Elogio del olor a libro nuevo…

 

Un vívido, querido y fresco recuerdo a temprana infancia viene a mi memoria no más al abrir un libro recientemente adquirido sobre las Tragedias de Esquilo. Un libro empastado, no muy grande, verde oscuro, de hermosa tapa dura con filigranas de color oro haciendo de marco, y papel calandrado no muy fino…

 Antes de comenzar mi relato, tal vez sea útil referirme a la fisiología de la olfacción. La corteza olfatoria primaria donde toma lugar el procesamiento de la información de cuanto olemos, se enlaza con el hipocampo y la amígdala cerebrales. Apenas, dos sinapsis entre neuronas con axones no mielinizados separan el nervio olfativo de la amígdala, comprometida en experimentar memoria emocional. Adicionalmente sólo tres sinapsis separan dicho nervio del hipocampo, implicado con la memoria reciente y de trabajo. La memoria evocada por un olor es inusualmente potente. Por ello, al abrir el libro, la memoria olfativa almacenada en mi lóbulo temporal derecho, de inmediato me trasladó al inicio de clases de cuarto grado de instrucción primaria en el Colegio La Salle de mi ciudad natal, la Valencia de Venezuela.

Viendo al poniente, en un rincón a la izquierda, y en un recinto en apariencia insignificante, de puertas de alas muy altas que se asomaba a la estructura de tres pisos del colegio en sí, y al amplio patio asfaltado al cual se llegaba bajando por una amplia escalera, allí, tomaba asiento un cofre de tesoros…

Precisamente allí, a comienzos de cada año escolar debíamos hacer fila por grados para mostrar las listas de textos que nos correspondían ese año.   Mientras más nos acercábamos a la boca de la estancia, más podíamos olfatear hasta el hartazgo, el suave aroma que despedían aquellos libros de reciente impresión dispuestos en montones verticales.  La Gramática de Bruño, de hojas de tez pálida que con el paso de los años habrían de adquirir un tinte marrón mareado por efecto de la oxidación del papel; aquél otro de Historia Universal; éste de Historia de Venezuela; y mi preferido, el de Biología. De inmediato y con fruición lo hojeábamos para ser seducidos por sus numerosas figuras.

En él recuerdo haber conocido al ornitorrinco. El extraño animal causó en mí un gran impacto y curiosidad. Aquél mamífero con pico de pato, cola de castor y patas de nutria, ponedor de huevos, con largas uñas que en las patas posteriores del macho poseía un espolón capaz de secretar un veneno productor de intenso dolor, se desplegaba mansamente ante mis ojos. Nunca le olvidé, ni le olvido y sabiendo que provenía de las lejanas Australia y Tasmania, daba por sentado que tal vez nunca le conocería en físico; no obstante, me consolaba el que sin haberlo visto, si llegara a posarse al alcance de mis ojos, de inmediato le reconocería…

Mucho más adelante vinieron mis estudios médicos. Toda esa legión de enfermedades para aprender que formaban el core de la patología médica y de la medicina interna, y luego, el inmenso catálogo de entidades de la neurooftalmología. Siendo un impenitente desmemoriado ¿Cómo recordarlas?

Bueno… para poder evocarlas, me fabricaba un calco mental de un paciente virtual portador de la dolencia que se acercaba a mí, desplegando todos sus síntomas y signos. Aquéllos para reconocerlos verbalmente, por boca del paciente, porque las enfermedades tienen un lenguaje particular que las define; y éstos, si estaban en la superficie, para mirarlos y reconocerlos en lo que dura un parpadeo -0.3 segundos-, o si estaban ocultos bajo la opacidad de la piel, para extraerlos mediante maniobras semiotécnicas, exteriorizando así, la enfermedad internalizada.

De esta forma, y como con el ornitorrinco, enfermedades que nunca había visto pero cuyo modo de hablar y facciones conocía, se me hacían aparentes, permitiéndoseme buscarlas en los sitios donde moraban, ya, evidentes, ya arropados con máscaras de atipicidad, haciéndose entonces reales ante mí…

    Poco antes de mi viaje a USA, Universidad de California San Francisco, atendí una paciente diabética tipo 2, que, para mí, se trataba de una histérica; nada de que reprocharme; todo lo que no conocemos los médicos solemos atribuirlo a un defecto del paciente, jamás de nosotros. Esa señora mostrando una espantosa tiesura que hacía difícil acostarla y aún sentarla, mostraba en ese momento cara de aflicción, estiramiento brusco de las extremidades, manos crispadas en puño, piernas en máxima extensión y sacudidas musculares muy dolorosas.

  Para mi ingenio, ¿Qué otra cosa podría ser sino una postura parecida a la de alguna de las miserables histerotetánicas de Charcot…? Siendo mi repertorio de medicamentos muy precario, y no sabiendo qué hacer, como tabla de salvación le indique Valium® (diazepam); para mi sorpresa, mejoró notablemente acrecentando mi falsa e ignorante creencia de que se trataba de un «problema emocional o funcional…».

Una vez en la bella San Francisco de California, ocupaba siempre alguna parte de mis tardes en su imponente biblioteca buscando información sobre lo visto y oído ese día y cualquier otra información que se atravesara ante mis ojos. Leyendo un ejemplar de la revista inglesa The Lancet, me topé con un artículo de nombre muy sugestivo y enigmático que invitaba a su lectura: Stiff man syndrome, cuya descripción calcaba perfectamente en mi paciente e inclusive, el tratamiento era entonces precisamente con una benzodiacepina, tal cual yo, en mi ignorancia, le había indicado, si se quiere ¡un pegón!  Luego el síndrome pasó a llamarse Stiff person syndrome [1], pero nunca más he atendido ningún otro enfermo(a) similar… Fue el diagnóstico el que salió en mi búsqueda, un respingo afortunado y retrospectivo, pues primero atendí ignorante a la paciente y luego en forma involuntaria reconocí la condición patológica a través de mi ocasional lectura.  ¡Suele suceder…!

Luego de esta digresión y volviendo al tema del libro, resulta que nuestro fiel compañero, el libro y su aroma amigable a Colegio La Salle,  la biblioteca, está casi que, a punto de convertirse en una rareza, en un pterodáctilo del Jurásico, y hasta algunos aseguran que el estrecho amigo de mi infancia se encuentra en agudo trance de extinción –hora suprema que afortunadamente yo no presenciaré-, y que algunos románticos como yo, parecemos no conformarnos con su desaparición.

  La conspiración revolucionaria proviene de un artilugio electrónico como el e-Reader, Amazon-Kindle, Kindle PaperWhite o libro-electrónico de pantalla táctil, un ¨libro¨ con pantalla electrónica lanzado al mercado comercial en 2007, que se conecta de forma inalámbrica a una red llamada whispernet propiedad de Amazon, y que desde fines del 2009 puede usarse en cualquier parte del mundo que posea cobertura móvil de los operadores con los que Amazon ha colaborado (versión Kindle 2 international). El libro de marras, sin papel ni olor amistoso, pesa apenas 283 gramos (10 onzas), no emplea cables, posee una batería de larga duración; dependiendo de sus 4 modelos es capaz de almacenar entre 1.500 y 3.500 títulos, pudiendo descargarse un libro de la red en menos de 60 segundos; tiene acceso a revistas, periódicos y blogs, y su coste hoy día, es de entre $ 49.96 y si es usado, $ 29.88, tal vez mucho menos con la masificación de la producción; los best sellers del New York Times que pueden ser adquiridos al valor de $8.99 cada uno.

Mi cyberphobia (mi irracional temor o aversión a los computadores, blackberrys, iPhones, y teléfonos celulares; más específicamente, mi miedo o incapacidad para aprender nuevas tecnologías) y yo, parecemos resistirnos al cambio. ¿Cómo elaboraré la pérdida que expresada ya en tristeza percibo tan de cerca? ¿Cómo no voy a resentir la progresiva desaparición del libro ante el inclemente impacto de la técnica? ¿Cómo no voy a echar de menos ese cálido y amigable olor a libro nuevo fijado en mi hipocampo desde tan tierna edad?

  A través de mi querido y admirado amigo, médico, profesor, académico, embajador, bibliófilo y antiguo profesor de dermatología en la Escuela Vargas, el doctor Francisco Kerdel-Vegas, cierta vez que fui a visitarle en su confortable apartamento en Chula Vista, teniendo entonces la dicha de ver el artificio por vez primera, que no mordía ni se orinaba en mis pantalones y apreciar con qué facilidad mi amigo interactuaba con el diabólico ingenio… Pero, no me arredré, acepté el reto y algún tiempo después terminé teniendo el mío propio…

Bueno, creo que por anticipado y balbuceante, estoy absorbiendo el duro golpe tecnológico infligido en mi costado derecho, ese que me ha quitado el resuello. Si usted como yo, querido lector, ha estado dudoso en abrir los ojos y de una vez alcanzar el último vagón del tren del futuro que ya está arribando al andén, sepa que no está solo pero que aún tiene remedio…

Pero… después de todo, independientemente de nuestra edad, los seres humanos nacemos con recursos mentales para afrontar nuevos retos, para aprender nuevas técnicas, para diseñar un nuevo plan de vida cuando aún no hemos concluido el actual, y ello de paso, nos aleja del fantasma de la muerte biográfica, la peor de todas, porque ante nuestros ojos se nos seca el espíritu, pues de la otra, seguros estamos.

   Cuando vivía en San Francisco de California, me enteré que las hamburguesas de una conocida cadena de comida rápida eran rociadas con un aerosol que le confería un gusto a la parrilla de carbones, y mire, que eran deliciosas… Por cierto, me sentí muy mal con el engaño… Posteriormente, cuando hube de regresar a lar patrio, debía vender mi automóvil. Un amigo del hospital me sugirió comprar un spray con fragancia a carro nuevo, cosa que hice, siendo que la ficción me facilitó la venta de mi carro por casi por el mismo precio que había pagado dos años antes.

En parte, los amantes de los libros en todas las comarcas del mundo han mostrado resistencia a embarcarse en el libro digital porque no pueden compararlo con la experiencia previa de leer un libro de papel, palpar y acariciar sus páginas, volver hacia atrás una y otra vez, emplear un resaltador amarillo o escribir comentarios al margen. Pero, algo de esto está cambiando, al menos después de la aparición del Smell of Books™, un revolucionario aerosol enlatado con aroma de libro nuevo para rociar el e-book ¿Habrase visto…?  Así que, con la artimaña, con la engañifa, la ficción de no perder lo perdido, parece un problema parcialmente solucionado…

El spray, cuando descargues el último best-seller a tu libro digital, te permitirá sentir la misma excitación que cuando volvías de la librería con tu flamante libro hecho de árbol muerto bajo el brazo.

 Total, la vida es en parte ficción y fiesta de los sentidos…

[1] El síndrome de la persona rígida –también llamado de Moersch-Woltmann o SPS, es un raro desorden neurológico en que el músculo se contractura y se torna tieso y doloroso en forma intermitente. La investigación sugiere que el síndrome de la persona rígida es un trastorno autoinmune, y que en las personas afectadas con el síndrome a menudo coexisten enfermedades autoinmunes como diabetes tipo 1 o tiroiditis.  El síndrome afecta a varones y mujeres y puede empezar a cualquier edad, aunque el diagnóstico durante la infancia es raro.

Doctor José Gregorio Hernández (1864-1919): Ciudadano preclaro, Médico, Científico, Maestro y Siervo de Dios…

 

¨Si es que los espíritus rondan invisibles y silenciosos en derredor nuestro, creo que alguien debe estar acompañándonos en la Revista de Sala, situación en la que profesores, médicos de posgrado, estudiantes de medicina y enfermeras, en archiconocido ritual, iniciamos por la cama 1 y proseguimos deteniéndonos ante cada una de 16 que ocupan los pacientes en las salas del Hospital Vargas de Caracas…

Allí, donde yacen hombres y mujeres con dolencias ya definidas o males que rehúsan dejarse diagnosticar, enfermedades en vías de resolución o por desgracia insolubles, pacientes esperando les ¨firmen el alta¨ confundidos con aquellos otros ya ¨de alta¨ cuyos familiares les han abandonado y no tienen para dónde irse; en fin, los menos, en el dintel de la muerte no más esperando por el certificado de defunción —expresión máxima de nuestro fracaso como curadores—. Allí, donde enseñamos y nos dejamos enseñar por pacientes, colegas y alumnos, en un proceso de toma-y-dame que sólo la comunión hospitalaria procura. Allí, donde se nos ilumina el rostro con la certeza de un diagnóstico difícil o la recuperación de un enfermo que dábamos por perdido… Allí, donde nos desgarra el corazón por la impotencia del nada poder hacer, aunque mucho podría hacerse si la justicia social estuviera de parte de los desposeídos, o tan sólo… un poco de ella¨. Así escribía algunos años atrás en el introito a mi homenaje a un antiguo médico del Hospital, científico y humanitario como el que más. Dos virtudes amalgamadas a una acción, blasón casi extinguido en tiempos de materialismo y prisa.

¨Si es que de veras está allí. ¿Nos esclarecerá acaso el entendimiento o nos suavizará la fibra humana envilecida por la rutina y hasta por el horror a la propia enfermedad? Acaso una mezcla de celos y rivalidad nos produzca la imagen del doctor José Gregorio Hernández (1864-1919), ese que en forma de estatuilla o de estampita pegada con cinta adhesiva a alguna de las tres paredes del cubículo donde se aposenta la miseria humana, a veces compartiendo espacio con el Sagrado Corazón de Jesús, o con algún santo de segunda —venido a menos a raíz de la sacudida de mata que al Santoral años ha le propinaron— o un cromo de las Siete Potencias, o del Negro Miguel, compite con nosotros —los que debemos sacar la cara a la hora de que las cosas no vayan bien— en el proceso de diagnosticar y curar a un enfermo con su corolario de gratificación, confianza, cariño y agradecimiento. Por contraste, en las habitaciones de las clínicas privadas, su imagen suele ser suplantada por algún rosario de fino acabado, alguna estatuilla de cierta virgen muy conocida y aún desconocida, la estampita de algún milagroso santo exótico —con su reliquia y todo—, o hasta un diploma encañuelado, firmado de puño y letra por el Santo Padre, un costoso privilegio por seguro negado a Juan Bimba, al pate´n en el suelo…

Sépase, sin embargo, que José Gregorio, el Santo de Isnotú, para serle fiel a su formación rigurosamente científica, era enemigo de la medicina teúrgica o sobrenatural y como muchos hombres de su época, gustaba del baile y de las retretas. Como evidencia de su aversión por la superstición y la superchería, leamos lo que le escribía desde Betijoque el 18 de septiembre de 1888 a su compañero de curso y amigo del alma, el doctor Santos Aníbal Dominici (1869-1954), el mismo año de su graduación de Doctor en Ciencias Médicas e iniciándose en el ejercicio profesional: “Mis enfermos todos se han puesto buenos, aunque es tan difícil curar a la gente aquí, porque hay que luchar contra las preocupaciones y las ridiculeces que tienen arraigadas: Creen en el daño, en las gallinas y vacas negras, en los remedios que se hacen diciendo palabras misteriosas, en suma, yo nunca imaginé que estuvieran tan atrasados por estos países…”

José Gregorio se imbuyó de la frase de Paracelso (Theophrastus Phillippus Aureolus Bombastus von Hohenheim, 1493-1651), médico, alquimista y astrólogo suizo que escribió, ¨El más hondo fundamento de la medicina es el amor. Si nuestro amor es grande, será grande el fruto que de él obtenga la medicina, y si es menguado, menguados también serán nuestros frutos¨. Seis años de estudios médicos le hicieron suficiente para para ganarse el aprecio de sus profesores y compañeros y marcar un rumbo hacia el éxito apuntalado en su inteligencia, abnegación al estudio y firmes convicciones morales. Para la época y como colofón de los estudios médicos, se estilaba cumplir con el requisito de obtener el título de ¨Bachiller en Ciencias Médicas¨ mediante un examen especial ante un jurado previamente designado. Introducidos sus documentos se fijó la fecha para la rendición del examen.

El 19 de junio de 1888 como era costumbre entonces, sacó en suerte dos temas para desarrollar ante el Rector de la Universidad y el jurado examinador correspondiente, 1.¨La doctrina de Laënnec sobre la unidad del tubérculo frente a la Escuela de Virchow que sostenía la dualidad¨: Se  trataba de la tuberculosis, tan actual entonces como ahora; esa que Hipócrates, en el siglo V a.C., definiera como la enfermedad «más grave de todas, la de curación más difícil y la más fatal». El gran patólogo alemán Rudolf Virchow, la máxima autoridad médica de la época, arremetió contra el difunto Laënnec y en contra de la idea «unicista» del tubérculo como señal indiscutible de tisis. Virchow postulaba la teoría «dualista», según la cual la tuberculosis y la neumonía caseosa eran dos entidades distintas; jamás creyó en el carácter contagioso de la enfermedad y combatió a Koch hasta su muerte. Concluyó José Gregorio ¨que la primera es una verdad comprobada por sobre la cual no podía sustentarse la segunda¨; y 2. ¨La fiebre tifoidea típica, de rara presentación en Caracas¨: Concluye que si existiera, es de presentación excepcional.  Pocos años más tarde, el doctor Bernardino Mosquera (1855-1923) precisaría, por autopsia, la existencia de la fiebre tifoidea en Caracas, en contra de la opinión generalizada que confundía los síntomas de la fiebre tifoidea con los de la malaria (1895-1896). Para fortuna de la medicina nacional se trataba de dos enfermedades del área de la infección bacteriológica, coincidencia premonitoria de lo que sería el devenir profesional de quien luego sería considerado como el Padre de la Bacteriología en Venezuela.

Así, portado el blasón del ¨primer estudiante de la Universidad Central¨, se doctoró en Medicina diez días más tarde, un memorable 29 de junio de 1888. Cinco profesores en semicírculo fueron sus examinadores, para escuchar su disertación en tres temas sacados por suerte, (1). Medios para distinguir la locura real de la locura simulada; (2). El lavado de estómago, una operación inocente y de gran utilidad en las operaciones de este órgano en las que esté indicado; y (3). En caso de cálculo vesical, ¿Cuándo está indicada la litotripsia[1] y cuándo las diferentes especies de talla? Se cuenta que no fue interrogado por cada uno de ellos, sino que con atención oyeron los comentarios que él escogió a voluntad. El desarrollo de los temas fue magistral y aprobado por unanimidad con nota sobresaliente; así, que oída la opinión unánime del Jurado ante la brillante exposición del alumno, el Ciudadano Rector le confirió el título de Doctor en Medicina. Una vez anunciado por el Secretario, el nutrido público aglomerado le ovacionó con fervor.  En ese mismo momento se iniciaría su tránsito triunfal por el pedregoso camino que templa el alma y el quehacer del médico, teñido de más fracasos que de resonados éxitos…

Rechazando quedarse en Caracas, se marcha Isnotú, su pueblo natal donde ingresa a lomo de burro honrando aquella promesa hecha a su madre de aliviar las penas de sus paisanos más desposeídos.

Escribe a Aníbal Santos Dominici (1837-1937), su cercano compañero desde Isnotú el 24 de diciembre de 1888… “También he tratado de hacer un examen oftalmoscópico; pero como para esto se necesita hacer la dilatación previa de la pupila y además un alumbrado perfecto, pienso dejarlo para después, cuando me dedique a repasar las enfermedades del oído y del ojo… porque estoy convencido de que para la práctica lo que uno necesita es saber cómo se examinan los diversos órganos…”

No deja de asombrarnos que ya en la escuela médica de Caracas se conociera el oftalmoscopio directo inventado o descubierto en 1851 por el fisiólogo y físico alemán Hermann von Helmholtz (1821-1824); posteriormente la oftalmoscopia[2] sería llamada la ¨endoscopia más barata¨, revelándonos que los profesores de medicina de entonces estaban al tanto, enseñaran y emplearan los nuevos procedimientos diagnósticos tendentes a extraer al exterior del enfermo, la elusiva enfermedad internalizada, para  así diagnosticarla mejor…

Oímos a colegas que con genuina frustración a menudo dicen, ¨¡Si el paciente se cura fue José Gregorio quien lo salvó; si por el contrario muere o quedó tatareto, la culpa es toda del médico que le atendió! ¡Eso no es justo! Él y nosotros deberíamos compartir por igual éxitos y fracasos…¨. Pero el ser humano y particularmente el indigente, siempre necesitado de una instancia superior a la cual recurrir sin hacer antesala, mostrar un carnet o tener una “palanca”, se cuidará muy bien de no destruirla o perderla pues en ella habita la esperanza del descamisado que ya se advierte por ahí, que a veces es lo único que la enfermedad no logra destruir del todo… ¡Comprendamos y aceptemos pues su preferencia sobrenatural!¨

Su maestro y profesor el Dr. Calixto González -uno de los mejores alumnos del Sabio Vargas-, médico de cabecera del Presidente de la República, el Dr. Juan Pablo Rojas Paúl, envía una carta a Hernández. En ésta le da cuenta que el gobierno decidió instituir en Venezuela los estudios de Microscopía, Bacteriología, Histología Normal y Patológica, y Fisiología Experimental y que había creado una beca en París para un «joven médico, de nacionalidad venezolana, graduado de Doctor en la Universidad Central, de buena conducta y de aptitudes reconocidas. Y él ha insinuado el nombre de José Gregorio al primer mandatario¨. De inmediato, el doctor Hernández regresa a Caracas y por decreto ejecutivo del 31 de Julio de 1889, luego de ser seleccionado de entre muchos aspirantes le nombran becario en París.

La beca obtenida incluía además, traer a Caracas equipos para el laboratorio del Hospital Vargas de Caracas. Y así, permaneció en la capital francesa desde 1889 hasta 1891: Allí estudió fisiología con Charles Richet, y con Isidore Strauss bacteriología. En los laboratorios de Richet, Premio Nobel de Medicina 1913, profesor de Fisiología Experimental en la Escuela de Medicina de París y quien a su vez había sido colaborador del Etienne Jules Marey (1830-1904) y discípulo del sabio Claude Bernard (1813-1878), máximo exponente de la medicina experimental de Francia y de su tiempo. Y continuando con Richet, en 1913 le fue concedido el premio Nobel de Medicina y Fisiología por sus trabajos sobre la anafilaxis, término por el introducido para designar un estado de hipersensibilidad o de reacción exagerada a la nueva introducción de una sustancia extraña, que al ser administrada por primera vez provocó reacción escasa o nula. En 1926 recibió la Gran Cruz de la Legión de Honor. Fue nombrado miembro de la Société de Biologie en 1881, miembro de la Academia Francesa de Medicina, sección anatomía y fisiología en 1898 y miembro de la Academia de Ciencias en 1914.

Adicionalmente, estudió Histología y Embriología con Mathías  Duval (1844-1897), quien, según la edición especial dedicada a la labor de Hernández realizada por el Diario Oriental El Tiempo, le da un espaldarazo y da constancia de los méritos del médico al expresar textualmente: “El Dr. Hernández ha trabajado asiduamente en mi laboratorio y ha aprendido en él la técnica histológica y embriológica. Me considero feliz al declarar que sus aptitudes, sus gustos y sus conocimientos prácticos en estas materias hacen de él un técnico que me enorgullezco de haber formado. Es además para mí un placer y un deber agregar que él se ocupa en el estudio de la histología con actividad y gran éxito, y no dudo que un día estaré yo orgulloso de tenerlo como discípulo en mi laboratorio¨.

Por su parte, Isador Straus (1845-1896), discípulo de Emile Roux y Charles Chamberland, quienes a su vez lo fueran de Louis Pasteur (1822-1895) químico y microbiólogo, le consideró su discípulo preferido, y así se expresa de él, ¨Autorizado por el Consejo de Medicina de esta Institución, con el mayor beneplácito de la Cátedra de Anatomía  que me honro en dirigir, coloco a Ud. esta medalla, símbolo de un premio a su labor, como el mejor médico alumno de nuestra especialidad para que la guarde y la conserve  como recuerdo de sus profesores  hoy reunidos en este recinto…¨

Pero la inquietud del doctor Hernández allí no se detuvo, finalizado su labor en París fue autorizado a viajar a Berlín a estudiar anatomía e histología patológicas; y a su regreso pasó por Madrid, y participó entusiasta y fue profundamente impresionado de las clases de Don Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), perteneciente a la ¨Generación de Sabios Españoles¨, especialista en histología y anatomopatología. Obtuvo el Premio Nobel de Medicina en 1906 por descubrir los mecanismos que gobiernan la morfología y los procesos de conexión, si se quiere de comunicación, entre las células nerviosas, nueva y revolucionaria teoría que de allí en adelante comenzó a ser llamada la ¨Doctrina de la Neurona¨ cuyo basamento fue que el tejido cerebral estaba compuesto por células individuales interconectadas.

Habiendo adquirido en París de un completo laboratorio de fisiología que el gobierno venezolano le había autorizado traer al país, apenas sentadas sus plantas en territorio patrio se instala el Instituto de Medicina Experimental; pero no fue sólo eso; contagiado por famosos clínicos de filigrana, su formación clínica también maduró, al punto que el doctor Santos Aníbal Domínici, su indeclinable amigo dijo de él, ¨No creo exagerar, si asiento que los primeros diagnósticos científicos, fueron los suyos¨, y el doctor Manuel Fonseca, quien fuera Presidente de la Academia Nacional de Medicina durante el bienio 1910-1912, escribió así, ¨Trabajando asiduamente durante años, afinó primorosamente sus estudios y se hizo dueño absoluto de cada uno de sus innumerables y delicados elementos, que facilitan y aún permiten la observación, cuyo olvido o ignorancia son desastrosos a la cabecera del enfermo y se encuadró dentro de los grandes lineamientos de un clínico esclarecido. Conocedor profundo de los medios de exploración, experto en requisas de laboratorio, buen fisonomista, diagnosticaba con facilidad y desenvoltura y se movía gallardamente, sin trasteos, en los anchos dominios de la Medicina General¨.

El mismo año de su regreso, regentó la Cátedra de Fisiología Experimental y Bacteriología, y posteriormente el Laboratorio del Hospital Vargas a raíz de la trágica e infausta muerte del Bachiller -con ‘B’ muy alta- Rafael Rangel (1877-1909), desde 1909 hasta 1919 cuando también él muere accidentalmente con el cráneo fracturado al ser arrollado por un solitario automóvil al salir de una farmacia con medicinas para regalar a uno de sus pobres clientes, y se aprestaba a tomar un tranvía por la Esquina de Amadores…

En la medida en que la situación nacional y hospitalaria se han tornado más críticas y humillantes, y la necesidad económica aprieta más y más, su estampita ha proliferado en bolsillos, escapularios y mesas de noche de quienes le reconocen como su médico privado, ese que siempre está dispuesto y nunca habrá de abandonarlos… Y para que usted vea, desde que regresó de su viaje de perfeccionamiento en París en 1891, ha estado en el Vargas pues como hemos visto, ni su muerte le hizo abandonar sus salas.

El doctor Hernández brindó un extraordinario ejemplo, y fue un amigo y maestro ejemplar, enseñó sin mezquindad y dejó por escrito sus experiencias; su producción científica incluyó, (1). Lecciones de bacteriología -1894-; (2). Elementos de bacteriología -1906-; (3). Elementos de filosofía -1912-; (4). La doctrina de Laënnec -1888-; (5). Sobre la angina de pecho de naturaleza palúdica; (6). Sobre el número de glóbulos rojos; (7). De la bilharziasis de Caracas -1910-, donde alerta acerca de su gran importancia sanitaria por su carácter endémico y mucho más diseminada de lo que entonces se creía; (8). De la nefritis de la fiebre amarilla nos habla en 1910, enunciándonos de paso su ley: en el tratamiento de la fiebre amarilla, lo primero es defender el riñón; (9). Elementos de embriología general; (10). En una sesión de la Academia Nacional de Medicina se ocupa de las relaciones entre dos micobacterias, los bacilos de Koch y de Hansen, de la tuberculosis y la lepra respectivamente, iniciando trabajos sobre el aceite de chaulmoogra (Ginocardia olorata) disertando en una nota preliminar sobre la mejoría del estado general de los tuberculosos luego de espaciadas inyecciones del compuesto. (11). En la mesa de Morgagni o mesa de autopsias, el fundador de la anatomía patológica, estudia la neumonía diplococcica o fibrinosa, entonces llamada crupal, que entonces era considerada una rareza, concluyendo en su elevada frecuencia en Caracas, y enuncia que ¨la causa de la muerte es por agotamiento del corazón por excesivo funcionamiento¨ y así, ello le permite enunciar otra ley, ¨en el tratamiento de la pulmonía lo primero es defender el corazón¨.

Anota Puigbó, ¨Su capacidad como clínico de someterse al rigor del método anatomoclínico, su capacidad de manejar los recursos derivados de las técnicas complementarias de diagnóstico y su capacidad para crear hipótesis novedosas, hace evidenciar su maravillosa obra científica, aunque no extensa en número, si en forma cualitativa por su trascendencia en la medicina de la época¨.

Hernández nos señala y reafirma que los estudios médicos son apenas una antesala de ese complejo mundo que es la medicina científica, pero más aún de los pacientes, sus miserias y sus entornos. Escribe desde Isnotú el 24 de diciembre de 1888… “También he tratado de hacer un examen oftalmoscópico; pero como para esto se necesita hacer la dilatación previa de la pupila y además un alumbrado perfecto, pienso dejarlo para después, cuando me dedique a repasar las enfermedades del oído y del ojo… porque estoy convencido de que para la práctica lo que uno necesita es saber cómo se examinan los diversos órganos…”

Curioso mencionar que antes de sus viajes a Europa, en Venezuela se tomaba la tensión arterial con el tensiómetro de Pachón, que solo registraba la sistólica o ¨tensión alta¨. A su regreso en 1916, trajo consigo el tensiómetro más elaborado de Laubry-Vaquez que permitía, medir también la diastólica o ¨tensión baja¨ y emocionado enseñó a sus alumnos cómo emplearlo. Igualmente, durante su pasantía con Duval adquirió sólidos conocimientos de microscopía normal y patológica por lo que trajo consigo un microscopio, para entonces de un poder de resolución de una micra y magnificaciones de hasta 1200 diámetros; introdujo la anatomía patológica basada en las enseñanzas de Laënnec, la tinción de los tejidos y su estudio al microscopio de luz para desvelar la célula enferma, enseñanzas que compartió con sus alumnos y de la cual fue especial recipiendario el bachiller Rafael Rangel (1877-1909), de corta -apenas 32 años- y accidentada vida, gloria nacional y paradigma del metódico trabajo, estudio y superación.

Por vez primera en el país, Hernández cultivó gérmenes en medios enriquecidos de cultivo, sacó de la penumbra la fisiología de entonces dominada por la teoría y el caletre paralizante, introdujo la vivisección o experimentación animal, puso en práctica las determinaciones de laboratorio básicas que confirman o niegan diagnósticos, y así, apuntalada en la admiración de sus alumnos, creó una verdadera docencia científica, pedagógica y por qué no decirlo, con toque divino… Pero no se quedó allí, lo aprendido en otras latitudes tenía que ser sopesado con sus hallazgos en el lar propio. Y muestra de ello, el conteo de eritrocitos o glóbulos rojos cuyas cifras más bajas colidían con las europeas. Resume su hallazgo en un trabajo presentado en 1892 ante el Primer Congreso Panamericano en Washington, ¨Creemos que el número de los glóbulos rojos es menor en los habitantes de las regiones intertropicales que en los de las regiones templadas, y suponemos que esta hipoglobulia depende del organismo que teniendo menos pérdidas de calor por la irradiación, disminuye la producción globular. Y por este hecho está perfectamente de acuerdo con la opinión antigua de que los países cálidos son los países anemiantes por excelencia¨.

Hay muchas referencias a sus trabajos en el laboratorio, y a pesar de haber sido un buen clínico, a juzgar por su extensa y reconocida clientela y sus diagnósticos exactos, no existen muchas referencias acerca de su quehacer con pacientes hospitalarios. Quizá su trabajo en colaboración con Nicanor Guardia, progresista clínico y obstetra, sobre la observación de tres enfermos con angina de pecho de naturaleza paludosa pueda darnos una pista: Presenciando típicos dolores anginosos durante los rigores de una crisis paludosa febril y comprobando microscópicamente en la sangre la presencia de ¨pigmento melánico¨ libre (signo reconocido en el Diccionarios de Ciencias Médicas como ¨de Rísquez¨ -Francisco Antonio-), donde la quinina mostraba efectos curativos. Su práctica privada, imbuida de humanitarismo ocupaba su tiempo libre, generalmente al mediodía y aunque no se sabe a ciencia cierta cuántos enfermos veía, podría servir de índice las más de siete mil recetas colectadas durante su ejercicio.

La Gaceta Médica de Caracas, fundada en 1893, le sirve de tribuna para diseminar su ciencia; su trabajo ¨Elementos de bacteriología¨ del mismo año, 1893 y luego su libro ¨Elementos de Bacteriología (1906), condensan lo entonces sabido sobre microbios vegetales y animales como cocos, bacilos y espirilos, así como la clasificación de Pasteur. Pero si de humanismo se trata, vemos cómo lidió con la filosofía, y en sus ¨Elementos de filosofía¨ (1912) donde muestra sus reflexiones más íntimas dejando plasmada la visión personal que tenía del mundo y las relaciones entre los hombres y el Creador.

Su personalidad científica y su ejemplar ciudadanía le llevó a ser uno de los escogidos por Luis Razetti para normar la salud en Venezuela, siendo así uno de los treinta y cinco fundadores de la Academia Nacional de Medicina, incorporándose  a ella el 7 de abril de 1904 para ocupar el sillón XXVIII. En julio de 1908, envía correspondencia al doctor Pablo Acosta Ortiz, su Presidente, renunciando a su membresía para retirarse a La Cartuja. Razetti, a la sazón su Secretario Perpetuo, le señala que ¨no es aceptada porque su cargo no es renunciable…¨ Como es sabido, aquella empresa que le era tan codiciada, no pudo cristalizarse por razones de salud: ¨No tenía suficientes fuerzas para resistir el frío, el ayuno y el trabajo manual, porque has de saber que me había ido en un estado de acabamiento tan grande, que solo pesaba noventa y siete libras¨, con tanta pena escribió a Santos Domínici, por ese entonces, Ministro de Venezuela en Alemania.

La última lección en el Hospital Vargas fue sobre la lepra o enfermedad de Hansen, luego de lo cual todo acabó en la Esquina de Amadores… o según se le quiera ver todo recomenzó para un creacionista… Para finalizar, el doctor Hernández tal vez no olvidó dar un vargasiano consejo al novel médico de nuestra Escuela al escribir en 1889… “…después que uno entra en la práctica con responsabilidad, lo que antes cuando se era estudiante-, era camino llano por deliciosos valles, se torna en montaña erizada de peñascos y en la que abundan los precipicios. ¡Ah! antes era yo sobrado orgulloso, cuando creía tener conocimiento exacto de las cantidades de fuerzas de que disponía…”

¨José Gregorio es sin duda, ¡el Santo sin nombramiento del humilde venezolano!, y lo llamo santo porque a la gente parece importarle un comino si las autoridades eclesiásticas de alto coturno terminarán por santificarlo o no… Para ellos forma parte de su esencia misma, los ayuda, los comprende, no les cobra y los conforta, y eso es suficiente… Podría decirse que José Gregorio a secas, como ellos le llaman tuteándolo, o el doctor Hernández, el científico que nosotros recordamos, ha sido el único médico con más cien años de servicio “activo” en el Hospital Vargas de Caracas que no ha sido condecorado con ese mamotreto que llaman Condecoración por Mérito al Trabajo, que tanto flojo y sinvergüenza carnetizado por allí detenta…¨

Y este aserto podríamos ilustrarlo con una anécdota a la vez impresionante e inexplicable: En la tomografía computarizada cerebral, la madre de un joven que había tenido un traumatismo craneal, viendo la radiografía invertida, si se quiere contra natura, reconoció de inmediato la imagen del Siervo de Dios y aseguró la buena evolución clínica que su hijo tendría… Llamada la atención del médico tratante, al colocar la placa radiológica al derecho, como debe verse, no pudo distinguir nada inusual. La madre entonces tomó la placa en sus manos, la colocó al revés y señaló el sitio del inusitado hallazgo. Desde la posición anómala podía delinearse la imagen del siervo de Dios en la región mesencefálica[3]: Su porción ventral hacía el contorno de la cabeza; los pedúnculos cerebrales, el rígido cuello de su camisa; la cisterna interpeduncular de gris más atenuado, se constituía en bigote; y parte de la cisterna quiasmática en el nudo y la porción más proximal de su corbata. Por supuesto, no un milagro, sólo un inexplicable artefacto[4]

Figura 5. ¨El venerable artefacto¨ en el centro y entre tonos de gris en una

tomografía craneal casualmente invertida… (observación personal)

Como una defensa ante la angustia, los seres humanos tendemos a encerrar en nichos lo que nos rodea; a resultas de ello, siempre vemos el mundo y su circunstancia de una misma forma y de distinto modo de los demás. Cada quien ve pues, de una manera diferente. Los médicos, por ejemplo, somos enseñados a ver ¨médicamente¨ obviando lo que es natural para otros, y el proceso informativo de la enseñanza –que no siempre formativo- acentúa ésta, si se quiere distorsión. A la inversa, los enfermos no constreñidos por los cánones del ver médico, aprenden a mirar naturalmente. De allí, que tantas veces nos encontremos frente a ellos mirando realidades disímiles, hablando lenguajes diferentes, en fin en un estado de total incomunicación. El ejemplo ilustrativo del mirar que ya presentamos parece representar al mismo tiempo, quizá denuncia y esperanza.

¡Sea este mi sentido homenaje al doctor José Gregorio Hernández hombre de bien, necesidad en el presente que nos degrada, en el año en el que el seis de noviembre se celebrarán ciento cuatro años de la creación de la primera Cátedra de Histología Normal y Patológica, Fisiología Experimental y Bacteriología en Venezuela y probablemente la primera en el Hemisferio Occidental!

Referencias

  1. Rísquez JR. Homenaje a José Gregorio Hernández. Gac Méd Caracas. 1941;48: 352-354.
  2. Rísquez FA. Doctor José Gregorio Hernández, ante su tumba. Gac Méd Caracas. 1919;26:135-136.
  3. Puigbó JJ. Discurso de toma de posesión de la Presidencia de la Academia Nacional de Medicina. Gac Méd Caracas. 2002;110:401-422.
  4. Yaber M. José Gregorio Hernández: académico, científico, apóstol de la justicia social, misionero de la esperanza. Caracas, Ediciones OPSU, 2004.
  5. Briceño-Iragorri, L. José Gregorio Hernández, su faceta médica (1864-1919). Gac Méd Caracas. 2005;113:535-539.
  6. Muci-Mendoza, R. El residente más viejo de mi hospital, ¡es un santo! Primun non nocere (primero no hacer daño). Caracas, Ediciones Clínica El Ávila, 2004.
  7. Muci-Mendoza, R. Tomografía computarizada cerebral: Acerca de un ¨venerable¨artefacto no descrito. Arch Hosp Vargas. 1995;37:127-130.

[1] Litotripsia o litotricia perineal. Desmenuzamiento o fragmentación por la vía uretral de un cálculo en la vejiga con a través de una sección y dilatación de la uretra.

[2] Examen del interior del ojo por medio del oftalmoscopio con objeto diagnóstico.

[3] El mesencéfalo o cerebro medio es la estructura superior del tronco o tallo cerebral.

[4] Artefacto es todo producto artificial, cualquier estructura o cambio que no es natural sino debido a manipulación. En radiología, el término denota una estructura no presente naturalmente en un tejido vivo, pero del cual aparece una imagen ¨auténtica¨ en la radiografía.

Elogio del Alma Mater…

La Asociación de Egresados y Amigos de la Universidad Central de Venezuela (E-UCV) me ha galardonado con el ¨PREMIO ANUAL ALMA MATER, 2017¨. «Este galardón, creado con el objetivo de estimular y valorar el aporte de los egresados ucevistas al país y al mundo, reconociendo su actuación y la trascendencia de su obra, es otorgado anualmente al Egresado UCV cuya actuación muestre un espíritu apegado a la justicia, equidad y solidaridad humana y cuya carrera como profesional se haya destacado por relevantes logros en diferentes campos del quehacer nacional e internacional y que permita calificarlo como un Egresado Integral». La asamblea de la Academia Nacional de Medicina (ANMV) votó mi nombre por unanimidad y me postuló para este honorífico premio. El jurado calificador escogió mi nombre.

Desde 2006 cuando se instauró el premio previamente ha sido otorgado a 12 universitarios de mérito; varios de ellos, médicos, fueron mis profesores durante la carrera médica. El doctor Francisco Montbrun mi profesor de anatomía y luego de cirugía en 5º y 6º años siendo jefe de la cátedra de clínica y terapéutica quirúrgica y mi compañero de la ANMV; los doctores Blas Bruni Celli y Alberto Angulo mis profesores de anatomía patológica y también compañeros de la ANMV; por último, el doctor Otto Lima Gómez mi profesor de pregrado de clínica y terapéutica médica y luego, ya graduado, mi mentor durante mi formación de médico internista y compañero de la ANMV.

Ganadores del premio en el tiempo…

El premio correspondiente al año 2017 me fue otorgado el día martes 30 de mayo a las 10.00 A.M. en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, en el marco de la celebración del Día del Egresado Ucevista.

                                                      

Hace 55 años, bajo las Nubes Acústicas de Calder en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, recibí mi título de Médico Cirujano de manos del Rector Magnífico Francisco De Venanzi; ahora soy igualmente llamado a pronunciar en el mismo recinto mi discurso de orden como corresponde al ganador del premio con la asistencia de las autoridades de la Sociedad de Egresados de la UCV y del tren rectoral de nuestra casa de estudios presididos por la doctora Cecilia García-Arocha Márquez. Fue una mañana exultante de emociones al ver a mi familia, a mis amigos y a mis alumnos desplegando una pancarta celebrando la presea obtenida.

Palabras de Rafael Muci-Mendoza en el acto de otorgamiento del

«Premio Alma Mater en su XII edición, 2017»

martes 30 de mayo de 2017

Profesor Miguel Génova, presidente de la Asociación de Egresados y Amigos de la UCV y demás miembros de su Junta Directiva. Admirada y respetada rectora Cecilia García-Arocha y su equipo rectoral de mi Universidad Central de Venezuela, familiares, colegas profesores, mis compañeros de la Academia Nacional de Medicina, egresados de ésta y otras universidades, discípulos, amigos todos.

Señoras, Señores.

I-

 

Es un deber mío iniciar estas palabras con la pública expresión de mi gratitud a todos los que se empeñaron en mi nominación para este inapreciable premio; esta presea tan sentida que mi alma mater me otorga hoy bajo las imponentes nubes acústicas de Calder… Debo sin embargo, agradecer a mis maestros comenzando por mis padres, ¨Musiú José¨, inmigrante libanés y Misia Panchita, flor de bora del llano guariqueño, guías de rectitud y compromiso, rosa de los vientos cuya flor de lis ha simbolizado mi norte; a mis maestros de la facultad de medicina, ¡tantos que fueron, tantos que aún son…!, a mis pacientes y alumnos, y por sobre todo a Graciela, fiel y amorosa guardiana de mis días y de mis noches. Después de todo, puedo decirles que si no estoy satisfecho de mi labor académica es porque no lo estoy enteramente de nada de cuanto he hecho en mi vida. En esta casa he estado por bastante más de media centuria sirviendo humildemente a mi país, a mi universidad, a mis pacientes, a mis alumnos y a la ciencia, pues en cada hombre no hay algo tan importante como las ideas, quien sabe si más que el hombre mismo, pues él es el molde y matriz de esas ideas.

-II-

 

Quizá sea tiempo de conceptualizar la luz: Los conceptos de luz y tinieblas asumieron desde el antiguo Egipto un importante sentido espiritual: la luz es vida, liberación, prosperidad, salvación, felicidad, éxito; y la vida, resumida en una batalla invisible entre los hijos de la luz contra los terribles entes de las tinieblas.

La idea de que el conocimiento es luz y la ignorancia tinieblas se encuentra en el núcleo del gnosticismo cuyos vínculos con algunas de las tradiciones cristianas primitivas son bien conocidas. La gnosis plantea que el conocimiento de Dios absoluto e intuitivo está en el conocimiento de uno mismo, pues el ser humano no es otra cosa que una centella de luz divina prisionera en el cuerpo del hombre.

El simbolismo de la luz, por lo demás, es prácticamente uno de los universales de la cultura. Aparece la luz como la forma suprema en la transformación de la realidad, el paradigma de la vida, de la felicidad, del triunfo; la luz impregna todos los rincones de la comprensión que el hombre aspira alcanzar, la luz es gozo, esperanza, felicidad: es vida, por eso el poeta Luis Pastori la incluyó en nuestro himno universitario donde brilla la alegoría de la luz venciendo a las sombras en que el régimen criminal nos mantienen sumidos pero no vencidos.

Y es que para nosotros los universitarios, la autonomía es luz, es condición indispensable para el desarrollo del pensamiento crítico, de la pluralidad de ideas, de la libertad del pensamiento y del verdadero amor por la democracia. Es la ¨democratina¨, excelsa y noble sustancia que corre por nuestras venas venezolanas que anula los efectos de la ¨malandrina¨, esa que enchumba la de nuestros opresores. Por todo ello, la autonomía, esa que quiere abolir las tinieblas de la maldad, es para la Universidad su condición esencial, su savia nutricia, una herencia a defender… Sin ella no podría haber en toda su plenitud trasmisión de conocimientos, difusión cultural, investigación científica o cualesquiera de las otras importantes tareas universitarias; por ello debemos defenderla aun con nuestras vidas si fuera necesario…

 

-III-

Ha transcurrido 62 años desde que imberbe y con un costal de decisión al hombro toqué las puertas de la Universidad Central de Venezuela, y en sus campus –incluyendo al oráculo de la medicina nacional, el Hospital Vargas de Caracas- transcurrió mi vida de estudiante de medicina. No padecí dificultades económicas como muchos de mis compañeros a quienes admiré porque trabajaban duramente para hacerse de un pequeño presupuesto de subsistencia. Yo era un privilegiado porque lo económico no formaba parte de mis angustias. Otra era mi coartación; sufría sin saberlo, de un trastorno por déficit de atención e hiperactividad, una disfunción de origen neurobiológico que trae aparejada una inmadurez en los sistemas que regulan el nivel de movimiento, la impulsividad y la atención. No había aparecido en la edad adulta, lo arrastraba penosamente desde mi parvulez. El mío era y es una forma frustrada porque nunca hubo hiperactividad motora ni tampoco fui reconocido como impulsivo; no obstante su presencia ha sido psíquicamente muy dolorosa pues requiero de un extra esfuerzo para prestar atención y concentrarme. Por mucho tiempo, en el caminar estudiando en voz alta encontré una ayuda; ello me hizo sentir disminuido y triste como el ¨patito feo¨ del celebrado cuento o metáfora de Hans Christian Andersen sobre la autoestima humana; esa fue la incómoda experiencia durante mi etapa de crecimiento infantil hasta que me encontré con mis pares.

Me pregunto si factores perinatales relacionados con el décimo embarazo de mi madre y mi prolongado proceso de parto en posición de pie me hicieron la vida retama… pero ahora sonrío con humildad, con orgullo e infinito agradecimiento. Ha sido un tremendo y continuado esfuerzo: caminé centenares de kilómetros hablando en voz alta para poder concentrarme y aprender; elaboré estrategias propias para fijar y recordar, luego en el diario trajinar con los enfermos enseñé y enseño a jóvenes estudiantes al tiempo que aprendo yo mismo, teniendo la hermosa recompensa de verles florecer y fructificar bajo mi atenta mirada. Pero no son éstas, lamentaciones del tiempo presente, porque no puedo, pues, quejarme de nada. En estos ensoberbecidos tiempos de suprema carestía, los médicos debemos volver nuestros ojos hacia nosotros mismos, debiendo recordar que aun cuando no haya medicamentos, la primera medicina que prescribimos los médicos es la actitud sanadora de nuestra presencia.

Si exhibo estos antecedentes, a los que debo unir el permanente y eficaz de la enseñanza de cada día, es para mostrar a los más jóvenes que no existen barreras a una manera de ser que involucre el ferviente deseo de superación, el afán de educar y el deseo de trascender, y que el deber que se nos exige ha de ser tan solo un pretexto para inventar otros deberes.

  

-IV-

 No he buscado riquezas, no obstante y paradójicamente soy multimillonario: mensualmente me busco en la revista Forbes y mi fotografía nada que aparece en la portada; intuyo que es porque la calidad de mis millones se expresan en caros afectos, contantes y sonantes, y porque la única dignidad de que me puedo envanecer como hombre es el trabajo, y en mi senectud, pienso que el deber fundamental de un viejo es la adaptación, es decir saber ser un viejo útil, sin que le afecte la polilla del tiempo y sin echar de menos al joven que ya nunca más será; por ello, no debemos consentir los achaques ni descansar, pues el descanso y la jubilación son el comienzo del morir…

-V-

Son estos aciagos tiempos de invertidos valores, cuando el pueblo venezolano y especialmente el enfermo pobre purga penas por pecados por otros cometidos. ¿Qué culpa tiene el niño malnutrido de enfermarse; qué culpa tiene el canceroso de su cáncer, o el minero que aterido entre escalofríos solemnes, fiebre y tiritar de dientes sufre desasistido y sin tratamiento su malaria, o el hemofílico condenado a sangrar porque no hay dinero para el factor anti hemofílico salvador, o el diabético que se gangrena y muere porque que no consigue insulina, mientras dinero sí hay y a manos llenas, para espurios gastos en países distantes que nos son extraños o en maletines que viajan impunes por los cielos del mundo, o en contratos para la compra de material bélico para infligirnos daño y muerte como si fuéramos enemigos? ¡Ah! Pero si antes eso estaba tan lejos de nuestra comodidad que nos parecía ficción, hoy todos sentimos la congoja en carne propia: es la suma de maleficencia, la maldad de la canalla roja envalentonada, el caos, es la anomia, es el desprecio por los elevados valores del espíritu…

Los antecedentes históricos de la medicina venezolana establecen cuatro etapas evolutivas que incluyen, su fundación, reforma, transformación y modernización; pero me he permitido adicionar dos etapas más, una que llamo de involución de la medicina pública (con un correlato de avance en la medicina privada), y la etapa actual –incomprensible- que he calificado de la entrega a una nación extranjera.

La primera etapa, correspondiente a la fundación, iniciada en 1763, años antes de la existencia de la Capitanía General de Venezuela que se decreta en 1777, con la creación de la Cátedra de Medicina en la Universidad Real y Pontificia de Caracas; y luego con la institución del Protomedicato, ambos debidas al empeño y decisión del ilustre médico mallorquín, Lorenzo Campins y Ballester.

La segunda etapa, correspondiente a la llamada reforma, es liderada por José María Vargas, quien en 1827 se convierte en el primer rector seglar de la republicana Universidad Central de Venezuela. Vargas se erigiría en el reformador de los estudios médicos. Con él se inicia la medicina científica y quedan echados los cimientos para su ulterior desarrollo.

La tercera etapa es la de transformación. Comienza en 1891 y está determinada por tres hechos fundamentales, a saber, la inauguración del Hospital Vargas de Caracas ese mismo año; la fundación de las cátedras experimentales de Fisiología, Histología y Microbiología; y la creación del Internado y Externado hospitalarios. Siete visionarios colman esta etapa: Elías Rodríguez, rector de la UCV para la fecha; Luis Razetti alma y motor indiscutible de esa transformación; José Gregorio Hernández, fundador, regente y sostenedor de esas tres cátedras a los largo de 28 años; y cuatro grandes clínicos y maestros venezolanos de todos los tiempos, propulsores de las clínicas madre, Francisco Antonio Rísquez, Pablo Acosta Ortiz, Aníbal Santos Dominici y Miguel Ruíz.

La cuarta etapa es una de modernización iniciada en 1936, cuando se crea el Ministerio de Sanidad y Asistencia Social, cuyo primer titular fue el doctor Enrique Tejera Guevara. Se produce la transformación de la Junta de Beneficencia Pública de Caracas; se crean las cátedras clínicas de todas las especialidades médicas; y se funda el Consejo Venezolano del Niño. Se trata de una época de fecunda ebullición y gestación, de anhelo de reformas y mejoras que llevan a la ciencia médica venezolana a la altura de las naciones más avanzadas.

La quinta etapa la he llamado, la Involución de la medicina pública y Evolución de la medicina privada. Para el momento del inicio de nuestros estudios médicos, el Hospital Vargas de Caracas era el centro de referencia nacional para pacientes de todo el país que venían en la búsqueda de comprensión para sus quejas y cura para sus dolores. Allí se formaron las grandes escuelas de clínica médica y cirugía. Médicos privados enviaban sus pacientes tras la pista de un diagnóstico acertado, o para la realización de exámenes complementarios que no se hacían fuera de su perímetro, o para alguna complicada intervención quirúrgica. Muchos de nuestros profesores hablaban fluidamente dos o tres lenguas, tenían estudios de postgrado en el exterior y habían regresado a esparcir su semilla en ese terreno abonado que fuimos nosotros. Eran momentos en que la atención médica se percibía como un acto de beneficencia y no como un derecho humano como luego con pertenencia lo ha sido.

Se habían fundado hospitales a todo lo largo y ancho de la geografía nacional y allá se fueron posgraduados a modificar viejas maneras de hacer, retoñando por doquier el verdor del progreso médico. El Hospital Universitario de Caracas amenazó con el cierre del Hospital Vargas. Visionarios no lo permitieron, y sobre su muerte cierta, como ave Fénix, se alzó la Escuela de Medicina José María Vargas.

Con el paso del tiempo, las políticas de salud fueron cambiando sin que se trazara un plan para garantizar su continuidad. La politiquería inició el deterioro de los servicios públicos de salud; buenos planes eran rechazados por provenir de otra tolda política. Los hospitales públicos, a un coste elevadísimo, devinieron en receptáculos de toda injusticia, depósitos de enfermos con problemas médicos y quirúrgicos no resueltos, morideros de gente, bien por falta de mantenimiento, bien por migración del personal hacia la práctica privada ante los paupérrimos salarios, falta de insumos, ausencia de protección para el médico y el paciente, períodos de estada elevadísimos… en fin, se detuvo el crecimiento  y se ejerció todo lo que implica una mala medicina a un impresionante coste.

Entre tanto, fueron formándose policlínicas privadas del más alto nivel, limpias y funcionales, bien dotadas de insumos y con los últimos adelantos tecnológicos; con personal altamente solvente, competente y bien preparado, que a un coste elevado serviría a la ínfima parte de la población que pudiera cancelar sus servicios. Muy poca solidaridad mostró en sus comienzos estas instituciones hacia quienes no tenían posibilidades, y, con mucha frecuencia, los profesionales, copiando estándares extranjeros ordenaban y ordenan en forma desconsiderada, exámenes costosos cuando procedimientos más sencillos pueden conducir a un diagnóstico.

Iniciamos nuestras prácticas profesionales en este período, muchos compañeros y yo, compartíamos el trabajo entre docencia y asistencia matutina y práctica privada en la tarde. No había la posibilidad de conciliar las dos propuestas. El Complejo Asistencial Docente Vargas –sueño de hombres y mujeres de valía- quedó como vergonzosa historia no concluida, o la autogestión promovida por ilustres vargasianos, jamás pudo ser llevada a buen puerto por ese proceso involutivo que nos agobiaba, donde no hubo ni hay consuelo para las penas del niño que vive en la calle o aquél otro ahogado en su dolor mendigando salud en Miraflores, atestado de papelitos peticionarios y de promesas incumplidas, cuando la dádiva política a otros países estaba a la orden del día.

La sexta etapa en este declive hacia el precipicio y la destrucción, la he denominado La Entrega. Comienza en 1999, dieciocho años atrás, con la llamada Tragedia de Vargas, cuando los venezolanos nos aprestábamos a votar en el referéndum para la aprobación de una nueva Constitución –lo que ocurriría al siguiente día-, las precipitaciones en el Litoral Central continuaron sin amainar, determinando que el cuerpo de bomberos local sugiriera decretar un Estado de Emergencia en la zona, advertencia que el Gobierno nacional, ya de talante criminal no escuchó. Esa voz desoída por mezquinos intereses condujo a la desinformación de la población litoralense y a la muerte de cerca de cincuenta mil conciudadanos. En ese infausto momento, el gobierno venezolano permite el ingreso de 500 ¨médicos¨ cubanos a la costa varguense. Y aquellos médicos venezolanos que nos desplazamos a brindar ayuda en las áreas de necesidad, nos fue negado el acceso. No me quedan dudas de que había un plan, un plan perverso, concebido en Cuba y puesto a punto, para que en caso de alguna circunstancia imprevista se procediera a un acceso masivo de ¨cooperantes¨.

Y así fue, el deslave de Vargas brindó oportunidad para regalar la patria al peor postor. Medio millar de médicos cubanos que nunca se devolverían sino que crecería en número hasta alcanzar los treinta mil. Esta vergonzosa entrega aupada por muchos de nuestros colegas, significó la vulneración de las leyes de la República y la pérdida de la soberanía de la salud que ahora está en manos cubanas. Difícil de comprender cómo se involucraron médicos venezolanos, algunos amigos y otros conocidos, en este regalo infamante, en esta traición a la medicina venezolana. Se permitió el ejercicio ilegal de la medicina por extranjeros sin haber cumplido los extremos de la ley a la cual nosotros y generaciones posteriores estábamos y aún estamos obligados por la Constitución de la República y la Ley del Ejercicio de la Medicina.

Los venezolanos poseídos de inmenso desinterés y cobardía miramos a otro lado mientras ocurría una invasión silenciosa del país por una nación ajena a nuestro gentilicio, sin oponer resistencia alguna, sin que se disparara un solo tiro… Es bien conocida la existencia de un ministerio cubano en la sombra, paralelo al Ministerio de Salud y Desarrollo Social, la Misión Médica Cubana rezumante de ignorancia y de desconocimiento de la idiosincrasia nostra, amparada por quienes han pisoteado los principios éticos y morales de nuestro oficio, y ante la indiferencia del conglomerado médico.

De estos médicos esclavos del régimen cubano se sabe que muchos han desertado. Desde 2007 se puso en marcha como estrategia política la Misión Barrio Adentro, un plan político e ideológico presentado con disfraz de misión humanitaria, entregado a la Misión Cubana pero que en sus normas, regulaciones y administración no funciona integrado al Ministerio de Salud de Venezuela, desconociendo las leyes de la república y las ideas y propuestas del Maestro José Ignacio Baldó. En fin, una pobre medicina pobre para pobres… Todo ello puso de manifiesto la debilidad de la Federación Médica Venezolana y los Colegios de Médicos y otros organismos de la sociedad civil para enfrentar con inteligencia y decisión una lucha frontal contra los invasores.

La pobreza de la salubridad es terrible, catastrófica, pero en un estado delincuente, en un narcoestado, en medio de las balas, la muerte, los gases lacrimógenos y los heridos el pueblo despertó, se impone un ingente deseo de retomar todo cuanto se nos ha robado, y estoy seguro de que así será…

 

-VI-

 

Somos padres huérfanos y abuelos anhelantes, nuestros hijos y nietos que luchen con ahínco y fe desde allá que la pesadilla roja toca su final y aquí les esperamos. A mis discípulos que tengan fe, que el éxito coronará sus esfuerzos, que siempre mantengan un espíritu juvenil y contestatario, que su formación, inacabable, se balancee entre la atención del enfermo a la cabecera de la cama, el estudio serio y continuado, y la meditación para aquilatar sus ideas; todo ello para gloria de nuestra patria, de nuestra universidad y de la medicina…

A mi querida comunidad ucevista le expreso que sentimientos encontrados de alegría, orgullo y tristeza se agolpan en mi corazón al recibir este honroso premio que quiero dedicar a todos mis héroes venezolanos jóvenes y viejos que luchan por la democracia y la libertad, a la memoria de los 60 mártires que se han inmolado durante 60 días en esta cuesta empinada y con barricadas donde nos acompaña la alegoría de la Libertad de Delacroix guiando al pueblo, con sus turgentes senos al descubierto, icono universal de la lucha por la liberación y símbolo inmanente de la patria generosa.

A ellos mis oraciones, mi cariño, mi admiración, mi profundo respeto venezolanista y toda mi solidaridad:

¡Viva la Libertad, fuera el despotismo! ¡Viva la universidad autónoma! ¡Viva Venezuela!

Finalizando las palabras de la rectora, doctora Cecilia García-Arocha, el Orfeón Universitario cantó el ¨Te Deum Laudamus¨, (Latín: «Dios, te alabamos»,) también llamado Te Deum, himno latino a Dios el padre y Cristo el hijo, cantado tradicionalmente en ocasiones de regocijo público. La profesora Josefina Punceles de Benedetti quien se encontraba a mi lado, se dirigió a mí pidiéndome que me pusiera de pie porque el himno era en mi honor…

 

 

Elogio de la pava… (redivivo)

¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? Corintios 15:55

Tantos me han repetido que el socialismo del Siglo XXI es tan pavoso de mal agüero que he terminado por creérmelo. Por su intermedio los ríos se han secado, las vacas ya no dan leche, los militares no defienden, la tierra se tornó baldía, los malandros viven su mejor momento, el venezolano es despreciado, sus seguidores se han quedado sordomudos y ciegos de los ojos, y el petróleo ha vuelto al profundo foso de donde emergió… Y para los venezolanos la pava es cosa muy seria; todos negamos su existencia pero todos adoptamos medidas para mantenerla alejada de los linderos de nuestras vidas. La mala suerte, mabita, mala sombra, guiña o pava con su cualidad de pesadumbre, parece hacer presa de los espíritus ligeros, pero ahora, también la ha cogido con los más fuertes…

La pava macha o mabita espesa, es aquella que dura cien años y va pasando de generación en generación, y peor aún, carece de ¨contra¨; esperemos que sea la que ahora afecta al gobierno, sobre el cual gravita un rechazo del 85.7% de sus infelices seguidores. La pava siríaca es más fuerte que la ¨pava macha¨ y tipificada como una persistente y muy tenaz, resistente al cariaquito morao, a los ensalmos y a la barba de jojoto.

      Aquiles Nazoa elevaba una plegaria suplicante, ¨Bambarito, noble amigo / prueba que tu ciencia es brava / ¡y haz algo contra la pava / que está acabando conmigo!

  Según Nazoa, ¨a tan peculiar expresión del folklore caraqueño le viene el nombre de pava, ave nocturna así llamada -en otros tiempos, habitante de las arboledas de El Ávila-, cuyo vuelo sobre las casas en la alta madrugada con su melancólico quejido, se tenía como anuncio de desgracia¨. Así pues, la pavita de la muerte es el heraldo que anuncia las cosas muy malas que están por pasarle a los rojos traidores del pueblo ¡Uy, guillo!; así, que blandiendo su guadaña les persigue el frío acero del Ángel del Abismo, o en su defecto, alguien caerá terriblemente enfermo y desahuciado como ya ha ocurrido…

Pero resulta que no es una sino dos avecillas: Glaucidium brasilianum y Athene noctua: unas lechucitas rechonchas de unos 15 cm de altura, sin penachos auriculares, de plumaje pardo con estrías blanquecinas en el pecho y el vientre, con cara de funesto presagio, ojos soñadores, y harto pavosas. Definidas como lúgubres, mensajeras de días de desolación y  tristeza, no tienen consideración con la maldad, el manirrotismo ni con la mentira. Su canto juuts, juuts, juuts, es agorero, triste y a la vez dulzón, grave, monótono y acompasado y para el cual no valen amuletos terciados en el pecho, pepas de zamuro, collar de peonías, ni invocaciones al Negro Miguel ni a las Siete Divinas Potencias. Desde hace días cantan en un alero de Miraflores y desde ahí aguaitan miserias y temores, conspiraciones entre amigos rojos del alma y tragares gruesos; por malaventura, es una pavita extraviada, nadie la puso ahí, ella solita vino del Ávila de nombre cambiado y allí se posó a presenciar el despiporre del fementido socialismo…

Aunque se dice que para ahuyentarlas y traer la suerte, el Viernes Santo a las doce del día debe cortarse una ramita de albahaca silvestre y con un gramo de incienso colocarla en el bolsillo izquierdo del pantalón o dentro del bolso, el citado día está lejos y la cosa cada día está más pelúa para ellos; en el juego de su incompetencia, se han tragado hasta los dólares de su cuantiosa y miserable clientela, especialmente de los jubilados. Un pecado jamás visto… Se comieron hasta el primer maíz tradicionalmente de los pericos y se bebieron el agua bendita de las pilas bautismales… Las descomposiciones de estómago, las agriuras, las palpitaciones, la angurria, el culillo, los insomnios y los temblores con piloerección y sudor, están a la orden del día.

La gente no aguanta, la plata no alcanza, los viejitos se nos mueren de mengua, el hampa domina, a sangre fría intoxican a los reclusos en Uribana, la universidad ya no es universal sino parcelaria, resurge el resentimiento y la envidia hacia el IVIC y hacia todo aquel que haya estudiado, la corrupción cunde como verdolaga y para colmo, Dios ocupa su tiempo con el hambre y la mortalidad infantil en África Subsahariana, y el Santo Padre distrae su tiempo en otros lares… Tremendo caos el que dejó el finado comandante, ese que ordenó comerse las vacas gordas y ahora no queda ni el repele de las flacas. Están presos y maniatados en la cárcel de su desolación…

Siento pena por los limosneros apostados cerca de la Iglesia de San Francisco donde baten sus perolitas para llamar la atención de los viandantes por el amor de Dios; ahí, cerquita de la Asamblea Nacional, donde se bate el cobre, donde cunde la influencia y los buenos negocios, y las comisiones se caen de maduras en sus pasillos. ¿Cómo darles tan poco, como un billete de 2, 5, 10 o 20, ahora de 5.000 bolívares fuertes…? ¿Para qué les serviría…? Muchos duermen en los recovecos del Centro Simón Bolívar apestoso a irrespeto, a orina serenada, a miseria, a latrocinio, a tiempo perdido, a fracaso social, a oportunidades que no volverán… mientras por arriba las ratas pululan y engordan.

Leyendo los caracoles, paleros y babalaos habían pronosticado que los precios del petróleo batirían la cota de los 120 dólares, ¡Magia necia, desbrozadora de hechos macabros y ominosas supersticiones! Tienen que leerse y absorber la parábola de los talentos pues cavaron un hoyo en la tierra para esconder el dinero de su Señor y aquel proclamó solemnemente, ¨Porque a todo el que tiene, se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Y a ese siervo inútil, echadle a las tinieblas de fuera. Allí será el llanto y el rechinar de dientes¨. El descenso, tantas veces pregonado y tantas otras desoído, es en picada y los imbéciles envían a pazguatos y mamelucos a negociar en la OPEP: Allá les tiran: ¡Tres y una plegaria…! Eso fue lo que les tiraron, los mandaron a cultivar la tierra que han dejado estéril de tanta maldad y sevicia agravada. La pava que les ha caído es recontra ultra siriaca: el mabitógrafo de Nazoa está a reventar, registra en pavovatios la máxima lectura…

El pajarito de Maduro no es tal, es la pavita de agorero canto que anuncia el término de la miseria humana y para el cual la cuerda donde se anudan piedras diversas contra el mal de ojos, azabache y corales y una imagen de Santa Helena, la que deslumbra y hace fácil las fugas, no les servirán, no hay contra para la ineficiencia, la maldad, la vileza y el vicio…

Para finalizar mostraré una lista –por demás incompleta- de las situaciones  o hechos pavosos.

-El carnet de la patria

-Hablar gritando por celular en el ascensor y mirando al infinito.

-La fiesta del nuevo ministro de energía.

-Pantalones con leyendas en el trasero, como “sexy” o ¨sabrosa¨ en cada nalga.

-Decir «cualquier cosa te llamo…», o ¨vamos a ver si nos vemos…¨.

-Alpargatas margariteñas de fieltro negro tejidas que en una dice, «Te» y en la otra, «Amo».

-Una saya blanca para la luna de miel con un agujero a la altura del pubis y bordada la leyenda, ¨Lo hago por amor a Dios¨.

-Usar botas de esquimal, gorros de lana y suéteres cuello de tortuga en nuestro clima.

-Pagar en el supermercado con cestatickets y pedir el vuelto.

-Los hombres con bolsitos de cuero o ¨maribolsas¨.

-Las mujeres que en plena calle se acomodan el sostén o se suben los pantalones, tres enviones cada vez que se paran de una silla.

-Los piercings y tatuajes, especialmente mariposas coloreadas en las fosas ilíacas o cerca de la raja.

-Niñitas maquilladas y vestidas igual que sus mamás.

-Usar medias tobilleras durante las reglas para prevenir un mal aire.

-Los gordos con franelas Polo y el ombligo expuesto.

-Fumar con la candela paꞋdentro.

-Los hombres que salen a la calle con pantalones cortos y medias tobilleras.

-Las mujeres que se maquillan en el Metro.

-Pedir plata con una radiografía o un récipe en la mano.

-Ir por la calle con un palillo en la boca.

-Decir «disculpe lo malo», o «disculpe lo pobre», cuando se reciben o despiden visitas.

-Usar pitillo para tomar agua (en general: usar pitillos para beber).

-Las zapaterías que ponen reguetón a todo volumen dizque para atraer clientes.

-Los bluyines agujereados o desguañangados.

-Las areperas con nombres en inglés.

-Engraparse los ruedos del pantalón o la bragueta: muchos han quedado desmembrados.

-Hombres con las uñas pintadas.

-Llevar a pasear al perro en carro mordiendo el aire.

-Usar bolsas de tiendas caras para llevar la comida a la oficina.

-Los choferes de buseta que ponen música a todo volumen.

-Mujeres con paisajitos pintados en las uñas.

-Vestir a perros con franelillas y botitas.

-Piedras pintadas con la bandera de Venezuela.

-Tratar a todos de «mi amor» o ¨mi reina¨.

-Decir soy rojo rojito…

-Los platos de cartón.

-Adultos que piden «cajita feliz» para ellos.

-Pedir en el restaurant que te envasen los restos de la comida «para el perrito».

-Cajeras limándose las uñas.

-Hombres haciéndose la manicure.

Pero siendo más serios finalizamos:

¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? Corintios 15:55

rafaelmuci@gmail.com

 

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