La rebelión de los epónimos y las mnemotecnias: su agridulce pátina, un elogio…

  • Haciendo de lo serio risible…

No me pertenece, pero aquí se los dejo: Elli, J. El Origen de las Astas de Amón. Rev Neurol Argent. 1987;13:55.

««Cuentan que doña Calota Craneana (la esposa de Amón), quería tejerse un tapetum con muchos pliegues curvos y pliegues de paso. Para tal fin, se fue a la Tienda del Cerebelo a comprar unos cuantos metros de fibras arcuatas y de cinta de Reil. Estando en camino y hallándose en el Valle Silviano, que es más oscuro que el agujero de Monro, le salió al cruce la imponente figura del Locus Cerúleus, que, amenazándola con la hoz del cerebro, la obligó a desvestirse. Luego de estrujar sus senos laterales, esgrimió su espolón y se lo introdujo repetidas veces en la comisura anterior hasta dejarle el cuerpo abollonado. Ella huyó despavorida, corrió por el entrecruzamiento de Wernekink, atravesó el acueducto de Silvio por el Puente de Varolio hasta que, finalmente se acostó a descansar debajo del árbol de la vida, mientras lloraba clamando por su pía madre.

Casualmente pasaba por allí el repugnante homúnculo de Penfield, quien inmediatamente se encargó de difundir la noticia. Al día siguiente, la Prensa de Herófilo publicó el hecho y se escucharon los comentarios más dispares. Unos decían que era una locus niger, otra que era una putamen cualquiera. Los más morbosos decían que se había tragado la protuberancia. Don Ventrículo por su parte, se consolaba diciendo, ¨Ahora ya no soy el único que tiene cuernos anteriores. Don Amón también tiene astas¨. Y así nacieron las famosas Astas de Amón«»

De esta ingeniosa parodia existe otra variante de autor anónimo aparecida en El Estudiante Libre, año 1931, número. 113, y publicado en el portal Ser Médico del Sindicato Médico del Uruguay.

http://www.smu.org.uy/publicaciones/noticias/noticias93/cuernos.htm

 

Tragedia cerebral en varios lóbulos y un Epílogo

Origen de los cuernos de Amón

 

“Yendo la señora Calota de Amón, camino de la Tienda del Cerebelo a comprar Cinta de Reil y tela coroidea para hacerse un tapetum con numerosos pliegues de paso, tuvo que pasar, por razones de forceps mayor, por el puente de Varolio pues era la única manera de atravesar el valle de Silvio. El valle estaba oscuro. De pronto surgió detrás del peñasco la figura imponente del Locus Ceruleus que vivía oculto en el cavernoso agujero de Luscka huyendo del Locus Niger su encarnizado enemigo. A la vista de aquella mujer de hermosas protuberancias, ciego de pasión, más ciego que el agujero, se lanzó sobre ella cual vulgar aracnoides, mordiéndole los senos laterales y los nantes. La asustada Calota clamó por su píamadre, pero esta duramadre no acudió. Estos lamentos sólo sirvieron para exacerbar los ímpetus amorosos del Locus que abalanzándose sobre ella consumó sobre su persona el inicuo atentado que trajo como consecuencia la creación de una nueva testa coronada. Consumado el hecho, se escondió ella tras el árbol de la vida, pero viendo Ceruleus que escapaba su presa, extrajo de entre sus telas el espolón que en cierta ocasión robara a Morand y lo hundió repetidas veces en sus carnes, dejándole totalmente el cuerpo abollonado.

Poco después llegaba Amón al lugar de la violatoria escena, atraído por las circunvoluciones de los cuervos de alas grises y alas blancas. Ahí yacía el cuerpo rojo de la Calota. Desesperado, Amón sentóse sobre el peñasco, mesándose las astas que desde ese momento poseía. Cayendo luego sobre su rodilla callosa, con la língula medio paralizada por el dolor, pedía a Dios que llevara a su infeliz esposa a la circunvolución límbica.

En el hipocampo, donde yacen sus restos, siempre hay un canastillo de flores.

Epílogo

Al día siguiente la Prensa de Herófilo comentaba de diversas maneras el suceso. Algunos periodistas, esgrimiendo el calamus scritorius, atacaban a Calota diciendo que era una vulgar girus rectus; otros, por el contrario, aseguraban que había llegado pura al tálamo”.

Esperamos que se haga el septum lucidum sobre este sonado asunto.

  • Mi ¨epónimo-mneotecnofilia¨…

La palabra epónimo deriva del griego Epónymos; compuesto de Epi, que significa sobre y ónoma: nombre. Se emplea en el lenguaje científico para indicar un término o frase derivada del nombre de una persona, para señalar una época, una ciudad o una estructura anatómica. Por su parte, el término mnemotecnia procede del griego mnéme: μνμη, «memoria», y el sufijo –tecnia: «técnica». Es decir, algo así como ¨técnica para memorizar». Según la RAE es un «procedimiento de asociación mental para facilitar el recuerdo de algo».

Desde siempre, debo reconocer, he sentido una especial fascinación por los epónimos y los recursos mnemotécnicos; si se quiere, una ¨epómonimo-mnemotecnofilia¨, que me cautivara desde aquellas vacaciones de 1955 que no las fueron, al final de mi preuniversitario en el Liceo Andrés Bello de Caracas (1954-1955).

Los que escogimos estudiar medicina, ya sentíamos el frío terror de la anatomía humana y los más avanzados nos urgían a adelantar materia amenazándonos con aire de vencedores, ¨¡Cuidado si aplazas la asignatura…!¨. La Anatomía Humana era literalmente un ¨filtro microporo¨, un mar de los sargazos -ese que tuvo la tétrica fama de ser lugar de cementerio de buques de navegación a vela-, donde tantas ilusiones y deseos de ser médico se atascaban, se estrellaban o se iban a pique; si se quiere, un preludio de lo que significaría ser médico, una prueba para tentar y templar nuestra ¨stamina¨, nervio, vigor o aguante… Parecía pues, que aquella materia la habían puesto allí como cerca mataburros que mostraba un límite a traspasar y a la vez producía temor a los jumentos y a aquellos que no lo éramos tanto. Habría pues que echar mano de una determinación apasionada y un subterfugio lícito para superarla en pos de asir la escurridiza Vara de Esculapio, símbolo de nuestra profesión.

Uno de los problemas eran los cuatro tomos de Anatomía Humana de Testut-Latarjet o los cuatro que se hicieron dos, de Henri Rouviére. Y teníamos que comenzar por el dominio de la Osteología so pena de flaquear apenas abandonada la orilla. Oíamos cuentos terroríficos como aquél de examinadores que lanzaban al aire un cúbito y asiéndolo rápidamente para esconderlo preguntaban al desapercibido estudiante,

-¨¡Bachiller, veinte o cero, una sola pregunta, ¿derecho o izquierdo?!¨ ¡Vaya monstruosidad!

Así que, mientras mis compañeros disfrutando de sus vacaciones jugaban fútbol en el Campo La Salle de Guaparo en Valencia, mi ciudad natal, yo los veía envidioso a lo lejos en tanto me ¨apuñalaba¨, deglutía y rumiaba toda aquella parafernalia de nombres de tuberosidades, apófisis, platillos, forámenes, agujeros, tendones, etc. ¿Cómo recordar sus nombres? Sin embargo, hoy me siento más afortunado y menos sobresaltado que antes, pues ahora, en la Nueva Nomenclatura Anatómica Internacional (N.P.I), designada como Nómina Anatómica de París (N.P.A), la denominación es en latín con su correspondiente traducción al idioma del lector; de esta forma se eliminan mis amados epónimos. ¿Con qué derecho?, ¿Cuál que será más fácil de aprender…?

Oteando desde la atalaya de mis cinco décadas de médico, humildemente lo dudo. Mire usted, ganglio linfático es ahora lynfonodo; la escotadura es incisura; el pilar anterior del velo del paladar, arcus palatoglossus; y en lo referente al sistema nervioso, acueducto de Sylvio es ahora, aqueductus cerebro; el sistema nervioso simpático, pars sympatica systematis nervosi autonomici; el ganglio de Gasser será ganglio semilunare y así sucesivamente… Terminaremos por no poder comunicarnos entre nosotros mismos. ¡De la que me salvé porque lo que soy yo, estoy en lista de espera, lo que sucede es que muchos abusadores se me han coleado…!

En ese proceso de aprendizaje podías heredar huesos verdaderos de un cadáver desde algún estudiante generoso que te los donaba, o entrar en el mundo del tráfico: sí, en la compra-venta de huesos a alumnos de años superiores que ya no los necesitaban; los mozos de las salas de disecciones y especialmente el señor Espinoza quien era mozo de la sala de autopsias, tenía un índice machucado y podía ubicarte una colección completa de huesos, así que el estudio se facilitaba; algunos más aventurados se iban al Cementerio General de Sur y allí, donde la ilegalidad rozaba con lo cotidiano, entraban en contacto con los sepultureros, proveedores habituales de los estudiantes de medicina, para hurgar entre las fosas comunes y luego blanquear los huesos con agua oxigenada y dos o tres manos de barniz hacían el resto. Hoy día habrá que caerse a tiros con los «paleros», la religión cubana de la magia negra quienes los utilizan en sus ritos…

En 1955 y en pleno centro de Caracas compré un cráneo perfectamente limpio y preservado procedente de Alemania, y a juzgar por su tamaño, lo imagino proveniente de alguna joven fallecida durante el Holocausto o producto de ¨daño colateral¨ en alguna refriega en la Segunda Guerra Mundial. Me ha servido de mucho para explicar a mis pacientes la ubicación de la silla turca, de la hipófisis, los nervios ópticos y el quiasma y otros detalles anatómicos. Hoy día, en la simpleza anatómica que gira alrededor del médico integral comunitario se emplean maniquíes de plástico, pero el problema es que, en estos fríos huesos artificiales, los accidentes óseos no tienen la forma real; las variaciones que se pueden apreciar en los mismos huesos de dos personas distintas no son susceptibles de observar.

 Del morbo histórico relacionado con la anatomía, descuella otro problema y es el concerniente a la adquisición de cadáveres para las salas de disección de las cátedras de anatomía; por supuesto, con la loable intención de que, desde la muerte, los estudiantes aprendan a salvar vidas…

Viene a mi memoria el insólito y macabro negocio montado en la Universidad Libre de Barranquilla, Colombia, en 1991, donde se encontraron los cadáveres de una docena de personas, todas ellas indigentes, recogelatas y cartoneros, llamados peyorativamente en la zona, ¨desechables¨, andariegos dañados por el bazuco, que se rebuscaban la vida con el reciclaje de desperdicios que encontraban en los basureros. Estos pobres desdichados fueron muertos a garrote a manos de empleados de la casa de estudios quienes recibían pagos por los cuerpos o partes de los mismos. Los investigadores policiales determinaron que las desapariciones sistemáticas de indigentes, estaban relacionadas con el tráfico de cadáveres que se realizaba desde la morgue de la universidad. Cayeron muchas cabezas incluidas la del rector…

Bien, pero dejemos de lado el lado oscuro de la anatomía y volvamos al tema que nos concierne: Si entonces hubiera sabido que en la interminable y empinada escalera que haciendo gala de mi libre albedrío había decidido ascender, donde cada peldaño era una palabra, un signo, un síndrome, una anécdota y que al finalizar mis seis años de carrera habría almacenado en mi banco de memoria la bicoca de cerca de ¡55 mil nuevas palabras…!, el terror hubiera invadido mi ser y a lo mejor me hubiera dedicado a otro oficio. Pero, ¿cuál otro…?

Pero es verdad, Dios nos da el frío, pero también nos da la cobija; aunque ocurre que esta última tenemos que buscarla por nosotros mismos… Sin embargo, no es solo eso, la cúspide inalcanzable de mi recorrido por esta profesión inacabable, está llena de más y más nuevas palabras y síndromes, totalmente inéditos para mi roñoso cerebro: La recompensa es que, mediante este, nuestro lenguaje materno, el de la medicina, somos aceptados y entendidos por nuestros pares.

Me escalofría imaginar a los Médicos Integrales Comunitarios, subproducto del castrocomunismo, portadores de afasia global, vale decir, expresiva y receptiva, y de alexia ¨revolucionaria¨, una forma de agnosia visual, una dificultad para reconocer el lenguaje médico sin padecer la afasia motora de Broca o la ceguera de palabras de Wernicke, perdidos en su simpleza en la intrincada selva de un lenguaje médico, de una lengua materna que desconocen… Como se me advirtió cuando los recibí, un aciago día lunes 24 de enero de 2011 en el Hospital Vargas de Caracas, serían ¨invitados de palo¨, es decir, que ¨no molestarían, no hablarían, sólo escucharían, no preguntarían y sólo tomarían notas¨, ¿Cómo entender y entenderse?, ¿cómo ser médico…?

Volviendo a Guaparo de mi Valencia del Rey, había que sentarse en una sillita de extensión –muda compañera de nuestros madrugones entre cafés, noctámbulos, prostitutas y maricos- y sostener aquel pesado libraco en nuestras piernas para leer, leer, releer y memorizar; había que aprenderse todo aquel conocimiento estructurado desde Herófilo y Vesalio, dibujantes insignes, y tal vez también, ladrones de cadáveres; pero ese era un plato para inteligentes y memoriosos, y yo, como muchos otros no formo parte de ese clan. Rememorar al segundo aquella catajarria de detalles -¿me servirá de algo?, me preguntaba y aún me lo pregunto-. Me atraía la cirugía, pero a mis 17 años era demasiado perfeccionista, y, para suturar una simple herida en el Puesto de Socorro de Salas donde iba a ¨coger puntos¨, me acompañaba la roñera: ¨pesado o lento en la ejecución de una tarea¨, me apuraban, pero yo quería que quedara perfecto, impecable, desbarataba lo que hacía y volvía a comenzar; eso no lo aguantaba nadie, especialmente el paciente; debía reconocerlo, no tenía ni el alma ni la rapidez de cirujano…

 Desde luego, había que buscar mnemotecnias o inventárselas uno mismo, artificios para recordar:

Por ejemplo, aquella de las 14 ramas de la arteria maxilar interna: ¨TiMeMenTemTem, DeMaBu-Pte-Pa, AlSo Viste¨: TI: timpánica; ME: meníngea media; ME: meníngea menor; TE: temporal profunda media; TE: Temporal profunda anterior y muchas otras. Pero el nervio facial no se quedaba atrás; para sus ramos colaterales intrapetrosas, ¨Pepe súbete al estribo y dale cuerda al neumogástrico¨: PE: nervio Petroso superficial mayor; PE: nervio Petroso superficial menor. Súbete al estribo: Nervio del músculo del estribo; dale cuerda: nervio de la cuerda del tímpano; al neumogástrico: ramos anastomótico del neumogástrico. Y para sus ramas extrapetrosas, allí le va más fácil: Gardel. G: Ramo anastomótico del glosofaríngeo; A: Ramo auricular posterior; R: Ramo sensitivo del conducto auditivo externo (CAE); D: Ramo del digástrico; R: Ramo del estilomastoideo; L: Ramo del lingual. Y así, miríadas de ayudas de memoria ¡Si no hubiera sido por ellas!

Bien, de nuevo retornemos al inicio de mis estudios médicos. Durante los primeros diez días, en el anfiteatro del Instituto Anatómico de la UCV, nuestro insigne maestro, el doctor Francisco Montbrun (1913-2007), con su particular bata marrón, se sopló completa y en 10 días la osteología en medio de magistrales dibujos con tizas de colores en la verde pizarra –indignos de ser borrados-, dejándonos a la intemperie y a merced de nuestra suprema ignorancia. Nuestra salida ante la angustia del tanto tener que saber y el poco asir, la distraíamos en medio de los chistes obscenos y las carcajadas de negación que precedían la hora exacta del inicio de la clase.

Tal vez fui uno de los más estresados de mi grupo; resulta que el puesto que me asignaron estaba en la primera fila y a la derecha. De momento a momento, el doctor Montbrun mientras dibujaba con suma destreza y rapidez hacía una pregunta sobre la materia que estaba dictando, realizaba un giro sobre sus talones de noventa grados y… ¿a que no adivinan a quien señalaba con su índice extendido…?

 Al hijo de Panchita, ese del bigotico menudo y la cara pálida y descompuesta pues, ¡Usted bachiller…! [1] Me inquiría con voz estentórea…  Con mis esfínteres intactos, pero en pugilato por dejar escapar un algo socialmente inaceptable, balbuceaba una respuesta, no siempre acertada. Estaba entonces condenado a adelantar materia y a prever lo que habría de preguntarme. Cada clase, un desafío a la memoria, pero multipliquemos aquello por todas las otras asignaturas, más gimnasia que magnesia para nuestras jóvenes y ávidas neuronas…

La recompensa final no se hizo esperar; de los 511 alumnos que iniciamos el escarpado ascenso del primer año en 1955, sólo 47 llegaron chamuscados, pero ¨lisos¨, aprobaron todas las materias, incluida por supuesto la anatomía; el hijo de misia Panchita Mendoza estuvo entre ellos, sólo que mi padre me recriminó porque no saqué 19 o 20 como mi hermano José, suma cum laude en derecho… ¡Eso es pura paja, puro caletre…!, le decía yo envidioso, en mi defensa…

[1]  Quién diría que muchos años más tarde, en 1999, le tuve como paciente casual. Al llegar a mi consultorio lo encontré esperándome para decirme, -«Vengo para que me hagas un fondo de ojo. He sabido que tú puedes diagnosticar cualquier cosa mirándolo…». Le dije que era una exageración, pero que le examinaría. Llegado el momento del tacto rectal se rehusó, pero yo le dije, -«Maestro, usted me enseñó que quien no mete el dedo mete la pata…». No le quedó otra. Su próstata era completamente normal. Luego me confesó que habiendo creído que tenía un cáncer prostático había suspendido la escritura de su ansiado libro «Neuroanatomía» en tres tomos con figuras de su autoría. Los bautizó un año más tarde…

 

Y así, llegamos jadeantes al tercer año, a nuestro contacto con enfermos reales, presentaciones orales del caso de nuestro paciente particular, en el camino de aprender y saber las nuevas reglas de gramática y estilo solo ejercitado a través de unos sobacos goteantes, las manos húmedas y temblorosas, los labios secos, las pupilas dilatadas y el tragar grueso. La sintaxis sería indispensable, tanto que un maestro mío nos decía, ¨Nunca ordene el postre antes del seco¨: «En una presentación adhiérase a la cronología que sus escuchas esperan e imprímale coherencia al relato…» ¡Fácil decir!

  • Los ambivalentes y agridulces epónimos y mnemotecnias: queridos y odiados…

En medicina y en ciencia, tenemos una larga tradición de epónimos, vale decir, nombrar descubrimientos, signos, síntomas, síndromes, enfermedades, reacciones bioquímicas etc., con nombres propios de médicos famosos, sitios geográficos, personajes literarios, héroes mitológicos, animales y hasta criminales de guerra… Ciertas especialidades médicas como la cardiología, la neurología y ahora la moderna radiología tienen las suyas, y dependiendo de la afinidad que usted tenga por estas muletas, ayudas de memoria o inútil ocupación de espacio –como quiera llamarlas-, tal vez le sean o no de su agrado, y ello porque son, si se quiere, ambivalentes, dulces o agrias.

Desde hace tiempo existe un debate enconado entre partidarios y detractores del empleo de los epónimos. Los oponentes prefieren nombres objetivos y sin adornos, por ejemplo, «respuesta plantar extensora» en vez de signo de Babinski[1].  Otros argüimos que los epónimos son representaciones lingüísticas útiles para reconocer patrones clínicos o radiológicos que ayudan en el proceso de diagnóstico, que lo hacen más vivo y palpitante, mejorando la práctica; por ejemplo, decir Síndrome de Sneddon para designar la lívedo reticularis idiopática asociada a accidentes cerebrovasculares, o síndrome de Susac en vez de vasculopatía retino-cócleo-cerebral, creo que se agradece…

   ¨Corkscrew vessels¨, los ¨tirabuzones de Muci¨ en neurofibromatosis I (NF-1) con orgullo va en negritas[2]

 

Me atrajeron siempre los pacientes con una serie de condiciones agrupadas bajo el término genérico de facomatosis o genodermatosis; algunos, verdaderos fenómenos de la naturaleza. Aún recuerdo el primer paciente con enfermedad de von Recklinghausen que atendí en tercer año de medicina y del que todavía conservo fotografías, pues siempre me interesó la fotografía médica. Desde 1976 comencé lentamente a acumular una serie de casos de neurofibromatosis I (NF-1), entidad donde nunca se habían descrito alteraciones retinianas pero que tenían en sus retinas, escondidos y a buen resguardo, vasos sanguíneos de característica muy inusuales:

[1] En 1896 presentó ante la Sociedad Biológica de París un breve artículo, verdaderamente breve: En 28 líneas y sin referencias bibliográficas intitulado, “Sobre el reflejo cutáneo plantar en ciertas enfermedades orgánicas del sistema nervioso”.  ¿Cómo no honrar su nombre cada día?

[2] Fue la ocurrencia de mi alumno, Marcos Ramella Galmuzzi

Son minúsculos vasos en forma de tirabuzones muy difíciles del ver con el oftalmoscopio directo; así que se necesitaba dedicar largos minutos bajo dilatación pupilar a su paciente búsqueda. Una vez que había colectado algunos casos, los presenté en un homenaje ofrendado en San Francisco, California, al doctor William F. Hoyt, mi mentor, con motivo de su 70º cumpleaños. Sus ex fellows, prominentes neurooftalmólogos esparcidos en la geografía norteamericana y ya jefes de unidades de la superespecialidad presentaron casos clínicos excepcionales.

Recuerdo que me correspondió mostrar mis hallazgos como expositor final luego de las presentaciones de mis ocho hermanos académicos, renombrados ex fellows. Una vez terminada mi corta charla pregunté a la notable audiencia si en su práctica alguno había visto casos similares. Hubo un largo silencio en la sala que fue roto cuando Hoyt, abruptamente se levantó de su asiento y dijo con sobrada emoción y orgullo, ¨Este hombre ha visto en Caracas, Venezuela, un inusual hallazgo que pasó desapercibido por años a los ojos de todos nosotros y los anteriores¨. Fue mi consagración, dejaba algo para la posteridad. En la cena de gala de la noche final se premiaron las presentaciones; la mía ocupó el primer lugar y en recompensa me regalaron una foto del doctor Hoyt.

Posteriormente hicimos nuevas observaciones y en 2002 publicamos nuestros hallazgos en la afamada revista inglesa, British Journal of Ophthalmology. 2002;86:282-284. Uno de mis alumnos los bautizó como¨los tirabuzones de Muci…¨ Se agradece el epónimo…

Personalmente considero que los epónimos no deben desaparecer. Son parte de la medicina y nos muestran en pequeños destellos su devenir histórico, que, por otro lado, debería gustar a todos los médicos. Además, sirven para definir cuadros clínicos sin tener que denunciar sus síntomas uno a uno. Para mí es más fácil decir «enfermedad de Takayasu», que arteritis de etiología desconocida que afecta a la aorta y a sus ramificaciones, incluyendo la arteria carótida; o ¨síndrome de uno y medio de Miller Fisher¨, que define la presencia de parálisis de mirada conjugada horizontal, asociada a oftalmoplejía internuclear ipsolateral.

En algunos casos, ciertos signos clínicos asociados a un epónimo son más útiles que la definición estricta, como por ejemplo el (también conocido como fenómeno de Lhermitte), nombre que se da a una breve sensación del tipo descarga eléctrica que ocurre al flexionar o mover el cuello irradiada por la columna, a menudo a las piernas, los brazos y ocasionalmente al torso, y es característica aunque no privativa de la esclerosis múltiple e indicativa de la presencia de una placa desmielinizante en la médula cervical; o el signo de Romberg, típico de la sífilis terciaria del sistema nervioso, presente cuando el paciente de pie es capaz de mantener la posición con los ojos abiertos, pero oscila o se cae al momento de cerrarlos: una lesión de los cordones posteriores y pérdida de la propriocepción, de la sensibilidad profunda le juega la mala pasada. Otras veces, es más fácil llamar la enfermedad que decir el elusivo y difícil epónimo tal sucede con la parálisis supranuclear progresiva (PSP) o síndrome Steele-Richardson-Olszewsky en honor de los tres médicos canadienses que la describieron.

Otra anécdota personal sobre epónimos. Cuando concursé para el cargo de Instructor por Concurso de la UCV en 1966, primer escaño del escalafón universitario, se constituyó un jurado con los doctores Henrique Benaím Pinto, Félix Eduardo Castillo Taberoa y nuestro querido Maestro Herman Wuani. Se realizó durante las mañanas de tres días consecutivos, agotadores como los que más, con prueba escrita, lección oral y por supuesto, la presentación y discusión de un caso clínico. Entre los tres candidatos para dos cargos, se sortearon las salas de la sección de medicina y las camas de los pacientes. A mí me tocó el paciente 6 de la Sala 6.

A todas luces el pobre hombre tenía la inconfundible clínica de un cáncer del estómago, estaba muy emaciado y su fin se antojaba próximo. Entre otras numerosas preguntas, el doctor Benaím me preguntó cómo se designaba al nódulo supraclavicular izquierdo que en ocasiones se encontraba en casos de cáncer del estómago. Yo le contesté rápidamente, ¨ganglio de Troisier¨; él me refutó, ¨ganglio de Virchow¨; yo le volví a insistir ¨Troisier¨, y él, muy molesto, me remachó, ¨¡¡Virchow!!¨. Era aquella una pelea de tigre con burro amarrado que no estaba dispuesto a asumir… Y así quedó…  En honor a la verdad, ambos teníamos razón, la denominación es dual: el ganglio fue inicialmente descrito por Rudolf Virchow en 1848 y 41 años después lo hizo Jean Troisier en 1889.

Así que esto de la dulzura de los epónimos son la oportunidad de asomarnos con embeleso y romanticismo a las vidas de médicos y científicos que en la oscurana de frías madrugadas y a la luz de un candil, pensaron, meditaron y alcanzaron lustre en cada una de sus disciplinas, y para así, nosotros admirar el fruto de sus observaciones. Es cierto que en muchas ocasiones el epónimo no hace justicia al verdadero descubridor o descriptor: o no existe de forma individual o resulta que es otro el del retrato. ¿Qué importa…?

¡Cuánto importa honrarlos! La otra, la vertiente agria es aquella que usa un epónimo para manifestar un abuso simplista de la tecnología, de poner algo de moda, y a mi entender ese poco afortunado síndrome de Romario, consistente en realizarse una resonancia magnética de las extremidades después de cada partido de fútbol…

 

rafaelmuci@gmail.com

 

 

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