Elogio de la melancolía… reír Llorando

A la par de la primera revolución industrial del siglo XVIII, hicieron su aparición en Europa las factorías, los horarios laborales de 16 o 18 horas, el consumismo, la mayor explotación del hombre por el hombre, el futuro incierto y, como la sombra que el cuerpo arrastra, otra importante calamidad de la humanidad: la depresión, condición caracterizada por sentimientos de abatimiento, infelicidad y culpabilidad, y además por anhedonia o  incapacidad para disfrutar de las cosas y acontecimientos de la vida cotidiana. Los médicos de entonces, todavía lejana la invención de la psicoterapia y los antidepresivos de síntesis, recurrirían a remedios naturales para mitigar el esplín, como era llamada la melancolía o tedio de la vida: Se prescribían temperamentos, mudanzas, pócimas insufribles, pero también la risa como bálsamo para paliar tanta infelicidad:

David Garrick (1717-1779), fue un reconocido actor inglés de la época. Estaba tan extraordinariamente dotado para la comedia, que los médicos recetaban sus actuaciones hilarantes como una especie de remedio mágico, capaz de sanar cualquier pena del espíritu. Podríamos asegurar que Garrick, sin percatarse de ello, fue el primer risoterapeuta de la historia. En el hogaño, en pleno siglo XXI, cuando los médicos conocemos científicamente que los niños ríen unas trescientas veces al día pero cuando adultos apenas si reímos unas quince, salimos hoy a proclamar sus espectaculares efectos y rendimos admiración por él y por ese comediante o humorista nuestro que sólo busca que todo espectador olvide sus problemas, afloje el ceño fruncido, relaje la nuca y se lance a movilizar los cuatrocientos músculos que se ejercitan al compás de la risa. El pobre de Garrick partió de este mundo por su propia mano sin nunca haber siquiera conocido a Garrick el terapeuta…, y es que los comediantes son propensos a la depresión y al suicidio en razón de que es el humor un recurso inconsciente utilizado por los histriones con depresión para subir sus ánimos o encajar en sociedad.

Inspirado en la vida y obra de David Garrick fallecido a los 62 años, el político, escritor y poeta mexicano Juan de Dios Peza (1852-1910), crea el cautivador poema que hace tres lustros me ofrendó un paciente y que guardé en el cofre de mis más caros tesoros para regalárselos a ustedes hoy. A continuación les presento para vuestro deleite y con la esperanza de que se sensibilicen con las grandes contradicciones humanas representadas en el arte literario…

https://www.youtube.com/watch?v=btLRMSaEI20

 

Viendo a Garrick -actor de la Inglaterra-

el pueblo al aplaudirlo le decía:

“Eres el más gracioso de la tierra,

y más feliz…” y el cómico reía.

Víctimas del esplín, los altos lores

en sus noches más negras y pesadas,

iban a ver al rey de los actores,

y cambiaban su esplín en carcajadas.

Una vez, ante un médico famoso,

llegóse un hombre de mirar sombrío:

sufro -le dijo-, un mal tan espantoso

como esta palidez del rostro mío.

Nada me causa encanto ni atractivo;

no me importan mi nombre ni mi suerte;

en un eterno esplín muriendo vivo,

y es mi única pasión la de la muerte.

-Viajad y os distraeréis. -¡Tanto he viajado!

-Las lecturas buscad. -¡Tanto he leído!

-Que os ame una mujer. -¡Si soy amado!

-Un título adquirid. -¡Noble he nacido!

-¿Pobre seréis quizá? -Tengo riquezas.

-¿De lisonjas gustáis? -¡Tantas escucho!

-¿Qué tenéis de familia? -Mis tristezas.

-¿Vais a los cementerios? -Mucho… mucho.

-De vuestra vida actual ¿tenéis testigos?

-Sí, mas no dejo que me impongan yugos:

yo les llamo a los muertos mis amigos;

y les llamo a los vivos, mis verdugos.

Me deja -agrega el médico- perplejo

vuestro mal, y no debe acobardaros;

tomad hoy por receta este consejo

“Sólo viendo a Garrick podréis curaros”.

-¿A Garrick? -Sí, a Garrick… La más remisa

y austera sociedad le busca ansiosa;

todo aquel que lo ve muere de risa;

¡Tiene una gracia artística asombrosa!

-¿Y a mí me hará reír? -¡Ah! sí, os lo juro;

Él sí; nada más él; más… ¿qué os inquieta?

-Así -dijo el enfermo-, no me curo:

¡Yo soy Garrick!… Cambiadme la receta.

¡Cuántos hay que, cansados de la vida,

enfermos de pesar, muertos de tedio,

hacen reír como el actor suicida,

sin encontrar para su mal remedio!

¡Ay! ¡Cuántas veces al reír se llora!

¡Nadie en lo alegre de la risa fíe,

porque en los seres que el dolor devora

el alma llora cuando el rostro ríe!

Si se muere la fe, si huye la calma,

si sólo abrojos nuestra planta pisa,

lanza a la faz la tempestad del alma

un relámpago triste: la sonrisa.

El carnaval del mundo engaña tanto,

que las vidas son breves mascaradas;

aquí aprendemos a reír con llanto,

y también a llorar con carcajadas.

Traigo a colación este poema, imagen en espejo de la vida del actor Robins Williams (1951-2014), quien contando 63 años y atenazado por una depresión mayor, sin salida, se arrebató la vida siendo que la muerte le era más tolerable que la vida misma. Fríamente la prensa deja cruda constancia: ¨Las autoridades creen que el actor y comediante se colgó con un cinturón en la habitación de su hogar en Tiburon, California, cerca de San Francisco. Williams también tenía cortes superficiales en su muñeca y la policía encontró un cuchillo de bolsillo cerca de él¨. That´s it…

Existen dos películas que siempre he recomendado a mis alumnos. Una de ellas, ¨Patch Adams¨ (1998), hermosa cinta, donde admiré el rol de Williams como protagonista de un médico estrafalario, simple, humano e irreverente, deseoso de hacer el bien, maltratado y atacado en una universidad de prestigio, donde como bachaco de otro agujero, urticó pieles sensibles al salirse de los rígidos cánones establecidos por quienes poseemos poder médico y por supuesto… ¡detentamos el dominio y privilegio de la verdad…! Me impactó mucho por su humanidad, humildad, decisión, sencillez y generosidad y por el toque de humor que llenó muchas de sus actuaciones, arrancando lágrimas de mis ojos. Carencias puntuales de los médicos de este siglo…

Siendo sinónimo de acercamiento humanitario, ha sido mi credo el hacer reír a mis pacientes no importando la patología que los traigan a consideración y enseñar a mis alumnos a imitarme. Debemos ser científicos, pero mucho más, un poco más humanos, un poco más comediantes y un poco más artistas…

La otra película es ¨The Doctor¨ (1991), protagonizada por el actor William Hurt quien se transmuta en el doctor Jack McKee, fino cirujano cardiovascular, hombre altivo y distante, que camina los pasillos del hospital con una trulla de internos en batas blancas maltratando a todo humano que se atraviese en su paso. Una impertinente ronquera le lleva a la consulta de una hermosa médica laringóloga de su mismo hospital, más fría y distante que él. El maltrato verbal no se deja esperar…

Durante su estada hospitalaria, entre otras vicisitudes tiene que hacer largas sentadas en una sala de espera, sufrir el desdén de las secretarias que no le reconocen como miembro de su propia grey médica, le ponen un enema rectal que no era para él, se torna taciturno, se aleja de su mujer y sintiéndose incomprendido, se enamora de una jovencita con un tumor cerebral maligno que termina por matarla…

Luego de muchas frustraciones, experiencias y enseñanzas, y, ya curado y reconciliado con su cercano afecto, se le ve al final de la película nuevamente con sus alumnos, todos vestidos con batas de enfermo, haciendo fila, dispuestos a sufrir lo que sufren sus pacientes del hospital, uno de ellos alza un envase de metal con goma y cánula portando el líquido del enema rectal que le será puesto… Es una enseñanza acerca de cómo la enfermedad en carne propia puede hacer al médico menos omnipotente, más humano, empático, y eficaz… Una advertencia que no debemos desoír…

En mi libro ¨Primum non nocere: Primero No Hacer Daño, Vivencias de un Médico del Hospital Vargas de Caracas¨ (2004), escribí en 1992 en el Diario El Universal de Caracas, ¨De ese personaje quizá mítico que fue Shen Nung, a quien se le acredita ser el fundador de la farmacopea china, se afirma que se hizo practicar una incisión en la pared de su abdomen a la cual adaptó una ventana de claro vidrio. El aguzado de Shen, sentado frente a un espejo se solazaba mirando el efecto que en sus entrañas sus remedios producían…

Inspiradora anécdota para nosotros sus ¨modernos colegas¨, quienes durante nuestros años de formación en el Alma Mater y en los hospitales públicos docentes debimos disponer también, de una ¨Cátedra de Tragos Amargos y Sinsabores en Pellejo Propio¨, donde se nos dieran a probar todos los procedimientos de diagnóstico y de tratamiento que posteriormente pondríamos en ejecución en la humanidad de nuestros impróvidos pacientes —tantas veces a la ligera y por ¨mera rutina—¨.  En esa cátedra de tragos amargos y malas experiencias en carne propia, el médico en ciernes pasaría por todas las vicisitudes por las que tiene que pasar un enfermo: desde  colocarle un enema rectal que no era para él, pasando por aquél otro en que le operan una hernia en la ingle equivocada o le amputan la pierna sana -¡ello ocurre!-, le toman una vía venosa puyándolo varias veces en ambos antebrazos, lo despiertan a las 1.00 a.m. para darle una simple pastilla o un purgante, o le someten a ayunos repetidos, o le hacen una preparación para una colonoscopia que luego es fallida, o le llevan varias veces a una consulta y se encuentra con que no aparece su historia, el médico a su cargo no fue o se le llevó en el día o la hora inadecuada y encima, es regañado cuando vuelve a su sala y a su cama.

Recordemos a Patch Adams y al doctor Jack McKee, pues cada uno en su agonía nos dejó conductas humanas para meditar…

Porque es cierto, hay dos realidades no miscibles, la del médico distante y la del enfermo ¨paciente¨, sometido, enmudecido, aterrorizado y tolerante.  

¡Aquella historia de mis cadillos…! Elogio de la sugestión

 

 

La verruga vulgar, llamada coloquialmente en nuestro país, ¨cadillo¨, es un crecimiento cutáneo no canceroso que se presenta cuando un virus designado como virus del papiloma humano (HPV, por sus siglas en inglés), infecta la capa superficial de la piel. En la mayoría de los casos, las verrugas tienen un aspecto repugnante, una superficie áspera como la lija, se elevan como un tepuy y exhiben un borde claramente definido. Comúnmente ocurren en los dedos de las manos, brazos, planta de los pies y genitales, pero pueden presentarse en casi cualquier parte del cuerpo. La verrugas en las plantas de los pies se llaman verrugas plantares, en tanto que las que ocurren en el área genital se llaman verrugas genitales. Por lo general las verrugas no son dolorosas. Sin embargo, cuando aparecen en zonas en las que están sujetas a presión o fricción, como la planta del pie, pueden volverse extremadamente sensibles. Con frecuencia, las verrugas se ¨autolimitan¨ y desaparecen por sí solas, es decir, cuando el cuerpo y su sistema inmunológico adquieren sabiduría y deciden establecer una respuesta ofensiva para eliminarlas, lo que a menudo suele ser exitoso. Pero también, las evidencias indican que el cuerpo puede ser incitado a desplegar una ofensiva a través del uso del poder de la sugestión.

¿¡Sugestión en medicina…!? Médico que se precie, aunque las evidencias lo abrumen, no creerá en nada que no esté en el Manual Merck o en el libro de Medicina Interna de Harrison. Lo he reiterado… al entrar en la facultad de medicina nos alisan las neuronas con un cepillo de dura cerda, así que perdemos toda la candidez que traíamos de nuestras casas, y por ello, las creencias y supuestos, tienen que pasar al través del fino tamiz de la ciencia, no dispuesta a pactar con necedades ni hechos no comprobados. La hipnosis médica podría considerarse como el uso deliberado del poder de la sugestión para beneficio terapéutico, y vea usted, en estudios controlados que incluyeron a un total de 180 personas con verrugas, el uso de la hipnosis provocó el retroceso de las verrugas a un grado significativamente mayor que ningún otro tratamiento tópico, placebo o ácido salicílico local. Otro estudio encontró que el falso tratamiento con una máquina de rayos X, pudo provocar que las verrugas en niños desaparecieran…

¨No te intimides por médicos y enfermeras, pues aún

cuando te encuentres hospitalizado, todavía eres un ser humano¨.

Hay situaciones impactantes en nuestra niñez que suelen grabarse a hierro y fuego en el dúctil cofre de nuestra memoria. Son especialmente aquellas que nos produjeron vergüenza, inferioridad o dolor. Creo que fui el único de mi familia de nueve hermanos donde los cadillos hicieron nido; los dedos de mis manos y particularmente el extremo distal de mis dedos, cerca de las cutículas en la base de las uñas, el sitio escogido por las malhadadas excrecencias para tomar asiento a sus anchas. Me producían bochorno y alejamiento. Mantenía las manos en mis bolsillos o me sentaba sobre ellas para que no me las vieran. A veces las rebanaba con una hojilla de afeitar ignorando que la sangre que manaban transportaba el virus trasmisible. Entre tanto tapujo y haceduras de loco, un día mi madre me hizo mostrarle las manos a ver qué secreto tan particular escondía en ellas…

¨¡Ah… si son cadillos! Nada que mate o quite el sueño¨, exclamó con dejo de indiferencia. Comenzó la quema infructuosa con lápices de nitrato de plata… Era entonces imperativo enviarme a un dermatólogo, y un ¨baisano de la misma buebla¨, el doctor David Saer, debía conocer de mis granujos y tomar acciones contra ellos. Con una inyectadora de insulina y una fina aguja harto hervida y con punta de anzuelo, colocaba en el insignificante espacio periungueal anestesia local: procedimiento por cierto muy doloroso que ni un pujido me sacaba, pero mis ojos se inundaban de lagrimones denunciantes; y aún más doloroso cuando eran muchas verrugas al tiempo; luego, las fulguraba con un artilugio enchufado a la red eléctrica que colgaba de su pared; un ruido como de chisporroteo, humo, olor a carne quemada, escara necrótica y al cabo de un tiempo se caía el tejido muerto… pero no siempre el tratamiento era exitoso… y las execrables carnosidades volvían por sus fueros y territorios ya dominados… De tanto ferrete y humo mis dedos quedaron deformes hasta el presente; no obstante, mi madre insistía una y otra vez en que volviera pero ni con amenazas lograba llevarme de vuelta a mi inquisidor y verdugo.

¨Acepte el dolor y el desencanto como parte de la vida¨.

Ya yo me había resignado a mi suerte…, viviría con aquellos malos vecinos y su repulsivo aspecto por lo que me quedara de vida. ¡El vaso medio vacío de la adolescencia…! Pero Dios da el frío y da la cobija: en una ocasión, acompañando a mi madre al, nos topamos con una amiga de ella con quien se trenzó en amena conversa; la misia observó de soslayo mis dedos quemados y al enterarse de que todo aquel estropicio era debido a la fulguración de mis cadillos, sugirió a mi madre un simple tratamiento que ¨nunca fallaba¨. Mi madre sonrió, no le creyó y luego me dijo que ella, ¨no creía en fantasmas, aparecidos ni gatos enmochilados¨. Así que, o iba donde el ¨baisano¨ a repetir mi sufrimiento, o me quedaba con mis cadillos. Yo había escuchado con especial atención la conseja herética, las prácticas recomendaciones de la doña y decidí por mi cuenta, ponerlas en práctica.

Me fui a la pulpería del señor Francisco García Maya impregnada de olor a pescado salpreso, que quedaba subiendo por la Avenida Bolívar a dos cuadras de mi casa. Él se encontraba matando moscas en el mostrador con un lanzallamas casero: una lata del insecticida Fleet a la que se colocaba sobre el extremos distal del tanque del veneno, un cabo de vela encendida precisamente en el trayecto del líquido de aspersión; cada vez que impulsaba el pistón, salía un chorro de candela que tomaba por sorpresa a la legión de Musca(s) domestica(s) que pateándolo todo, festejaban con alborozo. A mis ojos atónitos, ¡Aquel lanzallamas era fascinante…!  Y podría estar todo el día presenciando y rememorando aquella faena, pero no…, no debo distraerme de mi relato.

Le pedí a su madre, misia Cora, una viejita poco amable con cara de perro pequinés, que me regalara un cristal de sal marina. Afortunadamente, sin preguntar para qué la quería, me acercó una bolsa y yo retiré uno como de dos centímetros de diámetro. Fui a mi casa y me dirigí a la máquina de coser Singer de mi mamá. En unas primorosas gavetas con arabescos dispuestas en línea vertical y a la derecha del artefacto, sabía que guardaba cintas de colores. Escogí una delgada y roja de una longitud como de cinco centímetros. Con ella, até firmemente el cristal de forma tal que no se saliera y dejé un largo cabo sobrancero…

Subí por la calle canturreando mentalmente y me devolví por la misma avenida, y sin voltear la mirada hacia atrás, dejé caer distraídamente el cristal y su señuelo rojo en la certeza de que alguien, atraído por su aspecto, lo tomaría del suelo. Allí precisamente radicaba la magia y la contra; aquél mortal que lo cogiera en sus manos recibiría mis cadillos al tiempo que desaparecerían de las manos mías…  Egoísta tratamiento, ese de tirarle a otro nuestro sufrimiento. No es que mucho me interese y puede que usted no me crea, pero en pocas semanas las excrecencias se habían ido de mis manos para siempre quedando sólo las deformes cicatrices que las fulguraciones previas que el ¨baisano¨ me había regalado… No me pregunte por favor por el otro cristiano que recogió el señuelo; con dos padre nuestros y un avemaría rezados con fervor infinito, había yo ya quedado exento de culpa. Cuando entré en la facultad de medicina ni se me ocurrió comentar mi experiencia al pasar por la Cátedra de Dermatología ni proponer tan primoroso tratamiento; era sitio donde tanta ciencia flotaba en el ambiente, extraños e impronunciables nombres de patologías de la piel y sus faneras surgían como diagnósticos diferenciales y donde lo que no curaba la cortisona, era cáncer… Como puede aprenderse de mi relato, fungí de mi propio chamán echando mano de la transferencia terapéutica o curativa cultivada y empleada por la medicina mágica tradicional de algunas culturas primitivas consistente en traspasar el espíritu de la enfermedad a un animal o en su defecto, a otra persona…[1]

¨Nunca cortes lo que puede ser desatado¨.

 

[1] En relación a «Cien Años de  Soledad», el simpar García Márquez relata en una entrevista concedida a la Revista Nacional de Cultura de Caracas, que durante cinco años tuvo golondrinos –absceso tuberoso de Velpeau: una infección de las glándulas sudoríparas de las axilas- recalcitrantes a todo tratamiento, que como en el caso de mis cadillos no le dejaban vida; pues bien –curioso caso-, decidió transferírselos al protagonista de su novela el coronel Aureliano Buendía, siendo así que mediante la traslación del espíritu de la enfermedad, se le quitaron a él…

¿Por qué será que los médicos no podemos tener comportamientos naturales como las demás gentes?, tal vez porque como antes dije, se piensa que nuestras creencias son artículos de fe y deben ser tamizadas a través de los poros ultramicroscópicos de eso que llamamos ciencia. Lo que no pasa, no puede ser aceptado. Nos sentimos suerte de clase ¨suprahumana¨ y científicos a ultranza; no nos andamos por las ramas de la superchería, de las gallinas negras, de los conjuros, de los despojos ni del mal de ojos. En la mocedad de mi ejercicio médico me avergonzaba pensar que mis profesores pudieran sospechar que ¨alguna que otra vez¨ usara placebos, no otra cosa para mí, que vergonzosos engaños; pero me reconfortaba saber que mis pacientes mejoraban con ellos.

Entonces no alcanzaba a intuir que envuelto en ese placebo iban mis fervientes deseos porque aquel ser humano que tenía enfrente y me empeñaba en conocer, mejorara, pues como es sabido la mayoría de las veces el paciente sufre de temor al dolor y a la incapacidad, a  la enfermedad y a la muerte, y de allí, el efecto terapéutico de mostrarles que se encuentran bien y que sus angustias muchas veces sólo son creaciones fantasmales de la infancia.

 Basta con oírlos atentamente, realizarles un buen examen físico, tratar de entender la envergadura de lo que trae, darles una explicación sencilla y despedirlos con una sonrisa que a la vez promueva en ellos otra similar… No en vano decía Michael Balint (1896-1970), psicoanalista y bioquímico británico de origen húngaro, ¨La droga que más frecuentemente utiliza el médico en su práctica general, es con mucho, ¡su propia persona! ¨. Y no es que el médico no deba formarse e informarse de manera cabal y suficiente en cuestiones de ciencia para atender a sus pacientes; ello es necesario, pero no suficiente; debe además, conocer que existen imponderables en su práctica que van más allá de la ciencia y están más acá de la persona del paciente…

El 14 de febrero de 1993 en mí desaparecida columna ¨Primum non nocere¨ del diario El Universal de Caracas escribía a mis inexistentes alumnos María y Pedro, ¨Todos los pacientes, académicos y analfabetas creen en magia. Casi todos lo negarán, pero magia esperan de ustedes.  Por fortuna para ellos, la magia no requiere de medicinas peligrosas ni de cirugías radicales, y efectivamente todos, nos guste o no, llevamos un mago por dentro… ¡descúbranlo y aprendan cómo usarlo sabiamente y en el momento apropiado, y siempre, anteponiendo el mejor interés del necesitado…!¨, pues sabido es que el hecho de enfermar es una categoría de la vida humana. ¡NO es el órgano sino el individuo en su totalidad quien enferma…!

Hasta hace pocos años el atrevimiento de mencionar estos problemas en ambientes académicos nos exponía a ser considerados como charlatanes o imbéciles; y tal vez todavía ocurra igual… Los médicos que abrazamos la clínica para ayudar a nuestros enfermos debemos romper con las ataduras del positivismo que hace que lo visible, objetivo, comprobable y cuantificable sea ley única de nuestra cofradía, pero también es menester que, para que podamos percibir la sutil trama de la vida humana, invisible, subjetiva, no siempre comprobable ni cuantificable, debemos acceder la médula del otro mediante el contacto humano sincero y empático.

Del cuello de mis pacientes y del mío propio, he visto colgar medallas de vírgenes y connotados santos coexistiendo con el ojo que todo lo mira, la mano de azabache o un trozo de coral, intentos quizá vanos de alejar los malos entes que nos rodean. Y eso ¿por qué…?  Invitado con ocasión de la XXVI Reunión de Egresados del Postgrado de Cardiología del Hospital Universitario de Caracas el 24.11.2001, realicé una pequeña encuesta antes de iniciar una conferencia intitulada, ¨¿Tiene la esperanza efectos curativos…?¨ Y he aquí las preguntas con sus respuestas de los veinte asistentes al evento, (1). ¿Lleva consigo alguno de los presentes algún amuleto, medalla, moneda pitadora, etc…? Sí: 50%: No: 50%. (2). ¿Tiene la esperanza efectos curativos…? Sí: 85%; No: 15%. (3). ¿Tiene la esperanza efecto placebo…? Sí: 78%; No: 22%.  (4). El beneficio del placebo es debido… A. Al efecto placebo propiamente dicho: 68%. B. Al médico que suministra el placebo: 32%. Oculto por detrás de las fachadas de sus caras se encontraba magia benefactora.

Luego diserté sobre cómo habíamos subsistido evolucionando para ser los hombres que hoy día somos en un proceso de más de cuatro millones de años, desde el Australopithecus ramidus, el Homo erectus, el Homo habilis y el Homo sapiens hasta el Australopithecus afarensis con Lucy que vivió hace entre 4 y 2.7 millones de años en el Valle del Rift, y el Cráneo de Dali, datado 209.000 años hallado en 1978 por Shungtan Liu en la Comarca de Dali, Provincia de Shaaki, China. Entonces, nuestros ancestros vivían en un medio lleno de peligros y el sentimiento de temor e inseguridad era constante. Fenómenos naturales como el rayo y la lluvia, el fuego, catástrofes diversas, presencia de animales inmensos y feroces, tribus enemigas, hambre y penuria, temor de inminentes riesgos los llenaban de agitación y congoja…

Un buen día, aprendió a hacer fuego, controlarlo y tenerlo como herramienta de trabajo; fue aquella la primera relación del hombre con la luz y el calor. Todo pues estaba preparado para que surgiera de entre ellos un ser superior: ¿En qué momento pues, surge el médico…? Quizá en aquella circunstancia especial durante un lance de caza donde uno de los de la horda cayó herido; todos corrieron a salvar sus vidas, pero aquél, compungido se devolvió a recoger al descalabrado: allí, en un acto de misericordia, nació el primer médico… Más luego, alguno, con vocación de servicio se auto escoge, emerge entre el gentío y es aceptado por la tribu. Lo hizo en la figura del chamán, y lo comprendió como una ingente necesidad de aliviar el dolor y evitar la muerte. El saber y no la fuerza serían los fundamentos de su poder. Los enfermos y la tribu depositarían en él su albedrío y ello fue suficiente para movilizar procesos orgánicos estabilizadores y de reparación.

Aquellos primeros curadores derivaban seguridad; conocían lo desconocido; tenían el poder de curar, reanimar la vida y alejar la muerte. Revestidos de poder mágico y curativo, mediaban entre los hombres y las fuerzas de la naturaleza o las divinidades benignas o malignas que merodeaban por los meandros de las mentes primitivas. Curaban porque conocían por intuición lo que muchos siglos más tarde comprenderíase mejor bajo el término de psicoterapia. Curaban y la vida seguía adelante en el desarrollo del hombre y la sociedad humana. ¿Alguna diferencia con el médico actual…?

Con Apolo, inventor de la Medicina, Dios de la poesía y la música: ¨nada en exceso¨ y ¨conócete a ti mismo¨, y favorecido por su hijo, el Dios Asclepios –Esculapio-, el empleo de la palabra con propósitos curativos surge con fuerza de primavera en la Grecia clásica en tres formas: plegaria, ensalmo mágico y conversación placentera. El tiempo sigue sin detenerse y es Hipócrates (460-¿356?), quien arranca la medicina de las manos de los dioses para entregarla a la responsabilidad de los hombres.

   Aleccionadoras sus palabras: Corta es la vida, el camino o arte es largo, la ocasión fugaz, falaces las experiencias, el juicio incierto, la decisión difícil. No basta, además, que el médico se muestre como tal en tiempo oportuno, sino que es menester que el enfermo y cuantos lo rodean coadyuven a su obra. Surge en sus albores la téhkne u observación de la vida del enfermo conjuntada con la naturaleza, noción que permite establecer un sabio mandato vigente aún en nuestros días, la téhkne iatriké: ¨Un saber hacer, sabiendo por qué se hace, lo que se hace¨. El asclepiade o médico hipocrático como el piache curaban, y el humilde sobador aún cura…

El hombre trasciende la medicina y sus preceptos, hay mucho por aprender y más por descubrir, pero es necesario que nos despojemos de la inventada aura de sabiduría y ciencia que creemos poseer. Cualquier médico, aun cuando esté en posesión de una elevada postura científica, quiéralo o no, está imbuido de poderes mágicos otorgados por su paciente…

De que la magia nos ha acompañado a lo largo de los tiempos da cuenta el siguiente hecho histórico: En 1776 a Benjamín Franklin, John Adams y Thomas Jefferson les fue asignado el proyecto de crear lo que se llamó, “The Great Seal of the United States”.  Cinco años después el Congreso aprobó el sello que se halla en el reverso del billete de un dólar norteamericano… El Ojo de la Providencia está representado por un triángulo radiante que representa, ¨El-Ojo-Que-Todo-Lo-Ve¨, y la frase annuit coeptis significa ¨Dios favoreció nuestro empeño¨; la frase novus ordo seculorum escrita debajo del triángulo significa, ¨nuevo orden secular¨.

En 1945, Franklin D. Roosevelt dio la aprobación final para la inclusión del Gran Sello en el billete de un dólar.  Es harto conocido ahora más que nunca, que los Estados Unidos de América fue fundada en gran medida por hombres con una filosofía basada en el ocultismo: a saber, los miembros de la masonería y otras sociedades secretas, quienes vieron en los Estados Unidos una potencial «Nueva Atlántida» o «Nueva Jerusalém». Ellos previeron el futuro de la gran nación como un faro para el resto del mundo, guiando a las naciones hacia la formación de un Nuevo Orden Mundial  de paz, democracia e iluminación. Hoy mucha gente estaría de acuerdo en que los Estados Unidos es, en efecto, de varias maneras, el desiderátum de esta función.

Guiados por sentimientos opuestos de odio, dominación y esclavitud, se ha erigido el Socialismo del Siglo XXI, y se ha repetido muchas veces que los billetes venezolanos en el reverso traen parte de una estrella de cinco puntas; si se unen los billetes, la estrella se configura por completo; se asegura que es la Estrella Satánica de Cinco Puntas o estrella al revés, símbolo del macho cabrío.

    Se murmura que los babalawos asesores de Chávez le ordenaron otro pacto relacionado con el culto a María Lionza, para rechazar espiritualmente todo intento de relevarlo del poder y así perpetuarse en él. De esa forma, la imagen de los seguidores del demonio es llevada por cada ciudadano en su bolsillo en los billetes de cualquier denominación y además, las figuras escogidas simbolizan la Corte Negra: Negro Primero, el guía de la Corte Negra, la heroína Luisa Cáceres de Arismendi representa a María Lionza y el Indio Guaicaipuro, líder de la Corte India: El parecido de las fotos de las Tres Potencias con estos tres billetes es enorme; difícil creer que sea una coincidencia, pero mientras no se demuestre lo contrario queda el beneficio de la duda. Aunque mi solidaridad no se encuentra empeñada en lo que relato, sólo quiero enfatizar que la magia, querámoslo o no, se encuentra entre nosotros…

Por otra parte, las frases ¨mal de ojos¨ y ¨bien de ojos¨ señala dos tipos de mirada: La primera, una mirada intensa cargada de odio o envidia: la gente se protege llevando amuletos de protección ¨trabajados¨ para librar a su poseedor; la segunda es otra opuesta, aquella que es trasunto de generosidad de espíritu: la mirada médica, una mirada intensamente cargada de amor que nos convierte en una batería de energía positiva. ¡Aprovechémosla!

 

Este párrafo se refiere al intento decidido y melancólico de muchos pensadores y médicos a lo largo de los tiempos, de tratar de incorporar la persona del enfermo tanto tiempo ausente en el ámbito de la consulta médica: su subjetividad, en la relación médico-paciente. Decía Baltazar Gracián (1601-1658), ¨Visto un león, están vistos todos, vista una oveja, están vista todas, pero visto un hombre, sólo está visto uno, y además mal conocido¨, y Armand Trousseau (1801-1867), hizo célebre la frase, ¨No hay enfermedades, solo enfermos¨. ¨¡Mucho de rana, poco de hombre!¨, proclamaba desesperado, don José de Letamendi y Manjarrés (1828-1899), el mismo que dijo, “De quien te diga que de medicina sólo sabe, ten por seguro que ni de medicina sabe”, y que aludía a lo poco que estaba presente la subjetividad del hombre enfermo en los estudios médicos.

Ludolf Krehl (1861-1937) famoso internista expresó, ¨Si con nuestras débiles fuerzas no colaboráramos en el ulterior avance de la medicina, el cual consiste en el ingreso de la personalidad del paciente en el quehacer del médico como objeto de investigación y estima, es decir, en la restauración de las ciencias del espíritu y de las relaciones de la vida entera como el otro de los fundamentos de la medicina, y en igualdad de derechos con la ciencia natural¨. Y es que hoy día ya no parece importante ¨escuchar con la tercera oreja¨, como insinuaba Theodor Reik (1888-1969). Nos hemos transformado en robots y todo cuanto hacemos es mecanístico.

Viktor von Weiszäcker (1886-1957) en su libro “El hombre enfermo. Introducción a la antropología médica”, asienta, ¨El ritmo uniforme de la cotidianidad se perturba fácilmente por circunstancias que la mayor parte de las veces son ignoradas por el individuo¨, y de seguidas, hace la siguiente pregunta, ¨¿Por qué hoy?¨, por qué no nos enfermamos ayer o mañana, ¿por qué específicamente el día de hoy…?. Pide entonces imponer la adopción de una concepto holístico del humano enfermo desde una perspectiva antropológica que considere al hombre, su circunstancia y el entorno en el cual se inscribe.

No olvidemos que somos viajeros extranjeros en nuestro propio cuerpo, sin dudas nos damos cuenta de que existe con él una comunicación por medio de un lenguaje, pero al mismo tiempo somos incapaces de traducir, ese, nuestro lenguaje corporal, ¨¿Por qué hoy…?¨ ¿Qué decir del amplio catálogo de ¨hiel¨ qué ocurre durante las lunas de ¨miel¨?, donde no faltan resfriados, trombosis hemorroidales, diarreas y hasta apendicitis agudas… ¿Cómo explicar el alivio que inducía el aceite alcanforado tibio que la mano solícita y amorosa de nuestras madres nos aplicaba en la ollita del cuello haciendo desaparecer el dolor de garganta y la carraspera, o la imposición de manos de reyes y poderosos en la antigüedad, no más ayer?, ¿Nos hablan los infectólogos o los epidemiólogos por qué los ejércitos derrotados son más susceptibles a las infecciones que los victoriosos…?, ¿Puede alguien morir por convencimiento o por terror?, ¿Cómo se explica la muerte por vudú? Nuestra mente funciona con base a creencias; la ciencia, la religión, el arte, todas las formas de conocimiento se basan en creencias.

De esa forma, cuando por ejemplo usamos ácido acetilsalicílico o aspirina para aliviar un dolor de cabeza, asumimos que funciona porque nos elimina el dolor de cabeza. De esta forma creamos nuestras creencias con base a una relación causal. Cuando una causa (tomar la medicina) trae aparejada una consecuencia (curarse), entonces creamos una relación en la que creemos (la medicina cura). El problema es que solemos establecer el sujeto de la acción en el objeto (medicina) al que otorgamos unas propiedades intrínsecas (curar); y esto no tiene por qué ser así en absoluto, incluso no suele ser así.

 

¿Cuáles son pues los límites de la explicación científica de la enfermedad humana…? ¿Qué significa saber medicina…?,¿Qué entraña el término curación por la fe…?, ¿Por qué los placebos avergüenzan a la ciencia si al mismo tiempo ella demuestra tanto interés en ¨controlarlos¨ y mantenerlos alejados de sus cotos de caza…? El reduccionismo del hombre llevado a un nivel molecular que promueve la revolución tecnológica, ignora el mundo interno y la espiritualidad del ser, entrañando igualmente el más grande desafío moral que hayamos enfrentado los médicos alguna vez…

Michael Balint (1896-1970), psicoanalista de la Clínica Tavistock de Londres, a quien mencionamos en párrafo anterior introdujo el concepto de la ¨falta básica¨, donde la enfermedad es el resultado de factores ambientales tempranos productoras de desamparo. Destacó igualmente la importancia del ¨amor primario¨ y la importancia de la regresión durante el tratamiento. En su libro ¨El doctor, el paciente y su enfermedad¨ (1957), escribe y repetimos, ¨La droga que más frecuentemente utiliza el médico en su práctica general, es con mucho… ¡su propia persona!¨

La historia del placebo es la historia de la terapéutica médica hasta tiempos muy recientes, y nos recuerda la unidad del ser en sus vertientes corporal, emocional, ambiental y espiritual. En los ensayos doble-ciego, se considera la respuesta al placebo como un ¨simple contaminante¨ o como ¨un ruido en el sistema¨; sin embargo, son los placebos los fantasmas que pueblan la objetividad biomédica, suerte de almas en pena que surgen de la más espesa umbra del primitivismo, ayes lastimeros que exponen las grietas y paradojas de los parámetros creados por nosotros para definir los efectos activos y reales de los ¨verdaderos tratamientos¨…

¿Será que sus efectos denuncian el dualismo persistente en medicina: la escisión de mente y cuerpo…?

 

Mis nada glamorosos cadillos, fantasmas materializados que se curaron con fantasmas, dieron pie a estas afectuosas reflexiones que espero sean tomadas con benevolencia…

Elogio del Odio…

El odio es la venganza de un cobarde intimidado.
George Bernand Shaw

La diferencia engendra odio.
Henri Beyle Stendhal


No honres con tu odio a quien no podrías honrar con tu amor.

Fiedrich Hebbel

        Empédocles (495-444 a.C.) destaca la existencia de cuatro principios del ser, los cuatro elementos: fuego, agua, aire y tierra. Todas las cosas se habrían formado por la combinación de esos elementos.

  Pero, Aristóteles (394-322 a.C.), mostró su inconformidad y le agregó otros dos elementos, a su juicio, esenciales para explicar la realidad: el amor y el odio. Ambos dan origen al movimiento de todas las cosas, pero, mientras el amor une, el odio separa… La amistad –dice Aristóteles- es el principio del bien; mientras que el odio –la discordia de Aristóteles- lo es del mal. ¨de suerte -concluye el estagirita-, que, si se dijese que Empédocles ha proclamado, y proclamado primero, el bien y el mal como principios, quizá no se incurriría en equivocación puesto que, según su sistema, el bien es en sí la causa de todos los bienes, y el mal, la de todos los males¨.

Durante los últimos y largos 20 años los venezolanos hemos sido atraídos para el odio; al menos yo, debo confesarlo, tonto no me percaté de la invasión de esta putrefacción… aunque suelo decir que todos los ciudadanos de esta nación, en algún grado, nos hemos envilecido, ahora vivimos en cada ocasión deseando mal a los que nos agreden y disminuyen; pero, pienso que por el bien de todos, es tiempo de cambiar…

Mientras oigo con lágrimas en mis ojos a André Rieu, su orquesta y el lenguaje feliz de su música; esa, que llega profundo al corazón, donde no caben malos pensamientos o acciones, pienso… Estoy cansado de tanto odio… Me he cansado de repetir que los venezolanos nos hemos envilecido; hemos sido atrapados por la diatriba desde el mismo día de la asunción al poder de quien sembró de abrojos y espinas este camino que ha conducido hacia la destrucción del país, ya casi completado… Yo, por supuesto no me escapé del contagio de tan inficionado morbo y, ¡pobre de mí!, ahora, tarde, es cuando he venido a caer en cuenta; quizá muy tarde y me ha hecho mucho daño…  Escribí y mucho, empleando epítetos, y adjetivos muchas veces insultantes o degradantes. Yo no había sido así, fui empujado visceralmente por una estrategia orquestada en oscuras mazmorras donde la suciedad de la cloaca contamina día a día el armonioso flujo de nuestras vidas…

   A nuestros conductores de la oposición el hablar le ha cogido sitio al pensamiento; Sir Thomas Browne (1605-1682) una vez dijo, «Pienso que el silencio no es la sabiduría de los tontos, sino que, bien administrado, es el honor de los sabios que no tenían la enfermedad sino la virtud de la taciturnidad», esa, llamada por Carlyle, el «talento del silencio…».

Recién me sucedió un acontecimiento que ha marcado mi vida y me ha demostrado que el odio es irreverente, descocado, agresivo y no conoce tregua. Mi cuenta en WordPress fue hakeada y destruida por la sinrazón del odio ciego: No conozco a mi hakeador, pero lo imagino en la oscura mazmorra donde sufre reclusión gozosa en su deleite de hacer daño… Lo perdono, tanto como al presidente ilegítimo y a su claque… pero, no soy yo quien debe juzgarlo; será obra de este mundo y de jueces dignos, no mediatizados, y aún, rendirá cuentas en aquel otro lugar desconocido del más allá…

 En días pasados comprendí mi error, precisamente con motivo del hakeo de mi blog en la red y las consecuencias que trajo aparejado, tuve que reunirme con personas que creía me odiaban y querían destruirme; entonces me di cuenta de que yo odiaba más que aquellos que creía que me odiaban. ¡que lección de humildad la que me prodigaron! Todavía siento vergüenza de mí mismo y de inmediato establecí los correctivos que me permitan enmendar mi equivocación…

Entendí que el odio o la animadversión, una intensa sensación de desagrado, está presente en nosotros desde que Adán el «hombre sin ombligo», fue creado y echado del paraíso, pero también vi con claridad que el odio no triunfa, que no es un bien en sí mismo, que es un sentimiento de profunda antipatía, disgusto, aversión, enemistad o repulsión hacia una persona, cosa, o fenómeno, así como el deseo de evitar, limitar o destruir a su objetivo. Además, con la envidia, es la religión de los mediocres y no debemos, por tanto, albergarlo en nuestro ser porque es muy tóxico y destructivo, se reproduce y se extiende, por tanto, tenemos que cubrirlo de amor para neutralizarlo.

El odio no puede justificarse desde el punto de vista racional porque atenta contra la posibilidad de diálogo y de la construcción común. Es posible que las personas sientan cierta aversión sobre personas u organizaciones, incluso acerca de ciertas tendencias ideológicas como es el nuestro caso. Se puede presentar en una amplia variedad de contextos, desde el odio a objetos inanimados o animales, odio de uno mismo –aquel presente en forma protuberante en gobernantes en forma de una intensa sensación de desagrado que inconscientemente lo vuelcan sobre los gobernados destruyendo el equilibrio armónico de una nación y llevándolos –a veces- a la autodestrucción, u otras personas, grupos enteros de personas, la gente en general, la existencia, la sociedad, o todo.

    René Descartes (1596-1650), percibió el odio como la conciencia de que algo está mal, combinada con un deseo de retirarse de él. Baruch Spinoza (1632-1677), definió el odio como un tipo de dolor que se debe a una causa externa. Aristóteles (384-322 a.C.) por su parte, vio el odio como un deseo de aniquilación de un objeto que es incurable por efecto del tiempo. Por último, David Hume (1711-1766), cree que el odio es un sentimiento irreductible que no es definible en absoluto. Y en general, se considera al odio como lo opuesto al amor…

El odio y la envidia es la religión de los mediocres. Los reconforta, responde a las inquietudes que los roen por dentro y, en último término, les pudre el alma y les permite justificar su mezquindad y su codicia hasta creer que son virtudes y que las puertas del cielo sólo se abrirán para los infelices como ellos, que pasan por la vida sin dejar más huella que sus traperos intentos de hacer de menos a los demás y de excluir, y a ser posible destruir, a quienes, por el mero hecho de existir y de ser quienes son, ponen en evidencia su pobreza de espíritu, mente y redaños –fuerzas, bríos, valor-. Bienaventurado aquel al que ladran los cretinos, porque su alma nunca les pertenecerá.

 

 Y a rastras como ratas peludas, pasaron más de cuatro lustros oscuros, tiempos de amenazas ejecutadas, tormentosos, intransigentes y difíciles para unos, pero, paradójicamente y presenciando la destrucción del país, bienvenidos para otros; la patria se polarizó en dos toletes: viviendo bajo un mismo sol, bajo una misma historia, bajo una misma bandera nos dividimos como si fuéramos enemigos; pero parecimos ignorar que los opuestos son lo mismo, difiriendo sólo en el grado, y sabedores que los pares opuestos pueden ser reconciliados; aunque el amor y el odio son considerados antagónicos, situados en antípodas, el uno al otro enteramente diferente e irreconciliable, en la realidad no lo son.

Ambos son designaciones aplicadas a los dos polos de una misma cosa. Solamente odiamos aquello que amamos o hemos amado y nunca podremos odiar lo que nunca hemos amado. En una escala donde amor y odio antagonizan, en cualquier punto donde comencemos encontraremos más amor o menos odio, conforme ascendemos la escala; y más odio o menos amor conforme descendemos a las cercanías del infierno de Dante.

 

Miro el árbol de la vida de Graciela y mío:

Soy optimista a rabiar, fusionaremos voluntades en medio de la bulla que nos aliena, y en medio del vaho que nos asfixia la calma renacerá y reconstruiremos un mejor país con el auxilio de mucha de la fuerza que aún nos queda, la de nuestros hijos, la esperanza de nuestros nietos, el anhelo de nuestros conciudadanos y el recuerdo nítido de nuestros padres y maestros…

Elogio del olor a libro nuevo…

Un vívido, querido y fresco recuerdo a temprana infancia viene a mi memoria no más al abrir un libro recientemente adquirido sobre las Tragedias de Esquilo. Un libro empastado, no muy grande, verde oscuro, de hermosa tapa dura con filigranas de color oro haciendo de marco y papel calandrado no muy fino…

Antes de comenzar mi relato, tal vez sea útil referirme a la fisiología de la olfacción. La corteza olfatoria primaria donde toma lugar el procesamiento de la información de cuanto olemos, se enlaza con el hipocampo y la amígdala cerebrales. Apenas, dos sinapsis entre neuronas con axones no mielinizados separan el nervio olfativo de la amígdala, comprometida en experimentar memoria emocional. Adicionalmente sólo tres sinapsis separan dicho nervio del hipocampo, implicado con la memoria reciente y de trabajo. La memoria evocada por un olor es inusualmente potente. Por ello, al abrir el libro, la memoria olfativa almacenada en mi lóbulo temporal derecho, de inmediato me trasladó al inicio de clases de cuarto grado de instrucción primaria en el Colegio La Salle de mi ciudad natal, la Valencia de Venezuela.

Viendo al poniente, en un rincón a la izquierda, y en un recinto en apariencia insignificante, de puertas de alas muy altas que se asomaba a una estructura de tres pisos y al amplio patio asfaltado al cual se llegaba bajando por una amplia escalera, allí, tomaba asiento un cofre de tesoros…

 

Precisamente allí, a comienzos del año escolar debíamos hacer fila por grados para mostrar las listas de textos que nos correspondían ese año. Mientras más nos acercábamos a la boca de la estancia, más podíamos olfatear hasta el hartazgo, el suave aroma que despedían aquellos libros de reciente impresión dispuestos en montones  verticales.    La Gramática de Bruño, de hojas de tez pálida que con el paso de los años habrían de adquirir un tinte marrón mareado por efecto de la oxidación del papel; aquél otro de Historia Universal; éste de Historia de Venezuela; y mi preferido, el de Biología. De inmediato y con fruición lo hojeábamos para ser seducidos por sus numerosas figuras.

En él recuerdo haber conocido al ornitorrinco. El extraño animal causó en mí un gran impacto y curiosidad. Aquél mamífero con pico de pato, cola de castor y patas de nutria, ponedor de huevos, con largas uñas que en las patas posteriores del macho poseía un espolón capaz de secretar un veneno productor de intenso dolor, se desplegaba mansamente ante mis ojos. Nunca le olvidé, ni le olvido y sabiendo que provenía de las lejanas Australia y Tasmania, daba por sentado que tal vez nunca le conocería en físico; no obstante, me consolaba el que sin haberlo visto, si llegara a posarse al alcance de mis ojos, de inmediato le reconocería…

Mucho más adelante vinieron mis estudios médicos. Toda esa legión de enfermedades para aprender que formaban el core de la patología médica y de la medicina interna, y luego, el inmenso catálogo de entidades de la neuroftalmología. Siendo un impenitente desmemoriado ¿Cómo recordarlas?

Para poder evocarlas, me fabricaba un calco mental de un paciente virtual portador de la dolencia que se acercaba a mí, desplegando todos sus síntomas y signos. Aquéllos para reconocerlos verbalmente, por boca del paciente, porque las enfermedades tienen un lenguaje particular que las define; y éstos, si estaban en la superficie, para mirarlos y reconocerlos en lo que dura un parpadeo -0.3 segundos-, o si estaban ocultos bajo la opacidad de la piel, para extraerlos mediante maniobras semiotécnicas, exteriorizando así, la enfermedad intelectualizada.

De esta forma, y como con el ornitorrinco, enfermedades que nunca había visto pero cuyo modo de hablar y facciones conocía, se me hacían aparentes, permitiéndoseme buscarlas en los sitios donde moraban, ya, evidentes, ya arropados con máscaras de atipicidad, haciéndose entonces reales ante mí…

   Poco antes de mi viaje a USA, Universidad de California San Francisco atendí una paciente diabética, que, para mí, se trataba de una histérica; nada de que reprocharme; todo lo que no conocemos los médicos solemos atribuirlo a un defecto del paciente, jamás de nosotros. Esa señora mostrando una espantosa tiesura que hacía difícil acostarla y aún sentarla, mostraba en ese momento cara de aflicción, estiramiento brusco de las extremidades, manos crispadas en puño, piernas en máxima extensión y sacudidas musculares dolorosas.

 

¿Qué otra cosa podría ser sino una postura parecida a la de alguna de las miserables hísterotetánicas de Charcot…? Siendo mi repertorio de medicamentos muy precario y como tabla de salvación le indique Valium® (diazepam); para mi sorpresa, mejoró notablemente acrecentando mi falsa e ignorante creencia de que se trataba de un «problema emocional o funcional…».

Una vez en la bella San Francisco, ocupaba siempre alguna parte de mis tardes en su imponente biblioteca buscando información sobre los visto y oído ese día y cualquier otra información que se atravesara ante mis ojos. Leyendo un ejemplar de la revista inglesa The Lancet, me topé con un artículo de nombre muy sugestivo y enigmático que invitaba a su lectura: Stiff man syndrome, cuya descripción calcaba perfectamente en mi paciente e inclusive, el tratamiento era entonces precisamente con una benzodiacepina, tal cual yo, en mi ignorancia, le había indicado. Luego el síndrome pasó a llamarse Stiff person syndrome[1]; nunca más he atendido ningún otro enfermo(a) similar… Fue un diagnóstico que salió en mi búsqueda, un respingo afortunado y retrospectivo, pues primero atendí a la paciente y luego en forma involuntaria reconocí la condición patológica a través de mi ocasional lectura.  ¡Suele suceder…!

Luego de esta digresión y volviendo al tema del libro, resulta que nuestro fiel compañero, el libro y su aroma amigable a colegio La Salle , a biblioteca, está casi que, a punto de convertirse en una rareza, en un pterodáctilo del Jurásico, y hasta algunos aseguran que el estrecho amigo se encuentra en agudo trance de extinción –hora suprema que afortunadamente no presenciaré-, y que algunos románticos como yo, parecemos no conformarnos con su desaparición.

[1] El síndrome de la persona rígida –también llamado de Moersch-Woltmann o SPS, es un raro desorden neurológico en que el músculo se contractura y se torna tieso y doloroso en forma intermitente. La investigación sugiere que el síndrome de la persona rígida es un trastorno autoinmune, y que en las personas afectadas con el síndrome a menudo coexisten enfermedades autoinmunes como diabetes tipo 1 o tiroiditis.  El síndrome afecta a varones y mujeres y puede empezar a cualquier edad, aunque el diagnóstico durante la infancia es raro.

 

La conspiración revolucionaria la ha realizado un artilugio propio de los nuevos tiempos, el e-Reader, Amazon-Kindle o libro-electrónico, un ¨libro¨ con pantalla electrónica lanzado al mercado comercial en 2007, que se conecta de forma inalámbrica a una red llamada whispernet propiedad de Amazon, y que desde fines del 2009 puede usarse en cualquier parte del mundo que posea cobertura móvil de los operadores con los que Amazon ha colaborado (versión Kindle 2 international). El libro de marras, sin papel ni olor amistoso, pesa apenas 283 gramos (10 onzas), no emplea cables, posee una batería de larga duración; dependiendo de sus 4 modelos es capaz de almacenar entre 1500 y 3.500 títulos, pudiendo descargarse un libro de la red en menos de 60 segundos; tiene acceso a revistas, periódicos y blogs, y su coste es de $ 259.oo; los best sellers del New York Times que pueden ser adquiridos, valen $9.99   cada uno; hoy día, tal vez mucho menos con la masificación de la producción.

Mi cyberphobia (mi irracional temor o aversión a los computadores, blackberrys, iPhones, y teléfonos celulares; más específicamente, mi miedo o incapacidad para aprender nuevas tecnologías) y yo, parecemos resistirnos al cambio. ¿Cómo elaboraré la pérdida que expresada ya en tristeza percibo tan de cerca? ¿Cómo no voy a resentir la progresiva desaparición del libro ante el inclemente impacto de la técnica? ¿Cómo no voy a echar de menos ese cálido y amigable olor a libro nuevo?

           A través de mi querido y admirado amigo, médico, profesor, académico, embajador y bibliófilo, el doctor Francisco Kerdel-Vegas, cierta vez que fui a visitarle en su confortable apartamento en Chula Vista, teniendo entonces la dicha de ver el artificio por vez primera y apreciar con qué facilidad mi amigo interactuaba con el diabólico ingenio. Algún tiempo después    terminé teniendo el mío propio…

Bueno, creo que por anticipado y balbuceante, estoy absorbiendo el duro golpe tecnológico infligido en mi costado derecho, ese que me ha quitado el resuello. Si usted como yo, querido lector, ha estado dudoso en abrir los ojos y de una vez alcanzar el último vagón del tren del futuro que ya está presente, sepa que no está solo pero que aún tiene remedio.

Pero… después de todo, independientemente de nuestra edad, los seres humanos nacemos con recursos mentales para afrontar nuevos retos, para aprender nuevas técnicas, para diseñar un nuevo plan cuando aún no hemos concluido el actual, y ello de paso, nos aleja del fantasma de la muerte biográfica, la peor de todas, porque de la otra, seguros estamos.

          Cuando vivía en San Francisco de California, me enteré que las hamburguesas de una conocida cadena de comida rápida eran rociadas con un aerosol que le confería un gusto a la parrilla de carbones, y mire que eran deliciosas… Posteriormente, cuando hube de regresar a lar patrio, debía vender mi automóvil. Un amigo del hospital me sugirió comprar un spray con fragancia a carro nuevo, cosa que hice, siendo que la ficción me facilitó la venta.

En parte, los amantes de los libros en todas las comarcas del mundo han mostrado resistencia a embarcarse en el libro digital porque no pueden compararlo con la experiencia previa de leer un libro de papel, palpar y acariciar sus páginas volver hacia atrás una y otra vez, emplear un resaltador amarillo o escribir comentarios al margen. Pero, algo de esto está cambiando, al menos después de la aparición del Smell of Books™, un revolucionario aerosol enlatado con aroma de libro nuevo para rociar el e-book ¿Habráse visto?  Así que con la artimaña, la ficción de no perder lo perdido, parece un problema parcialmente solucionado…

  El spray, cuando descargues el último best-seller a tu libro digital, te permitirá sentir la misma excitación que cuando volvías de la librería con tu flamante libro hecho de árbol muerto bajo el brazo.

Total, la vida es en parte ficción y fiesta de los sentidos…