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PARTE I.
El drama de la napolitana…
Profunda compasión que más tarde se tornaría en acentuado enojo, fue cuanto sentí cuando la vi entrar… El rostro pálido y enfermizo estaba invadido por un rictus de dolor. Inicialmente pensé que era físico, pero más tarde me percaté que radicaba en lo profundo de su perturbado espíritu: la boca entreabierta dejaba ver sus dientes apretados, vano intento por controlarse. Su ceño fruncido y las arrugas propias de sus 74 años aparecían de repente dicotomizarse una y otra vez en centenas de pequeños ramales. Estaba abatida y el llanto no lo dejaba pronunciar palabra alguna.
¡No podía entenderlo! Cojeaba mucho menos que cuando le había visto hacía quince días. El hecho clínico era como en otros casos, siempre asombroso y fascinante a mis oídos. En su dialecto napolitano-criollo, hablaba a rastras y yo hacía todo lo posible por no perderle el paso. En ocasiones extraviaba la pista, más las frases que luego venían me revelaban el significado de las anteriores.
Una semana antes de nuestra primera entrevista había comenzado a experimentar severo dolor que arrancando en la nalga derecha, se precipitaba cadera abajo hasta las postrimerías del muslo. Era urente en su carácter, abrasador si se quiere, tal como si le hubieran vertido un chorro agua hirviente. Tanto se parecía a una “puntada ciática” que sus hijos la llevaron a un traumatólogo. Luego de “visitarla” diagnosticó una hernia discal pellizcando un nervio. Una resonancia magnética de la columna lumbar la identificaría plenamente. En estos tiempos de peladera, los miles de bolívares que le costaría el estudio añadieron más dolor a su dolor… La prescripción de antiinflamatorios para tomar y frotar, y la simpar vitamina B1, esa inútil-para-casi-todo, no rindieron el dolor. Dos días más tarde estaban aún peor y según ella, “quemada por la medicina que se untaba”. La piel del área se le vistió con el colorado del camarón y en su superficie apareció un rocío de minúsculas vesículas, menuditas inicialmente, que fueron aliándose las unas con las otras para formar irregulares ampollas. Ese rocío demoníaco recordaba una quemadura de segundo grado que se hacía más ardiente al simple roce con sus ropas. Sin pudor alguno, se levantó el fustán y dejó ver ante mis ojos una culebrilla que reptaba por la piel del muslo, que serpenteando como un incendio de sabana había quemado el trayecto de los nervios por donde corría.
Era sin dudas, un herpes zóster o culebrilla localizado a los dos primeros dermatomos lumbares, la manifestación recurrente de una muy antigua infección por el virus varicela-zóster. ¡Si señor! El mismo que causa la lechina o varicela que a tantos ha afectado. Una vez que nos curamos de la lechina el virus nunca más abandonará nuestro cuerpo. Cual feo durmiente, hibernará su prolongado sueño dentro de las mismas células nerviosas sin ser notado ni molestado y sin molestar. Años más tarde, cuando el sistema defensivo de nuestro cuerpo se distraiga o mal funcione por efecto alguna enfermedad debilitante, medicamentos o estrés emocional, él despertará brioso, malhumorado y agresivo, inflamando el recorrido del nervio donde hubiere fijado su residencia. He allí pues, el por qué casi nadie está exento de sufrirlo alguna vez en la vida.
Cuando le comuniqué el diagnóstico, a su sorpresa se sumó gran temor, ¡Tan mala es la reputación que tiene esta condenada condición! Su sola mención es casi que la evocación de un anatema proferido en un aquelarre. La tranquilicé diciéndole que había venido a tiempo, pues apenas tenía cuatro días de aparecida la erupción y afortunadamente para ella hoy día, disponíamos de unos novísimos y efectivos medicamentos antivirales, el aciclovir y vanciclovir, que pronto abatiría la replicación del virus y su progresión. Me sentí entonces muy contento de poder disponer de un verdadero específico, una poderosa arma letal contra el virus.
Cuando me visitó la segunda vez en ese lamentable estado, la erupción había desaparecido casi por completo, así que no podía entender el porqué de su desesperación. Aún tenía dolor era verdad, pero mucho más atenuado. ¿Qué pasaba entonces? ¡Qué iba a pasar…! Lo habitual, lo folclórico, la actuación perniciosa del curalotodo, que sin haber estudiado un pepino quiere ocupar nuestro puesto. El metido le dijo que no sanaría con lo que yo le había recetado, que el mal seguiría su curso a menos que… la ensalmaran: cataplasmas de yerba mora y el consabido rezo, pues todo ello era el resultado de un “daño que le habían echado”. Y al decirlo en su jerigonza inentendible, se desparramó en la silla y se largó a llorar como una niña. Ahora comprendía yo su retroceso en medio de la mejoría inicial… ¿Quién querría hacerle daño a esta pobre matrona conocedora de los tantos sufrimientos de un inmigrante? Sería por ventura alguna mente demoníaca capaz de expeler a distancia vibraciones mefíticas, aires dañosos para producir muerte real o aparente, o enfermedad no atribuible a ninguna causa natural y sensible, o los metidos de oficio, al sembrarle una idea supersticiosa y dañina. ¡Qué venalidad! ¡Qué retrogradación! El peor daño no le había sido infligido por el herpes virus, sino por el ¨curioso¨ no llamado a colaborar pues, ¿cómo protegernos vulgares mortales de lo sobrenatural, de lo desconocido, de lo oculto, de las trastadas luciferinas?
Al examinarla pude constatar cómo la piel mostraba avanzada tendencia a la sanación, aunque todavía se notaba un leve eritema y costras con morados residuos. Distinguí además en su muslo derecho, a unos milímetros por encima de la rótula, la tenue señal de una cinta adhesiva colocada en sentido transversal que había sido convenientemente retirada antes de venir a visitarme. También reconocí algunas señales borrosas en el rectángulo dejado por la cinta. Eran extrañas letras que no parecían tener ningún sentido. Mirando en detalle, pude reconocer que estaban al revés: ¡escritura especular!, la misma que utilizara Leonardo Da Vinci para que nadie pudiera leer sus escritos o copiar sus inventos. Sólo podría revelarse el mensaje mirándolo reflejado en un espejo, C-U-L-E-B-R-I-LL-A, escrita de derecha a izquierda, tal vez con la pluma mágica de una gallina negra. Aquella cinta adhesiva venía a ser suerte de talanquera mágica, de alcantarilla mataburros, de encantada muralla que evitaría que el maleficio pasara hacia abajo y se regara. Desde luego, desconocía el ensalmador —¡un capitán del Ejército! por si quiere saberlo—, que el segundo metámero lumbar llega tan sólo hasta la altura de la rótula. Así, que antes de que él realizara toda su pantomima y daño profundo a una persona, el Creador a través de una fina anatomía neurológica había dispuesto que sólo hasta allí, y nada más que hasta allí, la erupción podría llegar…
La culebrilla se imbrica a la fábula, como el mal al ser humano. Tantas leyendas gozan de la credibilidad de los ricos y los pobres porque la ignorancia y el temor son universales y no conocen de clases sociales. Quizá no haya otra enfermedad donde se refleje más la emergencia del pensamiento mágico desde lo profundo de lo inconsciente como en el herpes zóster. No por mera casualidad El Demonio, en la forma de una serpiente, para desgracia de todos los ahora mortales, tentó a Adán en el Paraíso. La culebra es pues un animal admirado, reverenciado y temido…
Unos de los tantos mitos se relacionan con la culebrilla que aparece en el tronco o en el abdomen, pues las mentes retrógradas y medievales afirman que ella camina buscando darle la vuelta al cuerpo, así que una vez que la cabeza toca la cola, el infeliz morirá en medio de terribles tormentos; se me ocurre que como en los espectáculos de circo de la mujer serruchada, partida en dos mitades…
La médula espinal, contenida en el canal raquídeo de la columna vertebral está dividida funcionalmente en segmentos o neurótomos, en número de tantos como vértebras existen. Cada uno de ellos da origen a un par de nervios que emergen independientemente a la derecha e izquierda. El área servida por ese nervio recibe el nombre de metámero y tiene una representación bastante precisa en la piel. En el tórax y el abdomen, si pudiéramos verlas, recordarían la sucesión de bandas transversales de las tiras lino de una momia egipcia. En el mero centro, sea atrás o adelante, no hay contacto entre los dos del par. Un puente roto delimita hasta donde llega el territorio de cada cual. El uno, respeta el área de su homólogo del otro lado. En otras palabras, la culebrilla no podría nunca darle la vuelta al cuerpo porque los nervios son morochos pero no siameses. Le invito a continuar para despejar con el conocimiento, la bruma de la ignorancia y el retroceso.
El lado oscuro de la Luna: Elogio de la superstición, culebrilla, yerba mora y otros ensalmos…
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PARTE II.
- Sobre cómo curar lo que habrá de curarse sólo.
La estancia toda fue ocupada por un nubarrón negrestino. Un efluvio maloliente y sulfuroso parecía inundar todo el ambiente. La posesa de ficción, atónita y asustada se encontraba inerme, tendida en su lecho de miserias y arropada con la media banda de su quemante dolor. En el dintel de la puerta y con la luz a sus espaldas, la ensalmadora y su ayudanta, aparecían como rodeadas de un aura de brillante luz. Se aprestaban a iniciar «el trabajo». El desarmónico dueto, adrede permaneció algún minuto o dos sin pronunciar palabra alguna. La «entendida», con la facies clorótica de un vampiro, era larga como un cocotero, pálida y macilenta. Su subalterna —la camarera de un hospital oncológico capitalino, gestora de la otra—, era una cuarentona de cutis seborreico, desdentada y saporreta. Se encontraban allí citadas, nada menos que por recomendación de un doctor de bata blanca con todo y su título y según él, experto en vías digestivas. Título quizá encontrado a lo mejor en una majunche caja de detergente. El del cerebro chiquito y así de grande su insipiencia, en pleno siglo XXI, había dictaminado que el herpes zóster o culebrilla no era cosa que atañía a la ciencia médica, pues pertenecía a los dominios de El Malo. Así, que aquellas dos estaban en el recinto, con la anuencia de un médico y en disposición de expeler al íncubo que, en forma de culebra, reptaba bajo la piel de la desgraciada, blanco inmisericorde de un distante pensamiento dañoso…
Comentó la clorótica, que, aunque una de las maneras de «detener» el avance de la culebrilla era limitando el contorno de la piel afectada con tintura de yodo y luego, pincelando las adyacencias con agua de cal, ella optaría pon el infalible ritual del zumo de yerba mora y la respectiva invocación a las alturas. Para ello, trituraron las hojas de la planta en cuestión mezclando el líquido extraído con aceite de coco y limón —quizá para hacerlo más adherible a la piel-. Con la pluma de una gallina muy negra la mezcla fue entonces aplicada, describiendo los contornos de la isla flictenular. Conjuros o hechizos fueron escritos con tinta negra para que «la culebrilla no avanzara más ni se quedara dentro del cuerpo…». La más tunante, la saporreta, con los ojos entornados, mostrando la blancura escleral de sus ojos, repetía incesante y como un susurro apenas inteligible el exorcismo curativo…
“Jesús, San Pablo bendito de mi Dios tan poderoso.
Líbrame de culebras bravas, de animales ponzoñosos.
Líbrame de enemigos bravos y peligrosos.
¡Paz, paz, Cristo en paz!”
Terminado «el trabajo», las «prácticas» exhortaron a la desdichada a no bañarse o cambiarse las pantaletas por espacio de una semana para que el conjuro no perdiera su efectividad… Cuando se les preguntó cuánto se les adeudaba por sus «buenos oficios», no quisieron cobrar. Pero… habrían de regresar a hacerle «un trabajo a la casa», para alejar de su madriguera a tanto espíritu maligno por allí arrochelado. Los deudos, alarmados con tanta demostración demonológica, optaron por pagar por adelantado los seis mil bolívares fuertes que toda aquella pantomima costaría, suplicándoles por favor, que no volvieran.
La Luna nuestro satélite natural, en su perpetuo girar alrededor de la Tierra, siempre nos ha ofrecido, enigmática, su misma cara pálida de adolescente con cicatrices de acné pustuloso, sus mares, prominencias y cráteres. Por centurias, el hombre conjeturó sobre lo que habría a sus espaldas, en ese lado oscuro que negaba mostrarse ante sus ojos. La ignorancia y la superstición incendiaban la imaginación echando al vuelo las más descabelladas hipótesis. Con el progreso de saber, en 1959 el Luník III orbitó su circunferencia retratando cada centímetro de su vasta soledad, demostrando que además de no haber selenitas en ella, en el lado oscuro de la Luna no había más que… acné lunar. El conocimiento científico había desplazado una vez más, las fantasías encendidas por las llamaradas del oscurantismo… Es por ello que ahora quiero invitarles a aprender científicamente, sobre el herpes zóster, nombre médico que damos a esta enfermedad del sistema nervioso y de la piel (neurocutánea), que la mayoría de las veces es tan sólo un inconveniente pasajero, pero que en una minoría puede dejar una secuela de dolor crónico, y aún poner en peligro la vida misma.
Les había mencionado antes que un virus específico, un herpes-virus llamado varicela-zóster era el causante del desafuero. Toma su nombre de la denominación de una familia de virus, herpes: por serpentear, y zóster: por cíngulo o cinturón, aunque en realidad sea sólo medio cinturón. Es este el mismo virus que afecta a un 90% de los niños no vacunados para producir la varicela o lechina. Una vez que se cura la lechina, el virus no es destruido totalmente por la policía defensiva de nuestro cuerpo. Antes bien, es condenado a cadena perpetua por el sistema inmunológico. Permanecerá entonces confinado, aletargado e inerme en las neuronas o células del sistema nervioso que se encuentran en los ganglios sensoriales espinales o abultamiento que nacen de los segmentos de la médula espinal, u otros que se encuentran en el trayecto de nervios que se originan dentro del cráneo, más frecuentemente el trajinado trigémino (responsable de la sensibilidad de la cara) o el facial (que gobierna el movimiento de los músculos de la cara y es responsable de la expresión).
Por razones no del todo claras, el virus puede reactivarse y volver a la vida violenta, burlando el sistema de vigilancia inmunológico y comenzando su proceso de reproducción o replicación dentro de la célula, recuperando entonces su poder para producir daño o patogenicidad. Puesto en pie de guerra, inicia un tránsito o «viaje inflamatorio» al través de los trayectos nerviosos que afloran invisibles a la piel. Las consecuencias del paso de esta horda barbárica de virus guerreros con teas encendidas, se manifiesta en forma de dolor quemante y erupción ampollar en la distribución del nervio que hayan escogido para su marcha.
En el sujeto sano, con normales defensas, el sistema inmunológico no se quedará indiferente y de nuevo, entablará lucha con el ofensor hasta rendirlo y confinarlo, situación que tomará entre 8 y 15 días. Quiere ello decir que la culebrilla es autolimitada, que curará por sí sola, sin ayuda de ensalmos, hechizos y aún de medicinas. En el sujeto inmunocomprometido o debilitado por la presencia de diabetes, sida o diversos tipos de cáncer que entorpecen la reactividad corporal ante la enfermedad, el herpes suele tomar un camino distinto. Envalentonado y dejado a su antojo, puede causar verdaderos desastres orgánicos al diseminarse por la piel y órganos internos como el cerebro, hígado y arterias de mediano calibre. En estas circunstancias, el virus no suele ser infectante para otros miembros de la familia, a menos que tengan alguna merma de sus defensas porque estén tomando algún medicamento (derivados de cortisona, quimioterapia, o drogas para evitar rechazo de órganos trasplantados). Contrariamente al pensar popular, es la regla de que la culebrilla afecte… ¡a sólo una mitad del cuerpo! El Supremo Hacedor dispuso que uno de cada par de nervios que emergen de la médula espinal, se distribuya a la derecha o a la izquierda, respetando el territorio ‘ajeno’ del nervio contralateral. Si acaso se verán algunos elementos vesiculares trasponiendo la línea media corporal, pero no más que eso.
¡Científicamente hablando no existe pues en el sujeto inmunocompetente, posibilidades de que la culebrilla le dé la vuelta al cuerpo y «se muerda la cola»! Esta es la simple razón por la que los «curiosos» y exorcistas de mal oficio tengan siempre éxito en evitar que la culebrilla progrese…. ¡Escrito ya antes estaba por el Creador de la anatomía neurológica que de allí no habría de pasar…!
Para que escogiéramos los hombres, se nos brindó la opción de elegir entre la ceguera de las tinieblas y la luz del conocimiento; ¿cuál de ellas preferiría usted?
El lado oscuro de la Luna: Elogio de la superstición, culebrilla, yerba mora y otros ensalmos.
PARTE III
- De la fascinación y temor de la culebrilla…
En su travesía milenaria por la historia de la medicina, el herpes zoster o culebrilla, ha generado sentimientos de fascinación y temor. Su incomprensible marcha zigzagueante y el fogoso dolor que la acompaña ha encendido la fantasía popular con su cohorte de superstición, hechicería, ensalmos e insólitos remedios que parecen arrancados de lejanas noches de oscurantistas días, y tiradas por los cabellos de la magia hasta nuestros días.
Como la epilepsia, se le ha emparentado, ya con la ira de los dioses, la incrustación de la maldad y la expiación del pecado; ya, se le ha ligado con las malas artes de Luzbel, el Ángel Caído. Su llamarada serpenteante ha sido pues, asimilada a una transfiguración demoníaca, la misma que aquel adoptara en el Paraíso, para tentar con resonado éxito a nuestro Padre Adán. San Antonio El Ermitaño (251-336 d.C.) nacido de opulenta cuna, enterado de la prédica de Cristo a un joven rico: «Anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, porque tú habrás de tener tu riqueza en los cielos», se deshizo de todo cuanto poseía y se retiró a orar en una cueva.
Fue el padre del monasticismo católico y su interacción fue invocada contra una pestilencia prevalente en Europa durante los siglos XII y XIII llamada el «fuego sagrado» o «fuego de San Antonio». El que se haya tratado o no de la misma enfermedad, algunos viejos textos de Medicina colocan este último nombre entre las sinonimias del herpes zoster. Aún para los neófitos, dolor y erupción ampollar de distribución característica, son los pivotes donde reposa la identificación del mal. Malestar, inapetencia, febrícula pueden acompañar al dolor, el cual estará confinado al territorio de distribución metamérica de uno o dos nervios intercostales, pues la culebrilla es más frecuente en el tórax. Este dolor puede preceder en días, a la aparición de la erupción, dando lugar durante ese tiempo a un sinfín de confusiones de diagnóstico, pues de acuerdo a la distribución del nervio inflamado se malinterpretará como producto de una pleuresía, infarto del miocardio, apendicitis aguda, enfermedad vesicular aguda, síndrome lumbociática y neuralgias de diversos tipos. El dolor es descrito por el paciente de muy variadas maneras: quemante, ardoroso, en puñalada, anestesia con quemadura, intolerable, punzante, picazón con fuego y típicamente se intensifica por las noches, haciendo imposible la reparación por el sueño. Para aumentar el enredo, en ocasiones el dolor no es seguido de erupción cutánea. En este caso se le designa como zoster sine herpete.
Transcurridos 5 o 6 días, sobre un área de piel enrojecida -eritematosa- aparece la erupción, inicialmente constituida por grupitos de vesículas diseminadas aquí y allá, que posteriormente se unirán unas a las otras para formar ampollas de contenido líquido transparente. En dos o tres días el contenido se enturbia y se torna amarillo. Puede en este momento asociarse a una infección bacteriana secundaria por gérmenes que viven naturalmente en la piel. A la variedad más severa, donde la confluencia de ampollas se cubre con una espesa costra, la jerga popular le da el nombre de culebra sapa” por analogía con la rugosa piel de este ofidio.
La erupción suele cubrir un área de piel prefijada por la naturaleza, que está delimitada por el dermatomo correspondiente y que escasamente se sale de sus linderos. Aunque puede ocurrir en cualquier parte del cuerpo, en dos terceras partes de los casos tiene predilección por afectar el tórax, mucho menos el abdomen y la cara. Allí verá usted el cordón de coral y perla tomando la mitad derecha o izquierda del pecho y la espalda, y en la cara, distribuyéndose en el territorio de inervación del nervio trigémino. El compromiso de una de las tres ramas de este nervio, la rama oftálmica, que da la sensibilidad a la mitad de la frente, párpado superior, dorso y la punta de la nariz, es la más frecuente. Cuando las vesículas aparecen en la punta de la nariz, llamado de Hutchinson, es signo inequívoco de que las estructuras internas y externas del ojo serán afectadas en mayor o menor grado, pues un ramo de esta división trigeminal llamado nasociliar, inerva la nariz y las estructuras oculares.
Entre dos y tres semanas caerán las costras, pudiendo o no quedar para siempre, una pigmentación o tatuaje que atestiguará el candente paso de la tea encendida. En las personas jóvenes, el dolor suele marcharse para siempre con la descamación. Sin embargo, en personas mayores de 60 años, el dolor puede persistir furioso, por meses y aún por años… Es la llamada neuralgia posherpética, consecuencia rebelde y molesta del daño infligido por el virus al nervio en cuestión. Por resistir recalcitrante a los más diversos tratamientos, puede constituirse en un verdadero vía crucis para el afectado, usualmente un anciano. El herpes zoster no es considerado una enfermedad de cuidado o mortal, pero puede llegar a serlo… Aclaremos. ¡Solicito su atención para que no se asuste! Solo en aquellos casos en que la vigilancia inmunológica de nuestro organismo se encuentra severamente debilitada, el virus puede pasar al torrente sanguíneo y de allí diseminarse por todo el cuerpo, incluyendo órganos vitales. En estos raros casos, todo el cuerpo, como expuesto al rocío sulfuroso de la mañana, se plagará con las características vesículas. Es lo que sucede con algunos enfermos con síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA), o aquellos que, habiendo recibido un trasplante de un órgano, deben consumir a permanencia ciertos medicamentos que suprimen la respuesta defensiva del cuerpo y que se emplean para prevenir el rechazo de la víscera trasplantada, lo que los hace vulnerables a éste y otros tipos de virus. El mismo fenómeno se da en pacientes con ciertas formas de cánceres de la sangre o de los ganglios linfáticos, como las leucemias y los linfomas, donde ocurre con mayor frecuencia y severidad, lo que los hace más susceptible a sufrir la secuela de la neuralgia posherpética.
Para cuando el ser humano haya alcanzado los 85 años de edad, se calcula que el 50% de ellos habrá sufrido el zoster. En un individuo inmunocompetente, el herpesvirus induce la proliferación de linfocitos, una variedad de glóbulos blancos que media la respuesta inmunológica. En el anciano, esta respuesta es muy baja por simple cansancio del sistema de vigilancia. Así al virus no le es ofrecida mayor resistencia. Por tanto, el riesgo de sufrir neuralgia posherpética o pos-zona- como también se le llama- aumenta con la edad. Por fortuna, el dolor mejora espontáneamente con el tiempo: 45% presentan dolor por más de tres meses y 25% por más de un año. Para desgracia, las horas y aun los minutos cuentan para el anciano, mucho más que para el joven, constituyéndose el terebrante dolor en factor de debilitamiento físico y psicológico.
Es como si los cuatro jinetes apocalípticos se adelantaran a la profecía de Juan: El dolor, de distribución metamérica, está caracterizado por una sensación continua de quemadura superficial y al mismo tiempo de mortificación profunda, a las que pueden superponerse lancetazos fulgurantes repetitivos. Este último, cuando presente, constituye el componente más severo e intolerable. Para colmo, se agrega la hiperpatía o extrema sensibilidad cutánea exacerbante del dolor. El paciente evitará el contacto corporal, aún con sus seres más queridos y deseará que no existieran ropas, aún las más suaves y ligeras. El sueño y la alimentación se ven interferidas y el encamamiento no hace más que atraer las complicaciones propias de la inmovilidad en un anciano: trombosis de las venas profundas de las piernas y riesgo de tromboembolismo pulmonar, bronconeumonía y debilidad y atrofia musculares.
¿Se ha quedado la medicina científica apoltronada e indiferente ante este infame virus?, ¿Ha dejado el asunto en manos de yerbateros y ensalmadores?, ¿Qué logros se han alcanzado en materia de comprensión y tratamiento de este mal? El Zostavac ® es una vacuna diseñada para evitar el herpes y su indicación en personas mayores es perfectamente justificable. Los ensayos clínicos han demostrado una eficacia del 61 % en las personas mayores de 50 años, un porcentaje que asciende al 66,5 en los casos de neuralgia y al 73 por ciento en la eliminación del dolor. Los efectos de esta vacuna tienen una duración, según los expertos, de 10 años y reducen la incidencia entre un 52 y un 58 %.
El Lado oscuro de la luna: Superstición, culebrilla, yerba mora y otros ensalmos…
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EPILOGO
La Medicina, que tiene que tratar con el elemento más importante de la Creación, nos coloca a los Médicos en el envidiable sitial de observar y ser partícipes de todo cuanto atañe al ser humano: sus emociones, sus miserias y sus glorias, sus alegrías y tristezas, sus victorias y sus derrotas, su capacidad para elevarse en la adversidad o sucumbir en ella. Los ejemplos, que nos tocan tan de cerca que no por rareza nos contagian, nos incitan a comprender lo poco que somos, la imperfección de la urdimbre de nuestro tejido, la fragilidad del hilo en que pendemos atados a la vida, la estúpida soberbia que nos procura el espejismo de los bienes terrenales, la oscuridad tenebrosa gestora de cualquiera fantasía horripilante que reina en lo profundo de cada ser… Cada paciente es pues, una oportunidad más para la propia lección y el enriquecimiento interior, si es que así permitimos que ocurra. Conocí más de mi paciente, es decir, más de mi propia hechura…
La napolitana tan añosa en el país y aún maniatada a su ininteligible jerigonza, mixtura ítalo-caraqueña, que sufría de culebrilla o herpes zóster y con quien sufrí su tragedia. En honor a la verdad, según entendidos en las malas artes, el «diabólico daño» no habla sido dirigido a ella…, una joven nieta habría de ser el verdadero objetivo, el blanco de envidias y malsano sentimiento, y a la hermosa precisamente, fueron enfilados los mefíticos aires del que había pactado con el demonio. ¡Eso fue lo que me contaron! ¿Entonces? Sencilla la explicación. La joven era fuerte, así que «el daño» rebotó en ella y fue a incrustarse en la cansada y débil humanidad de la nona. Curiosamente y como les enseñara, el herpesvirus tiene predilección por afectar al anciano, cuyas defensas orgánicas medio oxidadas y maltrechas por el cansancio, pierden capacidad de respuesta. Véase pues, como las mentes retrógradas apreciarán en ello, lo que su insania les haga mirar por sus tuertos ojos. Escogen para sus marramuncias ejemplos de enfermedades propias de un grupo etario y, alrededor de ellas, construyen su pestilente fantasía, haciéndolas aparecer como productos de mal de ojos o que se yo cómo se las llame…
También habíamos comentado el colmo del despropósito de un facultativo que con acentuada ligereza habría arrojado a otra paciente, en la misma situación, en las manos de un exorcizante, porque en su supremo ignorantismo pensaba que sólo los hechizos podrían curarla. Con «médicos» como éste, ¿para qué necesitamos enemigos? Es por esto que, a lo largo de los párrafos precedentes, he tratado de pertrecharlos con piezas de información que pudieran ayudarles a asistir a quien tuviere el infortunio tan mortificante mal.
Si es que la yerba mora o yocoyoco (Solanum nigrum, Linneo) de la familia de las solanáceas, que contiene salanina, un glucósido venenoso de propiedades narcóticas, tiene o no efectos antisépticos, emolientes, cicatrizantes y aun antivirales, no es asunto sobre el que yo deba opinar. Sólo una seria evaluación de las propiedades del compuesto, en el laboratorio y luego sobre seres humanos, con ensayos cuidadosos a doble-ciego, permitirán decidir si sirve o no sirve, máxime cuando un muy serio escollo para un estudio terapéutico con esa enfermedad específica es su cualidad de ser autolimitada, de curarse sola. Las paperas y la lechina son también enfermedades autolimitadas. Los médicos no las curamos, nadie las cura, la naturaleza de la interacción entre ellas y nuestro cuerpo las obliga a desaparecer. Sin duda alguna, serían también «curadas» con yerba mora…
En nuestro largo proceso evolutivo de millones de años tuvimos que hacernos de finos mecanismos de control, de extraordinarios equipos de mantenimiento, de sistemas de defensa natural contra las enfermedades y de remedios que se encuentran ya incluidos en nuestro propio envoltorio. No iba a ser tan tonta la naturaleza para exponer su máxima creación y orgullo a una rápida desaparición ante los numerosos enemigos, visibles e invisibles, que nos rodean.
¿Ha progresado la medicina científica en el control del herpes zoster? De entrada, podrá usted argumentar el elevado coste de los medicamentos que le recomendaré. Tal vez mucha culpa tengo yo y usted también por no haber sacado a patadas a tanto burro encorbatado que nos ha gobernado en los últimos años, llevándonos a una quiebra moral y económica, invocando razones alejadas a la verdadera realidad que todos conocemos: mediocridad, autosuficiencia, inmoralidad y rapiña. El objetivo del tratamiento no es solo reducir la duración de la erupción y del dolor, sino también disminuir la posibilidad de desarrollo de la neuralgia posherpética.
Medicamentos antivirales como la vidarabina, el alfa interferón, el aciclovir y el vanciclovir, han demostrado que pueden detener su progresión y reducir el tiempo de cicatrización, ya sea en el enfermo inmunocompetente o inmunosuprimido. Los últimos de los medicamentos mencionados, son los de uso más amplio y seguro. Como los otros, está disponible en el país para uso parenteral (intravenoso), oral y aún tópico. Cuando se lo emplea entre las primeras 72 horas de aparecida la erupción, aborta la formación de nuevas lesiones, reduce en la sangre los elevados títulos de anticuerpos que expresan la replicación del virus, promueven la sanación de la piel y mejora el dolor. Los cultivos del virus varicela-zoster de muestras tomadas por raspado de las ampollas se negativizan prontamente, lo que significa que el medicamento detiene su replicación y lo destruye. Por desgracia, no parece reducir el riesgo de la temida neuralgia posherpética. Su uso en el herpes zoster oftálmico o culebrilla de la frente es mandatorio, pues puede conducir a la pérdida de un ojo. El controversial empleo de corticosteroides -triamcinolona y prednisona- ha demostrado en algunos casos reducción del proceso y prevención de la neuralgia. En dosis moderadas tampoco parecen inducir la diseminación del virus.
Con relación a la neuralgia posherpética dijimos en anterior oportunidad de su capacidad para mejorar en el tiempo espontáneamente. Los antidepresivos tricíclicos -amitriptilina y nortriptilina- en dosis progresivamente crecientes, pueden aliviar el dolor. La sedación, boca seca, ganancia de peso y el estreñimiento son sus efectos indeseables. Su combinación con fenotiazinas -flufenazina, perfenazina- puede ser una opción para algunos pacientes. Otras drogas han reportado algún beneficio: carbamacepina, pregabalina, gabapentina, fenitoína, baclofeno, cimetidina y hasta la vitamina E. Una sustancia natural derivada de plantas de la familia de las solanáceas (ají) llamada capsaicina (Zostrix 0.025% y Axsain 0.075%) en forma de crema no expendida en el país, parece ofrecer un alivio definido. Aunque su mecanismo de acción no está claramente comprendido se cree que la sustancia insensibiliza la piel, depletando y evitando la reacumulación de la sustancia P en las neuronas sensoriales periféricas. Esta chismosa sustancia o correveidile del sistema nervioso, lleva la información de quemadura desde la piel hasta los centros cerebrales del dolor, para que este nos las haga sentir como tal. Una suave sensación de quemadura sigue a su aplicación, la cual debe colocarse cinco veces al día durante la primera semana, y tres veces diarias por tres semanas más.
Nos despedimos así de la temida culebrilla, esa enigmática dolencia con su halo de superstición y fraude, que no es obra del demonio ni de omnipotentes facultades de «dañar» a la distancia, sino de un infame virus, para el cual el progreso médico ya ha encontrado una explicación y una «contra»…