Cualquiera pensaría que abdiqué a mi condición de médico… No, nunca lo haría y cuando expreso que ¨fuimos médicos¨ me refiero que ¨al fin fuimos médicos…¨, pues el frío y el viento amable de estas calendas nocturnas me retrotraen a mis años estudiantiles con sus cielos caraqueños claros preñados de luceros con mis fortalezas y mis debilidades, lo que de alguna manera toca al escabroso tema de ¨la martiriología de los exámenes finales¨. Nunca uno siquiera pensó en que podía ser médico sin presentar exámenes, una perogrullada si se quiere; esos exámenes justos o injustos, benignos o sádicos, de materias capitales o anodinas, que nos prepararían para estos otros, los verdaderos, los que presentamos cada día y en silencio frente al drama de nuestros pacientes y en los que no por rareza salimos reprobados o aprobamos con nota marginal.
Aunque suele decirse que todo tiempo pasado fue mejor sin ser cierto por supuesto, porque cada época tiene su encanto y sus decepciones, sí podemos afirmar que aquellos vetustos años al menos eran diferentes… y por ello, en mis noches tranquilas, donde impera la quietud y el sosiego, evoco particularmente aquellas noches inolvidables. Con la llegada de mayo y sus mangos, las diarreas del abuso llamadas también ¨mayo¨, igualmente venían otras simbólicas, las premonitorias de los exámenes finales, pues las horas de estudio, en previsión del momento magno, se prolongaban más pudiendo pasar de las 12 o 14 horas, así que llegábamos exhaustos al ¨memento mori¨ de los latinos (¨recuerda que morirás…¨). Y es que el sistema de exámenes en la Facultad de Medicina de nuestra UCV y otras universidades públicas eran tal vez los más severos y exigentes al ser comparados con otras profesiones, y sus métodos, en ocasiones rallaban en variantes de un tribunal de la Santa Inquisición con candela y olor a carne chamuscada.
Adicionalmente, eran tiempos de dictadura, y durante estos períodos todo suele ser autoritario y debe acatarse. La conducta perezjimenista parecía haber permeado la piel de algunos de nuestros profesores, así que muchos de nuestros catedráticos celebraran los exámenes de noche… y sabido es, que en las sombras de la oscuridad no se oculta sino que el crimen. Los exámenes solían constar de tres pruebas, escrita, práctica y oral, todas eliminatorias, así que este acto era la ¨postrer prueba¨ tras la cual podría ascenderse al Olimpo o flotar en el río Hades sin perrito que le ladrara a uno.
Recuerdo particularmente los exámenes de bioquímica de primer año y de patología médica de cuarto. Ambos, profesores severísimos. Ambos, iniciaban la degollina al filo de la media noche y duraban hasta el último canto de los gallos retrasados, entre tanto, unos 40 estudiantes aguardábamos ansiosos, algunos abandonábamos transitoriamente el lugar como mártires esperando no ver la sangre colándose por debajo de la puerta de los que ya habían sido guillotinados. Alguno, el de oído más aguzado se apostaba cerca de la puerta para ver si podía oír y repetir a los oídos anhelantes que se agolpaban tras él, alguna de las preguntas preferidas por el jurado esa noche. Afuera algunos compañeros nos hacían las mismas preguntas que nosotros nos hacíamos y todas se hacinaban en nuestra memoria dejándonos bloqueados. Hubo años en que veíamos rodando testas hasta de los más esclarecidos estudiantes, rendidos por la fatiga, sobrecogidos de miedo; fue una la de julio de 1957, algo así como una Noche de San Bartolomé cualquiera, sí, aquella que tuvo lugar en París en la noche del 23 al 24 de agosto de 1572, un asesinato en masa de hugonotes, antiguo nombre con que se calificaba a los protestantes franceses de doctrina calvinista durante las guerras de religión; pero esta vez escenificada en el Nuevo Mundo, y en pleno campus de la Ciudad Universitaria de Caracas ante la mirada impertérrita del reloj de la Plaza del Rectorado de Villanueva, evocación de un orden íntegro dando la hora desde 1954, pero destilando lágrimas esa noche…
En el primero, el Jefe de la Cátedra que vestía una ¨barba nauseabunda¨ –al decir del sabio Enrique Tejera Guevara (1889-1980) quien por el contrario vestía otra muy mona y bien cuidada-, más parecía poner atención al estado de las pupilas del examinando que a su pericia bioquímica: su dilatación llamada también midriasis, podía interpretarse como secreción extrema de catecolaminas traída a cuento por el terror del momento o bien, inducida por ¨medicinas para estudiar¨ como el Actemín® (fosfato de anfetamina) o Ritalín® (metilfenidato), drogas que realmente eliminaban el sueño, el hambre y el cansancio permitiendo estudiar horas y absorber conocimientos como una esponja, pero era vetada y tomada por este examinador como pecado mortal, es decir, sin redención por penitencia o jaculatoria; así que cuando el aspirante a pasar la materia ingresaba, no más al apreciar sus ojos y ver el estado de sus pupilas era interrogado una y otra vez anteponiendo su nombre de pila, por ejemplo, ¨¡¿Segundo, tú tomas Actemín…?! ¨¡¿Segundo, pero seguro que tú no tomas Actemín…?! A lo que Segundo lo negaba una y otra vez. Sin embargo, era repetido y repetido muchas veces como un mantra, hasta que el infortunado de Segundo bajo aquel sondeo conminatorio aceptaba su sino asintiendo la falta: ¡Raspado…!
El caso del segundo, querido, respetado y admirado profesor, que se la daba durante las noches de exámenes, especialmente aquellas oscuras, lluviosas y borrascosas por invocar no al amor como era su costumbre, sino a criaturas tanáticas que nos hacían temblar; no se trataba si sabíamos la materia o la ignorábamos, era más bien un juego satánico donde era raspado el más pintado… Al regresar a nuestros hogares ya como hombres y mujeres libres de nuevo y volver nuestros ojos al manto celestial cuyas pálidas estrellas nos miraban con sentimiento sentíamos emoción por haber aprobado la última materia de la carrera de médico… Esa sádica costumbre de examinar de noche desapareció de nuestra Alma Mater como los espantos, el carretón de la muerte y el descabezado asido de manos con la Sayona que merodeaban las noches de nuestra ciudad hasta cuando se inauguró la Electricidad de Caracas…
Esas noches inolvidables de épocas de examen han quedado en nuestro ser como testigos de una mezcla imborrable de emociones angustiosas espeluzno, estrago y ¨mayo¨. Se cuenta que cuando el médico y novelista español Pío Baroja (1872-1956) a los 87 años deliraba en su lecho de muerte expresaba con gritos su terror a los exámenes; igual me pasa a mí en el ensueño del despertar donde me veo aterrorizado por incógnitos maestros y sus preguntas acerca del tamaño de la molécula de la albúmina y el recuento paso a paso del Ciclo de Krebs…
Yo confieso que algunos alumnos míos me otorgaron una inmerecida fama de muérgano[1] cuando integraba un jurado examinador, y rememoro cómo se contentaban si por alguna razón no podía hacer acto de presencia. Si así lo hice, les ofrezco mis disculpas, nunca fue esa mi intención pues conocía su desempeño previo y siempre traté que mis preguntas fueran ajustadas a la materia, historia clínica del paciente y a la demostración de la destreza semiotécnica del examinando. Recuerdo una querida alumna, hoy día psiquiatra, que vestía una minifalda cuando esta moda estallaba con furor primaveral en los pasillos del hospital sacando suspiros libidinosos a jóvenes y provectos y en aquél momento, ante los ojos inyectados de lujuria del jurado, le pedí que palpara el bazo de un paciente cirrótico y la pobre no sabía qué hacer al inclinarse, momento en que la terca falda ascendía más, para mostrar el filo de su rosada pantaleta de primorosos encajes blancos…
Así, que esperábamos ser y ¨al fin fuimos médicos…¨ en medio de noches de malos o buenos augurios en las que sabíamos que se estaban fraguando las claves de nuestro porvenir… Por ello, no podemos entender cómo los ¨médicos en serie¨ de mal llamadas universidades bolivarianas rehúsan realizar exámenes y aún más, permiten que sean sus propios compañeros de curso quienes califiquen el desempeño de uno de los miembros de su cohorte, y que inclusive ellos mismos se autocalifiquen, ¡¿Tigre cuidando carne…?!
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La sempiterna figura del “raspao”…
Malos y pésimos estudiantes los ha habido en todos los tiempos y cursos de medicina. Todas las épocas han tenido sus “cachitos”, “tripudios”, estudiantes profesionales, empecinados en graduarse aunque no supieran por qué, ni tuvieran con qué, que se estancaban y echaban raíces en las aulas universitarias, envejeciendo y viendo como estudiantes más jóvenes culminaban sus carreras antes que ellos. Curioso decirlo, pero verles en persona o la evocación de sus nombres, entonces y ahora nos produce un dejo de alegría, una sonrisa de condescendencia y hasta un ¿qué estarán haciendo ahorita…?
- Recuerdo un revalidante ya entrado en años que pasantía tras pasantía, no lograba aprobar la materia de clínica médica. Aunque pareciera un acto de irresponsabilidad y ligereza, ya deseosos de que nos abandonara, le facilitábamos el examen haciéndole sencillas preguntas que pudiera responder; si se quiere, bombitas para que bateara un jonrón y la sacara del campo, pero ante nuestra frustración, siempre salía con una pata de banco y se ponchaba…
–“A ver bachiller, ¿dígame cómo se diagnostica una amebiasis aguda…?
Raudo y sin titubear, el viejo-estudiante-viejo contesta,
-“¡Mediante un examen de heces directo y en fresco doctor!”
Impresionados por la vehemencia y la contundencia de la respuesta y abrigando la esperanza de que pudiera al fin aprobar la materia, contra preguntamos,
-“Muy bien, ¿Y cómo realizaría usted un examen en fresco?”
-“Bueno, coloco al enfermo en posición genupectoral [2] doctor”
-”¿En posición de plegaria mahometana, quiere usted decir?, ¿Y eso para qué? ¿Para hacerle un tacto rectal y tomar la muestra en fresco…?” –preguntamos nuevamente-
-“¡No doctor, como sabemos que las amebas se mueren por desecación en los pasillos del hospital antes de llegar al laboratorio, se coloca el microscopio sobre las nalgas y así podemos ver en fresco y directamente las amebas en el negro orificio…!”
Desentonando aquella respuesta como un sonoro y claro rebuzno, le dije,
-¨Lamentándolo mucho bachiller, ¡usted está otra vez reprobado…!¨
[1] Posición genupectoral: Llamada también de ¨plegaria mahometana¨ o actitud en la cual el tronco descansa sobre las rodillas y el pecho, apoyados sobre el plano de la cama; de esta forma, el eje del tronco está fuertemente inclinado de atrás adelante y de arriba abajo.
- Y hablando de bilharziasis mansoni, enfermedad casi desaparecida en nuestro país, infortunadamente no por acción oficial, sino porque los ríos se han secado de tanta tala indiscriminada e invasión de las fuentes, se le pregunta a un estudiante cómo realizaría el diagnóstico de la condición. Siendo que la audacia con ignorancia es madre del verbo fácil y rápido, la estudiante contesta,
-“¡Mediante un examen de heces doctor…!”
-“¿Y que busca en ellas…? “- con una sonrisa sobrada, que preludia el éxito contesta…
-“¡Los caracoles doctor…!”
- Con relación a otro caso de bilharziasis a otro alumno se le preguntó,
-“Diga bachiller, ¿Cuál es la causa de la anemia en casos de bilharziasis…?”
Con aire de suficiencia el estudiante responde…
-“Bueno, resulta que la teoría más plausible es la que favorece al efecto mecánico de los huevos sobre los glóbulos rojos…”
-“¿Y eso? ¿Cómo es, que no comprendo…? – Responde el doctor Herman Wuani…
-“Bien, los huevos con su espolón van rompiendo los glóbulos rojos a medida que van pasando…”
- Se cuenta que cierta vez el celebrado Maestro de Anatomía, doctor José ¨Pepe¨ Izquierdo le preguntó a una estudiante qué complejo anatómico estaba ubicado a ambos lados del cuello y que describiera sus componentes:
Con prepotencia inaudita la estudiante se arriesgó a decirle al severo profesor que la pregunta era malintencionada, muy difícil, que no la contestaría y que ella se marchaba; dicho y hecho, enervada se levantó de la silla y marchó hacia afuera al tiempo que dejaba detrás la respuesta que el viejo profesor le insinuaba,
–¨!¿Pa´qué te vas culo nervioso…!?¨[3]
[1] Muérgano: Persona a quien se desprecia por sus malos sentimientos, intenciones y acciones hacia los demás.
[2] Posición genupectoral: Llamada también de ¨plegaria mahometana¨ o actitud en la cual el tronco descansa sobre las rodillas y el pecho, apoyados sobre el plano de la cama; de esta forma, el eje del tronco está fuertemente inclinado de atrás adelante y de arriba abajo. ´
[3]No, no es una vulgaridad, el paquete vásculonervioso del cuello está integrado por las arterias carótidas comunes, las venas yugulares internas y externas, el nervio vago y el nervio laríngeo o recurrente.