Elogio de la Evocación… ¡Más vale papel en mano que flaca memoria! El paciente del papelito…

 

PARTE I.

 

  Pálida, tremulosa y titubeante, se abrió paso hasta el reducido recinto de mi despacho. Sus ojos reventones, de dilatadas pupilas, regateándose todo parpadeo, escrutaron cada milímetro de mi rostro completo, comparando la ilusoria imagen que de mí se había forjado, con la que la realidad le confrontaba. Su mano tímida, fría y sudorosa fue a encontrarse con la mía. Como el primer beso de un adolescente, su saludo fue un tímido y fugaz encuentro…

Tragando grueso,  apenas si acertó a sentarse en el borde de la silla que le ofreciera  –yo llamo a esta postura ¡¨no he llegado, ya me voy!-. Entre profundos suspiros y aclaraciones, confundió la dirección de su domicilio y tuvo que rectificar la numeración de su teléfono. ¡Tan asustada estaba, que su mente se había blanqueado! En anticipación a la consulta, la noche anterior no había dormido y dos evacuaciones flojas rubricaron su recelo. Al preguntarle a qué había venido, no atinó a encontrar una respuesta concreta. Tuve que extraer de ella, casi que con cucharita y mediante un proceso de mayéutica, similar al que usara la madre de Sócrates, Fenaretes, famosa comadrona de Atenas, lo que la ausencia de comunicación fluida y esclarecedora no pudo. Mientras le examinaba, emergieron en forma desordenada quejas olvidadas. Hablamos luego por un largo rato.

Su semblante de salida, reflejaba una menor tensión, y sus manos se habían entibiado un pelín. Aunque al final de la entrevista me pareció que se encontraba saludable, nunca podría estar seguro de la veracidad de su ‘chucuto’ relato y peor aún, cuanto de él realmente pertenecía a mis conjeturas y no a su realidad… Me quedé intranquilo y pensativo. Segundos después, un toque nervioso y un empujón a mi puerta me devolvió a Nívea Friática[1] —que así se llamaba mi paciente—, que penetrando avergonzada exclamó, ¡Qué pena doctor, se me olvidó contarle lo más importante…!

 

¡Cuán a menudo va el paciente a la consulta médica impreparado!  ¡Cuán frecuente somos observadores timoratos y ligeros de lo que nos aqueja y nos asusta! ¿Cuántas veces cerramos los ojos para no ver, los oídos para no oír y embotamos la sensibilidad para creer no sentir aquello que nos ocurre y no entendemos? ¿Cómo ser diagnosticados con eficiencia si no podemos expresar, en nuestras propias palabras, las pistas que con claridad ayuden a resolver nuestro entuerto? Toda enfermedad posee un lenguaje distintivo, que, verbalizado por el enfermo, permite su desvelación e identificación. Por falta de detalles esenciales, con frecuencia los médicos diagnosticamos, prejuiciadamente, lo que queremos que el paciente tenga, más que lo que efectivamente tiene…, pero, ¡No somos del todo culpables! De la misma forma, una computadora alimentada con datos falsos, producirá resultados equívocos… El cerebro de un clínico experimentado en la praxis y en la lectura, ¨la computadora’ más compleja y eficiente que se conozca¨, debe recibir información precisa y verdadera para poder integrar, diagnosticar y tratar. Ya decía Sherlock Holmes al doctor Watson en la Aventura de los Arboles Cobrizos: – “¡Datos, datos, datos!, ¡No puedo hacer ladrillos sin arcilla!  “No somos brujos los médicos, tampoco veterinarios, no queremos jugar a las adivinanzas ni entrevistar enmudecidos de mentira.

Dígame, como paciente ¿Qué espera usted de un médico al visitarle? ¡Tonta la pregunta! —pensará— y me responderá tal vez molesto: – “Lo que cualquiera en mi caso esperaría! Un profesional humano y cálido, que no parezca inatento o apresurado, que me permita expresarle mis problemas, mis dudas y temores en mi propio estilo, sin hacerme aparecer como un necio o un ignorante, que escudriñe bien mi cuerpo y diagnostique la causa de mis males, prescribiendo con mesura los remedios adecuados, y que me hable en un lenguaje desprovisto de tecnicismos y términos altitonantes, así que yo pueda entenderle y participar activamente de mi propio cuidado…”.

En la profunda interioridad del paciente, el médico representa, por una parte, al padre que todo lo puede y que, mágicamente, es capaz de restituirle la salud perdida y devolverle la tranquilidad a su alma conturbada. Pero por la otra, también personifica al portavoz de la desdicha, al clarín de la desgracia, pues es él quien va a descubrir su enfermedad, quien va a hacerle cambiar el ritmo de su vida, quien —en su fantasía— va hasta decirle ‘cuántos días de vida le restan…’. Aunque todo esto le parezca una exageradísima versión del vulgar mortal que también es el médico, más vale que me crea, es así como nos perciben, en la hondura de su ser muchos de nuestros pacientes. Es por esto, que, con mezcla de temor y esperanza, de respeto y desconfianza, se acercan hasta nosotros…

Pero, desafortunadamente, estos sentimientos contrapuestos y comprensibles, pueden, como en el nítido caso de Nívea, no pocas veces interferir con la comunicación necesaria para que el médico se haga de un juicio no mediatizado, del problema que se le consulta. Como doctores, sabemos que no es siempre fácil abrir un canal de intercomunicación con todo un desconocido -nosotros-, a quien vamos a confiar nuestra propia intimidad y nuestras vidas, a quien se le visita infrecuentemente y, para colmo de males, cuando nos encontramos en los peores momentos de nuestras vidas, cuando estamos tristes, preocupados o muy ansiosos. En medio de este complejo panorama, ¡podemos ser compelidos desde el interior a mencionar lo intrascendente, obviando lo cardinal! Es por ello prudente y necesario, prepararnos convenientemente para una visita al médico…

  Las enfermedades como los animales, presentan características exteriores que en algunos casos permiten al facultativo, identificarlas a simple vista; si se quiere, a simple despliegue de sentidos, suerte del antiguo “diagnóstico de tranvía” que hacían los médicos parisinos al no más observar a sus compañeros de viaje… En otros casos, la identificación del morbo aparece más compleja, sus rasgos distintivos menos destacados, así que no encajan en los engranajes de nuestro cerebro y no sentimos el ‘clic’ revelador. Sólo se irá integrando en nuestra mente en la medida en que usted, participando activamente, vaya narrando sus síntomas y describiéndolos en forma ordenada. Es así como su aspecto general, sus palabras, sus gestos y actitudes, algunos detalles generales o específicos de su examen clínico, e inclusive de las pruebas complementarias que a juicio de aquél crea conveniente indicarle, harán, literalmente ‘hablar a su enfermedad’, que de esa forma podrá ser identificada: Dónde y cómo apareció, cómo y hacia dónde se propagó, cómo ha llegado a su estado actual, qué hizo usted para favorecerla, qué no hizo para evitarla, y cómo y por dónde comenzar a tratarla…

Lo simple sigue siendo lo más importante en la vida; en medicina, los hechos sencillos mantienen un lugar preeminente sin importar el nivel de sofisticación de una institución o país. ¡Cuando se vulnera la simple regla de hacer una historia clínica completa y se va de una vez a practicar irracionalmente costosos y complejos procedimientos de diagnóstico, aunque usted no lo crea, su salud estará en el mayor peligro! ¡Las reglas del arte no pueden ser cambiadas, pues cuando ello ocurre, se genera más dolor del que se busca aliviar…! ¡Sea un buen informador de su propia enfermedad, sea un buen paciente!

 

 

Elogio de la Evocación… ¡Más vale papel en mano que flaca la memoria!

 

Parte II/ Epílogo

 

   El inspirado neurólogo del parisino Hospital de la Pitié-Salpêtrière, Jean Martin Charcot (18251893), de cuya muerte se cumplen precisamente ciento veintiséis años, se refirió al carácter obsesivo que dejaban traslucir sus pacientes hipocondríacos o histéricos al presentarle sus quejas, convenientemente anotadas en un pequeño trozo de papel que extraían de alguno de sus bolsillos. A éstos los estigmatizó como ¨le malade au petit bout de papier…¨. Desde entonces y para muchos de mis colegas, ‘el paciente del papelito en la mano…’, es sinónimo del ‘ahí viene la garúa de tontas quejas’, la carta de presentación de la enfermedad insustancial, nada por lo cual el profesional deba preocuparse mucho… Siendo hecho cierto que una y otra vez vemos reflejada en nuestros enfermos la observación de Charcot, no es menos cierto, que esta manera de ver las cosas, prejuicia al médico, que etiqueta de entrada al paciente de neurasténico o funcional como alguna vez se le llamó.

Preferimos despojarnos de la miopía y no suscribir la posibilidad de hipocondría o histeria, hasta tanto nos enteraremos, en forma despojada de toda parcialidad, del contenido del papelito, pues muchas veces en él, se encierran importantes claves para el diagnóstico, o pistas para comprender la naturaleza que subyace bajo la queja así presentada. Por tanto, de ser posible, le animo a que organice en un papel, los datos básicos de su enfermedad, y así, no se arrepentirá como mi paciente Nívea, la que al salir de la consulta se recriminó diciendo: -“Caramba se me olvidó aquello… pasé por alto lo más importante… perdí mi tiempo y mí dinero…”.

 

Como complemento del capítulo anterior, me permito presentarle algunas sugerencias que harán de su consulta médica una directa colaboración, un todo coherente, de gran ayuda para su médico en la comprensión del problema que le consulta.

(1). Su doctor no es mago ni juez, por tanto, no está capacitado para la adivinación, la quiromancia ni para juzgarle. Háblele con sincera claridad y no deje dentro de usted, nada por lo que tenga que arrepentirse después.

 (2). No trate de examinarle sus conocimientos. Hay quienes ocultan información importante para tantear cuán informado está el médico, para ver si él es capaz de descubrirla. Sea pues espontáneo, abierto y específico.

(3). Por nimio o tonto que le parezca, no omita detalle alguno. No es usted el llamado a juzgar la importancia de sus síntomas: El punto más insignificante, puede resultar el rasgo más importante que ayude a definir el tipo de enfermedad que padece.

(4). No intente decir, atropelladamente todo a un mismo tiempo. Tómese algún tiempo antes de la consulta, para elaborar un esquema cronológico y detallado de sus síntomas: Cuándo apareció el primero, sus características esenciales y que pasó con él a través del tiempo; luego siga con el otro u otros, si los hubiera.

(5). Cerciórese de que su médico ha comprendido bien lo que usted ha querido decirle.

(6). Evite la prolijidad innecesaria y la verborrea insustancial: Suele enturbiar la verdad. Evite el silencio o la reserva: Abre las puertas a la falsa conjetura.

(7). No malgaste su tiempo diciéndole cuántos o cuáles médicos le han visto previamente, o que han opinado de su caso. Si él necesita esa información, se la preguntará en su momento. Gaste todo su tiempo en aportarle sus quejas al desnudo, en sus propias palabras y tal cual como usted las siente. Las opiniones de otros, pueden conducir a su doctor por el mismo derrotero equivocado que aquellos tomaron. Su relato es cuanto a él le interesa. Luego de escuchar su versión y para una mejor comprensión de sus síntomas, él hará las preguntas que considere oportunas.

(8). ¡De extremada importancia! Traiga consigo una lista de los medicamentos que consume o ha tomado en el último año, sin obviar colirios, ungüentos o cremas, ‘medicinas naturales’ o vitaminas. Anote las fechas y el tiempo durante los cuales las ha consumido o consumió. ¡Alguno de ellos podría ser el causante de sus actuales desdichas!

(9). Las radiografías y exámenes de laboratorio, forman una parte invaluable de su patografía o historia médica pasada: Nunca los bote, no los enrolle ni los arrugue. Guárdelos en su cama, en la parte distal bajo el colchón, allí no molestarán, no se doblarán y los encontrará fácilmente cuando los necesite. No le haga perder tiempo al médico con un montón de exámenes desordenados que poco dicen. Ordénelos por fecha o mejor aún, archívelos en una carpeta para que él pueda examinarlos fácilmente.

(10). Las fotografías personales —particularmente las de carnet o pasaporte—, son un medio utilísimo para ponerle fecha a una enfermedad, particularmente cuando se trata de un párpado caído, un ojo abultado, o una asimetría en su cara. Tráigalas a la consulta con usted. [2]

(11). Elabore un pequeño árbol genealógico-patográfico indagando sobre las enfermedades, operaciones o causas de muerte de sus abuelos, padres, tíos o hermanos. Puede ello permitir reconocer en usted, elementos de riesgo para ciertas enfermedades y tomar las previsiones necesarias.

(12). No exija del profesional un diagnóstico instantáneo o inmediato. A veces es posible; otras tantas, no es tan fácil. El proceso del diagnóstico de su condición no termina cuando usted abandona el consultorio del médico. Su salida del recinto no significa que él se olvidó de usted. Si usted se marcha aliviado a casa, probablemente significa que parte de su angustia quedó depositada sobre los hombros de aquél. De no haber clarificado su problema, él se irá a casa y ya en su biblioteca, revisará textos y artículos científicos que le ayuden a obtener más información acerca de su condición y no le extrañe que hasta llame a otros colegas para intercambiar impresiones acerca de su condición.

(13) No crea que su médico es “chimbo” porque busca el auxilio de un libro: ¡Todo lo contrario! La medicina es harto compleja, la memoria es frágil y los profesionales debemos, es más, estamos en la obligación de estudiar cada problema, con la profundidad en que su dificultad así nos lo imponga.

 Ahhh y muy importante ¡Asegúrese de no olvidar en casa el papelito recordatorio!

 

Ocurre tan a menudo que la “chuleta” se queda en casa, que nos parece que hay un real deseo de escamotear la información y de no ser diagnosticados… ¿Triquiñuelas del inconsciente ante ¨la posibilidad fantaseada de una condición mortal¨…? ¡Sea un buen historiador de su propia enfermedad! Observe lo que le ocurre, anote si es necesario, lleve un diario sin obsesividad morbosa, tenga claro lo que usted desea de la consulta médica. Todo ello nos facilitará nuestra labor de búsqueda e integración.

¡Aunque nuestro admirado maestro Charcot se nos moleste desde su tumba, no se avergüence de ser le malade au petit bout de papier’!

[1] De nieve, semejante a ella; y frio, necio, sin gracia.

[2] El celebrado maestro de la neurooftalmología estadounidense, el profesor doctor J. Lawton Smith (1929-2011), nos enseñó acerca del FAT-scan o ¨Family album tomography:  u observación de secuencias fotográficas previas en el álbum familiar para hacer diagnósticos retrospectivos de trastornos de la posición palpebral, parálisis congénitas de nervios craneales, orbitopatía distiroidea de Graves, acromegalia, etc.

Primum non nocere, a propósito…

 

Una necesaria aclaración. El 12 de noviembre pasado fue publicado en el portal de Prodavinci un trabajo del arquitecto y escritor Federico Vegas Pérez (1950) intitulado, «Un país suavecito…» donde hace alusión a mi persona y a mi libro «Primum non nocere, primero no hacer daño. Vivencias de un médico del Hospital Vargas de Caracas (2004)». Por alguna razón, esa edición pasó ante mis ojos sin percatarme. Ayer me visitó una paciente y se quedó viendo el tomo de mi libro en mi escritorio y comenzó a decirme, -¨A usted lo citaron en un artículo que leí, pero no recuerdo dónde…¨. Al final de la consulta lo recordó, y al visitar la página me encontré con la sorpresa de que mi libro era citado por el afamado escritor. Desgraciadamente, este mi libro tuvo sólo una edición de cerca de 400 ejemplares. Como fue financiado por la Sociedad Médica Santiago Salcedo Bastardo de la Clínica El Ávila en Caracas, pronto fue distribuido, desapareció y no hubo una nueva edición o reimpresión.

El libro no era otra cosa que la recopilación de mis artículos sobre salud que publiqué en la década noventa en forma dominical en el Diario El Universal de Caracas. Motu proprio, un querido y siempre bien recordado alumno, el doctor Mario Blanco García y su esposa Zomaira, se dedicaron con cariño y paciencia a escanear cada artículo para luego estructurarlo como un libro de 998 páginas mediante el programa  bookmaker.

Muchas veces he tenido la ocasión de agradecerles todo el desinteresado trabajo motorizado por el amor y agradecimiento al viejo profesor y quiero hacerlo de nuevo patente esta vez: ¡Mil gracias mis amigos…!, así que voy a transcribir el lúcido escrito de Vegas y al finalizar, la introducción de mi libro «Primum non nocere… Presentación».

 

 

Un país suavecito…

Federico Vegas | Prodavinci, 12 de junio, 2017

 

I

«Les recomiendo un libro que recopila los ensayos del doctor Rafael Muci Mendoza. Se titula Primum non nocere, un aforismo latino que podemos traducir como “Lo primero es no hacer daño”. Este precepto está implícito en el juramento hipocrático y en los comentarios de Galeno, pero no aparece escrito con su elegante simpleza hasta mediados del siglo XIX, y aún está por definir quien lo acuñó por primera vez.

Hay frases con tanta autoridad que no necesitan autor, pero ese mismo peso y obviedad a veces las hunde en el olvido. Nos educan con la idea de hacer el bien y olvidamos que lo primero es no hacer daño en el intento. De mis años de arquitecto tengo una larga lista de propuestas que les ocasionaron molestias a mis clientes. Muchas veces fui irresponsable en mi búsqueda de un buen diseño. Recuerdo cuando Ferro, un maestro de obra a quien le tuve mucho respeto, me comentó sobre uno de mis proyectos que él estaba construyendo:

—Perdone arquitecto, pero esta casa es rara.

Ese día comprendí que debía centrarme en la herencia ancestral de un hogar y no en acrobáticas innovaciones.

Podríamos decir que mientras más idealistas son los deseos de hacer el bien mejor se cocina la posibilidad de hacer el mal. Ya lo dijo un autor francamente anónimo: » “El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones».

Es comprensible que un médico no nos cure aunque lo intente, pero es imperdonable que nos deje peor de como entramos a su consultorio. Pensemos también en las maravillosas ofertas de los políticos y su capacidad de acarrear calamidades, como el incomprensible cataclismo que estamos viviendo.

Nuestra situación es semejante a la del preso que estaba sometido a unas condiciones terribles y su abogado le preguntó:

  • ¿Qué vas a hacer cuando salgas de esto?

A lo que el hombre respondió muy asustado:

  • ¡Pero… es que acaso habrá más!

En esto pienso mientras observo el video del exfiscal general de la nación y exembajador en Italia, Isaías Rodríguez, anunciando a todo gañote que gracias a una constituyente mejor que la anterior dejarán al país “suavecito”, un adjetivo del que se han apropiado los fabricantes de papel higiénico.

¿Qué significará un país suavecito?

II

Algunos aforismos fundacionales deben haber nacido casualmente. Sócrates no decía: “¡Agárrense de las manos que voy a decir algo importante!”. Sus discípulos eran los que comentaban: “¿Escuchaste lo que el maestro dijo hoy?”, y alguien, como Platón o Jenofonte, lo escribía. Esto explica que una frase suya aparentemente casual, “La mejor salsa es el hambre”, Cervantes la ponga veinte siglos después en boca de Teresa, la mujer de Sancho.

Algunos de los más solemnes pensamientos de Sócrates se hacen más interesantes si los ponemos en seguidilla, aunque fueran dichos en diferentes contextos:

Solo existe un bien: el conocimiento. Solo hay un mal: la ignorancia.

–Solo el conocimiento que nos llega desde el interior es verdadero conocimiento.

–El único conocimiento verdadero es saber que no sabes nada.

De manera que para combatir el mal de la ignorancia debemos mirar en nuestro interior y enfrentar el insondable mal de nuestra propia ignorancia, una paradoja que nos señala la trascendencia del aforismo: Primum non nocere.

No es casualidad que el gran aporte de Muci Mendoza haya sido el estudio del fondo del ojo. Él mismo nos cuenta de «un tiempo cuando todo lo existente tras la negra pupila se encontraba sumido en la umbrosa espesura de la ignorancia», hasta que en 1850 un joven físico y fisiólogo alemán, Hermann von Helmholtz, «penetró esa recóndita urdimbre mediante la invención de un simple instrumento para iluminar el interior del ojo». La aventura que comenzó entonces ha sido paciente y metódica. Muci Mendoza le recuerda a sus colegas que » sólo se reconoce lo que se ve y sólo se ve lo que se reconoce».

Ralph Waldo Emerson proponía que el ojo es el primer círculo y el horizonte que se genera al mirar a nuestro alrededor viene a ser el segundo. Es emocionante pensar que el tercer círculo esté dentro de nosotros. Allí se encuentran los recintos y pasadizos donde se enfrentan y se conjugan el mal y el bien, el conocimiento y la ignorancia.

III

Mi círculo interior es una caja de resonancia donde toda voz y sonido es un eco o un augurio donde vibra Venezuela. En las ciudades que visito persiste una montaña, tan invisible como verde y presente, señalando un horizonte perdido que vamos a reconquistar. Siempre pasan ante mis ojos, o ensueños, valerosos jóvenes que me van dejando atrás con sus marchas y martirios. Para ellos no hay opción. Ciertamente podrían marcharse del país, pero la desesperación los ha hecho sabios y entienden que «la vida que aquí perdiste, la has destruido en toda la tierra».

En todo lo que leo está presente Caracas y solo ella es real, el resto es fuga y fantasía. Hasta que, de pronto, la literatura me ofrece un testimonio que se ajusta a nuestros sufrimientos con tanto apego que me cuesta distinguir la ficción de la realidad.

Hoy estoy en Venezuela a través de El callejón de los milagros, la novela del premio Nobel egipcio Naguib Mahfuz. Aunque es difícil alcanzar la insólita variedad de una calle en El Cairo, hay suficientes similitudes para trasladar la novela a Latinoamérica. Ya Jorge Pons la adaptó a un vecindario de Ciudad México y le dio el papel principal a Salma Hayek. Así que el callejón de Mahfuz bien podría estar en nuestro San Agustín del Sur o en La Pastora.

Para animarlos a leer el libro, y para explicar mi estupor y asombro, les voy a describir uno de los personajes más sorprendentes: Zaita, quien vive en un cuartucho dentro de una panadería.

Zaita se ha especializado en la fabricación de lisiados y sus clientes son los mendigos de El Cairo. Su singular oficio consiste en crear la lesión más adecuada para cada personaje. Los clientes entran en su cuartucho en perfecto estado y salen ciegos, cojos, jorobados, mancos o con una pierna amputada.

Para Zaita es primordial «primero hacer daño», algo que él y sus clientes consideran hacer el bien. Al visitarlos para cobrar su porcentaje, Zaita les pregunta cariñosamente:

—¿Qué tal la ceguera?, ¿cómo se te da el andar cojo?

A lo que los mendigos responden:

—Muy bien, gracias a Dios.

Cuando Zaita le advierte a uno de sus clientes:

 —Lo de la ceguera es una operación muy delicada. Supongamos que pierdas de verdad la vista a causa de un accidente o de un error. ¿Qué harías?

El futuro mendigo contesta con indiferencia:

—Sería un don del cielo. ¿Qué provecho he sacado de mi vista para lamentar perderla?

La escena más inquietante es el encuentro de Zaita con un hombre de porte agradable y digno. Zaita le pregunta:

—¿Por qué quieres hacerte mendigo?

—Ya lo soy —contestó el hombre con voz serena—, pero no gano nada.

A lo que Zaita responde con emoción:

—¡La dignidad es la mejor deformación de todas! Con la dignidad conseguirás lo que quieras. Serás un mendigo fuera de serie. Te mirarán con sorpresa y la gente dirá: «Este hombre debe de haber valido mucho». Pero no te figures que puedes escatimarme el sueldo bajo el pretexto de que no te he hecho ninguna deformidad. Eres libre de hacer lo que quieras, pero desgraciado de ti si te atreves a salir del barrio.

Desde hace décadas nuestro nación se ha convertido en una máquina de pobreza alimentada con petróleo, pero ahora esta máquina también fabrica deformidades como política de gobierno y mecanismo para mantenerse en el poder.

Analicemos uno de los ejemplos más desalmados y apremiantes. Los guardias nacionales han pasado de ser defensores a agresores, de agresores a voraces aves de rapiña que generan pánico, furor y desorden entre los manifestantes, asesinando jóvenes en la vanguardia y robando mujeres en la retaguardia.

Ante semejante deformación Padrino López exclamó levantando el dedo:

—¡No permitiré una atrocidad más!

Uno se pregunta: » ¿Es que acaso vendrá algo peor?

«Y con toda razón, pues todo juicio y toda promesa de nuestros opresores es una deformación más en el camino hacia la creación de un país suavecito.

El silencio de Padrino López ante la desgarradora atrocidad que ocurrió al día siguiente de su advertencia, me recuerda la canción sobre el hombre que al llegar a Ciudad Bolívar se comió la cabeza de una zapoara:

Me la comí, ay, qué atrocidad, puse la torta por mi terquedad.

Su terquedad es evidente, pero estamos hablando de algo más que una torta y la cabeza de un pescado.

Deformación es también convertir a un país rentista en un país mendicante. Las últimas operaciones financieras son las de un agonizante pordiosero que quiere comprar tiempo bajo la filosofía de: “Después de nosotros, el diluvio”. Parecen concebidas por el mismo Zaita,

El proceso más grave de deformación lo está sufriendo nuestra Constitución. Aquel minilibro de cubierta azul se fue haciendo cada vez más pequeño entre los dedos de Maduro hasta desaparecer por completo. Ahora quieren sustituir a la calificada por Chávez como “la mejor Constitución del mundo” por algo que niega su espíritu y gestación, y celebran alegremente la idea de un feto mal concebido como la salida hacia ese país suavecito que Isaías invoca estirando las cinco vocales y matizándolas con un tono más de vampiro que de Luis Fonsi.

IV

Hay dos maneras de mantenerse en el poder. Una es hacer las cosas muy bien; la otra hacerlas muy mal. La diferencia es que hacer el bien en política implica permitir las alternativas, incluso promoverlas; en cambio un mal gobierno basa su permanencia en negarlas.

El gobierno que nos oprime lo está haciendo supremamente mal, pero no crean en mis juicios, pues provienen de ese círculo donde conviven el mal y la ignorancia. Hagan su propio examen interno de lo que es malo y es bueno, una tarea que en el mejor de los casos es eterna, y tomen una posición. Seamos dueños al menos de los fondos de nuestros ojos.

Bueno proviene del latín “bonus”, que puede significar “El que busca un enemigo”. Pareciera que el bien necesitara un opositor para existir, para comprobarse. Ese rival es el mal, pues lo malo también depende de lo bueno. Los filósofos definen el mal como una ausencia de moral, bondad, caridad, afecto… la lista es muy larga y, por lo tanto, inútil. Lo que sí conviene tomar en cuenta es que esas ausencias se refieren a las cualidades que debería tener un ser según su naturaleza o destino.

Para Platón, el bien existe en el reino de las ideas, de los conceptos, y el mal en la esfera de lo palpable, de lo sensible. Algo semejante propone un viejo grafiti:

Las niñas buenas van al cielo
Las niñas malas a todas partes

Esta distinción es una manera prosaica de recordarnos que en el mundo real el mal se hace sentir con más facilidad y elocuencia que el bien, y, por lo tanto, el punto de partida y la base donde se construye el relativo andamiaje del bien es no haciendo daño al prójimo.

Facundo Cabral lo explica con un cuento. En uno de sus conciertos el presidente Menem se acerca a la madre de Facundo y le dice:

—Soy un gran admirador de su hijo, ¿en qué podría ayudarla?

—Con que no me joda es suficiente —responde la viejita.

Los filósofos de la religión son más exigentes y se atormentan tratando de conciliar el mal y el sufrimiento en el mundo con la existencia de un Dios omnisciente, omnipresente, omnipotente e infinitamente bueno. Las posibilidades más clásicas son cuatro:

Dios quiere prevenir el mal, pero no es capaz. Luego no es omnipotente.
Dios es capaz de prevenir el mal pero no desea hacerlo. Entonces es malévolo.
Dios es capaz y desea hacerlo. ¿De dónde surge entonces el mal?
Dios no es capaz ni desea hacerlo. Luego no es Dios.

Presento estas dramáticas opciones porque la capacidad de hacer daño de nuestros gobernantes nos está hundiendo en estratos teológicos donde hasta el Papa resulta sospechoso.

Ya hemos dejado atrás una etapa que voy a ilustrar con un listado que nos ofrece Marguerite Yourcenar en su ensayo sobre la historia de Roma: Conocimos el gigantismo que no es sino la imitación fraudulenta y malsana de un desarrollo; ese derroche que impulsa a creer en la existencia de unas riquezas que ya no se tienen; esa pletórica abundancia pronto reemplazada por la penuria en cuanto se presenta la crisis más mínima; esa atmósfera de inercia y de pánico, de autoritarismo y de anarquía; esas reafirmaciones pomposas de un gran pasado en medio de la mediocridad actual y del presente desorden; esas reformas que sólo son paliativos; ese afán de sensacionalismo que acaba por hacer que triunfe la peor política.

Ahora hemos entrando de lleno en otra dimensión del mal y las referencias hay que buscarlas en textos sobre períodos históricos más perversos.

Isaías Rodríguez, miembro de la comisión presidencial para la constituyente, nos anuncia que la nueva Constitución “no tendrá los frenos de la otra” y permitirá sacar a la oposición “de todo”, y pondrá al país “finito”, “suavecito”, “afilado”, y se podrá acabar con los “parásitos”, “aniquilarlos”.

Estamos ante seres que “no son genios del mal, ni locos que obtienen placer asesinando, sino de funcionarios con una auténtica incapacidad para pensar” en la existencia de otros que piensan distinto, y nos hablan de una solución final ejecutada por guardias, soldados y policías para quienes esta tarea constituye “un trabajo, una rutina cotidiana, con sus buenos y malos momentos. De hecho, no son atormentados por problemas de conciencia. No son pervertidos ni sádicos, sino que son, y siguen siendo, terroríficamente normales”.

Las frases entre comillas de estos últimos párrafos las he tomado del libro La banalidad del mal, el libro de Hanna Arendt sobre el juicio al criminal nazi Adolf Eichmann.

Suena escandaloso comparar la tragedia venezolana con el Holocausto, pero no me estoy refiriendo a medidas o proporciones, sino a una dirección, a una rutina creciente, a una voluntad que se presenta sin descaro por uno de los pensadores del régimen, la versión deformada de un exfiscal, exembajador y expoeta que una vez le recitó a Hugo Chávez:

Créeme que encontré mi fe
Cuando acepté tu voluntad
De compartir con todos
La duda de los otros

El término “suavecito”, utilizado para calificar el proceso de aniquilar a quienes ya son la mayoría indiscutible del país, es de una crueldad descarnada y escatológica. Es difícil encontrar un adjetivo más oprobioso para definir la vitalidad de un país, su capacidad de convivencia, de generar alternativas y nuevos caminos, la voluntad de permitir la diversidad y la libre elección.

Un país suavecito es aquel donde hacer daño a tu prójimo es una banalidad sin importancia mientras puedas mantenerte en el poder».

 

Primum non nocere. Presentación…

Rafael Muci-Mendoza

 La tan comentada deshumanización de la medicina contemporánea, creemos, es en parte debida al proceso de endurecimiento de la sociedad misma…

Desde muy tierna edad, el niño es enseñado con la palabra, el gesto y el ejemplo a ser egoísta y a menospreciar o ignorar el dolor que no nos duele: el de nuestros semejantes; y no menos importante, a la creciente idolatría por el Dios Dinero y al embeleso ante lo visible y manoseable: el bien terreno, suerte de canto de sirenas que nada vale, pero que nos desvía sutilmente por rutas de degradación, en desmedro de los reales valores del espíritu, invisible e intangibles, que propenden a la elevación del ser humano induciéndole a una perenne búsqueda de la verdad.

Nosotros médicos, también humanos, no hemos sido invulnerables a los dictados materialistas de estos convulsionados tiempos, donde la vocación de servicio, el servir tan solo por la gratificación de servir, ha dado paso a la ayuda subordinada al beneficio personal, económico o social. Las actitudes transmitidas a la posteridad por el médico hipocrático, unos dos mil quinientos años atrás, son perpetua invitación a meditar sobre la tecnificada, altamente desarrollada y fría medicina de las recientes décadas, que, aunque muy efectiva cuando correctamente empleada, es generadora también de daño cuando empleada sin rumbo y sin mesura o en condiciones inadecuadas y que paradójicamente ha olvidado que el principio y fin de su acción es el humano enfermo.

La fundamentación primordial de la actuación del antiguo Asclepíades radicaba el «Favorecer, no perjudicar», que el hipocratista latinizado tradujo como «Primum non nocere»: lo primero, no hacer daño, anteponiendo a su tarea, la «Regla del buen hacer»: «hacer lo debido y hacerlo bellamente», según la formulación reseñada en «Sobre las úlceras»: «Hágase bella y rectamente lo que así haya que hacer; con rapidez, lo que deba ser rápido; con limpieza lo que deba ser limpio; con el menor dolor posible, lo que deba ser hecho sin dolor… «.

La medicina tal y como se ejerce en nuestros queridos y tan desasistidos hospitales, en más que en menos dista de favorecer y no perjudicar por no ser hecha bellamente, y que a fuerza de practicarse en forma inapropiada, se ha trasmutado en escuela de distorsión de principios, en gestora de dolor e insensibilidad ante el sufrimiento ajeno.

Ya no es más el médico como ente asilado, quien decide como ejercer su oficio, ahora ello le es impuesto por instancias superiores, tan frías y calculadoras como las estadísticas y que nada saben de aflicciones. El proverbial desorden hospitalario, aupado por una gerencia sin preparación, ignorante e incapaz, es responsable de una «permanente carestía» aún en medio de abundantes recursos, que malgastados, nunca alcanzan su objetivo: el sufrido paciente sea asegurado o indigente, porque se quedan atascados quien sabe dónde en el camino…, la creciente comercialización del oficio, la ligereza y el apuro implícitos en poder atender más enfermos en menor tiempo, la inexistencia de mecanismos como la recertificación periódica, que obliguen al médico a estudiar en forma cotidiana, la partidización excesiva y bochornosa de cuanta junta directiva se nomine en los hospitales, colegios médicos y organismos federativos -del todo ajena a los verdaderos intereses de la profesión- que los transforma en entes de superficialidad y mediocridad supremos, que miran a una realidad distante y distinta a la que el común de los médicos encaran, e imposibilita la autodepuración del gremio.

Ello y mucho más, ha ido socavando las bases altruistas del oficio y limitando las posibilidades de un giro en la dirección correcta. El «abstenerse de lo imposible» hipocrático, ya no forma parte ni deja lugar en la formación todopoderosa del médico moderno, que hasta parece desconocer que hay un momento para la muerte y que pese a sus esfuerzos, aquella, más tarde o más temprano, logrará su objetivo y que en ocasiones, más le valdrá pactar con ella en beneficio de un fin digno para su paciente.

Formas de audacia más atenuadas se nos muestran a diario, cuando nuevos procedimientos terapéuticos, de diagnóstico invasivo o modernas técnicas quirúrgicas inundan el «mercado profesional»: y aunque sabedores como sabemos, que es la regla el que no solo éxitos, sino también fracasos y complicaciones dolorosas hagan su aparición, no parece importarnos mucho.

Es fácil comprender el que las indicaciones y efectos desagradables de un novísimo procedimiento no sean aún del todo conocidos, pero pareciera privar el supuesto de que «lo novedoso es óptimo» y que uno-debe-estar-a-la-moda so pena de ser tildado de anticuado aunque no sepa con exactitud de que se trata, por qué se hace y qué ha de esperarse… Vale entonces recordar el mandamiento de la prudencia: de aquellos nuestros sabios antecesores: «Lo nuevo, cuya utilidad no se conoce, suele ser más alabado que lo tradicional, cuya utilidad sí se conoce».

En nuestro pedantesco trajinar omnipotente, hemos olvidado «el salvar la naturaleza sin cambiarla», o el » atacar a la causa del daño» o especialmente, el «educar al paciente en tanto que paciente», pues ante todo somos científicos-ciegos- que no atisbamos al hombre tras la enfermedad. Es por ello que todos, como potenciales pacientes que somos, debemos procurar estar bien informados y preguntar, exigiendo de nuestros médicos respuestas comprensibles, directas y concretas, y no dudar, cuando necesario, en obtener una segunda opinión, pues el arte es complejo y extenso, y sólo un iluso podría imaginar que lo conoce todo.

Y por nuestra parte, nosotros los médicos no debemos olvidar que el educar a la comunidad, es su única forma de defensa ante nuestras ligerezas y las de nuestros empleadores…

Se escribió el 24.04.2017 ¨Después de Cuba, Venezuela destaca como la segunda nación del mundo con mayor capacidad de atención en salud primaria, logro que es posible gracias al funcionamiento de la Misión Barrio Adentro programa que en sus 14 años ha salvado la vida a 1 millón 769.000 venezolanos¨ . O sea, que la nación venezolana es una nación enferma con tantos pacientes irredentos…

En declaraciones del ministrillo del poder popular para la salud, farmacéutico Luis Salerfi López a través del canal estatal VTV aseguró hoy, 02 de diciembre, que no permitirá el ingreso de ayuda humanitaria al país “Aquí nadie se arrodilla ante el imperio y mucho menos va a permitir que esta derecha imponga una supuesta ayuda humanitaria cuando nuestro pueblo está siendo atendido por el presidente Nicolás Maduro”, dijo en Caracas.

¨Fue sorprendente leer que a partir de hoy lunes, 4 de diciembre, se realizaría una jornada nacional de vacunación contra la malaria, tal como lo informó el ministro del Poder Popular para la Salud. Pero… actualmente, no hay ninguna vacuna autorizada contra la malaria…¨.

Licenciado Luis Salerfi López Chejade ¿es que los farmacéuticos ya no son más doctores? Recuerden que el ¨imperio¨ son ustedes, que los responsables son ustedes y su sectarismo enfermizo y dañino…

 

 

Elogio de MI país…

 

Por eso le pido, nunca, pero nunca más diga ¨en este país¨…

 

¡No!, ¡No me gusta…! A cada paso, en cada conversación, en cada artículo de prensa, en cada comentario radial oigo alguien decir: ¨¡Este país…!¨ seguido o no de un adjetivo degradante y me enerva y me enfada, se desatan mis demonios pues suena como si la palabreja fuera pronunciada con ánimo despreciativo, como si se refiriera a ¨otro¨ país y no al país mío, la tierra donde nací, donde me educaron mis padres, donde estudié y me hice ciudadano, donde me enamoré perdidamente y aún me siento enamorado, donde me gradué de médico, donde he sufrido mis equivocaciones profesionales y he celebrado mis muy pocos aciertos, donde tuve mis hijos y ellos a su vez han tenido hijos suyos, donde he ido envejeciendo dignamente y con la frente en alto pues nunca he lamido botas ni me he arrimado a los poderosos…

Y es que amo, amo el consumismo, mejor dicho, el con-su-mismo, vivo  casado con mi misma mujer por 49 años y 10 meses, manejo mí mismo carro Volkswagen Vento por 18 años, vivo en mi misma casa ya casi por cinco décadas, la misma barba por más de 40 años –ahora blanca-, trabajo en mí mismo hospital por más de medio siglo, me visto con mi misma ropa todo el año, tengo mis mismos buenos amigos y es posible que adquiera algunos otros en lo que me resta de vida y que voy atesorando como valiosas propiedades. Esta es mi querencia, este es  MI país, no el país de otro, pues si así fuera, no me dolería tanto como me duele. ¿Cómo va a ser que MI país, haya devenido en ¨este país…¨?

Y es precisamente, porque no lo sentimos nuestro, es por lo que no lo hemos defendido con amor, decisión y garra. Mi país es algo propio, entrañable, soldado a mi alma, grabado con un ferrete candente en mi piel, me duelen los mordiscos de mis depredadores, de los ladrones y asesinos que nos gobiernan. Parecemos más huéspedes que residentes de un hermoso país y por eso no nos molesta el deterioro, los escupitajos que más que palabras decentes, profieren nuestros carentes gobernantes.

Mi país no es otra cosa que lo que hemos querido que fuera; lo han malogrado los que quisimos que lo hicieran y no bastaron las advertencia y admoniciones que muchas gentes con sentido común nos hicieron, parecidas a aquellas que una madre amorosa le hace a su hija sobre la inconveniencia de casarse con un hombre tarambana, mujeriego y bebedor para recibir por respuesta, ¡No me importa, yo sé que puedo cambiarlo…!

Mi padre, trabajador incansable, se refería al Líbano como ¨Mi tierra¨, pero a veces nos confundíamos, porque ¨Mi tierra¨ también significaba esta, su Venezuela y su querido Guayabal del estado Guárico que acogió su cuerpo y alma inclinado al trabajo sin pausa; tenía dos madres a las cuales amaba y agradecía; aquella porque era la patria de sus ancestros donde había nacido y sido educado en la austeridad y reglas morales de una sociedad pobre y bregadora, y esta, porque le había cobijado con la ternura de una segunda madre, sin pedirle nada a cambio, aunque él le pagó con creces al desposar una campesina venezolana y darle 9 hijos que educó con esmero mirando hacia el cielo y bajo rigurosas normas de ética, moral y amor por el país y su gente. Se quejaba de la falta de visión de sus gobernantes y pedía que le dejaran administrar el país por un año… -sólo un decir-, tan urgido como estaba de ver el progreso para una tierra que teniéndolo todo era maltratada y rapiñada por hombres y mujeres primitivos y sin conciencia de pertenencia…

Por eso le pido, nunca, pero nunca más diga ¨en este país¨. Siéntase orgulloso de él pues es el único que tiene aunque se aleje muchísimo de sus fronteras, trabaje por él, únase a quienes también lo aman y denuncie de viva voz la barbarie y sus formas de destrucción; si todos lo hiciéramos, no habría suficientes cárceles para albergarnos pues hay que abrir las puertas para que surja la rebeldía contra el gobierno inmoral…

En sus dirigentes rige el cerebro de las emociones primarias: Su signo es el frío, la rigidez, la agresividad, la esclavitud, el autoritarismo y el delirio persecutorio. Por ello, perversamente, las cúpulas de poder han diseñado y conducido diabólicamente la intención de vida de las masas. Su naturaleza «reptiliana» mantiene al ser humano apartado de la verdad, y sólo despertando el neocórtex o «cerebro genuinamente humano», el hombre será capaz de defender su libertad y alcanzarla, pues el primitivo no aprende de sus errores, no tiene capacidad para sentir o pensar, puede ser manipulado siendo que se activa con violencia sin el filtro del intelecto, pues toma el comando sobre los cerebros emocional (arquicórtex) y racional (neocórtex) impidiendo la adaptación y la evolución creadora.

Apostemos por gobiernos bienhechores que imbuidos de moralidad y nobleza enseñen al pueblo, no para manipularlo a su antojo sino para hacerlo crecer y decidir por sí solo. Comprendo que en estos momentos es una utopía si quiera pensarlo, pero otros pueblos ya lo han hecho con base en un firme sentimiento de pertenencia, de creencia en su poder y de unidad ante el enemigo interno y externo pues recuerden que el comunismo internacional a través del Foro de Sao Paulo ha tomado MI país por asalto al favor de gobernantes traidores que han regalado la Patria…

Elogio de la malaria…

 

 

La tragicomedia del control malárico en Venezuela sólo demuestra que el mosquito vuela y se disemina más rápido que las conexiones neuronales de los

microcéfalos intelectuales que llevan las riendas de la salubridad nacional…

 

Se ha dicho que la vida no es más que una noche en una mala posada, pero que detrás de ella existe un día de completa e inacabable felicidad. Me importa esta enfermedad porque de haber sido por sus malas intenciones yo no existiría… Los ascendientes de mi madre vecinos de Parapara de Ortiz del Estado Guárico, atendiendo a la sabiduría de las masas, huyeron despavoridos no más al ver como su pueblo se despoblaba entre fiebres tercianas y cuartanas, explosiones celulares cargadas de merozoítos productores de terribles escalofríos de los llamados ¨solemnes¨, donde frío glacial procedente de la intimidad más íntima del cuerpo hacía tiritar los dientes y espelucar el cuerpo. y como epílogos la profusa sudoración que empapaba las ropas de cama y hasta las orinas teñidas de rojo –fiebre hemoglobinúrica-, mientras el plasmodio inclemente se cebaba en la carne humana destruyendo cada glóbulo rojo, pequeños fragmentos de vida desaparecidos en sucesión.

Como digo, si el miedo no hubiera actuado como mecanismo de protección y defensa, este escribidor no existiría y sus genes  Mendoza habrían quedado en medio de casas muertas y sombrías, tardes solitarias, bazos hipertrofiados, anemia, cuerpos jipatos de ojos legañosos volviéndose hacia las alturas, y cementerios rellenos de olvido con tumbas profanadas y cruces esparcidas en el suelo agreste sin nadie que las recogiera y dignificara a sus muertos…

Era en el antaño la malaria o paludismo una enfermedad del subdesarrollo, una de esas que impedía el crecer de los pueblos donde sólo ¨villorrios fantasmas¨, deshabitados y muy tristes, aguardaban por su desaparición total ante la ventolera erosiva del tiempo… Vuelve a ser la malaria en el hogaño el dolor del mal, ese dolor que tiñe las distintas posadas de nuestra condición de mortales. Es el alma que nos duele ante el mal, sea este mal de ausencia, de pecado, de injusticia, de traición, e incluida tantas veces, nuestra propia traición por dejar pasar…

Es el dolor sin consuelo especialmente cuando nos punza el pensar que ¨esto se hubiera podido evitar¨, ¡más de cien mil casos de malaria este año 2015 que finaliza…! Un verdadero record de oprobio traído de la mano por la anestesia afectiva, la insensibilidad y la frialdad emocional de un grupo cívico militar que no se conmueve por nada y ante nada, ¡la indiferencia culpable!…

Dicen que Venezuela no se echó antes los largos de la pubertad porque la despoblación del campo no la dejaba, más los que morían que los que nacían…  porque la enfermedad del frío mordicante mataba de mengua y porque se atribuía con ligereza a la flojera innata del llanero…  ¿Cómo bregar con solo 6 gramos de hemoglobina, de los 13 o 14 que tenemos , un trozo de casabe y un pocillo de café aguado…? Mi Venezuela negada al futuro por la revolución bolivariana, revive lancinantes épocas pasadas, rememoradas hoy con antipática nostalgia…

El zancudo anófeles (nuñez-tovari, emilianus y darlingi), transmite en su cuerpo y vehiculiza mediante su vuelo el agente etiológico o productor del paludismo, a los cuatro plasmodios de rimbombante nombre: vívax y ovale (fiebres tercianas benignas), malariæ –fiebre cuartana-, y falciparum de elevada mortalidad –fiebre terciana maligna-. Se desarrolla en el agua en un rango de temperaturas que va de 19,6ºC a 36,3ºC pero no suelen hacerlo por encima de una altitud entre 181 y 800 metros sobre el nivel del mar (msnm). Chávez el hombre de las ideas delirantes, el del infesto Guaire hecho para el baño, la navegación y el canotaje; del gasoducto serpenteante y en sube y bajas hasta la Patagonia; la ruta de las arepas y las empanadas; y los emporios hidropónicos, entre tantas descocadas ocurrencias, desatinos nonatos de incierto destino, conducidos al fracaso sin nacer o apenas nacidos…

Si Chávez viviera, digo, acogería con simpatía mi propuesta para acabar con la malaria: Tan sencillo como inyectar gas en el subsuelo así que la cota de Guayana y los estados llaneros subiera a un límite superior a los 800 msnm, así que el mosquito de marras no pudiera reproducirse… Lamentablemente desperdició su oportunidad regalando y dilapidando lo que no era de él, repartiendo dinero a chulos de todo pelaje que se acercaron y aún siguen acercándose a la piñata fácil que es MI Venezuela, buchona de dólares; hoy, a semejante engendro se le tiene como un dios…

Si algo nos dejó el doctor Arnoldo Gabaldón (1909-1990) como hombre entero e incorruptible y de una sola pieza, fue el legado de su compromiso y amor por el país… Pensando en ¨macro¨, como piensan los hombres grandes, diseñó y organizó la lucha antimalárica, cimentada en su denso conocimiento epidemiológico y en la convicción de la importancia del saneamiento ambiental, del contacto y enseñanza de la gente; luego cuando buena parte del trabajo estaba hecho, vendría el combate del mosquito vector casa por casa básicamente con el insecticida conocido por las siglas DTT, que resumían un nombre compuesto por 27 letras: diclorodifeniltricloroetano, y del juicioso uso de la medicación antipalúdica. El 27 de julio de 1936 fueron creadas la Dirección Especial de Malariología y la Escuela de Expertos Malariólogos, y se prefirió hablar de malaria y no de paludismo. De esa forma Gabaldón y su ¨macrocefalia intelectual¨, encabezó un Proyecto Nacional sin exclusiones odiosas, que como sucede cuando se sabe, de inmediato mostró resultados positivos, siendo así que las altas tasas de morbilidad y mortalidad palúdicas, de aquella especie de minotauro devorador de hombres en la época triste de los ’30s del siglo XX, ya en seis años, para 1944, habían disminuido en forma considerable y ya podía atisbarse su control.

¿Entonces qué paso…? Ocurrió un salto atrás… vinieron los chavistas, los peores estudiantes de sus clases y su carga de ignorancia y falta de compromiso, su voracidad, su condición excluyente, su indiferencia ante los problemas sanitarios del país, su ánimo impasible, permitiendo que la Malariología se olvidara, y la condición, que estaba confinada a ciertos nichos o áreas geográficas de difícil control, se saliera de vigilancia y control.

Como si fuera poco se riñeron con el frío glacial de las estadísticas bien llevadas, no trucadas, que dicen la verdad sanitaria y permiten la planificación, así, sin conmoverse eliminaron la información: ¡Si no lo veo no existe! Fue entonces como el Boletín Epidemiológico Nacional creado por el doctor Darío Curiel Sánchez (1907 – 1983), prohombre de la epidemiología nacional y que permaneció activo desde 1938, fue sacado de circulación y la ¨microcefalia intelectual¨ domina los ámbitos del ministerio de salud, controlado por cubanos y cooperantes venezolanos, en parto distócico, nos hacen ahora aprender el nuevo término de los que piensan en pequeño: ¨micromisión¨ porque, simplemente, no pueden pensar en grande, simplemente porque no saben, simplemente porque no escuchan, simplemente porque no existe conocimiento, porque no existe compromiso…

 

Francisco Becerra, subdirector de la OPS, dijo que 14 de los 21 países de la región donde la malaria es endémica han manifestado el compromiso oficial de eliminar la enfermedad, cuyos casos en el continente han disminuido 67%: de casi 1,2 millones en el año 2000, a 375.000 en 2014, y las muertes han descendido 77% en el mismo periodo. ¿Pero saben que ha pasado en Venezuela…? El doctor José Félix Oletta, exministro de Sanidad y incansable puntal de la Red Defendamos la Epidemiología Nacional estimó que el país cerrará 2015 con un aproximado de 105.000 casos de malaria; y si nos comparamos con países como Brasil, Honduras o Paraguay que aplican las experiencias venezolanas de antaño, mostramos el marasmo y la desnudez intelectual de los cuadros directivos de la salud comenzando por el mismo ministro. No obstante, no se dice por qué la ¨micromisión malaria¨ que se lleva a cabo desde hace dos años en el Municipio Sifontes del Estado Bolívar no ha dado frutos, no se ha explicado el porqué de su fracaso, por qué no podremos cumplir con la Meta del Milenio de reducir la malaria en un 75% de casos anuales.

La tragicomedia del control malárico en Venezuela sólo demuestra que el mosquito vuela y se disemina más rápido que las conexiones neuronales de los microcéfalos intelectuales que llevan las riendas de la salubridad nacional.

Otra razón para votar en forma masiva el próximo 6 de diciembre para desalojar de Miraflores la indiferencia, la ceguera funcional, el desapego afectivo para con los ingentes problemas que sufre la sociedad como un todo, incluyendo a chavistas y opositores, que como borregos han esperado hasta ahora impasibles el momento del sacrificio final.

EPILOGO

Aquello de la votación no funcionó, continuó el status quo y observen como repuntó la malaria en 2016, dejada a su fuerza destructiva de vidas y esperanzas , hasta 610 mil CONTAGIOS PARA 2019 y sigue creciendo…