Elogio del síndrome del paciente devuelto…

 

Elogio del síndrome del paciente devuelto…

   Siempre quise llamar la atención de las injusticias que se cometían en mi hospital. Todas cayeron en el saco roto de la indiferencia. Viene a mi memoria una viejecita margariteña quien presumiblemente presentaba una nefropatía obstructiva que entonces requería una urografía de eliminación, el examen que supuestamente era el indicado. Tres veces se sometió a la paciente a un enema jabonoso para limpiar su intestino y tres veces, pero siempre fue devuelta del servicio de radiología sin que pudiera realizarse y fue egresada; nunca más supe de ella, pero todavía me corroe el sentimiento de culpa… Ello motivó el que escribiera un artículo que fue publicado en el Diario El Nacional de Caracas del domingo 12 de agosto de 1985, sin que tuviera ninguna resonancia entre médicos de la institución u otras, ni personas lectoras del periódico.

No obstante, periódicamente enviaba escritos al diario que eran publicados. Aunque eran otros tiempos de libertad, también eran tiempos de indiferencia: ni el director del hospital, ni los jefes de servicio ni mis colegas se abocaron a apoyar mis reclamos y, mucho menos, investigar ni ofrecer una solución… Tenía que existir una causa que fuera la responsable de todas las consecuencias…

Lo publico tal como fue publicado precisamente, un día domingo hace 34 años; por supuesto, las condiciones del país han cambiado para muy mal y estamos sometidos a la humillación permanente a que nos han sometido la pandilla criminal que mantiene el país secuestrado y en la indigencia…

  • Imagínese usted sentado frente a su médico. Aquél, con el ceño fruncido revisa su historia clínica y con grave voz le comunica que debe ser sometido a una intervención quirúrgica por una condición clínica que puede poner en peligro el disfrute de su vida o aún llevarle a la muerte. De inmediato, usted se prepara psicológicamente para la inminente situación.

Echa mano de todas sus reservas psíquicas para vencer el temor al dolor, a la mutilación, al miedo de nunca más despertar de la anestesia, en fin, al diagnóstico definitivo, al nunca retorno…. Ya está usted en la camilla, en la antesala del quirófano esperando su turno para ser intervenido. Sólo una bata arrugada, un ridículo gorro y unas botas extrañas cubren su anatomía. Usted espera, vigilante pero atontado por el efecto de la medicación preanestésica. El tiempo parece haberse detenido… y de repente, usted es sacado de la sala de espera y llevado de vuelta a su cama sin haber sido intervenido, y sin ninguna explicación. ¿Y qué tal si esta situación se repitiera en más de una oportunidad?

 Hace ya algunos meses, en un noticiario de una conocida televisora comercial de esta capital, se daba a conocer el drama -verídico o no-, de un paciente recluido en uno de nuestros hospitales docentes, que había sido llevado en varias ocasiones al pabellón de cirugía, siendo devuelto del mismo otras tantas por causas diversas, desde sus mismas puertas, sin que se le realizara la intervención proyectada y supuestamente necesaria. Ante su impotencia y sintiendo el terror que produce la posibilidad de la cercanía de la muerte, no le quedó opción diferente a la de recurrir a ese medio informativo como una peculiar manera de presionar en la realización del tratamiento que consideraba salvador e indispensable.

Es esta, sin lugar a dudas, una de las máximas expresiones de lo que he dado en llamar el “síndrome del paciente devuelto”, que en forma endémica y a lo largo de los años, se ha aposentado a sus anchas en la gran mayoría de nuestros hospitales públicos, sin que le reconozcamos o prestemos la importancia que se merece por acompañarnos en el diario trajinar como la sombra al cuerpo.

El origen o etiología de este síndrome iatrogénico, infamante y vergonzoso, está centrado en la indiferencia ante el dolor ajeno, la falta de amor por el prójimo sufrido y por el trabajo comprometido y la noción por demás errónea, de que el paciente “está recibiendo un favor, y debe comprender…” Por supuesto que, para su entronización, difusión y proliferación requiere de un medio o terreno propicio, crónicamente viciado e indiferente al dolor, pues sólo se le observa en los hospitales estatales donde el paciente “a nadie pertenece”.

Se describen, sin embargo, casos muy esporádicos en clínicas privadas, donde el paciente sí tiene su médico que sabiendo que debe velar por su clientela, suele protegerlo con ahínco. Estos casos, excepcionales, casi siempre tienen su explicación en acontecimientos de fuerza mayor que usualmente son rápida y favorablemente enmendados.

Su razón epidemiológica es la de una endemia “tácitamente aceptada”, interrumpida con mucha frecuencia por brotes epidémicos donde demuestra un desbastador genio de mayor o menor duración e intensidad, en curiosa dependencia con la proximidad de estallidos huelgarios o de períodos vacacionales (Semana Santa, carnavales, navidades, y “puentes” de toda laya), donde en el “argot” hospitalario se habla de la existencia de un “piloto automático” que toma por esas épocas, los comandos de la institución ante la desaforada estampida de su personal.

Por ser un problema cotidiano, donde no existen responsables ni sanciones y donde todos estamos en alguna forma comprometidos, el virulento y contagioso “éter” penetra todos los niveles nosocomiales, a la vez que alcanza un amplio espectro de variantes clínicas. En sus formas leves se traduce, por ejemplo, en que el infortunado enfermo hospitalizado “pierda su cita”, bien sea porque el médico tratante olvidó asentar por escrito la indicación en la historia médica, o porque no se realizó la preparación adecuada, o porque la enfermera pasó por alto la remisión a otros destinos, o porque no fue posible hacer que los camilleros vinieran a recoger al desdichado con la antelación requerida…

Pero sí por ventura, éste llegara a tiempo al sitio y hora convenidos, otros sinsabores podrían estar aguardándole. Puede suceder que el médico consultado no haga acto de presencia ese día, o que el radiólogo competente para esa exploración esté de vacaciones y no haya quien le supla, o que se fue el agua, o se dañaron los equipos, o estalló una tubería de aguas negras en el mismo recinto del pabellón de cirugía, o no había ropas adecuadas para vestir al cirujano o al paciente, o se dañó el aire acondicionado… Formas más severas incluyen la preparación previa del paciente para ciertas exploraciones o intervenciones: ayuno prolongado, ingestión de pócimas, enemas evacuadores repetidos, inyecciones, rasuración de estratégicas áreas anatómicas, ordenación de nuevos exámenes subalternos que no van a aportar ninguna información decisiva, devolución desde las consultas y aún del mismo pabellón quirúrgico, etc.

Todos estos inconvenientes se traducen entre otros, en un sufrimiento innecesario (dolor físico o dolor psíquico) no siempre apreciado por el médico, progresión de la historia natural de la enfermedad dejada a su evolución “casi espontánea” por períodos variables de tiempo, dilación en la toma de decisiones o en la intervención necesaria, prolongación de la estada intrahospitalaria en desmedro del racional aprovechamiento de la cama para otros pacientes y elevación del coste de cama por día.

 La sintomatología que lo acompaña. comúnmente no es tan sonora como la del paciente descrito al inicio de esta nota. Manifestaciones clínicas “a bajo ruido” son la regla. La gran mayoría de las veces el paciente regresa a su sala, o a su casa en lo alto de un cerro, luego de haber ascendido incontables peldaños, frustrado y cabizbajo, casi enmudecido pero resignado, oyendo el ¿qué pasó?, fallido y desolado de sus médicos tratantes, o de sus inmediatos allegados, seguido del plañidero, “ahora habrá que esperar quien sabe cuántos días -¿meses?- para lograr otra cita”, y mientras tanto…

 Las complicaciones del síndrome no guardan espera y divergen en tres vertientes que incluyen al propio paciente, el personal médico y paramédico y al estudiante de medicina. En el primero varían desde diversos grados de morbilidad física o moral hasta el mismo óbito. En los segundos, suele presentarse como un “fenómeno de adaptación negativa”, según el cual los sentidos se embotan, las jerarquías clínicas pierden vigencia, el alma se envilece, deja ya de sentirse el dolor ajeno como propio y la situación es aceptada como “normal” o al menos como “corriente”. En los terceros, la irresponsabilidad “peloteada” entre sus maestros y la institución, les es dada en herencia maldita, al igual que la despersonalización o “cosificación” del enfermo, el endurecimiento ante la tragedia ajena, y “esa agresiva ligereza” que muchas veces tiñe de vergüenza el acto médico.

 Las causas perpetuantes del morbo radican en el absoluto déficit de organización de nuestros hospitales, que va mucho más allá de la carencia física o de la inexistencia o deterioro de aparatos simples o sofisticados. Esas instituciones nunca han funcionado alrededor del paciente como principio y fin de sus existencias y del acto médico en sí, sino que son pesadamente arrastrados en el tiempo por una “vis a tergo” cada vez más retrogradante donde no hay veredas ni metas. Nada funciona bien porque la institución hospitalaria así se lo haya propuesto. Nada de control de horarios o de adjudicación de funciones. Lo que aún marcha, o marcha a medias, tiene su explicación en que algún “excéntrico” siente la ingente necesidad de hacer las cosas lo mejor que pueda con lo que tenga a la mano, y de paso, dar un ejemplo con su acción.

El tratamiento primerísimo o profiláctico radica en la información y educación del paciente mismo sobre los derechos que le asisten, partiendo de que la preservación, mantenimiento y restitución de su salud, no es ni puede ser un “acto de beneficencia” como se cree aún en nuestras administraciones de salud en vías de subdesarrollo, sino que es un derecho constitucionalmente consagrado. Desafortunadamente, el mal aventurado enfermo, que nunca tuvo nada, se siente ya contento con un techo donde cobijar su dolor, una cama donde dormir, tres comidas al día, algún alivio a su sufrimiento y todo lo acepta pasivamente, aún la misma desaparición física…

El tratamiento curativo no puede ser otro que la extirpación radical de la calamidad, incluidas sus metástasis. El vigilar que todo funcione adecuadamente y en función del necesitado, y el que cada cual esté en el sitio que le haya sido asignado y con el cual adquirió un compromiso -no-impuesto, y de no ser así, echarlo fuera, ¡donde corresponde!, no importando su “color” político o la importancia de sus “padrinos”. La fijación de responsabilidades y la aplicación de sanciones, hechos tan extraños a nuestra realidad nacional actual, claman por sus fueros y no pueden ser postergadas indefinidamente.

Y para terminar, una plegaría final por la erradicación del síndrome, por la consecución -¿utópica?-de “una sola medicina”, donde la acción médica y paramédica no supedite su calidad ni enajene su efectividad al son del mejor postor. Que, como orfebres de antaño, los médicos de hoy sintamos, antes que nada, satisfacción y orgullo por el “arte final” que signa nuestro ser y nuestro hacer: La ayuda al sufrido, cualquiera que sea su posición social o económica, tipo de enfermedad o desenlace final de su dolencia, teniendo siempre presente y aplicando estrictamente la “ley de la madre”, precepto obligante mediante el cual nunca debemos hacer a un paciente lo que no haríamos a ella. Que todavía nos embarque la necesidad de realizar nuestro oficio con lo mejor de nuestras aptitudes y lo más acabado que nuestro arte nos permita, para así poder cumplir con la cuota de participación que nos corresponde en el proceso de desarrollo de nuestros hospitales, de nuestra sociedad y de nuestra medicina.

Elogio de la equivocación… ¿Tiempo de reflexión…?

 Elogio de la equivocación… ¿Tiempo de reflexión…?

¿Será que me equivoqué y aposté todo mi dinero a un caballo perdedor…? La saudade me embarga. Mi periplo vital se acorta con el raudo paso de los días que ahora parecen venir con menos horas y como médico de hospital que todavía soy, a menudo me da por pensar o cuestionar mi elección y mi ejercicio de muchos años. Los hospitales, como las personas, son sujetos vivos a quienes hay que mimar y alimentar continuamente so pena de enfermar de aguda mengua y llegar a desaparecer. Este aserto no deja de ser una verdad en nuestro país. Siempre que uno envejece se le quiere eliminar sin aviso y sin protesto, sin tutía ni clemencia, sin sentimiento ni agradecimientos. Con la excusa de ser ya antigualla molestosa, estructura superflua, la picota del progreso dirigida por burócratas, con frecuencia termina por sepultar una abultada hoja de servicios. Mi Hospital Vargas ha envejecido tanto que si no fuera porque estoy dentro de él, envejeciendo con él y le veo todos los días, no podría reconocerlo.

¿Todavía estás allí…? ¿Es que aún no te has marchado?, ¡Hace mucho tiempo que ¨ese¨ hospital te quedó pequeño! ¡Yo, hace años que me cansé, me fui y ahora soy feliz…! Son preguntas y exclamaciones con las cuales nos bombardean a aquellos que por décadas hemos dedicado energías, esfuerzos y amor, casi más que una vida a nuestros hospitales públicos, tan carentes, tan desasistidos y olvidados; ni qué decir de su clientela siempre muy pobre, mendicante e implorante…

Pero no siempre fue así. Mi hospital (1891) fue una réplica del famoso Hospital Lariboissiére de París (1839) en su frontis y en sus planos, equipándosele sin escatimar ninguno, con todos los adelantos del momento; así que hubo una época, no muy lejana, en que mi hospital innovaba: Asistencia de calidad, docencia de lustre, nuevos procedimientos exploratorios o de tratamiento, flamantes técnicas quirúrgicas que no se realizaban en centros privados, tomaban vida y forma en sus recintos. El saber fluía de continuo a la sombra vigilante de maestros que, comprendiendo la importancia de su rol de ejemplo y guía, difundían abundosos ejemplos de humanitarismo, ciencia y honradez profesional y ciudadana que invitaban a la emulación.

 ¡Privilegiado aquel paciente pobre! ¡Cuántos cerebros lúcidos pensando en derredor de su lecho de miserias acerca de cómo diagnosticarlo y ayudarlo!, ¡qué diferencia con el trabajo privado, unipersonal, mezquino, que no dejaba dudas para la discusión y el descubrimiento del equívoco! Aunque humilde, mi hospital permitía la ayuda global al enfermo. Nuestras pasantías cortas o largas por sus salas donde se propiciaba la discusión, el disenso, la interacción, el enseñar y ser enseñado aún por los más jóvenes al favor de sus preguntas inteligentes, el moderar los ímpetus juveniles, el saber cada día más para ayudar más y mejor, el reconocimiento de la propia ignorancia que modera la omnipotencia, y hasta el llegar a descubrir la gran fragilidad de nuestras capacidades diagnósticas cuando éramos llevados ante la fría mesa de Morgagni en la sala de autopsias, para que al través del ¨mirar por uno mismo¨, que es lo que autopsia significa, identificáramos el yerro y creciéramos un poquitico más. Doblar la cerviz ante la evidencia, ante el hecho clínico que pasamos por alto, minimizamos o no supimos interpretar, digerir el duro trago del error e incorporarlo a nuestro acervo de clínicos como antídoto para que no volviera a ocurrir…

 

Mas arribaron tiempos aciagos en que mi Hospital –al fin, parte integrante de un país que iniciaba la cruel enfermedad de la desintegración física, ética y moral-, comenzaba a deslizarse hacia atrás en aquella cuesta ganada con trabajo duro e introspectivo, hacia el abismo sin fondo de la mediocridad y la indiferencia. Los cuadros regentes de la salud fueron invadidos por izquierdas y derechas recalcitrantes que introdujeron factores extraños al oficio. El amiguismo y el carnet partidista reemplazaron al peso específico de un curriculum, del esfuerzo y de la probidad, y la negación de ese esfuerzo que lleva a la excelencia, determinaron que muchos colegas se refugiaran en la tranquilidad de sus consultorios privados porque no toleraron la frustración, la lucha permanente contra la indiferencia y la ignorancia, porque les urticaba ver cómo tantas veces el paciente ¨era devuelto¨ del pabellón de cirugía  o se posponía un examen complementario luego de haber sufrido, una o varias veces, la preparación mediante ayunos prolongados, purgantes y lavativas…  porque vieron morir de mengua a comatosos engusanados, y aún aquellos que sólo se recuperaron de su coma para aún, medio aturdidos, voltearse, caerse de sus elevadas camas y fracturar sus cráneos contra el duro suelo, simplemente porque no había suficiente personal para vigilarlos y cuidarlos, ni barandajes salvadores que les protegieran en su errabundo delirio.  Y así ocurría una y otra vez…

Vieron que el recinto se llenaba de perros y gatos tanto o más enfermos que sus residentes habituales, paradójicamente cuando el hospital todavía estaba poblado de extraordinarios integristas y especialistas, muchos de los cuales poseían flamantes posgrados, fellowships y doctorados en universidades de prestigio de Europa y Estados Unidos de América, hombres y mujeres de valía y recto proceder, que por razones políticas nunca pudieron desarrollar al máximo aquellas capacidades que habían adquirido precisamente para volcarlas en los más necesitados y que hasta tuvieron que renunciar a sus derechos y sus sueños al experimentar la saña castradora de pelagatos, arrimados al poder y pelafustanes. Esos son los gajes de las sociedades subdesarrolladas y primitivas donde la bota del militar, del ¨muera la inteligencia¨, del patiquín parapoco o del pisaverde sin oficio, fractura el libre flujo de las ideas que lleva al escogido fruto…

¿Cómo explicarles a nuestros interrogadores que todavía estamos allí a sabiendas de que compartimos responsabilidad inmerecida contra un sistema infradesarrollado, corrompido e incapaz para quien la ¨salud ajena¨ no es una prioridad?  ¿Cómo decirles que hay fuerzas interiores que nos mantienen en nuestros puestos a pesar de tanta impudicia, inhumanidad y iatrogénesis? ¿Es que ver tantos muertos o maltrechos sin motivo y sin dolientes nos ha oxidado los sentimientos y envilecido el alma? ¿Es que somos partícipes masoquistas que sacamos provecho secundario de la quejumbre diaria y el dolor que nos produce trabajar en condiciones incompatibles con la propia decencia y el respeto del dolor ajeno? ¿Es que somos insensibles al sentimiento de culpa o la demanda judicial por mala práctica cuyo responsable es el Estado y que en cualquier momento puede caernos con la sorpresa de un rayo en un cielo claro?

El Estado todopoderoso, podrido, parecido a la piel del leproso por sus extensas áreas tan insensibles, nos mira también con enemistad y recelo, y arteramente manipula sentimientos de amor y odio que el médico, más que nadie, es capaz de generar en tan grande intensidad, presentándonos como agentes de todas sus miserias. Nos ataca, nos empuja fuera de las fronteras patrias para reemplazarnos por médicos cubanos o por médicos comunitarios, pobre gente atrapada en medio de una oferta engañosa de hacerse médicos en tres años sin haber palpado el cuerpo de un enfermo ni conocer el léxico del oficio, con fallas elementales de ciencias básicas como conocimientos  anatómicos, conceptos mínimos de fisiología, fisiopatología y bioquímica todo ello configurando una tremenda deficiencia en competencias básicas para el ejercicio de la clínica, y aun así, con irresponsabilidad suprema lanzados a realizar posgrados en medio de tan grande deformación? E imagine el pozo de iatrogénesis del Socialismo del siglo XXI: dice la Presidente de la Fundación Barrio Adentro, ¨una pobre medicina para gente pobre¨, ¨dentro de sus instalaciones, funciona una universidad -¿con cuáles instalaciones y con qué profesores?-, que ha graduado 19 mil médicos y en este momento se están (¿de?)formando a 30 mil estudiantes¨: matasanos, medicastros, hierbateros y ensalmadores. Se nos retribuyen largos años de estudio y dedicación, de insomnios y responsabilidades con emolumentos superados con creces por los de cualquier doméstica analfabeta o buhonero bachaquero de pocas luces… Otra arista del gran fraude que ha constituido la Revolución Cubana-Bolivariana en todas las instancias de la vida pública de Mi País, sometido y esclavizado por una nación de oprobio…

El origen no es otro que la envidia por el conocimiento que como en la fábula atribuida a Esopo, una zorra ve un racimo de uvas y trata de alcanzarlo. Cuando se da cuenta que está demasiado alto, las desprecia y se retira exclamando ¨¡No están todavía maduras!¨. La moraleja es que los seres humanos, especialmente los ignorantes, los holgazanes, los reposeros, los resentidos, en suma, la banda de pillos que nos gobierna, fingen despreciar aquello que secretamente anhelan y que saben que es para ellos inalcanzable: ¨¡No se hizo la miel para la boca del asno, ni el alpiste para el pico del zamuro!¨, exclamaba vehemente el inefable Hermano Gaspar de los Hermanos Cristianos de La Salle en Valencia, que no decía lo chiquito para lo sapientoso y ácido que era…

Sobre nuestras cabezas penden sendas espadas de Damocles que amenazan con destruir lo más preciado de nuestros seres: Nuestra integridad, nuestras familias, el prestigio de nuestras prácticas, y el empleador –el Estado-, el máximo responsable, seguirá multiplicando lutos y como siempre se lavará las manos buscando un chivo expiatorio a quien cargar sus culpas.

Mi Hospital es tan sólo una pequeña muestra, harto representativa de un país con un gobierno corrupto que muere en medio de indiferencia y malas políticas sociales, que maltrata a sus ciudadanos de mil maneras y les engaña con un discurso envolvente que cree encubrir sus miserias y las dirige hacia otros. Se nos chantajea cuando se nos exige santidad, desprendimiento, cuando se nos enrostran los juramentos de Hipócrates y Razetti, cuando se nos execra y denigra ante el gran público, ese que no puede viajar fuera del país en pos de ¨buenos médicos¨ como si lo hizo a Cuba aquel eterno presidente de meliflua palabra y aguijón en ristra, o aquellos otros a Miami, Boston o New York con institutriz y revolver incluido. Ha sido la norma que el Estado y nuestros partidos políticos siempre hayan despreciado a sus médicos: ¡Todo, mera cuestión de envidia!

Pero vendrá para ellos una tortura tantálica: Tántalo Zeúsida, rey de Frigia  se robó la ambrosía, potaje divino que daba a los dioses una vida sin fin. En castigo, además de hacerlo inmortal…, en el Hades, antiguo inframundo griego, neblinosa y sombría morada de los muertos, donde muy pocos mortales podían abandonar el reino una vez que habían traspasado sus umbrales, fue condenado a pasar la eternidad padeciendo sed y hambre, pese a encontrarse semisumergido en aguas cristalinas y tener frente a sí una rama con deliciosos frutos en sazón: cada vez que intentaba aproximarse a uno u otro manjar, estos se apartaban de su boca. Tántalo se ha convertido en la imagen típica de los deseos frustrados, y raros son los escritores que no han recurrido a ella. El anhelo de la ambrosía y el robo de la verdad con el esfuerzo que conduce a la excelencia, ha sido perpetrado por una banda de forajidos en quienes se hará realidad el castigo… 

¡Ahh…! El Hospital Vargas de Caracas nació copiado del Hospital Lariboissiére de París, ambos en sus momentos eran dignos de admiración, confianza y respeto. Éste, ubicado en una nación civilizada continuó creciendo e innovándose con el paso de los años y presta en el presente atención de gran calidad; aquél, el nuestro, asentado en un país cuyos gobernantes no lo han sentido como suyo, ha ido declinando, tiene menos camas funcionales que cuando fue fundado en 1888 e inaugurado en 1891, marchitándose, tantas veces rapiñado y muriendo con el paso del tiempo. Como en este caso, el nuestro, otros hospitales venezolanos también decadentes, forman parte de la herencia miserable de las malas políticas de salud y del comunismo, la peor epidemia que nos ha afectado desde el arribo de Colón a nuestras costas.

El sábado 8 de agosto de 2009, escribía yo en el Diario El Universal, un artículo intitulado, ¨Nacen y mueren¨, ¨Los que privilegiados, hemos estado en el exterior y apreciado el crecimiento y la expansión de las instituciones que allá afuera nos dieron cobijo, nunca podremos entender por qué el Complejo Asistencial Docente Vargas -sueño de hombres y mujeres de valía- quedó como historia nunca concluida, o la Autogestión, promovida en pasados años por ilustres vargasianos jamás pudo ser llevada a buen puerto por este proceso involutivo que nos agobia, donde no hay consuelo para las penas del niño que vive en la calle o aquél otro ahogado en su dolor, mendigando salud en Miraflores, atestado de papelitos peticionarios y de promesas incumplidas, cuando, la dádiva política a otros países está a la orden del día¨.

Sin solución de continuidad nos deslizamos hacia atrás, directo al medioevo del olvido, donde la peste, el mal aire -aquel que se adquiere cuando ¨las personas caminan por lugares pesados donde hay maldad¨-, y las miasmas nos rodean, fantasmas del pasado que han tomado forma y airados reclaman sus querencias… Como es costumbre desde 1980 cuando fundé la Unidad de Neurooftalmología del Hospital Vargas de Caracas, única en su género y donde pago mi purgatorio, el pasado martes 21 de abril de 2015 me ataja en el pasillo una joven paciente en su treintena, mulata, hermosa, de labios sensuales, dentadura blanca y perfecta con una sonrisa fingida, ya conocida por un problema inmunológico que ha afectado su retina y que necesitó de cortisona para hacerlo retroceder exitosamente. Ojo único, porque el otro lo perdió en su infancia cuando le explotó un triquitraque frente a sus narices. Se embarazó muy enamorada, ya tenía dos hijos menores. Pedimos consejo para proseguir el corticoesteroide a dosis elevadas durante su preñez, visitó tres hospitales -empresa infructuosa- y decidió tener su hijo. Nació una linda nenita tres meses atrás. Al regresar de la maternidad, su marido la había abandonado. Estaba sola. No tenía trabajo, tres hijos a cuesta, y ahora no hay prednisona en toda Venezuela –entre muchas otras carencias medicamentosas-, está perdiendo visión y clamando por el efecto benéfico de la droga. La prednisona veterinaria también se acabó… ¿Cómo puede un régimen delincuente ser tan cruel y miserable que envía, no más hace pocas semanas 140 activistas a Panamá con gastos pagos y $ 400 diarios para que griten loas a la revolución…? Las maldiciones surgen espontáneas…

Reitero, ¿Será que me equivoqué y aposté todo mi dinero a un caballo perdedor…?