–“Buenas tardes, ¿con la señora PenéloPe Sadita? Soy la secretaria del doctor. La estoy llamando a objeto de cancelarle su consulta de mañana. El doctor desea excusarse porque se encuentra engripado y en cama…” -“¿Qué quééé?” —como caballo picado de tábano, brinca la doñita teléfono allá…— ¿Engripado y en cama? ¿Precisamente hoy, el día de mi ansiada consulta? ¡Esto es inaudito e intolerable! ¡Qué desfachatez y falta de humana sensibilidad el venir a enfermarse hoy! —tenso silencio— Bueno viéndolo bien, ¿Quién querría verse con una clase de médico así, tan chimbo, que no puede prevenirse ni curarse un vulgar caso de pinche gripe, y para colmo, se toma un día de asueto golpista…?”
¿Qué podía hacer yo? Era la “muerte chiquita” sobre mi integridad desparramada, que no por chiquita, dejaba de ser muerte… Era el resfriado común, suerte de infiernito con su soledad y sus diablillos, con su cohorte de cama-a-juro, boca de mango verde, apatía, abulia, aplastante malestar, hipersensibilidad en los cinco sentidos, algias doquier —sin regatear cabello y uñas—, somnolencia sin sueño, ensueños terroríficos, moqueadera incontenible, estornudos escandalosos y grotescos, garganta como hoja de higuera. Tantos años transcurridos desde que el médico dice llamarse médico, y muy a pesar de los cientos de millones de dólares invertidos tratando de encontrar —en vano— una cura para el resfriado común… nada había cambiado para mí… igual que al principio del principio. ¡Hasta el momento del gran ‘redescubrimiento’ de mi esposa!
Necesariamente, tendríamos que transportarnos hasta Siglo XII e instalarnos sigilosos en la propia alcoba del gran guerrero musulmán y sultán de Egipto, el notabilísimo Saladino (1138-1193), para observar a aquel famoso varón, que, como yo, se encontraba convertido en piltrafa por los efectos miasmáticos de un “vulgar resfriado”. En su desesperación, hace llamar ante sí al Médico de la Corte nada menos que al inmortal Moisés Ben Maimón, también llamado RamBam mejor conocido como Maimónides (1135-1204), el talmudista cordobés, filósofo y codificador de la ley judía. Casi que en tono de plegaria le dice, – “Hay algo que tu puedas hacer en mi favor para librarme de esta muerte chiquita, ¿que sobrepasa en penas al frío filo de una pesada cimitarra…? El sabio, que de antemano conocía cómo volverlo pronto al campo de batalla, sin titubear ordenó, ¡pronto, sopa de “pica tierra criolla” para su Majestad Real!
No saben los estudiosos si la suya era una receta realmente suya, o si se trataba de un récipe modificado al través de los tiempos, propia invención o simplemente, fina observación de lo común y lo barato, recolección del buen sentido común de los demás… Pero lo cierto es que, entre los remedios caseros contra el resfriado, la sopa de pollo goza de la preferencia y afecto de todos. Por desgracia, para nosotros, profesional sesudos y científicos, no existen estudios controlados en conejillos de indias o en monos tití, que atestigüen en forma fehaciente, que la humeante poción realmente funcione. Pero permítanme esta vez, y sin ánimo de ofender con mi lisura tanto cocinero(a) excepcional que hay por allí, incursionar por donde no se me ha llamado… por los confines de la cocina y sus aledaños… -“¡No se los decía yo —diría PenéloPe Sadita— , no se les decía yo… que el tipo era un chimbo! ¡No jile! Ahora y que metido a cocinero…”.
Los médicos, paralizados ante tanta ignorancia sobre qué y cuánto hacer ante un sencillo caso de resfriado común, acostumbramos a aconsejar ceremoniosos, ¡tome muchos líquidos! Mas ello no deja de tener algún sentido. La respiración bucal alternativa natural frente a una nariz bloqueada por mucosidades, nos induce a perder cantidades considerables de agua corporal. Esto, sumado a la inapetencia y a la copiosa sudoración por la fiebre y el excesivo abrigo, contribuyen a agravar el mal por la deshidratación que se produce. Una manera de aportar los líquidos necesarios es simplemente, un plato de sopa de pollo. El hecho de que el líquido a ingerir esté caliente, contribuye a disminuir la congestión de las mucosas y a calmar las molestias dependientes de una garganta irritada La simple inhalación del vapor que la sopa despide, de por sí ya alivia la tupición nasal. Aunque nadie ha podido comprobar que el calor de una sopa mata a los rinovirus —los diablillos que se acreditan la transformación de nuestra vida en miseria—, es bien sabido que estos animalejos, cuando presos en un tubo de ensayos, mueren por los efectos del calor. No es menos importante el conocer, que en el remedio casero que la madre —o la esposa o amiga, transformada en madre— nos procura, viene ya ‘disuelta’ la imagen de la ‘madre buena’, esa que todos llevamos internalizada muy adentro, la que nos protege de todo, la que no nos dejó morir cuando estábamos recién nacidos y éramos sólo unos “buenos-para-nada”, la que nos consolaba por el efecto de su sola presencia, y de cuya ‘sustancia’ la sopa nos proporciona en bondadosas cantidades —preocupación, ternura, afecto—, imponderables que se encuentran allí, aunque no podamos verlos ni titularlos…
Pero, además, la sopa de pollo no es esa ‘agüita sucia’ que solían ponernos en los internados de nuestra adolescencia temprana y en las pensiones de nuestra época universitaria… El agua y la grasa capturan las vitaminas y minerales liberados de la carne y de los vegetales durante el proceso de cocción. Cantidades generosas de apio España, ajos, cebollas, perejil, cilantro y especias, contienen la vitamina A, la riboflavina y la niacina del complejo B y esto es importante, porque la inapetencia nos impide consumirlas cuando realmente, más las necesitamos.
Como explicamos en alguna oportunidad, la rinorrea o moqueadera, aunque inconveniente, tiene la primerísima función de eliminar — mezclados con el moco— los rinovirus que están agriando nuestra existencia. La sopa de pollo parece aumentar la velocidad con que éste e produce y se desplaza a exterior. Quizá sea por acción de la cistina,un aminoácido que se libera de la carne del pollo y que tiene similitudes con la acetilcisteína que los médicos recomendamos en forma de patentados por su capacidad para fluidificar el moco, a pacientes con bronquitis crónicas e infecciones respiratorias. Aunque en una próxima oportunidad —¡esté pendiente!- nos ocuparemos de la receta de la sopa de pollo, es de gran importancia la forma como se haga y se tome: mucho mejor si está caliente y bien condimentada. Toda vez que usted agrega especias a este potaje de multivitaminas y cistina caliente, estará creando una poción farmacológicamente muy potente.
Las especias parecen tener algo en común con los modernos ‘antigripales’, pero sin sus efectos colaterales: liberan hacia la boca, garganta y pulmones, una oleada líquida para que se produzca el moco fluido capaz de eliminarse con facilidad mediante la tos o al sonarse la nariz. De todas las especias, el ajo es el expectorante mejor conocido y tal vez el que funcione mejor, cuando se combina a pequeñas cantidades de vitamina C, que ayuda a la liberación de la aliína, un agente químico en él contenido.
Cada vez que usted se encuentre resfriado, sentirá una tentación irresistible en tomar algo para “cortárselo”, no importando que tantas veces se haya dicho que no existe un tratamiento específico para él: ¡Resfriado no tratado, suele durar siete días, mas, sí usted lo trata enérgicamente, durará una semana! ¿Qué le parece? Quizá usted echará mano a tabletas de aspirina o acetaminofeno y ¿por qué no? De algún inútil antibiótico bajo la premisa de que no le harán daño y pueden ayudarle. No obstante, es sabido que los constituyentes de un antigripal pueden ser antagónicos. El acetaminofeno aumenta la congestión nasal, en tanto que el descongestionante la disminuye…
Existe toda una plétora de dizque “antigripales” que incluyen descongestionantes, antialérgicos, expectorantes, supresores de la tos, pomadas mentoladas y atomizadores ineficaces. ¿Por qué entonces la próxima vez no darle una oportunidad al sencillo remedio de Maimónides…?
Les invito a acompañarme y leer cómo termina esta historia…