Elogio de la renuncia: Cuando los hijos se van…




Publicado en el Diario El Universal, martes 28 de abril de 2006


SUENA A TRILLADO CLICHÉ. Título aromoso a mareados tiempos de actores mexicanos: Fernando Soler, Sara García y Joaquín Pardavé (1941). Cómo lloró mi mamá, tal vez presagiando lo que sería de sus hijos, nosotros… La malhadada revolución involutiva nos hurtó los nuestros. Mejor aún. Los hizo huir para seguir la ruta de sus sueños cuando quizá no estaban dispuestos ni preparados. Impasibles, mudos y sin capacidad de respuesta les vimos partir. Como que no tuvimos el guáramo suficiente para proteger nuestras querencias que serían las suyas y para prepararles un ámbito respetuoso y progresista para la fabricación de sus nidos. Tanto que nos costaron y por tan poco les enajenamos. Tanto esfuerzo, tanto trasnocho, tanto nudo en la garganta, para ahora tener nuestros afectos luchando en lejanas trincheras.

BRINDANDO SUS SABERES en suelo extraño. Ahora desarraigados, fugitivos si se quiere, trasmutados a otra cultura, quizá perdidos para siempre. Permitimos que sus cerebros fueran reemplazados por una caterva de inútiles pendencieros de seso vano, envidia extremosa, buenos sólo para lacerar y matar. Es el castigo por esa existencia cobarde que llevamos como sino. Ahora nuestros hijos son extraños de otros mundos. Sus puestos han sido ocupados por cubanos, iraníes y alienígenos de la peor estirpe, fieras que ya han probado sangre. No hacemos falta a nuestros nietos, hemos apostatado a su amor frente a sus cunas.

ALGUNOS hasta nos sentimos orgullosos de tenerlos fuera, lejos de nuestras caricias, del cielo azul y el sol que siempre brilla en esta tierra generosa. Portamos fotos carentes del calor de la cercanía para no olvidar rostros desdibujados por la distancia. ¡Qué plancha! No moriremos con sus presencias a la vera, moriremos solitarios, como merecemos por nuestro vicio de cobardía…

Publicado en El Unipersonal.

2 Comentarios

  1. Dr, Muci, con todo el respeto que Ud. me merece, le expreso que entiendo su gran pesar, pues el mío es exactamente el mismo. Sin embargo, no entiendo su punto al llamarnos cobardes. Lo respeto, si Ud. lo siente así, es válido. Pero jamás aceptaré que fuimos cobardes, porque en muchas ocasiones tanto Ud. como yo hemos usado nuestra pluma para denunciar, desnudar a la perversa revolución que nos ha puesto el yugo de la miseria sobre nuestros cuellos y además, hemos sido luz en medio de la oscuridad.

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