Elbert Green Hubbard (1856–1915), escritor, editor, artista y filósofo norteamericano quien enterado de un suceso extraordinario, en tan sólo una hora fue capaz de condensar en dos cuartillas, un ejemplo de profundo y sólido compromiso sin roturas ni enmiendas: Nació así para nosotros, ¨Un Mensaje a García¨, el cual copio textualmente:
¨Hay en la historia de Cuba un hombre que destaca en mi memoria como Marte en perihelio. Al estallar la guerra entre los Estados Unidos y España, era necesario entenderse con toda rapidez con el jefe de los revolucionarios de Cuba. En aquellos momentos este jefe, el general García, estaba emboscado en las espesuras de las montañas, nadie sabía dónde. Ninguna comunicación le podía llegar ni por correo ni por telégrafo. No obstante, era preciso que el presidente William McKinley Jr. de los Estados Unidos se comunicara con él. ¿Qué debería hacerse?
Alguien aconsejó al Presidente:
– ¨Conozco a un tal Rowan que si es posible encontrar a García, él lo encontrara¨.
Buscaron a Rowan y se le entregó la carta para García.
Rowan tomó la carta y la guardo en una bolsa impermeable, sobre su pecho, cerca del corazón. Después de cuatro días de navegación dejó la pequeña canoa que le había conducido a la costa de Cuba. Desapareció por entre los juncales y tres semanas más tarde se presentó al otro lado de la isla; había atravesado a pie un país hostil y había cumplido su misión de entregar a García el mensaje del que era portador¨.
¨Un Mensaje a García¨ fue publicado en la revista ¨Philistine¨, en la edición correspondiente al mes de marzo que iba a entrar en prensa el 22 de febrero de 1899, día de la conmemoración del natalicio de George Washington. Más de cuarenta millones de ejemplares han sido impresos, suma que jamás ha alcanzado publicación alguna; por ello, cuando escribo ¨redivivo¨ cometo una incorrección pues el mensaje de marras nunca ha desaparecido ni ha dejado de circular. Para nosotros, venezolanos de este siglo XXI, anhelantes de ejemplos edificantes y posturas éticas, todo cuanto oriente a la juventud e impida la pérdida de nuestros valores fundamentales, debe ser aupado y bienvenido. Por ello nunca estará de más recordar el suceso.
El histórico episodio tiene pues como protagonistas, a William McKinley, 50º presidente de los EE.UU.; al teniente de la Armada Norteamericana Andrew Summers Rowan; al general Calixto Íñiguez García héroe de la resistencia cubana en la guerra de los diez años entre Cuba y España; y al mencionado escritor Hubbard. La pieza clave del artículo lo constituye el hecho de que McKinley le entregó a Rowan una carta para ser entregada a un remoto García, y Rowan no preguntó:
¨¿Dónde lo encuentro?¨
El general García ha muerto; pero hay muchos otros Garcías en todas partes y a cada paso; en nuestros hospitales públicos venezolanos abundan. Todo hombre que ha tratado de llevar a cabo una empresa para la que necesita la ayuda de otros, frecuentemente ha quedado sorprendido por la falta de voluntad, la indiferencia y estupidez de la generalidad de las personas a su lado, su incapacidad para concentrar sus facultades en una idea y ejecutarla. Es harto frecuente que cuando un paciente necesita de un examen clínico o complementario que no somos capaces realizar, por ejemplo, en la Unidad de Neurooftalmología del Hospital Vargas de Caracas, verbigracia, búsqueda de un especialista en glaucoma o de baja visión, una angiografía fluoresceínica, un campo visual computarizado o una tomografía de coherencia óptica de la retina (OCT), y pregunto al grupo de residentes agrupados alrededor mío quién puede en su hospital o a través de influencias o amistad, hacerle o conseguirle el examen o la consulta… se miran unos a los otros y luego de una larga pausa, con suerte alguno se ofrece… para enviárselo a otro compañero que mañana estará de guardia y que nada conoce del caso del enfermo…
Casi ninguno responde al rompe, ¡Yo lo hago…!
Parte de la enseñanza que a diario imparto a mis alumnos y fellows con todos mis pacientes y especialmente los más pobres, implica responsabilidad ciudadana y humana hacia ese grupo crónicamente desasistido y maltratado, porque quizá no sea precisamente erudición pura lo que ellos necesitan, sino la fidelidad a la confianza que el paciente les muestra, ese paciente que no tiene nadie que le proteja y cuya única familia es la necesidad perenne y mordicante. Yo les exijo compromiso indeclinable, amor al deber, obrar con prontitud sin ser requerido, concentrar con otros lo que deba realizarse, hacer bien lo que debe ser bien hecho[1], dar al paciente apoyo inmediato facilitando el compromiso: anotando su propio nombre, teléfono celular y dónde –en qué hospital- y a qué hora se encontrarán.
Sólo así pueden aprender que la medicina es una profesión de servicio:
¡servir, la palabra más hermosa del diccionario…!-
[1] La fundamentación primordial del antiguo asclepíades radicaba en el favorecer, no perjudicar, que el hipocratista latinizado tradujo como Primum Non Nocere:lo primero, no hacer daño, anteponiendo a su tarea la “Regla del Buen Hacer”: “Hacer lo debido y hacerlo bellamente según la formulación reseñada en, “Sobre las ulceras” : “Hágase bella y rectamente lo que así haya que hacerse; con rapidez lo que deba ser rápido; con limpieza lo que deba ser limpio; con el menor dolor posible, lo que deba ser hecho sin dolor…”
No debe ingresar en las huestes de Esculapio e Hipócrates quien no sienta la llamada vocacional del dolor, el sufrimiento y la muerte. No puede ejercer la medicina quien pretenda aferrarse a la medicina científico-natural, que considera al individuo como una unidad biológica “natural” más del mundo, pasando por alto que el hombre no vive su existencia como ente aislado de la naturaleza, sino que estructura su biografía en el seno de una familia, de una sociedad justa o injusta, de un conjunto económico político llamado país, donde factores epigenéticos modifican su estructura física y psíquica y la de la enfermedad que lo posee. Individuo y sociedad son pues, los dos términos de una antinomia médica rigurosamente ineludible.
“Llevar un Mensaje a García” es para el médico, vocación, contemplación y acción, técnica en el sentido de la “tékhne” hipocrática[1], humanismo y serena atracción hacia el dolor.
Por interés del paciente, principio y fin del acto médico, cada Jefe de Servicio debería procurar conservar lo mejor que encuentre en función de servir; es decir, a aquellos que pueden llevar Un Mensaje a García…
Caracas, en la conmemoración del natalicio del ilustre venezolano, Doctor José María Vargas, 10 de marzo de 2012.
[1]Tékhneiatriké hipocrática: Un saber hacer, sabiendo porqué se hace, lo que se hace.
Mi actividad como ¨escritor¨, si es así como pudiera llamarse una simple afición, comenzó ya hace muchos años cuando esporádicamente enviaba artículos a la prensa, especialmente al Diario El Nacional, casi todos con un tono de amarga denuncia referente a las carencias de mi Hospital Vargas de Caracas; tantas décadas después todavía insatisfechas… Un día de 1988, recibí una llamada de la redacción del desaparecido Diario de Caracas, donde se me pedía colaboración para un segmento dominical llamado ¨El Especialista Invitado¨, que formaba cuerpo con la Revista Magazine insertada en dicho periódico. Cuando inquirí acerca del ¿por qué yo?, se me dijo que había sido recomendado por el doctor Augusto León de la Academia Nacional de Medicina en la certeza de ¨que lo haría muy bien¨. Recibí el comentario y la invitación con el orgullo del alumno a quien su antiguo maestro le reconoce un don que él mismo ignoraba. Allí escribí por poco tiempo pues el diario y la revista desaparecieron sin dejar rastro.
Posteriormente, a pedido del doctor Andrés Mata Osorio, Director del Diario El Universal de Caracas y ocasional compañero de trote, comencé a escribir una columna sabatina de salud para la comunidad, que, empleando el más hermoso dictado de la escuela hipocrática llamé, ¨Primum non nocere, Primero no hacer daño¨. En una carta del 18 de agosto de 1992 recibí un espaldarazo del escritor Ibsen Martínez, quien así se expresó, ¨percibo en su columna algo que va más allá de la intención divulgadora y que me atrevo a llamar ¨perplejidad fecunda¨ ante el fenómeno humano…¨ Y desde entonces no he parado, he continuado escribiendo, siempre dándole gracias al Señor por permitírmelo y disponer de algún público que me lea y disfrute de mis escritos…
Debo dejar sentado que no me atrae para nada el tema político, quisiera escribir solo de medicina y de los dramas y verdades de mis pacientes y el impacto y congoja que ellas producen en mi ser; ha sido para mí un deber señalar las injusticias agravadas contra mis enfermos pobres y desamparados del Hospital; sin embargo, me he visto obligado a sumergirme en las turbias aguas de lo político porque considero una obligación moral y ciudadana teclear cuartillas en mi computadora contra la injusticia deparada por la intromisión castro-comunista desde 2001, cuando dirigiera a través del Diario El Universal una carta abierta al embajador cubano. De allí en adelante he ejercido mi libertad de pensamiento publicado en forma semanal, y mis artículos han sido bienvenidos, al punto de que me han concedido inmerecido sitial preferencial en día domingo al lado de reconocidos columnistas.
Los médicos somos espectadores de diversas aristas de la vida; los salientes dramáticos del existir no nos son para nada extraños; hasta podría decirse que nos persiguen. A lo largo nuestro ejercicio profesional, muchos médicos hemos observado tal vez con gran interés, con malicia o con desdén, hechos inusuales, extraños, curiosos, risibles e inclusive grotescos o extravagantes, que, por carecer del rigor científico que se nos exige al publicarlos, bien por su contenido o su crudeza, pocas veces son compartidos con otros colegas y el público general. A veces porque el lenguaje utilizado no es el socialmente aceptado, o porque los hechos tocan tabúes sociales, o simplemente porque pensemos que no interese a nadie lo que hayamos vivido.
La doctora Rita Charon acuñó el término ¨medicina narrativa¨[1] referido a las habilidades que permiten reconocer, asimilar e interpretar las historias de enfermedad y ser conmovidas por ellas; afirma que la medicina actual, aunque muy competente en términos científicos, en muchas ocasiones no puede ayudar al enfermo a luchar contra la pérdida de su salud, pues por nuestra formación somos incapaces de escuchar y ayudar a los pacientes y a comprender más y mejor los padecimientos de la enfermedad que van mucho más allá de los síntomas de la misma y de nuestra capacidad de empatía.
Podría entonces uno preguntarse, ¿Por qué la lista de médicos escritores en tan vasta? ¿De dónde proviene esa vena de escritor que nos posee a muchos médicos? ¿Por qué escribimos tanto? ¿Por qué nos sentimos compelidos a poner en palabras los dramas y alegrías que nos depara nuestro apostolado? Don Pedro Laín Entralgo (1908-2001), médico, historiador, ensayista y filósofo español intentaba una explicación al escribir en 1973: ¨Por mi parte, y aun sabiendo que mi idea no pasa de ser una provisional hipótesis de trabajo, me atrevo a pensar que los móviles del médico-novelista español pueden tipificarse mediante la siguiente serie de propósitos: evasión (la del médico que hace literatura, como podría pintar o cazar, para olvidarse de partos y sajaduras); ilustración (la de quienes pretenden enseñar al vulgo, y lucirse de paso en la suerte […]); utopía (la de aquellos adelantados de la actualísima ciencia-ficción […]); denuncia (la de quienes, a la vista de la injusticia política y social que con tan dramático relieve muestra a veces la enfermedad, pintan con crudas tintas la áspera realidad humana que les rodea); y redención (el propósito de los que enderezan su denuncia o protesta al logro […] de un mundo en cuyo seno imperen la justicia y el amor) ¨.
Y es que el contenido de nuestras vidas está teñido de accidentes conmovedores en medio de un ambiente melancólico de angustias y emociones como son el sufrimiento, la pobreza, la exclusión, la injusticia, el dolor y los linderos del tema de la muerte; y así, la afición a escribir es lógica consecuencia del rico repertorio por donde los clínicos paseamos nuestra cotidianidad, pues aunque como otros somos espectadores de la vida, la vemos en un plano distinto al tener más ocasiones de presenciar el lado dramático del existir necesitando además, expresarnos ante la injusticia que nos rodea, que trata de alcanzarnos y hasta logra hacerlo; así que consideramos que escribir suele ser un acto creador, una reacción compensadora y saludable.
Nunca me canso de agradecer a mis pacientes cómo me han hecho madurar como ser humano y como médico; reconocer cuan enriquecido llego a diario a mi hogar luego de haber representado junto a ellos y en el tablado sin espectadores de mi consultorio, parodias, tragedias, comedias y tragicomedias; sublimes experiencias para ser contadas y puestas por escrito…
¡Qué don tan maravilloso el que nos ha sido dado a los médicos y sin pedirlo…! Atravesamos con profundo respeto el dintel de la intimidad de nuestros enfermos gracias a su bondad y su confianza en nosotros. Lo menos que podemos hacer para ser dignos de ellas, es acumular esos retazos vivenciales para que formen una colcha con cuadros de risas y tristezas, alegrías y pesares, sentimientos de orgullo por el deber cumplido, pero también, de extrema culpa por tantas fallas acumuladas… El lado dramático de la vida del enfermo es en ocasiones sólo presenciada como un hecho de interés científico, sin resonancia afectiva; su sufrimiento no es compartido ni su soledad acompañada en medio de la multitud; de no entenderlo estamos condenados a un ejercicio llano y homogéneo, a un insípido pasar por la vida…
Leamos pues con detenimiento el drama de un día cualquiera en la vida de un médico, el de Dulcinea, mi paciente…
[1] Charon R. Narative Medicine Honoring the Stories of Illness. Oxford: Oxford University Press; 2006.
Lazos de amistad han atado nuestras vidas por más de 10 años. Amistad fundada en el afecto y respeto mutuos. Ella ha sido leal conmigo y a mi vez, al curarle, he tenido cuidado de no infligirle más daño. Me visita periódicamente y cada vez, me obsequia con las mismas quejas. Para ser sincero, ni mis pobres conocimientos ni mi esfuerzo, han podido resolverle ninguno de sus achaques y me he preguntado por qué aún no ha cambiado de médico, y el por qué, siempre risueña me saluda…
[1] De mi libro, ¨Primum non nocere, primero no hacer daño. Vivencias de un médico del Hospital Vargas de Caracas¨, Clínica El Ávila, 2004. P. 623-629.
Numerosas enfermedades crónicas, irreversibles e insolubles, se encuentran claveteadas a sus 85 años; “tejas rodadas” —las llamo yo—, consecuencias del uso y del abuso de tantos días con sus noches, de tanta lluvia y sol ardiente tolerados. Cada vez que he pensado en subirme a su frágil techo a cogerle esas goteras del tiempo, dudas y temor he sentido. Me preocupa y me detiene el que a pesar del esmerado cuidado que ponga al hacerlo, no lo logre, y lejos de poner en su sitio aquellas dislocadas, a lo peor, le quiebre muchas otras en el intento… El sentido común y lo rajadizo de su condición de anciana, así parecen imponérmelo. Si no le voy a solventar sus problemas de salud en forma efectiva, ¿para qué crearle otros peores? Nunca me he arrepentido de mi cautela y parquedad en los remedios que le he indicado: ¡mientras menos y por el menor tiempo, ha resultado mejor! Obesidad, enfermedad degenerativa y dolorosa de las grandes coyunturas que soportan peso, esa llamada artrosis: rodillas y columna lumbar, un corazón que por épocas late revuelto y rocanrolero, estreñimiento pertinaz, insomnio, tensión sistólica alta, pero especialmente, una degeneración macular relacionada con la edad, son parte del largo muestrario de sus aflicciones. ¡Goteras agavilladas para ponerle zancadillas a una vida feliz!; pero ella, no ha hecho de la hojarasca bullanguera el centro de su vida; antes bien, ha llevado su plomizo lastre con dignidad, resignación, objetividad, paciencia y una perenne sonrisa en sus labios…
Alguien me pidió que pesquisase una causa general, ¨circulatoria¨, para su deterioro visual. ¡Nada que ver! Antes llamada senil, a esa degeneración macular se la relaciona ahora con una misteriosa noxa empalmada al paso de muchas lunas, porque no sólo los seniles la sufren. Es una suerte de maldición desconocida, un conflicto entre espectros de luz dañina y falla de antioxidantes, dirigida hacia ese sitio tan importante como vulnerable de la retina: la mácula lútea, así llamada por el color amarillento que exhibe en el ojo del cadáver.
Llamémosla Dulcinea Carialegre, mujer muy querida de su marido fallecido que fuera, con sus cacheticos de arrebol y un toque alegre siempre prendido a su rostro, había perdido irremisiblemente su visión central, y nada podría hacerse por traérsela de vuelta. Pero por fortuna, conservaba y conservaría su visión periférica y nunca se quedaría totalmente ciega.
Al leer mis palabras, cada letra que usted va identificando está siendo enfocada y rastreada nítidamente en la fóvea de sus máculas, una pequeña depresión de un milímetro de diámetro ubicada en la retina central de sus ojos; yo la llamo la ¨abeja reina de la colmena¨, esa, perteneciente a una casta de abejas melíferas, única hembra fértil que pone huevos fecundados; gracias a su existencia la colmena es presencia que vive y palpita; gracias a la otra, el hombre con ayuda de su inteligencia y libre albedrío, plantó su huella en la luna. Ungida por los dioses, fue destinada a ser el asiento de la mayor exquisitez visual. Pero al leerlas, también podrá notar que al mismo tiempo puede ver toda la página del periódico, aunque sin tanta nitidez. A esto último llamamos visión lateral o periférica, mediada por el resto de sus neuronas retinianas. La claridad con que lee mis palabras se debe a que sus fóveas están sanas. De dañarse, el área central de lectura sería —según el caso—, velada, difusa, oscura, distorsionada o totalmente negra, así que no podría leerme o la haría con mucha dificultad… Tal era la lastimosa situación de Dulcinea, un boquete negro en el centro de su campo de visión…
Los médicos ignoramos el por qué adultos mayores desarrollan esta limitante condición, que poco tiene que ver con el estado circulatorio general del individuo y mucho con el continuado desgaste orgánico. La fina estructura que forma el revestimiento más interno de su ojo: la retina, es una prodigiosa membrana muy sensible a cambios en su metabolismo y aporte sanguíneo. No sabemos por qué comienzan a crecer desde la coroides -otra membrana que colinda externamente con la retina-, vasos anormalmente frágiles, endebles y entrometidos, justamente debajo de la retina central y de la fóvea. Y son defectuosos porque son un mal continente para la sangre al permitir con su ruptura, su escape, un derrame purpurino que destruye los elementos nobles de la retina: los fotorreceptores, la película fotográfica de la retina, células especializadas para captar luz, color, textura, en fin, imágenes, las cuales son dañadas a permanencia, y una vez que pone en marcha este proceso no parece haber quien la detenga.
En ocasiones el oftalmólogo destruye estos finos vasos, vainosos e invasores, quemándolos con rayos láser; pero dada la cercanía al área de mayor definición visual puede transformarse el tratamiento —cuando es conducido por manos desatinadas— en un verdadero desastre… En otras personas afortunadas nacidos décadas después que Dulcinea, se ha permitido su detección más temprana y el que pueda inyectarse dentro del ojo mismo una sustancia, una familia de anticuerpos monoclonales llamados antiangiogénicos, milagro de la ciencia y la tecnología, que inhibe su crecimiento, que hace retroceder e involucionar los vasos descarriados… pero, la duración de su efecto es finita y debe inyectarse nuevamente en cerca de un mes por tiempo indefinido…
Unos cinco años después de que Dulcinea perdiera su visión central, un buen día y muy de pasada, me reveló que cuando fijaba su vista en algún sitio, comenzaba a ver ¨grupos de vaquitas pastando, grandes y pequeñas, marrones y con pintas blancas, en movimiento y hasta puedo reconocer a una que está amamantando su becerro…¨. La escena era vívida. Me acotó que cuando era niña solía ver cuadros similares en los paisajes bucólicos de la finca de su padre. En aquella, su aparición, sólo alcanzaba a reconocer las vacas criollas, no así las otras, las Holstein, que su padre también poseía. Bastaba con cambiar la posición de su mirada para que el pastoril y animado paisaje desapareciera. Pero a la inversa, por propia voluntad podía transportarse a la finca paterna, posando sus ojos fijamente a algún objeto.
-¨Además —prosiguió—, veo dos vírgenes… En mi colegio había dos estatuas muy lindas, una de la Inmaculada Concepción, con su túnica azul cielo y sus radiantes manos, y la otra, la Mater Admirábilis, una María adolescente vestida de rosado. Las dos son chiquiticas y se me aparecen una superpuesta a la otra…¨ Las escenas visuales eran disfrutadas plácidamente, y más que desconcierto o temor, ¨traían un consuelo a mi pena¨. Cuando una hermana supo lo que le ocurría, le dijo: -¨Yo te tenía por una persona cuerda, pero ahora me haces dudar…¨. Tres años transcurrieron antes de que Dulcinea me enterara con su sonrisa sempiterna y el ánimo sereno, del extraño fenómeno del que era partícipe…
Dulcinea alucinaba. Subjetivamente, percibía hechos inexistentes como si estuvieran allí mismo, frente a sus ojos. En las personas dementes, psicóticas o en los esquizofrénicos ocurre algo similar, voces o imágenes amenazadoras que te acusan o te agreden, te humillan y te aterran y son vividas con gran miedo y agitación del ánimo. Pero las de Dulcinea eran bienvenidas, sabía que no eran reales y nunca les había concedido mayor importancia, no tenían para ella la categoría de enfermedad. Por mi parte, tampoco me inquietaba su estado mental: ¡Siempre tan serena, tan ecuánime, tan aplomada! Me limité a oír su relato con fruición, a maravillarme con su revelación, a pedirle que me diera más y más detalles…, a diferencia de su hermana, por mi mente nunca pasó la idea de que Dulcinea estuviera enloqueciendo. No sería pues necesario, pedir la intervención de un psiquiatra, inundarla con tecnicismo inútil y costoso: tomografías o resonancias magnéticas de su cerebro, y mucho menos indicarle peligrosos tranquilizantes o antipsicóticos para tratar MI ansiedad, que no la suya… En su relato yo había reconocido a un viejo reputado, ¡al síndrome alucinatorio de Charles Bonnet!
En la próxima entrega, tal vez les relate cómo conocí a este antiguo amigo…
Las visiones placenteras de Dulcinea…
Parte II
¿Qué cómo conocí a Charles Bonnet? ¡Caramba…! Me obligan a retroceder en el pasado: más de una cincuentena de años atrás, cuando todavía los oftalmólogos extraían las cataratas que robaban la visión de sus pacientes lujándolas con una pequeña ventosa y luego, los enviaban a la sala a yacer inmóviles en sus camas y con los ojos vendados por espacio de cuatro o cinco días, a objeto de permitir que cicatrizaran las toscas heridas infligidas por gruesos cuchilletes en los delicados tejidos oculares. La tecnología de entonces, con sus burdas agujas e hilos de seda virgen poco sofisticados, no podía darse el lujo de la cirugía ambulatoria de hoy día donde el paciente es operado por la mañana y enviado de vuelta a casa en la tarde…
Mi segunda casa, mi querido hospital Vargas, mudo espectador de triunfos y tragedias de médicos y pacientes…
Estudiante de medicina que yo era, muy jojotico, curioso y maravillado por ese nuevo mundo que comenzaba a transitar, fui aventado por mi recordado hermano Fidias Elías, también estudiante entonces, al Servicio de Oftalmología del Hospital Vargas de Caracas. No supe ni porqué estábamos allí… Tiempos dorados aquellos de mi queridísimo Hospital… A ambos costados de la limpia y brillante sala, se alineaban camas y pacientes. Algunos conversaban amenamente y sin estridencias, esperando por su cirugía; otros, recién operados de cataratas, más parecían hileras de muertos de un funeral colectivo: Espalditendidos, inmóviles, con los ojos cubiertos por vendajes y la sábana blanca lisita cubriéndoles hasta a la altura de las tetillas… Pero no, estaban muy vivos y conscientes de que cualquier movimiento podría causarles pérdida de la operación y de la visión. Quizá sumergidos en oscuras cavernas, incomunicados visualmente, abandonados al silencio cerebral y sus rebullones: pájaros de mal agüero, a sus propias fantasías, esperando por el momento en que se retirarían las vendas. Y fue precisamente allí cuando ocurrió el fenómeno:
Una algarabía nacida en la cama 8 atrajo nuestra atención. Dos médicos y una enfermera, trataban vanamente de sujetar y tranquilizar a un viejecito que ya tenía cuatro días de operado e intentaba incorporarse de su cama. Hacía enérgicos movimientos tratando de quitarse de encima algún invisible ente. Sufría de alucinaciones visuales complejas, que describía como culebras que salían de las cabezas de gentes ilusorias y de su propio cuerpo, y aunque sabía que eran visiones imaginarias, intimidaban su ánimo. Siempre el mismo tema, en vívido tecnicolor, en movimiento… Sólo el sueño era capaz de abatir esas visiones inquietantes. Su estado mental, su memoria, su pensamiento abstracto eran completamente normales; igualmente, su condición emocional premórbida. Luego de mucho batallar con el ancianito, los médicos decidieron retirar los apósitos que cubrían sus ojos y de inmediato, a las encrestadas olas de aquel mar picado en medio de la tormenta interior, sobrevino la calma chicha…
Los galenos discutieron sobre la condición del provecto. Los lugares comunes y sus titubeantes comentarios no hicieron sino demostrar la superficialidad de sus conocimientos, su ignorancia sobre el drama que acababa de producirse y más triste y peor aún, ¡la poca curiosidad que en ellos el percance había despertado! Quizá recordando la certitud del dicho criollo, que ¨en pelea de burros no se meten los pollinos¨, mi hermano, tan versado como era en tantas cosas, optó por guardar silencio, observó y finalmente miró hacia mí, encontrándome boquiabierto, con los párpados desmesuradamente retraídos y muy sobrecogido por la situación que había presenciado. Con disimulo se acercó a mi oído y en queda voz me dijo…
-¨Rafa, ¡Te presento a Charles Bonnet y su cortejo sintomático…!¨
Charles Bonnet (1720-1793), naturalista y filósofo suizo, en su “Ensayo analítico sobre las facultades del alma” (1760) sostuvo que toda la actividad mental era gobernada por factores fisiológicos. En dicho estudio, describió las alucinaciones visuales experimentadas por su anciano abuelo, quien gozaba de excelente salud, pero cuya visión había perdido por causa de unas cataratas. El viejo veía personas, animales y otras formas inexistentes. Se recreaba con las apariciones y en ningún momento las confundía con la realidad. En una época donde muy poco se conocía sobre el asiento de los sentidos en el cerebro, Bonnet especuló que las imágenes eran originadas por la parte del cerebro a la que corresponde la visión… El oscurantismo premió su osado pensamiento con epítetos de fatalista y materialista. Y por fuerza del destino, más tarde él mismo se quedó ciego, debió abandonar la historia natural y dedicarse con gran fructuosidad a la filosofía, experimentando después, síntomas similares a los que aquejaron a su abuelo…
Desde aquel entonces, ha sido empleado el epónimo para describir alucinaciones visuales de naturaleza placentera o neutra, que ocurren en personas con claridad mental, sometidos a desprivación sensorial. Así, se le ha descrito en prisioneros de guerra en aislamiento; sujetos perdidos o con privación del sueño que realizan largos viajes en automóvil o avión; o a quienes se les vendan los ojos. Numerosas enfermedades visuales pueden evocarlo al enceguecer al paciente: cataratas, nubes corneales, glaucoma, desprendimientos de la retina y la atrofia bilateral del nervio óptico. Como en el caso de nuestra Dulcinea, la degeneración macular relacionada con la edad es capaz de inducirla hasta en 12% de los casos bilaterales. ¿Cuántos puede ver un oftalmólogo? Tal vez ninguno pues cuando algo se le antoja complicado envía al paciente al neurólogo o al psiquiatra…
El término alucinación puede ser definido como un síntoma en el cual una persona afirma ver algo o se comporta como si viera algo que otros observadores no pueden ver. Es posible que ocurra en personas sanas; así entre los niños preescolares, las alucinaciones con forma son muy comunes, y pueden llegar a ser tan sistematizadas, que el niño puede crear compañeros imaginarios, humanos o animales. El sujeto esquizofrénico con grave perturbación mental, siente que sus pensamientos son revelados y comunicados en palabras por gentes invisibles, creyendo que realmente existen perdiendo así, contacto con la realidad. A diferencia del sujeto normal, el componente auditivo (voces tenebrosas) está a menudo presente.
Vivaz, mi querida Dulcinea Carialegre, en su sombrío drama de adquirida ceguedad, descubrió, padeció y disfrutó el contrasentido del síndrome de Charles Bonnet. Bondadosa y confiada, me obsequió su intimidad, sus vaquitas, sus vírgenes y sus paisajes placenteros, señalándome de paso, otro de los muchos privilegios de ser médicos, el de poder asomarnos científica y humanamente a contemplar la compleja grandiosidad de la imaginería cerebral almacenada en nuestras neuronas y evocada por una forma de desprivación sensorial: La ceguera.
Las visiones placenteras de Dulcinea…
Parte III
Liliputienses y gente pequeña, personajes de dibujos animados bailando en tu escritorio, un soldado de la guerra civil en tu sala de estar, una cebra caminando por la calle. Por lo general, no es lo que esperaríamos ver con nuestros propios ojos. Pero para algunos, sucede casi todos los días … durante un año más o menos. Las «visiones» no siempre son complejas o extrañas. A veces pueden «mezclarse» con nuestra vida cotidiana. Un estudio de caso publicado recientemente en el Canadian Journal of Ophthalmology describió a una paciente con alucinaciones visuales de niños pequeños que aparecían en su visión. Ella no trató de hablar o interactuar con ellos de ninguna manera y nunca le hablaron. Ella no los reconoció. Sabía que no eran reales y no les tenía miedo, pero ahí estaban. Ella los vio, ¿por qué?
Macroadenoma hipofisario productor de defecto quiasmático en el campo visual
Resulta que tenía el síndrome de Charles Bonnet, una condición en la que las alucinaciones visuales son causadas por la reciente pérdida del campo visual … y, en su caso, un tumor cerebral, n macroadenoma hipofisario. Las personas que han sufrido pérdida de visión recién adquirida por afecciones oculares como degeneración macular relacionada con la edad, retinopatía diabética o cataratas, o por daño a otras partes de la vía visual en el cerebro, pueden tener nuevos defectos del campo visual como resultado, y, a veces, comienzan a «ver» cosas que realmente no están allí. Estas personas no tienen antecedentes de demencia o deterioro cognitivo, nunca han tenido alucinaciones en el pasado y no están tomando medicamentos que se sabe que tienen a las alucinaciones como uno de sus efectos secundarios. Por lo general, ningún otro sentido que no sea la vista (gusto, tacto, olfato u oído) se ve afectado en el síndrome de Charles Bonnet. Puede ocurrir tanto en los jóvenes como en los ancianos, ya que se han reportado casos de síndrome de Charles Bonnet en niños pequeños que sufrieron pérdida de visión por retinopatía del prematuro. En algunos casos, la pérdida de visión es solo para una parte de todo su campo de visión y su visión a veces puede permanecer tan nítida como 20/40.
En el raro caso del tumor cerebral descrito anteriormente, las alucinaciones visuales de la mujer resultaron de defectos bilaterales del campo visual temporal debido a la compresión del quiasma óptico por un macroadenoma hipofisario. Las alucinaciones fueron el resultado de que su cerebro trató de compensar las piezas faltantes recién adquiridas en su visión y las alucinaciones pronto desaparecieron después de que se realizó una resección quirúrgica del tumor. El síndrome de Charles Bonnet fue descrito por primera vez hace más de 250 años por…, lo adivinaron, Charles Bonnet, un filósofo, científico y escritor suizo que «escribió sobre las experiencias de su abuelo después que perdió la vista por cataratas y comenzó a tener ‘visiones’: podía ver patrones, personas, pájaros y edificios, que realmente no estaban allí».
Parece que, cuando una pieza del rompecabezas de su visión desaparece debido a un daño causado por una enfermedad ocular u otra causa, el cerebro se vuelve hiperactivo y trata de compensar el área faltante mostrando imágenes que ha almacenado a lo largo de los años. Para algunos, las imágenes son de niños pequeños, rostros, figuras animadas, personas vestidas con ropa de diferentes épocas o animales. Las imágenes pueden distorsionarse mucho en tamaño y, por lo tanto, la mente del observador las considera casi inmediatamente como «no reales». Aun así, están presentes. Tienden a ocurrir más cuando la persona está en un ambiente muy tranquilo, oscuro y no estimulante, como cuando está sentada sola o viendo la televisión por la noche. Los afligidos generalmente informan que no tienen miedo de estas visiones, pero a veces se las guardan para sí mismos por temor a que otros puedan ver sus alucinaciones como una señal de que están en las etapas iniciales de algún tipo de enfermedad mental o deterioro cognitivo, lo cual no es el caso.
Seamos realistas, el cerebro es muy bueno para rellenar activamente las piezas faltantes del rompecabezas de su visión, al igual que lo ha hecho toda su vida con la mancha o punto ciega naturalmente presente en sus ojos. El punto es causado por la falta de fotorreceptores que no recubren el nervio óptico, un área circular en el interior del ojo compuesta por fibras nerviosas de la retina que salen del ojo transmitiendo al cerebro la información de lo que estamos viendo. Dado que no hay fotorreceptores en esta área del ojo, no se ve ninguna imagen que caiga en el punto ciego. Sin embargo, el punto ciego es un defecto pequeño y de larga data del campo visual y nuestro cerebro está bastante acostumbrado a que esté allí. Él es muy eficiente para rellenar ese pequeño punto que falta en nuestra visión utilizando pistas de contexto y colores del campo visual adyacente o circundante, lo que hace que el defecto sea prácticamente indetectable y no perceptible para nosotros en nuestra vida cotidiana. La Mancha ciega fisiológica o de mancha de Mariotte: Corresponde a la zona que ocupa la papila o disco óptico, que al no tener fotorreceptores es una zona ciega. Se sitúa 12-15° temporal al punto de fijación, en su mayor parte por debajo del meridiano horizontal.
Sin embargo, puede encontrarse conscientemente la mancha ciega natural de su ojo haciendo la siguiente demostración.
Hagamos lo que descubrió Edmé Mariotte (Dijon, 1620 – París, 12 de mayo de 1684) fue un abad, físico y químico francés. Mire la imagen de arriba. Cierre el ojo izquierdo. Con el ojo derecho, mire el signo más. Coloca la cabeza a unos 20 centímetros del esquema. Mientras mantienes el ojo izquierdo en el signo más, mueve lentamente la cabeza hacia adelante hasta que el punto blanco de la izquierda desaparezca de tu visión periférica.
Siéntete libre de probar el otro ojo. Para eso, cierra el ojo derecho. Con el ojo derecho, mira la cruz blanca. Una vez más, coloca tu cabeza a unos 20 centímetros de distancia del dibujo. Mientras mantienes el ojo derecho cerrado, mueve lentamente la cabeza hacia adelante. El signo más a la derecha desaparecerá de tu visión periférica cuando alcance una cierta distancia de visión.
Las alucinaciones asociadas con la pérdida reciente del campo visual debido a daño en la retina u otro proceso de enfermedad ocular son usualmente temporales, durando hasta un año como máximo. Parece que una vez que el cerebro se acostumbra a la pérdida o cambio del campo visual recién adquirido, deja de tratar de compensar el espacio visual vacío con imágenes extraordinarias y las alucinaciones disminuyen. Las personas también pueden tratar de minimizar la frecuencia de las ilusiones al tener una iluminación adecuada en la habitación y mantenerse lo más activo y social posible. Incluso hay técnicas de movimiento ocular que se pueden usar para ayudar a que las imágenes no deseadas se desvanezcan. Algunos dicen que parpadear repetidamente o mirar de lado a lado hará que la imagen se esfume. Hablar con amigos, familiares y médicos puede ayudar a las personas con el síndrome a lidiar con el estrés y la confusión de tener estas alucinaciones visuales y también ayudarlos a descubrir las causas subyacentes de su pérdida de visión si aún no las conocen. Aquellas personas que están experimentando «»visiones extrañas» no deben sentir miedo de hablar y contarle a los demás.
Para escuchar al fascinante Oliver Sacks hablar de experiencias con sus propios pacientes que tienen el síndrome de Charles Bonnet y sus propias alucinaciones visuales abstractas y pérdida de visión, vea su aleccionadora charla en YouTube sobre el tema.
No hay nada más gratificante para un médico que servir y dedicar su arte al más desasistido, al enfermo incógnito, a ese paciente anónimo del hospital público, una vez tras otra relegado y engañado que pulula en el inmenso burgo de los pobres; ese que cuenta su historia con pena resignada, que sabe que tal vez no vamos a resolverle nada, pero que abriga una esperanza y clama por un tranquilo escucha.
¨Vive mejor el pobre dotado de esperanza que el rico sin ella»
Ramón Llull
No vendría a ser ella la excepción en aquella improvisada sala de espera con pocas sillas desvencijadas y muchos otros anhelantes de acres olores compartidos. Iba los martes sin cita a la consulta de medicina interna, siempre cargando el olor de su mal sudor y el hedor del tugurio hermético donde se enconchaba, mostrando las manchas… más que manchas, costras hidrosolubles, vástagos de la ausencia de un baño de cuerpo presente, de cuerpo entero… Era un lujo inalcanzable en aquel cerro infesto de basura, excretas de gentes y animales e impertinente vocinglería.
Eran tiempos en que la consulta era el reino de la enfermera jefe; una que no permitía pacientes sin cita, pues sin piedad ni atenuante, lo consideraba un desafío a su autoridad. Con su cofia y uniforme de impoluto blanco portaba sobre su brazo izquierdo una pila de historias que distribuía en forma aleatoria entre adjuntos, residentes y estudiantes; poquitas para los adjuntos, muchas para los residentes e inexplicablemente y hasta este tiempo, para los alumnos, los más inexpertos y carentes, eran nada menos que las historias de primera; eran ellos y son los encargados de realizarlas para presentarlas a los adjuntos con sus inseguros hallazgos, siempre con la soterrada ayuda de nosotros, los residentes .
Y allí, campante se presentaba ella, Caridad Mendieta, edad indeterminada -aunque decía tener cuarenta pero tal vez con una larga sesentena encima, cuajada de arrugas y aparentando mucha más edad, con ni siquiera un primer grado de instrucción, pero con título de sirvienta de adentro, y en su plenitud, diestra en el almidonado y aplanchado de camisas blancas, por aquello de que la vida magra y sus privaciones acumuladas trata muy mal a los pobres. Sus redondeces fofas eran denuncia de su mala nutrición donde las harinas predominaban y las proteínas no existían. No tenía familia, vivía en un rancho de paredes y techo de láminas de zinc, un ventanuco y un candado que podría abrirse con un gancho de pelo. Se asomaba a mi puerta cuando salía un paciente y burlando la veladora de blanco se introducía subrepticiamente en la estancia…
Sus únicas pertenencias eran una cocinilla de kerosene, una olla sancochera, un perro famélico, noble compañero de desgracias con quien compartía el escaso alimento que algunos vecinos le aproximaban. Ah, pero además un foco de 20 bujías pendiente de un cable en el techo donde sesteaban las moscas, que esparcía una luz espesa y mortecina, y una pequeña radio que le distraía de la permanente vulgar algarabía del vecindario; todo ello conectado a una maraña de cables en un poste a la diestra del rancho de donde todos se robaban la energía eléctrica. Como protección me contaba que había tenido un viejo revólver, al que llamó un ¨mitigüirson¨ –Smith & Wesson– que no recuerda de dónde lo sacó y que por guardarlo en un hueco en la tierra se había oxidado totalmente y ahora era sólo desperdicio y herrumbre; además, un machete de esos antaño llamados ¨cola e ‘gallo¨ o ¨tres canales¨ que de tanto usarlo su filo parecía más bien una mueca desdentada… En una intrusión desconsiderada se lo robaron. Así que sólo dependía de la olla sancochera… Tuvo varios hombres, hombres para poco, espectros en su memoria, que la tomaron como pasatiempo de sus borracheras. No tuvo hijos, quizá la responsable fue una posible infección pelviana por Neisseria gonorrhoeae que taponó sus trompas de Falopio impidiendo el beso del óvulo y el espermatozoide. Cuando sus carnes se hicieron más fofas y sus mamas se estiraron, ya ningún hombre volteó mirada hacia ella…
Conocí a una persona tan pobre que lo único que tenía era dinero.
Entre crujidos audibles y dolores de sus rodillas picadas por la artrosis, bajaba desde el cerro infesto por la serpenteante escalera de mil y un peldaños que le separaba de la tierra plana, y así luego de largas cuadras cargando su cruz sin un Simón Cirineo compasivo, se me aparecía sin cita, por supuesto, pidiéndome que la atendiera. La enfermera jefa en tono de reclamo vociferaba,
-¨¡Mire doctor Muci, dígale a su paciente que se bañe…!¨
¿Cómo decírselo si de donde venía el agua era opulencia…? De todos mis pacientes era ella la del hedor más penetrante; pero, ¿cómo no examinarle? ¿cómo no posar mis manos en su cuerpo hastiado de sucio antiguo? ¿cómo no ejercer la pericia del internista empleando mis manos perceptivas? Y entonces le examinaba las carencias de su cuerpo y sus rodillas hipertróficas rellenas de vidrio molido; se me estremecía el corazón al ver sus dedos como garabatos, doblados por la inclemente artrosis, infame aliada del paso de los días, con sus nódulos de Heberden y Bouchard, los dos ligaditos con la rizartrosis del pulgar, tarjeta de presentación de la coyuntura dolorosa más frecuente…
Recuerdo la tarde del día en que no más horas antes me había visitado Caridad; una elegante paciente de mi consulta privada enfutracada en un Christian Dior ajustado y perfumada con Chanel N° 5, se excusó con rubor porque no había podido bañarse ese día… Sonreí para mis adentros… de haber sabido ella la historia recién ocurrida esa misma mañana y que les relato, se hubiera negado a dejarse tocar por mis manos… Me provocó decirle una irreverencia, comentarle de mi otra paciente,
-¨Señora, no se preocupe usted, ¿le cuento de la paciente que atendí esta mañana en mi hospital…? ¨
Pero me abstuve, cada quien pues, vive su vida, en ausencia de los demás… la pobreza es según dicen los idólatras del liberalismo, el castigo de los vagos. Pero debemos aceptarlo, somos náufragos de una sociedad narcotizada, insensible ante el sufrimiento de los demás y las excusas abundan. ¿Cómo entender y sacar a Caridad del anonimato en el que le había hundido la indiferencia social?
El infierno está en este mundo y consiste en ser viejo, pobre y enfermo.
Y así, resistiendo aquella vida invivible, llegó a contarme que dormía con la bombilla prendida y la olla sancochera con agua hirviendo, su única protección en aquellas noches de calor, sudor y susto. En más de una ocasión había echado agua hirviente a más de un malparido por el ventanuco al tiempo que ella misma se había quemado con el agua que rebotaba… No podía llorar yo con ella cuando me lanzó la desgarradora confesión; el médico necesariamente tiene que establecer una distancia razonable entre las desdichas del paciente y su propio yo, un recurso para evitar ser agredido por verdades dolorosas y poder realizar su misión con la mayor objetividad y eficiencia posibles.
Un postrero martes repitió su visita; con la cara amoratada me contó que la noche anterior unos zagaletones entraron a lo juro en su rancho; la maltrataron, la violaron y le robaron su radio y se llevaron la cocinilla y la bombilla. Ella bañó de agua hirviente a uno de ellos. Corrieron sin dejar de proferirle amenazas, al parecer, un ultimátum al portador. Para no variar, la policía no la tomó en serio. Yo no sabía qué decirle, o si darle dinero para que comprara una nueva radio o regalársela yo… Solo quiso hacerme solidario de su soledad y dolor… Fue la consulta más corta… Nunca más volvió… Quizá intuyendo el destino que le aguardaba allá en el rancho… una definitiva despedida…
“No se ve bien sino con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos”
El Principito, Antoine de Saint-Exupéry
¿Qué quiso decirme, que quiso de la vida enseñarme Caridad, la desahuciada, la de las magras pertenencias y la cara cuajada de arrugas de desolación? Ahora sé lo que tal vez quería decirme… Mirad a los ojos de la pobreza; esa que yo no había conocido porque venía de cama blanda pero que ella, con su vida, me mostraba…
La vida del médico está tejida de lecciones edificantes, la más de las veces dictadas por los pobres, no ¨interesantes¨ porque tuvieran una hemopatía maligna, un lupus sistémico o un revesado síndrome febril prolongado, desafíos del intelecto, si no por la álgida soledad que llevan implícitas.
En el ¨Sermón de la Montaña¨, que en cierta forma tipifica la cartilla del cristianismo, se coloca al frente de todas las Bienaventuranzas el elogio de la pobreza: ¨Bienaventurados los pobres en espíritu, pues de ellos es el Reino de los cielos¨(Mateo., 5, 3).