Elogio de los aneurismas intracraneales: Un sobre-bomba con nombre propio…

No está previsto en nuestras mentes que un hijo fallezca antes que sus padres. La muerte de un hijo es una experiencia única, muy dolorosa y devastadora. Un querido familiar muy cercano sufrió semejante tragedia.  Uno de sus hijos varones de 46 años, agradable, risueño y amoroso, químico exitoso radicó su domicilio en San Francisco de California, estaba diseñando una nueva droga para el tratamiento de la insuficiencia cardíaca… Aficionado al velerismo, tenía una embarcación y salía a bogar con amigos en la hermosa Bahía de SF cada domingo. El viernes anterior al suceso le comentó a un compañero de regatas que no se sentía bien. Las características de ese malestar nunca pudieron ser definidas. Aquel le llamó varias veces el fin de semana, pero no obtuvo respuesta. Suponiendo que algo malo le había ocurrido pues vivía solo, pudo asomarse por una ventana y le vio tirado en el suelo. Los bomberos violentaron la entrada y le encontraron en estado de un profundo coma…

En el hospital determinaron que había tenido un sangrado subaracnoideo por rotura de un aneurisma de la arteria comunicante anterior derecha. Aunque lo embolizaron, ya el mal estaba hecho… Habían transcurrido 36 horas desde el accidente y si sobrevivía podría anticiparse un estado vegetativo permanente. Al ser consultados sus padres y otros familiares, mortificados y desechos por el dolor, ante las pobres opciones de recuperación optaron por retirarle el soporte tecnológico vital que lo ataba a una vida que ya no era, ni sería vida; en pocos minutos falleció…

 

  • Veamos algunos hechos que pueden salvar vidas:

 Se estima que 6 millones de personas en los Estados Unidos tienen un aneurisma cerebral, es decir, 1 de cada 50 personas. La presencia de aneurismas intracraneales ocurre hasta en un 6% de la población general.

 En los Estados Unidos la rata anual de rotura es de aproximadamente de 8 a 10 por cada 100.000 personas, es decir, unas 30.000 personas sufren la rotura de aneurisma cerebral. Un aneurisma cerebral se rompe cada 18 minutos. Una vez rotos, son fatales en un 40% de casos, y de los que los que sobreviven, aproximadamente un 66% quedan con algún déficit neurológico residual y permanente.

 Aproximadamente el 15% de los pacientes con aneurisma y sangrado subaracnoideo mueren antes de llegar al hospital. La mayoría de las muertes son debidas a un sangrado rápido y masivo no corregible por intervenciones médicas o quirúrgicas.

 4 de cada 7 personas que se recuperan de un aneurisma cerebral roto tendrán grados variables de discapacidad.

  • Los aneurismas cerebrales son más frecuentes en personas con edades comprendidas entre los 35 y 60 años, pero ocasionalmente pueden ocurrir en niños. La edad promedio cuando se produce la rotura es de 50 años y no hay por lo general signos de advertencia.

 La mayoría de los aneurismas son pequeños, aproximadamente de ± 25 mm, y un 50 a 80% de todos los aneurismas no se rompen en el curso de la vida de una persona. Aquellos mayores de 25 mm (una pulgada) se denominan aneurismas «gigantes», suponen un riesgo particularmente alto y pueden ser difíciles de tratar.

 Las mujeres sufren de aneurismas cerebrales más que los hombres en una relación de 3:2.

 Los afroamericanos tiene una rata de rotura mayor que los blancos, 2.1:1.

 Los hispanos tienen casi dos veces la tasa de rotura de los blancos (una relación de 1.67). La mayoría de las personas con estos aneurismas permanece completamente asintomática y generalmente no están conscientes de su presencia.

 Es mi impresión que la falta de diagnóstico precoz de un sangrado subaracnoideo en nuestro medio es debido a que cuando el paciente consciente ingresa a la emergencia quejándose de cefalea y se detecta una hipertensión arterial –usualmente reactiva al accidente-, inmediatamente se la desciende mediante medidas farmacológicas (administración sublingual de nifedipino o captoprilo cuya acción es acción rápida) y se despacha a su casa; ingresará tiempo después con el cuadro más avanzado y grave. Hemos preconizado el empleo del fondo del ojo para reconocer cuándo la causa del dolor es debido a encefalopatía hipertensiva: en este caso se apreciarán manchas algodonosas a las cuales llamo «gritos retinianos«, hemorragias o edema del disco óptico, particularmente las primeras. De encontrarse el fondo del ojo normal, la causa debe ser otra y es mandatorio pensar en primer lugar en un sangrado subaracnoideo antes de enviar al paciente a casa…

 

Los factores de riesgo para sospechar su presencia incluyen historia familiar de aneurisma, diversos trastornos hereditarios (especialmente enfermedad poliquística renal autosómica dominante, enfermedad de Ehlers-Danlos tipo IV, pseudoxantoma elástico, neurofibromatosis 1, deficiencia de alfa 1-antitripsina coartación aórtica, displasia fibromuscular, feocromocitoma, esclerosis tuberosa, enfermedad de Marfán y síndrome de Klinefelter-. Como otros factores de riesgo se señalan edad mayor de 50 años, sexo femenino, tabaquismo actual, consumo de cocaína, traumatismo craneal, ciertos tumores intracraneales y émbolos neoplásicos; se discute si el excesivo consumo de licor, el empleo de anticonceptivos orales y la hipertensión arterial juegan algún rol preponderante.

Debido a la morbilidad y mortalidad asociada con la intervención quirúrgica, la detección de aneurismas sigue siendo polémica. Dos grupos de pacientes pueden beneficiarse con la detección temprana: aquellos con enfermedad poliquística del riñón autosómica dominante y aquellos otros con antecedente de hemorragia subaracnoidea por rotura previa de un aneurisma. Estos pacientes deben someterse a angiografía por resonancia magnética, seguida por inmediata remisión a un departamento neuroquirúrgico si se detecta un aneurisma. La búsqueda en personas que tienen dos o más familiares con aneurismas es controvertida; igualmente, no parece ser beneficioso la búsqueda en personas que tienen un pariente de primer grado afectado.

La mayoría de los aneurismas son asintomáticos y permanecen sin ser detectados hasta el momento de la rotura. La hemorragia subaracnoidea, una emergencia neuroquirúrgica, sigue siendo la presentación clínica inicial más frecuente. En una serie de afectados fue el primer síntoma en 58 por ciento de ellos. La historia de una hemorragia subaracnoidea típica incluye la abrupta eclosión de un dolor de cabeza muy intenso a menudo descrito como «¡el peor dolor de cabeza en mi vida!», que puede o puede no estar asociado con pérdida breve de conciencia, náuseas y vómitos, déficit neurológico focal o meningismo expresado como rigidez de nuca.

A pesar de que la historia es característica, con frecuencia se confunde con otras causas de cefalea y no se diagnostica a tiempo. En cerca de la mitad de los pacientes con síntomas más leves la causa es una pequeña fuga de «advertencia» antes de que ocurra la rotura del aneurisma.  Una revisión de 111 pacientes remitidos a un centro de atención terciaria para el tratamiento de aneurismas no rotos, se encontró que sólo el 41 por ciento se quejaban de síntomas y en la mayoría, los síntomas persistieron más allá de dos semanas y fueron más propensos a ocurrir en pacientes con aneurismas de mayor tamaño en la circulación posterior.

Ante la sospecha diagnóstica, se debe realizar una tomografía computarizada sin contraste que permite de inmediato reconocer la sangre en el espacio subaracnoideo; una punción lumbar mostraría líquido cefalorraquídeo sanguinolento; posteriormente podría recurrirse a técnicas de neuroimagen para reconocer la localización y características del aneurisma que incluyen la angiografía digital intrarterial con sustracción, la angiografía por resonancia magnética, la angiotomografía computarizada y la ecografía transcraneal por Doppler. Aunque la primera es el «estándar de oro», es una prueba invasiva con riesgo de 1% de complicaciones neurológicas transitorias y 0,5% permanentes.  Se debe tener sumo cuidado con el empleo de la resonancia magnética en pacientes con historia de cirugía previa, pues los clips quirúrgicos pueden desplazarse por efecto del campo magnético.

El tratamiento incluye la craneotomía con colocación de un clip o la embolización con espirales de alambre para rellenar el aneurisma y taponarlo.

  • ¡No me pregunte el día! De repente, fue el mismo en que mataron a Lola… Arribaba la inútil existencia de Benjazmín Testálgida a su trigésimo cumpleaños. ¡Tiempo de meditación!, algunos dicen….

Ese día Benjazmín se vino en un carrito por puestos desde San Blas en Valencia donde residía… Se detuvo en la Plaza Bolívar y en medio del gentío se topó con un sujeto que llevaba una jaulita en la mano y dentro de ella un periquito. ¡El periquito mágico, el periquito mágico!, voceaba…, más bien gritaba aquel hombre. En la parte inferior de la jaula existía una pequeña gaveta contentiva de una hilera de sobres rosados y azules. Cuando la persona quería conocer su suerte por 12.5 céntimos, es decir por una locha, el hombre sacaba de la gaveta y abría la puerta al periquito. A la voz de ¡una para caballeros!, el diligente pajarito salía de su jaula y solía escoger un sobrecito azul; uno lo tomaba de su pico y él se devolvía a su confinamiento, y siempre era así… pero ese día, el periquito pareció olvidar su reflejo condicionado, se negó a sacar el sobre de la suerte y desobedeció a su dueño introduciéndose de nuevo en la jaula.

La locha fue devuelta a Benjazmín por el dueño del periquito con cara de mal presagio.

A eso de las once, hora oficial de apertura de los bares, sus compinches del Botiquín «El Puñao de Rosas», franquearon el zaguán de su casa y tocaron a su puerta. Desde adentro, ladraron los canes al ventear la presencia estéril de «Care’vaca», «El Chipurro» y «El sifilítico», «uña-y-tierra» del cumpleañero, y quienes se apersonaron, leales y dispuestos, a festejar su onomástico.

A despecho de la airada protesta de Doña Justa, madre de la joya congratulada que al punto casi que les echa los perros, se dirigieron canturreando al mencionado bar atendido por el sin par Don Otilio, mentado «el escrupuloso», pues se la pasaba limpiando la barra de su bar con un mugre paño, que llevaba colgante a su inmundo delantal. Se cuenta, por cierto, que el famoso dicho, «¡Más sucio que trapito’ e botiquín!», tuvo su oscuro origen precisamente en la barra del Puñao de Rosas… A no ser por las palabrotas, obscenidades y cuentos colorados que volaban por encima de las puertas batientes y hacían santiguarse a las piadosas que tomaban la acera del frente camino a la misa del mediodía, el sitio aquel daba gusto e incitaba a la libación:

A la derecha de la barra, las bebidas patentadas en jerárquico orden de graduación alcohólica, patas p’arriba en elegantes surtidores, ahora venidos a menos por el uso y el abuso; y a la izquierda, alineadas en grandes frascos carameleros de boca ancha, estaban todas las exquisiteces del ingenio cañero popular, sin faltar la guarapita y el ponsigué, el berro y la fruta’e burro, la chispa’e tren y el lavagallo, servidas de a cucharón.

Alrededor de una mesa y en unas silletas de cuero de perdidos palitos, se sentaron los compinches, ordenando a Don Otilio la primera ronda celebratoria. El «trapito’e botiquín» fue restregado una vez más contra las marcas que tantos tragos habían dejado en la madera y cuatro verdosos berros, dejaron escapar su aroma espirituoso. No se había llevado Benjazmín la copa a sus labios, cuando súbitamente, como un relámpago en un cielo azul, alzando las manos a la cabeza dijo:

¡Carajo, se me está estrallando el se-s-o-o!«

Las últimas sílabas se le ahogaron en la garganta cuando precipitosamente, y por el efecto de un invisible «palo cochinero», caía a tierra cuan largo era… Como pudieron, aquellos cuerpos enflaquecidos por tanta caña y tan poca comida, cargaron a su querido compañero y en voladillas le llevaron directo a la Medicatura de Pueblo Entecado.

El recién-graduado que allí se encontraba, muy versado en las siete medulosas páginas sobre el dolor de cabeza que escrito por el doctor Raymond Adams, se encuentra en el libro de Medicina Interna de Harrison, se dio cuenta de que el problema era serio. Benjazmín mostraba un rostro pálido y enfermizo, untuoso y con algunas gotitas de sudor en el labio superior, estaba comatoso, no respondía al dolor, y cuando intentó flexionarle la nuca, estaba más rígido que tabla de aplanchar, al observar el fondo ocular presenció la emergencia, allí frente a sus incrédulos ojos cómo aparecían hemorragias que crecían continuamente formando como chichones en la retina. Sabía que eso era un signo fundoscópico de un sangrado subaracnoideo con enorme presión intracraneal… Hasta podía ver la diapositiva que uno de sus maestros le había mostrado durante una clase para él memorable; pudo además recordar su nombre: Síndrome de Terson…

-«Miren —les dijo el galenito— aquí no tenemos yodo, vendas ni curitas. Saquemos de inmediato a este hombre de aquí antes de que se nos muera de mengua…». Lo montaron en una picó y se largaron a la capital. El Ángel de la Guarda -que de que existe, existe y todos los santos del Cielo, muy diligentes, colaboraron en el traslado: No hubo ruleteo, lo aceptaron en el hospital, el neurólogo de guardia curiosamente estaba en su guardia y pensó de inmediato en una hemorragia subaracnoidea y una punción lumbar, le recompensó con el diagnóstico: El líquido cefalorraquídeo normalmente cristalino, ‘agua de roca’, había virado al rojizo de la sangre… Más inexplicable aún, fue cómo pudo Benjazmín ser intervenido del aneurisma intracraneal que se le había roto ocho días después del sangrado y antes de que le sobrevinieran los temidos resangrado y espasmo cerebral, cobradores de vidas… -«¡Qué suerte del carajo la que tuve!¨ -festejaría más tarde-;  el doctor me dijo que en nuestra Venezuela, tan vulnerable y triste, se muere un gentío esperando turno quirúrgico… ¡qué nos importa! ¡Cosas del subdesarrollo! ¡Crueldades de una fracasada revolución!

Veinte días después del accidente, Benjazmín le decía a sus excompañeros de juerga — ¡pues ya nunca más bebería!-, -¡Qué dolor de cabeza tan arrecho, chamos… el peor de mi ex-estéril vida…! ¡Es así como describen los sobrevivientes, el dolor de cabeza que se produce al estallar un aneurisma en el interior del cráneo: Brusco y severísimo, ¡el más intenso que alguna vez hayan tenido!

Un aneurisma es una dilatación en forma de saco producida en un vaso sanguíneo, una frágil bolsa dispuesta a romperse en ese momento en que la presión interior sobrepase la capacidad de distensibilidad de la pared debilitada. Tal como una tripa de caucho con un área donde la goma está pasada: Al inflarla, al favor de la presión interior, aparecerá una «teta» en su superficie. De seguir inflándola, estallará por allí. Lo mismo ocurre en una arteria, y al romperse, vacía su sangre hacia la superficie del cerebro, que no hacia el interior del tejido noble.

Las meninges o envolturas del cerebro y la médula espinal son designadas de afuera hacia adentro, duramadre, aracnoides y piamadre. Antes de penetrar al tejido cerebral, las arterias permanecen en el espacio subaracnoideo junto al líquido cefalorraquídeo; por ello, la rotura de un aneurisma produce un sangrado o hemorragia subaracnoidea.

La irrupción de la sangre en ese espacio de presión más baja que la de la de la sangre, cual vitriolo, produce una tremenda irritación química, intenso dolor y el aumento brusco de la presión en la cavidad craneal conduce a la pérdida de la consciencia, y a veces, el cortejo es completado con confusión mental, agitación motora, convulsiones, náuseas y vómitos, sensibilidad a la luz e irritación de las meninges del cuello, con intensa tiesura de la nuca al intentar flexionarla pasivamente… El cuerpo rellena la brecha con fibrina para obliterarla: ahora el aneurisma está unido al tejido cerebral, así que cuando sobreviene el resangrado durante las primeras dos semanas, la sangre busca su salida a su través llegando a comunicarse con la cavidad ventricular, lo que es llamado ¨inundación ventricular¨.

Nadie sabe por qué —una resaca del pecado original, tal vez— algunos seres humanos nacemos con una debilidad congénita de la túnica muscular de una arteria en sus sitios de bifurcación, un defecto de fabricación, si se quiere, un «sobre-bomba» con todo y girador escrito en su anverso para ser abierto quién sabe cuándo: El Destino… Oculto y a prueba de pesquisas, irá creciendo sin decir «ni pío» en el curso de los años, casi sin dar muestra alguna de su presencia…

En 1987, el neurocirujano canadiense Richard Le-Blanc, describió lo que dio en llamar ¨la pequeña fuga de advertencia¨, campanada de atención que precede en días al toque de ánimas, síntoma premonitorio de la inminente ruptura de un aneurisma intracraneal, una pequeña fisura en su pared: El infeliz experimentará un dolor de cabeza no familiar a él, agudo, con náuseas y vómitos, expresión de un sangrado mínimo. Uno o dos días después, el dolor desciende a la región lumbar produciendo un simple lumbago, indicando que la irritación ha alcanzado la cola de caballo o tramo final de la médula espinal. Un 40% de los pacientes de LeBlanc la sufrieron varias semanas antes de que acaeciera la verdadera y desastrosa rotura, y el sangrado magno, como el del Benjazmín.

Cuando desoído por el enfermo—que no consulta-, o por el médico —que por ignorancia no lo identifica—, el síntoma es heraldo de un mal pronóstico vital. La punción lumbar, único procedimiento revelador del mínimo entuerto, es el método de diagnóstico por excelencia al mostrar el líquido teñido de sangre… De otra forma, no hay manera de saber que albergamos un «sobre-bomba» con implacable girador…

Por fortuna, para la mayoría de cefalálgicos o sufrientes de dolores de cabeza —a pesar de su severidad o iteración— la significación es la opuesta a la de Benjazmín. La historia clínica, la gran herramienta, es básica para comprender su origen y significación, pero en estos confusos tiempos de poco razonar y mucho ejecutar, nos confiamos en el frío informe de un examen radiológico que parece denunciar la ausencia de enfermedad: «¡Como descrito, sin evidencia de patología…!».

Los aneurismas son evaginaciones focales, redondeadas o lobuladas, que habitualmente se originan en las bifurcaciones arteriales. El saco aneurismático puede tener un orificio de entrada estrecho (cuello) o una base de implantación ancha que lo comunica con el vaso. Pueden ser ¨saculares¨ o en forma de saco, unidos a la arteria por un cuello; ¨laterales¨ cuando la dilatación es de una pared y ¨fusiformes¨ si la pared está dilatada 360º; si excede los 2.5 mm de diámetro le se denomina aneurisma gigante.

Son lesiones típicas de los adultos, con pico de presentación clínica entre los 40 y 60 años. El riesgo de ruptura es de 1-2% por año para aneurismas asintomáticos íntegros, existiendo una probabilidad mayor de rotura en pacientes con aneurismas múltiples. Los aneurismas intracraneales surgen normalmente en el polígono de Willis y especialmente en la bifurcación de la arteria cerebral media (ACM). Por necropsia, aproximadamente 90% tiene localización en la circulación anterior y sólo 10% en el sistema posterior o vértebrobasilar. Un 33% de los aneurismas se localizan en la arteria comunicante anterior (ACoA), otro 33% en la unión de la arteria comunicante posterior (ACoP) con la arteria carótida interna (ACI) –cuya rotura produce una parálisis del 3º nervio craneal con pupila dilatada– y 20% en la bifurcación o trifurcación de la arteria cerebral media (ACM)

¡Saber es reconocer y reconocer es salvar vidas…!

 

 

Elogio de las perlas clínicas: La importancia del relato simple en medicina…

  • Cuando la enfermedad tiene un lenguaje…

¿Qué cómo conocí a Purísima Doncellil?

Alianzas de amistad fraterna me liaban a sus padres desde que eran solteros. Hasta algún ¨arruchadito¨ le cambié alguna vez cuando no me quedó otra opción. Le vi hacer gorgoritos, presencié su errático gatear y sus primeros pinitos, la observé también hacerse una señorita y vestir sus primeros sostenes, asistí a la transmutación en adolescente de figura esbelta y grácil, sonrisa espontánea de perfecta y alineada dentadura, cutis de melocotón, mirada vivaz tras largas y negras pestañas… Era, la “niña-de-mis-ojos” de sus orgullosos padres. Muchas veces me lamenté ante ellos por la sobreprotección que le conferían. “Es la única hembra entre seis varones”, se justificaban jubilosos. Sin ser pediatra, en ocasiones le examiné por naderías. Por esas naderías que expresan más la inseguridad parental que una real enfermedad de los hijos. Siempre muy sana, delgada; pero sana… Y así fue como el tiempo pasó y Doncel Exinanido, su vecino y noviecito desde los catorce años se transformó en su esposo. Beneplácito de las dos familias. La abrazamos contentos como si se tratara de una hija y brindamos por su felicidad. Al regreso de la corta luna de miel, de inmediato se marcharían a Norteamérica. Él haría un posgrado en administración de empresas; ella, en educación preescolar. Acongojado, presencié el duelo de sus padres, por no tenerla más en el hogar y por saberla lejos…

A poco de su partida, enfermó… Una dispepsia no ulcerosa le fue diagnosticada: No hacía sino vomitar todo cuanto comía, perdió peso en forma considerable, su tez palideció, estaba insomne e inapetente, un dolor de cabeza persistente se entronizó en sus días y sus noches, sentía intensa fatiga y abulia, como a quien se le ha drenado la sangre y con ella el espíritu vital. Se entretuvo también un diagnóstico de síndrome de fatiga crónica ¡usted sabe, una enfermedad como los zapatos de platabanda, horribles pero ‘inn, para tipificar lo que no entendemos o no conocemos! Se le asociaron ataques de pánico: una sensación de muerte cierta, o la convicción de locura, con su corazón yéndose al galope en desordenados latidos y su respiración que no le alcanzaba, sus piernas que no le sostenían y un insoportable y ominoso hormiguillo que le llenaba manos y pies.

Un permanente “mareo de tierra”, en el que su cuerpo parecía vacilar como si estuviera en un bote a merced de las olas. ¡La desestabilización total! En seis meses estaba de vuelta en Caracas, con una extraña dolencia que había resistido el embate de la tecnología gringa, que rechazaba toda taxonomía y rehuía su desvelación… Muy a mi pesar, la tuve esta vez como mi real paciente y la visión que de ella tuve, me llenó de profunda tristeza y compasión: La magrura de su porte, sus ojos sin brillo, los feos barros que empedraban sus mejillas, sus labios mustios, pálidos y agrietados, su dentadura opaca y su cabello sin brillo, círculos oscuros alrededor de sus ojos simulando un antifaz de carnaval triste, la cara enjuta y amarilla que recordaba aquella facies miasmática de los palúdicos crónicos… peor aún, la alegría de campanita, que era su contraseña, había huido de su ser…

 

La examiné remirado, pues esta vez sí que parecía estar enferma. No quería encontrarle nada malo. ¡La veía muy mal; pero no había pista alguna que denunciara la enfermedad enramada! Como parte de ese examen clínico integral a que todo paciente tiene derecho, le miré el fondo del ojo. Dirigí el intenso rayo de luz blanca a través de su pupila y me acerqué tanto como pude, tratando que el círculo de luz llenara ese espacio también circular, a través del cual miramos el mundo: la pupila. ¡No existe un examen en medicina que requiera de más cercanía entre un médico y su paciente que la oftalmoscopia! Podía oír sus respiraciones contenidas y atáxicas, y seguramente, ella las mías. Se resistía al examen, no me dejaba observar, giraba bruscamente su cabeza como por fuerza de un resorte que la disparaba al lado opuesto. ¡Fue cuando lo comprendí todo!:

Quedamente, tratando de colmar mis palabras de respeto y comprensión, le pregunté, -“¿Se ha consumado tu matrimonio, Purísima…? Fue entonces, cuando Purísima me lo dijo todo sin decirme nada: gemidos entrecortados y borbotones de lágrimas desesperados me dieron la razón. Una infinita pena por seis meses represada buscó su desahogo natural: Lágrimas de amargura. Un decir sin decir nada, un inculpar sin inculpar a nadie, un inmenso tormento sin un confidente a quien tender los brazos anhelantes… ¡Purísima era todavía virgen! Se habían casado creyendo que el matrimonio era jugar a mamá y papá. Ambos habían escogido, irreflexivamente, la pareja ‘ideal’, la que la trampa de sus inconscientes les ofreció. Doncel, a despecho de su juventud, era impotente; ella, tímida sexual. Una relación platónica para un fracaso mil veces presagiado…

En “La aventura de la Finca de Cooper Beeches”, Sherlock nos dice, “Es frecuente que el hombre que ama su profesión por ella misma, saque sus más vivos deleites de las manifestaciones menos importantes y más humildes de la misma”

 Tal vez no de un moderno ecógrafo, menos de una tomografía por emisión de positrones, quizá sí, de un humilde oftalmoscopio para mirar, más que ver, para ejercer a plenitud el arte de la fina observación, de «pequeños-grandes detalles» que no necesariamente tienen que ver con el ver… Para quien mira a través de un oftalmoscopio —el instrumento idóneo para asomarse al interior del ojo— verdades directas y objetivas le serán desveladas. Hasta allí, todos estamos de acuerdo. Sin embargo, cuando se dejan flotar al máximo los sentidos, emergerán otras piezas de diagnóstico que yo llamo “secundarias”, verdades accidentales, no relacionadas directamente con el ver. Secundarias, no porque sean de menor importancia, sino porque están mimetizadas o escondidas y sólo son identificables, cuando el cerebro está programado para percibirlas. Nacen del cultivo de la capacidad ‘observadora’ de otros sentidos. Son imponderables advertidos sólo por el que está concentrado en lo que hace, por ello, Holmes solía decir que “el arte de observar es impersonal, pues está más allá del que observa”.

Al mirar el fondo del ojo podemos percibir el hálito alcohólico, el aliento dulzón del diabético muy grave o el urinoso del urémico, o algún hedor nauseabundo nacido de senos paranasales enfermos; podemos escuchar el silbido del bronquio herido del fumador abusivo o del asmático oprimido; o ruidos traqueales o bronquiales que expresan secreciones represadas; o movimientos anormales y espontáneos de los ojos, vedados a la mirada desnuda por su escasa amplitud; o los ansiosos suspiros del hiperventilador; o la detención periódica de la respiración de Cheyne-Stokes del enfermo con daño cerebral, con su crescendo subsiguiente; o ruidos metálicos de las prótesis que han suplido la función de válvulas cardíacas enfermas y disfuncionales; o el aumento del tono simpático del angustiado o hipertiroideo, que desorbitan sus ojos al pedírseles fijar su atención en un objeto distante; o el movimiento de la cabeza sincrónico con el latir del corazón del insuficiente de la válvula aórtica, donde la sangre se devuelve contra natura…

Purísima no podía cooperar al momento de la oftalmoscopia: Nunca pudo hacerlo desde niña. ¡Era extraño que, de casada, todavía no pudiera tolerar la pe-ne-tra-ción de la luz! Abrigamos la sospecha y en ciertos casos como el presente hemos logrado comprobar que en algunas mujeres, por lo general jóvenes, la imposibilidad para colaborar al momento de mirarles el fondo del ojo, puede representar un fenómeno vicario o sustitutivo de la llamada angustia de penetración: Echada boca arriba, la habitación en penumbra, el estrecho acercamiento a que obliga el procedimiento, la percepción de la respiración del médico muy cercana al oído, completan el ambiente para evocar, la fantasía inconsciente de la desfloración, y de allí, los fuertes cabeceos de rechazo y ese lagrimero… Al regreso de la luna de miel, cuando se ha vivido la realidad con el objeto amado, la fantasía de destrucción se disipa, y la joven ya no retirará nunca más la cabeza…

¡Lo reconozco, es pura imaginación! pero, -“¿Cuántas veces la imaginación es la madre de la verdad?” decía Sherlock en “La tragedia de Birlstone”…

 Elementary, my dear Watson!

 

  • A la zaga del signo revelador…

 

“Dios está en los detalles”.  A. Warburg

 

El objeto del diagnóstico es la acción; el del diagnóstico precoz el adoptar lo más pronto posible todas las medidas que puedan estar indicadas para curar, aliviar, prevenir o limitar las complicaciones de la enfermedad. Se entiende por signo, ¨El fenómeno, carácter o síntoma objetivo de una enfermedad o estado que el médico reconoce o provoca¨; si el signo evoca de inmediato un diagnóstico o domina en importancia a otros que simultáneamente concurren en un paciente dado y focalizan la atención hacia un determinado aparato, órgano o sistema, se designa como ¨signo rector¨ o ¨signo-señal¨.

En la Viena del Siglo XIX, el internista Josef Skoda (1805-1881) trabajando en simbiosis con el patólogo Karl von Rokitansky (1804-1878), puede aceptarse que desarrollaron y pulimentaron el diagnóstico anatomoclínico; uno diagnosticaba y el otro comprobaba: vale decir, uno diagnosticaba mediante el exclusivo uso de los sentidos y el otro ¨viendo por sí mismo¨ en la mesa de autopsias, comprobaba o rechazaba la presunción diagnóstica. De esa forma contribuyeron al fortalecimiento de la observación del hecho clínico mediante signos privilegiados, indicios que a la mayoría le resultan imperceptibles, objetivamente evidenciables e inequívocamente patológicos relacionados con la enfermedad dominante en un paciente dado, que obedecían a un número muy limitado y concreto de causas…  Quizá un medio de comunicación entre el hombre y la maravilla de su Creador: el cuerpo humano, un privilegio divino, una vía de comunicación que debería continuar cultivándose hoy día, en tiempos alejados de la candidez y más cercanos al pragmatismo maquinal.

Siempre me encantaron y me esforcé por conocerlos, buscarlos y aún más, enseñarlos a mis alumnos, adelantándome y ganándole al dictado de la máquina diagnóstica, tan distante de la mirada médica en este ahora, tan gobernado por la tecnocracia como está, y que no es otra cosa que esa mirada médica tan particular e inquisidora que tiene un sentido y una trascendencia, una mirada que transforma el síntoma en signo, espontáneo diferencial consagrado a la totalidad y a la memoria; mirada calculadora también, acto que reúne en un solo movimiento, el elemento y el vínculo de los hechos clínicos entre sí, una mirada sensible a las diferencias, a la simultaneidad, a la sucesión y a la frecuencia; ¿acaso se me permitiría llamarlo ¨ojo clínico¨…?

No es que yo quiera considerarme el último romántico de la semiótica… hay tantos otros como yo que lloramos ante la pérdida de un bienhadado bien; parece que ya nadie siente pasión por poseerla; parece que el conocimiento ¨pret-a-porter¨, se impondrá por sobre la fina orfebrería del diagnóstico; parece que esta vez las máquinas nos ganaron la partida y debo retirarme siempre enseñando mi arte adonde todavía la observación y el contacto cercano son vitales; tal es en el ejercicio de las relaciones entre la visión y las funciones cerebrales, la neurooftalmología, donde no reconocer o confundir el minúsculo signo señero, equivale a no acertar el diagnóstico y a condenar al errabundo paciente a buscar otro médico, otra ¨última esperanza¨…

Y sólo saben enseñar siempre los que nunca dejaron de aprender.

 

  • La soberanía del signo clínico…

 

¨La teoría calla, o se desvanece casi siempre en el lecho de los enfermos para ceder el puesto a la observación y la experiencia¨, ¡eh! ¿Sobre qué se funda la experiencia y la observación, si no es sobre la relación de nuestros sentidos? ¿Y que serían la una y la otra sin estas fieles guías?¨ [1]

 El paradigma indiciario o adivinatorio de Carlo Ginzburg en su saber cinegético, nos muestra la enfermedad como presa y el médico como cazador… Por miles de años el hombre fue cazador… En el curso de incontables lances aprendió a reconstruir la forma y los movimientos de su invisible presa mediante huellas en la tierra, ramas rotas, excrementos, mechones de pelo, plumas desprendidas, pesos, colores, rumbos y olores estancados, más de las veces irrelevantes a los ojos del profano… Aprendió a oler, registrar, clasificar e interpretar trazos infinitesimales como rastros de baba… Aprendió cómo ejecutar complejas operaciones mentales a la velocidad del rayo en la profundidad de los bosques o en las llanuras de escondidos peligros… Desde esos rústicos cazadores, un rico contingente de conocimientos ha pasado con la tradición oral a través de generaciones. Este conocimiento se ha caracterizado por la habilidad de construir a partir de datos experimentales una compleja realidad que no fue experimentada o visualizada directamente. ¨El cazador habría sido el primero en ‘contar una historia’ porque era el único que se hallaba en condiciones de leer, en los rastros mudos (cuando no imperceptibles) dejados por la presa, una serie coherente de acontecimientos¨. En ausencia de documentación verbal para suplementar las pinturas en la piedra, podemos depender del folclore que trasmite un eco para aprender del conocimiento acumulado desde esos remotos cazadores, que elaborados por el observador producen una secuencia narrativa: “alguien pasó por aquí…”

[1] Corvisart, Nicolás (1755-1821), médico del Emperador Napoleón Bonaparte, fundador de la cardiología científica.  Prefacio a la introducción del libro de Auenbrugger –sobre la percusión-: Nouvelle méthode pour reconnaltre les maladies internes de la poitrine (París, 1908). p-VII.

 

En el año 2000 y en la Academia Nacional de Medicina de Venezuela definimos el sentido de Perla de Observación Clínica, cuando escribimos, ¨Se entiende por perla de observación clínica un hecho, caso clínico o hallazgo observacional, que, por mérito propio y consolidado por el tamiz del tiempo, en razón de su presencia permite un diagnóstico positivo, un constructo excepcional o constituye una pista que conduce a él¨.

¿No tiene esta definición de «perla» el aroma de Sherlock Holmes, su sagacidad y su ciencia dispuesta a reconocer minúsculas pistas y descifrar su enigmático lenguaje? De pequeño leía con fascinación sus aventuras sin poder atisbar, claro está, la influencia que tendrían en los años por venir en mi transitar como médico sobre cuerpos machucados por la saña de la enfermedad. ¿Qué iba yo a saber que su figura compendiaba a los grandes observadores de nimios pero reveladores detalles del entorno, desplegados y contenidos desde no se sabe cuándo, en cándidas observaciones orientales envueltas en la tradición oral y en textos impresos en pergaminos y folios amarillentos de épocas remotas:

Desde el Talmud de Babilonia: Tratado del Sanhedrín (cerca de 200-500 años a.C.); el Nigaristán: Muin-al-din-Juvani (1335) y Thomas‐Simon Gueullett (1683–1766) con sus ¨Soirees bretonnes¨; los Tres Príncipes de Serendip del Peregrinaggio de Michel Tramezzino (1557), reconocido por Horacio Walpole y cuya carta a Horace Mann contiene la primera referencia a la serendipia, catellanización de la palabra inglesa serendipity, para designar la sagacidad accidental; el Zadig, lector de pistas, de François Marie Arouet (Voltaire) (1694-1778); el clínico de filigranas Joseph Bell de Edimburgo (1837-1911), su pupilo, Sir Arthur Conan Doyle (1859-1930) y el propio Sherlock Holmes, su creación literaria, y… por último, el mismísimo Sir William Osler (1849-1919) de quien se dice fue influenciado por la lectura del Zadig de Voltaire…

En estos textos de kirghiz, turcos, tártaros, judíos y persas en el Peregrinaggio, se relatan siempre bajo el mismo ritornello: las historias de tres hermanos que encontraron un hombre que había perdido un camello o en otras versiones un caballo, y hasta una vaca. Ellos lo describieron sin titubeo: blanco, ciego de un ojo, sin un diente, con dos alforjas de cuero de cabra, una llena de vino y otra de aceite, o una llena de trigo y otra de miel ¿Le habían visto? ¡No! Les acusaron de robarlo y fueron a juicio: por medio de miríadas de inaparentes detalles habían reconstruido la apariencia de un animal que nunca habían visto, sus virtudes, sus defectos y su carga… Accidentes felices, un prodigio de observación fina e intencionada, pues en medicina todo o casi todo, depende un vistazo inteligente, de un instinto feliz, de un chispazo revelador.

¡Bienaventurada sea la observación!

En este orden de ideas, tal vez sea el momento de recordar el pasaje de Voltaire, ¨Zadig o el destino. Historia oriental¨[1] donde encontramos una extraordinaria pieza de observación cuyo protagonista es Zadig -del árabe saadig, el veraz-, un joven rico y poderoso, quien debido a las ingratitudes de los hombres se retiró a una casa de campo a las orillas del Eúfrates y allí buscó la felicidad en el estudio de la Naturaleza, ese gran libro abierto por Dios ante los ojos de los hombres.  Allí estudió las propiedades de los animales y las plantas, y en muy poco tiempo, adquirió una sagacidad que le hacía observar millares de diferencias, allí, donde otros sólo uniformidad veían. “Mi trabajo es conocer cosas. Me he entrenado a mí mismo para ver lo que otros pasan por alto”, -Sherlock Holmes, en Un caso de identidad.

 Leamos un prodigio de observación, el Zadig de Voltaire en su cuento filosófico, ¨El perro y el caballo¨:  

¨Cierto día paseándose junto a un bosquecillo, vio venir corriendo un eunuco de la reina, seguido de muchos oficiales de palacio: todos parecían poseídos de la mayor inquietud, y corrían a todas partes como hombres extraviados que andan buscando lo más precioso que han perdido. -¨Mancebo -inquirió el principal eunuco-, ¿visteis al perro de la reina?¨. Respondióle Zadig con modestia: Es perra que no perro. Tenéis razón, replicó el primer eunuco. Es una perra fina muy chiquita, continuó Zadig, que ha parido ha poco, cojea del pie delantero izquierdo, y tiene las orejas muy largas. -¨¿Con que la habéis visto?¨ -dijo el eunuco fuera de sí-. -¨No por cierto -respondió Zadig-; ni la he visto, ni sabía que la reina tuviese perra ninguna¨.

Aconteció también por aquel mismo tiempo que por un capricho del acaso se hubiese escapado esa misma mañana de manos de un palafrenero del rey, el caballo más hermoso de las caballerizas reales, y andaba corriendo por las vegas de Babilonia. Iban tras de él, el montero mayor y todos sus subalternos con no menos premura que el primer eunuco tras de la perra. Dirigióse el caballerizo a Zadig, preguntándole si había visto el caballo del rey. -¨Ese es el caballo -dijo Zadig- que tiene el mejor galope, cinco pies de alto, la pezuña muy pequeña, la cola de tres pies y medio de largo, las cabezas del bocado son de oro de veinte y tres quilates y las herraduras de plata de once dineros¨. -¨¿Y qué camino ha seguido, donde ha ido? ¿Dónde está?¨, preguntó el caballerizo mayor. -¨Ni le he visto, repuso Zadig, ni he oído hablar nunca de él¨.

Ni al caballerizo mayor ni al primer eunuco les quedó duda de que Zadig había robado el caballo del rey y la perra de la reina; condujéronle pues a la asamblea del gran Desterham, que le condenó a doscientos azotes y seis años de presidio en la fría Siberia. No bien hubieron dado la sentencia, cuando aparecieron el caballo y la perra, de suerte que se vieron los jueces en la dolorosa precisión de anular su sentencia; condenaron empero a Zadig a una multa de cuatrocientas onzas de oro, por haber dicho que no había visto aquello que en realidad sí había visto. Primero pagó la inevitable multa, y luego se le permitió defender su causa ante el consejo del gran Desterham, donde dijo así:

 

¨Astros de justicia, pozos de ciencia, espejos de la verdad, que con la gravedad del plomo unís la dureza del hierro, el brillo del diamante y no poca afinidad con el oro, siéndome permitido hablar ante esta augusta asamblea, juro por Oromazes, que nunca vi ni la respetable perra de la reina, ni el sagrado caballo del rey de reyes. El suceso ha sido como os voy a contar. Andaba paseando por el bosquecillo donde luego encontré al venerable eunuco y al ilustrísimo caballerizo mayor. Observé en la arena las huellas de un animal y fácilmente conocí que era un perro chico. Unos surcos largos y ligeros, impresos en montoncillos de arena entre las huellas de las patas, me dieron a conocer que era una perra, y que le colgaban las tetas, de donde colegí que había parido hacía pocos días. Otros vestigios en otra dirección, que se dejaban ver siempre al ras de la arena al lado de los pies delanteros, me demostraron que tenía las orejas largas; y como las pisadas de un pie eran menos hondas en la arena que las de los otros tres, saqué por consecuencia que era, si soy osado a decirlo, algo coja la perra de nuestra augusta reina. En cuanto al caballo del rey de reyes, la verdad es que, paseándome por las veredas de dicho bosque, noté las señales de las herraduras de un caballo, que estaban todas a igual distancia.  He aquí, me he dicho para mí, este caballo tiene un galope perfecto. En una senda del camino que no tiene más de tres pies y medio del centro del camino, estaba a izquierda y a derecha barrido el polvo en algunos parajes. El caballo, conjeturé yo, tiene una cola de tres pies y medio, que con sus movimientos de derecha a izquierda ha barrido este polvo. Debajo de los árboles que formaban una bóveda de cinco pies de altura, estaban recién caídas las hojas de sus ramas, y conocí que las había dejado caer el caballo, que por tanto tenía cinco pies de alzada. Su freno debía de ser de oro de veinte y tres quilates, porque habiendo estregado la cabeza del bocado contra una piedra que he visto que era de toque, hice un ensayo. Por fin, las marcas que han dejado las herraduras en piedras de otra especie me han probado que eran de plata de once dineros¨.

Quedáronse pasmados todos los jueces con el profundo y sagaz tino de Zadig, y llegó la noticia al rey y la reina. En antesalas, salas y gabinetes no se hablaba más que de Zadig, y el rey mandó que se le restituyese la multa de cuatrocientas onzas de oro a que había sido sentenciado, puesto que no pocos magos eran del dictamen de quemarle como hechicero. Fueron con mucho aparato a su casa el escribano de la causa, los alguaciles y los procuradores, a llevarle sus cuatrocientas onzas, sin guardar por las costas más que trescientas noventa y ocho; verdad es que los escribientes pidieron una gratificación.

Viendo Zadig que era cosa muy peligrosa el saber en demasía, hizo propósito firme de no decir en otra ocasión lo que hubiese visto, y la ocasión no tardó en presentarse. Un reo de estado se escapó, y pasó por debajo de los balcones de Zadig. Tomáronle declaración a este, no declaró nada; y habiéndole probado que se había asomado al balcón, por tamaño delito fue condenado a pagar quinientas onzas de oro, y dio las gracias a los jueces por su mucha benignidad, que así era costumbre en Babilonia, -¨¡Gran Dios, decía Zadig entre sí, qué desgraciado es quien se pasea en un bosque por donde haya pasado el caballo del rey, o la perra de la reina! ¡Qué de peligros corre quien a su balcón se asoma! ¡Qué cosa tan difícil es ser dichoso en esta vida!¨

 

  • La semiótica y Sir William Osler.

 La semiología o semiótica es la disciplina que aborda la interpretación y producción de los síntomas. La semiología médica, el estudio de los signos y síntomas de las enfermedades, muchos de ellos extraídos sobrepasando la opacidad de la piel para traerlos al claror de la interpretación pues no hay enfermedad sino en el elemento de lo visible, y por consiguiente de lo enunciable: La inspección, percusión, auscultación y palpación sirven a estos propósitos y dan la bienvenida al estudiante de medicina después de sus años básicos o preclínicos y le preparan para este cometido; es cierto, es el inicio de un camino no siempre liso, que nunca habrá de terminar porque la medicina es conocimiento incierto opuesto al conocimiento de las cosas inertes, y su objeto el hombre enfermo, según Dumas, es demasiado complicado, abarca una multitud de hechos harto variados, opera sobre elementos demasiado sutiles y en exceso numerosos, para dar siempre a las inmensas combinaciones de las cuales es susceptible; la uniformidad, la evidencia, la certeza caracterizan las ciencias físicas y matemáticas.

[1] http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/fran/voltaire/zadig_o_el_destino.htm

Como a cualquier otro internista, la figura de Sir William Osler (1849-1919) impregnó el pensar y hacer de mi generación y podría decirse que él aún pervive en el mundo de la medicina académica. Mis profesores y mis lecturas así me lo pregonaron y me lo siguen proclamando. Fue la persona que más influenció el mundo médico de habla inglesa y sus enseñanzas permearon a todas las escuelas de medicina del mundo occidental. Sus publicaciones totalizaron más de 1.500 producto de su curiosidad innata, observación cuidadosa, paciencia y asiduidad, así como un ojo observador y una mano presta para registrar sus experiencias. A menudo solía decir que el éxito del que había disfrutado no era debido a su genialidad, antes bien a su capacidad en poner manos a la obra.

Dedicado a sus maestros canadienses, él sólo completó un texto de medicina de 1079 páginas, corrigió las pruebas e hizo el índice en sólo 16 meses, para transformarlo en el más popular y conocido de su tiempo por más de treinta años, ¨The principles and practice of medicine¨ publicado en Nueva York por D. Appleton and Company en 1892; realizó personalmente y registró en detalle más de mil autopsias naciendo en su mente la correlación de la medicina de cabecera al lado del enfermo con los hallazgos patológicos o medicina anatomoclínica, jugando un rol preminente en la creación de la Escuela de Medicina Johns Hopkins conjuntamente con William H. Welch, William Halsted y Howard Kelly formando un brillante equipo algunas veces llamado como el de ¨los cuatro grandes¨, que se constituyó en el estándar de oro de la educación en la América de su tiempo. Quién podría dudar de su habilidad como maestro de ese alguien en quien la educación y el ideal puro eran las fuerzas movilizadoras de la pedagogía.

Por cierto, en los tempranos días de la oftalmoscopia, el procedimiento era considerado por casi todos los médicos como provincia de la oftalmología; de acuerdo a de Schweinitz fue Charles Norris conjuntamente con los esfuerzos de William Thompson, S. Weir Mitchell y el propio William Osler quienes en conjunto convencieron a los médicos de Filadelfia acerca de la necesidad de realizar un examen ocular sistemático en todos los pacientes…

 

Sus enseñanzas alcanzaron el pináculo a fines del siglo XIX e inicios del XX, épocas en que la medicina científica moderna se estableció en contra del misticismo y verdades parciales que habían evolucionado por cerca de dos milenios desde tiempos de griegos, romanos y egipcios. Quizá su mayor legado y aquella acción por la cual quiso ser recordado, fue la de llevar a sus alumnos a aprender a la cabecera del enfermo como nunca antes se había insistido haciendo énfasis en el paciente como ¨texto de estudio¨, cuando hoy día, en tiempos de sofisticadas herramientas tecnológicas el paciente está presente solamente bajo la forma de unos pocos mililitros de sangre o líquido, varios gramos de tejido o una lámina radiográfica donde se inscribe en tonos de grises el drama del enfermo en ausencia de su persona y aún una simple e insulsa receta para complacer.

«No deseo más epitafio que la mera inscripción en mi tumba, que enseñé a mis alumnos medicina en las salas del hospital».

 

  • La perla médica y su oriente magnífico…

 Cuenta una leyenda que cuando los ángeles lloran, sus lágrimas caen al fondo del mar y se convierten en perlas. Dentro de las grandes civilizaciones y religiones antiguas las perlas personificaban la virtud, la sabiduría y el poder. En el relato clínico que nos ocupó al inicio, a no dudar, en la construcción intelectual del diagnóstico, un sutil hallazgo oftalmoscópico no relacionado directamente con la oftalmoscopia, un cambio en el orden de los factores, reluce como una perla, con ese ¨oriente¨ al cual se refería mi padre barajando entre sus dedos esa joya por la que sentía especial atracción y que regalaba a mi madre en demasía y vistiendo él mismo, una negra en su corbata: En las perlas de color claro no otra cosa que su brillo nacarado, un inimitable y sutil juego de colores presente en su superficie, y en las perlas de color oscuro, el sobre-tono y su atractiva iridiscencia; y por analogía, en las perlas clínicas, no otra cosa que verdades contundentes escondidas dentro de la hojarasca del discurso o en un área milimétrica del cuerpo apenas perceptible y soslayada con el mensaje no leído a ella implícito. La perla simboliza pues una preciada y afortunada pertenencia, un algo muy valioso que llevada a las más elevadas posesiones del espíritu alcanza su más legítimo esplendor.

En 1997, elegido Miembro Correspondiente Nacional de la Academia Nacional de Medicina de Venezuela, organismo donde concurren médicos de las más diversas tendencias y especialidades, en algún momento pensé que las asambleas se harían menos monótonas, menos tediosas y más atractivas si se pudiese incluir un segmento corto, de unos 10 minutos de duración, donde se presentara algún hecho médico significativo, ¨un fascinoma¨, cierto síntoma clínico determinante, un signo-señal o alguna condición clínica, donde no se aceptaran preguntas, y al que sugerí designar, ¨Perlas de Observación Clínica¨. Contendrían uno o más casos donde se demostrara la importancia del relato simple, del hallazgo revelador que, además, culminara con un mensaje, una moraleja o un colofón.

Elaboré y envié las reglas para normarlas. Fue aceptado de inmediato por la Junta Directiva y así se me informó mediante oficio N° 2000/17, del 20 de enero de 2000. Desde el inicio tuvo y ha continuado teniendo la entusiasta acogida de toda la asamblea. Ahora, bajo nuevo reglamento se ha extendido a 15 minutos y hay lugar para 15 minutos de preguntas. Estas cortas sesiones suelen transformarse en artículos para nutrir la Gaceta Médica de Caracas. Más adelante, se amplió el concepto surgiendo también Perlas de Observación Humanística, Perlas Históricas y Perlas de Observación Científica. Hasta el presente he presentado y publicado en la Gaceta Médica de Caracas, órgano de la Academia Nacional de Medicina, un total de 43 de ellas; dos adicionales fueron presentadas, pero esperan para ser escritas y publicadas: (1). ¨La momificación en el tiempo y las momias del Doctor Gottfried Knoche¨; y (2). ¨Vitrubio, Fibonacci y Paccioli: El Jorobado de Notredam y neurofibromatosis de von Recklinghausen, El Hombre Elefante y síndrome de Proteus¨.

En homenaje a mi perseverancia en la presentación de estas Perlas de Observación Clínica a lo largo de las sesiones de la Academia, en mayo de 2012, mi dilecto amigo y académico, Individuo de Número Sillón IX, el doctor Otto Rodríguez Armas, bondadosamente me regaló una perla de las llamadas hanamadas o perfectas, proveniente de Mikimoto, el imperio del cultivo de perlas más grande del mundo en la bahía de Ago, al sur de Tokio, fundado en 1898 por Kokichi Mikimoto, el rey de las perlas, y que a su vez le fuera obsequiada en Japón por el profesor Shouichi Sakamoto en un congreso mundial de ginecología.

En su honroso concepto, más la merecía yo que él…

Elogio de la ingratitud… (redivivo)

Mientras escribo, me deleito una y otra vez con la «Ballade pour Adeline» de Richard Clayderman y lágrimas brotan de mis desapercibidos ojos; es la belleza del compromiso,

del hacer sin esperar nada a cambio…

 

La ingratitud es la esencia de la vileza…

Inmanuel Kant, 1724-1804

 

Mi cercano amigo, un profesor de medicina, jefe de un importante servicio, nunca casó ni tuvo descendencia, vivía solo…; bueno, un decir, le acompañaba un gato de angora al que mentaba Robespierre el cual se le acercaba zalamero, interesado y ronroneando siempre en la búsqueda de un algo, de una caricia, de una comida… Nunca nadie se atrevió a preguntarle el porqué de aquel tenebroso nombrecillo de quien ejecutara a Luis XVI y quien fuera hombre fuerte del Comité de Salvación Pública y además, quien impusiera el ¨Terror¨: una sangrienta represión para impedir el fracaso de la Revolución Francesa que sumó cerca de 42.000 penas de muerte en un año; quien tal y como sucederá con los desprevenidos capitostes del Chavismo, fue  juzgado con sus propios métodos y guillotinado junto con veinte de sus partidarios en la plaza de la Revolución, poniendo fin al Terror y dando paso a un periodo de reacción hacia posiciones moderadas… ¡Que Dios se apiade de nosotros y nos conceda el bien anhelado…!

De vez en cuando se aparecía como el cometa Halley algún sobrino de los muchos que tenía, inmancablemente para pedirle alguna ayuda económica y perderse sin dejar la cola atrás hasta una nueva necesidad… Era puntual y veraz, de vestir sencillo, nada opulento ni llamativo, no olía mal ni empleaba palabrotas aun cuando estuviera disgustado. No soportaba la liviandad, era muy estudioso y la combinación de estudio, meditación y atención seria a sus pacientes, le había hecho un gran conocedor de materia médica, literatura, artes y acerca de la condición humana.

Tal vez para compensar el no tener un afecto cercano, fue que con el olor de la experiencia se dedicó en alma, vida y corazón a atender a sus pacientes de un hospital público y muy especialmente a instruir a sus residentes dándoles todo cuanto tenía, todo cuanto sabía y lo más importante, muy especialmente, mostrándoles con sinceridad cuánto NO sabía; les involucraba en sus trabajos de investigación científica y todavía más, les recomendaba para que obtuvieran un trabajo… Y así, una tras otra fueron cayendo las hojas de su calendario vital hasta que cierto día… le alcanzó la senectud, esa que sabemos que vendrá pero que paradójicamente siempre nos toma por sorpresa…

En su caso vino con saña y le asediaron molestias menores y mayores por lo que ya no pudo cumplir sus metas diarias y de repente en mitad de la ruta, se volvió a ver el camino recorrido, se miró, se observó de cuerpo entero y por primera vez se sintió solo… Sus alumnos lo perdieron de sus memorias y solo por ocasión lo mencionaban, sus sobrinos visto que su hacienda se había secado por virtud de su improductividad, de sus enfermedades, del repertorio medicinal que consumía y de sus hospitalizaciones, no volvieron nunca más… y para colmo, Robespierre, el altivo gato de angora, un día oscuro y frío se marchó por un ventanuco entreabierto y nunca más se le vio aparecer…

Yo le visitaba ocasionalmente robando algún tiempo a mis ocupaciones; debía tocar el timbre repetidas veces, su dureza de oído le condenaba a solo escuchar en la quietud de su sordera los latidos de su corazón arrítmico, los crujidos de sus articulaciones sin aceite, y los gruñidos de sus tripas vacías; con esfuerzo me abría la puerta y me hacía sentir bienvenido, nada material que ofrecerme, ni siquiera un café… Sin embargo, siempre le llevaba galletas dulces, granjería nacional y jugo de naranja natural que sabía le gustaban; hablábamos de todo un poco, le oía con recogimiento pues siempre me enseñaba con acritud mostrándome sin ambages las anfractuosas cicatrices de su vida, de su alma; volvía a abrirme la puerta con tiesura y más pena, y para despedirme, siempre me decía con amargura,

¨¡Mi querido tocayo: sobrino, residente y gato, qué trío más ingrato…!

Algo similar ocurrió con mi maestro y amigo, hematólogo y profesor de clínica médica, el doctor Herman Wuani (1929-2014), desinteresado ductor e inspirador de miles de estudiantes y residentes; cuando en congresos u ocasionalmente me encontraba con alumnos comunes y me preguntaban por él, mi respuesta era, -¨Allá está en el Vargas, como siempre, ¿por qué no te acercas a saludarle y decirle todas estas cosas hermosas acerca de su persona que me estás diciendo a mí…?¨

A todos nos pasará en mayor o menor grado, pero no importará pues después de todo lo consideramos un gaje del oficio…

Mi maestro de la Universidad de California San Francisco, profesor William F Hoyt, aquel pozo de sabiduría y experiencias forjadas en el día a día, hábil observador, que tenía en su haber el haber formado numerosos fellows –hoy prominentes personalidades del campo de la neurología, oftalmología y neurooftalmología-,y numerosas descripciones primigenias de signos, síntomas y dolencias, antes temido y adulado, no más le alcanzó la postrimería y su memoria de elefante comenzó a fallarle para que nadie se le acercara en los congresos de los cuales siempre había sido tan visible como farol de parranda, siempre rodeado de quienes se sentían importantes simplemente rodeándole, entablando con él alguna conversación banal… Con razón don Miguel, don Miguel de Cervantes y Saavedra (1547-1616) escribió,

«El hacer bien a villanos es echar agua en la mar. La ingratitud es hija de la soberbia».

Y es que el ingrato no valora lo que se da o se le ha brindado, y al despreciar a su benefactor, lo hace con una actitud altiva y egoísta. René Descartes (1596-1650), consideraba la ingratitud como un vicio propio de los arrogantes y los brutos, y también de los ignorantes y los necios. Si bien hay que tratar de ser como el dador feliz de la Sagrada Biblia que da y da sin esperar nada a cambio, es injusto que aquel que recibe no retribuya en la medida de sus posibilidades con sincera gratitud, un ¨muchas gracias¨, una palabra de afecto, un ¨querido amigo¨, un gesto cariñoso, un estar cerca en los momentos difíciles, un recuerdo afectuoso sin egoísmo, una sonrisa de festejo… En fin, seguir dando a quien desprecia lo recibido, es incentivar su egoísmo.

La ingratitud no solo puede provenir de alguna persona en particular; se da también entre padres e hijos, hermanos, tíos y sobrinos o amigos, se da no solo en muchos otros casos, sino que también puede provenir de la sociedad en su conjunto o del Estado mismo, hoy día mezclado con el régimen de oprobio, maula y ladrón como solo él, bandidaje que  no paga salarios o jubilaciones dignas a quienes han aportado al sistema a través de muchos años de trabajo meritorio sin reconocimiento, y a quienes condenan a subsistir con sumas miserables por concepto de jubilación debiendo hasta humillarse para obtener lo que es suyo u ocurrir a marchas vestidos de rojo o realizar vigilias frente a las mismas plantas de producción que les sojuzgan para recibir planazos o ¨gas del bueno¨…

 

Solo se premian ellos mismos… Dígame los militares, se engordan por gula, se suben los sueldos, se regalan automóviles, adquieren quintas que sus sueldos les negarían, viajan al denigrado pero ansiado Imperio con sus familias con jugosos viáticos y envían a sus hijos a estudiar de contrabando a lugares que odian de la boca hacia afuera, se despojan de sus uniformes al salir a la calle pues bien saben que los han mancillado hasta el hartazgo, que están desprestigiados, que son impopulares y mal vistos; los demás, el pueblo que paga sus salarios, son ignorados, mirados como perraje y dejados de lado… Se llenan de las condecoraciones –¨chapitas de coca-cola¨ sin valor- que premian sus lisonjas y entrega en sus paltosotes hasta la rodilla colmados de botones, placas y estrellas de hasta siete picos, muestrario de ridiculeces de quienes, cobardes, no han querido ni sabido defender su patria, antes bien, la han manchado al hacer dueña de ella a una pinche y malvada nación extranjera, a la muy indigna dictadura cubana de quienes reciben órdenes, desplantes, humillaciones y reprimendas…

Saluda a la ingratitud como una experiencia que enriquecerá tu alma.

Augusto Rodin, 1840-1917

Y es verdad, quien vive pensando en los desagradecidos con quienes se ha topado en la vida, que suelen ser abundosos, deja de solazarse en el bien que ha esparcido. Quien nada ha dado, quien ha quitado a otros y ha usufructuado bienes ajenos no merecidos, algún castigo en tierra recibirá. La traición de sus camaradas, la indiferencia de su familia, la inquina de sus hijos y el menoscabo de su salud por tanta maldad acumulada, bombas de profundidad que sacudirán los cimientos de sus sistemas de vigilancia inmunológica y protección y allí sobrevendrá la enfermedad tenebrosa. Los males que le acogotarán serán males muy malos y dolorosos, así que sufrirá y pagará en tierra con la misma moneda con la que pagó a otros, y quién sabe de la deuda que tendrá que pagar después…

Mientras escribo, me deleito una y otra vez con la «Ballade pour Adeline» de Richard Clayderman y lágrimas brotan de mis desprevenidos ojos; es la belleza del hacer sin esperar nada a cambio…

Elogio de la partida: Cuando se ha llegado…

Academia Nacional de Medicina: Boletín virtual. Editorial, diciembre de 2013.

  • ¿Tal vez otro título…?

 Quizá usted no leería este Editorial si yo hubiese optado por otro título, ¿Qué le parece, ¨Elogio de la muerte…¨? Tal vez me tacharía de malsano o de morboso o me espetaría, ¿¡Por qué hablar de ¨eso¨ precisamente ahora…!? ¡Nada que ver…! La esperanza de vida del venezolano común se ubica en los 74 años; ello significa que este año y por este mes ya voy sobrepasado esta cota en 18 meses; es decir… ¡He llegado…! y debo agradecerlo a Dios, a mis padres, a mi familia y a la vida que me lo han permitido; y especialmente, porque no he llegado tan deteriorado o maltrecho que digamos…

Es un privilegio haber arribado a esta cota octogenaria, aunque nos hacemos a la idea, intentamos saber que cada vez el camino será más escarpado, pedregoso, lleno de baches, abundoso en caídas y sembrado de dolorosas pérdidas: bien, aquellos que desertaron en la ruta, nuestros padres, familiares y amigos; otros, que han olvidado nuestro afecto quedando apenas sus recuerdos. Ley de vida, me dirán con acierto, lugar común. Estamos en lista de espera; desde que nacimos siempre lo hemos estado, pero lo percibimos más aún cuando envejecemos; lo que ocurre es que algunos se nos ¨colean¨, y sin que reclamemos, se van primero y nos dejan en el aguardo; es cierto que no nos preocupan para nada sus malas artes para adelantarse, ¡A las puertas del cielo, yo estoy primero que mi papá!, decía precisamente mi padre…

Es evidente que muchos, aunque no todos, anhelamos o aspiramos a ser viejos, pero luego, son muchos los molestos de haber llegado. Sin embargo, se habla de lo doloroso del proceso que toda evolución trae implícita, quedando comprendida en ella, claro está, el proceso del envejecimiento, que se cumple y ocurre coetáneamente, rodeada por o dentro del proceso involutivo. La mayoría ven pasar con angustiosa tristeza el avance cronológico, el arribo a esta normal etapa del devenir vital; otros comenzamos a valorar el carácter limitado y precioso de la vida y no queremos perdernos ni un minuto de lo que nos resta de existencia.

Razones para ello existen, a mayor vecindad de la terminación de la vida, mayor el incremento de la ansiedad ante esa superior toma de conciencia del hecho seguro: el supremo momento ignorado de la muerte, y a un menor plazo que antes, precedido en este caso de la decadencia o menoscabo funcional biopsicológico, sea normal o en el peor de los casos, patológico: el aumento de la dependencia, el retiro de las actividades habituales con frecuencia mordicante, no aceptado y depresivo, las inseguridades y malas condiciones socioeconómicas del malpasar de muchos provectos, constituyen factores que determinan o empeoran la situación mencionada; la comprensión, la ternura y la comodidad les suelen ser negadas por la sociedad a la que pertenecen y donde ya estorban…

Se va uno sintiendo sensiblero cuando oye aquellas melodías que han marcado los días y no importando que uno sea hombre, las lágrimas manan de los ojos sin autorización ni permiso, por aquello de la enseñanza grabada en piedra, de pujar, pero nunca llorar; un viejo llorando no debe llamar a lástima, seguramente tiene mucho porqué llorar, entonces, repróchenle su sensibilidad, pero nunca sus lágrimas.

¿De qué nos quejamos entonces? Cada día mueren en nuestro cerebro más de cien mil neuronas que jamás se reponen; cada día cien mil pérdidas, cien mil lutos inaparentes, cien mil llantos ¿y será que lloran las neuronas?, ¿pesada carga para las restantes…? Quizá no, hemos abonado el árbol dendrítico, ese que se nutre con las experiencias y los aprendizajes a que gozosamente vamos forzando nuestro cerebro. Desafíos que hemos tenido y vamos teniendo a lo largo y ancho de nuestras vidas. Si uno se detiene y no piensa más, si no acepta los desafíos, si no riega el árbol de nuevas y maduras experiencias, el árbol se pasma, se marchita y entramos en decadencia, literalmente en barrena, en la marcha apoptótica de las hojas amarillentas del estío…

  • Esa señora que no duerme; esa dama insomne; Azrael, el Ángel de la Muerte

Muy aleccionadora acerca de la inevitabilidad de la muerte en el Kayrós de la ocasión precisa y el momento predestinado, es la narración del médico y escritor W. Somerset Maugham (1874-1965). En su comedia Sheppey (1933) hace hablar a la muerte, no siendo más que una versión reescrita y contemporánea de una antigua historia perteneciente al Talmud de Babilonia y una de las tantas fábulas persas tan hermosas como creativas:

  • ¨Había un mercader de Bagdad que envió a su criado al mercado a comprar provisiones; a los pocos momentos regresó el siervo en aterido pánico, pálido, tembloroso, y le dijo:-¨Señor, hace un momento, cuando me encontraba en la plaza sentí que me empujaban y cuando giré la cabeza, vi que era la Muerte que me atropellaba.  Ella me miró e hizo un gesto de amenaza; ahora, por favor, présteme su caballo más veloz, me iré lejos de esta ciudad para así eludir mi destino. Iré a Samarra y allí la muerte no me encontrará¨.El mercader le prestó su caballo y el sirviente al punto montó; pronto clavó las espuelas en los ijares de la bestia y al galope, lo más rápido que el caballo pudo, marchó velozmente.  Entonces el comerciante se fue a la plaza del mercado y vio a la muerte de pie entre la multitud… Se acercó a ella y le increpó:

    -¿Por qué hiciste un gesto amenazador a mi siervo cuando le viste esta mañana?¨

    -¨No, no fue un gesto de amenaza –le contestó la muerte-, fue solo un respingo de sorpresa. Estaba asombrada de verlo en Bagdad, pues teníamos pactada una cita esta noche en Samarra…”.

    La historia antes narrada, con múltiples variantes que han sido designadas como «Cita en Luz», ¨Cuando la muerte llegó a Bagdad¨, ¨Salomón y Azrael¨, ¨El gesto de la muerte¨, etc., demuestra que un hombre no puede escurrirse a su destino y debe morir inevitablemente. El Ángel de la Muerte es la representación de alguien que simplemente realiza una tarea necesaria y la hace efectiva de cualquier forma posible.

    • Porque no todo tiene que ser formal, la picaresca criolla que también posee lo suyo, da cuenta un hecho de verídica e insólita ocurrencia sucedido en el pueblo de Achaguas en el estado Apure, por allá a inicios de los cincuenta del pasado siglo, lugar donde precisamente se venera al milagroso Nazareno de Achaguas. La historia relata el caso de un lugareño que vendióle el alma al diablo. Veamos el desarrollo de los hechos: una tarde calurosa, caminaba por las vegas del río Matiyure, Dionisio Aeropagita Laya, buenmozo, de piel morena, tupida cabellera y pequeña estatura, a quien por siempre salirse con la suya haciendo mofa de los demás le apodaban ¨el vivián¨. Su arte era el de un vividor, gustoso de la buena vida sin preocupaciones ni esfuerzos y dispuesto a sacar provecho de cualquiera en su propio beneficio valiéndose de su desvergüenza y talante abusivo… Ya el sol tendía a ocultarse tras un frondoso samán cuando se encontró de frente con el mismísimo Satanás. El sitio fue invadido por un olor sulfurado y los ojos de aquel zamarro relampagueaban al parpadear… Así pues, que no fue necesaria presentación alguna. Dionisio no se arredró ni le dejó hablar, sino que de inmediato le ofreció su alma a cambio de poder, dinero, fiestas, finos licores y por supuesto, mujeres a raudales y potencia, mucha potencia para poder montarlas. El Malo le dijo que todo le sería concedido por cinco años, tiempo en que vendría a buscarle entre gallos y medianera para llevarle a su morada. Sellado el macabro pacto, todo le fue concedido, y mire usted que despreocupado la pasó muy bien cada día con su noche. Sin embargo, acercándose el fin del plazo acordado, a Dionisio le entró un friíto de pánico; así que urdió un kikirigüiki. Visitó a un famoso cirujano plástico que le acondicionó una nueva cara de perfilada nariz, achinados ojos y le descoloró la piel, le rapó la frondosa cabellera, le hizo vestir lentes de contacto azul, y le calzó un par de zapatos con elevadores que aumentaron su estatura… No cabía duda, era otra persona… Ah, y por supuesto, se mudó de pueblo esperando engañar a Belcebú. Se residenció en un villorrio minero del estado Bolívar donde continuó sus parrandas y francachelas.La tarde en que se venció el contrato, Lucifer se presentó en Achaguas a buscar otra alma más como trofeo. Por más que le buscó no pudo encontrarlo y nadie supo decirle a dónde se había ido el ladino aquél. Satán que era ente de palabra, no podía entender la falta de dignidad y decoro del otro y montó en cólera. Raudo comenzó a visitar ciudades y pueblos en su búsqueda, en segundos cruzó el país de norte a sur y de oriente a occidente y nada, se había esfumado… Habiendo pasado ya la media noche y fatigado de tanta búsqueda, aterrizó en un pequeño pueblo de mineros donde por sus calles solitarias caminó mascullando su indignación y su rabia. Acertó a pasar frente a un baile que llamó su atención; un mabil de mala muerte donde el jolgorio dominaba, mujeres en pantaletas y hombres enchumbados de ron gritaban frenéticamente: Guardajumo se sostuvo de los barrotes de la ventana para pensar qué acción tomar al tiempo que miraba a los asistentes danzando; de entre aquella multitud se destacaba un sujeto estrafalario que bailaba un ballenato rucaneao con una saporreta de ojos claros sin sostén ni pantaletas, y que, secretamente celebraba su maña de haber engañado al Maligno. En un arranque de ira se dijo el demonio, -¨No, no me voy a ir solo; lo que soy yo, aunque sea me llevo al calvito aquel que está allá…¨. Y dicho y hecho, lo arrebató del lugar… y así fue como Dionisio Aeropagita Mendoza tampoco pudo eludir su destino y por su viveza se fue a llevar candela a los dominios del Maligno…

       

       

      ¨La figura de la muerte,

      en cualquier traje que venga es espantosa¨

      Miguel de Cervantes y Saavedra

       

      • Mi seducción por la muerte…

        El tema de la muerte siempre ha producido en mí una atracción particular, especialmente esa legión de personajes mitológicos como las Parcas, las Moiras o las Nornas; además me cautiva el dios Hermes o según otros, Thanatos (la muerte personificada), que tenía bajo su responsabilidad llevar las almas de los muertos al infierno. Caronte, canoero del río Aqueronte, uno de los cinco ríos del inframundo, ese que marcaba la entrada a los reinos de ultratumba, era el encargado de guiar aquel tropel de sombras de difuntos vagantes en las tinieblas para llevarlos de un lado a otro del río; eso sí, ¨bussines is bussines¨, sólo si tenían un óbolo para costearse el viaje, y por ello, en el Grecia antigua los familiares, ya advertidos  del ¨fee¨, prestos y presurosos, colocaban una moneda bajo la lengua o sobre los ojos del difunto para saldar el viaje y evitar que las almas de sus queridos continuaran vagabundeando sin rumbo y sin reposo.

        En la mitología romana las Parcas (en latín Parcæ) o Fata eran las diosas del destino, las personificaciones del Fatum o providencia. Las Moiras eran hijas de seres primordiales como Nix (la Noche), Caos o Ananké (la Necesidad). El mismo Zeus o Júpiter estaba sujeto a sus designios. Eran tan poderosas que era el único dios que las obedecía.  En la tradición griega, se aparecían tres noches después del alumbramiento de un niño para determinar el curso de su vida… En su origen, muy bien podrían haber sido diosas de los nacimientos, adquiriendo más tarde su papel como verdaderas señoras del destino. Ananké era la madre de las Moiras y la personificación de la inevitabilidad, la necesidad, la compulsión y la ineludibilidad. A las Moiras se las representaba comúnmente como a tres mujeres hieráticas, de aspecto severo y con túnicas como vestimenta. Cloto, portando una rueca; Láquesis, con una vara, una pluma o un globo del mundo; y Átropos, con unas tijeras o una balanza.

        Bajo su control se encontraba el metafórico hilo de la vida de cada mortal o ser inmortal, desde su nacimiento y aún hasta después de su muerte. Escribían el destino de los hombres en las paredes de un enorme muro de bronce y nadie podía borrar lo que ellas escribían. Por todo ello, y en especial por el predominante papel de Átropos, las Moiras inspiraban gran temor y reverencia. Sus equivalentes griegas eran las Parcas y en la mitología nórdica, las Nornas.

        • Cloto (Κλωθώ, ‘hilandera’) hilaba la hebra de vida con una rueca y un huso. Su equivalente romana era Nona, que originalmente se  invocaba en el noveno mes de gestación.
        • Láquesis. (Λάχεσις, ‘la que echa a suertes’) medía con su vara la longitud del hilo de la vida. Su equivalente romana era Décima, análoga a Nona.
        • Átropos (Ἄτροπος, ‘inexorable’ o ‘inevitable’, literalmente ‘que no gira’, a veces llamada Aisa), era quien cortaba el hilo de la vida. Elegía la forma en que moría cada hombre, seccionando la hebra con sus ¨detestables tijeras¨ cuando llegaba la hora. En ocasiones se la confundía con Enio, una de las Grayas. Su equivalente romana era Morta (‘Muerte’), y es a quien va referida la expresión «la Parca» en singular

          He leído dos libros, dos testimonios de vida, dos descarnados recuentos de dos existencias vapuleadas por condiciones médicas irreductibles, irredentas, dolorosas, dos profesionales universitarios que quisieron dejar por escrito y grabado en video para la posteridad, una enseñanza triste y a la vez optimista de la muerte, mientras nos inducen a pensar y preparamos para ella.
          Uno, intitulado ¨Tuesdays with Morrie. An Old Man, a Young Man, and Life’s Greatest Lesson¨ (¨Martes con mi viejo profesor¨), que trata acerca de Morrie Schwartz, profesor de sociología en la Universidad de Brandeis, hablando con su exalumno, el periodista Mitch Albom acerca del inminente deterioro de su salud y de su próxima muerte por una enfermedad llamada esclerosis lateral amiotrófica (ELA), enfermedad de Charcot o de Lou Gherig. El alumno y el viejo profesor se reúnen cada martes para discutir cada vez  un tema diferente, pero en cada ocasión las cosas se hacen más difíciles, ya que la enfermedad del profesor progresa y cada vez le cuesta más respirar, hablar o expresarse. Así que el tema principal del que terminarán hablando es de la muerte, acompañado de otros tópicos como el matrimonio, la vejez, el amor, la familia, las emociones, la cultura, el perdón…

          En resumen, pensar en la muerte es prepararse para ella, es la novia pálida, es esa presencia ausente que nos acompaña a un costado, esa que a diario nos permite ser capaces, antes de morir, de hacer las paces con todos durante nuestras vidas, una oportunidad que pocas personas tienen la suerte de tener precisamente porque no piensan en ella. No la recordamos porque en nuestra omnipotencia, a veces pensamos que el mundo no puede sobrevivir sin nuestra presencia. Muy rara vez las personas viven como si creyeran que van a morir; pero si lo hicieran, sus prioridades serían completamente diferentes y con ello compartiríamos la filosofía budista donde cada día hay que reconocer la posibilidad de que este podría ser nuestro último día en la tierra.

          Según Morrie debemos llevar como los budistas un pajarito en el hombro al que todos los días debemos preguntarle, ¨¿Pajarito, es éste mi último día?, ¿es el día en que he de morir?, ¿estoy preparado?, ¿estoy haciendo todo lo que debo hacer?, ¿estoy siendo la persona que quiero ser?¨ Hay que aprender a morir así como se aprende a vivir…

      • En la universidad de la vida se manifiesta el Eros y el Tánatos como la «tensión de los opuestos»: las fuerzas de oposición que constantemente nos tiran hacia adelante y hacia atrás, pero, inevitablemente, el amor es el único que nos salva, pues siempre gana…Nuestra cultura está tan obsesionada con la juventud y la belleza que hace de ella un lugar peligroso y confuso; el deseo de ser más joven es sólo una consecuencia de haber vivido una vida poco satisfactoria, centrándonos en los logros triviales y la riqueza material; haciendo caso omiso de los más preciosos aspectos de la vida, pasamos por alto cosas capitales como el dar lo que tenemos, no sólo dinero, sino además conocimiento, tiempo, amor y compañerismo también. La única forma de alcanzar la verdadera felicidad consiste en dar, no en recibir, de hecho, ya hemos recibido con suficiencia el don de la vida…

         

        El otro libro, una autobiografía: ¨La última lección¨ (título original The Last Lecture), escrito por Randy Pausch profesor de informática, diseño e interacción persona-computador, de la Universidad Carnegie Mellon en Pittsburgh, Pennsylvania, Estados Unidos. El libro se gesta toda vez que conociendo un mes antes el diagnóstico de un cáncer pancreático incurable y en fase terminal, pide a otros profesores universitarios profundizar en el auténtico sentido de sus vidas para dictar una supuesta ¨última conferencia¨, donde se respondería a la pregunta, ¨¿Qué mensaje impartirías al mundo si supieras que es tu última oportunidad?¨. Así, dicta su última conferencia el 18 de septiembre de 2007 intitulada, ¨Realizando de verdad tus sueños de la infancia¨ (¨Really achieving your childhood dreams¨), que tuvo un tremendo éxito cuando fuera trasmitida  por la Internet luego transformada en un libro, en un bestseller del New york Times.  Lejos de negar su enfermedad, decidió vivir plenamente sus últimos meses de vida.

         

        Uno madura el día que se ríe por primera vez de sí mismo

        Ethel Barrymore

        • Pensando en voz alta…

      • Un cercano domingo en medio de una mañana esplendorosa, más bien quiero decir casi al mediodía, venía trotando en bajada por la Cota Mil en dirección de La Castellana; el cielo muy azul y algunas nubes dispersas que más parecían de algodón deshilachado permitían ver a través de ellas… ¡un menguante lunar, tenue y desdibujado!; aquél, desafiante, resistiéndose a desaparecer ante la luz solar del hermoso día que todo bañaba. Aceleré el kilómetro que me faltaba para finalizar y un ciclista que subía me dijo ¨!Ta´s duro!¨ (quizá le faltó el ¨viejo¨), mientras sólo sentía el aire fresco sobre mi cara, el impacto de mis pisadas y mi respiración rauda, se me antojó por pensar que luego de traspasada la cota de los 75 años, nos resistíamos a no tener luz propia, o a apagar la luz, o simplemente darle una patada a la lámpara… Por analogía, era así como también la luna, renuente, se resistía a desaparecer ante la luz del sol…

         

        La vejez es la edad de emprender aquellas tareas

         que habíamos esquivado en la

        juventud porque nos hubieran llevado demasiado tiempo.

      • W. Somerset Maugham

 

Miren un árbol viejo en cualquier calle de Caracas, huérfano y desasistido, nunca acariciado; ha perdido el lustre de sus hojas, está poblado de ramas muertas y las pocas vivas, retorcidas y ateroscleróticas, invadidas por la tiña, que, aunque tiene el comportamiento de una epifita, produce muerte del tejido vegetal y se considera como parásita, y el guatepajarito, invasor que también parasita, aprovechándose para crecer de la fisiología y el metabolismo de la planta. Viejos carentes de defensa naturales impuestas por la edad y el abandono… ¿Les parece acaso parecido al viejo dejado de lado y solitario…?

Tal vez en algún momento tendremos que ser hospitalizados. En ese medio, la hora de la muerte puede ser determinada. Muy triste, pero algunas veces, la prolongación de la vida, aunque sea vegetativa, solo por prolongarla, se vuelve un fin en sí mismo, y nosotros los médicos en forma refleja y muchas veces inhumana, mantenemos medidas que pueden conservarla en forma artificial durante días o semanas. Tendría algún sentido si se tratara de un joven, todavía con una reserva orgánica conservada, un porvenir y con esperanzas de recuperación; no parece sabio hacerlo en un viejo que fue útil y fructífero en su momento y ahora cansado espera reposo, especialmente en aquél donde no haya razonable posibilidad de recuperación sin discapacidades. Debo confesar que me aterra sea mi caso, perdería lo poco que tengo, mi dignidad humana sería vulnerada y dejaría a mi esposa en una ruinosa viudez. Y es que, en este caso, la muerte deja de ser un fenómeno natural y necesario, para transformase en una pifia del sistema médico. En consecuencia, y eso constituye un cambio antipódico, la muerte ya no pertenece más al que va a morir ni a su familia: está organizada por una enmarañada burocracia que la trata como algo que le pertenece, y aunque forma parte de sus responsabilidades, las decisiones no burocráticas deben interferir con ella lo menos posible. El duelo también ha desaparecido como práctica, el crespón negro en el brazo; así, los funerales breves y la cremación se vuelven cada vez más frecuentes por razones de comprendida conveniencia.

Envejecer no es más que una costumbre que el hombre

 ocupado no tiene tiempo de adquirir.

André Maurois

 


 

 

 

  • El kayrós helénico

 

Kayrós es “el momento justo”, no es el tiempo cuantitativo sino el tiempo cualitativo de la ocasión, la experiencia del momento oportuno. Los pitagóricos lo llamaban la oportunidad. El kayrós hipocrático es el momento justo en el cual la enfermedad hace eclosión, ¿Por qué hoy? ¿Por qué no ayer? ¿Por qué no mañana?, y cuando aquella se manifiesta, no es posible rechazarla; cuando ha sucedido no es posible recrearla ni volverla a tener.

 

Habremos de enfermar porque la vida es el anverso de la medalla de la muerte y las enfermedades que nos acosarán –evidentes u ocultas- no serán otra cosa que aceleraciones en la inevitable carrera en pos del reino de las tinieblas. Entonces pensaremos en el pavoroso drama de la enfermedad que nos tocará en suerte, dependiente de nuestra genética tal vez modificada por la epigenética. La principal desgracia para un anciano será la soledad. La habitual ocurrencia será que las parejas no lleguen a viejos juntas; siempre alguien se va primero, con lo que se desequilibra todo el statu quo que sostenía a los componentes del par. En una relación estable, cuando es la mujer la que primero se va, el hombre saca la peor parte, su sistema inmunológico se autodestruirá pronto e intolerante al intenso dolor, el marido morirá prontamente. El viudo o viuda comienza a ser una carga para su familia. Por una parte, todo el mundo ciertamente está ocupado, por la otra, muchos amigos han muerto y no hay con quien compartir. Habrá también muchos sordos alrededor, pero no sordos del oído, simplemente sordos funcionales que no quieren saber de penas ni lamentos.