Como un motto, cantadito y cansón escuché desde lo lejos a mi nieta de 8 años recitar a su abuela, la tabla de multiplicar. Un caletre anunciado pero necesario, pensé. De inmediato un dejo de angustia me corrió la columna dorsal y saltó a mi corazón. Sentí que mi pulso se desbocaba y se apiñaban en mi garganta. Todo iba muy bien y fluido hasta que traspasó la cota de la tabla del seis. Allí, disminuyó la velocidad del predicamento pero las respuestas eran seguras. Cuando entró a la del siete, sentí un estremecimiento, y un frío ártico me invadió las manos; en el paroxismo, sentí escalofríos y hasta me sudé. A medida que progresaba, mi angustia iba in crescendo y los segundos se hicieron minutos; una vez que ella le preguntó ¿7×8?, para mi, la verbalización de la respuesta, se detuvo en el tiempo…Leer más