Elogio de la ida…

Tomo prestado del escritor y humorista colombiano, Daniel Samper Pizano (‘Postre de notas’, Plaza y Janes, 1986) el término ¨mal de irse¨, pero, con una connotación diferente, menos festiva…

Hace muchos años, cuando decidí irme al San Francisco del Golden Gate con mi familia en viaje de estudios, era yo ya un médico maduro de 40 años. Había coqueteado con derivaciones de la medicina interna, pero ninguna me acomodaba, no quería perder mi condición de internista y al decir del maestro, doctor Henrique Benaím Pinto, permanecer como integralista; y así, un buen día al fin conseguí que la neurooftalmología –para entonces desconocida en el país- fuera la horma de mis zapatos. Inicié lo que podría llamarse un ¨bien de irse¨, aquella circunstancia en que escogemos alejarnos transitoria y libremente del país en prosecución de un sueño, de algo que por no tener en nuestro derredor y a nuestro alcance, tenemos que buscarlo allende los mares…

Y fue así, que durante dos años de ¨total immersion¨ me nutrí de todo cuanto pude, asombrándome una vez más de mi insondable ignorancia y de la disposición de otros a alivianármela, temiendo –por supuesto- que en el intento, mis circuitos neuronales resentidos por los años, fueran a fundirse por recalentamiento del sistema; era algo totalmente nuevo para mí, donde lo que sabía luego de veinte años de ejercicio activo de la medicina interna me servía de poco; pero nunca perdí mi meta: el que mi familia tuviera una nueva experiencia bajo la observación y tutela de Graciela y yo, y en mi caso particular, aprender cuanto pudiera de las relaciones de la oftalmología con la neurología y volver a MI país bondadoso a pagar la deuda de gratitud por cuanto me había dado; cumplir de esa forma mi anhelo de formar escuela en mi propia Escuela de Medicina José María Vargas, en la ¨casa que vence las sombras¨, en la Universidad Central de Venezuela.

De inmediato -siguiendo mi sueño- fundé la Unidad de Neurooftalmología del Hospital Vargas de Caracas que continúa siendo única en un hospital público venezolano. Haríamos asistencia, docencia y extensión. Trataríamos que la enseñanza no fuera tan dura como la que me había tocado a mí en un medio de elevado y exigente nivel académico, donde hasta los más jóvenes ¨volaban con todo y jaula¨. Soñaba con hacer fácil y digerible aquello que tanto me había costado aprender, para trasmitirlo a otros. Y como siempre hay quienes quieren aprender, nunca me han faltado alumnos ni pacientes para ayudarlos, enseñando y consolando a la vera de sus enfermedades que con frecuencia son demandantes, terribles y hasta devastadoras. Yo sabía… mejor dicho, daba por descontado que a mi regreso, MI país me acogería como acogió a tantos que hicieron lo mismo que yo. Desde tiempos anteriores a nuestra democracia –ahora maltrecha e irreconocible- nuestros hospitales públicos y su pobre clientela se beneficiaron de todos cuantos salimos a colmarnos de nuevos conocimientos y absorber nuevas maneras de hacer para progresar y hacer más llevaderos los sufrimientos de los menos favorecidos…

Hoy, en la Venezuela roja, se ha echado irresponsablemente del país a sus jóvenes más brillantes y mejores preparados y aún, a sus profesores de talla internacional; han fundado universidades descartables, de ínfima calificación y calidad, sin ningún brillo y pletóricas de jóvenes fraudulentamente engañados al tiempo que han hecho que la migración de talentos haya sido masiva. Ellos no se van como nosotros nos fuimos, se van denigrados y despedidos al son de un pito, así que el ¨mal de irse¨ los posesiona: una sensación de profundo vacío por el despojo, un manto de espesa nostalgia por lo que se deja: la tierra, la familia, muchas veces los padres ancianos, otras veces las novias y aún las esposas e hijos; un ahogo, un tarugo en la garganta, una incertidumbre inenarrable, un despertar en casa ajena sintiendo la desorientación y el desconcierto, un adiós a la patria querida sin la certeza de regresar, es la pena del país inhóspito, inseguro y sucio que el Castro comunismo en conchupancia con muchos compatriotas cooperantes nos ha dejado. Nos conformamos porque dejamos la palabrería embustera y estéril detrás, porque tendremos que competir para progresar, porque ni las tarjetas, ni las cartas de recomendación o las llamadas telefónicas harán nada para que muestres tu valía, tendrá que ser con esfuerzo en el día a día…

Ya no oirán los denuestos de La Hojilla, del Mazo Dando, las noticias en pleno desarrollo del enano siniestro, tanta vaciedad y porquería intelectual… total, ¡ni ellos mismos son capaces de oír esa clase de tósigos intelectuales! Irán a países donde el trabajo, el esfuerzo y el compromiso se premian. Mucho sufrirán, nada será gratis, no encontrarán quien quiera seducirlos con apartamentos, automóviles, computadoras o becas obtenidas sin esfuerzo; eso sí, con el compromiso de lamer sus botas; estarán solos con lo que se hayan llevado de este MI país en sus cerebros, las enseñanzas de tu hogar, la disposición al insomnio creador, las jornadas inacabables es pos de la excelencia, el ejemplo de sus maestros…

Nosotros, los padres despojados y exiliados de los hijos y de los nietos, con opresión en el pecho y puchero en la palabra, los vemos ir con la certeza de que tendrán cielos para volar; cierto, cielos muchas veces turbulentos, de que se harán hombres y mujeres de valía con el torno con que se perfila la personalidad, la reciedumbre y el carácter…

Lamentamos no poder acompañarlos en este viaje que es de ustedes a vivir una vejez miserable en un sitio extraño, especialmente cuando nos han amputado las querencias, cuando las circunstancias nos han bajado las santamarías a destiempo, cuando todavía teníamos mucho o poco que dar, a sentarnos en un sitio apacible y tal vez hermoso a esperar silenciosos la muerte biográfica lejos del lar amado, heridos por el desgarro del alma y el posar en un cementerio de peregrina tierra donde no conoceremos ninguno de los tierra habientes que habrán de acompañarnos…

Elogio de la congoja…

Ha llegado el momento en que la ignorancia, la maldad y la indiferencia de quienes nos gobiernan ya no son defectos disculpables…

 

Con humilde acicalamiento me visitaban en la consulta externa del Hospital Vargas de Caracas cuando apenas era un residente de medicina interna. Su chic de otros tiempos no entonaba con el resto de la pobre clientela que atiborraba el largo pasillo de espera con media docena de desvencijadas sillas y para entonces, no existía la tercera edad… Ella, una viejecita en sus ochenta y pico; él pisándole los talones. El guamo de sus cabezas enteramente floreado… Su acento bogotano cachaco, les delataba. No indagué mucho acerca de ellos, del porqué venir a un hospital público en vez de irse a una clínica privada porque parecía más que obvio, y rascar una llaga no les haría más felices ni menos desdichados. Parecían provenientes de una familia acomodada caída en desgracia.

A pesar de ser yo tan joven me respetaban, me apreciaban y no permitían que otro de mis compañeros les viera y yo, también me sentía a gusto atendiendo sus síntomas añosos. «¿¡Qué mueble viejo no cruje de noche!?» Me decían excusándome de entrada y aceptando sus achaques. Por meses, siempre venían en comandita y sin cita, él sosteniéndola por el brazo con  delicadeza y donaire. Sus trajes siempre eran los mismos, ella con una blusa blanca con faralaos calados en la pechera y una chaqueta y falda azules y un pañuelito inclinado como un borracho en el bolsillo superior; él un traje que alguna vez fue azul marino y que el paso del tiempo había mareado y virado su color y le había dado el lustre del uso continuado, una camisa blanca amarillenta y una corbata negra que más parecía como empolvada. Delgados ambos, sus planchas se movían en sus desgastadas encías produciendo chasquidos al hablar.

En cierta ocasión vino solo y desconsolado pidiéndome, más bien suplicándome, que atendiera a su esposa en su casa, que él me pagaría. De nada valieron mis excusas y acepté si consentía en que no le cobrara nada. La congoja reflejada en su cara me hizo acompañarle una vez que terminé la consulta y durante la hora del almuerzo; la compasión es un lenguaje universal…

Vivían relativamente cerca, en una casa donde habían alquilado una amplia sala con dos ventanas abiertas a la calle. Se veía que el mobiliario antes fino y ahora tan arruinado como sus habitantes, había pertenecido a un ambiente más acomodado. Un escaparate de tres puertas con tres lunas manchadas tal vez repleto de enseres ancestrales, familiares y personales que opacaba aún más la limpieza de la habitación, un aguamanil desconchado con una toalla blanca, mareada y raída por el uso, una pequeña cocina de kerosene y una silla para evacuar perforada en el centro del asiento.

Ella permanecía lívida en la amplia cama matrimonial de elevado copete; se había resistido a comer en los últimos tres días, pero aun así, cuando me vio de reojo, una sonrisa forzada afloró a sus menudos labios de anfractuosas grietas. Se sentía muy mal y quería morirse… Su facies mostraba un perfil enjuto, con ojos hundidos, ojeras, palidez y perlitas de sudor frío. De manera rotunda sacó fuerzas para rechazar que la hospitalizara. Su sufrimiento –me dijo con voz apagada casi inteligible- era insoportable e intolerable: haber caído desde tan alto hasta tan bajo… Su consorte tan angustiado como estaba, se movía nervioso por la estancia sin saber qué hacer, le tocaba la frente poblada de arrugas, le besaba, le preguntaba cómo se sentía, le aseguraba que mejoraría… No le encontré nada físico: sus signos vitales en el rango normal, ningún cuadro infeccioso, no tenía una de esas neumonías que suelen cebarse a la sombra de la debilidad y la decrepitud…

Le conforté, le reaseguré y le indiqué un tónico de los que todavía existían en aquellos tiempos y le ofrecí verla muy temprano al día siguiente. Cumplí mi palabra y ya escapándose la noche entre los arreboles del día apareciendo por el creciente, toqué a la puerta… Me abrió un señor que parecía el dueño de la casa. Me dijo con frialdad que ambos habían fallecido durante la noche: la serenidad de la muerte les había pillado con las manos entrelazadas…

Eran el uno para el otro y se fueron el uno con el otro. Su vergüenza y sus compartidas penas habían cesado sin pagar la renta… Como es proverbial en los médicos, me reproché por la fragilidad de mi conocimiento, por no haber insistido, por no haber atisbado el desastre, ¿Qué habría yo pasado por alto? Viendo entre la niebla de la lontananza, tal vez no ponderé bien el terrible sufrimiento que les embargaba, ese sufrimiento que roba el espíritu de lucha y mata, ese sufrimiento para el cual no hay píldoras ni puede expulsarse mediante sangrías, lavativas, supositorios o purgantes…, pero ¿cómo podría haberles ayudado? No lo sé todavía, lo que sí sé es que aún les llevo en el ya grande, raído y pesado costal de mis culpas…

  • La situación de MI país y su gente me hace adelantar un símil.

Nos creímos ricos y poderosos, nos jactábamos de ser venezolanos y abochornábamos a nuestros pares hispanoamericanos con nuestra capacidad económica: ¨¡Ta’barato, deme dos…!¨ era nuestra consigna; todavía es la de los bolichicos, aún más echones. No cuidamos los talentos que nos fueron confiados, nos hicimos indolentes e indiferentes, la molicie nos invadió, la fibra rebelde nos abandonó y aceptamos impasibles que un ilegítimo cuya propia ignorancia es para él motivo de fiesta, nos gobernara y un triunfo electoral nos fuera arrebatado… hasta que la ruina tocó a nuestra puerta y nos cogió por sorpresa cuando sorpresas no cabían; caímos muy bajo y sin ánimo de lucha como me expresó con tristeza la viejecita de mi historia, como queriendo desandar el camino andado.

El infierno de los nueve círculos de Dante ya no es una ficción; nos acogota el ejército rojo de la destrucción, ya hay plagas, pestilencias y endemias, epidemias… Toda solución tiene un precio, de no hacer nada, hasta corremos el riesgo de morir atormentados por la congoja con las manos ateridas y entrelazadas por el frío de la muerte…

«El miedo sólo sirve para perderlo todo».

— Manuel Belgrano

En las postrimerías del tiempo pautado para las votaciones del 6 de diciembre, percibimos el desmayo, la fatiga, la angustia y la aflicción del ánimo que es lo que engloba la palabra congoja. Han sido más de tres lustros de decepciones: desengaños para quienes creían que un militar ignorante, gorila, capachero, entreguista y delirante arreglaría ¨esto¨, y también para los otros, los que esperábamos, ilusoriamente, derrotarlo con el voto, como se hace en democracia.

Por desgracia no estamos en democracia y el voto en comunismo es una entelequia; transitamos por caminos de dictadura en un país que estuvo dividido en dos parejos toletes, pero donde los desencantados y furiosos al sentirse utilizados y despreciados con el estado de cosas, han hecho partido con aquellos otros a quienes una vez odiaron: Ya tenemos penas compartidas, y hacemos y deshacemos a la dictadura o el deterioro y la ruina total, se prolongará para pena de todos.

De la boca para fuera, el ministro Rangel Gómez ante la molestia de los guayaneses por la escasez de alimentos cuando en San Félix alcanza 51,08%, espeta: ¨Nosotros somos capaces de comer palo o, en vez de dos huevos, dos piedras, y nos comeremos las piedras fritas, pero a nosotros no nos doblega nada ni nadie¨…, qué desparpajo, que insulto, que falta de consideración, especialmente cuando se tiene la barriga llena, la familia asegurada, guardaespaldas y hasta dólares para viajecitos.

Como puede deducirse, el largo y lento proceso de domesticación del hombre desde el gorila que fue hasta el ser civilizado que debería ser, no ha sido completado en MI país, ha sido abortado en sus buenas intenciones y vamos en retroceso, cuesta abajo y a gran velocidad. ¿Es verdad que se comerán dos piedras fritas o es el colmo del cinismo y la fetidez?, ¿Es verdad que vamos a triunfar si nos enfrentamos a dos millones y medio de votos falsos? ¿Y si la revolución armada no reconoce el triunfo?, ¿Cuál es el plan en caso de que sea ignorado…? ¿Es que todavía creemos que militares cómodos, enchinchorrados y obesos saldrán a la calle a defendernos cuando maten otro estudiante, o que desde los cielos nos venga una ayuda exterior?

De esta solo saldremos por nosotros mismos, con los pies bien firmes en tierra y el corazón en la mano, todos a votar con convicción y entusiasmo y esperamos que nuestros líderes nos acompañen con valentía y reclamen en nuestro nombre lo que es justo, aun con el pago de su propia sangre que también será la nuestra, pues nadie los obligó a estar donde están…

El Señor nos enseñó que para alcanzar el paraíso, los hombres debemos pasar por el infierno, y en él estamos; no hacer nada es bienvenir al Dante. Sin control un gobierno se comporta como un cáncer infiltrante y metastásico, como una pestilencia más. Ha llegado el momento en que la ignorancia y la indiferencia de quienes nos gobiernan ya no son defectos disculpables; solo la sabiduría y la honestidad tendrán el poder de absolución.

Nuestra adhesión sincera al amigo y periodista que habla claro y a quien esperamos cada mañana con los primeros trinos del alba y el cese del croar de las ranitas jardineras satisfechas de amor y del frescor de la tenue lluvia:

“En estos tiempos absurdos, crueles, oscuros, injustos, terribles y miserables que vivimos, hay que aclarar lo que está claro. Yo soy venezolano por nacimiento. Lo garantizan la Constitución Bolivariana de Venezuela y mi vida misma”

César Miguel Rondón

Elogio de la mujer médica: A la zaga de Agnódice…

 

Hoy viernes 10 de marzo de 2017, se conmemora el natalicio del doctor José María Vargas; es el día del médico y de la médica también. Sea este un tributo a las médicas, su presencia, su persistencia, compañía y a su coraje…

Se le atribuye Agnódice (300 a.C.) la práctica de la medicina en la antigua Grecia en un momento en que la legislación ateniense prohibía a las mujeres ejercer legalmente la ocupación, lo que creaba problemas entre las embarazadas y parturientas que no querían ser auxiliadas por hombres. Algunos cuestionan la posibilidad de que ella fuera una figura histórica pues muy poco se sabe acerca de su vida, como no sea la información suministrada por Hyginus, un autor latino del siglo I.

En el segundo tomo de sus Cartas eruditas y curiosas, el fraile Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764) escribe que «las hembras más disolutas, cuando llega el caso de ponerlas por algún delito grave en la tortura, sienten más de la desnudez que los cordeles». Así que Agnódice, ya condolida de esta calamidad de su sexo, ya por sentir en sí una vehemente inclinación y gran pasión hacia la ciencia médica, resolvió vulnerar la ley para cuyo efecto, cortándose el cabello y utilizando vestimenta de hombre fue capaz de convertirse en un estudiante del famoso médico alejandrino, Herófilo de Calcedonia (335 a.C.- 280 a. C.) – a quien se atribuye la primera autopsia-, de quien no era conocida.

Después de terminar sus estudios, con especialidad en el arte de obstetricar, ella escuchó a una mujer gritando en la agonía del trabajo de parto y fue en su ayuda. La mujer, pensando que Agnódice era un hombre le negó que la tocara. Sin embargo, Agnódice levantó su ropa y reveló sus atributos de mujer. De allí en adelante las féminas permitieron que Agnódice –quien en secreto les exponía su secreto-, las tratara. Cuando los médicos masculinos descubrieron que sus servicios no eran más buscados, en el Aerópago acusaron a Agnódice de seducir y de ilícitas intimidades con sus pacientes, así que las mujeres fingían enfermedad para conseguir visitas de Agnódice.

«Cuando Agnódice fue llevada a juicio, fue condenada por los hombres más sobresalientes de Atenas. En este momento, sus propias esposas se involucraron en el asunto. Según Hyginus, argumentaron que, » los hombres no eran sus cónyuges sino sus enemigos, puesto que ellos estaban condenando a quien había descubierto la salud para ellas». El argumento de las mujeres prevaleció y la ley fue enmendada para que las mujeres libres pudieran estudiar medicina».

 

En Antiqua Medicina se comentó la leyenda de Agnódice señalando que, «… es muy poco probable la historia que narra Hyginus se base en hechos reales». Sin embargo, los arqueólogos han desenterrado una serie de figuras identificadas como la mítica mujer Baubo. Según la leyenda griega, divertía a la diosa Démeter tirando hacia arriba su vestido sobre su cabeza para exponer sus genitales. Puede ser que la historia de Agnódice sea simplemente una explicación para tal figura. En el escrito se observó que el nombre en sí mismo, Agnódice, se tradujo en griego antiguo para significar «casta ante la justicia,» una forma que «no es infrecuente en la literatura griega».

Sea o no que su leyenda se base en un hecho real, es una que el mundo de la medicina ha aceptado durante mucho tiempo. Así, Agnódice se recordará como la primera mujer ginecóloga y partera. Admirable mujer si pensamos que aún en 1900 todavía se miraba con sorna y desprecio a las mujeres que anhelaban su ingreso en una escuela de medicina.

Según la mitología, Démeter se encontraba de profundo luto por la pérdida de su hija, Persphene, que había sido secuestrada por Hades. Tan profundo fue el dolor de Deméter que renunció a sus deberes de diosa de traer fertilidad a la tierra. Todo el mundo intentaba desesperadamente consolarla y animarla, pero ella se encontraba muy triste. Entra en escena Baubo, diosa del regocijo. Las dos mujeres comenzaron a conversar y la segunda, con gran humor, hacía atrevidas observaciones. Démeter comenzó a sonreír. Baubo, salió fuera bajo un cielo azul pleno, se levantó la falda y mostró a Démeter su vulva. Riéndose cordialmente, Démeter fue capaz de salir ella misma de su tristeza y comenzó a actuar para recuperar a su hija. Baubo le salvó el día…

Es muy linda y aleccionadora la historia de las pioneras médicas en el país: La primera mujer en realizar estudios completos de medicina en el país fue Sara Rosa María Bendahan, nacida en Guatire, Estado Miranda, el 28 de febrero de 1906. Habiendo finalizado sus estudios en 1930, por conflictos personales muy dolorosos no se recibió hasta el año 1939, cuando presentara su tesis doctoral intitulada El diagnóstico de la Apendicitis. Contribución al estudio de la variedad retro-cecal.

Es de justicia también recordar a las doctoras Virginia Pereira Álvarez, poetisa y narradora, la primera mujer que intentó los estudios médicos en Venezuela, pero que posteriormente los concluyó en Filadelfia, Estados Unidos en el Woman’s Medical College of Pensylvania en 1920 y luego vino a trabajar con el doctor Arnoldo Gabaldón en el tratamiento de la malaria, y Lya Imber (1914-1981), nacida en Odessa, Ucrania, titulada el 31 de julio de 1936. Se dedicó al niño enfermo y fue una de mis recordadas profesoras de pediatría en el Hospital de Niños, José Miguel de los Ríos; igualmente fue la primera mujer electa como Miembro Correspondiente Nacional de la Academia Nacional de Medicina en 1981. Fallecería dos meses después.

Aunque no fueron médicas, mencionaremos a las pioneras hermanas de San José de Tarbes, 18 en total, que trajeron al país un nuevo estilo de enfermería y asistencia hospitalaria. Dirigidas por la Reverenda Madre Saint Simon, llegaron a La Guaira, Venezuela, el 13 de junio de 1889, desde Cantaous (Francia), para ocuparse de los enfermos del Hospital Vargas de Caracas y de otros hospitales, y también de la enseñanza en medio del ímpetu modernizador de la asistencia hospitalaria promovida por el Gobierno de Juan Pablo Rojas Paul. Bajo el nombre de Hermana Josefina se encontraba una tía de Graciela, mi esposa: su real nombre, Rafaela Arocha persona de fuerte temperamento quien soñaba con casarse y rechazaba la idea de ser monja, pero sin explicaciones, allí terminó…

Para entonces se realizaba en el Vargas atención obstétrica. Mi hermano Fidias Elías me hizo conocedor de una heroína, la partera Domitila Rodríguez, quien ejerció su oficio en sus salas entre 1918 y 1939 y me hizo conocer el famoso signo llamado de ¨Domitila¨, o la emisión de un escíbalo o heces fecales en el momento de la coronación del feto, evidencia de que no se había aplicado un enema evacuatorio antes del parto…

 

Cuando los estudios médicos eran otros y transcurrían apaciblemente, tuve compañeras insignes, batalladoras, lo que hoy día llaman guerreras, apasionadas del saber, muchas de las cuales compartían sus trasnochos entre estudios y las faenas del hogar; no sé cómo lo hacían; no sé cómo lo hacen muchas mujeres, tal vez por el convencimiento y la pasión de ser mujer… Muchas se destacaron en la profesión, otras llegaron hasta donde pudieron llegar con la frente en alto. Así, más tarde acumulé alumnas y más alumnas, estudiantes de pregrado y graduadas, bastantes destacadas, responsables y estudiosas. No podría mencionarlas porque han sido muy numerosas, pero si así fuera, no quisiera que ninguna se quedara fuera, así que mi cariño, mi admiración y mi respeto a la mujer médica venezolana…

Hay algo, sin embargo, algo que me inquieta, me produce desazón y profunda lástima. Algunas de estas médicas que transitaron por los pasillos de nuestros hospitales, que vieron de cerca la miseria sostenida de los galeotes en los hombros de los más pobres y mugrientos, que, en su momento, sufrieron y se sintieron mal por ellos, pero luego por juego del destino se pasaron a las filas de la revolución bolivariana y allí, donde y cuando pudieron hacer algo por cambiar o aminorar la minusvalía de esos venezolanos, no lo hicieron… no lo hacen. María Lourdes Urbaneja Durant, María Eugenia Sader Castellanos, Isabel Iturria, Nancy Pérez Sierra y Luisana Melo Solórzano, ministras de salud durante la oscurana comunista, pronto en sus cargos abjuraron del Juramento de Hipócrates, de Maimónides (Rabí Moshé ben Maimón) y de Razetti que una vez hicieron; se volvieron ciegas antes la realidad que taladraba sus retinas,  sordas ante el clamor de los desvalidos y mudas ante su deber de denunciar, y se aliaron con la mentira, y a pesar de que el barco de la revolución hace aguas por todas partes, aún no oyen las campanas tocando a rebato y apoyan las embustes de la mediocridad con aprobaciones de cabeza durante concentraciones de gentes llevadas a juro.

¿Dónde estaban ustedes cuando la malaria progresaba sin control?

Así se expresó el villano, ni una mentira más ni una menos:

>> Venezuela aboga por mayor protección de DD.HH. ante la ONU

«La salud, hay que decirlo un millón de veces, no puede ser una mercancía. Tenemos que construir un sistema de salud con una doctrina de servicio humano. Tenemos que construir un sistema que vaya integrando todas las capacidades, para todos y de todos, un sistema incluyente, socialista y humanista», instó el presidente el viernes 10 de marzo.

Basta verlas sonrientes y despreocupadas ante la catástrofe que se ensaña frente a sus ojos. Por una de ellas que tuve de alumna, me consta que no todas son lerdas o incapaces de comprender, o que en algún momento no hubiera aspirado al mérito académico; sin embargo, ahora resulta que amparan a los menos preparados en sus carreras universitarias y sin decirlo, apoyan la farsa, la oferta engañosa para producir en serie barberos que presumen de médicos: ¨382 nuevos médicos especialistas en diversas áreas de la salud¨; no les preocupa que estos ¨médicos a palos¨ por seguro que tendrán un pobre desempeño, hijo de su mediocre preparación. ¡Hasta dónde se han envilecido!

Pero descenderá un San Miguel implacable desde los cielos para alancear una vez más a Lucifer, simbolismo no sé si de los desposeídos que claman por justicia o de los arrepentidos que tratarán de salvar sus cabezas…

Elogio de la sinceridad…

 

De mi memoria surge una anécdota de cuando estudiaba sexto año de medicina, o sea, cuando falsamente creía que ya estaba cocinado y listo para salir del horno… Aunque por mi inmadurez y timidez –que me hicieron sufrir tanto- nunca fui una persona ¨echona¨, mi dedicación al estudio y los frecuentes halagos de mis profesores y de mis compañeros de curso –tantas veces exagerados- parecían indicarme erróneamente que podría intentar navegar sin astrolabio ni brújula en las aguas procelosas de la práctica médica… Y siendo que el error es humano, mi pobre ego se hinchaba y se inflaba con tanta lisonja… Un fuerte golpe a mi narcisismo que me obligaría a poner los pies en tierra entonces surgió…

Cierto día, atendí en la consulta externa de medicina del Hospital Vargas de Caracas a un viejecito flaco y desmirriado, con despoblada barba de enfermo que en su palidez pajiza le daba un aspecto de hueso con hormigas; un paciente de esos a quien podrían contársele las costillas en el pecho y las apófisis espinosas en su espalda, sin bola de Bichat y de abdomen excavado donde se apreciaba el peristaltismo intestinal, vale decir, las tripas reptando como culebras bajo el escaso panículo adiposo abdominal que su autofagia le imponía. Mi primera visión, tal como se verá, muy prejuiciada, me hizo pensar en que tenía un avanzado cáncer del estómago. Y así, con aquella preconcebida y prejuiciada idea en mente procedí a interrogarlo, a examinarlo y a hospitalizarlo en la sala 7 del Hospital Vargas de Caracas, asiento de la Cátedra de Medicina Interna y servicio de Medicina 2 donde realizaba mis estudios.

Mi amigo ¨Cabeto¨ (1934-2013) y el doloroso descubrimiento de mi prepotencia…

No pasó mucho tiempo cuando se me acercó el doctor Carlos Alberto Moros Ghersi (1934-2013), a quien me daba el lujo de llamar ¨Cabeto¨… Y no era por insolencia ni por afán de igualarme. Resulta que los tres hermanos Moros: Carlos Alberto, Eulogio y Morelia, y mi hermano Fidias Elías eran compañeros del curso que se graduó de Médicos Cirujanos en 1958 bajo el epónimo del bien recordado maestro, doctor Leopoldo Briceño Iragorry (1908-1984)…

La lista de asistencia rezaba así, monótona como todas las listas: Moros, Moros, Moros, Muci; seis años de convivencia, de hermandad, de ligazón espiritual… La atadura emocional de la amistad sincera hacia mi hermano había sido trasladada in toto y vis a tergo hacia mi persona. Me trataba y siempre me trató con extremado afecto y consideración. Luego del ingreso, él había conversado con el viejecito y también le había examinado con esmero. Nada de lo que yo había asentado en el papel acerca de sus síntomas y signos era cierto… Toda aquella reláfica escrita con letra legible, en tinta china y subrayada con tintas de color según su importancia, no era otra cosa que una invención no intencionada de mi prejuicio, una especie de alquimia de mi prepotente ego, un espejo de mi ligereza listo para fragmentarse en mil pedazos, afortunadamente…

Todo aquello pudo haberse quedado así, y él, no decirme nada… Sin embargo, como si limpiara una fina y delicada porcelana de Lladró, se acercó cauteloso y me habló con tacto y sinceridad, exponiéndome mi equivocación, el porqué de mi erróneo juicio clínico y los correctivos para evitarlo. Lejos de estrujarme en la cara mi desacierto quiso darme una lección que nunca más olvidaría: Que las primeras impresiones pueden ser opacas, resbaladizas o simplemente ¨primeras impresiones¨ y que pueden conducirnos a la ofuscación o al yerro; que el aprendiz, ante su gran carga de ignorancia, suele recurrir a clichés mentales, como aquel de, ¨pupilas isocóricas, regulares y centrales que responden bien a la luz y a la acomodación¨, siendo que el ¡20%! de las personas normales tiene una anisocoria fisiológica -también llamada central-, una pupila más dilatada que la otra no mayor de un milímetro…

En otro momento escribí acerca de mis prejuicios en el Boletín Virtual de la Academia Nacional de Medicina 5:49, enero de 2013 y al que intitulé, ¨Las enseñanzas de Misia Chucha y Misia Virginia¨. Por eso enseño a mis alumnos y siempre haciendo referencia previa a esa, la lección de Cabeto que dio en el blanco de mi narcisismo y me hizo más humano y centrado… Su sentida muerte en la flor de su práctica hizo perder a la medicina venezolana y en especial a la medicina interna, a la Sociedad Venezolana de Medicina Interna y al American College of Physicians Región Venezuela,  uno de sus más ilustres ornamentos.

Y así, luego de atender a un enfermo, no importando si se trata de un cuadro viral febril o un ¨ACV¨, una parálisis facial o una ¨hernia discal¨, me pregunto y  enseño a mis alumnos a preguntarse: ¿Cuál sería la primera pregunta que deber asomarse a sus mentes…? Solo una y es esta, ¿tiene este paciente realmente una virosis, un accidente cerebral, una parálisis facial o una hernia discal, o una condición que lo simula…? Pienso que esa pregunta puede ser un antídoto contra el yerro que nos hace pensar y dudar de una primera impresión…

«Cabeto» Moros luego sería un todo maestro de la medicina interna, especializado en la Universidad de Londres en radiología cardiovascular con el profesor Keith Jefferson, profesor titular de la UCV, master y gobernador del Capítulo Venezuela del American College of Physicians, director de la Escuela José María Vargas, Decano de la Facultad de Medicina de la UCV, senador de la República y rector magnífico de la Universidad Central de Venezuela, pero ante todo, un amante del humilde enseñar sincero y directo… Aupado por el compromiso y el amor al país, hasta allí llegó mi amigo y el recuerdo luminoso que me dejó sigue flotando a diario en mis acciones…

Otras dos personas en el pasado reciente me lo hicieron saber directamente y sin anestesia, fueron los doctores académicos de medicina Augusto León Cechini. (1921-2010) y José Miguel Avilán Rovira (1922-2014) -«la letra con sangre entra»-: el primero, en ocasión de corregirme mi primer libro y encontrar una aburrida cantidad anglicismos, horrores y términos por mi inventados en un proyecto de libro sobre Fondo del Ojo: la reprimenda considerada y afectuosa me hizo ser más atento, serio y veraz, emplear siempre el diccionario de la RAE, el diccionario de sinónimos y antónimos y otros que se despliegan frente a mi vista, algo más allá del computador; el segundo, al deshacer los yerros en los trabajos que enviaba para ser publicados en la Gaceta Médica de Caracas cuando él era su director. Mucho aprendí de ambos, siempre se los agradecí y siempre les hice saber de mi agradecimiento y del por qué…

 Y es que la sinceridad no es propia de nuestra cultura porque nuestros amigos prefieren no hablarnos claro por temor a perdernos, no sea que no nos guste la claridad y nos enoje la verdad. Es como  cuando uno tiene un moco pegado a la corbata o asomado en una narina y lo deslucimos al pasearnos orondos entre corrillos en una reunión –permítaseme lo prosaico y el mal gusto-… casi nunca hay alguien capaz de llamarnos disimuladamente a un lado para decírnoslo con franqueza y suavidad; por el contrario muchos antes bien, voltean la cara y nos dejan de lado con prisa como si fuéramos apestados…

Para ser sincero también se requiere «tacto», esto no significa encubrir la verdad o ser vagos al decir las cosas. Cuando debemos decirle a una persona algo que particularmente pueda incomodarla principalmente debemos ser conscientes que el propósito es «ayudar» o lo que es lo mismo, no hacerlo por despecho, enojo o porque «nos cae mal», eso tiene otro nombre, y no es el de sinceridad, aunque lo que digas no falte a la verdad. Hay que encontrar el momento y lugar oportunos, esto último garantiza que la persona nos escuchará y descubrirá nuestra buena intención de ayudarle a mejorar.

La sinceridad, debemos enfatizar es un valor que no debemos esperar de los demás; antes bien, es un valor que debemos ejercer con todos para tener sinceros amigos y para ser dignos de confianza. La premisa de este aserto es ir siempre con la verdad; sabemos que no es sencillo ni fácil pero basta con ejercerla con sabiduría y tacto para saber que cuesta más de lo que creemos.

La sinceridad no sólo trasluce en las palabras, sino que también se demuestra por medio de nuestras actitudes. Cuando aparentamos ser lo que no somos, sea en cuanto a edad, trabajo, inteligencia o amistad, tendemos a aparentar lo que no somos -más jóvenes, más despiertos, más inteligentes, o más educados-. Si se descubre la gran mentira que hemos hecho creer puede aplicársenos el refrán: «Dime de qué presumes… y te diré de qué careces» y entonces se produce una gran desilusión ya que se pierden las esperanzas de lo que la persona en realidad no es. También indicar que «decir» siempre la verdad con palabras es una parte de la sinceridad, porque también debemos «actuar» acorde con la verdad que propalamos.

Para ser sincero se necesita tener mucho «tacto» y ello significa que cuando debemos decirle a una persona la verdad de lo que pensamos y esa verdad podría incomodarla, debemos utilizar las palabras, las expresiones correctas ya que el primer propósito es «ayudar» y el cómo decirlas son necesarias para que la persona escuche y vea que lo que se le dice va con buenas intenciones y sin ánimo de ofenderle.

La sinceridad también requiere valor ya que, a la hora de decir la verdad a un amigo, por ejemplo, el no decirla no podría justificarse por el hecho de perder una buena amistad o por el concepto que se tiene de la persona. La persona sincera siempre dirá la verdad, en todo momento, aunque le cueste, sin temor al qué dirán. Ya que vernos sorprendidos mientras mentimos es aún más vergonzoso.

Otro que exhibía un tacto desmesurado pero no por eso dejaba de decirme lo que tenía que decirme, fue el doctor Darío Fuenmayor-Rivera, admirado médico oftalmólogo, hermano querido, compadre sin ser mi compadre, y quien en muchas ocasiones me dijo verdades dolorosas que siempre estaban imbuidas de respeto, bien acerca de mis diagnósticos oftalmológicos o de mis impresiones acerca de una  angiografía fluoresceínica, y aun en aspectos de mi vida personal.

En su homenaje acerca de él escribí el 17 de junio de 2014…

 

«Doctor Darío Fuenmayor-Rivera (1934-2014)»

Ha fallecido confortado con los mimos de su familia, el último caballero de la oftalmología venezolana…

¨Vive de modo tal que cuando tus hijos piensen

en justicia e integridad, piensen en ti…”

Jackson Brown, Jr.

«Me apresuro a escribir lo que mi alma me dicta… Mi tristeza no tiene límites, la mañana de hoy murió mi cercano hermano de afectos. Se fue con la sencillez que marcó los pasos de su fructífera vida, sin algarabías ni estridencias, sin remordimientos ni odios, sin cuentas por saldar y con el precioso haber del deber cumplido. La oftalmología venezolana está de cerrado luto.

Con él se ausenta definitivamente un maestro de la oftalmología latinoamericana, profesor insigne a pesar de no haber pertenecido –como le correspondía en propiedad- a la planta de profesores del posgrado de oftalmología de alguna prestigiosa universidad nacional. Aun así, motu proprio, con decisión y compromiso se las ingenió para enseñar y dictar cátedra, y mire que lo hizo a diario a plenitud, pedagógicamente y ameno, lo hizo muy bien, en múltiples escenarios y con la humildad y su sapiencia proverbial, esas que siempre le arroparon…

Nos graduamos juntos en 1961 en la Universidad Central de Venezuela y él, pronto se fue a la Argentina donde en Córdoba, fue acogido por el doctor Alberto Urretz-Zavalía (1920-2010) oftalmólogo de recio carácter, que supo siempre reconocer su valía y su indeclinable dedicación al trabajo sin pausa, al estudio serio y a la adopción de cada paciente como una causa.

Siendo que mi camino fue el de la medicina interna, me alejé de él por algún tiempo… En algún momento, cuando me interesé por el ojo como escenario privilegiado de la enfermedad sistémica, buscando alguien que me apoyara, cuando tantas puertas me fueron cerradas en la cara y duras recriminaciones se me hicieron por ser intruso en una especialidad de la cual no formaba parte, en ese momento preciso, nuestros caminos de nuevo se cruzaron. Me abrió su corazón y su ciencia sencilla, me acogió y me relacionó con otros oftalmólogos y más aún, a través del contacto con el profesor doctor Rafael Cordero Moreno fui catapultado a San Francisco de California para mi entrenamiento posdoctoral en neurooftalmología.

Portando 2 pantallas, dos proyectores de diapositivas, numerosos carruseles, muchos metros de cables y cientos de fotografías del fondo ocular y angiografías, viajamos como «cuoteros» en su camioneta por todo el país regalando nuestra mercancía, impartiendo cursos de angiografía fluoresceínica de la cual fue el verdadero pionero y el más comprometido en Venezuela; de todos sus oyentes, el que más provecho sacó fui yo, ya que siendo siempre de lento aprender, de mucho oírlo tantas veces terminé por aprender de su ciencia sencilla y nítida.

Fue presidente de la Sociedad Venezolana de Oftalmología y de la Asociación Panamericana de Oftalmología, organizador de congresos, colaborador permanente del Curso Básico de Oftalmología de Puerto Rico, «Dr. Guillermo Picó Santiago», charlista excelso él mismo… y además, cultor de la voz del arrabal: cantante de tangos hasta no hace poco; no se hacía de rogar para brindar su arte: una voz, un sentimiento y una pasión que hasta Carlitos, el zorzal criollo le hubiera envidiado…

Darío fue un hombre de muy rectos procederes, nunca hizo de la profesión un comercio, fue un ciudadano de bien, un médico meticuloso, respetado y compenetrado con el dolor de sus pacientes, un estudioso consuetudinario, jovial y fácil de tratar, nunca quiso ser lo que no era y sus pacientes le respetaban, le amaban y jamás le acusaron de cometer un acto contrario a la moral o a la ética. A menudo conversaba con él y le pedía su opinión y consejo en áreas de la oftalmología que no conocía con suficiencia; no me hacía sentir mal por mi profunda ignorancia y dispuesto, con el tacto de quien no quiere herir al que sabe menos, me regalaba sus saberes.

Darío nunca hubiera cohonestado la cirugía de cataratas en ojos 20/20 por la Ꞌeventualidad futuraꞋ del endurecimiento de su núcleo; no le hubiera importado perder al paciente por el recurso siempre esgrimido de que si él no lo operaba, otro lo haría. Tampoco cohonestaría realizar cirugías refractivas en ojos présbitas, especialmente cuando me decía que no conocía ningún colega suyo que hubiera permitido que se las dejaran hacer a sí mismos… Su actitud ponderada, íntegra y sabia siempre contrastaba con la del montón, recordándome a mi admirado Sherlock Holmes al advertir en ¨La banda de los lunares¨: ¨Cuando un médico obra mal, se convierte en el peor de los criminales: tiene sangre fría y posee los conocimientos necesarios¨. En una sociedad envilecida, moralmente contrahecha, encubridora a ultranza, que no controla ni protege, que no aplica la ley ni castiga al culpable de un delito, todos tenemos patente de corso para ejercer la laxitud en nuestros procederes y ejecutorias sin que los organismos societarios o gremiales practiquen la vigilancia de las formas de hacer de sus agremiados.

La lejanía nuevamente me separó de su presencia, pero conversábamos a menudo y sentía en sus palabras un dejo de saudade por sus pacientes, por la patria lejana, por sus amigos de siempre. Pero invariablemente prudente y reservado, parecía no querer expresar su honda pena. Pero así era él, y en esa ley dejó este mundo…

Con fuerza ineluctable, Átropos cortó el hilo de su vida… Y fue así como hoy,  14 de junio de 2014 imperturbable, seccionó la brizna que sujetaba su existencia, y de su cuerpo entelerido se elevó su alma a los reinos ignotos donde el dolor ya no existe y la virtud se premia… Lugar ese desconocido donde su cuerpo gozará del merecido descanso eterno, único genuino adecuado a la fatiga de una vida intachable. Con Darío se cumple la pretensión horaciana de ¨no morir del todo¨, pues los médicos y hombres grandes continúan viviendo a través del recuerdo y agradecimiento de sus amigos y de sus pacientes…

Gladys, su querida Gladys, siempre a su lado, atendiéndole y cuidándole; amor de sus amantísimos hijos y nietos también recibió a raudales; respeto, la consideración y la admiración de sus cercanos amigos y colegas también tuvo en demasía, pero nunca se vanaglorió de cumplir con ese sagrado deber de enseñar al que no sabe y aprender de quien sabe más. Para todos los que le quisimos mi muy sentida palabra de pésame y una lágrima por su recuerdo…

Para ti Darío, querido amigo y hermano, un sincero hasta luego y un espérame que en cualquier momento nos vemos…»

 Decía don Gregorio Marañón y Posadillo (1887-1960), el Hipócrates español, “Debemos declarar heroicamente que el médico no sólo puede, sino que a veces, debe mentir. Y no solo por caridad, sino con el más riguroso criterio científico”, pues con relación nuestro oficio, la ¨mentira piadosa¨ puede y debe emplearse cuando sabemos que un paciente no tolerará la verdad que en ese momento consideramos verdadera, pero ojo, es bueno aclarar que es ¨nuestra verdad¨ -que no siempre el LA verdad-, por ello, debemos siempre esperar el momento oportuno, ese cuando sintamos que ahora sí nuestro paciente puede digerir parte de ella o tal vez toda ella. El pretendido respeto a la independencia del enfermo y su derecho de conocer la verdad muchas veces solo logra destruir las defensas emocionales del paciente para entregarlo a la saña de su dolencia: la demanda médica conspira para hacernos más fríos y calculadores.

El mostrarnos «como somos en realidad», nos hace congruentes entre lo que decimos, hacemos y pensamos, esto se logra con el conocimiento y la aceptación de nuestras cualidades y limitaciones. Al ser sinceros aseguramos nuestras amistades, somos más honestos con los demás y a la vez con nosotros mismos, convirtiéndonos en personas dignas de confianza por la autenticidad que hay en nuestra forma de comportarnos y nuestras palabras.

A medida que nos vamos haciendo más mayores, la sinceridad debe ir en aumento y debe convertirse en un elemento básico para vivir nuestra vida con auténtica plenitud y sinceridad.

Cabe enfatizar que «decir» la verdad es una parte de la sinceridad, pero también «actuar» conforme a la verdad, es requisito indispensable.

Ser sincero, exige responsabilidad en lo que decimos, evitando dar rienda suelta a la imaginación o haciendo suposiciones.