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El peñero der Güicho…
No muy alto, unos 70 kilos de fibra y piel tostada por el sol, las manos faeneras, nudosas, de engrosada piel y las uñas deformes de tanto trauma acumulado, las piernas encorvadas –casi que podría caberle una pelea de perros entre ellas- y la planta de sus pies gruesísima con dedos separados como un abanico para asirse mejor al piso del barco. A mi pregunta, er Güicho, nuestro navegante del peñero ¨Virgen der Valle¨, en la bahía de Pampatar, Isla de Margarita, de por qué su barco tenía ojos, me respondió entre ingenuo y sorprendido:
– “¡Muchacho!, si no tuviera ojos, ¡Hijo er diablo!, ¿cómo podría navegar…? ¨
Y es que ningún pescador se echaría a la mar sin esos ojos avizores o con ellos vendados. Y era cierto, el ojo de su peñero era emétrope, es decir no tenía ningún defecto refractivo y su visión era nítida, pues si hubiera sido miope, hipermétrope o astigmático, ¿cómo hubiera podido enfocar y sortear los peligros?, ¿cómo hubiera podido orientar su rumbo en el mar picado o durante una tormenta?; y de ser cierta una de esas ametropías, ¿podría haber cabido alguna corrección óptica con lentes o cirugía…?
El pensamiento mágico priva más en la gente humilde pues no ha sido desterrado por la verdad nuestra; y, aun así, los que creemos conocer, no hemos podido desembarazarnos del todo de él y en ocasiones priva en nuestros pensamientos, y no hay nada ni nadie que haya podido con él desde el despertar de la vida y de la navegación. Es un ojo amistoso que todo lo enfoca y evita los peligros; es un ojo achinado de pez que el agua salada no enrojece, irrita, ni le produce escozar; es un ojo atento, que no se cierra nunca ni jamás parpadea. Yo me acerqué con mi oftalmoscopio y me percaté de que a diferencia del humano y del animal, no tenía reflejo anaranjado, indicio cierto de que, aunque quisiera, no podría mirar en su interior; pero, al contrario, él si oteó el mío sin poder decirme los secretos que en mi se encierran… La magia le atribuía la confianza del mirar cierto, y otorgaba confiada fe al marino. ¿Por qué es patrimonio de pequeños botes y no de grandes trasatlánticos, poderosos y desafiantes, seguros ante los peligros del mar? He pensado que el Titanic, de haber tenido tan solo un ojo, no se hubiera hundido mientras los músicos, impertérritos, no cesaban de tocar…
Los ojos del peñero permiten soñar, una actividad usualmente negada al médico ocupado y alienado en medio de una práctica abrumadora, donde no hay tiempo para el asombro que conlleva la condición humana o los mitos que iniciaron nuestro ser y hacer, pues en el plano de la vida real, duda no queda que el sentido de la visión es el más importante y ¨sentido¨ de los cinco sentidos.
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El mito predecesor
Sin saberlo, er Güicho hablaba por voz de épocas muy pretéritas, transportadas hasta su bote por la fuerza de antiguas tradiciones narradas por sus mayores y pasadas en voladillas a través de mares y generaciones de nautas; pero tampoco parecía conocer que ese asunto de los ojos navegantes, tenía un cercano parentesco con el ¨Ojo de Horus¨–empleado siempre en singular-, también llamado Udjat, u ¨Ojo de Re¨, que era para los antiguos egipcios, símbolo de protección en el cual se mezclaban características del ojo humano y del halcón peregrino.
La vida del marino es muy dura y expuesta al peligro, y por ello, poco puede sorprender que entre los navegantes del Mare Nostrum, se extendiera la costumbre de pintar o tallar en la proa, del lado externo de las bandas de las naves, dos ojos, constantemente abiertos, algunos de mirada vivaz para atisbar y eludir peligros que se escapan a la percepción del ojo humano, y otros, tan lánguidos como una gaita margariteña, ese canto triste y melancólico que gimotea acompañado de guitarra, cuatro y bandolín temas relacionados a la pesca, a la pérdida y el amor, como esta gaita margariteña que enternece, ¨Mis tres hermanos queridos se los llevó la corriente, dice un niño tristemente, que caso tan dolorido. Marchamos todos unidos a bañarnos sin temor, vino el río con su furor se los llevó muy ligero, cuando desaparecieron, cuál no sería mi dolor¨.
https://www.letras.com/isabel-parra/845732/
Como elemento mágico fue incorporado a la navegación por los antiguos egipcios tanto en el Nilo, como en el Mediterráneo. En esas bandas de la proa de barcos que transportaban reyes y divinidades, como en aquellos otros empleados para viajes de particulares y de carga, se pintaban esos dos ojos gemelos, pero con campos visuales individuales, y así, uno trabajaba en ausencia del otro y viceversa; y en ocasiones hasta se pintaban en los remos. Generalmente se identificaba al ojo derecho con el Sol, el Dios Re o Ra, pintándolo con colores de oro u ocre vivo, anaranjado o rojo; y al ojo izquierdo, con la Luna o con el Dios Halcón Horus, el dios que todo lo ve, aún de noche, que solía ser pintado con colores fríos, blanco o azul.
Son varias las versiones del mito, una de ellas cuenta que son los ojos de Dios y que por ello es usada contra el sempiterno ¨mal de ojo¨, haciendo bajar la vista al que viene cargado de influencias negativas. La Udjat, saltó fronteras como protectora de la navegación, penetrando en diferentes culturas del mediterráneo. Los antiguos griegos, con sus colonias al norte del Nilo y herederos directos de ¨lo egipcio¨, pintaron en sus naves, grandes ojos redondos, llamados ¨ophtalmoi¨, con otra forma y sentido religioso, pero adoptando su carácter marcadamente supersticioso. Y esta Tradición se mantiene viva por siglos en los barcos de algunos lugares, donde estas culturas dejaron su semilla, como el Tirreno, el Egeo y el Cantábrico y así, arrastrado por las corrientes marinas, llegó al hasta el oriente venezolano.
Cuenta el mito que el Dios Halcón Horus, era el Dios del Lejano Cielo, la Luz y la Bondad, ¨el elevado¨, que tiene la capacidad de verlo todo otorgando origen divino a la monarquía egipcia. Si bien el mito antecede a las dinastías, en tiempos del Imperio Medio y de la Cosmovisión, tiempos del dúo Osiris-Isis, como dioses Solar y Lunar, es cuando toma más fuerza. Horus era hijo de Isis y Osiris. Osiris era el dios padre-sol, que en una pelea ancestral contra el dios Seth, dios de las tinieblas, fue ahogado por este y cortado en 14 pedazos, arrojándolos alrededor de la tierra. Cuando Isis, diosa madre-luna se enteró, buscó afanosamente y encontró todos los trozos, los unió y dio forma nuevamente a Osiris con quien tuvo a su hijo Horus. De esta forma Osiris se erigió sobre el reino de los muertos. Horus, para vengar a su padre, en una terrible tormenta-contienda enfrentó a Seth logrando derrotarlo; sin embargo, este le destrozó su ojo izquierdo lunar, perdiéndolo en la oscuridad de la luna nueva. Thot (Hermes), el tres veces sabio y dios sanador, reconstruyó los pedazos del ojo de Horus y forma la Udjat, Wadjet o Oudja: dos ojos gemelos, símbolos del sol y la luna, capaces de observar toda la maldad del mundo, que abiertos son luz y cerrados son oscuridad. Ya con la Udjat, en la claridad de una luna llena, Horus, le devuelve la vida a Osiris, quien reinaría a partir de ese momento sobre vivos y muertos.
Así la visión del Ojo de Horus, es símbolo de un mundo feliz y la Udjat significa lo que está completo. Estaba relacionado con las fases lunares, los eclipses y las tormentas; navegar en luna nueva era peligroso, porque desaparecía la luz-ojo y navegar en luna llena era de buen augurio porque estaba completa, las tormentas eran sinónimo de contiendas. El Ojo de Horus como amuleto es usado además como sinónimo de bienestar, también como remedio y protección para enfermedades oculares, potencia de la vista y la visión, protección para los difuntos, contra el robo, el miedo, la ignorancia y la pobreza.
Yo tengo el mío… ¿podré ver más lejos…), y se lo puede ver inclusive en el billete de un dólar, dentro de un triángulo, como la figura del gran arquitecto del universo, la divinidad, la capacidad de verlo todo y la trinidad.
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La invidencia del hombre
El mundo de la invidencia, ante cuya posibilidad sentimos horror, paradójicamente suele ser muy rico; mucho más de lo que imaginamos… Por nuestros prejuicios, solemos atribuir a los ciegos una gran tristeza y desesperación, y es posible que así sea en aquellos donde el sentido visual se pierde bruscamente; no así en los ciegos congénitos o en quienes, como el caso del poeta Jorge Luis Borges (1899-1986), la ceguera acaece en forma muy lenta, progresiva e irreversible, lo que hace que la neuroplasticidad les conduzca a apertrecharse de mucha vida interior a medida que transcurre el largo camino hacia la penumbra definitiva, que, de nuevo paradójicamente, será claridad para los espíritus elevados. Y así, el bardo nos invita a no ver su ¨modesta ceguera personal¨ con patetismo, como un encerramiento en un mundo negro, sino como un ¨nuevo estilo de vida¨ con algunas ventajas, pues no es un mundo totalmente perverso como una noche negra, como pensamos los videntes, no, no lo es… y puede transformarse en un don aun habiendo perdido la facultad de cómo descifrar los colores, el azul o el verde, pero según él, el ¨amarillo no le ha abandonado y le muestra su amistad…¨
Por su parte, el escritor José Saramago (1922-2010), premio Nobel de Literatura 1998, en su ¨Ensayo sobre la ceguera¨, nos hace pensar y reflexionar acerca de cómo sería el mundo privado del sentido de la vista, y de forma simbólica nos presenta cómo esta situación afecta a la sociedad, cómo hace emerger el egoísmo de las personas y la forma primitiva como se comportan, la falta de solidaridad, el individualismo contrastado contra la superioridad del instinto de supervivencia que es más fuerte.
Los invidentes imaginan un mundo rico donde todo es posible, aun ver el color, y hacerlo real. Los videntes, tantas veces, miramos el mundo con ánimo plano, con hastío y hasta con inapetencia, porque damos por descontado nuestro don, nuestra capacidad de ver y nunca damos las gracias por el bien recibido. En ocasiones, hacer videntes los invidentes los transforma en seres inseguros y asustadizos que no saben cómo manejar la nueva realidad, tal como en el caso de Virgil y su agnosia visual, personaje del neurólogo-escritor Oliver Sacks (1933-2015), quien, unido a sus pacientes, cuenta el lado humano de sus historias clínicas, incluyendo la suya propia, como la perturbación que le produce su heredada prosopagnosia, es decir, su incapacidad de reconocer las caras, aun las más cercanas y familiares. Luego de serle extraídas cataratas congénitas, se siente perdido y no sabe cómo asir el mundo, nuevo e incógnito, de colores revueltos que se abre ante él…
El caso de nuestra Menena Cottin, diseñadora gráfica, ilustradora y escritora. Autora de «El libro negro de los colores» y uno de sus libros, «Cierra los ojos que vamos a ver» (2013) nos muestra la sensibilidad de la escritora con el tema de la invidencia: Su interlocutora de la Internet, Lucero Márquez inicialmente, y luego su trato personal con ella, las profundas enseñanzas que le deja, nos deja ver su interés por el mundo oscuro de la ceguera desde la óptica de quien ve, observa, aprende y se maravilla, y la riqueza y el descubrimiento del rico mundo interno de la ceguedad, ese, que particularmente los médicos, y especialmente los oftalmólogos desprecian y se niegan siquiera a pensar en él.
Detrás de cada paciente subyace una pena profunda a menuda no relatada, por ello es diferente el caso de Margarita, mi paciente adolescente del Hospital Vargas de Caracas, de tan solo 13 años, hermosa como una azucena, con su cutis blanco, terso y limpio, no mancillado por la irrupción del acné juvenil, su cabello lacio y muy negro, y su figura delgada y estilizada y su voz dulce y modulada, en quien se aposentó sin permiso, ni derecho, ni aviso previo, una oscurana rápidamente progresiva en su ojo derecho. Que no vino sola, sino acompañada de un dolor punzante que se incrementaba cuando intentaba mover los ojos hacia los lados haciéndole saltar lágrimas de pena. El tratamiento instaurado pareció ayudarle, pero como se dice, comida para hoy y hambre para mañana. Luego de una transitoria mejoría, el mal se antojó de su ojo izquierdo donde se calcó el mismo síntoma. Y así pasaron los meses y como las olas del mar, iban y venían síntomas, remisiones y recaídas, y la visión se tornaba cada vez más precaria hasta desaparecer por completo en casi un año, siendo que al color rosado de su nervio óptico le vimos tornarse blanco como una pastilla de aspirina, expresión de atrofia, de muerte definitiva de sus hilos conductores. La luz fue reemplazada por fugaces colores, más engañosos que un flux marrón, pues aparecían ilusoriamente, pareciendo prenunciar sin definirse, el retorno de la luz. ¿Cuál sería la causa? – nos preguntábamos todos-, sin que alguna explicación lógica aflorara luego de repasar diagnósticos diferenciales y estudios complementarios. Según los médicos decimos, ¿Sería entonces idiopática…?, término también irreal que significa «de origen desconocido»; no obstante, según los otros, aquellos que se burlan de nuestra ciencia tantas veces inútil, la significación era diferente, ¨idio¨ por idiota el médico, y ¨pática¨ por patética la situación del enfermo.
Como nada puede ocultarse bajo el sol, cierto día nos confesó cuando nos encontrábamos a solas, mottu proprio, que su cuñado había abusado sexualmente de ella en repetidas ocasiones amenazándola con hacerle más daño si lo decía, por lo que se guardó el secreto en aquella área de su razón donde más le dolía, pero donde los gritos del sufrimiento se amortiguaban aislados por la vergüenza. La primera pérdida visual aconteció a los pocos días del desfloramiento… No quería, no soportaba ¨ver¨ lo que le ocurría… Eso no es posible, dice la medicina científica con la que comulgamos, herencia de René Descartes (1596-1650), tan maquinal y deshumanizada que de plano elimina las emociones como posible origen de ese golpe preciso contra su talón de Aquiles, presente en cada quien y cuya localización desconocemos, un locus minoris resistentiæ, un lugar particular de la humanidad de todos que ofrece poca resistencia a una noxa determinada, el sitio más delgado de la cuerda que nos ata a la vida por donde se pierde la salud. Ese lugar que siempre tendrá que asumir el proceso de aprendizaje en el plano corporal cuando el individuo no presta atención al problema psíquico que corresponde a ese órgano.
Pero aún existe otra categoría de invidentes, esos llamados facticios o ficticios, y menos común los simuladores que buscan una ganancia secundaria por parte de quienes les rodean. Los primeros, muchas veces buscan rutas inconscientes o conscientes para sortear la angustia que les produce aceptar ante familiares y amigos una situación traumática. Muchas veces les vemos exhibiendo la belle indifférence que atribuía Pierre Janet (1859-1947) a sus pacientes histéricos, situación paradójica pues mientras los familiares y amigos se encuentran en extremo angustiados por su situación, ellos apenas fríamente preguntan si mejorarán… Este grupo de enfermos también requieren de comprensión y apoyo mientras el temporal de sus pasiones amaina. Etiquetarlos de histéricos o funcionales. O tratar de castigarlos por burlarse de nuestra majestad, lejos de mejorar la situación, la agrava.
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El neurooftalmólogo y la frustración…
A los neurooftalmólogos la frustración nos acompaña como la sombra al cuerpo… Nosotros intentamos entender las complejas relaciones entre el ojo y el cerebro, especialmente su área sensorial aferente, es decir, toda la información visual que viene desde el afuera, se proyecta en la retina, y que el cerebro organiza en el lóbulo occipital y las áreas de asociación fuera del él, para traducirla en real experiencia visual. La retina no es otra cosa que una membrana maravillosa, sustancia blanca cerebral abierta hacia el mundo, y la vez, en su desnudez nos permite la observación inteligente con un simple oftalmoscopio. Y créanme que podemos llegar a conocer bastante de estas complejas relaciones mediante el estudio continuado y la comunión con el paciente. Podemos hacer diagnósticos muy complejos, pero luego, no siempre tenemos tratamientos efectivos qué prescribir para revertir la situación. Porque es un área muy vulnerable, y a pesar de ser un sistema redundante que tiene una gran reserva, los enemigos que la agreden suelen dañarla severamente y ella no se comporta como un árbol, el único ser vivo que se defiende de pie… Por ello, el ejercicio de la neurooftalmología requiere de una enorme resistencia, mucho conocimiento y una gran tolerancia a la frustración, que no siempre nos acompaña…
El caso de Margarita y sus 13 años, ahora con una hermosa niña en brazos a quien no puede ver… y adicionalmente, un deterioro progresivo de su sistema nervioso central por una enfermedad llamada neuromielitis óptica de Devic, donde el cerebro y la médula espinal pagan un alto tributo en daños, limitaciones y agravada congoja ante una circunstancia que medio conocemos, pero para la cual no tenemos una ¨contra¨ o un Ojo de Horus que nos prevenga para ¨brincarle a´lante¨, o una panacea milagrosa como la famosa Triaca, panacea universal popularizada en la Edad Media y contentiva de hasta 70 productos diferentes, animales, vegetales y minerales, venenos y antídotos, tan inútil e inefectiva como muchos de nuestros modernos tratamientos…
Aunque se dice que «la neurooftalmología es como el crimen porque no paga», y no brinda las gratificaciones como por ejemplo, la de una cirugía de cataratas, con todo, enseño a mis alumnos que siempre hay algo que el médico puede hacer y ha hecho desde tiempos inmemoriales, y es mantener su presencia afectuosa, preocupada y comprometida al lado de su paciente y su dolor, traducción de un gesto de esperanza, aunque sepamos que tal vez se haya escapado también de la Caja de Pandora y ya no exista y que los milagros no abundan… Es un pecado de lesa humanidad anticiparle al paciente la ceguera, aunque estemos ciertos de ella, lo que no significa negar la verdad desgarradora al enfermo, es suministrársela lentamente, con cuenta gotas, hasta que, al fin de esa amarga ruta de aprendizaje, esté preparado para aceptarla. Es frecuente que en esta etapa el oftalmólogo abandone al paciente por sentirse fastidiado, superfluo o inútil, pero eso no es cierto, siempre habrá mucho por hacer… Luego vendrá el convencimiento de una rehabilitación visual inicialmente rechazada, artilugios y aditamentos para baja visión, aprendizaje del sistema de lectura Braille, y el bastón, equivalente de un tercer ojo y una tercera pierna…
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Una ¨revolución¨ invidente…
Se me antoja una ilación con nuestra invidente ¨revolución¨ y sus cultores: todo destruido para no construir nada a cambio porque no existe un Ojo de Horus que les permita ver y anticipar el daño causado; todo inventado simplemente para detentar el poder omnímodo. El cambio por ella inducida en la medicina nostra tal como siempre fue y ha sido en el mundo, no ha sido precisamente para mejorarla y favorecer al paciente pobre –a quien les interesa mantener pobre-, sino para sacar rédito político de ella, denigrarla y disminuirla, aventando fuera del país los médicos de formación integral científica y humanitaria que tradicionalmente hemos modelado y formado en las universidades autónomas. La ¨invidencia¨ también se ha expresado, patente, en el cambio y la falsificación de nuestra historia, la figura de Bolívar y sus enseñanzas, cambiada, tal como lo ha hecho Fidel Castro con Martí. Si estos últimos estuvieran presentes, sentirían inconmensurable pena e incontenibles náuseas…
rafaelmuci@gmail.com