Elogio de la equivocación… ¿Tiempo de reflexión…?
¿Será que me equivoqué y aposté todo mi dinero a un caballo perdedor…? La saudade me embarga. Mi periplo vital se acorta con el raudo paso de los días que ahora parecen venir con menos horas y como médico de hospital que todavía soy, a menudo me da por pensar o cuestionar mi elección y mi ejercicio de muchos años. Los hospitales, como las personas, son sujetos vivos a quienes hay que mimar y alimentar continuamente so pena de enfermar de aguda mengua y llegar a desaparecer. Este aserto no deja de ser una verdad en nuestro país. Siempre que uno envejece se le quiere eliminar sin aviso y sin protesto, sin tutía ni clemencia, sin sentimiento ni agradecimientos. Con la excusa de ser ya antigualla molestosa, estructura superflua, la picota del progreso dirigida por burócratas, con frecuencia termina por sepultar una abultada hoja de servicios. Mi Hospital Vargas ha envejecido tanto que si no fuera porque estoy dentro de él, envejeciendo con él y le veo todos los días, no podría reconocerlo.
¿Todavía estás allí…? ¿Es que aún no te has marchado?, ¡Hace mucho tiempo que ¨ese¨ hospital te quedó pequeño! ¡Yo, hace años que me cansé, me fui y ahora soy feliz…! Son preguntas y exclamaciones con las cuales nos bombardean a aquellos que por décadas hemos dedicado energías, esfuerzos y amor, casi más que una vida a nuestros hospitales públicos, tan carentes, tan desasistidos y olvidados; ni qué decir de su clientela siempre muy pobre, mendicante e implorante…
Pero no siempre fue así. Mi hospital (1891) fue una réplica del famoso Hospital Lariboissiére de París (1839) en su frontis y en sus planos, equipándosele sin escatimar ninguno, con todos los adelantos del momento; así que hubo una época, no muy lejana, en que mi hospital innovaba: Asistencia de calidad, docencia de lustre, nuevos procedimientos exploratorios o de tratamiento, flamantes técnicas quirúrgicas que no se realizaban en centros privados, tomaban vida y forma en sus recintos. El saber fluía de continuo a la sombra vigilante de maestros que, comprendiendo la importancia de su rol de ejemplo y guía, difundían abundosos ejemplos de humanitarismo, ciencia y honradez profesional y ciudadana que invitaban a la emulación.
¡Privilegiado aquel paciente pobre! ¡Cuántos cerebros lúcidos pensando en derredor de su lecho de miserias acerca de cómo diagnosticarlo y ayudarlo!, ¡qué diferencia con el trabajo privado, unipersonal, mezquino, que no dejaba dudas para la discusión y el descubrimiento del equívoco! Aunque humilde, mi hospital permitía la ayuda global al enfermo. Nuestras pasantías cortas o largas por sus salas donde se propiciaba la discusión, el disenso, la interacción, el enseñar y ser enseñado aún por los más jóvenes al favor de sus preguntas inteligentes, el moderar los ímpetus juveniles, el saber cada día más para ayudar más y mejor, el reconocimiento de la propia ignorancia que modera la omnipotencia, y hasta el llegar a descubrir la gran fragilidad de nuestras capacidades diagnósticas cuando éramos llevados ante la fría mesa de Morgagni en la sala de autopsias, para que al través del ¨mirar por uno mismo¨, que es lo que autopsia significa, identificáramos el yerro y creciéramos un poquitico más. Doblar la cerviz ante la evidencia, ante el hecho clínico que pasamos por alto, minimizamos o no supimos interpretar, digerir el duro trago del error e incorporarlo a nuestro acervo de clínicos como antídoto para que no volviera a ocurrir…
Mas arribaron tiempos aciagos en que mi Hospital –al fin, parte integrante de un país que iniciaba la cruel enfermedad de la desintegración física, ética y moral-, comenzaba a deslizarse hacia atrás en aquella cuesta ganada con trabajo duro e introspectivo, hacia el abismo sin fondo de la mediocridad y la indiferencia. Los cuadros regentes de la salud fueron invadidos por izquierdas y derechas recalcitrantes que introdujeron factores extraños al oficio. El amiguismo y el carnet partidista reemplazaron al peso específico de un curriculum, del esfuerzo y de la probidad, y la negación de ese esfuerzo que lleva a la excelencia, determinaron que muchos colegas se refugiaran en la tranquilidad de sus consultorios privados porque no toleraron la frustración, la lucha permanente contra la indiferencia y la ignorancia, porque les urticaba ver cómo tantas veces el paciente ¨era devuelto¨ del pabellón de cirugía o se posponía un examen complementario luego de haber sufrido, una o varias veces, la preparación mediante ayunos prolongados, purgantes y lavativas… porque vieron morir de mengua a comatosos engusanados, y aún aquellos que sólo se recuperaron de su coma para aún, medio aturdidos, voltearse, caerse de sus elevadas camas y fracturar sus cráneos contra el duro suelo, simplemente porque no había suficiente personal para vigilarlos y cuidarlos, ni barandajes salvadores que les protegieran en su errabundo delirio. Y así ocurría una y otra vez…
Vieron que el recinto se llenaba de perros y gatos tanto o más enfermos que sus residentes habituales, paradójicamente cuando el hospital todavía estaba poblado de extraordinarios integristas y especialistas, muchos de los cuales poseían flamantes posgrados, fellowships y doctorados en universidades de prestigio de Europa y Estados Unidos de América, hombres y mujeres de valía y recto proceder, que por razones políticas nunca pudieron desarrollar al máximo aquellas capacidades que habían adquirido precisamente para volcarlas en los más necesitados y que hasta tuvieron que renunciar a sus derechos y sus sueños al experimentar la saña castradora de pelagatos, arrimados al poder y pelafustanes. Esos son los gajes de las sociedades subdesarrolladas y primitivas donde la bota del militar, del ¨muera la inteligencia¨, del patiquín parapoco o del pisaverde sin oficio, fractura el libre flujo de las ideas que lleva al escogido fruto…
¿Cómo explicarles a nuestros interrogadores que todavía estamos allí a sabiendas de que compartimos responsabilidad inmerecida contra un sistema infradesarrollado, corrompido e incapaz para quien la ¨salud ajena¨ no es una prioridad? ¿Cómo decirles que hay fuerzas interiores que nos mantienen en nuestros puestos a pesar de tanta impudicia, inhumanidad y iatrogénesis? ¿Es que ver tantos muertos o maltrechos sin motivo y sin dolientes nos ha oxidado los sentimientos y envilecido el alma? ¿Es que somos partícipes masoquistas que sacamos provecho secundario de la quejumbre diaria y el dolor que nos produce trabajar en condiciones incompatibles con la propia decencia y el respeto del dolor ajeno? ¿Es que somos insensibles al sentimiento de culpa o la demanda judicial por mala práctica cuyo responsable es el Estado y que en cualquier momento puede caernos con la sorpresa de un rayo en un cielo claro?
El Estado todopoderoso, podrido, parecido a la piel del leproso por sus extensas áreas tan insensibles, nos mira también con enemistad y recelo, y arteramente manipula sentimientos de amor y odio que el médico, más que nadie, es capaz de generar en tan grande intensidad, presentándonos como agentes de todas sus miserias. Nos ataca, nos empuja fuera de las fronteras patrias para reemplazarnos por médicos cubanos o por médicos comunitarios, pobre gente atrapada en medio de una oferta engañosa de hacerse médicos en tres años sin haber palpado el cuerpo de un enfermo ni conocer el léxico del oficio, con fallas elementales de ciencias básicas como conocimientos anatómicos, conceptos mínimos de fisiología, fisiopatología y bioquímica todo ello configurando una tremenda deficiencia en competencias básicas para el ejercicio de la clínica, y aun así, con irresponsabilidad suprema lanzados a realizar posgrados en medio de tan grande deformación? E imagine el pozo de iatrogénesis del Socialismo del siglo XXI: dice la Presidente de la Fundación Barrio Adentro, ¨una pobre medicina para gente pobre¨, ¨dentro de sus instalaciones, funciona una universidad -¿con cuáles instalaciones y con qué profesores?-, que ha graduado 19 mil médicos y en este momento se están (¿de?)formando a 30 mil estudiantes¨: matasanos, medicastros, hierbateros y ensalmadores. Se nos retribuyen largos años de estudio y dedicación, de insomnios y responsabilidades con emolumentos superados con creces por los de cualquier doméstica analfabeta o buhonero bachaquero de pocas luces… Otra arista del gran fraude que ha constituido la Revolución Cubana-Bolivariana en todas las instancias de la vida pública de Mi País, sometido y esclavizado por una nación de oprobio…
El origen no es otro que la envidia por el conocimiento que como en la fábula atribuida a Esopo, una zorra ve un racimo de uvas y trata de alcanzarlo. Cuando se da cuenta que está demasiado alto, las desprecia y se retira exclamando ¨¡No están todavía maduras!¨. La moraleja es que los seres humanos, especialmente los ignorantes, los holgazanes, los reposeros, los resentidos, en suma, la banda de pillos que nos gobierna, fingen despreciar aquello que secretamente anhelan y que saben que es para ellos inalcanzable: ¨¡No se hizo la miel para la boca del asno, ni el alpiste para el pico del zamuro!¨, exclamaba vehemente el inefable Hermano Gaspar de los Hermanos Cristianos de La Salle en Valencia, que no decía lo chiquito para lo sapientoso y ácido que era…
Sobre nuestras cabezas penden sendas espadas de Damocles que amenazan con destruir lo más preciado de nuestros seres: Nuestra integridad, nuestras familias, el prestigio de nuestras prácticas, y el empleador –el Estado-, el máximo responsable, seguirá multiplicando lutos y como siempre se lavará las manos buscando un chivo expiatorio a quien cargar sus culpas.
Mi Hospital es tan sólo una pequeña muestra, harto representativa de un país con un gobierno corrupto que muere en medio de indiferencia y malas políticas sociales, que maltrata a sus ciudadanos de mil maneras y les engaña con un discurso envolvente que cree encubrir sus miserias y las dirige hacia otros. Se nos chantajea cuando se nos exige santidad, desprendimiento, cuando se nos enrostran los juramentos de Hipócrates y Razetti, cuando se nos execra y denigra ante el gran público, ese que no puede viajar fuera del país en pos de ¨buenos médicos¨ como si lo hizo a Cuba aquel eterno presidente de meliflua palabra y aguijón en ristra, o aquellos otros a Miami, Boston o New York con institutriz y revolver incluido. Ha sido la norma que el Estado y nuestros partidos políticos siempre hayan despreciado a sus médicos: ¡Todo, mera cuestión de envidia!
Pero vendrá para ellos una tortura tantálica: Tántalo Zeúsida, rey de Frigia se robó la ambrosía, potaje divino que daba a los dioses una vida sin fin. En castigo, además de hacerlo inmortal…, en el Hades, antiguo inframundo griego, neblinosa y sombría morada de los muertos, donde muy pocos mortales podían abandonar el reino una vez que habían traspasado sus umbrales, fue condenado a pasar la eternidad padeciendo sed y hambre, pese a encontrarse semisumergido en aguas cristalinas y tener frente a sí una rama con deliciosos frutos en sazón: cada vez que intentaba aproximarse a uno u otro manjar, estos se apartaban de su boca. Tántalo se ha convertido en la imagen típica de los deseos frustrados, y raros son los escritores que no han recurrido a ella. El anhelo de la ambrosía y el robo de la verdad con el esfuerzo que conduce a la excelencia, ha sido perpetrado por una banda de forajidos en quienes se hará realidad el castigo…
¡Ahh…! El Hospital Vargas de Caracas nació copiado del Hospital Lariboissiére de París, ambos en sus momentos eran dignos de admiración, confianza y respeto. Éste, ubicado en una nación civilizada continuó creciendo e innovándose con el paso de los años y presta en el presente atención de gran calidad; aquél, el nuestro, asentado en un país cuyos gobernantes no lo han sentido como suyo, ha ido declinando, tiene menos camas funcionales que cuando fue fundado en 1888 e inaugurado en 1891, marchitándose, tantas veces rapiñado y muriendo con el paso del tiempo. Como en este caso, el nuestro, otros hospitales venezolanos también decadentes, forman parte de la herencia miserable de las malas políticas de salud y del comunismo, la peor epidemia que nos ha afectado desde el arribo de Colón a nuestras costas.
El sábado 8 de agosto de 2009, escribía yo en el Diario El Universal, un artículo intitulado, ¨Nacen y mueren¨, ¨Los que privilegiados, hemos estado en el exterior y apreciado el crecimiento y la expansión de las instituciones que allá afuera nos dieron cobijo, nunca podremos entender por qué el Complejo Asistencial Docente Vargas -sueño de hombres y mujeres de valía- quedó como historia nunca concluida, o la Autogestión, promovida en pasados años por ilustres vargasianos jamás pudo ser llevada a buen puerto por este proceso involutivo que nos agobia, donde no hay consuelo para las penas del niño que vive en la calle o aquél otro ahogado en su dolor, mendigando salud en Miraflores, atestado de papelitos peticionarios y de promesas incumplidas, cuando, la dádiva política a otros países está a la orden del día¨.
Sin solución de continuidad nos deslizamos hacia atrás, directo al medioevo del olvido, donde la peste, el mal aire -aquel que se adquiere cuando ¨las personas caminan por lugares pesados donde hay maldad¨-, y las miasmas nos rodean, fantasmas del pasado que han tomado forma y airados reclaman sus querencias… Como es costumbre desde 1980 cuando fundé la Unidad de Neurooftalmología del Hospital Vargas de Caracas, única en su género y donde pago mi purgatorio, el pasado martes 21 de abril de 2015 me ataja en el pasillo una joven paciente en su treintena, mulata, hermosa, de labios sensuales, dentadura blanca y perfecta con una sonrisa fingida, ya conocida por un problema inmunológico que ha afectado su retina y que necesitó de cortisona para hacerlo retroceder exitosamente. Ojo único, porque el otro lo perdió en su infancia cuando le explotó un triquitraque frente a sus narices. Se embarazó muy enamorada, ya tenía dos hijos menores. Pedimos consejo para proseguir el corticoesteroide a dosis elevadas durante su preñez, visitó tres hospitales -empresa infructuosa- y decidió tener su hijo. Nació una linda nenita tres meses atrás. Al regresar de la maternidad, su marido la había abandonado. Estaba sola. No tenía trabajo, tres hijos a cuesta, y ahora no hay prednisona en toda Venezuela –entre muchas otras carencias medicamentosas-, está perdiendo visión y clamando por el efecto benéfico de la droga. La prednisona veterinaria también se acabó… ¿Cómo puede un régimen delincuente ser tan cruel y miserable que envía, no más hace pocas semanas 140 activistas a Panamá con gastos pagos y $ 400 diarios para que griten loas a la revolución…? Las maldiciones surgen espontáneas…
Reitero, ¿Será que me equivoqué y aposté todo mi dinero a un caballo perdedor…?
Tan pertinente siempre con sus escritos , nuestro maestro. Hoy en mis diario trajinar tropece con este escrito de muchos del Dr. Muci.
Agradecido siempre.
Este Magistral Articulo nos recuerda….»»PROHIBIDO OLVIDAR»» Merece la pena volver a leerlo y analizarlo lentamente.