acerca de su condición y no le extrañe que hasta llame a otros colegas para intercambiar impresiones acerca de su condición.

(13) No crea que su médico es “chimbo” porque busca el auxilio de un libro: ¡Todo lo contrario! La medicina es harto compleja, la memoria es frágil y los profesionales debemos, es más, estamos en la obligación de estudiar cada problema, con la profundidad en que su dificultad así nos lo imponga.

 Ahhh y muy importante ¡Asegúrese de no olvidar en casa el papelito recordatorio!

 

Ocurre tan a menudo que la “chuleta” se queda en casa, que nos parece que hay un real deseo de escamotear la información y de no ser diagnosticados… ¿Triquiñuelas del inconsciente ante ¨la posibilidad fantaseada de una condición mortal¨…? ¡Sea un buen historiador de su propia enfermedad! Observe lo que le ocurre, anote si es necesario, lleve un diario sin obsesividad morbosa, tenga claro lo que usted desea de la consulta médica. Todo ello nos facilitará nuestra labor de búsqueda e integración.

¡Aunque nuestro admirado maestro Charcot se nos moleste desde su tumba, no se avergüence de ser le malade au petit bout de papier’!

[1] De nieve, semejante a ella; y frio, necio, sin gracia.

[2] El celebrado maestro de la neurooftalmología estadounidense, el profesor doctor J. Lawton Smith (1929-2011), nos enseñó acerca del FAT-scan o ¨Family album tomography:  u observación de secuencias fotográficas previas en el álbum familiar para hacer diagnósticos retrospectivos de trastornos de la posición palpebral, parálisis congénitas de nervios craneales, orbitopatía distiroidea de Graves, acromegalia, etc.

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