Elogio del Alma Mater…

La Asociación de Egresados y Amigos de la Universidad Central de Venezuela (E-UCV) me ha galardonado con el ¨PREMIO ANUAL ALMA MATER, 2017¨. «Este galardón, creado con el objetivo de estimular y valorar el aporte de los egresados ucevistas al país y al mundo, reconociendo su actuación y la trascendencia de su obra, es otorgado anualmente al Egresado UCV cuya actuación muestre un espíritu apegado a la justicia, equidad y solidaridad humana y cuya carrera como profesional se haya destacado por relevantes logros en diferentes campos del quehacer nacional e internacional y que permita calificarlo como un Egresado Integral». La asamblea de la Academia Nacional de Medicina (ANMV) votó mi nombre por unanimidad y me postuló para este honorífico premio. El jurado calificador escogió mi nombre.

Desde 2006 cuando se instauró el premio previamente ha sido otorgado a 12 universitarios de mérito; varios de ellos, médicos, fueron mis profesores durante la carrera médica. El doctor Francisco Montbrun mi profesor de anatomía y luego de cirugía en 5º y 6º años siendo jefe de la cátedra de clínica y terapéutica quirúrgica y mi compañero de la ANMV; los doctores Blas Bruni Celli y Alberto Angulo mis profesores de anatomía patológica y también compañeros de la ANMV; por último, el doctor Otto Lima Gómez mi profesor de pregrado de clínica y terapéutica médica y luego, ya graduado, mi mentor durante mi formación de médico internista y compañero de la ANMV.

Ganadores del premio en el tiempo…

El premio correspondiente al año 2017 me fue otorgado el día martes 30 de mayo a las 10.00 A.M. en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, en el marco de la celebración del Día del Egresado Ucevista.

                                                      

Hace 55 años, bajo las Nubes Acústicas de Calder en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, recibí mi título de Médico Cirujano de manos del Rector Magnífico Francisco De Venanzi; ahora soy igualmente llamado a pronunciar en el mismo recinto mi discurso de orden como corresponde al ganador del premio con la asistencia de las autoridades de la Sociedad de Egresados de la UCV y del tren rectoral de nuestra casa de estudios presididos por la doctora Cecilia García-Arocha Márquez. Fue una mañana exultante de emociones al ver a mi familia, a mis amigos y a mis alumnos desplegando una pancarta celebrando la presea obtenida.

Palabras de Rafael Muci-Mendoza en el acto de otorgamiento del

«Premio Alma Mater en su XII edición, 2017»

martes 30 de mayo de 2017

Profesor Miguel Génova, presidente de la Asociación de Egresados y Amigos de la UCV y demás miembros de su Junta Directiva. Admirada y respetada rectora Cecilia García-Arocha y su equipo rectoral de mi Universidad Central de Venezuela, familiares, colegas profesores, mis compañeros de la Academia Nacional de Medicina, egresados de ésta y otras universidades, discípulos, amigos todos.

Señoras, Señores.

I-

 

Es un deber mío iniciar estas palabras con la pública expresión de mi gratitud a todos los que se empeñaron en mi nominación para este inapreciable premio; esta presea tan sentida que mi alma mater me otorga hoy bajo las imponentes nubes acústicas de Calder… Debo sin embargo, agradecer a mis maestros comenzando por mis padres, ¨Musiú José¨, inmigrante libanés y Misia Panchita, flor de bora del llano guariqueño, guías de rectitud y compromiso, rosa de los vientos cuya flor de lis ha simbolizado mi norte; a mis maestros de la facultad de medicina, ¡tantos que fueron, tantos que aún son…!, a mis pacientes y alumnos, y por sobre todo a Graciela, fiel y amorosa guardiana de mis días y de mis noches. Después de todo, puedo decirles que si no estoy satisfecho de mi labor académica es porque no lo estoy enteramente de nada de cuanto he hecho en mi vida. En esta casa he estado por bastante más de media centuria sirviendo humildemente a mi país, a mi universidad, a mis pacientes, a mis alumnos y a la ciencia, pues en cada hombre no hay algo tan importante como las ideas, quien sabe si más que el hombre mismo, pues él es el molde y matriz de esas ideas.

-II-

 

Quizá sea tiempo de conceptualizar la luz: Los conceptos de luz y tinieblas asumieron desde el antiguo Egipto un importante sentido espiritual: la luz es vida, liberación, prosperidad, salvación, felicidad, éxito; y la vida, resumida en una batalla invisible entre los hijos de la luz contra los terribles entes de las tinieblas.

La idea de que el conocimiento es luz y la ignorancia tinieblas se encuentra en el núcleo del gnosticismo cuyos vínculos con algunas de las tradiciones cristianas primitivas son bien conocidas. La gnosis plantea que el conocimiento de Dios absoluto e intuitivo está en el conocimiento de uno mismo, pues el ser humano no es otra cosa que una centella de luz divina prisionera en el cuerpo del hombre.

El simbolismo de la luz, por lo demás, es prácticamente uno de los universales de la cultura. Aparece la luz como la forma suprema en la transformación de la realidad, el paradigma de la vida, de la felicidad, del triunfo; la luz impregna todos los rincones de la comprensión que el hombre aspira alcanzar, la luz es gozo, esperanza, felicidad: es vida, por eso el poeta Luis Pastori la incluyó en nuestro himno universitario donde brilla la alegoría de la luz venciendo a las sombras en que el régimen criminal nos mantienen sumidos pero no vencidos.

Y es que para nosotros los universitarios, la autonomía es luz, es condición indispensable para el desarrollo del pensamiento crítico, de la pluralidad de ideas, de la libertad del pensamiento y del verdadero amor por la democracia. Es la ¨democratina¨, excelsa y noble sustancia que corre por nuestras venas venezolanas que anula los efectos de la ¨malandrina¨, esa que enchumba la de nuestros opresores. Por todo ello, la autonomía, esa que quiere abolir las tinieblas de la maldad, es para la Universidad su condición esencial, su savia nutricia, una herencia a defender… Sin ella no podría haber en toda su plenitud trasmisión de conocimientos, difusión cultural, investigación científica o cualesquiera de las otras importantes tareas universitarias; por ello debemos defenderla aun con nuestras vidas si fuera necesario…

 

-III-

Ha transcurrido 62 años desde que imberbe y con un costal de decisión al hombro toqué las puertas de la Universidad Central de Venezuela, y en sus campus –incluyendo al oráculo de la medicina nacional, el Hospital Vargas de Caracas- transcurrió mi vida de estudiante de medicina. No padecí dificultades económicas como muchos de mis compañeros a quienes admiré porque trabajaban duramente para hacerse de un pequeño presupuesto de subsistencia. Yo era un privilegiado porque lo económico no formaba parte de mis angustias. Otra era mi coartación; sufría sin saberlo, de un trastorno por déficit de atención e hiperactividad, una disfunción de origen neurobiológico que trae aparejada una inmadurez en los sistemas que regulan el nivel de movimiento, la impulsividad y la atención. No había aparecido en la edad adulta, lo arrastraba penosamente desde mi parvulez. El mío era y es una forma frustrada porque nunca hubo hiperactividad motora ni tampoco fui reconocido como impulsivo; no obstante su presencia ha sido psíquicamente muy dolorosa pues requiero de un extra esfuerzo para prestar atención y concentrarme. Por mucho tiempo, en el caminar estudiando en voz alta encontré una ayuda; ello me hizo sentir disminuido y triste como el ¨patito feo¨ del celebrado cuento o metáfora de Hans Christian Andersen sobre la autoestima humana; esa fue la incómoda experiencia durante mi etapa de crecimiento infantil hasta que me encontré con mis pares.

Me pregunto si factores perinatales relacionados con el décimo embarazo de mi madre y mi prolongado proceso de parto en posición de pie me hicieron la vida retama… pero ahora sonrío con humildad, con orgullo e infinito agradecimiento. Ha sido un tremendo y continuado esfuerzo: caminé centenares de kilómetros hablando en voz alta para poder concentrarme y aprender; elaboré estrategias propias para fijar y recordar, luego en el diario trajinar con los enfermos enseñé y enseño a jóvenes estudiantes al tiempo que aprendo yo mismo, teniendo la hermosa recompensa de verles florecer y fructificar bajo mi atenta mirada. Pero no son éstas, lamentaciones del tiempo presente, porque no puedo, pues, quejarme de nada. En estos ensoberbecidos tiempos de suprema carestía, los médicos debemos volver nuestros ojos hacia nosotros mismos, debiendo recordar que aun cuando no haya medicamentos, la primera medicina que prescribimos los médicos es la actitud sanadora de nuestra presencia.

Si exhibo estos antecedentes, a los que debo unir el permanente y eficaz de la enseñanza de cada día, es para mostrar a los más jóvenes que no existen barreras a una manera de ser que involucre el ferviente deseo de superación, el afán de educar y el deseo de trascender, y que el deber que se nos exige ha de ser tan solo un pretexto para inventar otros deberes.

  

-IV-

 No he buscado riquezas, no obstante y paradójicamente soy multimillonario: mensualmente me busco en la revista Forbes y mi fotografía nada que aparece en la portada; intuyo que es porque la calidad de mis millones se expresan en caros afectos, contantes y sonantes, y porque la única dignidad de que me puedo envanecer como hombre es el trabajo, y en mi senectud, pienso que el deber fundamental de un viejo es la adaptación, es decir saber ser un viejo útil, sin que le afecte la polilla del tiempo y sin echar de menos al joven que ya nunca más será; por ello, no debemos consentir los achaques ni descansar, pues el descanso y la jubilación son el comienzo del morir…

-V-

Son estos aciagos tiempos de invertidos valores, cuando el pueblo venezolano y especialmente el enfermo pobre purga penas por pecados por otros cometidos. ¿Qué culpa tiene el niño malnutrido de enfermarse; qué culpa tiene el canceroso de su cáncer, o el minero que aterido entre escalofríos solemnes, fiebre y tiritar de dientes sufre desasistido y sin tratamiento su malaria, o el hemofílico condenado a sangrar porque no hay dinero para el factor anti hemofílico salvador, o el diabético que se gangrena y muere porque que no consigue insulina, mientras dinero sí hay y a manos llenas, para espurios gastos en países distantes que nos son extraños o en maletines que viajan impunes por los cielos del mundo, o en contratos para la compra de material bélico para infligirnos daño y muerte como si fuéramos enemigos? ¡Ah! Pero si antes eso estaba tan lejos de nuestra comodidad que nos parecía ficción, hoy todos sentimos la congoja en carne propia: es la suma de maleficencia, la maldad de la canalla roja envalentonada, el caos, es la anomia, es el desprecio por los elevados valores del espíritu…

Los antecedentes históricos de la medicina venezolana establecen cuatro etapas evolutivas que incluyen, su fundación, reforma, transformación y modernización; pero me he permitido adicionar dos etapas más, una que llamo de involución de la medicina pública (con un correlato de avance en la medicina privada), y la etapa actual –incomprensible- que he calificado de la entrega a una nación extranjera.

La primera etapa, correspondiente a la fundación, iniciada en 1763, años antes de la existencia de la Capitanía General de Venezuela que se decreta en 1777, con la creación de la Cátedra de Medicina en la Universidad Real y Pontificia de Caracas; y luego con la institución del Protomedicato, ambos debidas al empeño y decisión del ilustre médico mallorquín, Lorenzo Campins y Ballester.

La segunda etapa, correspondiente a la llamada reforma, es liderada por José María Vargas, quien en 1827 se convierte en el primer rector seglar de la republicana Universidad Central de Venezuela. Vargas se erigiría en el reformador de los estudios médicos. Con él se inicia la medicina científica y quedan echados los cimientos para su ulterior desarrollo.

La tercera etapa es la de transformación. Comienza en 1891 y está determinada por tres hechos fundamentales, a saber, la inauguración del Hospital Vargas de Caracas ese mismo año; la fundación de las cátedras experimentales de Fisiología, Histología y Microbiología; y la creación del Internado y Externado hospitalarios. Siete visionarios colman esta etapa: Elías Rodríguez, rector de la UCV para la fecha; Luis Razetti alma y motor indiscutible de esa transformación; José Gregorio Hernández, fundador, regente y sostenedor de esas tres cátedras a los largo de 28 años; y cuatro grandes clínicos y maestros venezolanos de todos los tiempos, propulsores de las clínicas madre, Francisco Antonio Rísquez, Pablo Acosta Ortiz, Aníbal Santos Dominici y Miguel Ruíz.

La cuarta etapa es una de modernización iniciada en 1936, cuando se crea el Ministerio de Sanidad y Asistencia Social, cuyo primer titular fue el doctor Enrique Tejera Guevara. Se produce la transformación de la Junta de Beneficencia Pública de Caracas; se crean las cátedras clínicas de todas las especialidades médicas; y se funda el Consejo Venezolano del Niño. Se trata de una época de fecunda ebullición y gestación, de anhelo de reformas y mejoras que llevan a la ciencia médica venezolana a la altura de las naciones más avanzadas.

La quinta etapa la he llamado, la Involución de la medicina pública y Evolución de la medicina privada. Para el momento del inicio de nuestros estudios médicos, el Hospital Vargas de Caracas era el centro de referencia nacional para pacientes de todo el país que venían en la búsqueda de comprensión para sus quejas y cura para sus dolores. Allí se formaron las grandes escuelas de clínica médica y cirugía. Médicos privados enviaban sus pacientes tras la pista de un diagnóstico acertado, o para la realización de exámenes complementarios que no se hacían fuera de su perímetro, o para alguna complicada intervención quirúrgica. Muchos de nuestros profesores hablaban fluidamente dos o tres lenguas, tenían estudios de postgrado en el exterior y habían regresado a esparcir su semilla en ese terreno abonado que fuimos nosotros. Eran momentos en que la atención médica se percibía como un acto de beneficencia y no como un derecho humano como luego con pertenencia lo ha sido.

Se habían fundado hospitales a todo lo largo y ancho de la geografía nacional y allá se fueron posgraduados a modificar viejas maneras de hacer, retoñando por doquier el verdor del progreso médico. El Hospital Universitario de Caracas amenazó con el cierre del Hospital Vargas. Visionarios no lo permitieron, y sobre su muerte cierta, como ave Fénix, se alzó la Escuela de Medicina José María Vargas.

Con el paso del tiempo, las políticas de salud fueron cambiando sin que se trazara un plan para garantizar su continuidad. La politiquería inició el deterioro de los servicios públicos de salud; buenos planes eran rechazados por provenir de otra tolda política. Los hospitales públicos, a un coste elevadísimo, devinieron en receptáculos de toda injusticia, depósitos de enfermos con problemas médicos y quirúrgicos no resueltos, morideros de gente, bien por falta de mantenimiento, bien por migración del personal hacia la práctica privada ante los paupérrimos salarios, falta de insumos, ausencia de protección para el médico y el paciente, períodos de estada elevadísimos… en fin, se detuvo el crecimiento  y se ejerció todo lo que implica una mala medicina a un impresionante coste.

Entre tanto, fueron formándose policlínicas privadas del más alto nivel, limpias y funcionales, bien dotadas de insumos y con los últimos adelantos tecnológicos; con personal altamente solvente, competente y bien preparado, que a un coste elevado serviría a la ínfima parte de la población que pudiera cancelar sus servicios. Muy poca solidaridad mostró en sus comienzos estas instituciones hacia quienes no tenían posibilidades, y, con mucha frecuencia, los profesionales, copiando estándares extranjeros ordenaban y ordenan en forma desconsiderada, exámenes costosos cuando procedimientos más sencillos pueden conducir a un diagnóstico.

Iniciamos nuestras prácticas profesionales en este período, muchos compañeros y yo, compartíamos el trabajo entre docencia y asistencia matutina y práctica privada en la tarde. No había la posibilidad de conciliar las dos propuestas. El Complejo Asistencial Docente Vargas –sueño de hombres y mujeres de valía- quedó como vergonzosa historia no concluida, o la autogestión promovida por ilustres vargasianos, jamás pudo ser llevada a buen puerto por ese proceso involutivo que nos agobiaba, donde no hubo ni hay consuelo para las penas del niño que vive en la calle o aquél otro ahogado en su dolor mendigando salud en Miraflores, atestado de papelitos peticionarios y de promesas incumplidas, cuando la dádiva política a otros países estaba a la orden del día.

La sexta etapa en este declive hacia el precipicio y la destrucción, la he denominado La Entrega. Comienza en 1999, dieciocho años atrás, con la llamada Tragedia de Vargas, cuando los venezolanos nos aprestábamos a votar en el referéndum para la aprobación de una nueva Constitución –lo que ocurriría al siguiente día-, las precipitaciones en el Litoral Central continuaron sin amainar, determinando que el cuerpo de bomberos local sugiriera decretar un Estado de Emergencia en la zona, advertencia que el Gobierno nacional, ya de talante criminal no escuchó. Esa voz desoída por mezquinos intereses condujo a la desinformación de la población litoralense y a la muerte de cerca de cincuenta mil conciudadanos. En ese infausto momento, el gobierno venezolano permite el ingreso de 500 ¨médicos¨ cubanos a la costa varguense. Y aquellos médicos venezolanos que nos desplazamos a brindar ayuda en las áreas de necesidad, nos fue negado el acceso. No me quedan dudas de que había un plan, un plan perverso, concebido en Cuba y puesto a punto, para que en caso de alguna circunstancia imprevista se procediera a un acceso masivo de ¨cooperantes¨.

Y así fue, el deslave de Vargas brindó oportunidad para regalar la patria al peor postor. Medio millar de médicos cubanos que nunca se devolverían sino que crecería en número hasta alcanzar los treinta mil. Esta vergonzosa entrega aupada por muchos de nuestros colegas, significó la vulneración de las leyes de la República y la pérdida de la soberanía de la salud que ahora está en manos cubanas. Difícil de comprender cómo se involucraron médicos venezolanos, algunos amigos y otros conocidos, en este regalo infamante, en esta traición a la medicina venezolana. Se permitió el ejercicio ilegal de la medicina por extranjeros sin haber cumplido los extremos de la ley a la cual nosotros y generaciones posteriores estábamos y aún estamos obligados por la Constitución de la República y la Ley del Ejercicio de la Medicina.

Los venezolanos poseídos de inmenso desinterés y cobardía miramos a otro lado mientras ocurría una invasión silenciosa del país por una nación ajena a nuestro gentilicio, sin oponer resistencia alguna, sin que se disparara un solo tiro… Es bien conocida la existencia de un ministerio cubano en la sombra, paralelo al Ministerio de Salud y Desarrollo Social, la Misión Médica Cubana rezumante de ignorancia y de desconocimiento de la idiosincrasia nostra, amparada por quienes han pisoteado los principios éticos y morales de nuestro oficio, y ante la indiferencia del conglomerado médico.

De estos médicos esclavos del régimen cubano se sabe que muchos han desertado. Desde 2007 se puso en marcha como estrategia política la Misión Barrio Adentro, un plan político e ideológico presentado con disfraz de misión humanitaria, entregado a la Misión Cubana pero que en sus normas, regulaciones y administración no funciona integrado al Ministerio de Salud de Venezuela, desconociendo las leyes de la república y las ideas y propuestas del Maestro José Ignacio Baldó. En fin, una pobre medicina pobre para pobres… Todo ello puso de manifiesto la debilidad de la Federación Médica Venezolana y los Colegios de Médicos y otros organismos de la sociedad civil para enfrentar con inteligencia y decisión una lucha frontal contra los invasores.

La pobreza de la salubridad es terrible, catastrófica, pero en un estado delincuente, en un narcoestado, en medio de las balas, la muerte, los gases lacrimógenos y los heridos el pueblo despertó, se impone un ingente deseo de retomar todo cuanto se nos ha robado, y estoy seguro de que así será…

 

-VI-

 

Somos padres huérfanos y abuelos anhelantes, nuestros hijos y nietos que luchen con ahínco y fe desde allá que la pesadilla roja toca su final y aquí les esperamos. A mis discípulos que tengan fe, que el éxito coronará sus esfuerzos, que siempre mantengan un espíritu juvenil y contestatario, que su formación, inacabable, se balancee entre la atención del enfermo a la cabecera de la cama, el estudio serio y continuado, y la meditación para aquilatar sus ideas; todo ello para gloria de nuestra patria, de nuestra universidad y de la medicina…

A mi querida comunidad ucevista le expreso que sentimientos encontrados de alegría, orgullo y tristeza se agolpan en mi corazón al recibir este honroso premio que quiero dedicar a todos mis héroes venezolanos jóvenes y viejos que luchan por la democracia y la libertad, a la memoria de los 60 mártires que se han inmolado durante 60 días en esta cuesta empinada y con barricadas donde nos acompaña la alegoría de la Libertad de Delacroix guiando al pueblo, con sus turgentes senos al descubierto, icono universal de la lucha por la liberación y símbolo inmanente de la patria generosa.

A ellos mis oraciones, mi cariño, mi admiración, mi profundo respeto venezolanista y toda mi solidaridad:

¡Viva la Libertad, fuera el despotismo! ¡Viva la universidad autónoma! ¡Viva Venezuela!

Finalizando las palabras de la rectora, doctora Cecilia García-Arocha, el Orfeón Universitario cantó el ¨Te Deum Laudamus¨, (Latín: «Dios, te alabamos»,) también llamado Te Deum, himno latino a Dios el padre y Cristo el hijo, cantado tradicionalmente en ocasiones de regocijo público. La profesora Josefina Punceles de Benedetti quien se encontraba a mi lado, se dirigió a mí pidiéndome que me pusiera de pie porque el himno era en mi honor…

 

 

Elogio de la pava… (redivivo)

¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? Corintios 15:55

Tantos me han repetido que el socialismo del Siglo XXI es tan pavoso de mal agüero que he terminado por creérmelo. Por su intermedio los ríos se han secado, las vacas ya no dan leche, los militares no defienden, la tierra se tornó baldía, los malandros viven su mejor momento, el venezolano es despreciado, sus seguidores se han quedado sordomudos y ciegos de los ojos, y el petróleo ha vuelto al profundo foso de donde emergió… Y para los venezolanos la pava es cosa muy seria; todos negamos su existencia pero todos adoptamos medidas para mantenerla alejada de los linderos de nuestras vidas. La mala suerte, mabita, mala sombra, guiña o pava con su cualidad de pesadumbre, parece hacer presa de los espíritus ligeros, pero ahora, también la ha cogido con los más fuertes…

La pava macha o mabita espesa, es aquella que dura cien años y va pasando de generación en generación, y peor aún, carece de ¨contra¨; esperemos que sea la que ahora afecta al gobierno, sobre el cual gravita un rechazo del 85.7% de sus infelices seguidores. La pava siríaca es más fuerte que la ¨pava macha¨ y tipificada como una persistente y muy tenaz, resistente al cariaquito morao, a los ensalmos y a la barba de jojoto.

      Aquiles Nazoa elevaba una plegaria suplicante, ¨Bambarito, noble amigo / prueba que tu ciencia es brava / ¡y haz algo contra la pava / que está acabando conmigo!

  Según Nazoa, ¨a tan peculiar expresión del folklore caraqueño le viene el nombre de pava, ave nocturna así llamada -en otros tiempos, habitante de las arboledas de El Ávila-, cuyo vuelo sobre las casas en la alta madrugada con su melancólico quejido, se tenía como anuncio de desgracia¨. Así pues, la pavita de la muerte es el heraldo que anuncia las cosas muy malas que están por pasarle a los rojos traidores del pueblo ¡Uy, guillo!; así, que blandiendo su guadaña les persigue el frío acero del Ángel del Abismo, o en su defecto, alguien caerá terriblemente enfermo y desahuciado como ya ha ocurrido…

Pero resulta que no es una sino dos avecillas: Glaucidium brasilianum y Athene noctua: unas lechucitas rechonchas de unos 15 cm de altura, sin penachos auriculares, de plumaje pardo con estrías blanquecinas en el pecho y el vientre, con cara de funesto presagio, ojos soñadores, y harto pavosas. Definidas como lúgubres, mensajeras de días de desolación y  tristeza, no tienen consideración con la maldad, el manirrotismo ni con la mentira. Su canto juuts, juuts, juuts, es agorero, triste y a la vez dulzón, grave, monótono y acompasado y para el cual no valen amuletos terciados en el pecho, pepas de zamuro, collar de peonías, ni invocaciones al Negro Miguel ni a las Siete Divinas Potencias. Desde hace días cantan en un alero de Miraflores y desde ahí aguaitan miserias y temores, conspiraciones entre amigos rojos del alma y tragares gruesos; por malaventura, es una pavita extraviada, nadie la puso ahí, ella solita vino del Ávila de nombre cambiado y allí se posó a presenciar el despiporre del fementido socialismo…

Aunque se dice que para ahuyentarlas y traer la suerte, el Viernes Santo a las doce del día debe cortarse una ramita de albahaca silvestre y con un gramo de incienso colocarla en el bolsillo izquierdo del pantalón o dentro del bolso, el citado día está lejos y la cosa cada día está más pelúa para ellos; en el juego de su incompetencia, se han tragado hasta los dólares de su cuantiosa y miserable clientela, especialmente de los jubilados. Un pecado jamás visto… Se comieron hasta el primer maíz tradicionalmente de los pericos y se bebieron el agua bendita de las pilas bautismales… Las descomposiciones de estómago, las agriuras, las palpitaciones, la angurria, el culillo, los insomnios y los temblores con piloerección y sudor, están a la orden del día.

La gente no aguanta, la plata no alcanza, los viejitos se nos mueren de mengua, el hampa domina, a sangre fría intoxican a los reclusos en Uribana, la universidad ya no es universal sino parcelaria, resurge el resentimiento y la envidia hacia el IVIC y hacia todo aquel que haya estudiado, la corrupción cunde como verdolaga y para colmo, Dios ocupa su tiempo con el hambre y la mortalidad infantil en África Subsahariana, y el Santo Padre distrae su tiempo en otros lares… Tremendo caos el que dejó el finado comandante, ese que ordenó comerse las vacas gordas y ahora no queda ni el repele de las flacas. Están presos y maniatados en la cárcel de su desolación…

Siento pena por los limosneros apostados cerca de la Iglesia de San Francisco donde baten sus perolitas para llamar la atención de los viandantes por el amor de Dios; ahí, cerquita de la Asamblea Nacional, donde se bate el cobre, donde cunde la influencia y los buenos negocios, y las comisiones se caen de maduras en sus pasillos. ¿Cómo darles tan poco, como un billete de 2, 5, 10 o 20, ahora de 5.000 bolívares fuertes…? ¿Para qué les serviría…? Muchos duermen en los recovecos del Centro Simón Bolívar apestoso a irrespeto, a orina serenada, a miseria, a latrocinio, a tiempo perdido, a fracaso social, a oportunidades que no volverán… mientras por arriba las ratas pululan y engordan.

Leyendo los caracoles, paleros y babalaos habían pronosticado que los precios del petróleo batirían la cota de los 120 dólares, ¡Magia necia, desbrozadora de hechos macabros y ominosas supersticiones! Tienen que leerse y absorber la parábola de los talentos pues cavaron un hoyo en la tierra para esconder el dinero de su Señor y aquel proclamó solemnemente, ¨Porque a todo el que tiene, se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Y a ese siervo inútil, echadle a las tinieblas de fuera. Allí será el llanto y el rechinar de dientes¨. El descenso, tantas veces pregonado y tantas otras desoído, es en picada y los imbéciles envían a pazguatos y mamelucos a negociar en la OPEP: Allá les tiran: ¡Tres y una plegaria…! Eso fue lo que les tiraron, los mandaron a cultivar la tierra que han dejado estéril de tanta maldad y sevicia agravada. La pava que les ha caído es recontra ultra siriaca: el mabitógrafo de Nazoa está a reventar, registra en pavovatios la máxima lectura…

El pajarito de Maduro no es tal, es la pavita de agorero canto que anuncia el término de la miseria humana y para el cual la cuerda donde se anudan piedras diversas contra el mal de ojos, azabache y corales y una imagen de Santa Helena, la que deslumbra y hace fácil las fugas, no les servirán, no hay contra para la ineficiencia, la maldad, la vileza y el vicio…

Para finalizar mostraré una lista –por demás incompleta- de las situaciones  o hechos pavosos.

-El carnet de la patria

-Hablar gritando por celular en el ascensor y mirando al infinito.

-La fiesta del nuevo ministro de energía.

-Pantalones con leyendas en el trasero, como “sexy” o ¨sabrosa¨ en cada nalga.

-Decir «cualquier cosa te llamo…», o ¨vamos a ver si nos vemos…¨.

-Alpargatas margariteñas de fieltro negro tejidas que en una dice, «Te» y en la otra, «Amo».

-Una saya blanca para la luna de miel con un agujero a la altura del pubis y bordada la leyenda, ¨Lo hago por amor a Dios¨.

-Usar botas de esquimal, gorros de lana y suéteres cuello de tortuga en nuestro clima.

-Pagar en el supermercado con cestatickets y pedir el vuelto.

-Los hombres con bolsitos de cuero o ¨maribolsas¨.

-Las mujeres que en plena calle se acomodan el sostén o se suben los pantalones, tres enviones cada vez que se paran de una silla.

-Los piercings y tatuajes, especialmente mariposas coloreadas en las fosas ilíacas o cerca de la raja.

-Niñitas maquilladas y vestidas igual que sus mamás.

-Usar medias tobilleras durante las reglas para prevenir un mal aire.

-Los gordos con franelas Polo y el ombligo expuesto.

-Fumar con la candela paꞋdentro.

-Los hombres que salen a la calle con pantalones cortos y medias tobilleras.

-Las mujeres que se maquillan en el Metro.

-Pedir plata con una radiografía o un récipe en la mano.

-Ir por la calle con un palillo en la boca.

-Decir «disculpe lo malo», o «disculpe lo pobre», cuando se reciben o despiden visitas.

-Usar pitillo para tomar agua (en general: usar pitillos para beber).

-Las zapaterías que ponen reguetón a todo volumen dizque para atraer clientes.

-Los bluyines agujereados o desguañangados.

-Las areperas con nombres en inglés.

-Engraparse los ruedos del pantalón o la bragueta: muchos han quedado desmembrados.

-Hombres con las uñas pintadas.

-Llevar a pasear al perro en carro mordiendo el aire.

-Usar bolsas de tiendas caras para llevar la comida a la oficina.

-Los choferes de buseta que ponen música a todo volumen.

-Mujeres con paisajitos pintados en las uñas.

-Vestir a perros con franelillas y botitas.

-Piedras pintadas con la bandera de Venezuela.

-Tratar a todos de «mi amor» o ¨mi reina¨.

-Decir soy rojo rojito…

-Los platos de cartón.

-Adultos que piden «cajita feliz» para ellos.

-Pedir en el restaurant que te envasen los restos de la comida «para el perrito».

-Cajeras limándose las uñas.

-Hombres haciéndose la manicure.

Pero siendo más serios finalizamos:

¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? Corintios 15:55

rafaelmuci@gmail.com

 

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Elogio del doctor Jekyll, Mister Hyde y el Hospital Vargas…

 

«Lo que no mata engorda…», susurró el buenote de Juan Rebolledo con sus ojitos brillantes y unidos de cuchicuchi hambriento fijos en la hamburguesa «ene» veces refrita que el «perrocalientero» le extendía en medio de una nube de golosas moscas…

Del improvisado ajicero siempre dispuesto para satisfacción de gustos exigentes y refinados, espantó más moscas que compartían su «buen gusto» y sacudió fuerte para extraer de él algunas gotas de aquel cetrino y cenagoso líquido. Alegre se encaramó en su moto cobradora, destartalada y bullanguera, y tarareando el son de la salsa de moda se alejó serpenteante y contra el sentido de la flecha en medio de una nube de humo negro contaminante…

Setenta y dos horas no más bastaron para que aquella carga de ponzoña mordiera el tubo digestivo de nuestro héroe motorizado: Retortijones de tripas, diarrea que a poco se transformó en un «esputo rectal» de moco mezclado con sangre y un puja-que-te-puja en el excusado sin lograr del cuerpo nada dar… Los espeluznos y la fiebre vespertina tampoco demoraron en mostrarse, y mucho más retrasado arribó «un peso», «un sentir el hígado», que dio paso a un dolor al final del costillar anterior derecho que el resuello le cortaba reflejándose paleta arriba. El Hospital Vargas había sido siempre su paño de lágrimas y hasta allá se marchó a verterlas…

El joven internista de humano trato que le recibiera como perro perdiguero en la husma de su presa, de inmediato reconoció el olor de aquel rizópodo: «Primera consideración, absceso hepático amebiano; curación casi segura por la emetina parenteral y el metronidazol oral»-, dijo para sí. Juan pálido se torna y sale de nuevo espitado para el excusado. ¡Por favor, recógeme en esta cajita un poquito del moco que botes!, le atajó el internista antes del despegue. Una vez en sus manos, con paso redoblado se dirigió al Laboratorio Central para ver «en fresco», al microscopio y entre lámina y laminilla el moco recién emitido que le daría la razón, pues vería la forma trasluciente o agresiva—vegetativa— de la ameba histolítica. Había aprendido de sus maestros que «la ameba muere en los pasillos del hospital…», pues una vez retirada de su hábitat natural, caliente y húmedo, si uno no se apura deja de moverse y ya no podrá ser identificada.

En su veloz carrera, no prestó mayor atención a un pedestal con su busto marmolino que ignorado por la costumbre, se erige frente a la sala 20 y en el cual puede leerse, «Doctor Pablo Acosta Ortiz, 1864-1914. Homenaje de la Sociedad de Estudiantes de Medicina de la Universidad Central. 12-10-32». ¿Qué dirían entonces el doctor Elías Benarroch devoto guardián del busto por tanto años, y los entonces bachilleres Manuel Noriega Trigo y Eduardo Celis Sauné? Cuantos años de sudor y gestiones que costó desvelar aquel busto del «Príncipe de la Cirugía Venezolana» en terrenos del hoy centenario nosocomio para que hoy día nadie se pregunte. Y éste, ¿quién fue? ¿qué hizo…?

Y es que hablar de amibiasis en Venezuela equivale a mencionar a Acosta Ortiz, particularmente cuando sigue tratándose de una condición de endemicidad perenne en estos predios de higiénica aversión, tanto en su forma intestinal aguda (disentería) o crónica, como en su complicación más común, otrora llamada la «hepatitis supurada de los países cálidos», viejo nombre reemplazado por el de absceso hepático amebiano.

La ameba histolítica (de ꞋhistoꞋ: tejido y ꞋlisisꞋ: disolver) ingresa al individuo en su forma quística, especie de bunker microscópico donde el parásito adormila sin que casi nadie le perturbe. A través del agua o los alimentos pateados por moscas o cucarachas, o regados con residuos cloacales -práctica común en los plantíos de hortalizas aledaños al fétido río Guaire-, a través de la boca ganan acceso al tubo digestivo distal (colon). En ese medio propicio si el ambiente le es hostil bien puede quedarse encapsulada a la espera de una disminución en la capacidad defensiva local, o bien puede manifestar de una vez su capacidad de agresión.

En extraordinaria semejanza con el pasmoso caso del Doctor Jekyll y Mister Hyde de Robert L. Stevenson (1886), se nos presenta el amebiano cambio de carácter: A la luz del sol es la amiba una durmiente acorazada y anodina, pero no más al ingresar en las perpetuas tinieblas de la cavidad colónica, se apodera de ella un genio satánico y destructivo ¿Acaso no parecido a la dual naturaleza del hombre con su anverso bondadoso y su envés perverso?

Su forma vegetativa o «cometejidos» especie de microscópica gelatina insaciable, se desparrama propulsándose con falsas patas o pseudópodos, secretando sustancias digestivas de gran poder destructivo que destruyen los tejidos que penetra para así alimentarse de ellos. La expresión de su poder lítico da entonces lugar a la disentería amebiana con su cohorte de cólicos abdominales, diarrea que pronto es reemplazada por deyecciones de moco y sangre, y el terrible «pujo» con que el vulgo suele designarla, casi siempre en ausencia de fiebre o mal estado general. Es producto de numerosas ulceraciones que, simulando picaduras de pulgas o uñazos se ven por doquier en el colon, particularmente en sus últimos tramos izquierdos y en el recto.

En su desatado apetito llega a invadir las venas ganando acceso al torrente sanguíneo desde donde, como torpedos infectantes son disparados hacia el gran desaguadero de la vena porta que va a depositarlos en su última posta, la glándula hepática y especialmente en su lóbulo derecho. Por pelotones se atascan en aquellos ramales cuyo reducido calibre no les permite proseguir. Allí, las condenadas una vez más, ponen en funcionamiento sus taladros químicos y pasan al tejido del noble órgano al cual convierten literalmente en «pate de foie» –hepatitis amebiana—, para después formar cavidades rellenas con pus de aspecto achocolatado característico -absceso hepático amebiano-.  A menos que la amiba sea detenida mediante tratamiento médico oportuno y efectivo o evacuando el pus por punción o cirugía, se producirán graves complicaciones y aún la muerte misma.

En la época de Acosta Ortiz había que desalojar el pus mediante cirugía o la muerte casi segura, signaría el curso del enfermo. En asociación con el doctor Luis Razetti, «en cinco años (1894-99) operaron 69 enfermos de hepatitis supurada de los países cálidos con una mortalidad general de 24,60%«, que entonces no difería de los resultados obtenidos en países de mayor desarrollo. Eran épocas de poca asepsia, con anestésicos poco seguros y sin antibióticos, donde se necesitaba una verdadera vocación y decisión para hacer lo que debía hacerse.

¡Qué diferencia con estos tiempos de abundancia de recursos malgastados, donde nunca hay un pabellón de cirugía dispuesto pero sí mil excusas para no intervenir, porque ya los médicos no nos colocamos en el lugar del paciente pues hemos perdido la voluntad de servir!

El advenimiento de la emetina introducida por Roger en La India en 1912, libró posteriormente a muchos enfermos del escalpelo del cirujano. Pero se da el hecho de que en estas épocas de engaño, las casas farmacéuticas expenden metronidazol y emetina inefectivos, de baja calidad y aún sin previo aviso dejan de producirlas ante las enaguas indiferentes de las más altas autoridades sanitarias. Así que los enfermos tardan más en curarse y aún mueren tras penosa agonía a menos que se recurra a la vieja hepatotomía de Acosta Ortiz.

Nuestra memoria retrógrada perdida ha olvidado las lecciones de nuestros ancestros, e intereses ideológicos torcidos disfrazados de interés gremial o interés en el pueblo dirigen a nuestros jóvenes a espaldas del sufrido paciente. Quizá no fue infundada la angustia de Noriega Trigo cuando temió que por la apertura del Hospital Universitario de Caracas, «el monumento de Acosta Ortiz en el Hospital Vargas quedaría desolado y abandonado por las generaciones de estudiantes y médicos».

Los estudiantes y los médicos no nos hemos ido, pero la desolación y el abandono se exteriorizan en que ya nadie sabe quién fue ni cuál fue el gran legado nos dejó…

Peor aún, en tiempos más recientes de saña roja, de destruir por destruir, nuestros residentes se alejan en desbandada a otros rumbos donde se estime la excelencia y se acoja al talento joven…

Elogio del pus…

 

El dócil Consejo Supremo Electoral y el Tribunal Supremo de Injusticia son dos de los tantos abscesos mafiosos implantados en el corazón de la democracia venezolana y en cuyo diccionario no existe el vocablo libertad; apliquemos sin demora el aforismo latino, «Ubi pus, ibi evacua», donde hay pus, hay que evacuarlo…

Desde mi punto de vista, egoísta, como ocurre cuando nos sentimos saludables y felices, cuando no permitimos que nada ni nadie nos robe la felicidad interior, cuando somos y sentimos la libertad de nuestro corazón, la mañana del 2 de julio del año de Dios de 2016, fue sin duda, una gloriosa. Un intenso cielo azul sin pizca de nubes perturbadoras, jineteaba sobre el majestuoso Ávila, destacando su verdor, su serenidad y magnificencia, ignorando los desatinos de la ¨revolución de la miseria bolivariana¨ y aún los asesinatos cometidos en nombre de la sinrazón en sus verdes e inocentes faldas. La Cruz de los Palmeros, a 2.575 msnm, construida con recias láminas de aluminio y erigida sobre el Peñón Diamante en el Pico Oriental de la Silla de Caracas, podía verse con gran nitidez desafiando el viento y el barranco tentador. Mientras el motor de mi auto se calentaba, me abstraí durante algunos segundos y bebí de su cáliz, radiante vida. Me olvidé de todo y festejé con ojos golosos el espectáculo que se ofrecía ante mis ojos como si fuera solamente mío… Engaño que nos hacemos, cuando gozamos de privilegios, cuando tenemos esperanza, cuando tenemos salud…, ese bien tan efímero, que hizo decir a un cínico que, ¨ es un estado transitorio que no conduce a nada bueno…¨.

Para HIPÓlito Guiñaposo por seguro que fue todo lo contrario. Sus ojos vidriosos todo lo miraban con el tinte de la melancolía, con tintura gris de la tristeza; opaco y turbio era como se le antojaba aquel día. Su semblante no era uno por el cual alguien pudiera sentirse orgulloso. Cuando apresurado, le rebasara a la altura del San José de la plazoleta del Hospital Vargas de Caracas, hubiera dicho que cojeaba, pues caminaba despacito, arrastrando su pierna derecha e inclinado sobre un costado, como una medialuna turca. Usted sabe, los médicos clínicos no podemos abstraernos de mirar a los demás con esa ¨mirada médica¨ que surge espontánea, esa que intenta adivinar al rompe el malestar que les invade… Fuimos formados así, y el trajín hospitalario entre aporreados, desahuciados y moribundos, con dolor, mucho nos enseña ese ¨cómo mirar¨ con la ventaja que dan el conocimiento y la experiencia labrada con el paso de los días y acumulada en el tiempo…

Llevaba una toalla delgada y sucia enrollada alrededor de su cuello, barata y de cuadros que habían sido azules alguna vez, su cabello alborotado y pegostoso atraía moscas que revoloteaban sobre él; la piel renegrida y seca completaban el atuendo. Mirando con más detalle me percaté que sus dos manos, cuyas uñas terminadas en una negra banda de luto —podía ver—, penosamente ¨cargaban su hígado…¨: Una expresión muy médica… La una sobre la otra, apoyadas sobre la región superior y lateral derecha su abdomen. Técnicamente hablando, sobre su hipocondrio derecho. Una viejecita que parecía un bizcocho de butaque, liliputiense, arrugadita toda y apergaminada, con las fuerzas que da el amor y la necesidad, suplía la que mi institución le negaba y le servía de lazarillo apuntalándolo por su flanco izquierdo. En la portería de mi hospital no hay sillas de ruedas ni gente que se conduela para asistir la miseria de los pacientes agudos, pareciera que no son bienvenidos…

¡Por esta puerta no es, suba media cuadra hasta la emergencia…!, rugió el indolente de turno pareciendo decir, ¡quién los manda a venir enfermos… ¡No molestes mi ocio…! Porque eso sí, como en el Palacio Presidencial de Miraflores, abundan los gandules, los indiferentes a los dramas que por allí transitan, hablachentos y ordinarios que sólo parecen estar apostados ahí para entorpecer el paso a quienes desean ingresar, haciéndoles las más necias preguntas que hacen aquellos que se sienten con poder y con derecho… A despecho de sus diversas escaleras de numerosos peldaños diseñadas por arquitectos desconocedores de la importancia de un barandaje donde la salud no abunda, nadie que venga del afuera será ayudado en su transportación dentro de mi hospital. Desde decirle al infortunado, ¡ese doctor no trabaja aquí! –aunque el almanaque me diga que medio siglo ha consumido mi vida entre sus pasillos y salas-. ¡Cada quien que vea cómo se las arregla! ¡Ciento veinticinco años de indiferencia! ¡Sabe Dios cuántos más…! Por seguro que ya no veré su resurrección, ya pronto como quisiera, antes que la vejez haga oscuras mis pupilas y Átropos me tome a su cargo…

-¨ ¡Qué mal que se ve este pobre hombre! ¨ —me dije mirándole de reojo-. Era como de mi edad, tal vez quizá mucho menor; la diferencia estaba en que yo no había padecido de carencias y que la vida había sido generosa conmigo. ¡Vaya injusticia! No adivinaba que ese preciso día sería mi paciente, cuando algunos estudiantes me pidieron que les acompañara a la Emergencia a ver un enfermo…; allí contemplé de cerca la ruinera de su porte todo, percibí el hedor corporal de la regadera ausente y la carencia de un baño de cuerpo presente; me solidaricé con su rictus de dolor, de ese sordo dolor que le taladraba la víscera mayor, el hígado, impidiéndole respirar; ese noble órgano al cual se le atribuyen mil síntomas infundados, boca amarga, lengua cubierta de saburra, mal aliento, mareos, manchas en el cuerpo y tantas otras necedades… No pude más que una vez más, sentir vergüenza por todos los privilegios que me asistían y aquellos que a aquél otro, la vida y la institución le habían regateado…

Observé su guardacamisa y pantalón, raídos por el tiempo y zurcidos por la mugre mal disimulada, que hacían juego con sus chancletas de goma de un rojo marchito que ¨i-que¨ vestían sus pies. Las llevaba sesgadas y sus talones borlados por gruesas callosidades pisaban el suelo, pues habían olvidado cómo ocupar su lugar en aquel precario espacio. Se le notaba ¨muy tocado¨ —un término que solemos aplicar los médicos a aquellos enfermos de muy mal semblante, generalmente tocados por la infección aguda—, más que tocado, tal vez muy aporreado y vapuleado por la enfermedad, como en realidad deberíamos decir: un estado general muy delicado, un aspecto de cruel y aguzado morbo, una pajiza palidez entremezclada aquí y allá con manchas marrones hidrosolubles que el agua y el jabón hubieran eliminado en un minuto, lujo negado a los habitantes de barriadas no muy lejos de mi comodidad, de la suya…

Con voz agachadiza me dio detalles de su dolencia: su malestar, su inapetencia, sus escalofríos y aquel fogaje vespertino que le asustaba y en que sentía que se le iba la vida, su dolor en el costado derecho que reptando hasta su hombro, le atajaba el respiro. Sí, respiraba superficialmente, como para no tentar al demonio enfurecido que se arrochelaba en su hipocondrio derecho. Pero, más a menudo de lo que él hubiera querido, era interrumpido por un HIPO iterativo y sonoro, violento y agotador que ya contaba muchos días y noches, que le impedía el comer y el dormir, y que acrecentaba aún más el dolor nacido donde sus manos se posaban:

¡Hip… Hic… Hip… Hic… era la voz imitativa de HIP-ólito Guiñaposo…! Cada sacudida de su cuerpo ¨in toto¨ le obligaba a inclinarse aún más hacia su derecha, imitando aún más una medialuna turca para evitar el doloroso resalto traído por la brusca contracción de su diafragma. Su piel ardía en fiebre y con mi oftalmoscopio alcancé a ver en sus conjuntivas, lentos y fatigados trenes de glóbulos rojos aglomerados moviéndose en las delgadas vénulas, expresión clínica de la presencia en su sangre de rezumantes reactantes de la fase aguda de la inflamación. Su hígado era enorme y muy doloroso a la suave palpación. Los ruidos cardíacos podían ser auscultados con increíble fidelidad a la derecha más extremosa de la víscera, donde habitualmente no se dejan oír.

¨¡Es el signo de Acosta Ortiz…! -dije recordando con orgullo vargasiano a mis estudiantes ignorantes de su linaje, de quiénes habían sido sus tatarabuelos. Esta bola viciosa de pus en el hígado sirve como una caja de resonancia conductora de lejanos ruidos. El maestro Pablo Acosta Ortiz (1864-1914), el gran cirujano del otrora, lustre y honra del Hospital Vargas de Caracas de antaño y echado a menos en el de hogaño, describió este signo semiológico en sus casos de «hepatitis supuradas de los países tropicales», como entonces se conocía al temible absceso hepático tropical, el producido por el vitriolo destructivo de la Entamoeba hystolítica, la creadora de un foco de miasmática podredumbre incrustada en la noble víscera hepática de este desventurado y escarnecido HIP-ólito…

En esta Venezuela actual, rapiñada por una nomenkaltura chavista y castrista y voraces entornos íntimos, la visión del pobre de HIP-ólito se me antojó similar a la de aquel Antonio Ramírez de 52 años, hijo de María de Jesús Ramírez, quien precisamente un 2 de julio de 1891 se convirtiera en el primer paciente del recién inaugurado Hospital Vargas.

¡La ruinera de HIP-ólito era la flagrante denuncia de que 125 años habían pasado en balde para muchos…! Cuando fuera incidido por el escalpelo del cirujano, el enorme absceso del lóbulo derecho del hígado dejó manar seis litros de pus achocolatado, patognomónico y altanero, denunciante de la agresión de la ameba y de la indiferencia de una sociedad donde las oportunidades a muchos se les niega.

¡Oh milagro…! Al día siguiente, HIP-ólito había virado 180º hacia la vida, sonreía mostrando el sarro de sus dientes, tanto como su madre vizcochuda, y… ¡estaba pidiendo comida! Sus manos superpuestas habían abandonado el lugar de proyección de la víscera magna que ya no necesitaba ser cargada, y el HIPO, cruel y agotante como había sido, había huido con su jipido a otra parte… Mi exalumno el cirujano, lo miró con cara de orgullo y para sus adentros pensó: ¡Cosa rara! ¡Pude actuar a tiempo! ¡Tantos pacientes he perdido en medio de la inacción y la indolencia…!

En días pasados mi dilecto amigo, doctor Mauricio Goihman me recordaba el aforismo latino, «Ubi pus, ibi evacua», un adagio utilizado habitualmente en medicina que significa: «donde hay pus, hay que evacuarlo». Se refiere a lo que los médicos deben hacer cuando encuentran un cúmulo de material purulento en cualquier parte del cuerpo humano; esto es, crear una abertura para facilitar su salida y con ello, la evacuación de la toxicidad que produce… Todavía soy incapaz de creer que exista quien que se empeñe en administrar antibióticos para tratar abscesos en vez de favorecer su fluctuación y entonces abrirlos y drenarlos… Siguiendo el aforismo «Ubi pus, ibi evacua», el tratamiento de los abscesos empieza con la incisión, sigue con el drenaje y tras esta operación según el caso, suele dejarse una tira de gasa o ¨mecha¨ para rellenar parcialmente la cavidad de tal forma que no se cierre, siga drenando y cicatrice de adentro hacia afuera, por segunda intención.

El Diccionario Terminológico de Ciencias Médicas de Salvat define el pus como, ¨un líquido más o menos espeso, de color variable y reacción alcalina, producto de una inflamación aguda o crónica, constituido por una parte líquida o suero y otra sólida formada por glóbulos de pus, piocitos, glóbulos blancos y partículas grasa, ácidos grasos y microbios¨. La semilla del dogma galénico que alimentó el concepto de la sepsis por más de mil años: ‘pus bonum et laudabile’, indicaba que ‘la pus es buena y laudable’ y su credo marcó la pauta del cuidado de las heridas durante más de mil años. Es ese pus bueno, laudable o loable el propio de los abscesos calientes y de superficies de granulación, amarillo espeso por su alto contenido de fibrina. Por el contrario, el pus tuberculoso, llamado caseoso, es espeso, casi sólido y parecido al cuajo. El peor es el pus icoroso, también llamado sanioso, claro, acre, maloliente o fétido, secretado por superficies ulceradas de mal carácter, símil del vehiculizado a la población por el pestilente comunismo que ha acogotado y agotado MI país.

Todavía no puedo creer que el pueblo venezolano haya sido incapaz de drenar el icoroso pus representado por 17 años de presencia de un absceso febril y tóxico en continuo crecimiento que ha sido el chavismo destructivo… ese que sufre del síndrome de Stendhal, una condición psicosomática causante de taquicardias, vértigo, confusión, temblores, depresiones y alucinaciones cuando ciertas personas se exponen a una obra de arte excelsa, pero también, cuando malvados son expuestos a esa obra de arte que solía ser el pueblo venezolano, tan alegre, servicial y compenetrado y por ello había que aniquilarlos; pero no ha sido así, 17 años  no han bastado para diluir en el olvido la palabra ¨democracia¨ que llevamos muy profundo en el sentimiento colectivo…

El admirado profesor doctor, José Félix Oletta, quien fuera Coordinador de la Comisión de Epidemiología y Representante de la Sociedad Venezolana de Medicina Interna en la Red de Sociedades Científicas Médicas de Venezuela y ex ministro de Sanidad, realizó cálculos propios para proyectar el número de pacientes con diarrea aguda que se presentará durante este año: entre 2.132.000 a 2.340.000 enfermos, lo que equivaldría a un aumento con respecto a 2015 de entre 17,20% y 28,63%. La amibiasis y la hepatitis A, ambas transmitidas por el agua, por el agua insalubre que estamos consumiendo, que también ha aquejado y aquejará al sufrido pueblo venezolano… ¿Cuántos más como HIP-ólitos Guiñaposos?

El ¨índice de miseria¨ publicado ha poco por Bloomberg que es calculado con base a la combinación de la inflación más el desempleo de cada país, muestra que los países ¨menos miserables¨ del mundo son Tailandia, Singapur y Japón. Raúl Castro, Maduro y su camarilla deben estar muy satisfechos y orgullos por el daño intencionado infligido a MI país, pues con un índice de 188.2%, Venezuela es con mucho el lugar más miserable del mundo, seguido por Bosnia 48.97% y Sudáfrica con 32.9%. Por supuesto, la compra de conciencias maquillará los números y nos mostrarán que ese ente ridículo como es el ¨Ministerio de la Felicidad Suprema¨ ha hecho un buen trabajo, como si la felicidad en ausencia de amor, competencia y de corazones compasivos se decretara…

El pueblo venezolano, sin distingos, chavistas y no chavistas, militares y civiles, letrados y analfabetos, laicos y curitas debemos levantarnos al unísono y ¡Ya!, exigir por la vía que sea, nuestro derecho a detener la miseria representada en el alma, el entreguismo y el comportamiento de la mafia criminal que nos ha dirigido hacia el peor de los destinos.

El dócil Consejo Supremo Electoral y el Tribunal Supremo de Injusticia son dos de los tantos abscesos mafiosos implantados en el corazón de la democracia venezolana y en cuyo diccionario no existe el vocablo libertad; apliquemos sin demora el aforismo latino, «Ubi pus, ibi evacua», donde hay pus, hay que evacuarlo…

rafaelmuci@gmail.com