Elogio del bárbaro…

¡Cuán lejos estamos en Venezuela de la noción de la pradeia helénica y qué rápido nos hemos hundido en la barbarie donde la areté no existe…!

Los bárbaros son individuos que carecen o no de educación, que con una costra de ínfimo conocimiento o no medran en los comederos de gobiernos dictatoriales socialistas pudiendo desempeñar cualquier ministerio para los cuales no están preparados; insinceros y descarados, ello les permite también cambiar de un ministerio a otro, o ejercer dos cargos al mismo tiempo sin pizca de rubor. Se emplea el término barbarie referido a un estadio de evolución cultural en las sociedades humanas intermedias entre el salvajismo y la civilización; entre nosotros tira más hacia el salvajismo, hacia el mito del ¨buen salvaje¨; se expresa como una forma de crueldad proveniente de la ignorancia, de la estupidez, del error, de la superstición, de las preocupaciones, del resentimiento que niega la plena humanidad de los demás; resumido, es parto de los montes ante la falta de educación, instrucción y talento.  

Para los antiguos griegos el proceso de crianza de los niños, era entendida como la transmisión de valores (saber ser) y saberes técnicos (saber hacer) inherentes a la sociedad; la tékhne iatriké, emparentada con la rosa de los vientos, el astrolabio y el sextante señalaba el camino cierto y contenía extraordinaria sabiduría al postular, ¨un saber hacer, sabiendo por qué se hace, lo que se hace¨. El término pradeia en su acepción de formación o educación y cuya máxima aspiración era llegar a construir un tipo ideal de hombre marcado por la virtud o areté, siempre ligada al honor, que le hacía apto para cumplir sus deberes cívicos a través de la adquisición de un amplio conjunto de dones que englobaba gramática, retórica, poesía, matemáticas, filosofía y gimnasia. Todo ello dotaba al ciudadano de conocimientos y cuidado sobre su propia persona y sus expresiones.

Cuán lejos estamos en Venezuela de la noción de la pradeia helénica y que rápido nos hemos hundido en la barbarie donde la areté no existe…

Tendría yo cerca de ocho años… Nuestra casa en Valencia tenía un amplio jardín y a pesar de que los varones colaborábamos en su mantenimiento, debíamos también dedicar largas horas al estudio pues esa era la prioridad impuesta por nuestros padres. Era por ello que a tal fin siempre se empleaba un muchacho necesitado proveniente de áreas pobres cercanas a la ciudad, uno que pasaba a formar parte de nosotros, los ¨muchachos¨ de mi casa. Allí conocí a Ismael…, tímido, buenote y bien mandado, lampiño y pálido, esmirriado y de inteligencia limítrofe quizá por tanta malnutrición almacenada, con caries dentales a la vista parcialmente ocultas tras el grueso sarro de la ausencia de un cepillado dental. Apenas habrían transcurrido dos días de su llegada a casa cuando presencié una tarde lo que después conocí en mis estudios médicos como un ¨escalofrío solemne¨. Tirado en una mullida alfombra persa que mi madre le extendió en el suelo pues no toleraba la cama, en su pecho desnudo pude ver con exaltado asombro y sin poder interpretarlos, los brincos del enérgico palpitar de su corazón, su inquietud, su temor a la muerte, su ansiosa expresión facial, tiritando y sus dientes haciendo ruidos como las castañuelas que solía tocar mi hermana Josefina, al tiempo que hacía movimientos parecidos a convulsiones causados por contracciones y relajaciones musculares rápidas –supe luego que era la manera como el cuerpo genera calor cuando siente que hace frío-. Media hora después ardía en fiebre de 41º C, pronunciaba incoherencias, le dolían cabeza y músculos y su pálida cara se había sonrojado. Mi madre guariqueña, hija de sobrevivientes de aquel clausurado pueblo de Parapara de Ortiz, mucho que conocía de casas muertas, sufrimientos y de pérdida temprana de muy cercanos afectos; con su presencia angelical y en su bondad infinita lo atendió… Sentada a su lado, se sucedían las compresas frías de agua de tinajero en la frente, un guarapo de tilo caliente con una aspirina de Hoffmann y una gruesa colcha era todo cuanto podía prodigarle. Lo vi todo: El período frío, ese que inició el drama; el período caliente con su intensa fiebre, donde la piel estaba seca y la cobija de un lado; y por último, el llamado período de lisis con gran sudoración, descenso de la temperatura, cansancio, somnolencia e invitación a dejarse acunar en los diligentes brazos de Morfeo.

Era época en que todavía había paludismo o malaria en las zonas aledañas a mi ciudad. Nuestro médico de cabecera, el doctor José Sanda, mandado a llamar, de inmediato confirmó el diagnóstico de mi madre: un paludismo terciano, y ese nombre al igual que la crisis presenciada nunca más se borró de mi memoria. Sólo estuvo seis meses Ismael en mi casa… Obedeciendo al llamado de su querencia, con sus dientes reparados, ya haciendo palotes en el cuaderno que mi mamá le había dispuesto, cepillo de dientes en mano y unos cuantos kilos de peso de relleno, partió a su lar en la búsqueda de una segura reinfestación palúdica…

Todo aquella malaria desapareció cuando las brigadas de dedetización a lomo de mula casa por casa, el acueducto rural y la clausura de pantanos, echaron en retirada al mosquito Anopheles bajo la mano milagrosa y enterada del doctor Arnoldo Gabaldón Carrillo (1909-1990), hombre iluminado en esa pradeia que fue su hogar y que le llevó a absorber y actuar la areté helénica. Fue un hombre de honor, un patriota -como nunca existira en un gobierno comunista-, un venezolano que comprendió su rol y su destino, un adelantado a su tiempo porque llevaba el país en su sangre y en su corazón… Para 1950 la tasa de mortalidad por malaria en mi país se había reducido a 9 x 100.000 habitantes erradicándose la enfermedad en un área de 132.000 km2. En 1955, a los 10 años de iniciada la campaña, la tasa descendió a 1 x 100.000 habitantes y el área erradicada aumentó a 305.414 km2, y luego se extendería aún más, 460.397 km2 del territorio nacional quedando confinada a ciertas áreas de difícil control, vectores diferentes y escasa población. Entró pues Venezuela en la senda de la modernidad. ¡Fuimos líderes en el mundo y muchas naciones vinieron a beber el dulce néctar de nuestra ciencia…!

Pero en el presente volvemos al deshonor, a tiempos de escalofríos, fiebre, anemia y depauperación, de paludismo terciano y cuartano, de fiebre perniciosa, nombres olvidados en el diccionario del desarrollo, traídos por la barbarie socialista del siglo XXI, guarida de espejismos…  El odio y la envidia a la excelencia condujeron a la clausura por ¨obsolescencia¨ de la Dirección de Malariología y Saneamiento Ambiental de Maracay, desaparecieron los cursos de posgrado y los malariólogos fueron aniquilados como se persigue a la peste y reemplazados por cubanos tirapiedras que ni de enfermedades tropicales ni de nada, nada saben… Brasil y Colombia, nuestros vecinos, redujeron la malaria en más de un 50%: En Brasil, de 606.067 casos en 2005 a 242.758 en 2013; y en Colombia, de 125.262 casos en 2007 a 60.179 en 2012.

Pero compare: según cifras oficiales, solo en 2014, se han infectado en todo el país unas 45.000 personas. El año pasado la cifra llegó a 76.621… El reto del programa ¨Hacer Retroceder el Paludismo¨, propuesto por la asamblea de la Organización Mundial de la Salud, es disminuir para el año 2015, hasta 75% de los casos registrados en el año 2000 (OMS, 2008).  ¿Meticas del Milenio a mí…? A cambio les ofrezco esta debacle ¨Hecha en socialismo¨…

http://www.thelancet.com/journals/lancet/article/PIIS0140-6736(14)61389-1/fulltext

Pero hay venezolanos que luchan comprometidos, que no soportan este estado de cosas; que denuncian sin temor porque el miedo paraliza; que ofrecen soluciones sabedores que serán desoídas; que gritan desgañitados en este desierto mío donde nadie oye y todos mentimos, porque estamos anestesiados por la cobardía, dejando hacer, dejando pasar; que son activistas de la libertad y docentes del buen hacer. ¿A quién más podría estar refiriéndome sino al doctor José Felix Oletta López? Alma y garra de la resistencia médica venezolana, mi dilecto amigo y compañero de cátedra, clínico preclaro y fino, estudioso, erudito, severo, caballo brioso que arrastra con determinación el pesado carromato de la lucha justa, incansable y determinada. El retorno de la malaria y del mosquito Anopheles que viene reclamando sus fueros, que encuentra los atalayeros del régimen adormecidos e indiferentes, ebrios de poder, inundados de crasa ignorancia, le urtica el alma y nos obliga moralmente a acompañarle, a darle nuestra solidaria mano agradecida…

La historia de Ismael, aquel considerado el primer hijo de Abraham, que creía yo superada en Venezuela por el talento y el compromiso, es traída de vuelta en decenas de miles de ¨Ismaeles¨, pero esta vez producto de la barbarie y su acción destructiva. En las primeras 25 semanas de este año, en Vargas se han importado 8 casos desde 4 estados con transmisión endémica: Bolívar, Amazonas, Sucre y Delta Amacuro; además ya hay malaria en Portuguesa donde el letal mosquito prolifera sin que nadie le ponga coto…

Y se me preguntará, ¿Por qué Arturo Michelena, nuestro eximio pintor…? Diría que es el súmmum del refinamiento, nada que ver con la chabacanería de estos tiempos cuando la pobreza y su sombra, el hambre, se ha entronizado en nuestro país…

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