Un mensaje a García… (redivivo)

Elbert Green Hubbard (1856–1915), escritor, editor, artista y filósofo norteamericano quien enterado de un suceso extraordinario, en tan sólo una hora fue capaz de condensar en dos cuartillas, un ejemplo de profundo y sólido compromiso sin roturas ni enmiendas: Nació así para nosotros, ¨Un Mensaje a García¨, el cual copio textualmente:   

 ¨Hay en la historia de Cuba un hombre que destaca en mi memoria como Marte en perihelio. Al estallar la guerra entre los Estados Unidos y España, era necesario entenderse con toda rapidez con el jefe de los revolucionarios de Cuba. En aquellos momentos este jefe, el general García, estaba emboscado en las espesuras de las montañas, nadie sabía dónde. Ninguna comunicación le podía llegar ni por correo ni por telégrafo. No obstante, era preciso que el presidente William McKinley Jr. de los Estados Unidos se comunicara con él. ¿Qué debería hacerse?

Alguien aconsejó al Presidente:

– ¨Conozco a un tal Rowan que si es posible encontrar a García, él lo encontrara¨.

Buscaron a Rowan y se le entregó la carta para García.

Rowan tomó la carta y la guardo en una bolsa impermeable, sobre su pecho, cerca del corazón. Después de cuatro días de navegación dejó la pequeña canoa que le había conducido a la costa de Cuba. Desapareció por entre los juncales y tres semanas más tarde se presentó al otro lado de la isla; había atravesado a pie un país hostil y había cumplido su misión de entregar a García el mensaje del que era portador¨.

 

 ¨Un Mensaje a García¨ fue publicado en la revista ¨Philistine¨, en la edición correspondiente al mes de marzo que iba a entrar en prensa el 22 de febrero de 1899, día de la conmemoración del natalicio de George Washington. Más de cuarenta millones de ejemplares han sido impresos, suma que jamás ha alcanzado publicación alguna; por ello, cuando escribo ¨redivivo¨ cometo una incorrección pues el mensaje de marras nunca ha desaparecido ni ha dejado de circular. Para nosotros, venezolanos de este siglo XXI, anhelantes de ejemplos edificantes y posturas éticas, todo cuanto oriente a la juventud e impida la pérdida de nuestros valores fundamentales, debe ser aupado y bienvenido. Por ello nunca estará de más recordar el suceso.

El histórico episodio tiene pues como protagonistas, a William McKinley, 50º presidente de los EE.UU.; al teniente de la Armada Norteamericana Andrew Summers Rowan; al general Calixto Íñiguez García héroe de la resistencia cubana en la guerra de los diez años entre Cuba y España; y al mencionado escritor HubbardLa pieza clave del artículo lo constituye el hecho de que McKinley le entregó a Rowan una carta para ser entregada a un remoto García, y Rowan no preguntó:

 ¨¿Dónde lo encuentro?¨

El general García ha muerto; pero hay muchos otros Garcías en todas partes y a cada paso; en nuestros hospitales públicos venezolanos abundan. Todo hombre que ha tratado de llevar a cabo una empresa para la que necesita la ayuda de otros, frecuentemente ha quedado sorprendido por la falta de voluntad, la indiferencia y estupidez de la generalidad de las personas a su lado, su incapacidad para concentrar sus facultades en una idea y ejecutarla. Es harto frecuente que cuando un paciente necesita de un examen clínico o complementario que no somos capaces realizar, por ejemplo, en la Unidad de Neurooftalmología del Hospital Vargas de Caracas, verbigracia, búsqueda de un especialista en glaucoma o de baja visión, una angiografía fluoresceínica, un campo visual computarizado o una tomografía de coherencia óptica de la retina (OCT), y pregunto al grupo de residentes agrupados alrededor mío quién puede en su hospital o a través de influencias o amistad, hacerle o conseguirle el examen o la consulta… se miran unos a los otros y luego de una larga pausa, con suerte alguno se ofrece… para enviárselo a otro compañero que mañana estará de guardia y que nada conoce del caso del enfermo…

Casi ninguno responde al rompe, ¡Yo lo hago…!

Parte de la enseñanza que a diario imparto a mis alumnos y fellows con todos mis pacientes y especialmente los más pobres, implica responsabilidad ciudadana y humana hacia ese grupo crónicamente desasistido y maltratado, porque quizá no sea precisamente erudición pura lo que ellos necesitan, sino la fidelidad a la confianza que el paciente les muestra, ese paciente que no tiene nadie que le proteja y cuya única familia es la necesidad perenne y mordicante. Yo les exijo compromiso indeclinable, amor al deber, obrar con prontitud sin ser requerido, concentrar con otros lo que deba realizarse, hacer bien lo que debe ser bien hecho[1], dar al paciente apoyo inmediato facilitando el compromiso: anotando su propio nombre, teléfono celular y dónde –en qué hospital- y a qué hora se encontrarán.

Sólo así pueden aprender que la medicina es una profesión de servicio:

¡servir, la palabra más hermosa del diccionario…!-

[1] La fundamentación primordial del antiguo asclepíades radicaba en el favorecer, no perjudicar, que el hipocratista latinizado tradujo como Primum Non Nocere: lo primero, no hacer daño, anteponiendo a su tarea la “Regla del Buen Hacer”: “Hacer lo debido y hacerlo bellamente según la formulación reseñada en, “Sobre las ulceras” : “Hágase bella y rectamente lo que así haya que hacerse; con rapidez lo que deba ser rápido; con limpieza lo que deba ser limpio; con el menor dolor posible, lo que deba ser hecho sin dolor…”

No debe ingresar en las huestes de Esculapio e Hipócrates quien no sienta la llamada vocacional del dolor, el sufrimiento y la muerte. No puede ejercer la medicina quien pretenda aferrarse a la medicina científico-natural, que considera al individuo como una unidad biológica “natural” más del mundo, pasando por alto que el hombre no vive su existencia como ente aislado de la naturaleza, sino que estructura su biografía en el seno de una familia, de una sociedad justa o injusta, de un conjunto económico político llamado país, donde factores epigenéticos modifican su estructura física y psíquica y la de la enfermedad que lo posee. Individuo y sociedad son pues, los dos términos de una antinomia médica rigurosamente ineludible.

“Llevar un Mensaje a García” es para el médico, vocación, contemplación y acción, técnica en el sentido de la “tékhne” hipocrática[1], humanismo y serena atracción hacia el dolor.

Por interés del paciente, principio y fin del acto médico, cada Jefe de Servicio debería procurar conservar lo mejor que encuentre en función de servir; es decir, a aquellos que pueden llevar Un Mensaje a García…

 

Caracas, en la conmemoración del natalicio del ilustre venezolano, Doctor José María Vargas, 10 de marzo de 2012.

[1] Tékhne iatriké hipocrática: Un saber hacer, sabiendo porqué se hace, lo que se hace.

¨¡El doctor nunca me tocó…!¨ Elogio del eslabón perdido

Recuerdo un alumno mío en sexto año de la carrera médica que me pidió acompañarme mientras yo examinaba a un paciente para ver cómo lo hacía… Le asistía toda la razón; en las visitas o revistas médicas de mis años estudiantiles, era poco frecuente observar que un profesor interrogara primariamente a un paciente o lo examinara íntegramente de cabeza a pies… Casi siempre aceptaban como cierto lo que el estudiante o el residente les narraba sin tomarse la molestia de confrontar su examen con el del otro, así que de la interrelación se obtuviera una lección.

Con mis alumnos, siempre insistí en hacerlo; muy a menudo encontré algún hallazgo relevante al diagnóstico o al tratamiento, una oportunidad de enseñarles, de esas que nunca se olvidan. Un día mientras veíamos un enfermo, un residente que luego se hizo neurólogo, me presentó el caso de su enfermo, –¨Un accidente cerebrovascular isquémico¨-, me dijo con seguridad. Cuando hice el ejercicio de constatar sus hallazgos le miré el fondo del ojo, aprecié que tenía un papiledema agudo, clara evidencia de aumento de la presión intracraneal; él había pasado por alto la exploración de este venero de verdades… Una situación muy frecuente; los oftalmólogos a menudo no lo diagnostican porque no suelen ver enfermos neurológicos[1], y los neurólogos no utilizan esta útil técnica: no se trata sobre él en sus posgrados…

[1] Por ello, cuando hacen sus pasantías por mi Unidad, les digo vayan a el Servicio de Neurocirugía –que queda al frente-, busquen en las historias aquellos con tumor cerebral que esperan cirugía y obsérvenles el fondo ocular…

Se cambió el diagnóstico por el de un tumor cerebral simulador el cual fue confirmado mediante una tomografía computarizada, el examen de elección para el momento. ¿Aprendió la lección…? No sé si su orgullo ofendido se lo permitió, porque como he repetido, para aprender hay que admirar, hay que amar a quien nos enseña, y el amor vence al orgullo…

Otro día pasábamos revista con adjuntos, residentes y estudiantes. Yo me había ubicado detrás, en la retaguardia y observaba al paciente sentado como un buda en el centro de la cama. Su ojo izquierdo estaba claramente hundido o enoftálmico y su brillo mate llamó mi atención. Un residente leyó la historia… Al detenerse en los ojos pronunció con viva voz el consabido cliché, ¨Pupilas isocóricas, regulares y centrales, que responden bien a la luz y acomodación¨. Me dije, de estudiante yo también sufría del mismo mal y tenía clichés elaborados en mi cabeza para rellenar las historias de mentiras, el «N° 101» rezaba algo similar. Entonces yo me adelanté y con un pequeño trozo de metal que tenía en mi bolsillo, me acerqué a al enfermo y ante el asombro de todos, le golpeé varias veces sobre la ¨cornea¨: toc-toc-toc se oyó claramente: ¡tenía una prótesis ocular…! En días pasados lo encontré en un congreso, como yo, el nunca olvidó que el examen clínico detenido y el de las pupilas son de gran importancia en medicina.

Llamémoslo Freddy; era desorganizado, mal hacedor de historias, poco serio y obtuso al momento de examinar. Lo era tanto que utilizábamos sus impresiones como diagnóstico diferencial: si él asentaba que era un infarto, seguro que no lo era; si decía que era una cirrosis hepática, otro debía ser el diagnóstico.

Pero han pasado los años, y desde aquel examen de cabecera, integral, que no dejara nada de lado, y siempre sugerido por el guiador de la anamnesis, hemos pasado a otro, totalmente diferente donde se soslaya o se ignora la anamnesis cuidadosa y hasta el examen clínico, y por virtud de la adoración de la máquina se va a tientas a la realización de exámenes diversos escogidos sin razón y sin criterio en la idea que ellos resolverán problemas de ignorancia o rapidez.

Para ejemplificar esta pérdida paso a relatarle, el caso de una paciente mía en este mismo año 2018. Ella, en la séptima década de la vida y su marido debieron viajar a Miami. Dos hechos habían marcado de profunda tristeza esos días; es bien sabido que situaciones de pérdida son capaces de disminuir la vigilancia inmunológica. Una sobrina de 18 años, muy querida, había muerto a causa de una leucemia mieloblástica aguda luego de un suplicio de seis meses; pero, además, la madre del cónyuge se había agravado por un cáncer terminal del páncreas y quería verlos antes de morir. Con esa mochila de pesadumbres salieron de viaje. A las 48 horas, durante la noche ella despertó con un intenso dolor urente, como de quemadura, en la fosa ilíaca izquierda con irradiación hacia el flanco, fosa lumbar y genitales. Le pidió a su marido que la llevara a un hospital. El médico que la recibió, luego de preguntarle qué le pasaba sin extenderse en la anamnesis ni examinarla le prescribió un analgésico vía intravenosa; le indicó en sucesión exámenes de laboratorio –normales-, seguidos de un ecosonograma abdominal –normal-, tomografías computarizadas de tórax, abdomen y pelvis –normales-, finalizando con un ecosonograma transvaginal –igualmente normal-. La despidió diciéndole que todo había resultado normal, que podía egresar y que visitara a su médico de cabecera. No valió que le dijera que no tenía uno porque estaba de paso en la ciudad. La cuenta sobrepasó los catorce mil dólares… A su regreso al hotel, algo aliviada del dolor y quitándose la ropa para ponerse la piyama, su marido la vio por detrás preguntándole,

 

 -«¿Qué es eso tan feo que tienes en la nalga izquierda…?»: Un herpes zóster o culebrilla…

 

Puede parecer una exageración o un invento, pero esto fue lo que realmente pasó. En muchas regiones se ha desvirtuado el valor del examen complementario, que ahora no complementa nada y antes bien, se ha abusado de él para fabricar diagnósticos que no lo son. Y ello porque la medicina realmente no es una ciencia. A despecho de su fundación en el conocimiento científico y el uso de la tecnología, es todavía una práctica y un arte: prevención de la enfermedad, diagnóstico, tratamiento y cuidado del enfermo.

Ya no se privilegia la mente incisiva, el corazón cálido y hasta la dimensión artística del médico que realiza el acto principalísimo de la relación médico-paciente, que se gesta en el crisol del contacto, para conocer quién es la persona que alberga la enfermedad, recabando datos completos y lo más exactos posibles antes de sacar alguna conclusión.

Para ello es recomendable que al encuentro del paciente, el médico investigador vaya a ejercer la observación perspicaz, la búsqueda de datos precisos y la aplicación de una técnica o método riguroso en medio del menor prejuicio o idea preconcebida, pues a veces los ojos sólo ven lo que el corazón desea; que tenga presente cualquier cosa que pudiera resultar de importancia, pues nada es tan insignificante para no ser tomado en cuenta:

Cómo ingresa el paciente al consultorio, cómo nos da la mano y cómo se percibe esa mano, cómo se sienta, cómo inicia la conversación, y si su relato será o no confiable, y adicionalmente, cuando se escucha y se examina, hacer hincapié en el valor de los hechos positivos, pero también los negativos –tantas veces «eso» que el paciente no menciona- que también deben ser cuidadosamente registrados.

El valor de ese hecho negativo, nos recuerda un famoso pasaje del gran detective Sherlock Holmes en la aventura Estrella de Plata (The black stallion) cuando le preguntan,

-«¿Hay alguna cosa sobre la que quisiera llamar mi atención y preguntarme?»

-«El curioso incidente ocurrido aquella noche con el perro» -responde Holmes.

-«El perro no hizo nada aquella noche».

-«He ahí precisamente lo curioso»- subrayó el detective.

El eslabón que unía al médico con su paciente, se ha roto, se ha perdido, entre el aparataje que la sociedad de consumo nos vende sugiriéndonos la obsolescencia de la clínica y prometiéndonos diagnósticos quiméricos.

En el prólogo del texto de Medicina Interna de Harrison aparece una frase que se atribuye a Wilfred Batten Lewis Trotter, (1872–1939), cirujano inglés y pionero de la neurocirugía: «La enfermedad revela sus secretos en paréntesis casuales». Así, la tarea del que busca la verdad es poner las condiciones para que la naturaleza desvele sus secretos y estar atentos a los paréntesis casuales, dejando que las cosas (y las personas) sean lo que son…

 

¡Ah malhaya!, ¿por qué enferman los niños…?

Me parece oír a mi mamá y su frecuente ¡Ah malhaya…!, un resabio de su tan lejano y cercano llano a la vez, de aquel medio inhóspito para los naturales y más aún para los citadinos, donde había nacido y se había criado en medio de enfermedades de la carencia y la desnudez, de las lombrices y el frío palúdico con su castañear de dientes, matizado todo aquello de dolorosísimos duelos tempranos. Su madre, en sus frescos 28 años y su padre cursando los 36 habían fallecido en medio de quintas de tos teñidas de sangre rutilante, y por ello, el término hemoptisis no era ajeno a su vocabulario; una tuberculosis de reinfección, tan frecuente en esa Venezuela atrasada y menguada, le vio irse a su taita rodeado de sus pequeños hijos, bendiciéndolos y delegando en mi madre de apenas 12 años, su hija mayor, la responsabilidad del cuidado de sus hermanitos:

Era así como ella con ojos humedecidos por la herida otra vez abierta, repetía el cierto estribillo llanero que así rezaba, ¨¡El ajito muere cagando y el tuberculoso hablando!¨ Y era la pura verdad, sabrá Dios por qué el tísico conserva su lucidez hasta que acaece su último suspiro… Imaginaba el dolor de aquellos 5 niños, apenas iniciada su vida, atisbando ya inocentes los negros nubarrones que sobre ellos se cernían. Pero todos resistieron el embate del Minotauro moderno, como llamara el gran Razetti a aquel microbio comedor de gentes que es el bacilo tuberculoso; y así, todos crecieron y no corrieron igual suerte. Por ello, creo que desde siempre me atrajo el interés sincero por los niños desprotegidos; pero una cosa era la atracción por ellos y la otra convertirme en el médico de esas criaturitas…

Así, que muy pronto supe que yo no sería pediatra… Total, el amor de mi vida era la medicina interna, esa que unos desgraciados por allí la definen con esa desmesura de que los internistas diagnostican muy bien pero que no curan a nadie… Los niños son para acariciarlos y amarlos, para jugar con ellos y entenderlos, y ¿por qué no?, también para reprenderlos y guiarlos por buen camino, dejar su tierra arada esperando por la simiente para que la buena semilla germine y sean hombres y mujeres de provecho. Pero mi renuncia en atender niños estuvo en mi viciada percepción de que no debía haber o hacer nada que pudiera dañarlos, aún sin querer.

Hasta sexto año de medicina no había estado en contacto con sus cuerpitos enfermos. Nada de puericultura para entender y atender al niño sano… lo nuestro fue zamparnos de una vez en las salas de medicina del Hospital de Niños José Manuel de los Ríos, y mi destino, el servicio del doctor Armando Sucre, hombre sapiente, amable y humilde, todo un caballero y un padre bonachón para aquella trulla de muchachitos enfermos –y bien enfermitos que estaban-, donde su ciencia sanaba sus cuerpecitos y su trato humanitario sus almas impolutas rasgadas por la aflicción. Su sólida preparación y dedicación eran poderoso imán que me atraía. De inmediato sentí una gran admiración por él que me hacía luchar para que no se transformara en emulación que me condujera, ¿por qué no?, a ser pediatra.

Total, yo no me había comprometido con la medicina interna, no había hecho un juramento de eterno amor, ni había cruzado aros con ella, de forma tal –pensaba- que no sería una deslealtad la mía cambiar de amor. Y así fueron transcurriendo los días y yo cada vez más enamorado al ver esos niños hinchados con kwashiorkor, una forma agudísima de malnutrición proteica donde abundaba el edema o encharcamiento de agua en los tejidos, la irritabilidad expresada en llanto monótono, inacabable y penetrante, la inapetencia en medio de las ganas de comer, la piel llena de mataduras y el hígado grandote y lleno de grasa. Ver como poco a poco aquellos niños, con esmerados cuidados y comida balanceada volvían una vez más a la vida, una gratificación inenarrable… Pero por infortunio, de nuevo volver a su medio escaso donde se repetía el mismo círculo vicioso de que nos hablara el doctor Hernán Méndez Castellano (1915-2003), adalid de la nutrición infantil…

Todo iba muy bien y parecía que mi infidelidad iba ganando terreno… Como reza el tango de Alfredo Le Pera ¨Amores de estudiante flores de un día son, hoy un juramento mañana una traición…¨. ¡Humm…! como que me haría pediatra… El doctor Sucre sentía especial afecto hacia mi dedicación al estudio y hacia las respuestas que enteradas y precisas a sus preguntas. Ello estimulaba aún más mi deslealtad…

Sin embargo, no largo en el camino de mi perfidia, vino el día del descubrimiento de mi intolerancia hacia el dolor de un niño; un terrible dolor con el cual no podía menos que identificarme y con el cual no pude ni podría después transigir… Lo trajo de la mano una indiecita piaroa de apenas 5 añitos. ¡Perdón!, No recuerdo su complicado nombre pues no entendía el lenguaje monótono con que su madre solícita le sobaba con manos encallecidas pero amorosas… Sentadita en su cuna respiraba con dificultad, grandes y vehementes sus ojos, una cara redondita con expresión de lejanía que parecía escrudiñar el extraño ambiente que le envolvía sin inmutarse; su facies era trasunto de un profundo sufrimiento que no dejaba cabida para el lamento; la palabrería, las expresiones y los gestos de aquellos desconocidos ni la impresionaban tan concentrada en el dolor somático que llenaba su abdomen como estaba. No parecía caber en ella un lamento, una queja ni un jipido… Su barriga resaltaba prominente y lombricienta, pero realmente era la expresión de un hígado y su compañero, el bazo, enormemente aumentados de tamaño, que tanto habían crecido que no habían dejado espacio para el domicilio de ninguna otra víscera, y que parecían querer salirse por el maruto o protuberante ombligo. Vino al mundo con una condición congénita: La vena porta, el aliviadero que lleva la sangre al hígado había desarrollado septos o tabiques en su interior y la sangre no pasaba, se remansaba a presión.

Pero no había manera de saberlo, su condición no permitía exámenes cruentos y no existían para la fecha medios incruentos como el ecosonograma, así que se suponía que la responsable era una cavernomatosis de la porta, consecuencia de la obstrucción de pequeños vasos por coágulos o trombos, y como resultado, la presión portal se había elevado a niveles inenarrables, así que un delta de venas distendidas, caños de agua como los de su patria, tratando de sortear la obstrucción, se dibujaban en el afuera en su abdomen como una ¨cabeza de medusa¨, pero en el adentro también lo habían hecho hacia la luz del estómago y del esófago, y cual lombrices hartadas de sangre, las temibles várices esofágicas, presagiaban una rotura inminente al no resistir sus delgadas paredes el régimen de presión en ellas reinante.

Y fue así como un malhadado día ocurrió la hecatombe tantas veces anunciada… Mientras pasábamos revista, ocurrió el sangrado. Un vómito de sangre abundoso fue seguido de otro y de otro…

En aquella época de flacuchenta tecnología, el doctor Sucre nos dijo,

-¨¡Hay que pasar con urgencia una sonda de Sengstaken-Blakemore para taponar la brecha…!¨. Una sonda con tres luces, una para el lavado gástrico y, las otras dos restantes, comunicadas con dos balones, una para el estómago y otra para el esófago, que al inflarlos con la pera de un tensiómetro, escachapaban las venas distendidas y detenían el sangrado. En su caso, para evitar las náuseas y más vómitos había que introducir aquel monstruo por la nariz… Nadie sabía cómo hacerlo; nadie tenía experiencia… Cuando el Maestro Sucre preguntó si alguien había pasado una sonda de este tipo, yo me ofrecí voluntariamente diciendo que lo había hecho en tres ocasiones, pero en adultos, es más, llevaba una en mi maletín que había adquirido en la Casa Colimodio, pues cuando este accidente ocurría en el Hospital Vargas de Caracas durante las noches de guardia, la central de suministros estaba cerrada.

Ante la urgencia y con suprema humildad, él me incitó a tomar la decisión y delegó en mis manos el procedimiento, y así comenzó el martirio de la niña: Primero no podía sedarse porque su pobre función hepática y el riesgo de mucha toxicidad no lo aconsejaban, y segundo, la introducción, penosa como fue, no fue posible por la boca, y todavía más terrible a través de una narina estrecha; luego venciendo las náuseas y la sangre que salía a borbotones por la boca y la nariz, y en medio de tos defensiva por la sangre que intentaba irse a la tráquea y los pulmones. Sorteando muchos obstáculos la pasé, la inflé, la fijé y todavía siento en mi nariz el acre olor de s

u sangre inocente y en mi corazón, un sentimiento de culpa espantoso por aquella tortura que fuera inútil.

Al día siguiente muy temprano fui a verla, había fallecido durante la noche; nadie le había dado la salida, se había ido  contenta y sin despedirse, directo a la cima del Autana donde reina Wahari, señor del cielo, de las montañas y de la tierra, creador de muchos de los animales terrestres y de su tribu ancestral, los Wóthuha o piaroas; allí fue acogida con dulzura y remendado su cuerpecito con aceites y perfumes de la selva. Una enorme hematemesis –vómito de sangre- nos la arrebató a su madre y a los médicos y bachilleres. No atiné a decir nada, no pude responder las preguntas en la revista médica que continuó ese día como si nada hubiera ocurrido; seguíamos como siempre, rígidos y conchudos por la costumbre, emulando a la rueda del tiempo que tampoco se detuvo un segundo en señal de pesar…

Así murió la indiecita sin conocer más de la vida que miseria y sufrimiento. Allí finalizó mi coqueteo con la pediatría, esa que mal conocí, que en mi distorsionada percepción no se ocupaba del niño sano sino del hendido por la furia del incomprendido sino… La pediatría es una especialidad por demás gratificante y es por ello que es tan difícil como traumático ver a un niño con una enfermedad fatal. ¿Por qué Dios o el destino les juega esa mala pasada a los niños habiendo tanta gente mala por ahí…?

Asienta Laín Entralgo que ¨la enfermedad, ante todo, es un modo de vivir¨, pero no fue así para mi indiecita; la enfermedad le tenía reservado un cruel destino. Aun siendo tan pequeña pude ver en sus negros ojos la amenaza, el riesgo de morir, ese temor ancestral con el que nacemos y vivimos. No hubo para ella esa ¨muerte biográfica¨ donde nuestros proyectos de vida son amenazados o truncados por alguna enfermedad inclemente al tiempo que presenciamos nuestro derrumbe; era simplemente para ella, la ¨muerte biológica¨, pura y simple, sin pasar por esa otra de sueños y realidades, futuro y realizaciones, días malos y otros buenos…

La teología cristiana afirma que la enfermabilidad del hombre es consecuencia del castigo que el pecado original arrojó sin aviso y sin protesto contra la humanidad; esa vulneratio naturabilis que en el ser humano la falta primigenia produjo… Tenía yo que rebelarme; ya de sí, los de su raza no eran considerados humanos por otros humanos, y los invasores de sus tierras ancestrales los cazaban como animales de presa… ¿por qué pagar ella esas cuentas que a otros pertenecían…? La verdad es que no quisiera meterme en los dominios de la teología, la metafísica o de la filosofía, pues ni idea de ellas tengo … Sólo sé que aquí cargo todavía un costal de piedras adherido a mi corazón, un tarugo atascado en mi garganta, mantengo vívida su carita de dolor y mi cara reflejada en sus pupilas mientras inútilmente le violentaba sus fosas nasales con una sonda…

Todavía resuena en mis oídos el ¨Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis; de los que son como ellos es el Reino de Dios. Os lo aseguro, el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él¨ -Mateo 19,13-15-

rafaelmuci@gmail.com