Elogio de mi madre al volante…
«Mujeres al volante, peligro constante«, reza un polémico refrán popular…
La conducción de automóviles ha sido históricamente terreno de hombres, pero en todas las épocas ha habido mujeres que se han abierto camino, contribuyendo a la lucha por la igualdad, participando y triunfando en ámbitos tradicionalmente masculinos.
De acuerdo con algunos estudios, las mujeres son mejores que los hombres al volante. “Tenía que ser mujer.” “Mujer al volante, peligro constante.” “Manejas como mujer¨. Estas son solo algunas de las diversas enraizadas en ámbito de la conducción de vehículos. Y como en todos los demás ámbitos de la cultura, ese tipo de frases son falsas, además estar cargadas del clásico machismo que tanto daño hace a la sociedad. Afortunadamente, poco a poco esto está cambiando, y en el caso de las mujeres al volante, las estadísticas no mienten. Múltiples estudios alrededor de todo el orbe comprueban que las mujeres son mejores al volante en muchos aspectos; son más prudentes y educadas y además, tienen menos accidentes que los hombres.
Las deliciosas anécdotas con mi mamá: Mi padre tenía un automóvil Ford sedán, 1939 negro y para hermosearlo hizo que le adaptaran unos alerones plateados en los parachoques delantero y trasero. Un buen día y habiendo arribado a los 40 años y yo contando con 8, no sé porqué motivos, mi madre decidió, –¡quien lo imaginaría!-, ¡tomar clases para conducir vehículos! Mi padre no sabía conducir, de forma que siempre en mi casa hubo un chofer. Algunos que recuerdo: Nemesio Narváez -festivo, siempre sonriente, criado por libaneses por lo que hablaba el árabe, era díscolo y sinverguenza y mi papá lo reprendía con frecuencia en esa lengua-; otro, un catire flaco y loco que apodaban Lindberg, a quien mi papá despidió ipso facto porque en un viaje de ventas a San Carlos (estado Cojedes) de repente detuvo el carro, salio corriendo y ¡besó una burra en el hocico!; el último de ellos, que le acompañó hasta su muerte discreto y poco conversador, fue Francisco Herrera (por cierto, mi padre le regaló una casa para que hiciera familia exigiéndole que se casara previamente con su concubina); igualmente, él apoyó los deseos de Panchita, mi madre…
Ignoro por qué causas yo siempre le acompañaba en sus veleidades aventureras al volante. El sitio preferido para aprender era un área de la ciudad llamado Los Colorados -por el color de la tierra- donde no había peligro alguno de colisión por que no había una vía sino campo abierto sin jumentos y escasos carros circulando… Pero, ya más aventajada, era justo y necesario aumentar la dificultad del aprendizaje; una tarde salimos de Valencia vía Puerto Cabello; llegamos a el pueblo de La Entrada (Municipio Naguanagua) -, que por cierto se decía, que poseia el mejor clima de los pueblos aledaños a Valencia (580 msnm), ademas de contar con las mujeres más hermosas de la región ¿Qué dice Graciela mi esposa…; arribando pues al sitio y debiendo devolvernos hacia Valencia en una parte estrecha de la carretera, mi hermosa madre, acompañada también por el chofer de turno, retrocedió sin darse cuenta que detrás se encontraba un poste de luz eléctrica… ¿Cómo lo hizo…? No lo sé, lo cierto es que uno de los alerones del parachoques trasero se enganchó en el poste, así que tratar de avanzar hacia adelante era imposible por más que aceleraba y aceleraba; en fin, necesitamos que unos compasivos lugareños nos ayudaran en el proceso de levantar el carro y sacarlo de aquel enganche… ¡Jajaja!
Plaza Monumento a la «Victoria» de Tocuyito en 1930, obra del constructor ingeniero, Julio Roversi.
El incidente de marras no disuadió a mi mamá de hacerse proficiente al volante y con ímpetu digno de mejor causa, días más tarde el chofer decidió llevarla por la carretera vieja rumbo al Campo de Carabobo con dirección a Tocuyito, pueblo ubicado en las Sabanas de Carabobo, capital del Municipio Libertador del Estado y que hoy día, forma parte del Área Metropolitana de la ciudad de Valencia. Como en todas las correrías en que le acompañé, iba muy nerviosa y estresada pero decidida a salirse con la suya, con un pañuelo en la mano derecha para enjugarse a cada rato el sudor que manaba a borbotones de su cara y de sus manos. Ya llegando al poblado y entrando la noche, se despepitó un tremendo aguacero con rayos y centellas que impedía toda visibilidad porque además, los primitivos limpiapararabrisas de aquel vehículo no podían con aquel torrente de agua. Ocurrió así, que cuando el dábamos la vuelta alrededor de la Plaza ¨Victoria¨ del pueblo, mi mamá, en mala hora se encaramó en la acera y se llevó por delante una parte de la reja circundante… Sudó profusamente y hasta lágrimas se asomaron a sus ojos chiquiticos y corrieron raudas por sus mejillas…
Y como sucede con algunas causas nobles, todo aquél énfasis por aprender a manejar quedó allí… ¡Ahhha! enterado mi padre, sin inmutarse ni llamarle la atención, se dirigió con la velocidad que imponen las causas nobles a la municipalidad para hacerse responsable por el estropicio y rehacer la reja… Nunca más se habló de aquel ingente deseo de mi madre , así como tampoco de aquella otra pretensión de aprender a tocar guitarra, la cual permanecía colgada de un clavo en el cuarto de los corotos sin que nadie pudiera siquiera tocarla porque se enojaba…
Hay otro enigma envuelto en esta crónica… ¿Cómo obtuvo mi mamá en los Estados Unidos de Venezuela, Estado Carabobo, Presidencia, el Título definitivo de Chofer No. 10.823 como ¨Deportista¨ el 21 junio de 1944?
Mi mamá no jugaba picopico ni orillita, ni trompo ni metras, no apostaba a los caballos ni había jugado ¨gárgaro agachao¨, ¿cómo entonces endilgarle aquel epíteto de ¨deportista¨? Se me ocurre que ciertas veces cuando se le recriminaba a alguien porqué fumaba o hacía una actividad sin sentido, el inerpelado decía excusandose de no ser un fumador adicto y exclamaba,¨Yo fumo por <espor>¨, es decir, por deporte, ocasionalmente, de manera que mi mamá no manejaría por obligación o trabajo sino por <¨espor¨>.
Mi hermano menor Aziz Efraín (†), recuperó la libreta azul del título de chofer de tapa rígida, para que pudiéramos solazarnos con la rememoranza y escribir esta hermosa viñeta que honra y justifica a mi querida mamá en su afán por ser una choferesa…
El dicho, «Mujeres al volante, peligro constante», polémico refrán popular, parece que en su caso no fue tristemente cierto…