Elogio de buen paciente I… ¿Es usted un “buen paciente”? Entonces… ¡Cuídese!

¿Qué médico no ha tenido una paciente como ella…? Cuando la observé en la mesa de examen, panza arriba, medio desnuda, no sé por qué recordé una copla que cuatro en mano y con los gallos fuera de lugar, cantaba yo en mi adolescencia. “En la cabeza‘e los negros se señalan caminitos, unos cogen pa’Cariaco y otros para Cariaquito” ¡No me cabían dudas, en la barriga de Pasible, habían jugado la vieja!” Caminerías y cicatrices de longitudes dispares, cruzaban su superficie, uniéndose aquí y desuniéndose más allá, algunas de trazo limpio y seguro, otras anfractuosas, propias de una mano rápida pero descuidada, consecuencias de los diferentes órganos que a través del tiempo le habían extirpado. Para mi desgracia, mis colegas nada habían dejado que yo pudiera mandar a sacar… Para fortuna de ella todavía conservaba incólumes aquellos órganos indispensables para la vida… Aunque, o sea… que según me dijo, su riñón derecho estaba en pico de zamuro a causa de una piedra incrustada, ya no recuerdo dónde…

Pasible Amerced se encontraba muy insegura con el carapacho con que Dios la había vestido. Como efecto indeseado de esa desconfianza y de las visitas a su cirujano general, más frecuentes de lo que toda prudencia recomienda, la piel de su cuerpo se había transmutado en veredas, caminitos y trochas. Era ella lo que podría designarse como un ratón de quirófano. Ese olorcillo penetrante a gases anestésicos y lisol que nos repugna a usted y a mí, y que nos eriza los pelos, era para ella diaria añoranza. No tenía vesícula biliar ni apéndice: un inocente cálculo por pura casualidad encontrado, le había dejado sin el verduzco receptáculo de las bilis y sin la vermiforme tripa; en circunstancias diferentes le habían extirpado varias durezas en las mamas; en dramático finale, perdió su matriz fibromatosa, precedida por la exterminación de quistes en los ovarios; de dos tumores grasientos de su espalda, de esos que llaman lipomas, le quedaron de recuerdo un par de profundos cráteres a la altura de las paletas; sus muñecas estaban surcadas por dos rayas longitudinales. ¡Ahh! El famoso síndrome del túnel carpiano descompresión había pedido, y descompresión recibió; bajo control tomográfico le punzaron un quiste urinoso del riñón, que, sorprendido, no supo entender por qué con él se metían si él nadita había hecho; otras embestidas quirúrgicas habían dejado también lo suyo: tabique nasal desviado, cura de hernia discal L5-S1, rebanación bilateral de juanetes, operación de un nódulo tiroideo y reducción de las mamas porque le dolía la espalda. Cuenta se habrán dado mis estimados lectores, de la envidia que hacia los cirujanos rezuma mi relato. Un vulgar internista no sabe ni cómo operar la lavadora de su casa y por ende, no tiene acceso a los jugosos honorarios que depara la cirugía. Mis pacientes -que yo recuerde— jamás me preguntaron, -“Doctor ¿cuánto va a cobrarme por sus manos?” Antes bien, me han mirado con desprecio y apenados al comprobar que sólo dispongo en mi trabajo de un seso fruncido y gelatinoso, faltoso en neuronas y circuitos, del cual, hasta yo mismo, albergo profundo recelo…

 Pasible Amerced era un espécimen representativo de lo que los doctores llamamos… “Una buena paciente”. Por supuesto, con un amantísimo marido con cuenta clave-teada en un banco de Suiza. Como otros similares, sentía una profunda admiración por su doctor: ¡Qué cuchillo! para más, cirujano de toda su familia -de repente, la cosa era genética o al menos contagiosa-, a quien escuchaba cuidadosamente y con respeto, sin nunca interrumpirlo: ¡Cuáándo! Sin preguntar ni chistar se dejaba hacer y seguía al pie de la letra las instrucciones garabateadas en un récipe. Nunca le importunaba ni le hacía preguntas “tontas” que fueran a robarle el preciado tiempo a su siempre apurado y ocupado doctor. Tampoco lo ofendería consultando a otro de sus colegas sobre la necesidad de una cirugía u otro tratamiento. ¡Nooo, eso nunca! Pasible, como sus similares, suelen pagar un elevado precio tratando de complacer a sus médicos. ¡Si lo supieran!: El “buen paciente” de mi relato, está siempre enfermo y, peor todavía, muere más pronto que aquel que es enterado y preguntón… ¿Por qué? Se piensa que el “buen paciente” mantiene inutilizado un vital recurso: Su capacidad para aprender acerca de la condición que lo afecta, su disposición a pensar independientemente de su médico y su decisión a tomar parte en aquellas acciones que puedan comprometer su salud, utilizando al doctor no como a un Dios todopoderoso, sino como a un amigo y guía… un guía que ha escalado muchas montañas y por tanto tiene experiencia en hacerlo, pero que infortunadamente nunca ha escalado ésa suya de usted.

Además, y sin querer hablar mal de nosotros mismos, muchas de las decisiones que tomamos en nuestros pacientes, las posponemos o nunca las hacemos efectivas en pellejo propio… Tácitamente, la consulta, como la visita médica domiciliaria, por acuerdo milenario, “tiene que ser breve”…, a resultas, los doctores carecemos de tiempo suficiente para obtener y comunicar información importante al paciente. Sin diálogo no hay comunicación, y nosotros empleamos muy poco tiempo en escuchar y explicar: ¡Aquí tiene su récipe, chao y que pase el otro! Por ello, se prefiere indicar exámenes costosos para quejas muchas veces intrascendentes que podrían ser contestadas fácilmente…

 Algunos estudiosos del tema han encontrado hechos interesantes: Un estudio en pacientes asmáticos mostró que la mitad de ellos tenían una vaga idea sobre cómo usar el aerosol terapéutico indicado y que un tercio adicional exhibía al emplearlo, apenas una destreza marginal: ¡Sus doctores nunca les habían explicado la técnica apropiada! En otro estudio se encontró que pasado un tiempo promedio de 18 segundos de haber comenzado la consulta, indefectiblemente el profesional habría interrumpido el relato de su paciente mucho antes de que aquél pudiera comunicarle información crítica… Un estudio de la Escuela de Medicina de Harvard señaló cómo muchos doctores llegamos demasiado pronto a conclusiones… casi siempre incorrectas: Los investigadores presentaron a 500 médicos el caso hipotético de un enfermo que consultó por dolor estomacal, y se les agregó que los estudios subsiguientes habían demostrado una gastritis o inflamación de la superficie del estómago. Se les preguntó si en ese momento recomendarían tratamiento o deseaban que se les aportara más información. Más de un tercio se inclinó por iniciarlo de una vez con medicamentos antiulcerosos. De haber continuado preguntando, se hubieran enterado de que el paciente presentado tomaba grandes cantidades de aspirina, la causa del problema, situación al final sólo corregible con la supresión del fármaco ofensor. A pesar de que todos los médicos estamos de acuerdo acerca del valor de una buena nutrición en la prevención de enfermedades, en una encuesta recientemente realizada se aprendió que sólo un tercio de los facultativos ofrecieron consejos dietéticos a sus pacientes. ¡Paciente enterado, paciente mejorado!

 En cinco ensayos clínicos que agruparon 300 personas con diferentes enfermedades, se demostró que, si el paciente es motivado a aprender más sobre su dolencia y a ser más crítico y preguntón, mejora su salud. En esos ensayos, los investigadores adiestraron al paciente a no dejarse intimidar por el médico, a interrumpir cuando fuera necesario, a hacer preguntas inteligentes sobre posibles opciones de tratamiento, y a discutir cómo la enfermedad o su terapia afectarían sus vidas. Los aleccionados obtuvieron más información y se sintieron mejor…

El paciente tercermundista es fácil presa de alternativos, bucaneros y piratas. En países desarrollados, la presión del público y de las instituciones científicas ha impulsado una revisión de diversos tratamientos médicos y quirúrgicos de cuya indicación antes no se dudaba: Cirugía de la vesícula biliar, quistes renales, histerectomía o extirpación de la matriz, curas de hernia discal, cirugía de la arteria carótida y hasta el famoso “baipás” coronario. Muchas de las operaciones de la bobita de Pasible, tal vez fueron innecesarias. ¡Hay pacientes dispuestos a operarse y médicos gustosos de complacerlos!

Decía el Hermano Hermógenes delas Escuela Cristianas de La Salle en mi Valencia natal, ¨¡Si eres bobo, no lo manifiestes!¨, y razón mucho que tenía…

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