Elogio de las lisonjas de los médicos políticos hacia los gobernantes de turno y las presiones hacia sus colegas…

Hospital Vargas de Caracas en la nocturnidad…

La figura del médico ha sido secularmente amada y odiada, su pretendido control sobre el dolor, la muerte y lo oculto, suele desatar gran envidia entre muchos gobernantes y los adulantes de turno que les rodean. Por ello, Joane ¨Jo¨ Rowling (seudónimo de la escritora creadora de Harry Potter) escribió, ¨La grandeza inspira envidia, la envidia engendra rencor y el rencor genera mentiras¨. Los años gastados en su formación que incluye la adquisición de un extenso vocabulario profesional (se calcula en cerca de 55 mil palabras al completar sus estudios), largas horas de estudio, horas de sueño restadas a la vida, exámenes de suficiencia de toda laya y tolerancia a la frustración de no saberlo todo, está solo reservado a personas de coraje y decisión. Siempre el médico ha sido perseguido, maltratado, mal remunerado, se elaboran historias macabras a su costa, exigido de entrega total sin que se le permita pedir nada a cambio…

Recuerdo que siendo contando 37 años fui designado por la Sociedad de Médicos y Cirujanos, Presidente del Comité Organizador de las V Jornadas Científicas del Hospital Vargas de Caracas… Durante el Acto de Instalación el día jueves 27 de noviembre  de   1975   debía   pronunciar  algunas  palabras.  Estarían  presentes el Gobernador de Caracas y otros figurones de entonces. Durante la semana previa en varias ocasiones fui abordado por varios compañeros expresándome su preocupación por las palabras que yo iba a decir frente al poder, particularmente aquellos de las izquierdas que me consideraban blandengue, o los de derechas que pensaban que era un fiel aliado con el que podían contar. En horas de la noche recibí en mi casa la llamada de un conocido jefe de servicio, padre de un ministro, y cercano al partido entonces gobernante, que tuvo la osadía de llamarme  por teléfono a mi casa. Durante la misma me dijo, ¡Mucho cuidado Muci con lo que vas a decir…! Muy molesto con su prepotencia, por educación  y respeto no le contesté nada… Ya yo tenía escritas mis palabras y atravesando entonces el Hospital por una situación de carencia intolerable –situación hoy día aún más agravada pues es casi compatible con su destrucción-, no estaba dispuesto a modificar nada de lo que había escrito… Y así, dije lo que tenía que decir

¨El 16  de  agosto  de  1888  el Dr. Pablo Rojas Paúl, a la sazón,  Presidente de  la República de Venezuela,  exteriorizando  sentimientos  de  honda  raigambre  social, dispone la fundación de un Hospital Nacional, ¨de construcción análoga y régimen semejante al del Hospital Lariboissiere de París¨ y que habría de llamarse simplemente ¨Vargas¨ –a secas-, como homenaje al Sabio Reformador de los estudios médicos en el país, Dr. José María Vargas. Tres meses más tarde, en terrenos que hoy pisamos, conocidos como Potrero Pulinare y donde se ubicaba el ya clausurado Cementerio de San Simón y Las Mercedes, la muerte da paso a la vida, cuando los trabajos de banqueo de los terrenos, turban la paz de los sepulcros.

Un día 1º de enero de 1891, se ve al fin realizado el caro sueño del entonces Ministro de Obras Públicas, Dr. Jesús Muñoz-Tébar, quien habiendo puesto lo mejor de sus esfuerzos en su proyecto y ejecución, lo entrega listo para su inauguración con un insólito aforo de ¡Mil camas! Y es así como el Hospital Vargas recibe por vez primera, la visita de un jefe de estado, y en esa ocasión, en compañía del Gobernador del Distrito Federal, General Neptalí Urdaneta, en sencillo acto lo da por inaugurado. Ello significaba la visión futurista de aquellos hombres al poner en funcionamiento aquél Centro, que al decir de sus detractores era, ¨de imposible mantenimiento por  sus deformes proporciones¨, que durante más de sesenta años se constituiría en el Hospital General más grande de Caracas, y en centro de  referencia  por  excelencia  donde  llegaban  pacientes  desde  todos  los  puntos cardinales de la geografía patria.

Oscar Beaujon Graterol (1914-1990), biógrafo del Hospital Vargas de Caracas (Tomos I y II, 1961)

Pero no es sino hasta el día 2 de julio de 1891 cuando es acogido en su seno su primer paciente, Antonio Rodríguez, un humilde labriego que encontró en él protección y ayuda para su dolor, y tras sí, miles y miles de desheredados de la fortuna, de la salud y de la protección social, han traspasado sus umbrales para recobrar la alegría de vivir, encontrar alivio para su pena, o en el peor de los casos, ayuda en el duro trance de la muerte. Y a medida que el tiempo devoró calendarios, el Hospital Vargas fue marcando la pauta en la Medicina Nacional en sus aspectos asistenciales, docentes, de investigación clínica y experimental, o en proyección a la comunidad en momentos de epidemias o crisis de salud. De sus salas emergieron una pléyade de hombre, unos ya fallecidos, cuyos nombres recordamos con admiración, respeto y justo reconocimiento, y cuyas ideas y actuaciones son una invitación a la emulación: Razetti, Hernández, Rangel, Rísquez, Acosta Ortiz, Dominici, Dagnino, Conde Flores y muchos otros paladines de la  lucha contra la injusticia y el dolor. Otros vivos, esparcidos por el territorio nacional dando lo mejor de sí en su noble misión.

A la par que transcurre su vida, en el año 1936 acaece en el país un hecho de singular significación, la creación de Ministerio de Sanidad y Asistencia Social que como órgano rector de la Asistencia Pública debía dedicarse por entero en el terreno preventivo y curativo, a las múltiples endemias y epidemias que azotaban la Venezuela rural. El tiempo pasó y el progreso, que no se detiene, avasalla todo lo que no es renovado. La población de Caracas, en continuo aumento, rebasó con creces la capacidad de la vieja casona. Ocurre así, en 1956, la apertura del Hospital Universitario de Caracas, que moderno y monumental, pareció querer dar al traste con una gloriosa y útil trayectoria. Muchos médicos ilustres emigran a la nueva edificación. Otros, más románticos pero no menos ilustres y soñadores, no quieren abandonarlo ni se resignan a verlo transformado en un centro de segunda categoría, un hospicio para ancianos o asiento de una escuela de medicina de una congregación católica de importancia. Es entonces cuando el tesón y la fe de muchos de los que aquí me han honrado con sus enseñanzas y su amistad, pudo hacer, de lo poco que aquí quedó, no sólo un Hospital que mantuviera su jerarquía científica, sino que alentaron la idea e hicieron posible la creación de la Escuela de Medicina ¨José María Vargas¨ que muy pronto dio sus frutos en nuevas promociones médicas y más tarde, en gestación fecunda, enseñanza de postgrado de la más alta calidad.

En época cercana acontece un suceso de trascendencia histórica para el país, signado por el cambio, hace catorce años del concepto de carácter benéfico de la Asistencia Pública por uno más universal y humano, el Derecho a la Salud, que como derecho ciudadano queda asentado en nuestra Constitución, señalando al Estado como responsable de su implementación y cabal cumplimiento. Ochenta y cuatro años han pasado desde la visita del doctor Andueza y no en balde. Muchos años de trabajo continuado, intenso y agotador, de fructífera labor callada, de trayectoria cimera en la Medicina Nacional. Los que llegamos de último, entonces estudiantes bisoños que nos acercábamos temerosos al hombre enfermo, que al calor de la huella dejada por grandes hombres y mantenida con cariño por nuestros predecesores, aprendimos a sentir muy hondo y a querer al viejo recinto y a su humilde clientela, comenzamos a palpar muy de cerca e impotentes, como el desdén y la indiferencia iban matando lentamente al Hospital.

Corre parejo un drama similar en nuestro máximo organismo de salud, el Ministerio de Sanidad, donde al favor de una Venezuela opulenta, sin clara política de salubridad, crecen cerca de un centenar de grandes y pequeños dispensadores de salud, que como yerba mala proliferan en alarmante profusión arrebatándole su supremacía, atomizando responsabilidades, malgastando recursos y llevando a tumbos la salud del hombre venezolano en medio de una inexistente coordinación, objetivos y metas, de evaluación y autocrítica sincera y responsable va llevando a este caos asistencial de hoy día, en el que cada uno de nosotros toca una cuota de responsabilidad, sea por obrar a la ligera, sea por confundir aspectos eminentemente técnicos por otros extraños a la salud y a la actuación del médico, sea por expectación silenciosa y cómplice.

En esta cascada hacia el abismo de los últimos seis años, en medio de una bonanza económica nunca antes conocida, vemos con gran preocupación como los índices de salud se deterioran. Hace un año revelaban que desde 1969 la expectativa de vida al nacer había descendido por aumento de la mortalidad, especialmente la mortalidad infantil, la cual entre los años 1970 y 1973, se incrementó del 49.2 al 53.0 por 1.000 nacidos vivos, en tanto que la mortalidad general ascendía del 6.6 al 6.8 por 1.000 habitantes. Más alarmante, trágico e injusto nos parece el hecho de que la mortalidad infantil por una enfermedad emparentada con el hambre y la insalubridad como es la gastroenteritis, ascendiera del 50.6 al 51.6 por 100.000 habitantes, sin dejar de lado otras causas que también se elevaron, lesiones del parto, las sepsis y el sarampión; todas ellas, condiciones prevenibles y potencialmente erradicables con programación y recursos adecuados. Es nuestra impresión de que la lenta muerte de nuestro Hospital en pequeño, y el progresivo deterioro de la Asistencia Pública en el país en grande, que vemos ocurrir con amargura, es con mucho producto de nuestra apatía, improvisación, ineficiencia, falta de mística y seriedad de mucha gente. En lo particular, nuestro Hospital ha ido perdiendo logros que no sin esfuerzo se obtuvieron en el pasado hasta llegar a un estado tal, en que sinceramente hemos creído y escrito que debería ser cerrado, sobre la marcha enmendar sus fallas con el leal concurso de todos, y reestructurado en sus aspectos administrativo, físico y asistencial porque como está, constituye un riesgo para la colectividad que solicita sus servicios.

A la par que la Institución se ha ido deteriorando, y de que múltiples quejas, reclamos, sugerencias  y  posibles  soluciones  son  desoídas  o  ignoradas,  este  morbo  dañino parecer querer acabar lo que siempre fue nuestro mayor orgullo, la mística y vocación de servicio de un cuerpo médico que va siendo llevado sutilmente a la desesperanza y frustración hacia lo que hemos llamado, la resignación depresiva, en la que no se levanta ya una voz de protesta, en que no se sabe con quién hablar, a quién recurrir, en que no se sabe si los ofrecimientos reiterados no serán más que eso… Pareciera significar esto, que se desconoce la tragedia nuestra de todos los días, de que la verdad es desconocida por las autoridades o ha sido ocultada, y de que nuestros problemas no van a ser resueltos…

Hay  muchos  medios  de  protesta,  desde  el  silencio  denunciante  hasta  la  huelga paralizante. El cuerpo médico del Hospital Vargas de Caracas a lo largo de su historia ya casi centenaria, se ha caracterizado por ser poseedor de una mística a toda prueba, y ha sido el sentir general que una huelga médica, lejos de beneficiar a nadie, perjudica a los que supuestamente pretende ayudar, a los pacientes. Es por ello que queremos que se sepa, que a pesar de la situación crítica que vive nuestra Institución realizamos esta, nuestras V Jornadas Científicas como una manera de protestar ante las autoridades competentes y la colectividad en general por el abandono en que se nos ha sumido. En los  momentos  más  apremiantes  de  la  vida  del  Hospital,  quiere  significar  que  sus médicos están en sus puestos al lado de sus paciente, con la mejor buena voluntad para dar una más adecuada y humana atención a nuestros enfermos y que esperamos, con sobrada fe y optimismo, que las autoridades nos solucionen nuestros ingentes problemas de presupuesto, dotación, suministro y mantenimiento. No es una protesta que destruye, es una protesta creadora que quiere dignamente llamar la atención de los que están el deber y obligación de ayudarnos.

Dentro de poco Venezuela, para beneplácito de todos, habrá recuperado para sí la total soberanía de su subsuelo. El petróleo, el hierro y otros tantos bienes con los cuales Dios nos prodigó, serán del todo nuestros. Nada se habrá hecho mientras esa riqueza no se traduzca en un mejoramiento efectivo del nivel de vida de la poblacióon… Muchas gracias¨.

Siempre ha sido y parece que siempre será su sino mientras permanezcamos anclados al pasado, viendo sucesion de dictadores de pacotilla, crasos ignorantes de la realidad y opulentos ladrones que han vendido nuestra soberanía a una isla de oprobio… CUBA. Vemos como algunos de nuestros colegas de acercan al dictador y traicionando sus principios, le entregan la conducción de la salubridad a cubanos incompetentes que medran en nuestro territorio y deciden acerca de nuestras vidas a su antojo….

 

 ¨Espero tener siempre suficiente  firmeza espiritual y virtud para conservar lo que considero el más envidiable  de todos los títulos: el carácter del hombre honrado¨

George Wshington

Elogio a un caso ¨cualquiera¨ de infarto del miocardio…

Esperando que me contestara que ingresaría en shock cardiogénico, edema agudo del pulmón, fibrilación ventricular o taquicardia ventricular, le hice esta pregunta a un estudiante de sexto año de medicina en un examen final…

-“A  ver  bachiller,  ¿Cuál  es  la  situación  más  grave  que  en  podría  presentarse  un infartado del miocardio a un servicio de emergencias y según el caso, cuál sería su conducta…?”

Sin dudar un momento el joven me replicó,

-“¡En muerte súbita, doctor!”

¡No deja lugar a dudas! El dolor y el sufrimiento son matizados por la condición sociocultural de las personas. Los hay aquellos que nos quejamos con vehemencia por cualquier necedad, dolor o presión, un hormigueíto en la nuca, alguna indigestión pasajera o un dolor lumbar mecánico luego de estar inclinado puliendo el automóvil, cargar un objeto pesado o cualquier otra actividad inusual; otros, a pesar de sufrir una condición que está produciéndoles un intenso sufrimiento, con estoicismo de fakir no se quejan ni muestran mortificación alguna. Mi hermano Luís, cuando era estudiante de odontología, visitaba con un compañero de curso un dispensario en un barrio pobre de Valencia para ayudar a esas gentes y de paso entrenar sus manos en el arte de emplear las tenazas. El estado de la dentadura de esos desposeídos de toda fortuna era tan precario, que casi todos terminaban en  exodoncias.  Antes  de  comenzar  su  faena,  alineaban  a  los pacientes en las sillas de la sala de espera y en sucesión, iban aplicando el anestésico. Luego en la misma secuencia, los iban pasando a sentarse en el sillón odontológico. En una de esas, mi hermano notó que cuando lujaba la pieza dentaria a un enfermo para extraerla, este  se  aferró  con  gran  fuerza  al apoyabrazos de  la  silla  de  la  unidad. Prosiguió su trabajo y le extrajo dos muelas de un envión. Al término le dijo, –

-“¡Caramba!, ¿Cómo que no te pegó la anestesia…?”

Al tiempo que con un pañuelo sucio se sujetaba el cachete ya tumefacto, el joven respondió medio sonriente, balbuceante y con un hilo de voz…

-“¡Adiós cará doctor, usted a mí no me puso anestesia…!”

Parece como si al través de sus vidas, estos seres se hubieran ido preparando para elevar y elevar, tanto y tanto el umbral del dolor, hasta alcanzar un lugar del dolorímetro donde ya nada es más doloroso que la vida que viven y han vivido… La pobreza, la exclusión, la privación y el hambre, el dolor físico y emocional, las continuas pérdidas de toda laya que sobrepasan magras gratificaciones, la partida precoz de hijos, familiares y amigos fallecidos de muerte natural los menos y baleados por el hampa común los más, les templa tanto el espíritu y el aguante, que los infelices llegan a no sentir dolor físico alguno…

 Doctor Gilberto Morales Rojas (1915-1968)

Al doctor Gilberto Morales Rojas (1915-1968), cariñosamente le llamábamos “el viejo Morales”. Era el Jefe del Servicio de Cardiología del Hospital Vargas de Caracas y para el momento de mi narración también el Director del Hospital. Allá por el año 1962 mis compañeros Rafael Valecillos Valecillos, Irán Rodríguez, “el negro” Jesús Torres Solarte y yo, hacíamos nuestra residencia de posgrado de medicina interna. Cuando teníamos problemas de diagnóstico con pacientes de la emergencia o de las salas, lo cual era harto frecuente, íbamos al Servicio de Cardiología en busca de ayuda. Allí encontrábamos al doctor Hernández Pieretti (1931-2010), gran semiólogo cardiovascular y experto en pulso venoso del cual poseía películas extraordinarias filmadas por él mismo -se extraviaron a poco de su muerte-, y al doctor Gustavo Fuenmayor Rodríguez (1928-2021), muy  inteligente,  reservado, brillante,  pragmático  y  sencillo,  todos  ellos  siempre  dispuestos a resolver las dificultades de nuestra profunda insipiencia. A decir verdad, éramos tan inmaduros y prejuiciados que no solíamos preguntarle al “viejo Morales”, pues tenía aspecto de charro mexicano con sus bigotes chorreados, no usaba bata blanca, siempre estaba en traje de calle y por ello pensábamos que no debía saber mucho ni mucho menos podría estar dispuesto a enseñar.

 

Un mediodía caluroso y pesado fuimos a enjugar nuestras lágrimas de ignorancia con nuestros profesores y amigos cardiologos en las salas 1 y 10 . No se encontraban accesibles al momento. Cuando nos disponíamos a retirarnos, una voz ronca y profunda con acendrado acento gocho nos dijo, -“Bien, ¿qué se les ofrece, para qué los buscan, cuál es el problema…?” Era el “viejo Morales” quien habiéndose sentido aludido por nuestra conducta indiferente y despectiva, se expresaba.

-“Bueno, esteee… un paciente que traíamos para que nos lo auscultaran…”

-“¿Cómo?, ¿Para qué lo auscultaran o para realizarle un completo examen cardiovascular?“ Respondió con voz más grave y visiblemente molesto.

Los pacientes no se auscultan, se examinan. La auscultación es sólo una parte de lo que siempre deben hacer completo: Los pasos semiológicos de observación, palpación, percusión y … auscultación. A ver, ¿adónde está el paciente…?”

Y allí ocurrió un momento milagroso que marcó profundamente nuestros corazones y nuestro decurso científico: Queríamos aprender y el mejor profesor nos tendía sus manos compasivas y bondadosas para enseñarnos. Tenía una extensa biblioteca y a menudo, nos llevaba algún volumen de alguna revista prestigiosa de cardiologia, con forro y tapas de cuero rojo, nos los prestaba amable y bondadosamente. Nos adoptó como sus hijos intelectuales,  y  así,  comenzamos  una  relación  de  cercana  amistad, un  parentesco nacido de un gran afecto mutuo y de frecuentes lecciones sobre casos clínicos y situaciones ordinarias que sus manos e intelecto siempre se hacían extraordinarias. No era infrecuente que enviara por nosotros a la camarera de la sala 10 donde casi siempre se encontraba, mientras estábamos en la emergencia para que viéramos con él, algún paciente con un hallazgo semiológico inusual o demasiado usual.

-“¡Les llama el doctor Morales, que vayan inmediatamente…!”

En un pequeño cuarto a la entrada de la Sala 1, nos mostraba en un radioscopio antidiluviano que parecía chisporrotear cada vez que apretaba el pedal de encendido, los aneurismas de la punta del corazón de enfermos chagásicos que ya había diagnosticado por palpación -y sacando sus manos del pecho del paciente nos pedía colocar la nuestra para percibir el choque dela punta y el movimiento paradójico del músculo cardíaco en su palpitar-. Luego, no contento con ello, nos mostaba aquella anormalidad terrible producida por el Schizotrypanum cruzi que por entonces se sebaba en pobres campesinos. Sólo había un peto de plomo protector de radiaciones, que por supuesto, vestía él. Así que de allí salíamos con picor en todo el cuerpo. Aunque me paraba detrás de él,  y además, cubría mis genitales con las dos manos pues temía quedarme ¨chiclán¨ 〈estéril〉 de tanta radiación que cogí en mis partes púdicas por aquellos días de aprendizaje emocionado… ¡Dios nos protegió!

Un día al observarme auscultando, me dijo que yo no sabía auscultar, pero que él me enseñaría… Me alcanzó una hoja papel en blanco, y me pidió que trazara una línea horizontal y luego, dos líneas verticales, una más larga y otra más chica, que serían el primero y segundo ruido, luego dos espacios de diferente longitud que las separara: serían estos, el pequeño y el gran silencio.

-“Ahora, toca concentrarse en el primer ruido ¿reforzado, apagado, desdoblado? Desdeñe cualquier otro ruido. Concéntrese en él. Haga de cuenta de que no existen otros fenómenos auscultatorios. ¡Dibújelo…!

-“Ahora el gran silencio, – ¿hay algún ruido o soplo conectado con este espacio?” Prosiga ahora con el segundo ruido – ¿desdoblado, relación con los movimientos respiratorios, ¿Qué sucede con los movimientos respiratorios, al inspirar y espirar? Cámbielo de posición, ¿decúbito lateral izquierdo?”. Todo en perfecta sucesión para hacer de aquel ejercicio auscultatorio un bien provechoso…algún componente predomina sobre el otro?”-. Luego el pequeño silencio. Y así, comulgando exclusivamente con cada ruido y cada espacio y dibujando en el papel, usando la campana y la membrana, así aprendimos el arte de la auscultación a la misma cabecera del enfermo. Cada acierto nuestro, asomaba a su rostro la sonrisa de satisfacción y orgullo del verdadero Maestro.

En una ocasión, inmersos en este ejercicio diario, apenas si pusimos cuidado en observar el viejito de la cama 9 que se desplazaba a cortos pasos por el centro de la sala, dirigiéndose a su lecho al tiempo que llevaba en sus manos una bandeja de metal con su magro almuerzo. Un cuadro sincopal, pérdida transitoria de la conciencia, y zas, bandeja y humanidad que caen al piso en medio de gran estrépito… El viejito se desparrama por el suelo cuan largo era. Del fondo de la sala brinca de su cama un zambo barloventeño alto, fornido y desdentado; Apolinario Bolívar lo mentaban. Se abalanzó sobre el viejito y sin doblar las rodillas, lo tomó en vilo entre sus brazos y de prisa lo llevó a su cama quedándose a su lado para contemplar las precarias las medidas de reanimación que entonces podíamos realizarle. Un bloqueo cardíaco aurículo-ventricular completo y una crisis de Stokes-Adams 60… para entonces, atropina y ninguna otra parafernalia…

-“Mire amigo Muci, solía decir el gran clínico francés Armand Trousseau (1801-1867), “No hay enfermedades, sólo enfermos”. Mis pacientes infartados de la práctica privada suelen exhibir un comportamiento ante la enfermedad muy diferente de aquellos otros con los cuales uno lidia a diario en las salas de este Hospital, en cuyos cuerpos el aguante, la tolerancia y el umbral de dolor son elevadísimos, pues, son personas que tienen como blasón el sufrimiento y la privación desde que nacen y por tanto, han aprendido a infravalorarlo y tolerarlo… Ninguno de aquellos hubiera sido capaz de un acto heroico espontáneo como el que acabamos de presenciar en Apolinario. Tan aterrorizados como están por la perspectiva de enfermedad, se habrían inhibido de moverse o habrían muerto en el intento… Mire cuánta reserva miocárdica, ¡qué se yo…!,  más bien cuánta reserva de hombría, guáramo y espíritu de solidaridad… A pesar del extenso infarto de la cara anterolateral del corazón por el que ingresó en edema agudo pulmonar hace apenas tres días, lo que le resta de fibra muscular cardíaca respondió hermosamente espoleado por elevados  sentimientos  del  espíritu,  de  altruismo  y  solidaridad,  permitiéndonos presenciar un sublime acto de identificación con el que menos tiene, con el que más sufre, virtud de hermandad y de empatía…”.

¡Qué afortunados fuimos…! Cómo añoro aquellos momentos felices durante los cuales cargábamos a reventar nuestras alforjas con conocimientos y experiencias crecedoras para el largo camino de nuestras prácticas médicas, tan lleno de pequeñas gratificaciones y grandes decepciones… Ha transcurrido 54 años y sin embargo, aquí le llevamos terciado en el corazón -como el fonendoscopio-, no le hemos olvidado y su recuerdo está siempre presente al momento de calzarnos diariamente los auriculares del estetoscopio Leatham que hizo traer de Inglaterra para mí:

Me arrepiento mucho de nunca haberle llamado como merecía… ¡Maestro!

60 El síndrome de Stokes-Adams se define como una pérdida del conocimiento que a veces se acompaña de convulsiones y relajación de esfínteres debida a un un paro cardíaco o a alguna arritmia de corta duración; en  un 50-60%  de  los casos se debe a un bloqueo del impulso nervioso entre la aurícula  y el  ventrículo  (bloqueo A-V completo),  bloqueo  sinoauricular  en  un 30-40%  y taquicardias o fibrilaciones paroxísticas en un 0-5%.

Elogio a Hutchhinson, la dilatación pupilar unilateral y hernia intracraneal transtentorial…

 

 

 Sir Jonathan Hutchinson y cerebro visto por su parte ventral mostrando una hernia del hipocampo rechazando el tallo cerebral hacia la derecha.

Observar una de las pupilas dilatada en forma aguda suele tener un tufillo a tragedia… particularmente si el médico que la evalúa carece de toda sofisticación al examinar este pequeño gran sensor neurológico que es la pupila. Suele el novel oír en sus estudios de semiología de tercer año de medicina o en  su  pasantía  por neurología  clínica, el ominoso significado de una pupila paralítica y fija porque suele indicar un enclavamiento o descenso de parte del cerebro a través de la hendidura de la tienda del cerebelo por efecto de la hiperpresión, lindero entre el cerebro por arriba y el cerebelo por debajo, producido por una colección sanguínea o tumoral hemisférica que empuja hacia abajo el tejido cerebral, si se quiere, un toque de ánimas que clama por su resolución neuroquirúrgica inmediata.

Recibe el eponímico de “pupila de Hutchinson”, por haber sido Sir Jonathan Hutchinson (1828-1813), neurólogo inglés, gran observador y recolector de datos, descriptor de signos y síndromes novedosos, y uno de los clínicos más brillantes de su época, excelente profesor y maestro de la medicina, que según W.B. Bean, de existir un Premio Nobel para Maestros, Jonathan Hutchinson lo hubiera merecido, quien la describiera en hemorragias cerebrales que, produciendo la citada hernia a través del hiato de la tienda del cerebelo, comprimía el tercer nervio craneal en la base cerebral, produciendo una pupila ampliamente dilatada, fija y sin respuesta a la luz directa, siendo que su homónima contralateral solía ser normal. Pero resulta que los pacientes portadores de una pupila de este mal temperamento y pronóstico, siempre tienen un trastorno agudo de la conciencia y nunca ocurren al médico por pasos propios ; antes bien, son conducidos hasta él en brazos solidarios de familiares, amigos o bomberos… Lo opuesto ocurre con la pupila de tónica de Adie-Holmrd o parálisis parasimpática benigna, en la cual una persona habitualmente saludable, especialmente si tiene el iris claro se percata de que tiene una pupila ampliamente dilatada al verse en un espejo, o bien, cuando -alarmados- se lo hacen saber sus allegados.

No es raro recibir una llamada a media noche luego de un día de angustias y de atención a aporreados por la saña de la enfermedad y cuando el cuerpo pide reposo y el  músculo  se  relaja.  El  teléfono,  que  a  esa  hora  no  puede  sonar  menos  que implorante  y en medio del bullicio de una fiesta, pone al habla a un sujeto que dice ser médico, cuya tasa etílica parece muy elevada, diciéndole que su esposa se ¨está enclavando allí mismito¨, porque se lo ha dicho un neurocirujano presente que supongo en similar condición al hablante. Resulta que la señora tiene el iris claro y en esas circunstancias, es más fácil apreciar una pupila dilatada que en esas otras personas de iris oscuro…

¨Bien –le replico- si está caminando y pasándola bien, créame que no tiene ninguna significación de emergencia¨. Cuando al fin el otro le entiende que bien puede esperar hasta el día siguiente, usted tratará de dormirse de nuevo rodeado de diablitos que le hincan sus tridentes, mientras él continuará saboreando sus tragos, olvidando la resaca que le espera el día siguiente y no recordando nada de su esposa y de su pupila dilatada…

La  pupila,  esa  pequeña  gran  ventana  neurológica   le  jugó  una  mala  pasada  a  un profesor nuestro de física y óptica en el Liceo Andrés Bello de Caracas en 1955. Encontrándonos en la pensión de Doña Ángela de Ponte Urbaneja, un día mi hermano Franco hizo un aterrador descubrimiento y me llamó con premura. De pie frente al espejo de baño, me dijo que mirara sus pupilas  reflejadas;  de  inmediato  apagó  la  luz  y  las  pupilas  se  dilataron,  luego  la encendió de nuevo y las pupilas se hicieron muy pequeñas. Repitió conmigo el experimento y sucedió lo mismo… Sin duda, ¡estábamos muy enfermos! Muy preocupado le dije que tal vez el profesor ¨A…¨ de física y optica, nos podría sacar de nuestra duda al día siguiente. Y así, le contamos el incidente de la pupila. Se quedó mirando al vacío, y como única explicación nos dijo,

¡Dejen de hacer eso jóvenes que se les van a dañar los ojos…!

Los hospitales públicos son sitios de fina sofisticación clínica o de aberrante ignorancia en acción, esto último, especialmente en las emergencias, donde se aposentan los menos experimentados y donde tragicomedias de toda índole tienen lugar, situaciones particulares y estrambóticas, esas, que nos mueven al mismo tiempo a la compasión y la risa.

Nos lo contaba una alumna que entonces hacía su postgrado de oftalmología en el Hospital Militar “Dr. Carlos Arvelo” de la ciudad de Caracas. Resulta que llegó un cadete perteneciente a la Escuela Naval acompañando a su novia pizpireta, que iba a ser evaluada en su servicio… Todo rígido, engolado y níveo, se paseaba petulante por los pasillos emanando y luciendo, cual pavo real, su aire marcial. Siendo que había transcurrido mucho tiempo, la joven no salía  y él se sentía cansado, optó por sentarse en una silla disponible. Pero el inocente ignoraba que precisamente en ese pasillo, adyacente a la Consulta Externa de Oftalmología, solían sentar en hilera a aquellos pacientes cuyas retinas iban a ser examinadas y necesitaban ser dilatados para obtener una pupila amplia -midriasis- que permitiera una mejor observación.

Pues bien, una vez en la fila de sillas, no se percató de que de tiempo en tiempo pasaba una enfermera con un frasquito de colirio midriático 65 aplicando una gota en cada ojo de cada paciente. Distraído y aburrido como estaba, el cadete en cuestión solo sintió cuando su cuello fue extendido hacia atrás y una gota ardientosa cayó en su ojo derecho. Reaccionó de inmediato molesto y pidiendo una explicación. Una vez que le fue dada, se alejó enjugándose con un nevado pañuelo las lágrimas producidas por el ardor del fármaco… Habría transcurrido una media hora cuando comenzó a sentirse raro, mareado y descompuesto. Se asustó mucho frente a un enemigo desconocido al que no podía ver; él, tan saludable como suponía que era. Alguien le sugirió que se dirigiera a la Emergencia del Hospital porque podía ser algo serio. Allí llegó pálido, desencajado, con saltos en el pecho, muy frío y asustado. Un residente de neurocirugía, de esos llamados “gatillo alegre”, que tantas veces merodean en esos predios, que no hacen del pensar un ejercicio intelectual sino que la acción es su divisa, sin mucha indagación ni explicación le metió tremendo puyazo en  la región  lumbar  para  practicarle  una  punción sospechando un sangrado subaracnoideo 66; pero, para su sorpresa, el líquido cefalorraquídeo era límpido, incoloro y con aspecto de “agua de roca”…

-“¡Caramba! -se preguntó rascando su cabeza con un dedo – ¿Cómo puede ser que con un sangrado subaracnoideo el líquido sea tan claro, agua de roca?”

La punción lumbar, a más de estar contraindicada en presencia de una pupila dilatada por la posibilidad de inducir una hernia intracraneal transtentorial o descenso de las amígdalas cerebelosas había sido una conducta censurable; su ligereza le mereció una seria reprimenda por parte del neurocirujano superior que ante el desaguisado, optó por llamar de inmediato al oftalmólogo de guardia. Mi alumna se acercó a aquel conjunto de lividez y temblor incontrolable, y al ver aquella pupila en extremo dilatada le preguntó sin dudar…

“Cadete, tenga la bondad, ¿Recientemente le han aplicado algún colirio en este ojo…?” Era esa la pregunta que cabía precisamente, antes y después…

 

65 Los agentes o colirios midriáticos son sustancias que producen dilatación de la pupila.

66  La hemorragia subaracnoidea espontánea se define como la salida de sangre al espacio subaracnoideo, sin relación con trauma craneoencefálico, no es raro que corresponda a la ruptura de un aneurisma intracraneal y la cefalea es uno de sus primeros síntomas. En esas circunstancias de líquido cefalorraquídeo suele estar teñido de rojo.

Elogio del árbol de la vida…

Cerro Tepuy Autana

Como suelo emplear la metáfora del árbol de la vida para iluminar las tarjetas navideñas que cada año envío a mis afectos, he pensado que sería útil relatarles una de tantas historias, en este caso de nuestro país, Venezuela;  si bien es cierto que el concepto existe en muchos otros relatos y dibujos de artistas provenientes de muchas latitudes, en nuestro caso limito el tronco del árbol a Graciela y yo como fundadores del clan Muci-Facchin, y en sus ramaje mis tres hijos, Rafael Guillermo , Gustavo Adolfo y Graciela Cristina con sus respectivos consortes que vienen a ser sus amados frutos… Siempre finalizo elevando una plegaria por nuestro olvidado y agredido país…

En el Amazonas Venezolano se erige el Tepuy cerro Autana, llamado por la tribu indígena piaroa Euwabey o Kuawai o «Árbol de la Vida», o Calieberri-Naé pues, en su cosmovisión la leyenda cuenta, que, al principio de los tiempos, la especie humana, antes de transformarse en los hombres y mujeres que actualmente somos, se encontraba viviendo en los cuerpos de sus antepasados animales; estos animales vivían guiados por un Chamán, el cual era respetado y obedecido por la comunidad. Debido a la escasez de frutos en la selva, el Dios Wahari ordenó a los animales derrumbar el árbol de la vida para comer los frutos que habían de él, y de ese árbol, quedó solo el tronco el cual permanece allí y es ahora conocido como el famoso Tepuy Autana, el sitio sagrado donde transmigran las almas de los muertos. En resumen, los piaroas denominan al cerro, Autana, como lo que significa, árbol de la vida y, como evidencia, solo quedó el tronco cortado, el tepuy Autana o Kuawai.

“Del Árbol de la vida, sólo el tronco permanece. Ustedes, los criollos, lo llaman Cerro Autana. Para nosotros, los piaroas, es el Kuaimayojo, el tocón petrificado del Wahari-Kuawai, a cuyo alrededor Mereya Anemei creó el universo: los ríos y raudales, las montañas y la selva, los animales, la lluvia y el espacio celeste. Este es nuestro territorio de origen. Esta es, para nosotros la tierra sagrada”.

El tepuy Cerro Autana fue declarado monumento natural en 1978. Es uno de los tepuyes del sur de Venezuela, con aproximadamente 1.300 metros de altura. Dentro de la montaña, hay una cueva formada enteramente de cuarzo, que mide 400 metros de longitud y 45 metros de altura

El Cerro Autana fue declarado monumento natural el 12 de diciembre de 1978 bajo el Decreto N° 2.987, Gaceta Oficial Extraordinaria N° 2.417, en conformidad con la Ley Aprobatoria de la Convención para la protección de la Flora, de la Fauna y de las Bellezas Escénicas Naturales de los Países de América. Esta Gaceta demuestra el extraordinario compromiso que una vez tuvo Venezuela con la conservación del Sur del Orinoco, y así, se decretaron 4 parques nacionales: Duida Marahuaca, Yapacana, La Neblina y Jaua-Sarisariñama; así como los monumentos naturales Cerro Autana y Piedra del Cocuy. La consideración del Decreto para asignar la categoría de “monumento natural” al Cerro Autana:

¨Que el cerro Autana, situado en la zona montañosa al noreste del Territorio Federal Amazonas, en jurisdicción del Departamento de Atures, representa un valioso recurso, no solo escénico sino también científico, el cual alberga la cueva más antigua que se conoce, así como otras cavernas únicas en el mundo formadas enteramente de cuarcitas¨

Don José Muci Abraham y Misia Panchita Mendoza –circa 1932-

He recogido esta idea primigenia para significar, en nuestro caso, la fusión del cedro libanés que representa a mi padre, y la hermosura de alma y corazón de mi madre que encarna la altivez de la flor de bora (Eichhornia crassipes) del río Guárico.

De los frutos desparramados del gran tronco y verde ramaje perpetuode nuestros padres, nacimos nosotros, sus hijos y nietos para festejar nuestro humilde origen y consustanciarnos con nuestras raíces y nuestra tierra venezolana sintiendo el dolor y la impotencia ante su reiterado ultraje por malparidos y vendepatrias. Tuvimos esperanzas de que la deshonra durara un tris, pero el sentimiento a poco se desvaneció, pues lejos de que los virtuosos y honrados contagiaran de valores a los malos y deshonestos, sucedió todo lo contrario, los honestos fueron contagiados por los malos, y ¡como…!

Es lo que ocurre de tiempo en tiempo, que los buenos no son tan buenos y los malos son los peores, nos contagian rapidito con su morbo y llegan a nuestro precio, porque todos tenemos un precio para ser comprados por altísimo que sea, lo justo y saludable es mantenernos a distancia de la flama, porque el rabo de paja, que también tienen los justos, aún minúsculo, coje también candela…

Los Muci Mendoza – circa 1950-

¿Cómo sacar fuerzas de flaquezas…? He visto moribundos recuperarse por completo con la plegaria de rodillas de una madre desesperada; he visto enfermos plagados por un cáncer invasivo y sin fuerzas ni esperanzas, hacer retroceder al íncubo y sanarse por completo; he visto malvados y malucos ser poseídos, como Ebenezer Scrooge, del cuento de Charles Dickens ‘A christmas carol’, cambiar al recibir los valores esenciales que nos transmite la Natividad de Jesús: El valor de la bondad; la empatía como valor fundamental entre las personas, y la caridad y solidaridad hacia los más necesitados; quien quita que transforme a aquellos duros de corazón y ávidos de riqueza fácil con sabor a sangre, con capacidad de rectificar.

«Haz todo el bien que puedas. Por todos los medios que puedas. En todas las formas que puedas. En todos los lugares que puedas. En todo momento que puedas. A todas las personas que puedas. Mientras puedas.»

—John Wesley (1703-1791) teólogo