Elogio de la pava… (redivivo)

¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? Corintios 15:55

Tantos me han repetido que el socialismo del Siglo XXI es tan pavoso de mal agüero que he terminado por creérmelo. Por su intermedio los ríos se han secado, las vacas ya no dan leche, los militares no defienden, la tierra se tornó baldía, los malandros viven su mejor momento, el venezolano es despreciado, sus seguidores se han quedado sordomudos y ciegos de los ojos, y el petróleo ha vuelto al profundo foso de donde emergió… Y para los venezolanos la pava es cosa muy seria; todos negamos su existencia pero todos adoptamos medidas para mantenerla alejada de los linderos de nuestras vidas. La mala suerte, mabita, mala sombra, guiña o pava con su cualidad de pesadumbre, parece hacer presa de los espíritus ligeros, pero ahora, también la ha cogido con los más fuertes…

La pava macha o mabita espesa, es aquella que dura cien años y va pasando de generación en generación, y peor aún, carece de ¨contra¨; esperemos que sea la que ahora afecta al gobierno, sobre el cual gravita un rechazo del 85.7% de sus infelices seguidores. La pava siríaca es más fuerte que la ¨pava macha¨ y tipificada como una persistente y muy tenaz, resistente al cariaquito morao, a los ensalmos y a la barba de jojoto.

      Aquiles Nazoa elevaba una plegaria suplicante, ¨Bambarito, noble amigo / prueba que tu ciencia es brava / ¡y haz algo contra la pava / que está acabando conmigo!

  Según Nazoa, ¨a tan peculiar expresión del folklore caraqueño le viene el nombre de pava, ave nocturna así llamada -en otros tiempos, habitante de las arboledas de El Ávila-, cuyo vuelo sobre las casas en la alta madrugada con su melancólico quejido, se tenía como anuncio de desgracia¨. Así pues, la pavita de la muerte es el heraldo que anuncia las cosas muy malas que están por pasarle a los rojos traidores del pueblo ¡Uy, guillo!; así, que blandiendo su guadaña les persigue el frío acero del Ángel del Abismo, o en su defecto, alguien caerá terriblemente enfermo y desahuciado como ya ha ocurrido…

Pero resulta que no es una sino dos avecillas: Glaucidium brasilianum y Athene noctua: unas lechucitas rechonchas de unos 15 cm de altura, sin penachos auriculares, de plumaje pardo con estrías blanquecinas en el pecho y el vientre, con cara de funesto presagio, ojos soñadores, y harto pavosas. Definidas como lúgubres, mensajeras de días de desolación y  tristeza, no tienen consideración con la maldad, el manirrotismo ni con la mentira. Su canto juuts, juuts, juuts, es agorero, triste y a la vez dulzón, grave, monótono y acompasado y para el cual no valen amuletos terciados en el pecho, pepas de zamuro, collar de peonías, ni invocaciones al Negro Miguel ni a las Siete Divinas Potencias. Desde hace días cantan en un alero de Miraflores y desde ahí aguaitan miserias y temores, conspiraciones entre amigos rojos del alma y tragares gruesos; por malaventura, es una pavita extraviada, nadie la puso ahí, ella solita vino del Ávila de nombre cambiado y allí se posó a presenciar el despiporre del fementido socialismo…

Aunque se dice que para ahuyentarlas y traer la suerte, el Viernes Santo a las doce del día debe cortarse una ramita de albahaca silvestre y con un gramo de incienso colocarla en el bolsillo izquierdo del pantalón o dentro del bolso, el citado día está lejos y la cosa cada día está más pelúa para ellos; en el juego de su incompetencia, se han tragado hasta los dólares de su cuantiosa y miserable clientela, especialmente de los jubilados. Un pecado jamás visto… Se comieron hasta el primer maíz tradicionalmente de los pericos y se bebieron el agua bendita de las pilas bautismales… Las descomposiciones de estómago, las agriuras, las palpitaciones, la angurria, el culillo, los insomnios y los temblores con piloerección y sudor, están a la orden del día.

La gente no aguanta, la plata no alcanza, los viejitos se nos mueren de mengua, el hampa domina, a sangre fría intoxican a los reclusos en Uribana, la universidad ya no es universal sino parcelaria, resurge el resentimiento y la envidia hacia el IVIC y hacia todo aquel que haya estudiado, la corrupción cunde como verdolaga y para colmo, Dios ocupa su tiempo con el hambre y la mortalidad infantil en África Subsahariana, y el Santo Padre distrae su tiempo en otros lares… Tremendo caos el que dejó el finado comandante, ese que ordenó comerse las vacas gordas y ahora no queda ni el repele de las flacas. Están presos y maniatados en la cárcel de su desolación…

Siento pena por los limosneros apostados cerca de la Iglesia de San Francisco donde baten sus perolitas para llamar la atención de los viandantes por el amor de Dios; ahí, cerquita de la Asamblea Nacional, donde se bate el cobre, donde cunde la influencia y los buenos negocios, y las comisiones se caen de maduras en sus pasillos. ¿Cómo darles tan poco, como un billete de 2, 5, 10 o 20, ahora de 5.000 bolívares fuertes…? ¿Para qué les serviría…? Muchos duermen en los recovecos del Centro Simón Bolívar apestoso a irrespeto, a orina serenada, a miseria, a latrocinio, a tiempo perdido, a fracaso social, a oportunidades que no volverán… mientras por arriba las ratas pululan y engordan.

Leyendo los caracoles, paleros y babalaos habían pronosticado que los precios del petróleo batirían la cota de los 120 dólares, ¡Magia necia, desbrozadora de hechos macabros y ominosas supersticiones! Tienen que leerse y absorber la parábola de los talentos pues cavaron un hoyo en la tierra para esconder el dinero de su Señor y aquel proclamó solemnemente, ¨Porque a todo el que tiene, se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Y a ese siervo inútil, echadle a las tinieblas de fuera. Allí será el llanto y el rechinar de dientes¨. El descenso, tantas veces pregonado y tantas otras desoído, es en picada y los imbéciles envían a pazguatos y mamelucos a negociar en la OPEP: Allá les tiran: ¡Tres y una plegaria…! Eso fue lo que les tiraron, los mandaron a cultivar la tierra que han dejado estéril de tanta maldad y sevicia agravada. La pava que les ha caído es recontra ultra siriaca: el mabitógrafo de Nazoa está a reventar, registra en pavovatios la máxima lectura…

El pajarito de Maduro no es tal, es la pavita de agorero canto que anuncia el término de la miseria humana y para el cual la cuerda donde se anudan piedras diversas contra el mal de ojos, azabache y corales y una imagen de Santa Helena, la que deslumbra y hace fácil las fugas, no les servirán, no hay contra para la ineficiencia, la maldad, la vileza y el vicio…

Para finalizar mostraré una lista –por demás incompleta- de las situaciones  o hechos pavosos.

-El carnet de la patria

-Hablar gritando por celular en el ascensor y mirando al infinito.

-La fiesta del nuevo ministro de energía.

-Pantalones con leyendas en el trasero, como “sexy” o ¨sabrosa¨ en cada nalga.

-Decir «cualquier cosa te llamo…», o ¨vamos a ver si nos vemos…¨.

-Alpargatas margariteñas de fieltro negro tejidas que en una dice, «Te» y en la otra, «Amo».

-Una saya blanca para la luna de miel con un agujero a la altura del pubis y bordada la leyenda, ¨Lo hago por amor a Dios¨.

-Usar botas de esquimal, gorros de lana y suéteres cuello de tortuga en nuestro clima.

-Pagar en el supermercado con cestatickets y pedir el vuelto.

-Los hombres con bolsitos de cuero o ¨maribolsas¨.

-Las mujeres que en plena calle se acomodan el sostén o se suben los pantalones, tres enviones cada vez que se paran de una silla.

-Los piercings y tatuajes, especialmente mariposas coloreadas en las fosas ilíacas o cerca de la raja.

-Niñitas maquilladas y vestidas igual que sus mamás.

-Usar medias tobilleras durante las reglas para prevenir un mal aire.

-Los gordos con franelas Polo y el ombligo expuesto.

-Fumar con la candela paꞋdentro.

-Los hombres que salen a la calle con pantalones cortos y medias tobilleras.

-Las mujeres que se maquillan en el Metro.

-Pedir plata con una radiografía o un récipe en la mano.

-Ir por la calle con un palillo en la boca.

-Decir «disculpe lo malo», o «disculpe lo pobre», cuando se reciben o despiden visitas.

-Usar pitillo para tomar agua (en general: usar pitillos para beber).

-Las zapaterías que ponen reguetón a todo volumen dizque para atraer clientes.

-Los bluyines agujereados o desguañangados.

-Las areperas con nombres en inglés.

-Engraparse los ruedos del pantalón o la bragueta: muchos han quedado desmembrados.

-Hombres con las uñas pintadas.

-Llevar a pasear al perro en carro mordiendo el aire.

-Usar bolsas de tiendas caras para llevar la comida a la oficina.

-Los choferes de buseta que ponen música a todo volumen.

-Mujeres con paisajitos pintados en las uñas.

-Vestir a perros con franelillas y botitas.

-Piedras pintadas con la bandera de Venezuela.

-Tratar a todos de «mi amor» o ¨mi reina¨.

-Decir soy rojo rojito…

-Los platos de cartón.

-Adultos que piden «cajita feliz» para ellos.

-Pedir en el restaurant que te envasen los restos de la comida «para el perrito».

-Cajeras limándose las uñas.

-Hombres haciéndose la manicure.

Pero siendo más serios finalizamos:

¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? Corintios 15:55

rafaelmuci@gmail.com

 

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Elogio del doctor Jekyll, Mister Hyde y el Hospital Vargas…

 

«Lo que no mata engorda…», susurró el buenote de Juan Rebolledo con sus ojitos brillantes y unidos de cuchicuchi hambriento fijos en la hamburguesa «ene» veces refrita que el «perrocalientero» le extendía en medio de una nube de golosas moscas…

Del improvisado ajicero siempre dispuesto para satisfacción de gustos exigentes y refinados, espantó más moscas que compartían su «buen gusto» y sacudió fuerte para extraer de él algunas gotas de aquel cetrino y cenagoso líquido. Alegre se encaramó en su moto cobradora, destartalada y bullanguera, y tarareando el son de la salsa de moda se alejó serpenteante y contra el sentido de la flecha en medio de una nube de humo negro contaminante…

Setenta y dos horas no más bastaron para que aquella carga de ponzoña mordiera el tubo digestivo de nuestro héroe motorizado: Retortijones de tripas, diarrea que a poco se transformó en un «esputo rectal» de moco mezclado con sangre y un puja-que-te-puja en el excusado sin lograr del cuerpo nada dar… Los espeluznos y la fiebre vespertina tampoco demoraron en mostrarse, y mucho más retrasado arribó «un peso», «un sentir el hígado», que dio paso a un dolor al final del costillar anterior derecho que el resuello le cortaba reflejándose paleta arriba. El Hospital Vargas había sido siempre su paño de lágrimas y hasta allá se marchó a verterlas…

El joven internista de humano trato que le recibiera como perro perdiguero en la husma de su presa, de inmediato reconoció el olor de aquel rizópodo: «Primera consideración, absceso hepático amebiano; curación casi segura por la emetina parenteral y el metronidazol oral»-, dijo para sí. Juan pálido se torna y sale de nuevo espitado para el excusado. ¡Por favor, recógeme en esta cajita un poquito del moco que botes!, le atajó el internista antes del despegue. Una vez en sus manos, con paso redoblado se dirigió al Laboratorio Central para ver «en fresco», al microscopio y entre lámina y laminilla el moco recién emitido que le daría la razón, pues vería la forma trasluciente o agresiva—vegetativa— de la ameba histolítica. Había aprendido de sus maestros que «la ameba muere en los pasillos del hospital…», pues una vez retirada de su hábitat natural, caliente y húmedo, si uno no se apura deja de moverse y ya no podrá ser identificada.

En su veloz carrera, no prestó mayor atención a un pedestal con su busto marmolino que ignorado por la costumbre, se erige frente a la sala 20 y en el cual puede leerse, «Doctor Pablo Acosta Ortiz, 1864-1914. Homenaje de la Sociedad de Estudiantes de Medicina de la Universidad Central. 12-10-32». ¿Qué dirían entonces el doctor Elías Benarroch devoto guardián del busto por tanto años, y los entonces bachilleres Manuel Noriega Trigo y Eduardo Celis Sauné? Cuantos años de sudor y gestiones que costó desvelar aquel busto del «Príncipe de la Cirugía Venezolana» en terrenos del hoy centenario nosocomio para que hoy día nadie se pregunte. Y éste, ¿quién fue? ¿qué hizo…?

Y es que hablar de amibiasis en Venezuela equivale a mencionar a Acosta Ortiz, particularmente cuando sigue tratándose de una condición de endemicidad perenne en estos predios de higiénica aversión, tanto en su forma intestinal aguda (disentería) o crónica, como en su complicación más común, otrora llamada la «hepatitis supurada de los países cálidos», viejo nombre reemplazado por el de absceso hepático amebiano.

La ameba histolítica (de ꞋhistoꞋ: tejido y ꞋlisisꞋ: disolver) ingresa al individuo en su forma quística, especie de bunker microscópico donde el parásito adormila sin que casi nadie le perturbe. A través del agua o los alimentos pateados por moscas o cucarachas, o regados con residuos cloacales -práctica común en los plantíos de hortalizas aledaños al fétido río Guaire-, a través de la boca ganan acceso al tubo digestivo distal (colon). En ese medio propicio si el ambiente le es hostil bien puede quedarse encapsulada a la espera de una disminución en la capacidad defensiva local, o bien puede manifestar de una vez su capacidad de agresión.

En extraordinaria semejanza con el pasmoso caso del Doctor Jekyll y Mister Hyde de Robert L. Stevenson (1886), se nos presenta el amebiano cambio de carácter: A la luz del sol es la amiba una durmiente acorazada y anodina, pero no más al ingresar en las perpetuas tinieblas de la cavidad colónica, se apodera de ella un genio satánico y destructivo ¿Acaso no parecido a la dual naturaleza del hombre con su anverso bondadoso y su envés perverso?

Su forma vegetativa o «cometejidos» especie de microscópica gelatina insaciable, se desparrama propulsándose con falsas patas o pseudópodos, secretando sustancias digestivas de gran poder destructivo que destruyen los tejidos que penetra para así alimentarse de ellos. La expresión de su poder lítico da entonces lugar a la disentería amebiana con su cohorte de cólicos abdominales, diarrea que pronto es reemplazada por deyecciones de moco y sangre, y el terrible «pujo» con que el vulgo suele designarla, casi siempre en ausencia de fiebre o mal estado general. Es producto de numerosas ulceraciones que, simulando picaduras de pulgas o uñazos se ven por doquier en el colon, particularmente en sus últimos tramos izquierdos y en el recto.

En su desatado apetito llega a invadir las venas ganando acceso al torrente sanguíneo desde donde, como torpedos infectantes son disparados hacia el gran desaguadero de la vena porta que va a depositarlos en su última posta, la glándula hepática y especialmente en su lóbulo derecho. Por pelotones se atascan en aquellos ramales cuyo reducido calibre no les permite proseguir. Allí, las condenadas una vez más, ponen en funcionamiento sus taladros químicos y pasan al tejido del noble órgano al cual convierten literalmente en «pate de foie» –hepatitis amebiana—, para después formar cavidades rellenas con pus de aspecto achocolatado característico -absceso hepático amebiano-.  A menos que la amiba sea detenida mediante tratamiento médico oportuno y efectivo o evacuando el pus por punción o cirugía, se producirán graves complicaciones y aún la muerte misma.

En la época de Acosta Ortiz había que desalojar el pus mediante cirugía o la muerte casi segura, signaría el curso del enfermo. En asociación con el doctor Luis Razetti, «en cinco años (1894-99) operaron 69 enfermos de hepatitis supurada de los países cálidos con una mortalidad general de 24,60%«, que entonces no difería de los resultados obtenidos en países de mayor desarrollo. Eran épocas de poca asepsia, con anestésicos poco seguros y sin antibióticos, donde se necesitaba una verdadera vocación y decisión para hacer lo que debía hacerse.

¡Qué diferencia con estos tiempos de abundancia de recursos malgastados, donde nunca hay un pabellón de cirugía dispuesto pero sí mil excusas para no intervenir, porque ya los médicos no nos colocamos en el lugar del paciente pues hemos perdido la voluntad de servir!

El advenimiento de la emetina introducida por Roger en La India en 1912, libró posteriormente a muchos enfermos del escalpelo del cirujano. Pero se da el hecho de que en estas épocas de engaño, las casas farmacéuticas expenden metronidazol y emetina inefectivos, de baja calidad y aún sin previo aviso dejan de producirlas ante las enaguas indiferentes de las más altas autoridades sanitarias. Así que los enfermos tardan más en curarse y aún mueren tras penosa agonía a menos que se recurra a la vieja hepatotomía de Acosta Ortiz.

Nuestra memoria retrógrada perdida ha olvidado las lecciones de nuestros ancestros, e intereses ideológicos torcidos disfrazados de interés gremial o interés en el pueblo dirigen a nuestros jóvenes a espaldas del sufrido paciente. Quizá no fue infundada la angustia de Noriega Trigo cuando temió que por la apertura del Hospital Universitario de Caracas, «el monumento de Acosta Ortiz en el Hospital Vargas quedaría desolado y abandonado por las generaciones de estudiantes y médicos».

Los estudiantes y los médicos no nos hemos ido, pero la desolación y el abandono se exteriorizan en que ya nadie sabe quién fue ni cuál fue el gran legado nos dejó…

Peor aún, en tiempos más recientes de saña roja, de destruir por destruir, nuestros residentes se alejan en desbandada a otros rumbos donde se estime la excelencia y se acoja al talento joven…

Elogio del pus…

 

El dócil Consejo Supremo Electoral y el Tribunal Supremo de Injusticia son dos de los tantos abscesos mafiosos implantados en el corazón de la democracia venezolana y en cuyo diccionario no existe el vocablo libertad; apliquemos sin demora el aforismo latino, «Ubi pus, ibi evacua», donde hay pus, hay que evacuarlo…

Desde mi punto de vista, egoísta, como ocurre cuando nos sentimos saludables y felices, cuando no permitimos que nada ni nadie nos robe la felicidad interior, cuando somos y sentimos la libertad de nuestro corazón, la mañana del 2 de julio del año de Dios de 2016, fue sin duda, una gloriosa. Un intenso cielo azul sin pizca de nubes perturbadoras, jineteaba sobre el majestuoso Ávila, destacando su verdor, su serenidad y magnificencia, ignorando los desatinos de la ¨revolución de la miseria bolivariana¨ y aún los asesinatos cometidos en nombre de la sinrazón en sus verdes e inocentes faldas. La Cruz de los Palmeros, a 2.575 msnm, construida con recias láminas de aluminio y erigida sobre el Peñón Diamante en el Pico Oriental de la Silla de Caracas, podía verse con gran nitidez desafiando el viento y el barranco tentador. Mientras el motor de mi auto se calentaba, me abstraí durante algunos segundos y bebí de su cáliz, radiante vida. Me olvidé de todo y festejé con ojos golosos el espectáculo que se ofrecía ante mis ojos como si fuera solamente mío… Engaño que nos hacemos, cuando gozamos de privilegios, cuando tenemos esperanza, cuando tenemos salud…, ese bien tan efímero, que hizo decir a un cínico que, ¨ es un estado transitorio que no conduce a nada bueno…¨.

Para HIPÓlito Guiñaposo por seguro que fue todo lo contrario. Sus ojos vidriosos todo lo miraban con el tinte de la melancolía, con tintura gris de la tristeza; opaco y turbio era como se le antojaba aquel día. Su semblante no era uno por el cual alguien pudiera sentirse orgulloso. Cuando apresurado, le rebasara a la altura del San José de la plazoleta del Hospital Vargas de Caracas, hubiera dicho que cojeaba, pues caminaba despacito, arrastrando su pierna derecha e inclinado sobre un costado, como una medialuna turca. Usted sabe, los médicos clínicos no podemos abstraernos de mirar a los demás con esa ¨mirada médica¨ que surge espontánea, esa que intenta adivinar al rompe el malestar que les invade… Fuimos formados así, y el trajín hospitalario entre aporreados, desahuciados y moribundos, con dolor, mucho nos enseña ese ¨cómo mirar¨ con la ventaja que dan el conocimiento y la experiencia labrada con el paso de los días y acumulada en el tiempo…

Llevaba una toalla delgada y sucia enrollada alrededor de su cuello, barata y de cuadros que habían sido azules alguna vez, su cabello alborotado y pegostoso atraía moscas que revoloteaban sobre él; la piel renegrida y seca completaban el atuendo. Mirando con más detalle me percaté que sus dos manos, cuyas uñas terminadas en una negra banda de luto —podía ver—, penosamente ¨cargaban su hígado…¨: Una expresión muy médica… La una sobre la otra, apoyadas sobre la región superior y lateral derecha su abdomen. Técnicamente hablando, sobre su hipocondrio derecho. Una viejecita que parecía un bizcocho de butaque, liliputiense, arrugadita toda y apergaminada, con las fuerzas que da el amor y la necesidad, suplía la que mi institución le negaba y le servía de lazarillo apuntalándolo por su flanco izquierdo. En la portería de mi hospital no hay sillas de ruedas ni gente que se conduela para asistir la miseria de los pacientes agudos, pareciera que no son bienvenidos…

¡Por esta puerta no es, suba media cuadra hasta la emergencia…!, rugió el indolente de turno pareciendo decir, ¡quién los manda a venir enfermos… ¡No molestes mi ocio…! Porque eso sí, como en el Palacio Presidencial de Miraflores, abundan los gandules, los indiferentes a los dramas que por allí transitan, hablachentos y ordinarios que sólo parecen estar apostados ahí para entorpecer el paso a quienes desean ingresar, haciéndoles las más necias preguntas que hacen aquellos que se sienten con poder y con derecho… A despecho de sus diversas escaleras de numerosos peldaños diseñadas por arquitectos desconocedores de la importancia de un barandaje donde la salud no abunda, nadie que venga del afuera será ayudado en su transportación dentro de mi hospital. Desde decirle al infortunado, ¡ese doctor no trabaja aquí! –aunque el almanaque me diga que medio siglo ha consumido mi vida entre sus pasillos y salas-. ¡Cada quien que vea cómo se las arregla! ¡Ciento veinticinco años de indiferencia! ¡Sabe Dios cuántos más…! Por seguro que ya no veré su resurrección, ya pronto como quisiera, antes que la vejez haga oscuras mis pupilas y Átropos me tome a su cargo…

-¨ ¡Qué mal que se ve este pobre hombre! ¨ —me dije mirándole de reojo-. Era como de mi edad, tal vez quizá mucho menor; la diferencia estaba en que yo no había padecido de carencias y que la vida había sido generosa conmigo. ¡Vaya injusticia! No adivinaba que ese preciso día sería mi paciente, cuando algunos estudiantes me pidieron que les acompañara a la Emergencia a ver un enfermo…; allí contemplé de cerca la ruinera de su porte todo, percibí el hedor corporal de la regadera ausente y la carencia de un baño de cuerpo presente; me solidaricé con su rictus de dolor, de ese sordo dolor que le taladraba la víscera mayor, el hígado, impidiéndole respirar; ese noble órgano al cual se le atribuyen mil síntomas infundados, boca amarga, lengua cubierta de saburra, mal aliento, mareos, manchas en el cuerpo y tantas otras necedades… No pude más que una vez más, sentir vergüenza por todos los privilegios que me asistían y aquellos que a aquél otro, la vida y la institución le habían regateado…

Observé su guardacamisa y pantalón, raídos por el tiempo y zurcidos por la mugre mal disimulada, que hacían juego con sus chancletas de goma de un rojo marchito que ¨i-que¨ vestían sus pies. Las llevaba sesgadas y sus talones borlados por gruesas callosidades pisaban el suelo, pues habían olvidado cómo ocupar su lugar en aquel precario espacio. Se le notaba ¨muy tocado¨ —un término que solemos aplicar los médicos a aquellos enfermos de muy mal semblante, generalmente tocados por la infección aguda—, más que tocado, tal vez muy aporreado y vapuleado por la enfermedad, como en realidad deberíamos decir: un estado general muy delicado, un aspecto de cruel y aguzado morbo, una pajiza palidez entremezclada aquí y allá con manchas marrones hidrosolubles que el agua y el jabón hubieran eliminado en un minuto, lujo negado a los habitantes de barriadas no muy lejos de mi comodidad, de la suya…

Con voz agachadiza me dio detalles de su dolencia: su malestar, su inapetencia, sus escalofríos y aquel fogaje vespertino que le asustaba y en que sentía que se le iba la vida, su dolor en el costado derecho que reptando hasta su hombro, le atajaba el respiro. Sí, respiraba superficialmente, como para no tentar al demonio enfurecido que se arrochelaba en su hipocondrio derecho. Pero, más a menudo de lo que él hubiera querido, era interrumpido por un HIPO iterativo y sonoro, violento y agotador que ya contaba muchos días y noches, que le impedía el comer y el dormir, y que acrecentaba aún más el dolor nacido donde sus manos se posaban:

¡Hip… Hic… Hip… Hic… era la voz imitativa de HIP-ólito Guiñaposo…! Cada sacudida de su cuerpo ¨in toto¨ le obligaba a inclinarse aún más hacia su derecha, imitando aún más una medialuna turca para evitar el doloroso resalto traído por la brusca contracción de su diafragma. Su piel ardía en fiebre y con mi oftalmoscopio alcancé a ver en sus conjuntivas, lentos y fatigados trenes de glóbulos rojos aglomerados moviéndose en las delgadas vénulas, expresión clínica de la presencia en su sangre de rezumantes reactantes de la fase aguda de la inflamación. Su hígado era enorme y muy doloroso a la suave palpación. Los ruidos cardíacos podían ser auscultados con increíble fidelidad a la derecha más extremosa de la víscera, donde habitualmente no se dejan oír.

¨¡Es el signo de Acosta Ortiz…! -dije recordando con orgullo vargasiano a mis estudiantes ignorantes de su linaje, de quiénes habían sido sus tatarabuelos. Esta bola viciosa de pus en el hígado sirve como una caja de resonancia conductora de lejanos ruidos. El maestro Pablo Acosta Ortiz (1864-1914), el gran cirujano del otrora, lustre y honra del Hospital Vargas de Caracas de antaño y echado a menos en el de hogaño, describió este signo semiológico en sus casos de «hepatitis supuradas de los países tropicales», como entonces se conocía al temible absceso hepático tropical, el producido por el vitriolo destructivo de la Entamoeba hystolítica, la creadora de un foco de miasmática podredumbre incrustada en la noble víscera hepática de este desventurado y escarnecido HIP-ólito…

En esta Venezuela actual, rapiñada por una nomenkaltura chavista y castrista y voraces entornos íntimos, la visión del pobre de HIP-ólito se me antojó similar a la de aquel Antonio Ramírez de 52 años, hijo de María de Jesús Ramírez, quien precisamente un 2 de julio de 1891 se convirtiera en el primer paciente del recién inaugurado Hospital Vargas.

¡La ruinera de HIP-ólito era la flagrante denuncia de que 125 años habían pasado en balde para muchos…! Cuando fuera incidido por el escalpelo del cirujano, el enorme absceso del lóbulo derecho del hígado dejó manar seis litros de pus achocolatado, patognomónico y altanero, denunciante de la agresión de la ameba y de la indiferencia de una sociedad donde las oportunidades a muchos se les niega.

¡Oh milagro…! Al día siguiente, HIP-ólito había virado 180º hacia la vida, sonreía mostrando el sarro de sus dientes, tanto como su madre vizcochuda, y… ¡estaba pidiendo comida! Sus manos superpuestas habían abandonado el lugar de proyección de la víscera magna que ya no necesitaba ser cargada, y el HIPO, cruel y agotante como había sido, había huido con su jipido a otra parte… Mi exalumno el cirujano, lo miró con cara de orgullo y para sus adentros pensó: ¡Cosa rara! ¡Pude actuar a tiempo! ¡Tantos pacientes he perdido en medio de la inacción y la indolencia…!

En días pasados mi dilecto amigo, doctor Mauricio Goihman me recordaba el aforismo latino, «Ubi pus, ibi evacua», un adagio utilizado habitualmente en medicina que significa: «donde hay pus, hay que evacuarlo». Se refiere a lo que los médicos deben hacer cuando encuentran un cúmulo de material purulento en cualquier parte del cuerpo humano; esto es, crear una abertura para facilitar su salida y con ello, la evacuación de la toxicidad que produce… Todavía soy incapaz de creer que exista quien que se empeñe en administrar antibióticos para tratar abscesos en vez de favorecer su fluctuación y entonces abrirlos y drenarlos… Siguiendo el aforismo «Ubi pus, ibi evacua», el tratamiento de los abscesos empieza con la incisión, sigue con el drenaje y tras esta operación según el caso, suele dejarse una tira de gasa o ¨mecha¨ para rellenar parcialmente la cavidad de tal forma que no se cierre, siga drenando y cicatrice de adentro hacia afuera, por segunda intención.

El Diccionario Terminológico de Ciencias Médicas de Salvat define el pus como, ¨un líquido más o menos espeso, de color variable y reacción alcalina, producto de una inflamación aguda o crónica, constituido por una parte líquida o suero y otra sólida formada por glóbulos de pus, piocitos, glóbulos blancos y partículas grasa, ácidos grasos y microbios¨. La semilla del dogma galénico que alimentó el concepto de la sepsis por más de mil años: ‘pus bonum et laudabile’, indicaba que ‘la pus es buena y laudable’ y su credo marcó la pauta del cuidado de las heridas durante más de mil años. Es ese pus bueno, laudable o loable el propio de los abscesos calientes y de superficies de granulación, amarillo espeso por su alto contenido de fibrina. Por el contrario, el pus tuberculoso, llamado caseoso, es espeso, casi sólido y parecido al cuajo. El peor es el pus icoroso, también llamado sanioso, claro, acre, maloliente o fétido, secretado por superficies ulceradas de mal carácter, símil del vehiculizado a la población por el pestilente comunismo que ha acogotado y agotado MI país.

Todavía no puedo creer que el pueblo venezolano haya sido incapaz de drenar el icoroso pus representado por 17 años de presencia de un absceso febril y tóxico en continuo crecimiento que ha sido el chavismo destructivo… ese que sufre del síndrome de Stendhal, una condición psicosomática causante de taquicardias, vértigo, confusión, temblores, depresiones y alucinaciones cuando ciertas personas se exponen a una obra de arte excelsa, pero también, cuando malvados son expuestos a esa obra de arte que solía ser el pueblo venezolano, tan alegre, servicial y compenetrado y por ello había que aniquilarlos; pero no ha sido así, 17 años  no han bastado para diluir en el olvido la palabra ¨democracia¨ que llevamos muy profundo en el sentimiento colectivo…

El admirado profesor doctor, José Félix Oletta, quien fuera Coordinador de la Comisión de Epidemiología y Representante de la Sociedad Venezolana de Medicina Interna en la Red de Sociedades Científicas Médicas de Venezuela y ex ministro de Sanidad, realizó cálculos propios para proyectar el número de pacientes con diarrea aguda que se presentará durante este año: entre 2.132.000 a 2.340.000 enfermos, lo que equivaldría a un aumento con respecto a 2015 de entre 17,20% y 28,63%. La amibiasis y la hepatitis A, ambas transmitidas por el agua, por el agua insalubre que estamos consumiendo, que también ha aquejado y aquejará al sufrido pueblo venezolano… ¿Cuántos más como HIP-ólitos Guiñaposos?

El ¨índice de miseria¨ publicado ha poco por Bloomberg que es calculado con base a la combinación de la inflación más el desempleo de cada país, muestra que los países ¨menos miserables¨ del mundo son Tailandia, Singapur y Japón. Raúl Castro, Maduro y su camarilla deben estar muy satisfechos y orgullos por el daño intencionado infligido a MI país, pues con un índice de 188.2%, Venezuela es con mucho el lugar más miserable del mundo, seguido por Bosnia 48.97% y Sudáfrica con 32.9%. Por supuesto, la compra de conciencias maquillará los números y nos mostrarán que ese ente ridículo como es el ¨Ministerio de la Felicidad Suprema¨ ha hecho un buen trabajo, como si la felicidad en ausencia de amor, competencia y de corazones compasivos se decretara…

El pueblo venezolano, sin distingos, chavistas y no chavistas, militares y civiles, letrados y analfabetos, laicos y curitas debemos levantarnos al unísono y ¡Ya!, exigir por la vía que sea, nuestro derecho a detener la miseria representada en el alma, el entreguismo y el comportamiento de la mafia criminal que nos ha dirigido hacia el peor de los destinos.

El dócil Consejo Supremo Electoral y el Tribunal Supremo de Injusticia son dos de los tantos abscesos mafiosos implantados en el corazón de la democracia venezolana y en cuyo diccionario no existe el vocablo libertad; apliquemos sin demora el aforismo latino, «Ubi pus, ibi evacua», donde hay pus, hay que evacuarlo…

rafaelmuci@gmail.com

Elogio de ahorro

¨Tan sólo el ahorro, la acumulación de nuevos capitales, ha permitido sustituir la

penosa búsqueda de alimentos a a que se hallaba obligado el primitivo hombre

de las cavernas, por modernos métodos de producción.

Todo avance por el camino de la prosperidad, es fruto del ahorro¨

Ludwig von Mises

 

  • Primer libro de Moisés llamado Génesis. Capítulo 41. El Faraón sueña con las vacas y con las espigas — José interpreta los sueños como siete años de abundancia y siete de hambruna — José propone un programa de almacenamiento de grano — El Faraón lo hace gobernador de todo Egipto — José casa con Asenat — José recoge abundante grano como la arena del mar —Asenat da a luz a Manasés y a Efraín— José vende grano a los egipcios y a otras personas durante la hambruna.

Primer y último libro del socialismo del Siglo 21. El mandón sueña con las vacas y con las espigas; Fidel Castro, gran gurú, interpreta los sueños como veinte años de abundancia con barril petrolero encima de los $ 150, agita las aguas en su beneficio, arrima la sardina hacia su sartén y lleva el agua a su molino… El amor platónico del otro conduce al beneficio de las vacas y las espigas a son expropiadas –robadas- por la revolución en ciernes. Desaparece a Chávez porque el fin justifica los medios y nombra al Ilegítimo para completar la faena; la torpeza del patán no deja pronto de hacerse ver: empobrece aún más al país, favorece la escases y la conflagración del hambre se cierne y se profundiza sobre el venezolano sin distingo de clase social, sin atenuantes ni salvadores…

  • Vengo de una familia edificada sobre roca por un libanés y una altiva flor de bora del llano guariqueño venezolano: Musiú José y Misia Panchita…, mis hermanos y yo fuimos el producto de un alegre y feliz encuentro entre dos lejanos mundos, el Oriente Medio y el norte de Sur América. Y así lo digo de voz en cuello: ¡somos hijos legítimos del kibbe con tabule, del arroz con lentejas, la caraota negra con carne mechada y tajadas…!

Quiere ello decir que venimos de donde el ahorro y la honestidad eran ley, y donde se ensalzaba la fidelidad. Éramos 6 hermanos varones y tres hembras y había que faenar duro. Por fortuna, los de su raza eran gente sana, industriosa, inteligente, dura y dispuesta para el trabajo sin pausa y la vida austera, que venían al país sin un centavo en el bolsillo pero con cinco mil años de ventaja en el arte del comercio, un legado de sus antepasados aquellos antiguos navegantes fenicios, y pronto eclipsaban a los nativos. Además de las virtudes que adornaban a los libaneses, aunque tenían fama de avaros, eran por lo contrario, también muy caritativos. Lo que muchos ignoran es que venían de una cultura de carencias en la que aprendían a guardar un equilibrio entre la abundancia y la escasez: Durante la cosecha se consumía lo necesario y se guardaba el excedente para los tiempos de penuria. Así, que fuimos criados en la estrechez y la frugalidad, esa que templa el espíritu, cuando paradójicamente, había abundante bienestar material. Heredaríamos la cultura de pueblos semíticos como árabes, judíos y fenicios. Esa, donde mi padre adquirió un alto sentido del ahorro, que como dijimos era visto como avaricia, que se llegara a comprender que su sistema metódico en el aspecto económico obedecía más a la necesidad de mantener un respaldo monetario en un país desconocido, que no de un afán puro de lucro. Para ellos no existían los golpes de suerte, sabían que ese trabajo metódico que enaltece, era el quid para alcanzar riqueza y compartirla…

A pesar de la holgura económica que se inició en mi hogar con la década cincuenta, nuestra educación fue muy estricta, exigente y vivimos sin ningún exceso. Estaría yo en quinto grado de primaria cuando luego de un recreo fui llamado a la Dirección del Colegio La Salle de Valencia. Me recibió el Hermano Heraclio León con su semblante hermético a quien por supuesto me acerqué muy temeroso. Introdujo su mano en el profundo bolsillo de su hábito y sacó un papel doblado en 4 partes. Lo abrió, me lo mostró y me preguntó si era mío. Asentí que efectivamente era de mi propiedad. Me lo devolvió con cara compasiva diciéndome,

-¨¡Caramba Muci, su casa es un cuartel…!¨

El papel en cuestión, se me había caído en el patio durante el recreo y el hermano que nos vigilaba lo recogió; no era otra cosa que una distribución, por horas, de lo que debía hacer durante el día, desde despertar a las 6.00 A.M. cuando él pasaba revista a una cajita cuadrada donde cada uno tenía cepillo y pasta de dientes, un peine, un jabón y Moroline® o petrolato como fijador del cabello, pasando por la hora de las tres comidas y las de estudiar, jugar y dormir. Al final, debía ser firmado con la sentencia previa de que su incumplimiento acarrearía la pérdida de la mesada –entonces ¨real y medio y cuartillo¨, o Bs 0.75- para asistir los sábados a la matiné del Teatro Imperio de Valencia.

Cuando en las mañanas me aprestaba a pasar revista en la Sala 3 del Hospital Vargas de Caracas, de elevado techo, largas ventanas ojivales y abundante luz, lo primero que hacía era mandar apagar las luces o apagarlas yo mismo. ¿Por qué lo hace doctor, si usted no es quien la paga…? Era la pregunta reiterada: -¨Un viejo resabio de mi infancia amigo, alguien paga por ella y malgastar la energía no está en mi norma de vida¨, -les respondía-. En mi casa debíamos apagar las luces si no la estábamos usando; el grifo y la regadera debían ser cerrados en forma intermitente mientras nos afeitábamos o nos bañábamos; la comida era abundante y podíamos repetir a condición de no dejar nada en el plato: si sobraba comida la comeríamos en la noche o al día siguiente; nada se desperdiciaba o se desechaba pues otros menos favorecidos que nosotros seguramente que la necesitaban. Los empleados comían la misma comida que la familia. Don José, mi padre, compraba los productos de aseo diario por gruesas: Jabón de Reuter, Moroline®, crema dental Kolinos® o Pepsodent®, peines y cepillos de diente, ello le permitía mejores precios y el consabido ahorro. En la cajita de marras cada hermano tenía lo necesario y mi padre se aseguraba que nada faltara. Un gran escaparate de tres cuerpos almacenaban las compras perfectamente ordenadas. El Tricófero de Barry® para el crecimiento y lozanía del cabello y el «Eau de Cologne¨ o Agua original de Colonia de Jean-Marie Farina®, no faltaban en mi casa. El papel higiénico –producto preciado en estos vergonzosos tiempos – no se apuñaba para la limpieza, sino se empleaban 3 o 4 cuadritos las veces que fuera necesario. A medida que crecíamos y los pantalones se hacían ¨brinca pozos¨ y el bajar el falso ya no era posible y las camisas apretaban, pasaban al hermano inmediatamente inferior. Con alborozo, lo tomábamos como un estreno. En fila india y cercano a la navidad, todos íbamos al zapatero quien nos tomaba las medidas sobre un pedazo de papel blanco realizando una plantilla y nos confeccionaba los zapatos, un par por año. Un reloj Cyma era lo justo; uno para cada uno, sin preferencias. Mi madre nos elaboraba las pijamas, eran indestructibles: era muy perfeccionista, pulcra y se tomaba su tiempo, así que debíamos esperar pacientemente por los esporádicos estrenos. No había titubeo ni regateo para los libros, artículos escolares o deportivos: mi padre los proporcionaba sin chistar. Aprender, dedicarnos para destacarnos en los estudios, no mentir, tener un horario y un lugar para cada cosa –y cada cosa en su lugar-, para todo, quizá nos hizo neuróticos, pero sarna con gusto no picaba y aún no pica…

Mi hermano José, el primogénito y mayor de los varones, nos había señalado la senda de la excelencia en los estudios, esa que mi padre nos exigía con firmeza. La medianía no era tolerada en mi casa: debíamos ser siempre los mejores, siempre sobresalientes. Y así era, estábamos becados por la Providencia y teníamos que ser acreedores a los bienes de un hogar pródigo y responder en consecuencia. Criar un cuadro de familia no era nada fácil; el ejemplo de un padre trabajador y visionario en los negocios, de un filósofo graduado en la dura escuela de la vida donde hubo frío, desamparo y hambre, habían templado su carácter y se nos ofrecía como ejemplo; su consejo era requerido por muchos que veían en él un paradigma de justicia, rectitud y sencillez, ejemplo a seguir. Nunca tuvo escolaridad, pero hizo edificar una escuela en su pueblo Rammah, en la provincia de Akkar, Líbano, y desde la distancia pagó por un maestro para que los niños locales y de poblados vecinos tuvieran educación, esa que él no había podido tener. Trabajó hasta los 91 años, hasta un sábado luminoso en que regresaba de su tienda; allí le buscaban para un consejo o una ayuda económica; nunca supimos a cuántas personas ayudaba en silencio; ese mismo día Átropos, ¨la inflexible¨, cortó el hilo de su vida de un tajo y en el que El Señor lo llamó a rendir cuentas, y a preguntarle por los talentos que le había dado en prenda; el corpulento cedro libanés presentó sus cuentas en regla, nada faltaba, todo había sido aumentado y Su señor le respondió: «¡Hiciste bien, siervo bueno y fiel! En lo poco has sido fiel; te pondré a cargo de mucho más. ¡Ven a compartir la felicidad de tu Señor!»

Todas aquellas reglas que luego trasladamos a nuestros hogares, nos enseñaron a ser parcos, sencillos, estudiosos y humildes, y nunca ser lo que no éramos… Nos alentó a compartir lo que tuviéramos fuese dinero o conocimientos y siempre a ser un ejemplo ciudadano… ¡Cuida los centavos que los bolívares se cuidan solos…! A menudo se le oía decir… Nunca jures por tu honor si no sale de tu corazón… Nunca pidas fiado, no adquieras deudas innecesarias, y de necesitarlas, págalas con prontitud; mantén tu crédito; haz que tu palabra valga más que un simple documento refrendado con tu firma…

  • La patria es un gran hogar donde existen roles simbólicos de padre y madre expresados en sus gobernantes que sus gobernados podrían estar tentados a copiar: ejemplos de beneficencia y de maleficencia, virtud y vicio, solidaridad y desapego o individualismo, rectitud o ignominia, justicia o arbitrariedad, ahorro o derroche, magnanimidad o ruindad e infamia, mentira o sinceridad y franqueza, bondad o maldad, honradez y corrupción…

 La mayoría de nuestros gobernantes no han comprendido su rol y no han sido buenos ejemplos a copiar: En la historia republicana del país y especialmente en los últimos 17 años hemos sido vapuleados por los malos ejemplos que cunden como mala hierba… Los mandatarios han dispuesto de la cosa pública como si fuera propia, sin consulta, sin concierto, si presentar cuentas y sin una pizca de sentido común. Han robado pues, porque cuando se dispone de lo que no nos pertenece, aunque sea para buenos propósitos, se está robando (María Corina dixit)… Es sabio conservar y aprovechar las herencias; las hemos tenido hasta la saciedad, sobre todo si son tan buenas como la que nos dejaron nuestros mayores. Y todo aquel que dilapida una herencia, termina arruinado en lo moral, económico y cultural. Es tan increíble la catástrofe nacional que uno se pregunta, ¿De qué hogares tan disfuncionales surgieron los capitostes del régimen…?

La audacia del ignorante ejemplificada en Chávez, un pobre muchacho que quería ser aceptado socialmente –y repartiendo el dinero que no le pertenecía por todo el mundo lo fue hasta que le duró el dinero-; le transportó una locura sideral, empleó la magia negra, le cambió el nombre a Venezuela, profanó la bandera y el escudo nacionales, el bolívar llamado fuerte resultó una macabra mueca, cambió el huso horario, derribó la estatua de Colon y decretó el día de la Resistencia Indígena –y mire que esos connacionales aún siguen resistiendo los embates del olvido, la depredación de sus tierras y la contaminación por sus curso de agua por el mercurio-; fue hipnotizado por los chinos y sacó a los expertos de la faja del Orinoco para solo lograr improductividad, expropió fundos, haciendas y emporios de riqueza agrícola y pecuaria para dejar cenizas irrecuperables; ¡Ahh!, compró relojes de marca y costosísimos aviones y los dejo pudrirse para terminar viajando en aviones cubanos, pagó deudas que no eran nuestras con dinero ajeno; se rodeó de ministretes también ignorantes, audaces y corruptos que llenaron de dólares sus alforjas sin fondo y las siguen llenando…

La ruina venezolana en medio de la riqueza nos llena a todos los ciudadanos de una gran vergüenza; el producto interno bruto descendió de $11.450 en 2012 a $4.417 en 2015, en la cola de Latinoamérica. De la antigua Pdvesa nada queda: miles de técnicos fueron despedidos y reemplazados por activistas políticos, manganzones y reposeros, y el resultado es que ha sido totalmente destruida, está severamente endeudada y es irrecuperable como negocio: su misión empresarial perdió el rumbo, se ocupó de lo que no debía y hasta puso a los generalotes a quienes compró y puso a vender papas. La CVG fue envilecida, escarnecida y arruinada por sindicaleros del chavismo.

La historia de la depredación socialista por supuesto que no termina aquí, sería tedioso continuar el inventario de calamidades sin echarse a llorar nada más pensando, ¿Cómo y por qué los dejamos antes y cómo seguimos permitiéndoselos en el ahora…? Podemos atisbar con claridad lo que nos depara el futuro, un país fallido, un país ruinoso, miserable y enfermo de cuerpo y alma, un país en franco infradesarrollo con niños de bajo peso cerebral dispuestos a ser manejados por el dictador de turno…

  • Muchos hogares como el mío existían doquier en mi época, éramos abstinentes y ahorrativos, no estábamos muy pendientes de las modas y abrazábamos el estudio con coraje y decisión; muchos de mis compañeros provenían de pobres comarcas del país; pasaron muchísimo más trabajos que yo que era un becado, y luego fueron exitosos y productivos. Ahora comprendo cómo mi padre decía que le dejaran gobernar el país por unos años y verían en qué emporio lo convertiría, cuando veía tanta riqueza ociosa, tanta palabrería hueca y estúpida, tan poco amor por la tierra y tan pocos patriotas dispuestos para el trabajo y para defender la patria…

Cuando llamen a estos sujetos para responder por los talentos que le fueron otorgados y vean que lejos de invertirlos los gastaron malamente, «los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes…»
Mateo 13,42.50

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