El fondo del ojo

Hubo un largo período del saber médico durante el cual todo lo existente tras la negra pupila de un ojo viviente, se encontraba sumido en la umbrosa espesura de la ignorancia. Era la llamada «catarata negra», bastión inexpugnable. A despecho de tantos y tantos intentos a lo largo de los siglos, ninguno había tenido éxito en descorrer el velo que permitiera observar la retina, esa inigualable estructura responsable de la visión ni de sus tejidos vecinos, el vítreo y la coroides.

Ocurrió entonces que cercano al invierno de 1850, el genio de un joven físico y fisiólogo alemán, penetró la recóndita urdimbre del órgano visual mediante la invención de un simple instrumento para iluminar y a la vez escrutar el interior del ojo. El descubrimiento de Hermann von Helmholtz (1821-1894), engendró de súbito una enorme revolución de entusiasmo; admiración sólo comparable con la que se generó en radiología con la invención de la tomografia computadorizada por G. N. Hounsfield en 1972.

Así, sobre los hombros del humilde oftalmoscopio de imagen directa primigenio fue fundada y se erigió la oftalmología como ciencia moderna, y desde entonces, no ha habido tejido viviente que haya sido sondeado tan fácilmente, tantas veces y con tanto interés y gratificación como la retina humana.

Podría pues suponerse que luego de tantas y ‘tan lúcidas observaciones realizadas por cerca de ciento cincuenta años deberían ya conocerse todos sus intríngulis y secretos. ¡Nada más alejado de la realidad! La cantera de sus misterios no ha sido del todo agotada y todavía queda mucho por observar, descubrir, reconocer, describir y explicar.

Por ello, el examen del fondo ocular debe considerarse como el más difícil de los métodos objetivos de exploración pues la interpretación de los hallazgos en él encontrados exige desprejuicio, conocimientos y experiencia, pues sólo se reconoce lo que se ve y sólo se ve lo que se reconoce.

Graciosamente, la oftalmología contribuyó con otras especialidades y particularmente con la medicina interna y las neurociencias, ofrendándoles esta indispensable herramienta del mirar, y siendo que los aspirantes a médicos del siglo pasado fueron enseñados con alguna profundidad en el arte de su empleo, ahora cuando es más útil que nunca como baluarte del diagnóstico de la enfermedad interiorizada o local, pocos internistas y aún especialistas relacionados con el ojo, se sienten confortables, admirados o apasionados cuando se asoman al complejo escenario visto desde esta bondadosa atalaya para identificar la enfermedad interna.

Hoy entrego este libro al estudiante de medicina, al internista y a todo médico de espíritu joven que aprecie de veras la observación fina con la esperanza de facilitarle un autoaprendizaje. No dudo que el especialista oftalmólogo se aburra con su simpleza.

En realidad no va dirigido a él. Durante los cortos años de enseñanza de la clínica médica, el tiempo empleado para suministrar la información sobre el ojo y sus anexos, suele ser muy breve, su contenido habitualmente superficial y su énfasis, puesto más en el ojo como órgano sensorial individual e injustamente aislado del contexto corporal, que como parte de ese «todo indivisible» que es el hombre enfermo, donde la enfermedad sistémica puede y con frecuencia se refleja.

De esta forma, durante el examen físico muchos médicos aunque aptos para percibir las anormalidades oculares presentes, no están capacitados para evaluarlas adecuadamente y por tanto, para analizarlas o interpretarlas, por lo que a menudo las simplifican, ignoran o malinterpretan, con el agravante de que es infrecuente que vayan luego a consultar sus dudas. Es así como fundamentan sus diagnósticos en otros hallazgos físicos, privándose de este importante venero de información que es el ojo y particularmente la retina, que muy bien puede conducirles al diagnóstico de la condición generalizada.

Lo que tampoco parece el internista haber introyectado es que con frecuencia los hallazgos oculares sirven de arbotante en el proceso de toma de decisiones y que su incorporación, no sólo mejorará la exactitud de sus diagnósticos sino que también redundará positivamente en el cuidado de sus pacientes.

Esta pequeña obra de texto es parte de lo que ha sido ocupación, preocupación y pasión de nuestra vida como médico. Al través de la ventana ocular hemos tratado de mirar hacia el cuerpo y desde el cuerpo, hemos ido al ojo a buscar apoyo para comprobar o desaprobar el basamento de nuestro análisis sobre lo que mortifica al enfermo. Nuestros queridos pacientes del Hospital Vargas de Caracas han sido al máximo generosos como para permitirnos una y otra vez dilatar sus pupilas y mostrándonos al desnudo su intimidad, enseñándonos todo cuanto sabemos.

Como si fuera poco, han consentido en que fotografiáramos sus retinas muchas veces así que pudiéramos mostrarlas a otros. Al través de los numerosos cursos que hemos dictado sobre fundoscopia clínica, el interés y las preguntas de nuestros alumnos han sido un acicate para tratar de hacerlo cada vez mejor, obligándonos a estudiar más, a ser más veraces y rigurosos en lo que hemos de enseñarles, a expresarnos con propiedad, claridad y sencillez y a instruirles acerca del dudar sobre lo que les enseñamos. Es nuestro deseo que la observación del fondo ocular les maraville tantas veces, les sobrecoja tantas otras y les sea de tanta ayuda como lo ha sido para nosotros al través de los años.

La única pretensión que abriga esta publicación que presentamos ante nuestros colegas y alumnos, es la de introducir al estudiante de medicina y al médico general, internista o especialista, al estudio semiológico simple y sistemático del ojo en lo general y del fondo ocular en lo particular. Ambos constituyen una sucesión de objetivos, procedimientos clínicos de cabecera que sin lugar a dudas les depararán información útil y de primera mano para comprender al paciente y el drama de su enfermedad, prerrequisito indispensable para brindarle una ayuda directa y eficaz.

Creemos que llenará un vacío en el medio venezolano donde el interesado, sea estudiante o médico, a menudo carece de una publicación no especializada que le enseñe los rudimentos necesarios para que desde esa simple plataforma, catapulte su interés hacia la multitud de libros de textos especializados existentes e inicie un estudio más serio y profundo de estos aspectos.

A nuestros leales pacientes y alumnos llegue nuestra impagable deuda de gratitud.

Dr. Rafael Muci-Mendoza