¡Bienvenida doctora! Usted es la Alta Comisionada de Derechos Humanos de las Naciones Unidas y ocupa el cargo honorífico de presidenta de la Alianza para la Salud de la Madre, el Recién Nacido y el Niño de la Organización Mundial de la Salud; yo solo soy un viejo médico venezolano, trajinado al través del dolor de pacientes de un hospital público durante 58 años de ejercicio profesional, inmune al retiro, docente nato de esa, la medicina clínica que usted, mujer médica conoce, esa que muestra compasión y empatía ante el más necesitado, esa que busca con los sentidos dónde nace la queja, esa que intento trasmitir a mis alumnos, jóvenes, todos muy jóvenes alevines que llevan dentro de sí la pasión por ser útiles a todos, pero en particular a los niños, embarazadas y ancianos.
Déjeme decirle con todo respeto, que aquí, en MI país, muy pocas personas le tienen en estima, piensan que ya usted hizo su mente, que tiene temor de enfrentar a las izquierdas que le apoyan y decir la verdad pura y simple, aunque urtique a los poderosos. La institución a la cual usted pertenece ha mostrado un desdén glacial ante el drama que nos consume; un pobre país rico, un pobre país miserable sin comida, sin luz, sin agua potable, sin medicinas, con epidemias surcando a sus anchas y sin contención todo el territorio nacional, con una pobre medicina para miserables. Su presencia aquí, no debe ser mediatizada por intereses políticos que tratarán de confundirla, aunque imagino que bien sabe qué ocurre aquí; tampoco por sus convicciones ideológicas las cuales respeto; usted puede hacer la diferencia o no hacer ninguna, y no traer al conglomerado venezolano esperanza, antes bien, otra frustración más y la convicción de que usted simplemente, no puede ni quiere hacer nada. Recuerde que el Colegio de Médicos de Chile le otorgó una beca para especializarse en pediatría y salud pública en el Hospital Roberto del Río, especialidad en la cual no se tituló por razones personales. En sus fotos de Google nunca le he visto cargando un niño, pero imagino que ese amor maternal que le llevó a la pediatría, aún, ¡conserva toda la candidez dentro de su corazón…!
Quienes nos gobiernan no son socialistas ni comunistas, son un tinglado criminal. Viene a la expatria Venezuela, donde podrá presenciar con afligida nitidez la historia natural de enfermedades inclementes abandonadas a su evolución espontánea sin interferencias o trabas de inteligentes políticas públicas, dejadas de lado por la crueldad…
Acérquese al Hospital de Niños José María de los Ríos, centro de referencia nacional, no se deje llevar por intereses bastardos; si fuera posible, vaya de incógnito y de improviso, y vea con ojos misericordiosos, con ojos de madre, con mirada de pediatra comprometido, toque sus cuerpecitos y calme sus temores seguros de presentir el peligro de la fría guadaña de la muerte que les acecha: mire a sus colegas, los médicos comprometidos que han decidido luchar en el ¨aquí y el ahora¨ del país sin tomar sus bártulos y marcharse; impotentes, haciendo cabriolas terapéuticas donde nada hay, pero donde sí abunda el desdén, las armas y la delincuencia de cuello blanco y de camiseta y chores; vea niñas de apenas 12 años embarazadas recibiendo bonos del gobiernos, vea las madres desesperadas y sus retoños con desnutrición aguda, niños desnutridos y de muy bajo peso, con marasmo o kwashiorkor, que de sobrevivir, no podrán competir en la lucha por la vida y serán siempre lerdos, pasto de populistas; sienta el llanto ininterrumpido y agudo, ese que llega al alma, que parece decir, ¡no me quiero morir!, ¡no me dejen morir!, ¡hay dinero para armas, pero no para que a mí me impidan morir!
Otee en lontananza de este expaís, Venezuela, que una vez controló la malaria y hoy día no solo la estimula, sino que también la exporta a países vecinos y hermanos; mire como cunde el sarampión, la difteria, donde no existen vacunas y Edward Jenner mira horrorizado desde su tumba.
No sea aliada de una causa injusta, no se preste a apuntalar una dictadura inhumana y cruel; obligue a sus ojos de córneas turbias a ver lo que ya sabe que ocurre; a mirar lo que ya intuye; a olfatear el acre aliento de la miseria; háblele a sus oídos duros por la costumbre para que sientan el llanto del niño desnutrido, ese que tiene el tono de un pífano triste…
A los viejos déjenos morir con dignidad, hicimos cuanto pudimos y queremos ir a la paz de los sepulcros donde los paleros no roben nuestros despojos; reconcíliese con su alma de pediatra, y salve a los niños de la dependencia de un cerebro de bajo peso, de ser un lastre para todos, el resto de sus vidas… No los deje de lado, por favor…
Espero que por alguna via, este reclamo desesperado le haya llegado a la Bachelet.