Don Diego de La Vega y su paradoja…
Comentarios relativos al médico moderno y su ceguera funcional
La California mexicana del siglo antepasado, se caracterizó por inestabilidad política y un exacerbado espíritu independentista que culminó en 1836, en el establecimiento por corto tiempo del Estado Soberano y Libre de la Alta California, liderado por el nativo californiano, Juan Bautista Alvarado y Vallejo (1809-1882).
En ese contexto, surge explicablemente, la leyenda del Zorro, un patriota que tras un antifaz esconde su verdadera identidad. ¿Quién en su infancia no conoció y admiró a este extraño personaje de la California separatista? ¿Quién no trató de emularlo en sus juegos infantiles? Su omnipresencia en carnavales al través de los tiempos, atestigua su arrebatador atractivo, no siendo difícil hallar una media docena de zorros en cualquiera fiesta infantil. Gallardo, valiente, justiciero y galante, capaz de enfrentar íngrimo, a un crecido número de oponentes. Diestro en el manejo del florete, jinete consumado, burlador insigne y artista del doble juego como un político cualquiera.
Quizá por ello creemos, que El Zorro encarna al verdadero héroe lúdico. Ese, que a diferencia de Tim McCoy, Wyatt Earp o Clint Eastwood, jamás nos comprometió a eliminar al enemigo, pues nunca le vimos matar a un rival. Su arma más contundente la constituyó, el hacer el ridículo de su oponente, a menudo cortándole el cinturón con un certero golpe de florete, exponiendo a rostro descubierto las “interioridades” del adversario. Tan considerado ha sido en su arte, que al trazar con su arma su famosa rúbrica, su “Z” identificadora, no osó tan siquiera, rasguñar su piel. Jugar pues al El Zorro, era jugar sin matar, era divertirse, era vivir en pleno una fantasía desprovista de culpa posterior…
Sentimos o estamos insensibles ¿Cómo no identificar el uno con el otro…?
Sentado en una butaca del Teatro Imperio de mi Valencia natal, mi angustia de niño crecía al asomarme a la posibilidad de que se descubriera la doble personalidad de mi héroe. Me tranquilizaba no obstante el saber, que ello no ocurriría, porque de ocurrir… ¡se acabaría la película! Pero muy a pesar de mi devota preferencia, siempre entraba en conflicto con el admirado personaje. ¡Algo debía andar mal con él! ¿Cómo era posible que el secreto de su duplicada personalidad, que trocaba en sólo segundos a Don Diego de la Vega en El Zorro, ¿no hubiera sido descubierto? ¡Era para mí tan simple! Los indicios abundaban. Su motivo principal visual era típicamente un traje negro con una capa o capa española negra, un sombrero también negro de ala plano conocido como sombrero cordobés y una máscara de manto negro que cubría la mitad superior de su cabeza. Ese discreto antifaz vestido por El Zorro, apenas si cubría un quinto de su rostro, dejando al público escrutinio sus ojos, mentón, boca, frente y orejas; y el más revelador, el simétrico bigotico con sus bordes cortados a pico con milimétrica precisión. Y como si ello no fuera poco, su voz, estatura y complexión, su forma de andar, sus manos y el tamaño de su calzado. ¿Cómo podía entonces ocurrir que nadie hiciera la conexión? No bastaba entonces para mí, oponerle la contrapartida ciudadana de Don Diego, atildado, moderado a ultranza, enemigo de la violencia y hasta cobardón. Excusemos al imbécil del Sargento García, buenote y mofletudo, despistado nato y de limítrofe inteligencia. Pero, qué decir de su oficial superior, de los soldados y del mismísimo representante de la Corona.
Un completísimo corro de ciegos y sordos selectivos, alrededor de un enigma resuelto, incapaces todos de ver la realidad desenvuelta antes sus ojos invidentes, donde la observación con despliegue de los cinco sentidos era negada, o no había sido cultivada. Lógicamente, este embotamiento de facultades, obedecía a la estrategia del creador del personaje y era esencial para la supervivencia del mismo. De esa forma, trocaba lo puerilmente obvio, en misterio inextricable. Pero, ¿qué lección para los médicos encierra esta paradoja de dos sujetos similares que no pueden ser reconocidos como el mismo?
La paradoja de Don Diego de la Vega simboliza en la relación del médico moderno con su hacer, esa realidad que pretende no ver, lo obvio que quiere ignorar y que, a fuerza de pretender no sentirlo y negarlo, ha trastrocado su oficio en mofa al cambiar la concepción del médico, el paciente y la medicina. Percepción comprensible, aunque no excusable en el médico necio; imperdonable en el despierto, en el docente que moldea mentes jóvenes o en aquél que sólo lo hace por propia conveniencia. Hasta hace pocas décadas, considerábamos la Medicina como un arte. Ahora, todo parece indicarnos que es un vulgar negocio. El concepto de la Medicina, muy a nuestro pesar, ha venido involucionando, cambiando y modificándose hasta en sus cimientos, y me temo que muy pronto, no podamos reconocerla de lo que alguna vez fue, o de la que alguna vez anhelamos que fuera. No porque antes todo fuera perfecto, sino porque algunos de aquellos atributos de altruismo y compasión que recordamos como buenos y efectivos, ahora o se han perdido, o corren el riesgo de extinguirse. Los médicos, por nuestra propia cuenta o al través de empleadores, cada vez más materializados e inhumanos, hemos permitido que otros dispongan y gobiernen nuestros destinos y el de nuestros pacientes.
La historia clínica, extraordinaria herramienta del médico, representación de la comunicación, instrumento único, vínculo maravilloso de la relación médico-paciente, es ahora tildada de anacrónica y consumidora de tiempo, de ese tiempo que el paciente sin saber reclama, no dejando lugar para una comunicación que comprenda y sane. Nos angustia comulgar con las ansiedades del enfermo y por ello, rechazamos todo contacto espiritual. El arte de la medicina es ahora amenazado por la tendencia a aceptar la supremacía de una tecnocracia alienante, invasiva y omnipotente, donde no hay espacio para esa emoción que vibre al unísono con el sufrido. Usamos más máquinas costosas para obtener respuestas que ya conocíamos desde antes, o que deberíamos haber conocido de modo más simple. De alguna manera, el conjuro visionario de George Orwell se ha trasladado a la realidad…
Ya el paciente no cree ni escucha con admiración y respeto, y a menudo, no acepta recomendaciones y consejos, tal vez porque el mismo médico, ya no es más un ejemplo de lo que debería ser, ya porque no ha incorporado el arte de escuchar sabiamente, ya porque su ejercicio está signado por la prisa y la ganancia pecuniaria; ya porque es movido como un muñeco de un guiñol por corporaciones comerciales que nada saben de aflicciones.
Siendo ello tan claro como Don Diego escudado tras El Zorro ¿Cómo es posible que el médico y el paciente, ciegos y sordos funcionales, no lo perciban? Estos agitados tiempos de soledad en medio de la multitud, parecen mostrarnos que quizá nuestros enfermos, no necesiten de tantas pastillas, de cirugía o medicina tradicional o alternativa, pues buena parte de nuestros tratamientos son innecesarios. Seguramente, están más necesitados de nuestra sabiduría, de nuestra comprensión e inteligencia, de nuestra empatía, capaz de devolverles sus temores tornados en esperanzas, sus dolores en fe, sanación para sus llagas espirituales y físicas, que les reconcilie consigo mismos y con nosotros, por haber errado el camino. El original pecado cartesiano, es el de haber creído que los médicos sólo tratamos las enfermedades aposentadas en sus cuerpos, al disociar soma, mente y espíritu. Si alcanzamos a conocer todas las enfermedades, si buscamos con nuestros prodigiosos aparatos dónde se encuentra enmarañada, el final feliz será su derrota… creemos. Pero en esta óptica equivocada de ver las cosas, con la que modelamos las mentes de nuestros alumnos desde los tramos inferiores de la carrera médica, el enfermo, alfa y omega del acto médico, queda totalmente fuera de nuestro alcance, pues tratamos sólo enfermedades y no seres humanos enfermos. Se dice, pero no se insiste ni se enseña mediante el ejemplo, que el aliado más importante del médico es la comunicación total con el paciente, especialísima forma de satisfacer sus necesidades como persona integral con mente, cuerpo, espíritu y entorno.
Esta manera de sentir el arte, requiere por supuesto, de médicos adultos, maduros y solidarios en el real sentido de las palabras, y por ello, es más fácil y menos comprometedor, ser un técnico deshumanizado que un verdadero médico. Bien lo decía Hipócrates, “Los médicos, muchos son de hecho y muy pocos de derecho”.
Como en la paradoja de Don Diego, tampoco percibimos que para las industrias millonarias de la medicina prepagada, de la polifarmacia y del instrumento médico de última generación, poco importa el paciente y su sufrimiento, y mucho más las ganancias. Y nosotros, nos hemos convertido en tristes instrumentos de venta y a la venta… Y es por ello que fuerzan, una de las tendencias más amenazadoras de la medicina clínica, como es la de aceptar los nuevos procedimientos diagnósticos y terapéuticos sin la garantía de una mínima seguridad de su inocuidad y eficacia.
Por tradición, el médico ha visto las nuevas ideas con precaución y ha esperado pacientemente antes de adoptarlas, por los resultados de estudios a mediano y largo plazo, razonablemente controlados. Ahora, cualesquiera de nosotros, aceptamos cándidamente resultados preliminares de algún estudio piloto, aún no confirmado o revisado críticamente por otros investigadores. Vivimos y ejercemos al día y a la moda, después, ya no recordaremos aquel instrumento arrumado en algún rincón de nuestro consultorio por inútil, ni las desgracias producidas por aquel otro medicamento que, publicitado como panacea, resultó lesivo a la salud. Una cuota de saludable escepticismo, ya no tiene cabida en nuestras prácticas…Y me temo que es una batalla perdida para los que creemos que hay que volver a la esencia de nuestro arte.
¡Paradójicamente, estamos cambiando oro por abalorios…!
¡Paradójicamente, no podemos identificar la similitud entre El Zorro y Don Diego de la Vega…!
Apreciado Rafael, excelente articulo y la simbología con El Zorro, ese personaje que como bien describes, fue parte importante de nuestra infancia. A pesar de que en Oftalmologia la comunicación con el paciente no es tan amplia como en Medicina Interna, mis pacientes se encuentran con un medico que les pregunta que actividad hacen, donde viven, de donde son, donde están y que hacen sus hijos. Estas simples preguntas les hace sentirse en completa comunicación con su medico y una resolución adecuada a sus problemas. Igualmente sucede con los pacientes jóvenes, cuyo problema no es una simple refracción o una blefaritis. Es interesante preguntarles que estudian y en que les gustaría ejercer su actividad futura. Es innumerable las veces que una sugerencia de nuestra parte ha cambiado el futuro de un joven indeciso.
SALUDOS ESTIMADO DR AMIGO, COMO SIEMPRE SU MAGISTRAL PARADOJA PARA ELEVAR MI ADMIRACION A TU CREATIVIDAD, acertadamente relacionas y todos nos movemos porque sin ese medio que llaman dibero, ahora, verdes, lechugas, divisas..como vivimos…no es la felicidad pero si el 95% como compro el mestinon, el olmeprasol, el bisoprolol fumarato, el clopidogrel….meducunas que tengo que tomar mientras respire…. y ya tengo poco mas de los 12 meses que no me conslto contigo en el consultorio de los 1700 buhos, pero como estas en este simposio, la semana que viene llamo a Victoria..