La bella durmiente del Hospital Vargas… Elogio al enigma del estado vegetativo permanente

Publicado en la Gaceta Médica de Caracas, 2014;122: 298-303

Resumen

 Se presenta el caso de una paciente de 24 años de edad que a raíz de un accidente anestésico desarrolló un estado vegetativo permanente que la mantuvo viva y hospitalizada durante un lapso de treinta años. Las vicisitudes en torno a la causa del daño cerebral y su larga permanencia hospitalaria destacan su drama y el de su familia y se utiliza para actualizar facetas del tema.

Palabras clave. Coma. Hospital Vargas de Caracas. Accidente anestésico. Hipoxia. Estado vegetativo permanente.

Summary

 The case of a 24-year-old who developed a permanent vegetative state, which kept it alive and hospitalized for a period of thirty years following an anesthetic accident and the vicissitudes surrounding the cause of brain damage and his long hospital stay shows his personal and family´s drama and is used to update aspects of the subject.

Key words. Coma. Hospital Vargas de Caracas. Anesthetic accident. Hipoxia. Permanent vegetative state.

 

Introducción.

 Hasta parece una historia imbuida de realismo mágico y su interés de mostrar lo inusual, lo irreal o lo extraño como algo cotidiano y común…

La bella durmiente del bosque es un cuento de hadas nacido de la tradición oral y hecha memorable a través de los relatos de Charles Perrault (1697), los Hermanos Grimm: Jacob y Wilhelm (1812) o Walt Disney (1959). Tras un período de larga esterilidad, un rey y su reina tienen una hija llamada respectivamente según los autores, Talía, Dornröschen («rosita de espino») o Aurora. En honor de la niña invitan a un gran festejo donde varias hadas mediante encantamientos le otorgarían dones positivos. Pero entonces irrumpe una que olvidaron invitar y furiosa, sentencia que al crecer la niña y llegar a los 16 años se pinchará un dedo con un huso y morirá. No obstante, otra de las hadas buenas invitadas, mitiga la maldición: la princesa se pinchará con un huso, pero en vez de morir dormirá durante un siglo. Cuando se han cumplido los 100 años predichos, la princesa con el beso del príncipe es despertada al igual que todos los habitantes de palacio, incluido los reyes. Es el esperado final feliz de un cuento de hadas, pero… no, no siempre ha sido así.

El Hospital Vargas de Caracas o más sencillamente ¨el Vargas¨, posee un caudal de historias y hechos para ser contados. 126 años no son pocos y ¿cuántas anécdotas tristes o alegres, trágicas, cómicas o tragicómicas se han forjado en sus ambientes entre salas colmadas de dolores irredentos, jardines centrales, pasillos, arcadas ojivales y frustración de médicos y pacientes…? Algunas seguramente olvidadas, otras rescatadas de la desmemoria, ciertas guardadas celosamente por sus protagonistas que nunca se darán a conocer, en fin, otras echadas a la cuneta de la amnesia en los caminos del tiempo.

Este relato concierne a una verídica historia y ocurre para ser precisos un desventurado 4 de octubre de 1956: Llamémosla Anita Pérez, hermosa flor caraqueña de 24 años, mujer en ciernes que era, miss de entonces: ganadora del certamen ¨Novia de Caracas¨, poseía un lindo rostro y estaba dotada de casi todo… Pero, como ocurre en algunas mujeres, le amargaba y acomplejaba el hecho de no tener un desarrollo mamario como el de sus amigas. Oyó decir que para que el crecimiento mamario ocurriera, debía operarse de las ¨agallas¨[1]. Una amigdalitis aguda le hizo regresar de un viaje al Norte, y con bríos dignos de mejor empresa, con la colaboración de un familiar médico, fue a operarse en el ya cincuentenario Hospital, a tener una negra cita con el destino… Sería una intervención quirúrgica sencilla, una amigdalectomía… Dos anestesiólogos se compartían el trabajo e iban y venían entre los cinco quirófanos; uno de ellos fue avisado por una enfermera de que algo no andaba bien…

Ante el asombro y terror del responsable de dormirla, el depósito de cal sodada se calentó anormalmente, la sangre se tornó oscura y los cirujanos fueron avisados; se detuvo la intervención, la paciente tenía un paro cardíaco que solucionó el doctor Victorino Márquez Reverón abriendo el tórax luego de una prolongada apnea de quizá 15 minutos y dando un masaje cardíaco directo … Eran tiempos en que aún no se conocía bien la resucitación cardiopulmonar, así que el daño cerebral inducido fue categórico e irreversible…

¿La causa? No existían entonces las sofisticadas máquinas de anestesia de hoy día. Estaban conformadas por un soporte metálico con ruedas donde se sujetaban los cilindros de los gases: una para el oxígeno, de color verde, y otra de color gris, para el anhídrido carbónico (carbógeno), este último empleado para estimular al paciente en caso de apnea. Debido a lo pequeño de su tamaño y al elevado número de casos anestésicos por día, debían ser rellenados continuamente.

Formaba parte de la máquina una bolsa de goma que se inflaba y desinflaba con cada respiración del paciente, y además un envase de vidrio con cal sodada o mezcla de óxido de calcio e hidróxido de sodio empleada como agente absorbente de dióxido de carbono (CO2) exhalado por el paciente. Un hecho significativo era que ese depósito se calentaba con la respiración del paciente: Para ese entonces, los cilindros de carbógeno ya no se empleaban y generalmente el espacio que ocupaban en la máquina permanecía vacío. La causa del trágico accidente tuvo un motivo. Tal vez, por el influjo de un espíritu maligno, el jefe del servicio había ordenado al encargado de recargarlas que vaciara los cilindros grises contentivos de carbógeno y una vez libres, los pintara de color verde como símbolo de su contenido y los rellenara de oxígeno. Uno de los cilindros fue pintado pero no vaciado del carbógeno que almacenaba… El día de la intervención el médico personalmente y no la enfermera atendió a Anita en el quirófano de otorrino para darle la anestesia.

Gran revuelo en el Hospital al correr la infausta noticia. Para colmo era sobrina de un ministro de Pérez Jiménez y además, tenía dos hermanos médicos. La culpa y la persecución por supuesto, recayó sobre el anestesiólogo, pero, ¿cómo podría él saber del monstruoso cambio de gases?, ¿quizá se dejó sentir la mano de la bruja Maléfica de la película de Disney…? No puedo imaginarme ni sentir en carne propia la jugada que le tendió el destino a la paciente y a su médico. Verse involucrado en un drama tal, acusado por propios y extraños, poniendo en peligro su práctica en ciernes; pero luego de una prisión de tres meses en la Cárcel Modelo fue liberado y librado de toda culpa. El tiempo sanó pero no curó del todo las terribles heridas que suele dejar el sentimiento de culpa, que aún ronda por allí. Por fortuna salió con bien del tercio, buscó refugio en otra especialidad donde se desarrolló y se ha hecho respetar por ser hombre de bien, honesto, admirado por sus alumnos y querido por sus pares…

Lo cierto es que Anita permaneció como dormida por cerca de 30 años. La madre nunca quiso llevársela porque ¨el hospital se la había matado y debía proporcionarle cobijo y cuidados¨. Y así fue –caso extraordinario-, como una sala completa del Hospital, la 19, fue forzosamente habilitada como su residencia, con comodidades para la enferma y su madre, sala de estar, un humilde comedor, nevera y una puerta de madera con un candado que señalaba el sitio. Su madre, una señora de escasa estatura, de tez y cabello muy blancos, siempre sigilosa, siempre a su lado, brindábale cuidados y mimos a raudales, y permanecía de pie ante la puerta como el cancerbero de la estancia y por supuesto, celosamente guardaba a la durmiente de curiosos y entremetidos.

No entraba sino la camarera para el aseo y el doctor Herman Wuani Ettedgui quien desde el propio día del accidente la había atendido porque se encontraba de guardia. Diecisiete días estuvo sin ir a su casa, tal fue la presión ejercida desde la dirección, y a partir de ese momento se convirtió en su médico de cabecera. A menudo era llamado por la madre, y muchas veces la vimos montándole guardia en la puerta de la sala 2 para solicitar su asistencia.

En el recinto hospitalario Anita se hizo mujer, su ingente deseo le fue concedido: le crecieron las mamas y además, más tarde la menopausia precoz también hizo su presencia hallándola encamada. El cuidado solícito de la madre impidió que desarrollara escaras o úlceras resultantes de la presión prolongada sobre prominencias óseas o cartilaginosas especialmente en la zona de los talones, sacro y glúteos –trocánteres-. Un coma prolongado, una profunda inconsciencia o más propiamente un estado vegetativo permanente que no de muerte cerebral la dominaba…  Anita estaba viva, pero más parecía una bella durmiente, incapaz de pensar, hablar, caminar o responder órdenes, pero no, no podía moverse o responder a estímulos de su entorno. Mantenía sin embargo las funciones no cognoscitivas, de hecho su respiración, la circulación, la deglución, su patrón de vigilia-sueño se conservaban intactos; estaban presentes movimientos carfológicos[2] como el mover las manos en búsqueda de un algo ausente o una actitud de alisar la sábana sin alisarla. Se encontraba en un profundo sueño producto de un encantamiento, su cuerpo bajo las sábanas, inmóvil, recostada su cabeza sobre una gruesa almohada con medallas de vírgenes y estampas milagrosas que ya nada podían hacer por ella; su mirada inútil se perdía en el vacío porque aunque abría sus ojos no veía y sus globos vagabundeaban cuando era llamada por su nombre o cuando oía ¨¡llegó el doctor Wuani!¨; al mantener la deglución, podía comer lo que su madre llevaba a su boca y nunca se desnutrió porque consumía cerca de 40 compotas de diversos componentes por día, y siendo que algunas veces aspiró el contenido hacia sus pulmones, nada serio ocurrió. Tuvo además otras complicaciones como infecciones urinarias deparadas de una sonda de Foley permanente, una anemia hemolítica inducida por un antiepiléptico administrado, candidiasis cutáneas y otras molestias menores. En un reportaje en la revista «Momento» del viernes 15 de febrero de 1957 firmado por Luis Buitrago concluía el periodista, ¨Entró en la región de la muerte sin haber muerto del todo…¨ (1).

En su caso, un daño posanóxico cerebral fue el responsable de la extensa y masiva lesión cerebral que desembocó en el coma. Un electroencefalograma mostró una monótona línea isoeléctrica decidora del silencio neuronal.

Aunque muchas personas superan el coma pudiendo o no tener limitaciones físicas, intelectuales o psicológicas que necesitarán de ayudas especiales, ese no fue su caso, nunca progresó más allá de respuestas reflejas básicas ni recuperó el estado de consciencia. La causa de su muerte fue la que tenía que ser… una neumonía largamente evitada pero tal vez bienvenida por Anita.

¿Sería que Anita podía pensar? Pero no…, no sabemos si en esas circunstancias se piensa.

Mil preguntas, tantas sin respuesta vuelan de inmediato: ¿cuáles son los límites de la conciencia?, ¿qué define el que algunos pacientes puedan despertar del coma y otros no?, y si es que hay procesamiento emocional, ¿puede medirse?, ¿qué implicaciones legales y morales y bioéticas se plantean en estos casos? Neurólogos e investigadores, ayudados por las nuevas técnicas de diagnóstico por imágenes, están tratando de responder a estas preguntas. Una tomografía funcional por emisión de positrones (PET-scan) no existente entonces, tal vez pudo haber mostrado cambios propios de irreversibilidad… (Figura 1)

Posner (2007), define el coma como un estado ausencia de respuesta en el cual el paciente yace con los ojos cerrados y no tiene conciencia de sí mismo y lo que le rodea (2). La escritora chilena Isabel Allende en su libro autobiográfico ¨Paula¨ (1994) (3), define el estado de coma, ¨como un dormir sin sueños, un misterioso paréntesis…¨. En él recrea con dolor el cuadro clínico-evolutivo de su hija, portadora de una porfiria aguda intermitente[3] que la hizo vulnerable a la devastación neurológica que sufrió luego de una dosis exagerada de calmantes. Paula se mantuvo en estado de coma persistente durante doce meses cuando murió. El paréntesis de Anita fue uno largo, y muy largo, y a pesar del olvido que rodea su caso, un espeso sentimiento de culpa aún se enseñorea por el ala quirúrgica de mi hospital…

 

[1] La palabra ¨agallas¨ como sinónimo de amígdalas, no figura en el Diccionario Terminológico de Ciencias Médicas (Salvat, 1947), y en el Diccionario de Habla Actual de Venezuela (UCAB, 1994), figura la acepción poco fidedigna de, ¶ ¨ Apéndice carnoso que cuelga del velo del paladar¨…

[2] Movimiento involuntario y continuo de las manos, como si fueran a coger algo al vuelo o buscaran algo en las ropas de la cama; se observa en enfermos graves, en casos de delirio por hiperpirexia, en meningitis y es considerado un signo preagónico.

[3] Las porfirias son un grupo heterogéneo de enfermedades metabólicas, generalmente hereditarias, ocasionadas por deficiencia en las enzimas que intervienen en la biosíntesis del grupo hemo, componente de la hemoglobina.

Discusión

 

El daño producido por una lesión cerebral hipóxica/anóxica afecta todo el cerebro. Sin embargo, algunas áreas, son proclives a dañarse más rápidamente que otras. Estas incluyen el hipocampo, que afecta la memoria; la corteza gris cerebral; los ganglios basales: parte del cerebro involucrada en el control del movimiento; la corteza occípito-parietal: implicada en la visión; y las células de Purkinje del cerebelo: que controlan el movimiento y algunos aspectos del discurso.

El concepto de muerte ha evolucionado a la par del progreso de la tecnología. Ello ha obligado a la medicina y a la sociedad a redefinir su diagnóstico, antiguamente centrado en la esfera cardiorrespiratoria y hoy día, dando paso a un diagnóstico neurocéntrico. El aparente consenso sobre la definición de la muerte aún no ha calmado toda la  controversia en su derredor. Aspectos éticos, morales y religiosos de importancia continúan surgiendo e incluye un prevalente malestar acerca de la posible expansión de la definición de la muerte para abarcar el estado vegetativo o el temido sesgo de la formulación de criterios para facilitar el trasplante de órganos

 

Figura 1. La imagen de un paciente con muerte cerebral muestra claramente el signo de ¨cráneo hueco¨ -o vacío- que es el equivalente a una ¨decapitación funcional¨. Es una situación marcadamente diferente a pacientes con estado vegetativo, en el cual el metabolismo cerebral está global y masivamente disminuido, pero no ausente (40 o 50% del valor normal). La escala de color muestra la cantidad de glucosa metabolizada por 100 gr de tejido cerebral por minuto (4).

El diagnóstico de muerte cerebral en un paciente en estado comatoso prolongado está determinado por criterios neurológicos y se basa en la pérdida de todos los reflejos del tallo cerebral y la demostración de la cesación de la respiración –prueba de apnea- (Tabla I). Debe existir una causa evidente que lo explique, generalmente trauma, hemorragia intracraneal o anoxia; por tanto, deben eliminarse factores de confusión tales como hipotermia, drogas, desbalance electrolítico y disturbios endocrinos (Laureys, 2005) (4,5,6).

Tabla I

 

Figura 2. Flujograma del insulto cerebral agudo y sus derivaciones. Acta Neurol Belg. 2002; 102:177-185

La evaluación debe repetirse a las seis horas si estuviera indicada -aunque el tiempo se considera arbitrario. (The Quality Standards Subcommittee of the American Academy of Neurology, 1995). Para confirmar el diagnóstico de muerte cerebral algunas sociedades internacionales requieren pruebas neurofisiológicas confirmatorias como el electroencefalograma (EEG) que muestra ausencia de actividad eléctrica cortical con sensibilidad y especificidad cercana al 90%, angiografía cerebral, sonograma por Doppler y centelleograma (Wijdicks, 2002) (7). Adicionalmente estudios de neuroimagen funcional que en forma característica señalan ausencia total de función neuronal en todo el cerebro (¨signo del cerebro vacío¨) (Laureys et al., 2004) (8). (Figura 1).

 

Después de algunos días o semanas eventualmente el paciente abrirá los ojos. Si este despertar sin conciencia de sí mismo o del entorno se acompaña solamente de actividad motora sin interacción voluntaria con el medio, la condición es llamada estado vegetativo (The Multi-Society Task Force on PVS, 1994) (Figura 2), que puede ser o no una transición hacia la recuperación total. Puede diagnosticarse inmediatamente después de la injuria cerebral pudiendo ser total o parcialmente reversible, siendo capaz de progresar hacia un estado vegetativo o la muerte.

Muchos pacientes en estado vegetativo reganan la conciencia dentro del primer mes de la injuria cerebral; después de ese período se le llama estado vegetativo persistente y las posibilidades de recuperación disminuyen a medida que más tiempo pasa.  Si el enfermo no muestra signos de conciencia en un período de un año después de un evento traumático o tres meses después de una lesión encefálica por hipoxia, las oportunidades de recuperarse se aproximan a cero y entonces la situación es llamada estado vegetativo permanente. En muy raros pacientes existe recuperación luego de este tiempo. En muy importante enfatizar la diferencia entre estados vegetativos persistente y permanente porque se abrevian igual EVP y causan confusión.  Ahora se tiende a omitir ¨persistente¨ y  cuando no hay recuperación en tres o doce meses puede declararse permanente y puede discutirse la detención del tratamiento.

Al presente carecemos de marcadores de diagnóstico o pronóstico para pacientes en estado vegetativo. Las posibilidades de recuperación dependen de la edad del paciente, la etiología (peor cuando la causa es anóxica) y el tiempo transcurrido; recientemente hemos aprendido que en pacientes traumáticos cuando ocurre daño del cuerpo calloso o el tallo cerebral (Carpentier et al., 2006 (9); Kampfl et al., 1998 (10). Es importante destacar que el estado vegetativo no es equivalente a muerte cerebral, pues este último puede ser reversible total o parcialmente; así que en estado de muerte cerebral los enfermos no abren espontáneamente los párpados lo que sí ocurre en el estado vegetativo al igual que la respiración espontánea sin asistencia por preservación de los reflejos del tallo cerebral y el hipotálamo. Adicionalmente, los estudios tomográficos de emisión de positrones (PET-scan) muestran claras diferencias entre las dos condiciones. El llamado ¨signo del cráneo vacío¨, ya mencionado y clásicamente observado en muerte cerebral confirma la ausencia de función neuronal en todo el cerebro. Este signo de ¨decapitación¨ nunca se observa en el estado vegetativo (Figura 1) (11).

       

 

Aunque nuestra paciente pareció sacada de un episodio de realismo mágico por el tiempo transcurrido en estado vegetativo persistente y el hecho de haber vivido treinta años en ese estado bajo el cuidado materno y el de su médico tratante, doctor Herman Wuani en un hospital cargado de culpa e incapaz de ofrecer otras opciones como no fuera alojarla en su seno hasta su muerte, abre un escenario para tratar la muerte cerebral, el estado comatoso, el estado vegetativo y el estado de mínima consciencia, todos relacionados pero representando diferentes alteraciones patológicas en ambas dimensiones de la conciencia: el despertar y la atención consciente, y hasta el estado de enclaustramiento (locked-in) o los signos motores de consciencia. La evaluación clínica de la percepción consciente y de la cognición son de difícil evaluación en estos pacientes es errónea en el 40% de los casos. Los estudios electrofisiológicos y de neuroimagen funcional han aumentado nuestra comprensión sobre los mecanismos neurales implicados en el despertar y la atención, y sus avances mejorarán el diagnóstico, el pronóstico y el tratamiento de estos pacientes, tan desafiantes. Al momento presente, mucha de la información y validación metodológica está a la espera de que los estudios mencionados puedan ser propuestos a la comunidad médica como herramientas para desenmarañar las fronteras entre la consciencia y la inconsciencia. Se hace pues necesario adquirir más conocimientos en los pacientes con estado alterados de consciencia hasta que se llegue a conclusiones más asertivas (12).

 

Referencias

  1. Buitrago L. 134 días en la región de la muerte. Revista Momento. Caracas. 1957;31:12-17.
  2. Posner JB, Saper CB, Schiff N, Plum F: The diagnosis of stupor and coma, 4th ed., 2007.
  3. Allende I. Paula. Editorial Suramericana. Buenos Aires. 5a Edición. 1995.
  4. Laureys SL. Death, unconsciousness and the brain Nat Rev Neuroscience. 2005;6:899-909
  5. Laureys SL, Antoine S, Oly M, Lincx S, Aymonville ME, Erré J et al. Brain function in the vegetative state. Acta Neurol Belg. 2002;177-185.
  6. Laureys SL: The neural correlate of (un)awareness: lessons from the vegetative state. Trends Cognit Sci. 2005;9: 556-559.
  7. Wijdicks EF: Brain death worldwide: accepted fact but no global consensus in diagnostic criteria. 2002;58:20-25.
  8. Laureys SL, Owen AM, Schiff ND: Brain function in coma, vegetative state, and related disorders. Lancet Neurol. 2004;3: 537-546.
  9. Carpentier A, Galanaud D, Puybasset L, Muller JC, Lescot T, Boch AL, et al. Early morphologic and spectroscopic magnetic resonance in severe traumatic brain injuries can detect «invisible brain stem damage» and predict «vegetative states». J Neurotrauma. 2006;23:674-685.
  10. Kampfl A, Schmutzhard E, Franz G, Pfausler B, Haring HP, Ulmer H, et al: Prediction of recovery from post-traumatic vegetative state with cerebral magnetic-resonance imaging. 1998;351:1763-1767.
  11. Laureys S, Faymonville ME, Peigneux P, Damas P, Lambermont B, Del Fiore G et al.: Cortical processing of noxious somatosensory stimuli in the persistent vegetative state. Neuroimage. 17: 732-41, 2002.
  12. Vanhaudenhuyse A, Boly M, Laureys S. Scholarpedia, 2009;4:4163.

 

 

La rebelión de los epónimos y las mnemotecnias: su agridulce pátina, un elogio…

  • Haciendo de lo serio risible…

No me pertenece, pero aquí se los dejo: Elli, J. El Origen de las Astas de Amón. Rev Neurol Argent. 1987;13:55.

««Cuentan que doña Calota Craneana (la esposa de Amón), quería tejerse un tapetum con muchos pliegues curvos y pliegues de paso. Para tal fin, se fue a la Tienda del Cerebelo a comprar unos cuantos metros de fibras arcuatas y de cinta de Reil. Estando en camino y hallándose en el Valle Silviano, que es más oscuro que el agujero de Monro, le salió al cruce la imponente figura del Locus Cerúleus, que, amenazándola con la hoz del cerebro, la obligó a desvestirse. Luego de estrujar sus senos laterales, esgrimió su espolón y se lo introdujo repetidas veces en la comisura anterior hasta dejarle el cuerpo abollonado. Ella huyó despavorida, corrió por el entrecruzamiento de Wernekink, atravesó el acueducto de Silvio por el Puente de Varolio hasta que, finalmente se acostó a descansar debajo del árbol de la vida, mientras lloraba clamando por su pía madre.

Casualmente pasaba por allí el repugnante homúnculo de Penfield, quien inmediatamente se encargó de difundir la noticia. Al día siguiente, la Prensa de Herófilo publicó el hecho y se escucharon los comentarios más dispares. Unos decían que era una locus niger, otra que era una putamen cualquiera. Los más morbosos decían que se había tragado la protuberancia. Don Ventrículo por su parte, se consolaba diciendo, ¨Ahora ya no soy el único que tiene cuernos anteriores. Don Amón también tiene astas¨. Y así nacieron las famosas Astas de Amón«»

De esta ingeniosa parodia existe otra variante de autor anónimo aparecida en El Estudiante Libre, año 1931, número. 113, y publicado en el portal Ser Médico del Sindicato Médico del Uruguay.

http://www.smu.org.uy/publicaciones/noticias/noticias93/cuernos.htm

 

Tragedia cerebral en varios lóbulos y un Epílogo

Origen de los cuernos de Amón

 

“Yendo la señora Calota de Amón, camino de la Tienda del Cerebelo a comprar Cinta de Reil y tela coroidea para hacerse un tapetum con numerosos pliegues de paso, tuvo que pasar, por razones de forceps mayor, por el puente de Varolio pues era la única manera de atravesar el valle de Silvio. El valle estaba oscuro. De pronto surgió detrás del peñasco la figura imponente del Locus Ceruleus que vivía oculto en el cavernoso agujero de Luscka huyendo del Locus Niger su encarnizado enemigo. A la vista de aquella mujer de hermosas protuberancias, ciego de pasión, más ciego que el agujero, se lanzó sobre ella cual vulgar aracnoides, mordiéndole los senos laterales y los nantes. La asustada Calota clamó por su píamadre, pero esta duramadre no acudió. Estos lamentos sólo sirvieron para exacerbar los ímpetus amorosos del Locus que abalanzándose sobre ella consumó sobre su persona el inicuo atentado que trajo como consecuencia la creación de una nueva testa coronada. Consumado el hecho, se escondió ella tras el árbol de la vida, pero viendo Ceruleus que escapaba su presa, extrajo de entre sus telas el espolón que en cierta ocasión robara a Morand y lo hundió repetidas veces en sus carnes, dejándole totalmente el cuerpo abollonado.

Poco después llegaba Amón al lugar de la violatoria escena, atraído por las circunvoluciones de los cuervos de alas grises y alas blancas. Ahí yacía el cuerpo rojo de la Calota. Desesperado, Amón sentóse sobre el peñasco, mesándose las astas que desde ese momento poseía. Cayendo luego sobre su rodilla callosa, con la língula medio paralizada por el dolor, pedía a Dios que llevara a su infeliz esposa a la circunvolución límbica.

En el hipocampo, donde yacen sus restos, siempre hay un canastillo de flores.

Epílogo

Al día siguiente la Prensa de Herófilo comentaba de diversas maneras el suceso. Algunos periodistas, esgrimiendo el calamus scritorius, atacaban a Calota diciendo que era una vulgar girus rectus; otros, por el contrario, aseguraban que había llegado pura al tálamo”.

Esperamos que se haga el septum lucidum sobre este sonado asunto.

  • Mi ¨epónimo-mneotecnofilia¨…

La palabra epónimo deriva del griego Epónymos; compuesto de Epi, que significa sobre y ónoma: nombre. Se emplea en el lenguaje científico para indicar un término o frase derivada del nombre de una persona, para señalar una época, una ciudad o una estructura anatómica. Por su parte, el término mnemotecnia procede del griego mnéme: μνμη, «memoria», y el sufijo –tecnia: «técnica». Es decir, algo así como ¨técnica para memorizar». Según la RAE es un «procedimiento de asociación mental para facilitar el recuerdo de algo».

Desde siempre, debo reconocer, he sentido una especial fascinación por los epónimos y los recursos mnemotécnicos; si se quiere, una ¨epómonimo-mnemotecnofilia¨, que me cautivara desde aquellas vacaciones de 1955 que no las fueron, al final de mi preuniversitario en el Liceo Andrés Bello de Caracas (1954-1955).

Los que escogimos estudiar medicina, ya sentíamos el frío terror de la anatomía humana y los más avanzados nos urgían a adelantar materia amenazándonos con aire de vencedores, ¨¡Cuidado si aplazas la asignatura…!¨. La Anatomía Humana era literalmente un ¨filtro microporo¨, un mar de los sargazos -ese que tuvo la tétrica fama de ser lugar de cementerio de buques de navegación a vela-, donde tantas ilusiones y deseos de ser médico se atascaban, se estrellaban o se iban a pique; si se quiere, un preludio de lo que significaría ser médico, una prueba para tentar y templar nuestra ¨stamina¨, nervio, vigor o aguante… Parecía pues, que aquella materia la habían puesto allí como cerca mataburros que mostraba un límite a traspasar y a la vez producía temor a los jumentos y a aquellos que no lo éramos tanto. Habría pues que echar mano de una determinación apasionada y un subterfugio lícito para superarla en pos de asir la escurridiza Vara de Esculapio, símbolo de nuestra profesión.

Uno de los problemas eran los cuatro tomos de Anatomía Humana de Testut-Latarjet o los cuatro que se hicieron dos, de Henri Rouviére. Y teníamos que comenzar por el dominio de la Osteología so pena de flaquear apenas abandonada la orilla. Oíamos cuentos terroríficos como aquél de examinadores que lanzaban al aire un cúbito y asiéndolo rápidamente para esconderlo preguntaban al desapercibido estudiante,

-¨¡Bachiller, veinte o cero, una sola pregunta, ¿derecho o izquierdo?!¨ ¡Vaya monstruosidad!

Así que, mientras mis compañeros disfrutando de sus vacaciones jugaban fútbol en el Campo La Salle de Guaparo en Valencia, mi ciudad natal, yo los veía envidioso a lo lejos en tanto me ¨apuñalaba¨, deglutía y rumiaba toda aquella parafernalia de nombres de tuberosidades, apófisis, platillos, forámenes, agujeros, tendones, etc. ¿Cómo recordar sus nombres? Sin embargo, hoy me siento más afortunado y menos sobresaltado que antes, pues ahora, en la Nueva Nomenclatura Anatómica Internacional (N.P.I), designada como Nómina Anatómica de París (N.P.A), la denominación es en latín con su correspondiente traducción al idioma del lector; de esta forma se eliminan mis amados epónimos. ¿Con qué derecho?, ¿Cuál que será más fácil de aprender…?

Oteando desde la atalaya de mis cinco décadas de médico, humildemente lo dudo. Mire usted, ganglio linfático es ahora lynfonodo; la escotadura es incisura; el pilar anterior del velo del paladar, arcus palatoglossus; y en lo referente al sistema nervioso, acueducto de Sylvio es ahora, aqueductus cerebro; el sistema nervioso simpático, pars sympatica systematis nervosi autonomici; el ganglio de Gasser será ganglio semilunare y así sucesivamente… Terminaremos por no poder comunicarnos entre nosotros mismos. ¡De la que me salvé porque lo que soy yo, estoy en lista de espera, lo que sucede es que muchos abusadores se me han coleado…!

En ese proceso de aprendizaje podías heredar huesos verdaderos de un cadáver desde algún estudiante generoso que te los donaba, o entrar en el mundo del tráfico: sí, en la compra-venta de huesos a alumnos de años superiores que ya no los necesitaban; los mozos de las salas de disecciones y especialmente el señor Espinoza quien era mozo de la sala de autopsias, tenía un índice machucado y podía ubicarte una colección completa de huesos, así que el estudio se facilitaba; algunos más aventurados se iban al Cementerio General de Sur y allí, donde la ilegalidad rozaba con lo cotidiano, entraban en contacto con los sepultureros, proveedores habituales de los estudiantes de medicina, para hurgar entre las fosas comunes y luego blanquear los huesos con agua oxigenada y dos o tres manos de barniz hacían el resto. Hoy día habrá que caerse a tiros con los «paleros», la religión cubana de la magia negra quienes los utilizan en sus ritos…

En 1955 y en pleno centro de Caracas compré un cráneo perfectamente limpio y preservado procedente de Alemania, y a juzgar por su tamaño, lo imagino proveniente de alguna joven fallecida durante el Holocausto o producto de ¨daño colateral¨ en alguna refriega en la Segunda Guerra Mundial. Me ha servido de mucho para explicar a mis pacientes la ubicación de la silla turca, de la hipófisis, los nervios ópticos y el quiasma y otros detalles anatómicos. Hoy día, en la simpleza anatómica que gira alrededor del médico integral comunitario se emplean maniquíes de plástico, pero el problema es que, en estos fríos huesos artificiales, los accidentes óseos no tienen la forma real; las variaciones que se pueden apreciar en los mismos huesos de dos personas distintas no son susceptibles de observar.

 Del morbo histórico relacionado con la anatomía, descuella otro problema y es el concerniente a la adquisición de cadáveres para las salas de disección de las cátedras de anatomía; por supuesto, con la loable intención de que, desde la muerte, los estudiantes aprendan a salvar vidas…

Viene a mi memoria el insólito y macabro negocio montado en la Universidad Libre de Barranquilla, Colombia, en 1991, donde se encontraron los cadáveres de una docena de personas, todas ellas indigentes, recogelatas y cartoneros, llamados peyorativamente en la zona, ¨desechables¨, andariegos dañados por el bazuco, que se rebuscaban la vida con el reciclaje de desperdicios que encontraban en los basureros. Estos pobres desdichados fueron muertos a garrote a manos de empleados de la casa de estudios quienes recibían pagos por los cuerpos o partes de los mismos. Los investigadores policiales determinaron que las desapariciones sistemáticas de indigentes, estaban relacionadas con el tráfico de cadáveres que se realizaba desde la morgue de la universidad. Cayeron muchas cabezas incluidas la del rector…

Bien, pero dejemos de lado el lado oscuro de la anatomía y volvamos al tema que nos concierne: Si entonces hubiera sabido que en la interminable y empinada escalera que haciendo gala de mi libre albedrío había decidido ascender, donde cada peldaño era una palabra, un signo, un síndrome, una anécdota y que al finalizar mis seis años de carrera habría almacenado en mi banco de memoria la bicoca de cerca de ¡55 mil nuevas palabras…!, el terror hubiera invadido mi ser y a lo mejor me hubiera dedicado a otro oficio. Pero, ¿cuál otro…?

Pero es verdad, Dios nos da el frío, pero también nos da la cobija; aunque ocurre que esta última tenemos que buscarla por nosotros mismos… Sin embargo, no es solo eso, la cúspide inalcanzable de mi recorrido por esta profesión inacabable, está llena de más y más nuevas palabras y síndromes, totalmente inéditos para mi roñoso cerebro: La recompensa es que, mediante este, nuestro lenguaje materno, el de la medicina, somos aceptados y entendidos por nuestros pares.

Me escalofría imaginar a los Médicos Integrales Comunitarios, subproducto del castrocomunismo, portadores de afasia global, vale decir, expresiva y receptiva, y de alexia ¨revolucionaria¨, una forma de agnosia visual, una dificultad para reconocer el lenguaje médico sin padecer la afasia motora de Broca o la ceguera de palabras de Wernicke, perdidos en su simpleza en la intrincada selva de un lenguaje médico, de una lengua materna que desconocen… Como se me advirtió cuando los recibí, un aciago día lunes 24 de enero de 2011 en el Hospital Vargas de Caracas, serían ¨invitados de palo¨, es decir, que ¨no molestarían, no hablarían, sólo escucharían, no preguntarían y sólo tomarían notas¨, ¿Cómo entender y entenderse?, ¿cómo ser médico…?

Volviendo a Guaparo de mi Valencia del Rey, había que sentarse en una sillita de extensión –muda compañera de nuestros madrugones entre cafés, noctámbulos, prostitutas y maricos- y sostener aquel pesado libraco en nuestras piernas para leer, leer, releer y memorizar; había que aprenderse todo aquel conocimiento estructurado desde Herófilo y Vesalio, dibujantes insignes, y tal vez también, ladrones de cadáveres; pero ese era un plato para inteligentes y memoriosos, y yo, como muchos otros no formo parte de ese clan. Rememorar al segundo aquella catajarria de detalles -¿me servirá de algo?, me preguntaba y aún me lo pregunto-. Me atraía la cirugía, pero a mis 17 años era demasiado perfeccionista, y, para suturar una simple herida en el Puesto de Socorro de Salas donde iba a ¨coger puntos¨, me acompañaba la roñera: ¨pesado o lento en la ejecución de una tarea¨, me apuraban, pero yo quería que quedara perfecto, impecable, desbarataba lo que hacía y volvía a comenzar; eso no lo aguantaba nadie, especialmente el paciente; debía reconocerlo, no tenía ni el alma ni la rapidez de cirujano…

 Desde luego, había que buscar mnemotecnias o inventárselas uno mismo, artificios para recordar:

Por ejemplo, aquella de las 14 ramas de la arteria maxilar interna: ¨TiMeMenTemTem, DeMaBu-Pte-Pa, AlSo Viste¨: TI: timpánica; ME: meníngea media; ME: meníngea menor; TE: temporal profunda media; TE: Temporal profunda anterior y muchas otras. Pero el nervio facial no se quedaba atrás; para sus ramos colaterales intrapetrosas, ¨Pepe súbete al estribo y dale cuerda al neumogástrico¨: PE: nervio Petroso superficial mayor; PE: nervio Petroso superficial menor. Súbete al estribo: Nervio del músculo del estribo; dale cuerda: nervio de la cuerda del tímpano; al neumogástrico: ramos anastomótico del neumogástrico. Y para sus ramas extrapetrosas, allí le va más fácil: Gardel. G: Ramo anastomótico del glosofaríngeo; A: Ramo auricular posterior; R: Ramo sensitivo del conducto auditivo externo (CAE); D: Ramo del digástrico; R: Ramo del estilomastoideo; L: Ramo del lingual. Y así, miríadas de ayudas de memoria ¡Si no hubiera sido por ellas!

Bien, de nuevo retornemos al inicio de mis estudios médicos. Durante los primeros diez días, en el anfiteatro del Instituto Anatómico de la UCV, nuestro insigne maestro, el doctor Francisco Montbrun (1913-2007), con su particular bata marrón, se sopló completa y en 10 días la osteología en medio de magistrales dibujos con tizas de colores en la verde pizarra –indignos de ser borrados-, dejándonos a la intemperie y a merced de nuestra suprema ignorancia. Nuestra salida ante la angustia del tanto tener que saber y el poco asir, la distraíamos en medio de los chistes obscenos y las carcajadas de negación que precedían la hora exacta del inicio de la clase.

Tal vez fui uno de los más estresados de mi grupo; resulta que el puesto que me asignaron estaba en la primera fila y a la derecha. De momento a momento, el doctor Montbrun mientras dibujaba con suma destreza y rapidez hacía una pregunta sobre la materia que estaba dictando, realizaba un giro sobre sus talones de noventa grados y… ¿a que no adivinan a quien señalaba con su índice extendido…?

 Al hijo de Panchita, ese del bigotico menudo y la cara pálida y descompuesta pues, ¡Usted bachiller…! [1] Me inquiría con voz estentórea…  Con mis esfínteres intactos, pero en pugilato por dejar escapar un algo socialmente inaceptable, balbuceaba una respuesta, no siempre acertada. Estaba entonces condenado a adelantar materia y a prever lo que habría de preguntarme. Cada clase, un desafío a la memoria, pero multipliquemos aquello por todas las otras asignaturas, más gimnasia que magnesia para nuestras jóvenes y ávidas neuronas…

La recompensa final no se hizo esperar; de los 511 alumnos que iniciamos el escarpado ascenso del primer año en 1955, sólo 47 llegaron chamuscados, pero ¨lisos¨, aprobaron todas las materias, incluida por supuesto la anatomía; el hijo de misia Panchita Mendoza estuvo entre ellos, sólo que mi padre me recriminó porque no saqué 19 o 20 como mi hermano José, suma cum laude en derecho… ¡Eso es pura paja, puro caletre…!, le decía yo envidioso, en mi defensa…

[1]  Quién diría que muchos años más tarde, en 1999, le tuve como paciente casual. Al llegar a mi consultorio lo encontré esperándome para decirme, -«Vengo para que me hagas un fondo de ojo. He sabido que tú puedes diagnosticar cualquier cosa mirándolo…». Le dije que era una exageración, pero que le examinaría. Llegado el momento del tacto rectal se rehusó, pero yo le dije, -«Maestro, usted me enseñó que quien no mete el dedo mete la pata…». No le quedó otra. Su próstata era completamente normal. Luego me confesó que habiendo creído que tenía un cáncer prostático había suspendido la escritura de su ansiado libro «Neuroanatomía» en tres tomos con figuras de su autoría. Los bautizó un año más tarde…

 

Y así, llegamos jadeantes al tercer año, a nuestro contacto con enfermos reales, presentaciones orales del caso de nuestro paciente particular, en el camino de aprender y saber las nuevas reglas de gramática y estilo solo ejercitado a través de unos sobacos goteantes, las manos húmedas y temblorosas, los labios secos, las pupilas dilatadas y el tragar grueso. La sintaxis sería indispensable, tanto que un maestro mío nos decía, ¨Nunca ordene el postre antes del seco¨: «En una presentación adhiérase a la cronología que sus escuchas esperan e imprímale coherencia al relato…» ¡Fácil decir!

  • Los ambivalentes y agridulces epónimos y mnemotecnias: queridos y odiados…

En medicina y en ciencia, tenemos una larga tradición de epónimos, vale decir, nombrar descubrimientos, signos, síntomas, síndromes, enfermedades, reacciones bioquímicas etc., con nombres propios de médicos famosos, sitios geográficos, personajes literarios, héroes mitológicos, animales y hasta criminales de guerra… Ciertas especialidades médicas como la cardiología, la neurología y ahora la moderna radiología tienen las suyas, y dependiendo de la afinidad que usted tenga por estas muletas, ayudas de memoria o inútil ocupación de espacio –como quiera llamarlas-, tal vez le sean o no de su agrado, y ello porque son, si se quiere, ambivalentes, dulces o agrias.

Desde hace tiempo existe un debate enconado entre partidarios y detractores del empleo de los epónimos. Los oponentes prefieren nombres objetivos y sin adornos, por ejemplo, «respuesta plantar extensora» en vez de signo de Babinski[1].  Otros argüimos que los epónimos son representaciones lingüísticas útiles para reconocer patrones clínicos o radiológicos que ayudan en el proceso de diagnóstico, que lo hacen más vivo y palpitante, mejorando la práctica; por ejemplo, decir Síndrome de Sneddon para designar la lívedo reticularis idiopática asociada a accidentes cerebrovasculares, o síndrome de Susac en vez de vasculopatía retino-cócleo-cerebral, creo que se agradece…

   ¨Corkscrew vessels¨, los ¨tirabuzones de Muci¨ en neurofibromatosis I (NF-1) con orgullo va en negritas[2]

 

Me atrajeron siempre los pacientes con una serie de condiciones agrupadas bajo el término genérico de facomatosis o genodermatosis; algunos, verdaderos fenómenos de la naturaleza. Aún recuerdo el primer paciente con enfermedad de von Recklinghausen que atendí en tercer año de medicina y del que todavía conservo fotografías, pues siempre me interesó la fotografía médica. Desde 1976 comencé lentamente a acumular una serie de casos de neurofibromatosis I (NF-1), entidad donde nunca se habían descrito alteraciones retinianas pero que tenían en sus retinas, escondidos y a buen resguardo, vasos sanguíneos de característica muy inusuales:

[1] En 1896 presentó ante la Sociedad Biológica de París un breve artículo, verdaderamente breve: En 28 líneas y sin referencias bibliográficas intitulado, “Sobre el reflejo cutáneo plantar en ciertas enfermedades orgánicas del sistema nervioso”.  ¿Cómo no honrar su nombre cada día?

[2] Fue la ocurrencia de mi alumno, Marcos Ramella Galmuzzi

Son minúsculos vasos en forma de tirabuzones muy difíciles del ver con el oftalmoscopio directo; así que se necesitaba dedicar largos minutos bajo dilatación pupilar a su paciente búsqueda. Una vez que había colectado algunos casos, los presenté en un homenaje ofrendado en San Francisco, California, al doctor William F. Hoyt, mi mentor, con motivo de su 70º cumpleaños. Sus ex fellows, prominentes neurooftalmólogos esparcidos en la geografía norteamericana y ya jefes de unidades de la superespecialidad presentaron casos clínicos excepcionales.

Recuerdo que me correspondió mostrar mis hallazgos como expositor final luego de las presentaciones de mis ocho hermanos académicos, renombrados ex fellows. Una vez terminada mi corta charla pregunté a la notable audiencia si en su práctica alguno había visto casos similares. Hubo un largo silencio en la sala que fue roto cuando Hoyt, abruptamente se levantó de su asiento y dijo con sobrada emoción y orgullo, ¨Este hombre ha visto en Caracas, Venezuela, un inusual hallazgo que pasó desapercibido por años a los ojos de todos nosotros y los anteriores¨. Fue mi consagración, dejaba algo para la posteridad. En la cena de gala de la noche final se premiaron las presentaciones; la mía ocupó el primer lugar y en recompensa me regalaron una foto del doctor Hoyt.

Posteriormente hicimos nuevas observaciones y en 2002 publicamos nuestros hallazgos en la afamada revista inglesa, British Journal of Ophthalmology. 2002;86:282-284. Uno de mis alumnos los bautizó como¨los tirabuzones de Muci…¨ Se agradece el epónimo…

Personalmente considero que los epónimos no deben desaparecer. Son parte de la medicina y nos muestran en pequeños destellos su devenir histórico, que, por otro lado, debería gustar a todos los médicos. Además, sirven para definir cuadros clínicos sin tener que denunciar sus síntomas uno a uno. Para mí es más fácil decir «enfermedad de Takayasu», que arteritis de etiología desconocida que afecta a la aorta y a sus ramificaciones, incluyendo la arteria carótida; o ¨síndrome de uno y medio de Miller Fisher¨, que define la presencia de parálisis de mirada conjugada horizontal, asociada a oftalmoplejía internuclear ipsolateral.

En algunos casos, ciertos signos clínicos asociados a un epónimo son más útiles que la definición estricta, como por ejemplo el (también conocido como fenómeno de Lhermitte), nombre que se da a una breve sensación del tipo descarga eléctrica que ocurre al flexionar o mover el cuello irradiada por la columna, a menudo a las piernas, los brazos y ocasionalmente al torso, y es característica aunque no privativa de la esclerosis múltiple e indicativa de la presencia de una placa desmielinizante en la médula cervical; o el signo de Romberg, típico de la sífilis terciaria del sistema nervioso, presente cuando el paciente de pie es capaz de mantener la posición con los ojos abiertos, pero oscila o se cae al momento de cerrarlos: una lesión de los cordones posteriores y pérdida de la propriocepción, de la sensibilidad profunda le juega la mala pasada. Otras veces, es más fácil llamar la enfermedad que decir el elusivo y difícil epónimo tal sucede con la parálisis supranuclear progresiva (PSP) o síndrome Steele-Richardson-Olszewsky en honor de los tres médicos canadienses que la describieron.

Otra anécdota personal sobre epónimos. Cuando concursé para el cargo de Instructor por Concurso de la UCV en 1966, primer escaño del escalafón universitario, se constituyó un jurado con los doctores Henrique Benaím Pinto, Félix Eduardo Castillo Taberoa y nuestro querido Maestro Herman Wuani. Se realizó durante las mañanas de tres días consecutivos, agotadores como los que más, con prueba escrita, lección oral y por supuesto, la presentación y discusión de un caso clínico. Entre los tres candidatos para dos cargos, se sortearon las salas de la sección de medicina y las camas de los pacientes. A mí me tocó el paciente 6 de la Sala 6.

A todas luces el pobre hombre tenía la inconfundible clínica de un cáncer del estómago, estaba muy emaciado y su fin se antojaba próximo. Entre otras numerosas preguntas, el doctor Benaím me preguntó cómo se designaba al nódulo supraclavicular izquierdo que en ocasiones se encontraba en casos de cáncer del estómago. Yo le contesté rápidamente, ¨ganglio de Troisier¨; él me refutó, ¨ganglio de Virchow¨; yo le volví a insistir ¨Troisier¨, y él, muy molesto, me remachó, ¨¡¡Virchow!!¨. Era aquella una pelea de tigre con burro amarrado que no estaba dispuesto a asumir… Y así quedó…  En honor a la verdad, ambos teníamos razón, la denominación es dual: el ganglio fue inicialmente descrito por Rudolf Virchow en 1848 y 41 años después lo hizo Jean Troisier en 1889.

Así que esto de la dulzura de los epónimos son la oportunidad de asomarnos con embeleso y romanticismo a las vidas de médicos y científicos que en la oscurana de frías madrugadas y a la luz de un candil, pensaron, meditaron y alcanzaron lustre en cada una de sus disciplinas, y para así, nosotros admirar el fruto de sus observaciones. Es cierto que en muchas ocasiones el epónimo no hace justicia al verdadero descubridor o descriptor: o no existe de forma individual o resulta que es otro el del retrato. ¿Qué importa…?

¡Cuánto importa honrarlos! La otra, la vertiente agria es aquella que usa un epónimo para manifestar un abuso simplista de la tecnología, de poner algo de moda, y a mi entender ese poco afortunado síndrome de Romario, consistente en realizarse una resonancia magnética de las extremidades después de cada partido de fútbol…

 

rafaelmuci@gmail.com

 

 

Yanomamos, ¨gente nuestra¨: No olvidemos la lección de Minamata…

Homenaje al Padre Luis Cocco, S.D.B. y su libro ¨Iyëwei-Teri¨,

quince años entre los yanomamos¨ (1972), cuya lectura me desveló una

extraordinaria cultura nostra que debe ser protegida

so pena de decretarse su desaparición…

 

El aroma plácido del cilantro de un hervido de gallina se cuela subrepticiamente en mi estudio cuando me dispongo a escribir acerca de admirados compatriotas y amigos, rechazados, olvidados, diezmados y poco menos que ciudadanos de tercera… Es de los yanomamos, esa etnia prodigiosa del confín de la amazonia venezolana a quien voy a referirme.

Ejercer la docencia a plenitud, con desprendimiento y real deseo de enseñar, comunicar y educar, tiene sus frustraciones, pero también sus muchas recompensas. En este momento rememoro a un alumno mío del postgrado de medicina interna del Hospital Vargas de Caracas en la década 70, el doctor Wilmer Pérez, inteligente, atento con los pacientes, estudioso y brillante, amante de los deportes extremos y del turismo de aventura. Nada de lo que para aquella época se practicaba le era extraño: Alpinismo, paracaidismo, espeleología… Siempre nos sorprendía con alguna hazaña o con algún desaguisado, como aquel de llegar a la Consulta Externa febricitante y desencajado con un paludismo a falcíparum adquirido en un viaje al Amazonas con miembros de la Comisión de Fronteras, o como ese otro, cuando navegando en un bongo a través de una tupida vegetación, se desprendió desde lo alto un rollo de boa no invitada…

 

Muchas veces nos había invitado a acompañarle en uno de sus tentadoras travesías. Al doctor Herman Wuani, nuestro querido mentor, Jefe de Servicio y Cátedra y mi a persona nos había entusiasmado la idea, pero desde el día de la boa, nuestro maestro cambió de opinión, ¡Míquiti, por aquí! –nos dijo…

Todavía me pregunto cómo me decidí a acompañarlo, siendo más bien receloso con la pérdida de mis comodidades y el emprendimiento de nuevas aventuras no médicas, pero en un arranque de adolescencia que no me quedó nada bien, me olvidé de Graciela y mis menores hijos Rafael Guillermo, Gustavo Adolfo y Graciela Cristina, no medí los riesgos que podría afrontar y acepté. Y así fue, en dos rústicos, un Toyota donde íbamos Wilmer y yo, y una Land Rover donde viajaban un joven alpinista y aventurero escocés y un indiecito yanomamo como intérprete, salimos de madrugada de Caracas.

Para poder gozar de un puesto en un bongo, debíamos llevar al menos el aceite para los motores fuera de borda. Quince cajas en total, lo que dejaba poco espacio en los vehículos inclusive para la comida. Tomamos el camino hacia el llano cuando el invierno ya se había ido, pero era muy reciente y las trochas y caminos estaban todavía fangosos. Pasamos por varias ciudades llaneras, San Juan de los Morros y San Fernando de Apure… Dado el mal estado de las vías, a menudo nos pegábamos en el fango y teníamos que bajar aquella cantidad de latas de aceite para luego subirlas y más adelante pegarnos de nuevo y repetir ad infinitum aquel Suplicio de Sísifo con su piedra…

Y así, atravesando potreros, durmiendo a la intemperie y apreciando la bóveda celeste preñada de luceros y estrellas fugaces, con nuestro guía Wilmer orientándose impecablemente por las estrellas. Al fin y en medio de un gran calorón, llegamos al río Arauca, río de arrastre de color amarillo turbio. Estacionamos al lado de una casa sombreada por un árbol bondadoso… Varios llaneros estaban sentados sesteando en el suelo y nos miraron con supina indiferencia. Mis jóvenes compañeros inmediatamente se quitaron la ropa, y corriendo desnudos en pelota con sendos chapuzones se lanzaron al agua.

Yo no me pregunté qué hacer, aunque más viejo no podía quedarme atrás, así que también en pelotas pero con temor, hice lo mismo; por supuesto, llegué tras ellos. El agua estaba fresca y deliciosa y el fondo de las orillas era fangoso y pegajoso. Todos atravesamos el río sintiendo pequeños mordisquitos en las piernas sin ninguna consecuencia, y de vuelta llegamos al improvisado muelle a esperar secarnos. Yo me dirigí a uno de los llaneros y le dije,

-¨¡Caramba amigo! ¿Cómo es posible que con este calorón ustedes no se estén bañando en el río…?¨

Sin inmutarse ni cambiar la indiferente expresión de su rostro me respondió,

¨Mire señor, lo que pasa es que ese río está cundío de caribes…¨

Me quedé de una pieza, mudo y pensativo; Wilmer que siempre tenía una respuesta me sacó de mi abstracción diciéndome,

-¨No se preocupe doctor Muci que si no hay sangre, ellos no muerden…¨

Pensando en Graciela y mis hijos no atiné sino a decir, ¨¿Cóoomo…?¨

Seguimos nuestro camino atravesando riachuelos cristalinos donde podían verse rayas mimetizadas en la arena con sus arpones dispuestos. Ya me habían advertido de que debía caminar arrastrando los pies, pues si pisaba una, si me picaba una raya el accidente sería dolorosísimo y… no había mujeres con la regla por allí que aportaran la milagrosa ¨agua de turraja¨, de cuyas propiedades analgésicas y curativas en accidentes tales, nadie dudaba… En chalanas atravesamos otros ríos, en sucesión el Capanaparo y el Cinaruco; en este último, majestuoso, no había chalanero así que entre los cuatro halando un mecate pudimos atravesar el río dos veces en dos sentidos para pasar los dos rústicos, uno cada vez. En el centro el caudal y la fuerza del río arrastraban al máximo la barcaza tensando aquel mecate que parecía que se iba a romper.

Al fin llegamos al Puerto Páez venezolano, frente al Puerto Carreño colombiano, ambos sobre el Río Orinoco y cercano a la confluencia con el Río Meta. Con hambre atrasada y pareja, tuvimos un desayuno con huevos, arroz, tajadas de plátano y carne de danto que se me antojó deliciosa… Desde allí en bongo, Orinoco arriba para llegar a Puerto Ayacucho y después pasando frente a San Fernando de Atabapo.

Conocí a los integrantes de la Comisión de Fronteras, todos jóvenes, tipos simpáticos y acogedores, muy conocedores, pero a mi manera de ver, algo estrafalarios. Recuerdo un día de mucho calor en que viajábamos con el sol sobre el lomo y nos detuvimos en una playa del río a refrescarnos. Uno me preguntó si sabía y quería esquiar. Yo no era buen esquiador, pero lo había practicado varias veces en  Boca de Aroa,  así que acepté el reto y me ofrecí…

Vestí un chaleco salvavidas, me calcé los esquís, me sujeté de la cuerda y un veloz bote de goma de esos que llaman ¨voladoras¨, me tiró desde la orilla y salí literalmente volado en contra de la corriente mientras la rauda brisa chocaba en mi cara. La sensación fue extraordinaria: ¡Nada menos que yo esquiando en medio del río Orinoco! ¡Quién podría creérselo! Un privilegio que nunca pensé obtener. Su superficie plana y sin olas parecía un plato salpicado de visos plateados y tornasoles. Al cabo de unos minutos, imagino que se me cansó una pierna, perdí un esquí o qué se yo, me caí dando varias volteretas sobre la superficie, aunque sin hacerme ningún daño. Impresionante la fuerza con que el río me arrastraba donde parecía sentirme envuelto por una fuerza elástica y potente.  Volteé hacia los lados y no vi la voladora… Me entró un friíto pero conservé la calma. En eso vi a lo lejos a mis amigos quienes se acercaban raudamente hasta llegar a mí, me tiraron un mecate con un salvavidas y me subieron a la lancha… Allí acabó mi odisea con la pérdida de los esquís, pero aprendí que yo no era tan cobarde como creía, y además muy de cerca conocí sobre la imbatible fuerza del río. Increíble que eso me haya pasado a mí, un citadino impenitente, pero así fue, como lo cuento… Increíble la velocidad del río aquel, más increíble que eso me haya pasado a mí, pero así fue…

En medio de un desespero controlado recordé la descripción que del Orinoco hizo el Almirante Colón,

¨No creo que se sepa en el mundo de río tan grande y tan fondo¨.

Cristóbal Colón

 

Y llegamos a la Nación o Guayana Yanomama –como la hubo inglesa y la hay venezolana, holandesa y francesa- con sus 175.750 kilómetros cuadrados y 5 habitantes por cada uno de ellos, y la Misión Salesiana en Platanal nos acogió. Gran obra evangelizadora de estos sacrificados sacerdotes salesianos y monjas de María Auxiliadora, hacedores de patria; aunque, a decir verdad, no estaba yo muy de acuerdo en cambiarle sus creencias y costumbres ancestrales a los indios, arraigadas por siglos.

Cercana a esa fecha, el 20 de julio de 1969 los astronautas norteamericanos Neil Armstrong, Michael Collins y Edwin «Buzz» Aldrin de la Misión Apolo XI, habían pisado por vez primera suelo lunar, una heroicidad de la humanidad y del desarrollo tecnológico.  Casualmente, cerraba la noche y había una luna llena tan grande y blanca que parecía una torta de casabe… Sumido en mí estupidez citadina, por intermedio de uno de nuestros amigos conocedor del idioma, se me antojó preguntarle a un indio,

-¨¿Qué piensas que un hombre ha llegado a la luna…?

 

El indio no mostró sorpresa ni se alteró y me contestó que el xapori o chamán de la tribu iba allí cada rato, cuando se le antojaba… Y así era, bajo el efecto del ¨enyopamiento¨, aspirando el yopo, un alucinógeno nativo que produce la evasión psíquica del yanomamo, realizaba la proeza. Aprendí entonces algo más de la rica vida espiritual de estos seres… con sus explicaciones del nacimiento del mundo, con sus mitos e increíbles leyendas por cierto en sus raíces, bastante cercanas a las creencias de nosotros, ¨los racionales¨, como se dan en llamar los blancos invasores y destructores de la zona.

Aprendí a querer y admirar a los indios por miles de años pobladores de estas ignotas tierras, donde nunca vi un niño desnutrido –como no fuera ya transculturizado-; que conocían todo acerca de su entorno y cómo protegerlo; cómo cuidar a sus hijos y quererlos; cómo construir sus enormes xaponos para vivir en una comunidad donde todo es de todos; cómo hacer sus arcos y flechas y cómo envenenar sus puntas; cómo construir sus curiaras con la corteza del tomoro-kosi; cómo tejer sus guaturas y sus chinchorros; cómo cazar, pescar y recoger el fruto de pijiguao; con qué alimentarse en forma balanceada y de paso, presenciar las propiedades nutritivas del plátano: ¨el maná del yanomamo¨… Por cierto mi hija menor, Graciela Cristina por muchos años sólo consumía tajadas de plátano y mire que fue y es linda y saludable como su madre… Fue para mí una gran lección de vida mi contacto con esta etnia que agradecido, nunca olvidaré y de la cual quiero dejar constancia…

 

Desplacémonos hasta las antípodas a la ciudad de Minamata, en la bahía japonesa del mismo nombre, centro de atención mundial al ocurrir en la década 50 un brote de envenenamiento por metilmercurio cuando una empresa petroquímica vertió en el tiempo, cerca de 81 toneladas del tóxico contaminando pescados y mariscos y por ende a los humanos que los consumían. Los terribles e irreversibles síntomas de envenenamiento mercurial recibió el nombre de enfermedad de Minamata y sus signos incluían ataxia  o trastornos de la coordinación motora, cambios en la sensibilidad de manos y pies, deterioro de visual y auditivo, debilidad y en casos extremos, parálisis, deformidades y muerte. En 1956 , año en que se detectó el brote, murieron 46 personas. Para el año 2001 se habían diagnosticado 2.955 casos. La dramática documentación del fotógrafo W. Eugene Smith dio la vuelta al mundo denunciando el desastre ecológico producido por el deterioro ambiental y de paso mostrando como la ambición del hombre no conoce límites…

Los «garimpeiros» brasileros, mineros artesanales, invasores no invitados de nuestra selva amazónica, usan el mercurio para amalgamar y recoger partículas de oro dispersas en la tierra. Posteriormente lo calientan a elevadas temperaturas para que el mercurio se evapore y deje el oro, lo que contamina no sólo a las personas cercanas, sino al ambiente en general.

Cuando el metal se mantiene en los suelos en su forma inorgánica, menos tóxica, es llevado a los ríos, por aire y por agua de la lluvia o inundaciones transformándose en metilmercurio y de esta forma entra a la cadena alimentaria de los peces; su exceso en el ser humano, tanto en los mineros como en los indios, provoca principalmente los referidos problemas neurológicos. No creo que este problema de salud pública local haya sido aún seriamente estudiado, pero horripila el pensar que se repita entre nuestros hermanos, aunque sea en pequeño, el drama de los japoneses…

Los gobernantes a lo largo de décadas han olvidado a estos conciudadanos del país y del mundo, siendo que se sabe que en la frontera entre Venezuela y Brasil operan cinco grupos criminales. En este presente nebuloso que parece una pesadilla inacabable, cuando los llamados socialistas dejan de lado sus obligaciones, regalan la patria y sus recursos, y traicionan el juramento pronunciado con la mano sobre la Constitución, conocemos que garimpeiros brasileros han asesinado a los 80 constituyentes de un xabono de la comunidad Irotatheri del Alto Orinoco sin que a nuestro gobierno le importe sino negar… La denuncia ha sido respaldada 14 organizaciones indigenistas, pero quizá por razones políticas de cercanía al Itamaratí brasileño, al gobierno de Chávez nada le importa. ¡Qué pecado de lesa humanidad!

Sea este artículo mi sentido homenaje a los habitantes del mundo con la pureza espiritual y la mejor salud cardiovascular de que se tenga noticias: no sufren de hipertensión arterial, dislipidemia, arteriosclerosis o malnutrición y mueren flechados cuando irrumpen en otras comunidades para raptar mujeres como siempre lo hicieron…

 

Caracas, septiembre de 2012

Elogio de la ingratitud… (redivivo)

Mientras escribo, me deleito una y otra vez con la «Ballade pour Adeline» de Richard Clayderman y lágrimas brotan de mis desapercibidos ojos; es la belleza del compromiso,

del hacer sin esperar nada a cambio…

 

La ingratitud es la esencia de la vileza…

Inmanuel Kant, 1724-1804

 

Mi cercano amigo, un profesor de medicina, jefe de un importante servicio, nunca casó ni tuvo descendencia, vivía solo…; bueno, un decir, le acompañaba un gato de angora al que mentaba Robespierre el cual se le acercaba zalamero, interesado y ronroneando siempre en la búsqueda de un algo, de una caricia, de una comida… Nunca nadie se atrevió a preguntarle el porqué de aquel tenebroso nombrecillo de quien ejecutara a Luis XVI y quien fuera hombre fuerte del Comité de Salvación Pública y además, quien impusiera el ¨Terror¨: una sangrienta represión para impedir el fracaso de la Revolución Francesa que sumó cerca de 42.000 penas de muerte en un año; quien tal y como sucederá con los desprevenidos capitostes del Chavismo, fue  juzgado con sus propios métodos y guillotinado junto con veinte de sus partidarios en la plaza de la Revolución, poniendo fin al Terror y dando paso a un periodo de reacción hacia posiciones moderadas… ¡Que Dios se apiade de nosotros y nos conceda el bien anhelado…!

De vez en cuando se aparecía como el cometa Halley algún sobrino de los muchos que tenía, inmancablemente para pedirle alguna ayuda económica y perderse sin dejar la cola atrás hasta una nueva necesidad… Era puntual y veraz, de vestir sencillo, nada opulento ni llamativo, no olía mal ni empleaba palabrotas aun cuando estuviera disgustado. No soportaba la liviandad, era muy estudioso y la combinación de estudio, meditación y atención seria a sus pacientes, le había hecho un gran conocedor de materia médica, literatura, artes y acerca de la condición humana.

Tal vez para compensar el no tener un afecto cercano, fue que con el olor de la experiencia se dedicó en alma, vida y corazón a atender a sus pacientes de un hospital público y muy especialmente a instruir a sus residentes dándoles todo cuanto tenía, todo cuanto sabía y lo más importante, muy especialmente, mostrándoles con sinceridad cuánto NO sabía; les involucraba en sus trabajos de investigación científica y todavía más, les recomendaba para que obtuvieran un trabajo… Y así, una tras otra fueron cayendo las hojas de su calendario vital hasta que cierto día… le alcanzó la senectud, esa que sabemos que vendrá pero que paradójicamente siempre nos toma por sorpresa…

En su caso vino con saña y le asediaron molestias menores y mayores por lo que ya no pudo cumplir sus metas diarias y de repente en mitad de la ruta, se volvió a ver el camino recorrido, se miró, se observó de cuerpo entero y por primera vez se sintió solo… Sus alumnos lo perdieron de sus memorias y solo por ocasión lo mencionaban, sus sobrinos visto que su hacienda se había secado por virtud de su improductividad, de sus enfermedades, del repertorio medicinal que consumía y de sus hospitalizaciones, no volvieron nunca más… y para colmo, Robespierre, el altivo gato de angora, un día oscuro y frío se marchó por un ventanuco entreabierto y nunca más se le vio aparecer…

Yo le visitaba ocasionalmente robando algún tiempo a mis ocupaciones; debía tocar el timbre repetidas veces, su dureza de oído le condenaba a solo escuchar en la quietud de su sordera los latidos de su corazón arrítmico, los crujidos de sus articulaciones sin aceite, y los gruñidos de sus tripas vacías; con esfuerzo me abría la puerta y me hacía sentir bienvenido, nada material que ofrecerme, ni siquiera un café… Sin embargo, siempre le llevaba galletas dulces, granjería nacional y jugo de naranja natural que sabía le gustaban; hablábamos de todo un poco, le oía con recogimiento pues siempre me enseñaba con acritud mostrándome sin ambages las anfractuosas cicatrices de su vida, de su alma; volvía a abrirme la puerta con tiesura y más pena, y para despedirme, siempre me decía con amargura,

¨¡Mi querido tocayo: sobrino, residente y gato, qué trío más ingrato…!

Algo similar ocurrió con mi maestro y amigo, hematólogo y profesor de clínica médica, el doctor Herman Wuani (1929-2014), desinteresado ductor e inspirador de miles de estudiantes y residentes; cuando en congresos u ocasionalmente me encontraba con alumnos comunes y me preguntaban por él, mi respuesta era, -¨Allá está en el Vargas, como siempre, ¿por qué no te acercas a saludarle y decirle todas estas cosas hermosas acerca de su persona que me estás diciendo a mí…?¨

A todos nos pasará en mayor o menor grado, pero no importará pues después de todo lo consideramos un gaje del oficio…

Mi maestro de la Universidad de California San Francisco, profesor William F Hoyt, aquel pozo de sabiduría y experiencias forjadas en el día a día, hábil observador, que tenía en su haber el haber formado numerosos fellows –hoy prominentes personalidades del campo de la neurología, oftalmología y neurooftalmología-,y numerosas descripciones primigenias de signos, síntomas y dolencias, antes temido y adulado, no más le alcanzó la postrimería y su memoria de elefante comenzó a fallarle para que nadie se le acercara en los congresos de los cuales siempre había sido tan visible como farol de parranda, siempre rodeado de quienes se sentían importantes simplemente rodeándole, entablando con él alguna conversación banal… Con razón don Miguel, don Miguel de Cervantes y Saavedra (1547-1616) escribió,

«El hacer bien a villanos es echar agua en la mar. La ingratitud es hija de la soberbia».

Y es que el ingrato no valora lo que se da o se le ha brindado, y al despreciar a su benefactor, lo hace con una actitud altiva y egoísta. René Descartes (1596-1650), consideraba la ingratitud como un vicio propio de los arrogantes y los brutos, y también de los ignorantes y los necios. Si bien hay que tratar de ser como el dador feliz de la Sagrada Biblia que da y da sin esperar nada a cambio, es injusto que aquel que recibe no retribuya en la medida de sus posibilidades con sincera gratitud, un ¨muchas gracias¨, una palabra de afecto, un ¨querido amigo¨, un gesto cariñoso, un estar cerca en los momentos difíciles, un recuerdo afectuoso sin egoísmo, una sonrisa de festejo… En fin, seguir dando a quien desprecia lo recibido, es incentivar su egoísmo.

La ingratitud no solo puede provenir de alguna persona en particular; se da también entre padres e hijos, hermanos, tíos y sobrinos o amigos, se da no solo en muchos otros casos, sino que también puede provenir de la sociedad en su conjunto o del Estado mismo, hoy día mezclado con el régimen de oprobio, maula y ladrón como solo él, bandidaje que  no paga salarios o jubilaciones dignas a quienes han aportado al sistema a través de muchos años de trabajo meritorio sin reconocimiento, y a quienes condenan a subsistir con sumas miserables por concepto de jubilación debiendo hasta humillarse para obtener lo que es suyo u ocurrir a marchas vestidos de rojo o realizar vigilias frente a las mismas plantas de producción que les sojuzgan para recibir planazos o ¨gas del bueno¨…

 

Solo se premian ellos mismos… Dígame los militares, se engordan por gula, se suben los sueldos, se regalan automóviles, adquieren quintas que sus sueldos les negarían, viajan al denigrado pero ansiado Imperio con sus familias con jugosos viáticos y envían a sus hijos a estudiar de contrabando a lugares que odian de la boca hacia afuera, se despojan de sus uniformes al salir a la calle pues bien saben que los han mancillado hasta el hartazgo, que están desprestigiados, que son impopulares y mal vistos; los demás, el pueblo que paga sus salarios, son ignorados, mirados como perraje y dejados de lado… Se llenan de las condecoraciones –¨chapitas de coca-cola¨ sin valor- que premian sus lisonjas y entrega en sus paltosotes hasta la rodilla colmados de botones, placas y estrellas de hasta siete picos, muestrario de ridiculeces de quienes, cobardes, no han querido ni sabido defender su patria, antes bien, la han manchado al hacer dueña de ella a una pinche y malvada nación extranjera, a la muy indigna dictadura cubana de quienes reciben órdenes, desplantes, humillaciones y reprimendas…

Saluda a la ingratitud como una experiencia que enriquecerá tu alma.

Augusto Rodin, 1840-1917

Y es verdad, quien vive pensando en los desagradecidos con quienes se ha topado en la vida, que suelen ser abundosos, deja de solazarse en el bien que ha esparcido. Quien nada ha dado, quien ha quitado a otros y ha usufructuado bienes ajenos no merecidos, algún castigo en tierra recibirá. La traición de sus camaradas, la indiferencia de su familia, la inquina de sus hijos y el menoscabo de su salud por tanta maldad acumulada, bombas de profundidad que sacudirán los cimientos de sus sistemas de vigilancia inmunológica y protección y allí sobrevendrá la enfermedad tenebrosa. Los males que le acogotarán serán males muy malos y dolorosos, así que sufrirá y pagará en tierra con la misma moneda con la que pagó a otros, y quién sabe de la deuda que tendrá que pagar después…

Mientras escribo, me deleito una y otra vez con la «Ballade pour Adeline» de Richard Clayderman y lágrimas brotan de mis desprevenidos ojos; es la belleza del hacer sin esperar nada a cambio…