En solo una veintena de años han cambiado tanto los tiempos en Venezuela, que apenas se percibe una tenue silueta de lo robusta que fue… La Universidad Central de Venezuela y su facultad de medicina, el Hospital Vargas de Caracas, tu Alma Mater, la mía, ha querido ser destruida en momentos de mengua nacional, y lo han logrado en su aspecto físico, pero aún mantiene incólume su moral y sus luces… y eso, debemos mantenerlo, porque sobre estas bases, como antaño, se erigirá la nueva universidad de Vargas y Razetti, una gran universidad que tenga la doble función que tenía, la de enseñar y pensar, donde el estudiante aprenda la ciencia y el arte de la medicina, pues el médico sin anatomía, fisiología, química y semiótica vacila, se encuentra sin norte, incapaz de alcanzar ninguna concepción precisa de la enfermedad, practicando una especie de profesión a palos de ciego, golpeando ya, la enfermedad, ya al paciente sin saber a quién da.
Si bien, la función primaria de la facultad es instruir jóvenes estudiantes acerca de la enfermedad: qué es, cuáles sus manifestaciones, cómo puede prevenirse, y cómo puede curarse, y para aprender todo eso, se necesita tiempo y disposición, pues los procesos de la enfermedad son tan complejos que es excepcionalmente difícil desvelar las leyes que las controlan, y aunque hemos presenciado una total revolución de nuestras ideas apenas es una primicia de lo que el futuro nos reserva. Éramos orgullosos de nuestra alma mater. El odio, terrible mal, parecido a la peor, más virulenta y más trasmisible enfermedad infecciosa, ha infiltrado sus bases y a muchos de sus hombres y mujeres. Han regresado endemias controladas en forma de hiperepidemias sin control, pero, además, siempre están surgiendo otras nuevas y más furiosas porque el ser humano ha facilitado su eclosión al descubrir, invadir y destruir sus hábitats.
Todavía en la década de los sesenta diagnosticábamos fiebre tifoidea o una infección paratífica con perforación intestinal a punta de clínica y la insegura tecnología de los antígenos febriles; luego se hizo cada vez más inusual el encontrarse con estos enfermos en razón del drenaje y tratamiento de aguas residuales y de distribución de agua potable, no contaminada… pero, ¿será que estamos a las puertas de tenerla nuevamente con nosotros como la difteria, el sarampión o la malaria…? ¿Quién puede medir y pesar la suma de dolor y sufrimiento que esta generación ha soportado, y aun ha de soportar, desde su nacimiento –la generación del bajo peso al nacer, la del cerebro corto- hasta su muerte –miserable y sin siquiera una urna que acoja sus restos-?
Todavía en la década de los sesenta diagnosticábamos fiebre tifoidea o una infección paratífica con perforación intestinal a punta de clínica y la insegura tecnología de los antígenos febriles; luego se hizo cada vez más inusual el encontrarse con estos enfermos en razón del drenaje y tratamiento de aguas residuales y de distribución de agua potable, no contaminada… pero, ¿será que estamos a las puertas de tenerla nuevamente con nosotros como la difteria, el sarampión o la malaria…? ¿Quién puede medir y pesar la suma de dolor y sufrimiento que esta generación ha soportado, y aun ha de soportar, desde su nacimiento –la generación del bajo peso al nacer, la del cerebro corto- hasta su muerte –miserable y sin siquiera una urna que acoja sus restos-?
Nuestra Alma Mater ha sido cambiada por otras cuyos nombres les queda grande, unas con malos profesores que nunca les aportarán aquella impronta mental que es, con mucho, el factor más importante en la educación y, además, les deformarán para creer que ya lo saben todo, perdiéndose la verdadera esencia de toda experiencia, y morirán siendo más ignorantes, si cabe, que cuando comenzaron. Pero, además, la ideologización de su formación se antepondrá a la adquisición de una cabeza de pensar libre y lúcido, y de un corazón bondadoso, porque para ello se requiere el ejercicio de las más elevadas facultadas de la mente que a un tiempo apela constantemente a emociones y a los más finos sentimientos del ser, acrecentando los límites del pensamiento humano, y es eso, precisamente lo que hace grande una universidad. Con galpones repletos de jóvenes de formación fraudulenta, no lo tendrán. Puede parecer descorazonador que después que tanto se ha hecho y que tanto ha sido donado en forma tan generosa tengamos que levantarnos e iniciar con decisión un nuevo camino con gran espíritu universitario, un algo que puede no tener una institución rica y del que una pobre puede estar saturada, un algo que se asocia con los hombres y no con el dinero, con el coraje y no con el poder, que no puede comprarse en el mercado, o crecer por una orden sino que viene imperceptiblemente con la entrega leal al
Momentos luminosos que quedarán inscritos en tu ser y que de vez en cuando surgirán, y entonces sonreirás al recordar a tu viejo profesor; aquel que estampó jubiloso su firma en tu diploma de médico-cirujano. Desde lo lejos sentiremos la satisfacción de haber influido en algo en tu formación, y que ser recordado es no morir, aunque ya estemos muertos… Pero ten cuidado, el progreso tecnológico que ha experimentado la medicina en lo que siento como de muy recientes décadas –apenas cincuenta, desde que me gradué y entré jubiloso en su maravilloso mundo-, parece casi de fábula. Se siente uno abrumado y a la vez asombrado de las nuevas técnicas de diagnóstico y tratamiento, pero la tecnología sin el arte es una falacia…
Y te marcharás a tierras desconocidas, de otras lenguas e idiosincrasias donde no siempre serás tratado con simpatía o benevolencia. Allá deberás ejercer tu arte sencillo en pro de quien te necesite, pues los médicos no conocemos de fronteras ni murallas, sin estridencias ni posturas inventadas, orgulloso de tu alma mater, te tus maestros, de tus mentores que, como Mentor, el de la mitología griega, trasfiguración de la diosa de la sabiduría Palas Atenea, siempre mirará por ti y por tu desempeño, y siempre estará allí para ti y tus necesidades, tu valer neto po
Momentos luminosos que quedarán inscritos en tu ser y que de vez en cuando surgirán, y entonces sonreirás al recordar a tu viejo profesor; aquel que estampó jubiloso su firma en tu diploma de médico-cirujano. Desde lo lejos sentiremos la satisfacción de haber influido en algo en tu formación, y que ser recordado es no morir, aunque ya estemos muertos… Pero ten cuidado, el progreso tecnológico que ha experimentado la medicina en lo que siento como de muy recientes décadas –apenas cincuenta, desde que me gradué y entré jubiloso en su maravilloso mundo-, parece casi de fábula. Se siente uno abrumado y a la vez asombrado de las nuevas técnicas de diagnóstico y tratamiento, pero la tecnología sin el arte es una falacia…
Y te marcharás a tierras desconocidas, de otras lenguas e idiosincrasias donde no siempre serás tratado con simpatía o benevolencia. Allá deberás ejercer tu arte sencillo en pro de quien te necesite, pues los médicos no conocemos de fronteras ni murallas, sin estridencias ni posturas inventadas, orgulloso de tu alma mater, te tus maestros, de tus mentores que, como Mentor, el de la mitología griega, trasfiguración de la diosa de la sabiduría Palas Atenea, siempre mirará por ti y por tu desempeño, y siempre estará allí para ti y tus necesidades, tu valer neto por lo que tendrás que ser firme y resistente como el cuero crudo…
deber y a los elevados ideales…
¿Quieres que te diga algo…? Contigo se va una parte mía y conmigo queda una parte tuya, pues los profesores prodigamos enseñanza y formación con la esperanza de que en algún lugar de tu corazón puedas albergar nuestra prédica de bien hacer, de bien querer al minusválido, de bien servir y de bien recordar agradecido quienes te guiaron en medio de guijarros y pedrejones en el camino de la medicina.¿Quien iba a pensarlo? Y de veras te digo que me siento muy feliz del momento en que nací y el haber podido vivir para estar presente y ser partícipe de tanto cambio y progreso. En algunos casos he podido acercarme a ellos no sin mucho temor –te lo confieso-, tragando grueso y sobreponiéndome a mi ¨ineptitud tecnológica¨, o mejor llamémosla, ¨terror tecnológico¨, ese que me incitaba a retirarme prudentemente de un computador para evitar ser engullido por él… En otros tantos he podido arrimarme, pero he sentido que la complejidad me supera y el tiempo necesario para entender e introyectar a ciencia cierta de qué se trata esa novedosa ciencia que me seduce y me atrae como el amor de la primera novia, es ya muy corto…
Pero, así como me fascina este nuevo conocimiento, entiende por favor, que también me embelesa la ¨vieja medicina¨, los ¨viejos procederes¨, los ¨viejos médicos¨, que, empleando su intelecto y sus suaves maneras, pensando y meditando a la vera del enfermo, echaron las profundas bases del oficio con gran sentido común, compromiso humano solidario y empeño por buscar la verdad…
Fueron ellos quienes nos legaron el disfrute del cercano contacto con el paciente, el placer del ejercicio intelectual atado al proceso del diagnóstico, la experiencia única del contacto real; y cuando te digo contacto, a eso me refiero, a tocar y ser tocado en una íntima comunión del que sana y el que quiere ser sanado, tal como se refleja en la pintura de Frans Van Mieris, el Viejo (1631-1681), ¨La Visita del Doctor¨: El médico, de denso ropaje a la usanza, con la mirada volando en lontananza, palpa con delicada suavidad el pulso de la paciente melancólica cuando todavía no había reloj con minutero, y así, transmitiendo seguridad con su arte sencillo; o la confianza ganada expresada en la obra del pintor Norman Rockwell (1894-1978), idealista y sentimental, ¨El médico de cabecera¨, donde la bonhomía trasluce en las maneras del viejo doctor ganando la creencia de su pequeño paciente.
Verás que ahora los enfermos no se tocan, todo el proceso del extraer la enfermedad desde el adentro hacia el afuera con el método semiológico, ahora lo hace una máquina sin el toque mágico de las manos y la actitud del médico… Pero ten cuidado, pues además corren tiempos cuando el enfermo se toca por pura rutina, sin que el tocamiento tenga ningún sentido, ninguna finalidad, ni muestre ninguna alianza entre el que toca y el que se deja tocar.
¿Sabes? Imagina al feto en su cálido aposento, sumergido sin ahogarse en el agua milagrosa del vientre de su progenitora, percibiendo los monótonos ruidos de su entorno que tendrá por compañeros durante su nuevemesina reclusión: El acompasado ritmo de corazón de su madre; el atropellado murmullo en vaivén de la sangre inundando los lagos placentarios; el rítmico pulsar de la arteria aorta; el zumbido continuo de la sangre de retorno, ahí mismito, ascendiendo imponente y majestuosa hacia el corazón por las grandes venas cava superior e inferior … y de repente, perturbado por los incómodos gruñidos de las tripas en plena digestión. Y cuando alcanza la madurez fetal, de pronto su tranquilidad es sacudida, su cuerpo comprimido aquí y allá en sucesión de contracciones, los huesos de su cráneo se solapan y su cuerpo se estrecha; y hasta a lo lejos, puede percibir los quejidos de dolor de su madre a una frecuencia cada vez más implorante…
De pronto su cuerpo es echado fuera del acogedor claustro materno y lanzado por el canal del parto. El niño siente por vez primera una primitiva sensación de amenaza y finitud, el terror le invade sin saber por qué ni de dónde proviene; inerme y desvalido debe sentir, tal vez, alguna noción de serio peligro cuando transcurre el imborrable trauma del alumbramiento… Si pudiera verbalizar el momento gritaría, ¡Mi Dios, sálvenme que me muero!, pero sólo alcanza a llorar sus primeras lágrimas…
Ese ¨lloró al nacer¨ qué recogemos en las historias clínicas como evidencia de que en sus diez primeros segundos llenó sus pulmones de oxígeno y ocurrió felizmente el complejo y milagroso cambio en su circulación… Pero mira quien lo recibe con ojos esplendentes: una suave y armoniosa voz de bienvenida que le llena de besos y caricias, las manos delicadas y cálidas de su madre que le soban todo el cuerpo insuflándole lo que es percibido como una primigenia pero segura noción de protección. Su madre es pues, su única vinculación con la nueva vida, su refugio, su esperanza, su salvación pues sin ella o su substituto, moriría cruel e irremisiblemente como en la alegoría ¨La Matanza de los Santos Inocentes¨ de Nicolás Poussin (1594-1666); pero a la inversa, estaría el caso de Samuel Armas (1999), cuando en manos competentes de sus médicos es interrumpido su descanso pero con significado de vida: in útero le corrigen un mielomeningocele, y él toma con su manita agradecida, el dedo enguantado del cirujano.
Pues bien, aprende que los médicos somos padre y madre a la vez. La enfermedad despierta ese niño asustado y temeroso que nunca dejó de existir y que muy adentro todavía llevamos conjuntado al terror sobrecogedor como lo fue al inicio de la vida; sería pues demasiado pedirle a un ecógrafo, a un tomógrafo o a un resonador que le hiciera evocar esas mismas experiencias de esperanza…
El distanciamiento entre el médico y su paciente, quizá no sea nada nuevo. Tal vez en épocas pretéritas se quejaron muchos enfermos de lo mismo, de la frialdad del trato, del desprendimiento afectivo, del trato rudo, de la metalización del oficio, en fin, de la desnaturalización de la profesión.
Hay enfermos que son sanos para las máquinas, pero cuyo semblante es trasunto de remordimientos de conciencia, de penas y frustraciones, de duelos no elaborados y su ansiedad, es sólo ansiedad por falta del contacto humano… Toda esa cantidad de procedimientos tecnológicos y pruebas bioquímicas están diseñadas para ser usadas en la parte animal del paciente tantas veces en ausencia de un criterio clínico, tan sólo para que produzcan dólares a los fabricantes, y con muy poco esfuerzo, pingües ganancias a nosotros, los médicos.
¿Cómo prepararnos para ver y sentir esa otra, la afectiva, sin la cual no habrá de existir un alivio ni una verdadera sanación? La diferencia es quizá que él no fue tocado o comprendido con esas ¨manos perceptivas¨, a las que se refiriera Lewis Thomas, M.D. (1913-1933), al decir que, ¨La más antigua pericia del clínico es recorrer con sus manos el cuerpo del paciente…¨, pues mediante ese tocamiento el enfermo establece un vínculo con la buena madre protectora que él y todos los médicos llevamos introyectada muy adentro.
Existe creciente evidencia de que la medicina de últimas década en vez de preservar la salud y la dignidad humanas, cada vez perjudica a más personas sanas a través de la detección más temprana de supuestas ¨enfermedades¨ cuya definición es cada vez más amplia para englobar a más personas; veamos, en mi época se consideraba una cifra de colesterol de 250 mg/dL como normal; ahora, se aterroriza a una persona cuando es superior a 200 mg/dL; la epidemia de osteoporosis parece una invención: la causa más frecuente de fracturas en viejos es la falta de ejercicio que conduce a sarcopenia, atrofias musculares y pérdida del balance, así que una caída hace el resto; más que tratar la supuesta condición e indicar medicación por cualquier síntoma, motivemos a
nuestros viejos a que hagan una caminata vigorosa. Surge ahora igualmente el multimillonario negocio de la «pre-hipertensión». Con él, un creciente número de pacientes sanos serán conminados a recibir tratamiento so pena de morir de un conflicto vascular… y más dinero para para las arcas de quienes le han enfermado estando sanos.
Ya no se habla de hábitos saludables como los que preconizaba el Regimen Sanitatis Salernitanum entre los siglos XI y XII, ¨Si te faltan médicos, sean tus médicos estas tres cosas: mente alegre, descanso y dieta moderada¨. ¡Puras pamplinas…! Afortunadamente y a contrafilo, una creciente literatura científica está mostrando preocupación porque demasiadas personas están siendo medicadas en exceso, tratadas en exceso y diagnosticadas en exceso: Programas de pesquisa para detectar cánceres tempranos que nunca provocarían síntomas o muerte, tecnologías de diagnóstico tan sensibles que identifican «anormalidades» tan minúsculas cuya presencia haría menos daño que el tratamiento para eliminarlas.
Ampliar las definiciones de enfermedad trae aparejado que personas a riesgos cada vez más bajos sean etiquetados de enfermos a permanencia y sometidos a tratamientos a permanencia sin beneficio cuando no dañinos. Es un gran negocio ese de hacer creer a las personas sanas que están enfermas… Pero, ¨Time is money¨. Se estima que cada año en los Estados Unidos, más de $200 billones son ganados por la industria farmacéutica, de aparatos de diagnóstico y desperdiciados en tratamientos innecesarios por lo que la carga acumulada de diagnóstico de enfermedad en personas sanas plantea una amenaza significativa para la salud humana. ¿Puedes intuir que no te será fácil ejercer? Serás movido como títere de un guiñol ante la aprobación de la sociedad que te rodea.
Esa vieja medicina que verás despreciar hasta por muchos de tus admirados profesores, que ahora rinden adoración a la máquina y a la droga terapéutica como en su momento los judíos en olvido de El Señor, adoraron al Becerro de Oro construido por Aarón cuando Moisés remontaba el Monte Sinaí…, que mirarán a sus pacientes en exclusión de su parte humana y espiritual, de su biografía hecha de penas y alegrías, de éxitos y de fracasos; olvido que quizá no hará demasiado bien ni a ti ni a tus futuros pacientes.
No permitas pues, que nosotros tus maestros con nuestras equivocadas enseñanzas fundadas en técnicas frías y terapéuticas de moda, borremos de tu corazón el por qué se hace uno médico. No es para amasar riquezas o recibir prebendas de la industria farmacéutica, o para atomizar el cuerpo del paciente, o para tratarle como un bien de consumo que se negocia; es simplemente para ayudarlo en lo físico y espiritual tendiéndoles la mano para mitigar su soledad y sus dolores ayudándolo, por supuesto y ¨en su momento¨ con lo mejor que la tecnología tanto exploratoria como curativa pueda aportar, y recodando que no somos dioses y que nuevas formas de enfermar están siendo creadas por la sociedad misma.
El buen camino se encuentra en preservar la unidad del enfermo, el micro y el macrocosmos universal al cual se encuentra atado, y esto, sin duda será tu responsabilidad de médico al intentar la relación armónica entre la parte y el todo, siguiendo la regla dorada, la proporción áurea, la divina proporción de Leonardo. Con ello, por supuesto, no quiero insinuarte que descuides los aspectos técnicos y científicos del oficio que son piezas que debes a aprender a engranar perfectamente con aquellas otras, las humanísticas y espirituales.
De no ser así, progresivamente te envolverá esa ceguera y agnosia espirituales… signos de estos tiempos turbulentos…