Ese
lejano diciembre, Pacheco había traído en sus alforjas todo el titiritante frío
de la montaña neblinosa. Para más colmo, extemporáneas y recalcitrantes lluvias
darían condimento al gélido drama que les contaré: Lo que zumbaba el cielo desde
arriba esa noche, negra y fría, eran latas mantequeras llenas de agua…
Desperté de mi plácido sueño al oír el incesante golpeteo de las grandes gotas
de lluvia lanzadas por el viento contra mi ventana. En el anegado jardincito,
cientos de bullangueras ranitas festejaban, alborozadas y estrepitosas, la
bendición con que Dios gratificaba a la tierra. Cuando niño, me gustaba mucho
dormir en una noche lluviosa de relámpagos y truenos, y especialmente si estaba
bajo el magnificador de un techo de zinc. En la seguridad de mi hogar, el
monótono rumor tenía el efecto de un bálsamo tranquilo, rememoración, quizás,
del tránsito nuevemesino por el claustro de mi madre. En la memoria de mi
inconsciente, era tal vez la nostálgica evocación de todos aquellos ruidos del
entorno que tuve por compañeros durante mi profunda reclusión: El acompasado
ritmo de su corazón grandote, el atropellado murmullo de la sangre inundando
los lagos placentarios, el rítmico pulsar de la arteria aorta, el zumbido
continuo de la sangre, ahí mismito, ascendiendo majestuosa por la gran vena
cava inferior, y de repente los incómodos gruñidos de las tripas en plena
digestión…
Cuando
ya me hice mayor, me enteré que una noche lluviosa como ésa, para otros, tenía
connotación de agonía y el potencial usurpador de hasta la última magra
pertenencia… Llámelo si quiere, culpa por el colectivo, pero lo cierto es que
en una noche tal, nunca más pude dormir a pierna suelta… Debo confesar sin
embargo que, en esa ocasión, traté de revivir el viejo placer: Me arropé bien,
me recosté contra la tibieza de mi esposa y relajé mi cuerpo entero en un
intento por volver a soñar…
¡Ring,
ring! chilló desesperado y apremiante el teléfono. — ¿tendría otra forma de
hacerlo a la una de la madrugada? – Era una llamada de emergencia que
trastrocaba —como en tantas otras ocasiones— algún caro plan. Eran apacibles
tiempos, cuando todavía podíamos visitar a los enfermos en sus domicilios.
Aunque me armé de un paraguas, el viento y lo cerrado del aguacero hicieron de
mí una burla, y el río de agua que corría calle abajo encharcó mis zapatos y
empapó mis medias…
De
la mustia claridad del humilde recibo, se me hizo pasar a una estancia aromosa
a “embrocación de caballo”, un preparado que, a según, servía para sacar
vientos emboscados, aliviar porrazos o al menos, sentir que se estaba haciendo
algo por el semejante… Cubierta por no sé cuántas cobijas, yacía, o más bien,
se desparramaba la amondongada humanidad de una sesentona misia. Tendida boca
arriba, pude percibir sus superficiales e infrecuentes respiraciones. La
mortecina luz que emitía un foco de 25, pendiente del alto techo por un largo
cable, no me permitió evaluar bien sus facciones hasta que me adapté a la
penumbra. Parecía estar profundamente dormida, pero la ausencia de respuesta
ante mis llamados, mis firmes cachetadas y aún la estimulación dolorosa de mi
dedo apretando fuertemente contra su esternón, no logró arrancarle ni un pinche
¡Ayy!, ni tan siquiera un movimiento defensivo destinado a retirar de su cuerpo
mi mano ofensora.
Se
encontraba en estado de coma, un cuadro clínico donde no hay consciencia,
sensibilidad o movimiento alguno, y donde funcionamos vegetativamente, “con el
piloto automático” si se quiere; un estado tan parecido como cercano a lo que
llamamos muerte. La misia no era diabética ni sufría de hipertensión arterial. No consumía drogas terapéuticas, y una ligera
revista a la gaveta de su mesa de noche -¡albergadora de tantas sorpresas!—
únicamente me permitió encontrar un misal descolorido, un viejo rosario y una
vela del alma… Aquella doña parecía tener muy presente que polvo somos y en
polvo nos convertiremos, y había hecho de la muerte, no una proximidad negada
-como todos solemos hacerlo—, sino una presencia ausente, tal vez, para no
temerle…
A
diferencia de los cerebrales, su coma no había sobrevenido con brusquedad. Por
decirlo de alguna forma, se había ido arrastrando subrepticiamente a lo largo
de semanas de apatía, profunda depresión, mutismo y descuido personal, en el
que hasta de comer o bañarse se olvidaba. Sólo le provocaba estar encamada,
aduciendo que ese año Pacheco la había mortificado inclementemente.
Perdularia Desidiosa[1] vivía solitaria con su marido en su
casita de Los Rosales, un peruano pequeñito, de ojos mínimos y carita
asalmonada de cartón corrugado, que había emigrado a Caracas muchos años atrás.
No tenían hijos, familia, ni perrito que les ladrara: Eran el uno para el otro,
y el buen señor tenía que dejarla sola todo el día para ir a ganarse el pan
para ambos. ¿Por dónde comenzaría a examinar a aquella atónica mole de carne…?
Me sentía como aquel que, con las manos atadas, intentaba morder una manzana
colgante de una cabuya… La cama matrimonial era anchotota y bajitica, y yo no
lograba alcanzar mi objetivo desde ningún flanco que abordara, aún con mi
rodilla apoyada a medio camino, entre el larguero y la frondosidad de su cuerpo
yerto. ¿Tendría que acostarme a su lado —que ganas no me faltaban— para poder
examinarla…? La observé lo mejor que pude y comencé por tomar su tensión arterial
y percibir su pulso. La primera estaba normal; sus pulsadas se me quedaban en
los dedos: eran lentas y llenas. No tenía fiebre: su piel, era muy seca y fría,
¡lo inverso a un febricitante! En el recto —si es que realmente acerté mi
objetivo—, ¡el termómetro no marcaba temperatura! —¿estaría dañado…?
[1] Los nombres de mis pacientes reflejan su condición personal: Perdularia: sumamente descuidado en su persona. Desidiosa: inercia, negligente.
Su
cara era tan regordeta que imitaba un plenilunio, y su tez parecía estar bañada
con el color de la cera de abejas. La cabeza se confundía con el cuello
anchuroso y corto, que cubría todo relieve anatómico, los latidos carotídeos y
las pulsaciones de la vena yugular. Sus senos, abundosos y péndulos,
transformaban los ruidos cardíacos en lejanos murmullos, apenas perceptibles
con mi estetoscopio firmemente adosado a su piel. ¡Misión imposible! No pude
voltearla sobre sus costados para auscultar sus pulmones. El abdomen, un tambor
mayor inflado, era inabarcable, impalpable e indeprimible, y como una alforja o
peto de cátcher, caía sobre sus ingles y partes púdicas, ocultándolas. Las
piernas eran gruesísimas y muy hinchadas, edematosas y deformes en el tercio
inferior, pero a la presión del índice, ¡ningún hoyuelo quedaba marcado…!
Llegado a este punto, sentí gran frialdad en todo mi cuerpo. Nunca podré saber
si fue producido por mis mojadas ropas, por el contagio de la frialdad de
aquélla, mi paciente, o si por ese temor que sentimos los médicos cuando en
solicitud con nuestro paciente y enfrentados a un problema de vida o muerte no
tenemos ni la más remota idea de lo que está ocurriendo…
Los
hechos sintomáticos que se suceden en las Aventuras de Sherlock Holmes, eran
heraldos de que el detective arribaría al puerto seguro de una conclusión
cierta… Los médicos, a menudo metidos a detectives, también nos valemos de
esas particulares circunstancias para iluminar el diagnóstico… ¡Les invito a
conocer el epílogo del caso de Perdularia Desidiosa!
¿Acaso les conté de mi admiración por
Sherlock Holmes…?
Parte
II
El chubasco continuaba impertérrito, ahogando las miserias de la ciudad, y el viento aullaba en paroxismos, batiendo puertas y postigos en la casita de Los Rosales. La misia se me moría y yo, soledoso con mi desconcierto y mis ganas de salir corriendo… El marido alarmado y con ojos dilatados por la angustia, me acosaba de continuo con preguntas acerca del estado de su antigua y fiel compañera: ¡El único motivo de su vida! Mis respuestas morían sofocadas en mis titubeos. Tragando muy grueso no podría decirle que todavía me encontraba más perdido que … ¡el hijo de Lindbergh! Al menos dos docenas de diagnósticos diferenciales habían desfilado por mi mente en desordenada secuencia, y peligrosamente, sentía un enorme deseo de asirme a algunos de ellos, para hacer algo, para actuar… Fue entonces cuando Sherlock, desde “Un Estudio en Escarlata”, vino en mi ayuda: -“No dispongo de todos los datos todavía— le contestó al doctor Watson— Es una equivocación garrafal el tratar de formular teorías antes de tener los datos. Insensiblemente, uno empieza a torcer los hechos para que se adapten a las teorías, en lugar de que las teorías se adapten a los hechos…” Me sosegué y continué transitando por el sendero semiotécnico —¡procurador de hechos! — tal como mis maestros me habían advertido: ¡Desde la punta de los cabellos hasta las uñas de los pies, sin dejar nada al estricote! Al examen de su estado neurológico, le tocaba pues su turno: Desde lo alto, solté cada uno de sus brazos y piernas, que, desmadejados y plomizos, cayeron por igual, ¡sin tono alguno! Moví pasivamente su cabeza a derecha e izquierda, sus ojos, en forma refleja, se movieron en sentido contrario, como los de esas muñecas de tiempos de añil, atestiguando la normal función de buena parte su tallo cerebral. En la más incómoda posición, examiné sus elusivos reflejos: usando mi martillo percutor de Taylor — de tanto percutir desde que todavía era estudiante— golpeé en el pliegue de sus codos, muñecas, sus rodillas y… nada.
Para las generaciones
médicas que me antecedieron, el idioma francés, era lenguaje común. Los
maestros de mis maestros viajaban a los grandes hospitales parisienses a
absorber, golosos, la ciencia de los eximios profesores. La medicina clínica
había florecido por aquellos rumbos con fuerza de primavera y a pesar de la
época, muy poco tecnificada, había que ver las descripciones de nuevos cuadros
nosológicos y aquellos diagnósticos de asombro que se gastaban… tan sólo
apoyados en la dilatación de los sentidos, en la capacidad de observación y la
cuidadosa recolección del signo clínico, del cultivo de la semiótica, la
ciencia de la lectura de los signos…
Ya, enterrando el Siglo XX, máquinas que parecen de ficción, nos señalan diagnósticos que no estamos buscando, nos muestran los espejismos de verdades circunstanciales muy alejadas del paciente y su espiritualidad. ¡Qué contradicción! Tantos y tantos finos instrumentos mal utilizados para sondear al ser humano desde mil direcciones diferentes, y, no obstante, presenciar la penosa marcha de confundidos pacientes, con toda su carga de exámenes de sangre, radiografías e informes, incomunicados y más adoloridos que nunca, ante médicos más confundidos que ellos, que no sabemos pensar ni ver más allá de su cuerpo animal, y que actuamos, tan automáticamente, como las máquinas que alocadamente llamamos en nuestra ayuda.
Muy conocidos eran en nuestro medio —rica experiencia ya desvanecida—, los diez tomos que recogían las Conferencias de Clínica Médica Práctica, dictadas en el Hospital Laennec de París por el médico internista, Louis Ramond (1879-1952). El querido e inolvidable maestro, doctor Rafael Hernández Rodríguez (1909-1985), en sus magistrales lecciones, nos lo dio a conocer tantas veces… Con «Bambarito»[1] —como era conocido por sus ‘mágicos’ diagnósticos— aprendimos divirtiéndonos, en poética prosa, lo sublime de una medicina realmente humana, donde el paciente, y no su enfermedad, ocupaba el centro de su atención. Lástima que muchos no le comprendimos, otros le olvidamos, en fin, otros más, no leímos entre líneas…
[1] [1] Le tildaban de brujo, de poseedor de poderes mágicos, de que curaba por hipnosis y muchas veces sin medicinas; por ello le apodaron ¨Bambarito¨ como aquel personaje de la rumba que popularizó por aquellos tiempos el cantor cubano Miguelito Valdez: «Si no lo cura Bambarito, no lo cura nadie…».
Se nos decía que
además de atacar a las glándulas que producen saliva: parótidas, sublinguales y
submaxilares, el virus gustaba de chorrearse hacia abajo como por un tubo de
bomberos, para «bajarse» a los compañones en el hombre — orquitis
urliana—, o a los ovarios en la mujer—ovaritis urliana— dejando, si era
bilateral, infertilidad, mas no pérdida de la función sexual. Pero, además, el
pícaro virus se localizaba en el sistema nervioso, próstata, páncreas,
tiroides, suprarrenales y muchos otros tejidos. En rarísimas ocasiones podía
fastidiar la mama femenina — mastitis urliana—.
Refiriéndose a esta última, Ramond contaba que la localización había sido señalada por el finísimo clínico Armand Trousseau (1801-1867), quien observó numerosos casos en una epidemia de parotiditis que tomó asiento en un internado para señoritas. Pero ya antes que él, otro grande de la semiótica francesa, Louis Landouzy (1845-1917), durante los exámenes de curso, gustaba preguntar a sus alumnos sobre esta complicación:
-«¿Sabe usted qué de particular sucedió
en la epidemia de parotiditis que se manifestó en el pensionado de Saint-Cyr
durante la dirección de Madame de Maintenon?». El despistado aspirante
solía ignorarlo, y en forma humorística Landouzy gustaba contar, cómo él
asistió a jovencitas con parotiditis frustradas, cuyos primeros casos fueron
exclusivamente mamarios. A causa de la tumefacción de los senos enfermos, Mme.
de Maintenon había temido que, galantes mosqueteros, amparados en la anonimia
de la noche, hubieran manifestado en forma tan apasionada sus sentimientos
amorosos a las jóvenes, ¡al punto de dejarlas embarazadas…!
Dichosamente, a eso
del quinto o sexto caso, el malentendido se disipó, pues la localización típica
en la glándula parótida, vino a lavar toda sospecha sobre la virtud de las
pensionarias de Saint-Cyr, y a devolver al espíritu de Mme. de Maintenon, la
extraviada tranquilidad…
¡Era así como
aprendíamos medicina! En medio de candorosas vivencias, y no como ahora, sobre
barras y tablas estadísticas, «chi cuadrado» y T de student, flujogramas y algoritmos, que nada conocen del paciente en lo particular: De su biografía
con sus dolores y frustraciones, con sus éxitos y decepciones. ¿Cómo entonces
podemos pedirles a los noveles médicos compasión, caridad y altruismo, sí sobre
cosas inanimadas y frías les enseñamos sobre «humanidad»…? Entre
poesías, silbidos de alguna incomprensible melodía y deliciosos comentarios,
viviendo de cerca tragedias humanas, transcurrían las clases del maestro
Hernández.
Por los pasillos
circulaba una anécdota que probablemente no le pertenece, pero que, a fuerza de
repetirla sus alumnos y admiradores, la hicieron parte de su estilo: Se cuenta
que una vez sus estudiantes le llevaron a examinar a un joven paciente que
habría de ser operado en breve por una apendicitis aguda. Luego de conversarle
y examinarle cuidadosamente, encontró que la causa de las miserias de aquél no
radicaba precisamente en el apéndice sino en una pulmonía localizada en la base
del pulmón derecho. En su opinión había un error de diagnóstico y explicó cómo
las neumonías en esa ubicación, al irritar la pleura diafragmática adyacente,
originaban un confundidor dolor a distancia, un dolor distractor, un dolor «referido»
al cuadrante inferior derecho del abdomen, también asiento del apéndice cecal…
Desoyendo su opinión, el enfermo fue llevado a quirófano: ¡El apéndice estaba normal! «Bambarito», muy contrariado, nunca más pisó las salas del Hospital. Sea o no cierta esta anécdota, nos señala cómo en nuestros hospitales docentes, grandes semióticos han mantenido viva la llama del razonamiento apoyado en hechos simples. Por desventura hoy día, minimizados por el encanto embrujador de la tecnología, que no parece pedirnos mucha observación o estudio, virtudes de difícil acceso al espíritu inconstante o bobalicón. Hernández era un médico innovador, a lo Sherlock, cuidadoso del detalle. En su insistencia en la clínica, parecía decirnos: -«La clínica es humilde como la madre, no la dañéis o desdeñéis. Es la única imperturbable verdad, lo demás es tan cambiante como los tiempos…».
Leer las Aventuras de
Sherlock Holmes, es como oír a otro gran clínico, y aunque haya sido un
personaje de ficción, lo que he aprendido de él goza de una real consistencia.
Debe saberse que Joseph Bell (1837-1911), el preceptor de Conan Doyle, habla al
través de la pluma del escritor. Clínico de filigrana y gran observador en
alguna ocasión se le oyó decir: «Con relación a los médicos, yo creo que
todo buen maestro, si desea hacer de sus alumnos excelentes doctores, debe
incitarlos a cultivar el hábito de prestar atención a las menudencias. Un buen
doctor debe ser capaz de decir, antes de que el paciente se haya sentado, buena
parte de lo que le ocurre. Debo referirme a las aventuras escritas por mi
amigo, Arthur Conan Doyle, que creo han despertado una nueva área de interés en
el gran público: Pensar, pues la vida nos ofrece mucho más si mantenemos
nuestros ojos abiertos… en cada accidente callejero o suceso en apariencia
intrascendente, siempre existe un problema a resolver, un juego de ajedrez a
completar, a condición de que se conozcan las jugadas… «.
Se ha dicho que «Dios está en los detalles… «. Muchos maestros nos mostraron tal vez sin saberlo, algo del razonamiento holmesiano, a no solamente mirar, sino a observar conscientemente, y a pensar sin prejuicios acerca de lo que vemos. La prisa, monotonía y rutina con que llevamos nuestras vidas, nos han hecho perder el gusto por las cosas sencillas, esas, dónde habitualmente reside la verdad…
Elogio de la
medicina francesa y su aroma holmesiano…
¿Acaso les
conté de mi admiración por Sherlock Holmes…?
Parte II
La apetecida visita a
Chicolandia había sido aplazada por varios domingos. ¡Ese hermoso feriado era
el compromiso! Mis entonces pequeños hijos esperaban anhelantes encaramarse en
todos y cada uno de los rotantes aparatos y de paso, probar mi dureza frente al
vértigo.
Pero, la vida del
médico es muy diferente a la de cualquiera profesional: Frustramos a nuestras
mujeres, hijos y amigos, a menudo quebrantamos nuestras palabras, y no por
rareza somos los aguafiestas de la reunión. -«¡Parece que te casaste con
los pacientes y no conmigo! » —¿Qué médico no escuchado el legítimo reproche?
— Mi buen amigo estaba al teléfono. Su voz era trasunto de angustia, urgencia e
invocante solidaridad. Requería de mi inmediata presencia en casa de sus
ancianos tíos. -«¡Su papi tiene que salir! ¡Voy y vengo…! » -«¡Ohh,
no papi! ¿Otra vez? «, escuché avergonzado cuando salía de casa maletín en
mano…
En la vida de un
médico encontramos muchos trances trágicos, algunos cómicos y una gran cantidad
de sucesos que resultan poco más que extraños; sin embargo, no hay en esas
anécdotas casos vulgares, especialmente cuando ejercemos nuestro oficio por
amor al arte y no por afán de lucro. Volteo hacia atrás y miro la Caracas de la
década 70: el casco de la ciudad estaba desierto; un perro famélico pasó frente
a mi carro que conducía a poca velocidad mirándome con aire de desprecio… ¿Evacuado por guerra nuclear? No, la urbe se
tomaba su descanso del tráfago, el bullaje y la contaminación diarias. No veía
casa alguna. Solamente comercios con las santamarías arriadas. A no ser por la
presencia de mi amigo en una esquina agitando su brazo, hubiera jurado que allí
no nadie vivía. Confundida entre vidrieras, una estrecha y desconchada puerta
daba acceso a la vieja casa. ¡A pocos pasos de la Plaza Bolívar! Todo añejo,
sucio y descuidado. Tres viejos hermanos, dos hembras un varón, compartían la
triste soledad de sus solterías añosas, con un hijo adoptivo, abogado litigante
y la familia de éste, su esposa y un hijo menor. Por una escalera maltratada y
lúgubre accedí a la habitación de la enfermita. Un penetrante vaho amoniacal,
un fuerte olor a orina me dio la bienvenida al amplio recinto, que, mirando
hacia el Naciente, se dejaba bañar por el alegre y picante sol matutino.
Las hermanas dormían
juntas en una cama matrimonial. Una de ellas estaba echada boca arriba con sus
manos superpuestas sobre el abdomen, su escaso cabello blanco mostraba al sol
un desordenado revoltijo de hilos de plata. ¡Parecía profundamente dormida! La
otra viejecita le imploraba que se despertara de su profundo letargo: «¡Soñe,
Soñe, por favor, abre los ojos que aquí está el doctor que te va a curar!».
Pero Soñera Carmenar, octogenaria y frágil, no respondía a sus llamadas porque
en coma estaba… Cobardemente, según entendí, el coma la había posesionado
durante la noche, y, de hecho, su actitud total era la del sueño normal. La
facies rosada con gotitas perlina de sudor cundiendo su frente y el labio
superior; la raíz de su cana cabellera, contrastaba con la piel pálida, muy
fría y sudorosa. Sus signos vitales eran normales. Posé suavemente mis dedos
índices sobre sus globos oculares arropados por sus párpados. En forma alterna,
presioné con la extremidad de uno mientras relajaba el otro. Podía así percibir
la presión reinante en el interior del ojo. En ciertos comas, como en el
diabético la deshidratación es profunda y el ojo, un sensible indicador para «sentirla»,
pues cual pelota a medio inflar, se deja hundir a la más leve presión: ¡No era
ese su caso!
Un rictus en su boca, reflejaba la contracción simétrica del orbicular de los labios, precisamente, el músculo que los contornea. Una rendija en sus párpados semicerrados posibilitaban ver el movimiento espontáneo de sus ojos: En cámara lenta, de un lado a otro, como el limpiaparabrisas de un automóvil. Tal como ella, sus reflejos estaban adormecidos. Rasqué la planta del pie con la llave del encendido de mi carro. Los dedos se abrieron en ominoso abanico y el dedo gordo se alzó en hiperextensión, arqueándose hacia atrás, como quejándose en silencio: Un ramal de su sistema nervioso, la vía piramidal, que lleva impulsos motores cerebro abajo, por alguna razón estaba fallando.
¿Quién no ha disfrutado alguna vez de la «Rapsodia en Azul», «Un
americano en París», o la ópera «Porgy and Bess«?Productos del genio temperamental, obstinado y
autoritario que fuera George Gershwin(1898-1937), uno de los músicos
norteamericanos más celebrados. Desde 1923, años antes de su fatal enfermedad,
fue hostigado por ataques ocasionales de náuseas y una indescriptible sensación
que le ascendía desde la boca del estómago. Sin alivio, consulta a médicos,
psiquiatras y psicoanalistas, pasando en vano por diversos regímenes y dietas.
Le diagnosticaron colitis espástica, neurosis crónica y hasta una nueva condición
creada para él: «estómago de compositor»… De espíritu extrovertido,
a partir de 1936 comenzó a operarse en él un extraño cambio, hundiéndose en
períodos de extrema melancolía: «¿Qué les parece? —dijo a algunos
amigos cierta vez—, tengo 38 años, soy rico y famoso, pero profundamente infeliz… «.
Exámenes iban y venían. Los doctores estaban
confundidos: ¡Son
sus nervios…! –decían- En febrero de 1937, mientras ejecutaba al piano
con la Orquesta
Filarmónica de Los Ángeles su Concierto para Piano en Fa Mayor, sufrió un miniataque: Se quedó lelo por 10 o 20
segundos, perdió varios compases, para luego continuar como si tal… Al
confrontar la realidad, comentó que inmediatamente antes del momentáneo apagón,
había percibido un inusual y repulsivo olor a goma quemada que nadie más olfateó: Una «crisis
uncinada», la llamamos los médicos, una forma de epilepsia originada en una
circunvolución en forma de «gancho» del lóbulo temporal del cerebro,
la circunvolución del hipocampo, en que la persona percibe olores no
identificables, repugnantes e inexistentes. Su psicoanalista, el doctor Ernest Simmel sugirió
que sus síntomas No eran psicológicos… En junio de 1937, Gershwin dio evidencias de encontrarse
seriamente enfermo: Se le veía apático e indiferente, sentía que el entorno se
movía y comenzó a quejarse de cefaleas, más pronunciadas al despertar.
Gregory Zilboorg, su médico, que también lo era de la famosa Greta Garbo, no encontró nada
anormal — ¿le observaría el fondo
del ojo?—. El 20 de junio tuvo una terrible cefalea y se hizo
evidente su bradifrenia o
extremada lentitud de sus funciones intelectuales y afectivas. En una ocasión,
quejándose del nauseabundo olor, se sentó en una acera y rodeando su cabeza con
sus manos, esperó el paso del dolor. Se le hospitalizó sin lograr un
diagnóstico — ¿se le observaría el
fondo ocular?—. El 9 de julio colapsó bruscamente, perdió la
conciencia, lo posesionó el coma y se paralizó la mitad derecha de su cuerpo. El examen del fondo ocular evidenció un
papiledema de extremo desarrollo, evidencia cierta de un gran aumento de presión
dentro de la cavidad craneal.
Se intentó localizar al doctor Walter Dandy, connotado
neurocirujano del Hospital Johns
Hopkins de Baltimore:
Vacacionaba en un yate privado. Un angustioso telegrama arribó a LaCasa
Blanca. Un destructor de la marina fue despachado en su búsqueda. Ya en
tierra, le esperaba un largo vuelo por aire con dos trasbordos. ¡No había
tiempo! El doctor Howard Nafziger, Jefe de Neurocirugía del Hospital de la
Universidad de California en San Francisco y reputado médico, temperaba en Lake Tahoe.
Fue contactado. Voló a Los Ángeles. La condición del músico era crítica. Le
practicó una ventriculografía,
un grotesco e invasivo examen cerebral hoy sepultado por la moderna
imagenología.
Un enorme tumor del lóbulo temporal izquierdo y la hipertensión intracraneal acompañante eran los
villanos… Fue operado de inmediato. El tumor fue resecado
parcialmente: Era un ente muy maligno y agresivo, un glioblastoma multiforme, una hidra de cien cabezas, el tumor primario más frecuente y más maligno del cerebro,
cuya supervivencia media –con excepciones- no suele superar el año con los
tratamientos actualmente disponibles… Hoy día la Sociedad Americana del Cáncer pone la tasa de supervivencia
de cinco años para los pacientes de más de 55 en alrededor del 4 por ciento. De quirófano partió al Mundo de los Justos, pues nunca
recuperó conciencia. Falleció al siguiente día, 11 de julio de 1937. La radio
echó a volar la infausta nueva, «Murió en Hollywood, a los 38 años, el hombre
que tenía en su cabeza más notas musicales que las que podría escribir en cien
años… «.
Con frecuencia, el síntoma inicial de los tumores del lóbulo temporal,
son ataques de la llamada epilepsia parcial psicomotora, que, por no acompañarse de convulsiones, son
malinterpretadas como un síntoma psicológico, y las «crisis uncinadas»[1]
pueden, por mucho tiempo, ser su única evidencia.
[1] Las crisis uncinadas se caracterizan por sensación subjetiva del enfermo de percibir olores desagradables que otros no sienten. Su localización anatómica parece corresponder a la región medial de lóbulo temporal (uncus).
¿Qué tal si los esporádicos ataques de náuseas
con esa sensación indescriptible en la boca del estómago, eran no más que eso,
crisis psicomotoras inducidas por el tumor temporal, aún de comportamiento
benigno…? A esa timidez inicial del tumor, siguió una demostración de su
genio exacerbado, su crecimiento incontrolable y la hipertensión intracraneal.
¡Dios y sus enigmáticas formas de
manifestarse…! La tomografía computarizada y la resonancia magnética
cerebrales, posibilitan hoy día un diagnóstico precoz y oportuno de los tumores
cerebrales. Paradójicamente, a menudo y a la ligera, se indican estas
exploraciones a típicos jaquecosos que no las necesitan. Por falta de
historia clínica y de un cerebro lúcido capaz de olfatear la atipicidad, no
habrán de beneficiarse aquellos otros como Gershwin, donde la queja resuena
distante de donde se origina…
¡Un sentido homenaje a un compositor devastado por la ira tumoral!
-II-
Fue mi alumno muy destacado, una atmósfera de cariño y admiración mutua
envolvía nuestra amistad. Quise que fuera internista como yo, pero en su camino
se atravesó un profesor de biofísica y me lo quitó… Viajó a Londres para un
posgrado que le dejó más preguntas que respuestas, regresando con un caudal de
nuevos conocimientos y deseos de compartirlos. Se hizo de unos jóvenes como él y
fundó escuela con ellos. De rápido hablar, afable, honesto, estricto, decidido
y comprometido, con una sonrisa siempre a flor de boca.
Confiaba mucho en mí y sus padres fueron mis pacientes hasta sus
muertes, ¿Qué más confianza…? Su padre falleció bajo mi cuidado cursando la
novena década de la vida de un hematoma intracerebral primario; había decidido
no tomar más el tratamiento antihipertensivo porque le secaba la mucosa oral;
su madre con 96 años, todavía me visita muy de peluquería, cabellera negra como
el carbón –donde imprudentes se asoman algunas raíces blancas- y con una
sonrisa hueca y sin contenido. Su saludo estereotipado al igual que sus
ademanes, siempre los mismos, ya no es más la que una vez conocimos. Sus noches
son fiesta para ella e insomnio para sus allegados: Alucinaciones complejas,
atemorizantes le asaltan con furia, pero cuando los pájaros inician su trinar y
se asoman los arreboles por el Este, es cuando decide dormirse dejando una
legión de extenuados insomnes…
-¨Ya tiene el doctor Muci demasiada carga con mis padres para ir yo a
molestarle…¨-, se dijo. Tenía casi seis semanas con un dolor inusual en su cabeza,
tormentoso, progresivamente creciente y opresivo que cebándose durante las
noches le hundía sus garras en las sienes y la nuca. Visitó a otros médicos,
quienes no le tomaron mucho en serio: Algunas consultas de pasillo, otras
desmereciendo la importancia de su síntoma; sumaban 5 facultativos, internistas
y neurólogos: ¡Es migraña, es tensión muscular, es el estrés…! Si acaso le
tomaban la tensión y le indicaban algún analgésico. Impertérrito, el dolor iba
montando en intensidad… ¡Nunca le habían observado del fondo del ojo…!
Me sorprendió al verle en mi consulta.
Hizo de tripas corazón y sonrió, pero apenas le salió una mueca. Visiblemente
enfermo se excusó de venir a ¨quitarme mi tiempo¨… Como los perros entrenados
para descubrir neoplasias de las mamas o de la próstata, olfateé algo serio… Lo
examiné con cuidado y la inspección del fondo del ojo me dejó petrificado y sin aliento, me trajo de
vuelta un ominoso signo, ¨el signo de los signos semiológicos¨, ¨el signo
semiológico por excelencia¨: un papiledema hemorrágico muy desarrollado,
incontrovertible evidencia de una severísima hipertensión intracraneal de
rápida evolución. Su esposa, también médica, captó en mí un furtivo trago
grueso que se lo dijo todo…
-¨Tienes que realizarte una resonancia magnética cerebral y hay cupo para hacerla esta misma tarde…¨, les dije; -¨Así haremos doctor…¨-, obtuve por respuesta. Le ofrecieron el informe para el día siguiente, pero yo me adelanté para confirmar lo que sospechaba que tenía: Un enorme tumor cerebral en el hemisferio derecho que ocupaba buena parte del espacio de su cráneo desplazando las estructuras de la línea media hacia la izquierda. Bajo anestesia local, se colocó un casco sobre la cabeza fijándolo con cuatro pernos. Después, se realizó una tomografía computarizada del cerebro utilizando una especie de arco metálico sobre el que se calcularían las coordenadas exactas de la lesión en los tres ejes del espacio (X, Y y Z), para luego, mediante un procedimiento estereotáxico tomar la biopsia exactamente en el sitio adecuado.
El patólogo sentenció la peor pena tisular: glioblastoma multiforme,
el mismo tumor de Gershwin, el tumor más temido. Se extrajo una parte y se
sometió a radioterapia y quimioterapia.
A los seis meses en plena juventud productiva, reunidos en onda cuita una
mañana lluviosa y gris le acompañamos al campo santo…
-III-
La tecnología es un tren que va raudo en una sola dirección y a un solo
destino: el progreso de la ciencia. Pero, ¡cuidado! Va destruyendo la misma
tecnología invención del día de ayer por otra nueva, y en el furioso embeleso
que en todos produce no cuidamos la protección y el mantenimiento de otros
procedimientos más sencillos, rápidos y productivos que nos han acompañado por
décadas… Parecieran ser asquerosas antiguallas indignas siquiera de
aprenderlas…
Los doctores
Augusto León Cechini (1920-2010) y Henrique Benaím Pinto (1922-1979), ambos
celebrados internistas y jefes de cátedra de clínica médica en los Hospitales
Vargas y Universitario de Caracas, trajeron el procedimiento de la
oftalmoscopia directa de USA y contra viento y marea lo sembraron en el alma de
sus estudiantes de clínica médica por allá por las décadas cincuenta y sesenta.
No fue fácil, tuvieron que luchar en contra de esos que dividen el cuerpo
humano en parcelas y las toman para su especialidad. No entendían cómo un
internista tenía que invadir su territorio. Pero triunfó la razón…
Yo recibí el conocimiento básico sobre el cual construí un edificio de
más profundas bases y acepté el maravilloso encargo de evitar que se
extinguiera su uso llevando de la mano a mis alumnos. Ayer, 14.07.2017 no más
finalizamos el 48° curso anual del fondo del ojo en la enfermedad sistémica porque
creo en su utilidad práctica en el abordaje de la enfermedad sistémica y es apenas
una parte del examen a la cabecera del paciente. En USA ya no lo emplean y un alumno mío, el
doctor Francisco Marty, M.D. en la Universidad de Harvard llevó el
procedimiento de vuelta a su lugar de origen y enseña a adjuntos y alumnos de
pre y posgrado desde el año 2005 las bondades de la oftalmoscopia…
¿Quién lo hubiera imaginado…?
Una de cada cinco
personas que alcanza los 40 años es hipertensa: infarto del miocardio,
problemas cerebrovasculares, ictus… son algunas de sus consecuencias cuando
abandonada a su evolución espontánea. La hipertensión no duele y no avisa,
actúa matando o dejando graves secuelas. Se puede controlar con prevención y
concienciación. Todos los síntomas que refieren los pacientes como peso en la
cabeza, mareos, zumbido de oídos, decaimiento, orejas rojas y calientes o
angustia no son debidas a hipertensión. Una simple exploración, solo la medición
de sus cifras con un tensiómetro o esfigmomanometría, puede detectarla.
Toda esta introducción es para decir que en dos situaciones de
la clínica diaria el oftalmoscopio se agiganta y se vuelve imprescindible por
la ayuda que puede brindar:
Una de ellas es en el diagnóstico de la causa de un dolor de cabeza: Es insustituible para identificar el papiledema, evidencia directa y objetiva de que existe hipertensión intracraneal. Vendrán luego los estudios de neuroimagen para determinar si es o no debido a un tumor; ello, porque existen causas diferentes de las neoplasias: trombosis de senos venosos intracraneales, hematomas, meningitis crónicas –cisticercosis, carcinomatosis meníngea, tuberculosis, etc.-. He dicho que, si el oftalmoscopio existiera solo para diagnosticar el papiledema, su descubrimiento/invención estaría plenamente justificado…
Se ha llamado a la hipertensión arterial, ¨la asesina silenciosa¨ y el nombre nos advierte que la hipertensión carece de síntomas y que la única forma de saber si está elevada o no es mediante la determinación de la tensión arterial o esfigmomanometría. De forma tal que la oftalmoscopia es la segunda indicación que se presenta en las salas de emergencia.
Insisto a mis alumnos que ante un diagnóstico cualquiera y en especial
en el área de urgencias la primera pregunta que debemos hacernos es,
-¨ ¿Es ésta la enfermedad que sospecho
o una condición que la simula…?
Con frecuencia pacientes consultan por dolor de cabeza y en ellos se
encuentran cifras de tensión arterial elevadas. La pregunta sería entonces,
-¨ ¿Es la hipertensión la causa de la
cefalea de mi paciente u otra condición que la simula…?
El sempiterno prejuicio es atribuir el dolor a la hipertensión, pero
sabemos que habrá dolor solo en situaciones de urgencia o emergencia hipertensiva
donde la encefalopatía hipertensiva estará presente y que en estas
circunstancias el fondo del ojo con demasiada probabilidad es anormal. Sin
embargo, siguiendo una conducta refleja y malsana que se aprende pronto en la
sala de urgencias, el médico suele reducir las cifras tensionales introduciendo
un comprimido antihipertensivo de captoprilo 25 mg o isosorbide 0.5 mg bajo la
lengua y esperar hasta que descienda. Entonces el paciente es enviado a casa.
Más tarde consultará de nuevo, bien por un hematoma intracerebral primario, un
sangrado subaracnoideo o un accidente vascular agudo (ictus) de otra índole.
Repetimos, la hipertensión no suele producir dolor de cabeza; la cefalea pues se presenta como fenómeno reactivo a otra condición intracraneal del momento. ¿Cómo diferenciarlas? Para atribuir el dolor a la hipertensión, deben estar presentes en el fondo ocular hemorragias superficiales, manchas algodonosas o edema del disco óptico. Por esto he llamado a las manchas –depósitos de material axoplásmico- ¨grito retiniano¨, queriendo significar el sufrimiento de esta estructura y otros órganos blanco por malignización de la misma.
A inicios del mes febrero de 2019, es decir este presente año, arribando a mis 81 años, Dios me concedió nuevamente el privilegio de dictar el curso anual de Oftalmoscopia Clínica # 50 con la misma o más energía con la cual los inicié en el antiguo Hospital Vargas de Caracas medio siglo atrás. Incontables médicos lo han tomado a lo largo del tiempo y espero que no hayan olvidado mis consejos y enseñanzas, mi prédica a la puntualidad y mi lucha porque Venezuela y su medicina vuelva ser lo que fue una vez, que hayamos derrotado a la dictadura que nos ofende mediante la unión cívica y el espíritu democrático y vuelvan todos los cubanos –médicos o no- a la ignominiosa isla de la cual nunca debieron salir.
¶ Hoy 15 de marzo de 2019. Ya la palabra «redivivo» creo que me cae gordo…
No sé desde cuándo estoy escribiendo sobre la injerencia cubana –yo debería
saber, que sí sé: desde que escribí una carta pública al embajador cubano en
marzo de 2001 (https://www.analitica.com/opinion/carta-del-dr-rafael-muci-mendoza-al-embajador-de-cuba/);
léase bien, hace 17 años y mire que he sido repetitivo con el tema de Cuba y
los médicos cubanos que implantaron la mediocridad: nadie o muy pocos hicieron
caso. Pues bien, la catástrofe al fin llegó: Mi país está en una situación
lastimosa luego del largo apagón e ignoramos cuántos han fallecido durante este
genocidio inducido y gestado en Cuba…
El
mensaje premonitorio de Delcy, ¨la sin entrañas¨, es infeliz y despiadado: ¨Esta es apenas una mínima parte de lo que
somos capaces de hacer…¨. Pero mire usted, saldremos victoriosos, el Estado
lastimoso y su gobierno esperpéntico oyen ya las campanas tocando a rebato,
señal de que debemos echar el resto y sacar estos miserables asesinos…
¶ Hoy 04 de junio de 2017 reproduzco el artículo que fuera escrito hace un año, el 13 de marzo de 2016; si bien las circunstancias se han agravado desde entonces en todo respecto, no es menos cierto que la conglutinación de voluntades hace temblar el estamento cubano, porque esa es la maldición que llevamos a cuesta gracias al traidor mayor Hugo Chávez y a quien lo sigue. El genocidio ha continuado, estamos muriendo por efecto de balas de militares y paramilitares, pero a nuestro pueblo, en especial los chiquitines se les mata lentamente de hambre, desnutrición, suciedad, desabasto, inflación y pobreza catastrófica. No puede haber atenuantes para quienes con tanta crueldad y saña matan para mantener un estado de cosas intolerable e inaguantable. Veinticinco mil cubanos –tal vez más- en nuestro territorio entrenados para matar es demasiada afrenta. Pero el pueblo venezolano nunca será el cubano, por sus venas circula un influjo democrático indetenible. Desde el corazón de los jóvenes toda Venezuela se activó, y no valdrá armas para detenerlos. Cada uno que muere, es arrestado o maltratado enciende más la mecha de la libertad. El arcángel San Miguel Jefe de los Ejércitos de Dios con su espada y nosotros, echará a los malos y al Malo
Ω13
de marzo de 2016. Cuando escribo estas páginas, transitamos por un período
de luna nueva, novilunio o interlunio, luna oscura o luna negra: esa luna que
no refleja luz y no es vista desde la tierra. Época de nuevos comienzos, época
de consagración y dedicación a los más exaltados ideales a los que aspira una
persona o una sociedad, porque el final de cada mes lunar es también tiempo de
introspección y retrospección, por tanto, debemos examinar cuidadosamente todas
las tareas realizadas en el mes que recién termina, observar en qué hemos
fallado para cumplir nuestros más caros ideales e intentar descubrir y analizar
la razón de los fracasos.
Período
de intensa energía, impulso para el inicio del siguiente tramo de nuestras
vidas; treinta días más que pasarán muy rápido, briznas de paja en el viento,
descuento de lo que nos resta por vivir: urgencia de hacer y pronto, y con pie
seguro para no dar un traspié… Época favorable para abonar y arar la tierra, tiempo
de sembrar, pero también la fase indicada para abastecerse y acumular energía;
tiempo de cuidar y restablecer…
Nos
sorprende el ciclo lunar en medio de gran turbulencia política: el ingente deseo
de un cambio de un modelo malogrado y corrompido, perverso y depravado,
libertino e inicuo llama a su final, los autores del despojo se resisten, están
dispuestos a sacrificar con pasmosa frialdad todo un país porque su piel trasuda
maldad; son lo peor de la especie humana bajo la tutela de la impunidad que los
arropa…
Conforme
a lo dispuesto en los artículos 83, 84 y 85 de la Constitución de la República
Bolivariana de Venezuela, el Estado está en la obligación prioritaria de
promover la salud, la prevención de enfermedades y el desarrollo de actividades
tendentes a la cura y rehabilitación de los enfermos, garantizando un
tratamiento oportuno. ¡Letra muerta por virtud de manos de irresponsables…!
El
genocidio es un delito internacional clasificado dentro del grupo de crímenes
contra la humanidad y el mismo consiste en el exterminio sistemático de un
grupo social motivado, entre otras razones, por cuestiones de raza, etnia,
religión, nacionalidad o pensar político. Generalmente es llevado a cabo por un
gobierno que se encuentra a cargo del poder del estado. Permítaseme el atrevimiento de ampliar
el concepto incluyendo entre otras, la simple motivación de ¨encontrarse,
saberse o creerse enfermo¨, ser anciano o niño de la calle, hoy despreciado
¨hijo de la patria¨… El caos sanitario mana de sí dolor, indignación y
repulsa pues, ¿es qué no es genocidio el negar los recursos necesarios para que
los ambulatorios y hospitales públicos puedan funcionar eficientemente mientras
serviles al régimen lo tienen todo asegurado y viajan al primer mundo en
procura de salud?, ¿no es homicidio intencional el que el 65% de las medicinas
incluidas en la Lista de Medicamentos
Esenciales, publicada por la Organización Mundial de la Salud, no puedan ser adquiridos debido a su
inexistencia?, ¿es qué no es genocidio detener el tratamiento de un hipertenso
o de un diabético, de un canceroso o un sufriente del virus de la
inmunodeficiencia adquirida, de un hemofílico o de un niño con cáncer?, o es
que un lapso de muchos meses desde que una mujer al momento de bañarse, se nota
un bulto en la mama y que con extremosa incertidumbre y angustia deba esperar otros
tantos meses para que pueda ser estudiada, biopsiada e intervenida y luego
acaecerle un INRI o titulus de condena similar al de Jesús de
Nazaret, luchando
por conseguir el inicio o conclusión de un tratamiento que el Estado está
obligado a suministrarle pero que por indiferencia supina no lo hace…; o es que
la vida de un diabético descompensado dependiente de insulina se decida en
horas porque la insulina escasea o no se consigue…
¡Sentencias de muerte
inmerecidas por doquier dictadas por burócratas que deberían proteger a sus
gobernados pero engordan su hacienda!, o es que la rotura de un aneurisma
intracraneal -una emergencia neuroquirúrgica que clama por rauda acción– sea
decena de veces pospuesta porque no hay pabellones operativos, anestesiólogos
ni necesarios insumos, y cuya solución pueda tomarse hasta 3 meses siendo que
la muerte por resangrado sorprende al desvalido en la espera…, o es que en
los hospitales no exista ¨solución salina al 0.9%¨, eso que legos llaman ¨suero
fisiológico¨ y cuyo rumboso nombre sólo esconde su modesta composición: ¡agua
con sal…!, o es que de acuerdo con la memoria y
cuenta del Ministerio de Salud de 2015 ignoran que 20
de cada 1.000 recién nacidos mueren, ¡100 veces más que en 2014! ¿es o no es
eso genocidio?, ¿No es genocidio cuando los programas de vacunación infantil están
detenidos se arrastran malamente, las vacunas proceden del exterior a través de
un convenio con Cuba ignorándose detalles de registro, efectividad e inclusive
si cumplieron con la cadena de frío?; o no lo es cuando se obliga a
jóvenes entusiastas a emigrar por miles
a buscar trabajo en el exterior
con el corolario de desarraigo familiar y
exilio indirecto a
otros países cuando hacen tanta falta aquí donde son execrados, humillados y
mal queridos.
Todo ello nos ha conducido a
una «crisis humanitaria de salud¨ porque se están muriendo
pacientes venezolanos por la falta de piedad y medicamentos y porque el sistema
de salud del socialismo del siglo XXI ha colapsado por el propio peso de su
ineptitud e insania. Transitamos por la «peor crisis de la
historia», pues el Gobierno invierte apenas
el 4,3% del producto interno bruto en el sector salud, mientras que Bolivia
destina el 6%, la Argentina 8% y Colombia 9%.
No cabe duda pues que hay que activar los organismos
transnacionales como la Cruz Roja, la Organización de las Naciones Unidas, la
Organización Panamericana de la Salud, entre otros, porque no podemos dejar
morir de mengua a la población. Pero muchos de ellos reciben estipendios para
mirar de lado, para no denunciar lo que aquí pasa y ¡punto!
En otro contexto, es qué, no
importa que en el país existan 15 millones de armas en manos de civiles que
matan a un ciudadano inocente cada 20 minutos; ¿no es un genocidio que Cavim (Compañía Anónima Venezolana de Industrias Militares) y los militares que la
dirigen vendan balas a los delincuentes para que con ellas en forma cruel nos
corten sin razón el hilo de nuestras vidas y que buena parte de ellas ocurra en
adolescentes o adultos jóvenes…?
Es la línea isoeléctrica de la
detención aguda del corazón de Venezuela, esa que Rayma Suprani la comunicadora
social y caricaturista trasplantó con acierto en la rúbrica del padre,
iniciador y propulsor del genocidio venezolano, Hugo Chávez, aquel que decía
que ¨ser rico es malo¨ mientras su familia ha amasado siderales fortunas; ese
que aventó la lucha de clases, el que incitó a delinquir, inicialmente dirigido
a destruir a la clase media, pero la maldad y sus derivaciones fríamente
calculadas, hizo que permeara hacia los estratos más humildes; es el coma
profundo del alma y de la humanidad de mequetrefes que regulan nuestras vidas, es
sequia de ideas, es dejar pasar, es la inacción total, permitir que la muerte
no merecida ni llamada nos busque antes de tiempo… Sin pudor, recato ni
contención han enterrado la moral, la ética y las luces, la honra y la
liberación del hombre por sobre su instinto animal…
De acuerdo con la memoria y cuenta del Ministerio de Salud de 2015, los
convenios internacionales que ha adquirido Venezuela desde 2011 relacionados
con el sector salud ascienden a 4.091.696.266,73 dólares. El año pasado, para los
contratos con Argentina, Cuba, China, Uruguay y la Organización de Naciones
Unidas se ejecutaron 1.405.005.439,88 dólares para adquisición de medicamentos,
insumos y equipos médicos, que no paliaron la situación de escasez que vive el
país. La Federación Farmacéutica Venezolana aseguró que en enero el
desabastecimiento era de 80% y en febrero la Asamblea Nacional decretó una
crisis humanitaria. ¿Cómo podría esto denominarse sino empobrecimiento colectivo como medio de dominación
política?, una forma de negligencia criminal, una forma de genocidio…
La
Esperanza fue una divinidad honrada por los romanos; era según los poetas,
hermana del Sueño que da tregua a nuestras penas y de la Muerte que las termina…
La Esperanza es desear que algo
suceda: la conjugación de la esperanza de todos hace lo que ya está sucediendo
en nuestro país, un deseo ingente de cambio, un intenso deseo de crecimiento, su
color verde es característico y emblema de la naciente verdura que presagia la
cosecha de los granos; la Fe es
creer que va a suceder y si todos al unísono, unidos de las manos así lo
creemos, sucederá; y la Valentía es
hacer que suceda…
Apoyemos
a la Asamblea Nacional con sus errores y aciertos, integrémonos en la defensa
de la patria, dejemos nuestras cómodas posturas, no tengamos miedo, incitemos a
otros a seguirnos y más pronto que tarde, veremos los resultados de nuestro
esfuerzo…