Alabanza del paciente escéptico… El médico como paciente

 

 

Con la edad y el envejecimiento en el ejercicio de la profesión cada vez soy más parco en mis recetas. Me he acogido siempre al imperativo de mi Maestro y amigo, el doctor Herman Wuani Ettedgui (1929-2014) quien nos acosaba preguntándonos una y otra vez los efectos colaterales, farmacodinamia e interacciones de los medicamentos, y de paso, incitándonos a que empleáramos un número reducido de los mismos y al mismo tiempo que conociéramos todo acerca de ellos. La verdad es que a mis pacientes –creo-, no les ha ido mal con estas normas que siempre he agradecido. Me aterra ver esos récipes con ocho o diez drogas que, a diferencia de antes, no son inocuos guarapos, sino bombas de profundidad en los vacíos bolsillos del paciente pobre y hasta en las arcas del rico, o desafíos para el hígado y riñón que tienen que ingeniárselas para detoxificarlas y eliminarlas, y en muchos casos, pueden ser suerte de tósigos o venenos disfrazados en cajas policromadas.

En lo personal, siempre he esquivado las drogas o procedimientos terapéuticos que algún médico ocasionalmente me ha recetado. Sólo quería que me dijera que mis quejas eran baladíes; y si así fueran, para qué medicarme. Creo a pie juntillas en la ¨vis medicatrix naturae¨ griega o capacidad de nuestro ser de defenderse solo y que funciona fielmente al resguardo de intereses económicos y efectos colaterales. De no haber sido así, nuestros ancestros trogloditas no hubieran llegado a evolucionar y transformarse en nosotros; por fortuna para ellos, entonces no existían antiinflamatorios, inhibidores de bomba de protones, antibióticos ni vitaminas. Todo lo había bien dispuesto el Buen Señor en su entorno, sin contar con la botica que nos puso adentro contentiva de salutíferos neurotransmisores llamados endorfinas, pura morfina y marihuana de producción local endógena, liberada cuando hacemos una caminata vigorosa y que nos permite ¨coger una voladora¨ de bienestar, optimismo y vida sin quebrantar nuestra dignidad ni ley alguna …

Mi experiencia no fue buena en mis primeros escarceos con la enfermedad deparada de unos golondrinos que les dio por alojarse y guindarse de mis dos sobacos por allá en 1962, poco después de mi graduación de médico. Eran como ¨policías acostados¨ dolorosos bajo mi brazo, que impedían el movimiento, y según comentaban viejas conocedoras de esos asuntos, nunca venían solos, siempre en comandita; así, que en el mejor de los casos, se sucederían seis veces –el número de ¨El Malo¨- sin que pudiera hacerse nada para evitarlo. El término médico apropiado es hidradenitis o hidrosadenitis supurativa que resulta de la obstrucción de los ductos excretores de sudor que conduce a inflamación, infección y absceso. Los factores predisponentes incluyen la alcalinidad del sudor, el exceso de transpiración, la diabetes, la obesidad, la depilación axilar, y les juro que yo no fui…, la falta de higiene.

Volviendo a mí, visité a un dermatólogo del Hospital Vargas de Caracas quien me recetó una poción local que olía a huevos podridos, que debía aplicarme varias veces al día, y que ante mi proximidad a una persona, esta se volteaba con un gesto facial de repulsión… Yo, a mi vez, volteaba también hacia atrás la mía, y adoptaba la misma expresión para hacerle creer que no era yo el del tufo…  El pestífero potingue (99/100 Unidades ¡Fó!), no hizo mella en mis dolorosas protuberancias.

  Cierto día, pasando por las cercanías del Servicio de Radioterapia, venía yo con mis brazos separados del cuerpo, sin balanceo de los mismos, tal como un parkinsoniano, mirando aquí y allá para no ser tocado, cuando de improviso me topé de frente con su Jefe, el doctor Rubén Merenfeld (1925-1991) quien me saludó con afecto y con una palmada en ambos brazos; como era de esperarse, un rictus de dolor se pasó de mi sobaco a mi cara… Impresionado  por mi miserable aspecto y a su pregunta, le hice saber del diagnóstico y el pronóstico que viejas maledicentes me habían vaticinado… Del número 666 demoníaco, afortunadamente sólo me correspondería el primer dígito, un 6 aislado, vale decir, media docena pero en sucesión… Me convenció de aplicarme unas dos sesiones de la radioterapia de aquellos tiempos cuyos colimadores esparcían rayos como una regadera, pero sería a dosis antiinflamatorias…

Acepté como un canceroso cualquiera su intimidante proposición e hice cola con aquellos desheredados de la salud que esperaban cabizbajos por su sesión diaria, con sus cuerpos marcados con indeleble tinta morada en las áreas que serían irradiadas. A mí no me marcaron porque el enemigo simplemente estaba a la vista y era por demás protuberante. Ignoro cuántos de los rads de entonces o cGy  de hoy me aplicaron, pero pienso que la dosis liberada no fue la de asar un ¨lomito término medio o ¾¨, sino ¨medio quemadito¨. ¿Qué hacer?  Estaba en la olla y cocinándome, pero confiado y llevado de buena mano, de mano bondadosa…

Estuve como en carne viva y ardido por algunas semanas, se me cayeron los pelos, dejé de sudar, pero eso sí los golondrinos no aguantaron la descarga y prontamente, cogieron sus bártulos y volaron a las axilas de otros. Y fue así como me ahorré para siempre, los desodorantes de bolita, de barrita o de espray. El doctor Merenfeld, persona jovial siempre estuvo muy pendiente de mí y yo le agradecí su interés con una parodia de una conocida rima de Bécquer…

Desde entonces aprendí que las drogas y los procedimientos terapéuticos instrumentales como el que les comenté, eran dagas de doble filo; por un lado –el más mellado- te cortaba la enfermedad, pero por el otro –el más filoso-, te agredían el propio pellejo. Aprendí también pues a preservarme y a preservar a mis pacientes en estos tiempos donde un oftalmólogo vistiendo gafas te indica, sin escrúpulos, cirugía refractiva para quitar tu miopía, pero no la de él; o te manda al quirófano a operarte las cataratas cuando todavía tu visión es de 20/20, porque… no vaya a ser que el núcleo de tu cristalino que no el mío, se endurezca de repente y sea dificilísimo fragmentarlo. O que un ginecólogo te haga un ¨vaciado completo¨ a los 45 años porque ya lo que tienes en el vientre es una chinchurria inservible; o porque el otorrino te vea el septo nasal torcido y una temible ¨falta de oxigenación cerebral¨ te posea y sea la causa de tus desgracias; o porque el cardiólogo observe que tu colesterol HDL-c está bajo, es decir, cuando se perfile lo malo del ¨bueno¨, te vaticine un infarto y te indique estatinas ¨de por vida¨ aunque se te dañen los músculos y te duelan las piernas, el hígado no soporte el envión, o desarrolles daño cognitivo v.g., pérdida de la memoria, olvidos y confusión mental…

   Teme a la vejez, pues nunca viene sola.

Platón

 Pero no se crean que suelo ser mi propio médico; alguna vez escribí que ¨el médico que se trata a sí mismo, tiene por tonto a un paciente y un doble idiota por médico¨. Tengo mis médicos escogidos sobre la base de su ciencia, prudencia y paciencia. No abuso del laboratorio y prevengo aquellas serias condiciones que sé, son frecuentes a mi edad: hematología, glicemia, urea y creatinina, endoscopia digestiva periódica, ecosonograma abdominal, telerradiografía del tórax, antígeno prostático y tacto rectal: Hasta el presente no han mostrado nada vergonzante o amenazante. He tratado de balancear mi vida manteniendo intereses espirituales diferentes de los intrínsecos de mi profesión. La Academia Nacional de Medicina y su historia, me han brindado un motivo para luchar contra la intolerancia y la dictadura, la persecución de la medicina nacional, y para saciar mi sed de servir y escribir. Sinceramente, he tratado de hacer lo debido, a sabiendas de que no es fácil, pues son muy elevadas las posibilidades que tenemos los médicos de neurotizarnos o suicidarnos, hacernos adictos a las drogas que prescribimos a nuestros pacientes –cualquiera de ellas, pero especialmente hipnóticos, analgésicos opioides y sedantes-, transformarnos en alcohólicos, divorciarnos, caer muy bajo o ser un buen ejemplo de lo que no deberíamos ser…

Pero además, y formando parte de mi vejez (los sesenta es la juventud de la vejez, pero de setenta para arriba, ya no hay palabras edulcoradas ni eufemismos, es plana y simple chochez, postrimería o decrepitud…), han aparecido síntomas efímeros aquí y allá; pero yo los tengo identificados… Desgraciadamente no se ha desarrollado todavía un examen que dosifique los niveles de ¨ácido viejúrico¨ –el más ácido de los ácidos-, ni un antígeno monoclonal o ¨bala mágica¨ que disminuya su concentración en la sangre y al menos aminore sus efectos deletéreos; de existir, podría demostrarme a mí mismo y a mis pacientes que tengo razón.

En lo que a mí respecta, he ignorado mis malestares al reconocerlos como míos y como nimios, que como las olas, suelen ir y venir sin aviso, sin protesto y sin dejar rastro.

¿Qué mueble viejo no cruje de noche? –me pregunto-.

Por ello, me resisto a dejarme engatusar por las transnacionales del medicamento que te ofrecen multivitaminas ¨silver¨, precisamente para echarle más leña al fuego cuando nos encontramos en plena edad de los metales: cabello de plata, dientes de oro, y compañones y pito de plomo. O melatonina para poder dormir en la noche luego de todo un día dormitando de puro fastidio en una silla orejona; o tomar el sildenafilo para recordar artes perdidas sin quitarte la camisa ni las medias durante el ¨acto¨ porque te resfrías y estornudas en ese preciso momento…

A la gente le repugna ver un anciano, un enfermo o un muerto,

sin embargo, está sometida a la muerte,

 a las enfermedades y a la vejez.

Jorge Luis Borges

 

Para los que arribamos al Siglo XXI con más de sesenta, no se harán esperar otras patologías que revolotearán sobre nuestras cabezas como zopilotes en ayunas. Una de ellas es la temida ¨sejuela¨, condición emparentada con el inclemente paso de los años que tiende a afectarnos con síntomas tan disímiles como aquel, donde todo te parece muy lejos, o muy caro, o muy tarde, o muy difícil. O desprecias una computadora porque le tienes temor y le dices a todo el mundo que sí la tienes, pero que está dañada. O cuando no haces el amor después de comer porque se te para… la digestión. O cuando a instancias de tu mujer te ves obligado a hacer pipí sentado. O cuando el cabello que todavía mantienes no se vuelve canoso sino sospechosamente amarillo, color de araguato viejo o profundamente negro. O cuando te dejas la bragueta abierta y alguien por allí en la calle te dice con sorna, ¨¡Jaula abierta, pájaro muerto!¨. O cuando comienzas a pedir que le bajen el volumen al equipo de sonido. O cuando no sales de noche porque le tienes miedo al «sereno», o entras y sales de la iglesia o del cine con el pañuelo en la nariz porque hay muchos entes virales flotando en el éter. O cuando te ventoseas con caldito. O cuando te afecta el connotado Franco Deterioro –versión italiana del otro, el alemán Alois Alzheimer– y metes las llaves del carro en el microondas, o insistes en no haber comido cuando aún estás masticando.

Bueno amigo, todo ello configura el cuadro clínico de la secular e infame Sejuela (del griego, ¨se jué la… juventud¨).


Los médicos, muchas veces, solemos ser escépticos de las bondades del oficio que profesamos. Enfermarnos como cualquier ser humano y de nosotros, uno de cada diez hasta podemos llegar a padecer a lo largo de nuestras vidas vida adicciones y enfermedades, que no sólo ponen en riesgo nuestra propia salud sino también la de nuestros pacientes. Somos los peores enfermos, bien porque somos autosuficientes, o tememos a la estigmatización implícita a la enfermedad, o somos omnipotentes y no tememos a nada, o sentimos culpa, o nos preocupa que no se nos preserve el debido secreto, o no queremos quitarle al colega su precioso tiempo –y muchas veces tampoco él quiere que se lo quitemos y nos trata con rapidez y displicencia-. No nos gusta enfermarnos, tenemos demasiado temor a la muerte, así que la consulta informal de pasillo y a la ligera, motoriza nuestros temores.  De ello, todos tenemos copiosos ejemplos. Al menos aceptemos este antiguo consejo,

¨Si te faltan médicos, sean tus médicos estas tres cosas:

mente alegre, descanso y, dieta moderada¨.

 

En sus primeros versos así rezaba un poema a la dieta, escrito en el siglo X  en el famosísimo Regimen Sanitatis Salernitanum de la Escuela de Salerno. Aquellos y otros que vinieron luego sí que eran hombres sabios, como el médico inglés George Herbert en el siglo XVII quien afirmó,

¨Quien quiera que haya sido padre de la enfermedad,

una mala dieta fue su madre¨.

Debemos también recordar la frase de Juvenal,

¨mens sana in corpore sano¨

 

que rescata la importancia del cuidado del cuerpo para poder estar sano mentalmente… o viceversa.

rafaelmuci@gmail.com

Elogio de la isonomía…

 La mesa está servida, vengan señores comensales a beber del néctar de la muerte…

Una república democrática guarda extraordinaria similitud con la definición que de la salud nos dio Alcmeón de Crotona, médico griego del siglo VI a.C. (500-450 a.C.) y filósofo pitagórico, quien se centró en el origen y proceso de las sensaciones siendo de su creación la tabla pitagórica de las oposiciones (dulce/amargo, blanco/negro, grande/pequeño) que ponía en relación sensaciones, colores y magnitudes.

En su ¨Naturaleza de las Cosas¨ proponía que si los componentes y cualidades de la salud estaban amalgamados en forma simétrica, se constituía la symmetros krâsis, eucrasia o buena mezcla. Pero extrapolemos, volvamos ahora a la realidad venezolana: si los integrantes de la república se mezclan en forma incorrecta, si sus componentes se atacan y no se unen, si desde el poder se siembra el odio, la envidia y la revancha, surgirá la discrasia, la polarización y el caos. La salud republicana depende pues de la isonomía o ¨igualdad de derecho¨ de sus componentes. Si cada uno logra aportar sus virtudes y dones, el cuerpo de la nación se hará cada vez más sano y robusto. Si por lo contrario, se enfrentan entre sí y unos se imponen sobre los otros, se perderá el orden natural, la naturaleza será violentada y surgirá la enfermedad, en este caso, la dictadura, la tiranía en la que un elemento sojuzga a los demás.

La isonomía pues, es la base de la democracia: ¨Un estado democrático, además de llevar en su mismo nombre de isonomía la justicia igual para todos, no propende prácticamente a ninguno de los vicios y desórdenes de un gobernante único, permite a la suerte la elección de empleos, pide después a los magistrados cuenta y razón de su gobierno; admite, por fin, a todos los ciudadanos en la participación de los negocios públicos¨ (Heródoto, Los nueve libros de la historia).

La grave enfermedad venezolana que es contagio de la cubana y corrupción de sus dirigentes, es una pestilencia más agravada que el virus ébola, equivale a desequilibrio y no puede ser tratada sino buscando el equilibrio, la eucrasia y la isonomía, es decir, restaurando el orden perdido mediante el concurso de todos sus componentes. Hasta aquí apreciamos un panorama quimérico, pero creo que aún estamos a tiempo. La debilidad del estado es notoria, la profunda indigencia del gobierno chorrea, la inmoralidad de la dirigencia roja muestra sus despojos, hieden por la rotura de sus bubones y el pus sanioso que chorrea desde la pudrición. Por su parte, la dirigencia opositora no actúa aprovechándose de la debilidad del otro y en 15 años no han aprendido. Sigue aferrada a las viejas tácticas, a los mismos y ancianos miedos… Hasta le da a uno por pensar en un contubernio, donde los ¨buenos¨ no han podido hacer buenos a los ¨malos¨, y los malos han hecho malos a los buenos… El terrible drama de la manzana podrida…

Quince años son muchos para aprendices de brujos: no otra cosa que aquellos angustiosos novicios de las artes de la brujería; uno de ellos, el llamado inmortal, aprovecha la ausencia de su maestro –la cordura- para dar vida a una escoba que cumplirá con el trabajo que le ha sido encomendado. La escoba hace sin cesar el trabajo que consiste en verter agua para limpiar el estudio del maestro. Pero el aprendiz ha olvidado las palabras mágicas para detenerla y la rompe, entonces la escoba se multiplica y se reanima, con lo que casi produce una inundación. Afortunadamente el maestro llega a tiempo para evitarlo.

En los últimos tres lustros, como el aprendiz de brujo, el régimen creó un bestiario; ahora se le han desatado todos los demonios de su creación y no sabe, no tiene interés en saber cómo enderezar los entuertos y además, carece totalmente de la capacidad para hacerlo. ¿Quién fungirá de Maestro en nuestra desolada Venezuela…?

La infección por el virus ébola será la nueva pandemia del siglo XXI, similar a aquella otra que a mediados del siglo XIV, entre 1346 y 1347, estalló en Europa, y que tan sólo fue comparable con la que asoló el continente en tiempos del emperador Justiniano (siglos VI-VII). Desde entonces la peste negra se convirtió en una inseparable compañera de viaje de la población europea, hasta su último brote a principios del siglo XVIII. Al favor de la pobreza y de la suciedad, aquel efluvio viajaba a pie pero con prisa saltando barrancos; este de nuestros días, viaja en aviones, no necesita de pulgas ni de ratas, solo de indiferencia y del simple contacto con el cuerpo del enfermo, sus humores, sus secreciones o sus ropas que hacen la diseminación posible de persona a persona sin vector interpuesto. Avanza como un incendio de sabana dejando tras sí una estela de ceniciento polvo, de tierra arrasada y de muerte segura…

Para colmo, el Gobierno liberiano in¬formó que ya se encuentra en ese país una avanzada de médicos cubanos que participarán en las labores de lucha contra el ébola. Se espera que unos ¨50 expertos sanitarios¨ -quizá parecidos a los que tenemos aquí, santeros, paleros, wabalaos- lleguen a Liberia en los próximos días para incorporarse a este equipo inicial, aunque esa cifra variará dependiendo de las necesidades que se detecten en el país, precisó en un comunicado el gobierno de Liberia.

Los viajes Caracas-La Habana se suceden en voladillas y a raudal. El aeropuerto de Maiquetía no dispone de atalayeros que oteen de veras rampas y viajeros; adormecidos por el vaho socialfacilista no atisbarán los caballos de Troya y su contenido humano infectado. Nada de raro tendría que los mamelucos enviaran jóvenes médicos comunitarios a inmolarse por razones políticas.

La mesa está servida, vengan señores comensales a beber del néctar de la muerte…

Elogio del olor a libro nuevo…

 

Un vívido, querido y fresco recuerdo a temprana infancia viene a mi memoria no más al abrir un libro recientemente adquirido sobre las Tragedias de Esquilo. Un libro empastado, no muy grande, verde oscuro, de hermosa tapa dura con filigranas de color oro haciendo de marco, y papel calandrado no muy fino…

 Antes de comenzar mi relato, tal vez sea útil referirme a la fisiología de la olfacción. La corteza olfatoria primaria donde toma lugar el procesamiento de la información de cuanto olemos, se enlaza con el hipocampo y la amígdala cerebrales. Apenas, dos sinapsis entre neuronas con axones no mielinizados separan el nervio olfativo de la amígdala, comprometida en experimentar memoria emocional. Adicionalmente sólo tres sinapsis separan dicho nervio del hipocampo, implicado con la memoria reciente y de trabajo. La memoria evocada por un olor es inusualmente potente. Por ello, al abrir el libro, la memoria olfativa almacenada en mi lóbulo temporal derecho, de inmediato me trasladó al inicio de clases de cuarto grado de instrucción primaria en el Colegio La Salle de mi ciudad natal, la Valencia de Venezuela.

Viendo al poniente, en un rincón a la izquierda, y en un recinto en apariencia insignificante, de puertas de alas muy altas que se asomaba a la estructura de tres pisos del colegio en sí, y al amplio patio asfaltado al cual se llegaba bajando por una amplia escalera, allí, tomaba asiento un cofre de tesoros…

Precisamente allí, a comienzos de cada año escolar debíamos hacer fila por grados para mostrar las listas de textos que nos correspondían ese año.   Mientras más nos acercábamos a la boca de la estancia, más podíamos olfatear hasta el hartazgo, el suave aroma que despedían aquellos libros de reciente impresión dispuestos en montones verticales.  La Gramática de Bruño, de hojas de tez pálida que con el paso de los años habrían de adquirir un tinte marrón mareado por efecto de la oxidación del papel; aquél otro de Historia Universal; éste de Historia de Venezuela; y mi preferido, el de Biología. De inmediato y con fruición lo hojeábamos para ser seducidos por sus numerosas figuras.

En él recuerdo haber conocido al ornitorrinco. El extraño animal causó en mí un gran impacto y curiosidad. Aquél mamífero con pico de pato, cola de castor y patas de nutria, ponedor de huevos, con largas uñas que en las patas posteriores del macho poseía un espolón capaz de secretar un veneno productor de intenso dolor, se desplegaba mansamente ante mis ojos. Nunca le olvidé, ni le olvido y sabiendo que provenía de las lejanas Australia y Tasmania, daba por sentado que tal vez nunca le conocería en físico; no obstante, me consolaba el que sin haberlo visto, si llegara a posarse al alcance de mis ojos, de inmediato le reconocería…

Mucho más adelante vinieron mis estudios médicos. Toda esa legión de enfermedades para aprender que formaban el core de la patología médica y de la medicina interna, y luego, el inmenso catálogo de entidades de la neurooftalmología. Siendo un impenitente desmemoriado ¿Cómo recordarlas?

Bueno… para poder evocarlas, me fabricaba un calco mental de un paciente virtual portador de la dolencia que se acercaba a mí, desplegando todos sus síntomas y signos. Aquéllos para reconocerlos verbalmente, por boca del paciente, porque las enfermedades tienen un lenguaje particular que las define; y éstos, si estaban en la superficie, para mirarlos y reconocerlos en lo que dura un parpadeo -0.3 segundos-, o si estaban ocultos bajo la opacidad de la piel, para extraerlos mediante maniobras semiotécnicas, exteriorizando así, la enfermedad internalizada.

De esta forma, y como con el ornitorrinco, enfermedades que nunca había visto pero cuyo modo de hablar y facciones conocía, se me hacían aparentes, permitiéndoseme buscarlas en los sitios donde moraban, ya, evidentes, ya arropados con máscaras de atipicidad, haciéndose entonces reales ante mí…

    Poco antes de mi viaje a USA, Universidad de California San Francisco, atendí una paciente diabética tipo 2, que, para mí, se trataba de una histérica; nada de que reprocharme; todo lo que no conocemos los médicos solemos atribuirlo a un defecto del paciente, jamás de nosotros. Esa señora mostrando una espantosa tiesura que hacía difícil acostarla y aún sentarla, mostraba en ese momento cara de aflicción, estiramiento brusco de las extremidades, manos crispadas en puño, piernas en máxima extensión y sacudidas musculares muy dolorosas.

  Para mi ingenio, ¿Qué otra cosa podría ser sino una postura parecida a la de alguna de las miserables histerotetánicas de Charcot…? Siendo mi repertorio de medicamentos muy precario, y no sabiendo qué hacer, como tabla de salvación le indique Valium® (diazepam); para mi sorpresa, mejoró notablemente acrecentando mi falsa e ignorante creencia de que se trataba de un «problema emocional o funcional…».

Una vez en la bella San Francisco de California, ocupaba siempre alguna parte de mis tardes en su imponente biblioteca buscando información sobre lo visto y oído ese día y cualquier otra información que se atravesara ante mis ojos. Leyendo un ejemplar de la revista inglesa The Lancet, me topé con un artículo de nombre muy sugestivo y enigmático que invitaba a su lectura: Stiff man syndrome, cuya descripción calcaba perfectamente en mi paciente e inclusive, el tratamiento era entonces precisamente con una benzodiacepina, tal cual yo, en mi ignorancia, le había indicado, si se quiere ¡un pegón!  Luego el síndrome pasó a llamarse Stiff person syndrome [1], pero nunca más he atendido ningún otro enfermo(a) similar… Fue el diagnóstico el que salió en mi búsqueda, un respingo afortunado y retrospectivo, pues primero atendí ignorante a la paciente y luego en forma involuntaria reconocí la condición patológica a través de mi ocasional lectura.  ¡Suele suceder…!

Luego de esta digresión y volviendo al tema del libro, resulta que nuestro fiel compañero, el libro y su aroma amigable a Colegio La Salle,  la biblioteca, está casi que, a punto de convertirse en una rareza, en un pterodáctilo del Jurásico, y hasta algunos aseguran que el estrecho amigo de mi infancia se encuentra en agudo trance de extinción –hora suprema que afortunadamente yo no presenciaré-, y que algunos románticos como yo, parecemos no conformarnos con su desaparición.

  La conspiración revolucionaria proviene de un artilugio electrónico como el e-Reader, Amazon-Kindle, Kindle PaperWhite o libro-electrónico de pantalla táctil, un ¨libro¨ con pantalla electrónica lanzado al mercado comercial en 2007, que se conecta de forma inalámbrica a una red llamada whispernet propiedad de Amazon, y que desde fines del 2009 puede usarse en cualquier parte del mundo que posea cobertura móvil de los operadores con los que Amazon ha colaborado (versión Kindle 2 international). El libro de marras, sin papel ni olor amistoso, pesa apenas 283 gramos (10 onzas), no emplea cables, posee una batería de larga duración; dependiendo de sus 4 modelos es capaz de almacenar entre 1.500 y 3.500 títulos, pudiendo descargarse un libro de la red en menos de 60 segundos; tiene acceso a revistas, periódicos y blogs, y su coste hoy día, es de entre $ 49.96 y si es usado, $ 29.88, tal vez mucho menos con la masificación de la producción; los best sellers del New York Times que pueden ser adquiridos al valor de $8.99 cada uno.

Mi cyberphobia (mi irracional temor o aversión a los computadores, blackberrys, iPhones, y teléfonos celulares; más específicamente, mi miedo o incapacidad para aprender nuevas tecnologías) y yo, parecemos resistirnos al cambio. ¿Cómo elaboraré la pérdida que expresada ya en tristeza percibo tan de cerca? ¿Cómo no voy a resentir la progresiva desaparición del libro ante el inclemente impacto de la técnica? ¿Cómo no voy a echar de menos ese cálido y amigable olor a libro nuevo fijado en mi hipocampo desde tan tierna edad?

  A través de mi querido y admirado amigo, médico, profesor, académico, embajador, bibliófilo y antiguo profesor de dermatología en la Escuela Vargas, el doctor Francisco Kerdel-Vegas, cierta vez que fui a visitarle en su confortable apartamento en Chula Vista, teniendo entonces la dicha de ver el artificio por vez primera, que no mordía ni se orinaba en mis pantalones y apreciar con qué facilidad mi amigo interactuaba con el diabólico ingenio… Pero, no me arredré, acepté el reto y algún tiempo después terminé teniendo el mío propio…

Bueno, creo que por anticipado y balbuceante, estoy absorbiendo el duro golpe tecnológico infligido en mi costado derecho, ese que me ha quitado el resuello. Si usted como yo, querido lector, ha estado dudoso en abrir los ojos y de una vez alcanzar el último vagón del tren del futuro que ya está arribando al andén, sepa que no está solo pero que aún tiene remedio…

Pero… después de todo, independientemente de nuestra edad, los seres humanos nacemos con recursos mentales para afrontar nuevos retos, para aprender nuevas técnicas, para diseñar un nuevo plan de vida cuando aún no hemos concluido el actual, y ello de paso, nos aleja del fantasma de la muerte biográfica, la peor de todas, porque ante nuestros ojos se nos seca el espíritu, pues de la otra, seguros estamos.

   Cuando vivía en San Francisco de California, me enteré que las hamburguesas de una conocida cadena de comida rápida eran rociadas con un aerosol que le confería un gusto a la parrilla de carbones, y mire, que eran deliciosas… Por cierto, me sentí muy mal con el engaño… Posteriormente, cuando hube de regresar a lar patrio, debía vender mi automóvil. Un amigo del hospital me sugirió comprar un spray con fragancia a carro nuevo, cosa que hice, siendo que la ficción me facilitó la venta de mi carro por casi por el mismo precio que había pagado dos años antes.

En parte, los amantes de los libros en todas las comarcas del mundo han mostrado resistencia a embarcarse en el libro digital porque no pueden compararlo con la experiencia previa de leer un libro de papel, palpar y acariciar sus páginas, volver hacia atrás una y otra vez, emplear un resaltador amarillo o escribir comentarios al margen. Pero, algo de esto está cambiando, al menos después de la aparición del Smell of Books™, un revolucionario aerosol enlatado con aroma de libro nuevo para rociar el e-book ¿Habrase visto…?  Así que, con la artimaña, con la engañifa, la ficción de no perder lo perdido, parece un problema parcialmente solucionado…

El spray, cuando descargues el último best-seller a tu libro digital, te permitirá sentir la misma excitación que cuando volvías de la librería con tu flamante libro hecho de árbol muerto bajo el brazo.

 Total, la vida es en parte ficción y fiesta de los sentidos…

[1] El síndrome de la persona rígida –también llamado de Moersch-Woltmann o SPS, es un raro desorden neurológico en que el músculo se contractura y se torna tieso y doloroso en forma intermitente. La investigación sugiere que el síndrome de la persona rígida es un trastorno autoinmune, y que en las personas afectadas con el síndrome a menudo coexisten enfermedades autoinmunes como diabetes tipo 1 o tiroiditis.  El síndrome afecta a varones y mujeres y puede empezar a cualquier edad, aunque el diagnóstico durante la infancia es raro.

Doctor José Gregorio Hernández (1864-1919): Ciudadano preclaro, Médico, Científico, Maestro y Siervo de Dios…

 

¨Si es que los espíritus rondan invisibles y silenciosos en derredor nuestro, creo que alguien debe estar acompañándonos en la Revista de Sala, situación en la que profesores, médicos de posgrado, estudiantes de medicina y enfermeras, en archiconocido ritual, iniciamos por la cama 1 y proseguimos deteniéndonos ante cada una de 16 que ocupan los pacientes en las salas del Hospital Vargas de Caracas…

Allí, donde yacen hombres y mujeres con dolencias ya definidas o males que rehúsan dejarse diagnosticar, enfermedades en vías de resolución o por desgracia insolubles, pacientes esperando les ¨firmen el alta¨ confundidos con aquellos otros ya ¨de alta¨ cuyos familiares les han abandonado y no tienen para dónde irse; en fin, los menos, en el dintel de la muerte no más esperando por el certificado de defunción —expresión máxima de nuestro fracaso como curadores—. Allí, donde enseñamos y nos dejamos enseñar por pacientes, colegas y alumnos, en un proceso de toma-y-dame que sólo la comunión hospitalaria procura. Allí, donde se nos ilumina el rostro con la certeza de un diagnóstico difícil o la recuperación de un enfermo que dábamos por perdido… Allí, donde nos desgarra el corazón por la impotencia del nada poder hacer, aunque mucho podría hacerse si la justicia social estuviera de parte de los desposeídos, o tan sólo… un poco de ella¨. Así escribía algunos años atrás en el introito a mi homenaje a un antiguo médico del Hospital, científico y humanitario como el que más. Dos virtudes amalgamadas a una acción, blasón casi extinguido en tiempos de materialismo y prisa.

¨Si es que de veras está allí. ¿Nos esclarecerá acaso el entendimiento o nos suavizará la fibra humana envilecida por la rutina y hasta por el horror a la propia enfermedad? Acaso una mezcla de celos y rivalidad nos produzca la imagen del doctor José Gregorio Hernández (1864-1919), ese que en forma de estatuilla o de estampita pegada con cinta adhesiva a alguna de las tres paredes del cubículo donde se aposenta la miseria humana, a veces compartiendo espacio con el Sagrado Corazón de Jesús, o con algún santo de segunda —venido a menos a raíz de la sacudida de mata que al Santoral años ha le propinaron— o un cromo de las Siete Potencias, o del Negro Miguel, compite con nosotros —los que debemos sacar la cara a la hora de que las cosas no vayan bien— en el proceso de diagnosticar y curar a un enfermo con su corolario de gratificación, confianza, cariño y agradecimiento. Por contraste, en las habitaciones de las clínicas privadas, su imagen suele ser suplantada por algún rosario de fino acabado, alguna estatuilla de cierta virgen muy conocida y aún desconocida, la estampita de algún milagroso santo exótico —con su reliquia y todo—, o hasta un diploma encañuelado, firmado de puño y letra por el Santo Padre, un costoso privilegio por seguro negado a Juan Bimba, al pate´n en el suelo…

Sépase, sin embargo, que José Gregorio, el Santo de Isnotú, para serle fiel a su formación rigurosamente científica, era enemigo de la medicina teúrgica o sobrenatural y como muchos hombres de su época, gustaba del baile y de las retretas. Como evidencia de su aversión por la superstición y la superchería, leamos lo que le escribía desde Betijoque el 18 de septiembre de 1888 a su compañero de curso y amigo del alma, el doctor Santos Aníbal Dominici (1869-1954), el mismo año de su graduación de Doctor en Ciencias Médicas e iniciándose en el ejercicio profesional: “Mis enfermos todos se han puesto buenos, aunque es tan difícil curar a la gente aquí, porque hay que luchar contra las preocupaciones y las ridiculeces que tienen arraigadas: Creen en el daño, en las gallinas y vacas negras, en los remedios que se hacen diciendo palabras misteriosas, en suma, yo nunca imaginé que estuvieran tan atrasados por estos países…”

José Gregorio se imbuyó de la frase de Paracelso (Theophrastus Phillippus Aureolus Bombastus von Hohenheim, 1493-1651), médico, alquimista y astrólogo suizo que escribió, ¨El más hondo fundamento de la medicina es el amor. Si nuestro amor es grande, será grande el fruto que de él obtenga la medicina, y si es menguado, menguados también serán nuestros frutos¨. Seis años de estudios médicos le hicieron suficiente para para ganarse el aprecio de sus profesores y compañeros y marcar un rumbo hacia el éxito apuntalado en su inteligencia, abnegación al estudio y firmes convicciones morales. Para la época y como colofón de los estudios médicos, se estilaba cumplir con el requisito de obtener el título de ¨Bachiller en Ciencias Médicas¨ mediante un examen especial ante un jurado previamente designado. Introducidos sus documentos se fijó la fecha para la rendición del examen.

El 19 de junio de 1888 como era costumbre entonces, sacó en suerte dos temas para desarrollar ante el Rector de la Universidad y el jurado examinador correspondiente, 1.¨La doctrina de Laënnec sobre la unidad del tubérculo frente a la Escuela de Virchow que sostenía la dualidad¨: Se  trataba de la tuberculosis, tan actual entonces como ahora; esa que Hipócrates, en el siglo V a.C., definiera como la enfermedad «más grave de todas, la de curación más difícil y la más fatal». El gran patólogo alemán Rudolf Virchow, la máxima autoridad médica de la época, arremetió contra el difunto Laënnec y en contra de la idea «unicista» del tubérculo como señal indiscutible de tisis. Virchow postulaba la teoría «dualista», según la cual la tuberculosis y la neumonía caseosa eran dos entidades distintas; jamás creyó en el carácter contagioso de la enfermedad y combatió a Koch hasta su muerte. Concluyó José Gregorio ¨que la primera es una verdad comprobada por sobre la cual no podía sustentarse la segunda¨; y 2. ¨La fiebre tifoidea típica, de rara presentación en Caracas¨: Concluye que si existiera, es de presentación excepcional.  Pocos años más tarde, el doctor Bernardino Mosquera (1855-1923) precisaría, por autopsia, la existencia de la fiebre tifoidea en Caracas, en contra de la opinión generalizada que confundía los síntomas de la fiebre tifoidea con los de la malaria (1895-1896). Para fortuna de la medicina nacional se trataba de dos enfermedades del área de la infección bacteriológica, coincidencia premonitoria de lo que sería el devenir profesional de quien luego sería considerado como el Padre de la Bacteriología en Venezuela.

Así, portado el blasón del ¨primer estudiante de la Universidad Central¨, se doctoró en Medicina diez días más tarde, un memorable 29 de junio de 1888. Cinco profesores en semicírculo fueron sus examinadores, para escuchar su disertación en tres temas sacados por suerte, (1). Medios para distinguir la locura real de la locura simulada; (2). El lavado de estómago, una operación inocente y de gran utilidad en las operaciones de este órgano en las que esté indicado; y (3). En caso de cálculo vesical, ¿Cuándo está indicada la litotripsia[1] y cuándo las diferentes especies de talla? Se cuenta que no fue interrogado por cada uno de ellos, sino que con atención oyeron los comentarios que él escogió a voluntad. El desarrollo de los temas fue magistral y aprobado por unanimidad con nota sobresaliente; así, que oída la opinión unánime del Jurado ante la brillante exposición del alumno, el Ciudadano Rector le confirió el título de Doctor en Medicina. Una vez anunciado por el Secretario, el nutrido público aglomerado le ovacionó con fervor.  En ese mismo momento se iniciaría su tránsito triunfal por el pedregoso camino que templa el alma y el quehacer del médico, teñido de más fracasos que de resonados éxitos…

Rechazando quedarse en Caracas, se marcha Isnotú, su pueblo natal donde ingresa a lomo de burro honrando aquella promesa hecha a su madre de aliviar las penas de sus paisanos más desposeídos.

Escribe a Aníbal Santos Dominici (1837-1937), su cercano compañero desde Isnotú el 24 de diciembre de 1888… “También he tratado de hacer un examen oftalmoscópico; pero como para esto se necesita hacer la dilatación previa de la pupila y además un alumbrado perfecto, pienso dejarlo para después, cuando me dedique a repasar las enfermedades del oído y del ojo… porque estoy convencido de que para la práctica lo que uno necesita es saber cómo se examinan los diversos órganos…”

No deja de asombrarnos que ya en la escuela médica de Caracas se conociera el oftalmoscopio directo inventado o descubierto en 1851 por el fisiólogo y físico alemán Hermann von Helmholtz (1821-1824); posteriormente la oftalmoscopia[2] sería llamada la ¨endoscopia más barata¨, revelándonos que los profesores de medicina de entonces estaban al tanto, enseñaran y emplearan los nuevos procedimientos diagnósticos tendentes a extraer al exterior del enfermo, la elusiva enfermedad internalizada, para  así diagnosticarla mejor…

Oímos a colegas que con genuina frustración a menudo dicen, ¨¡Si el paciente se cura fue José Gregorio quien lo salvó; si por el contrario muere o quedó tatareto, la culpa es toda del médico que le atendió! ¡Eso no es justo! Él y nosotros deberíamos compartir por igual éxitos y fracasos…¨. Pero el ser humano y particularmente el indigente, siempre necesitado de una instancia superior a la cual recurrir sin hacer antesala, mostrar un carnet o tener una “palanca”, se cuidará muy bien de no destruirla o perderla pues en ella habita la esperanza del descamisado que ya se advierte por ahí, que a veces es lo único que la enfermedad no logra destruir del todo… ¡Comprendamos y aceptemos pues su preferencia sobrenatural!¨

Su maestro y profesor el Dr. Calixto González -uno de los mejores alumnos del Sabio Vargas-, médico de cabecera del Presidente de la República, el Dr. Juan Pablo Rojas Paúl, envía una carta a Hernández. En ésta le da cuenta que el gobierno decidió instituir en Venezuela los estudios de Microscopía, Bacteriología, Histología Normal y Patológica, y Fisiología Experimental y que había creado una beca en París para un «joven médico, de nacionalidad venezolana, graduado de Doctor en la Universidad Central, de buena conducta y de aptitudes reconocidas. Y él ha insinuado el nombre de José Gregorio al primer mandatario¨. De inmediato, el doctor Hernández regresa a Caracas y por decreto ejecutivo del 31 de Julio de 1889, luego de ser seleccionado de entre muchos aspirantes le nombran becario en París.

La beca obtenida incluía además, traer a Caracas equipos para el laboratorio del Hospital Vargas de Caracas. Y así, permaneció en la capital francesa desde 1889 hasta 1891: Allí estudió fisiología con Charles Richet, y con Isidore Strauss bacteriología. En los laboratorios de Richet, Premio Nobel de Medicina 1913, profesor de Fisiología Experimental en la Escuela de Medicina de París y quien a su vez había sido colaborador del Etienne Jules Marey (1830-1904) y discípulo del sabio Claude Bernard (1813-1878), máximo exponente de la medicina experimental de Francia y de su tiempo. Y continuando con Richet, en 1913 le fue concedido el premio Nobel de Medicina y Fisiología por sus trabajos sobre la anafilaxis, término por el introducido para designar un estado de hipersensibilidad o de reacción exagerada a la nueva introducción de una sustancia extraña, que al ser administrada por primera vez provocó reacción escasa o nula. En 1926 recibió la Gran Cruz de la Legión de Honor. Fue nombrado miembro de la Société de Biologie en 1881, miembro de la Academia Francesa de Medicina, sección anatomía y fisiología en 1898 y miembro de la Academia de Ciencias en 1914.

Adicionalmente, estudió Histología y Embriología con Mathías  Duval (1844-1897), quien, según la edición especial dedicada a la labor de Hernández realizada por el Diario Oriental El Tiempo, le da un espaldarazo y da constancia de los méritos del médico al expresar textualmente: “El Dr. Hernández ha trabajado asiduamente en mi laboratorio y ha aprendido en él la técnica histológica y embriológica. Me considero feliz al declarar que sus aptitudes, sus gustos y sus conocimientos prácticos en estas materias hacen de él un técnico que me enorgullezco de haber formado. Es además para mí un placer y un deber agregar que él se ocupa en el estudio de la histología con actividad y gran éxito, y no dudo que un día estaré yo orgulloso de tenerlo como discípulo en mi laboratorio¨.

Por su parte, Isador Straus (1845-1896), discípulo de Emile Roux y Charles Chamberland, quienes a su vez lo fueran de Louis Pasteur (1822-1895) químico y microbiólogo, le consideró su discípulo preferido, y así se expresa de él, ¨Autorizado por el Consejo de Medicina de esta Institución, con el mayor beneplácito de la Cátedra de Anatomía  que me honro en dirigir, coloco a Ud. esta medalla, símbolo de un premio a su labor, como el mejor médico alumno de nuestra especialidad para que la guarde y la conserve  como recuerdo de sus profesores  hoy reunidos en este recinto…¨

Pero la inquietud del doctor Hernández allí no se detuvo, finalizado su labor en París fue autorizado a viajar a Berlín a estudiar anatomía e histología patológicas; y a su regreso pasó por Madrid, y participó entusiasta y fue profundamente impresionado de las clases de Don Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), perteneciente a la ¨Generación de Sabios Españoles¨, especialista en histología y anatomopatología. Obtuvo el Premio Nobel de Medicina en 1906 por descubrir los mecanismos que gobiernan la morfología y los procesos de conexión, si se quiere de comunicación, entre las células nerviosas, nueva y revolucionaria teoría que de allí en adelante comenzó a ser llamada la ¨Doctrina de la Neurona¨ cuyo basamento fue que el tejido cerebral estaba compuesto por células individuales interconectadas.

Habiendo adquirido en París de un completo laboratorio de fisiología que el gobierno venezolano le había autorizado traer al país, apenas sentadas sus plantas en territorio patrio se instala el Instituto de Medicina Experimental; pero no fue sólo eso; contagiado por famosos clínicos de filigrana, su formación clínica también maduró, al punto que el doctor Santos Aníbal Domínici, su indeclinable amigo dijo de él, ¨No creo exagerar, si asiento que los primeros diagnósticos científicos, fueron los suyos¨, y el doctor Manuel Fonseca, quien fuera Presidente de la Academia Nacional de Medicina durante el bienio 1910-1912, escribió así, ¨Trabajando asiduamente durante años, afinó primorosamente sus estudios y se hizo dueño absoluto de cada uno de sus innumerables y delicados elementos, que facilitan y aún permiten la observación, cuyo olvido o ignorancia son desastrosos a la cabecera del enfermo y se encuadró dentro de los grandes lineamientos de un clínico esclarecido. Conocedor profundo de los medios de exploración, experto en requisas de laboratorio, buen fisonomista, diagnosticaba con facilidad y desenvoltura y se movía gallardamente, sin trasteos, en los anchos dominios de la Medicina General¨.

El mismo año de su regreso, regentó la Cátedra de Fisiología Experimental y Bacteriología, y posteriormente el Laboratorio del Hospital Vargas a raíz de la trágica e infausta muerte del Bachiller -con ‘B’ muy alta- Rafael Rangel (1877-1909), desde 1909 hasta 1919 cuando también él muere accidentalmente con el cráneo fracturado al ser arrollado por un solitario automóvil al salir de una farmacia con medicinas para regalar a uno de sus pobres clientes, y se aprestaba a tomar un tranvía por la Esquina de Amadores…

En la medida en que la situación nacional y hospitalaria se han tornado más críticas y humillantes, y la necesidad económica aprieta más y más, su estampita ha proliferado en bolsillos, escapularios y mesas de noche de quienes le reconocen como su médico privado, ese que siempre está dispuesto y nunca habrá de abandonarlos… Y para que usted vea, desde que regresó de su viaje de perfeccionamiento en París en 1891, ha estado en el Vargas pues como hemos visto, ni su muerte le hizo abandonar sus salas.

El doctor Hernández brindó un extraordinario ejemplo, y fue un amigo y maestro ejemplar, enseñó sin mezquindad y dejó por escrito sus experiencias; su producción científica incluyó, (1). Lecciones de bacteriología -1894-; (2). Elementos de bacteriología -1906-; (3). Elementos de filosofía -1912-; (4). La doctrina de Laënnec -1888-; (5). Sobre la angina de pecho de naturaleza palúdica; (6). Sobre el número de glóbulos rojos; (7). De la bilharziasis de Caracas -1910-, donde alerta acerca de su gran importancia sanitaria por su carácter endémico y mucho más diseminada de lo que entonces se creía; (8). De la nefritis de la fiebre amarilla nos habla en 1910, enunciándonos de paso su ley: en el tratamiento de la fiebre amarilla, lo primero es defender el riñón; (9). Elementos de embriología general; (10). En una sesión de la Academia Nacional de Medicina se ocupa de las relaciones entre dos micobacterias, los bacilos de Koch y de Hansen, de la tuberculosis y la lepra respectivamente, iniciando trabajos sobre el aceite de chaulmoogra (Ginocardia olorata) disertando en una nota preliminar sobre la mejoría del estado general de los tuberculosos luego de espaciadas inyecciones del compuesto. (11). En la mesa de Morgagni o mesa de autopsias, el fundador de la anatomía patológica, estudia la neumonía diplococcica o fibrinosa, entonces llamada crupal, que entonces era considerada una rareza, concluyendo en su elevada frecuencia en Caracas, y enuncia que ¨la causa de la muerte es por agotamiento del corazón por excesivo funcionamiento¨ y así, ello le permite enunciar otra ley, ¨en el tratamiento de la pulmonía lo primero es defender el corazón¨.

Anota Puigbó, ¨Su capacidad como clínico de someterse al rigor del método anatomoclínico, su capacidad de manejar los recursos derivados de las técnicas complementarias de diagnóstico y su capacidad para crear hipótesis novedosas, hace evidenciar su maravillosa obra científica, aunque no extensa en número, si en forma cualitativa por su trascendencia en la medicina de la época¨.

Hernández nos señala y reafirma que los estudios médicos son apenas una antesala de ese complejo mundo que es la medicina científica, pero más aún de los pacientes, sus miserias y sus entornos. Escribe desde Isnotú el 24 de diciembre de 1888… “También he tratado de hacer un examen oftalmoscópico; pero como para esto se necesita hacer la dilatación previa de la pupila y además un alumbrado perfecto, pienso dejarlo para después, cuando me dedique a repasar las enfermedades del oído y del ojo… porque estoy convencido de que para la práctica lo que uno necesita es saber cómo se examinan los diversos órganos…”

Curioso mencionar que antes de sus viajes a Europa, en Venezuela se tomaba la tensión arterial con el tensiómetro de Pachón, que solo registraba la sistólica o ¨tensión alta¨. A su regreso en 1916, trajo consigo el tensiómetro más elaborado de Laubry-Vaquez que permitía, medir también la diastólica o ¨tensión baja¨ y emocionado enseñó a sus alumnos cómo emplearlo. Igualmente, durante su pasantía con Duval adquirió sólidos conocimientos de microscopía normal y patológica por lo que trajo consigo un microscopio, para entonces de un poder de resolución de una micra y magnificaciones de hasta 1200 diámetros; introdujo la anatomía patológica basada en las enseñanzas de Laënnec, la tinción de los tejidos y su estudio al microscopio de luz para desvelar la célula enferma, enseñanzas que compartió con sus alumnos y de la cual fue especial recipiendario el bachiller Rafael Rangel (1877-1909), de corta -apenas 32 años- y accidentada vida, gloria nacional y paradigma del metódico trabajo, estudio y superación.

Por vez primera en el país, Hernández cultivó gérmenes en medios enriquecidos de cultivo, sacó de la penumbra la fisiología de entonces dominada por la teoría y el caletre paralizante, introdujo la vivisección o experimentación animal, puso en práctica las determinaciones de laboratorio básicas que confirman o niegan diagnósticos, y así, apuntalada en la admiración de sus alumnos, creó una verdadera docencia científica, pedagógica y por qué no decirlo, con toque divino… Pero no se quedó allí, lo aprendido en otras latitudes tenía que ser sopesado con sus hallazgos en el lar propio. Y muestra de ello, el conteo de eritrocitos o glóbulos rojos cuyas cifras más bajas colidían con las europeas. Resume su hallazgo en un trabajo presentado en 1892 ante el Primer Congreso Panamericano en Washington, ¨Creemos que el número de los glóbulos rojos es menor en los habitantes de las regiones intertropicales que en los de las regiones templadas, y suponemos que esta hipoglobulia depende del organismo que teniendo menos pérdidas de calor por la irradiación, disminuye la producción globular. Y por este hecho está perfectamente de acuerdo con la opinión antigua de que los países cálidos son los países anemiantes por excelencia¨.

Hay muchas referencias a sus trabajos en el laboratorio, y a pesar de haber sido un buen clínico, a juzgar por su extensa y reconocida clientela y sus diagnósticos exactos, no existen muchas referencias acerca de su quehacer con pacientes hospitalarios. Quizá su trabajo en colaboración con Nicanor Guardia, progresista clínico y obstetra, sobre la observación de tres enfermos con angina de pecho de naturaleza paludosa pueda darnos una pista: Presenciando típicos dolores anginosos durante los rigores de una crisis paludosa febril y comprobando microscópicamente en la sangre la presencia de ¨pigmento melánico¨ libre (signo reconocido en el Diccionarios de Ciencias Médicas como ¨de Rísquez¨ -Francisco Antonio-), donde la quinina mostraba efectos curativos. Su práctica privada, imbuida de humanitarismo ocupaba su tiempo libre, generalmente al mediodía y aunque no se sabe a ciencia cierta cuántos enfermos veía, podría servir de índice las más de siete mil recetas colectadas durante su ejercicio.

La Gaceta Médica de Caracas, fundada en 1893, le sirve de tribuna para diseminar su ciencia; su trabajo ¨Elementos de bacteriología¨ del mismo año, 1893 y luego su libro ¨Elementos de Bacteriología (1906), condensan lo entonces sabido sobre microbios vegetales y animales como cocos, bacilos y espirilos, así como la clasificación de Pasteur. Pero si de humanismo se trata, vemos cómo lidió con la filosofía, y en sus ¨Elementos de filosofía¨ (1912) donde muestra sus reflexiones más íntimas dejando plasmada la visión personal que tenía del mundo y las relaciones entre los hombres y el Creador.

Su personalidad científica y su ejemplar ciudadanía le llevó a ser uno de los escogidos por Luis Razetti para normar la salud en Venezuela, siendo así uno de los treinta y cinco fundadores de la Academia Nacional de Medicina, incorporándose  a ella el 7 de abril de 1904 para ocupar el sillón XXVIII. En julio de 1908, envía correspondencia al doctor Pablo Acosta Ortiz, su Presidente, renunciando a su membresía para retirarse a La Cartuja. Razetti, a la sazón su Secretario Perpetuo, le señala que ¨no es aceptada porque su cargo no es renunciable…¨ Como es sabido, aquella empresa que le era tan codiciada, no pudo cristalizarse por razones de salud: ¨No tenía suficientes fuerzas para resistir el frío, el ayuno y el trabajo manual, porque has de saber que me había ido en un estado de acabamiento tan grande, que solo pesaba noventa y siete libras¨, con tanta pena escribió a Santos Domínici, por ese entonces, Ministro de Venezuela en Alemania.

La última lección en el Hospital Vargas fue sobre la lepra o enfermedad de Hansen, luego de lo cual todo acabó en la Esquina de Amadores… o según se le quiera ver todo recomenzó para un creacionista… Para finalizar, el doctor Hernández tal vez no olvidó dar un vargasiano consejo al novel médico de nuestra Escuela al escribir en 1889… “…después que uno entra en la práctica con responsabilidad, lo que antes cuando se era estudiante-, era camino llano por deliciosos valles, se torna en montaña erizada de peñascos y en la que abundan los precipicios. ¡Ah! antes era yo sobrado orgulloso, cuando creía tener conocimiento exacto de las cantidades de fuerzas de que disponía…”

¨José Gregorio es sin duda, ¡el Santo sin nombramiento del humilde venezolano!, y lo llamo santo porque a la gente parece importarle un comino si las autoridades eclesiásticas de alto coturno terminarán por santificarlo o no… Para ellos forma parte de su esencia misma, los ayuda, los comprende, no les cobra y los conforta, y eso es suficiente… Podría decirse que José Gregorio a secas, como ellos le llaman tuteándolo, o el doctor Hernández, el científico que nosotros recordamos, ha sido el único médico con más cien años de servicio “activo” en el Hospital Vargas de Caracas que no ha sido condecorado con ese mamotreto que llaman Condecoración por Mérito al Trabajo, que tanto flojo y sinvergüenza carnetizado por allí detenta…¨

Y este aserto podríamos ilustrarlo con una anécdota a la vez impresionante e inexplicable: En la tomografía computarizada cerebral, la madre de un joven que había tenido un traumatismo craneal, viendo la radiografía invertida, si se quiere contra natura, reconoció de inmediato la imagen del Siervo de Dios y aseguró la buena evolución clínica que su hijo tendría… Llamada la atención del médico tratante, al colocar la placa radiológica al derecho, como debe verse, no pudo distinguir nada inusual. La madre entonces tomó la placa en sus manos, la colocó al revés y señaló el sitio del inusitado hallazgo. Desde la posición anómala podía delinearse la imagen del siervo de Dios en la región mesencefálica[3]: Su porción ventral hacía el contorno de la cabeza; los pedúnculos cerebrales, el rígido cuello de su camisa; la cisterna interpeduncular de gris más atenuado, se constituía en bigote; y parte de la cisterna quiasmática en el nudo y la porción más proximal de su corbata. Por supuesto, no un milagro, sólo un inexplicable artefacto[4]

Figura 5. ¨El venerable artefacto¨ en el centro y entre tonos de gris en una

tomografía craneal casualmente invertida… (observación personal)

Como una defensa ante la angustia, los seres humanos tendemos a encerrar en nichos lo que nos rodea; a resultas de ello, siempre vemos el mundo y su circunstancia de una misma forma y de distinto modo de los demás. Cada quien ve pues, de una manera diferente. Los médicos, por ejemplo, somos enseñados a ver ¨médicamente¨ obviando lo que es natural para otros, y el proceso informativo de la enseñanza –que no siempre formativo- acentúa ésta, si se quiere distorsión. A la inversa, los enfermos no constreñidos por los cánones del ver médico, aprenden a mirar naturalmente. De allí, que tantas veces nos encontremos frente a ellos mirando realidades disímiles, hablando lenguajes diferentes, en fin en un estado de total incomunicación. El ejemplo ilustrativo del mirar que ya presentamos parece representar al mismo tiempo, quizá denuncia y esperanza.

¡Sea este mi sentido homenaje al doctor José Gregorio Hernández hombre de bien, necesidad en el presente que nos degrada, en el año en el que el seis de noviembre se celebrarán ciento cuatro años de la creación de la primera Cátedra de Histología Normal y Patológica, Fisiología Experimental y Bacteriología en Venezuela y probablemente la primera en el Hemisferio Occidental!

Referencias

  1. Rísquez JR. Homenaje a José Gregorio Hernández. Gac Méd Caracas. 1941;48: 352-354.
  2. Rísquez FA. Doctor José Gregorio Hernández, ante su tumba. Gac Méd Caracas. 1919;26:135-136.
  3. Puigbó JJ. Discurso de toma de posesión de la Presidencia de la Academia Nacional de Medicina. Gac Méd Caracas. 2002;110:401-422.
  4. Yaber M. José Gregorio Hernández: académico, científico, apóstol de la justicia social, misionero de la esperanza. Caracas, Ediciones OPSU, 2004.
  5. Briceño-Iragorri, L. José Gregorio Hernández, su faceta médica (1864-1919). Gac Méd Caracas. 2005;113:535-539.
  6. Muci-Mendoza, R. El residente más viejo de mi hospital, ¡es un santo! Primun non nocere (primero no hacer daño). Caracas, Ediciones Clínica El Ávila, 2004.
  7. Muci-Mendoza, R. Tomografía computarizada cerebral: Acerca de un ¨venerable¨artefacto no descrito. Arch Hosp Vargas. 1995;37:127-130.

[1] Litotripsia o litotricia perineal. Desmenuzamiento o fragmentación por la vía uretral de un cálculo en la vejiga con a través de una sección y dilatación de la uretra.

[2] Examen del interior del ojo por medio del oftalmoscopio con objeto diagnóstico.

[3] El mesencéfalo o cerebro medio es la estructura superior del tronco o tallo cerebral.

[4] Artefacto es todo producto artificial, cualquier estructura o cambio que no es natural sino debido a manipulación. En radiología, el término denota una estructura no presente naturalmente en un tejido vivo, pero del cual aparece una imagen ¨auténtica¨ en la radiografía.