Elogio del Alma Mater…

La Asociación de Egresados y Amigos de la Universidad Central de Venezuela (E-UCV) me ha galardonado con el ¨PREMIO ANUAL ALMA MATER, 2017¨. «Este galardón, creado con el objetivo de estimular y valorar el aporte de los egresados ucevistas al país y al mundo, reconociendo su actuación y la trascendencia de su obra, es otorgado anualmente al Egresado UCV cuya actuación muestre un espíritu apegado a la justicia, equidad y solidaridad humana y cuya carrera como profesional se haya destacado por relevantes logros en diferentes campos del quehacer nacional e internacional y que permita calificarlo como un Egresado Integral». La asamblea de la Academia Nacional de Medicina (ANMV) votó mi nombre por unanimidad y me postuló para este honorífico premio. El jurado calificador escogió mi nombre.

Desde 2006 cuando se instauró el premio previamente ha sido otorgado a 12 universitarios de mérito; varios de ellos, médicos, fueron mis profesores durante la carrera médica. El doctor Francisco Montbrun mi profesor de anatomía y luego de cirugía en 5º y 6º años siendo jefe de la cátedra de clínica y terapéutica quirúrgica y mi compañero de la ANMV; los doctores Blas Bruni Celli y Alberto Angulo mis profesores de anatomía patológica y también compañeros de la ANMV; por último, el doctor Otto Lima Gómez mi profesor de pregrado de clínica y terapéutica médica y luego, ya graduado, mi mentor durante mi formación de médico internista y compañero de la ANMV.

Ganadores del premio en el tiempo…

El premio correspondiente al año 2017 me fue otorgado el día martes 30 de mayo a las 10.00 A.M. en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, en el marco de la celebración del Día del Egresado Ucevista.

                                                      

Hace 55 años, bajo las Nubes Acústicas de Calder en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, recibí mi título de Médico Cirujano de manos del Rector Magnífico Francisco De Venanzi; ahora soy igualmente llamado a pronunciar en el mismo recinto mi discurso de orden como corresponde al ganador del premio con la asistencia de las autoridades de la Sociedad de Egresados de la UCV y del tren rectoral de nuestra casa de estudios presididos por la doctora Cecilia García-Arocha Márquez. Fue una mañana exultante de emociones al ver a mi familia, a mis amigos y a mis alumnos desplegando una pancarta celebrando la presea obtenida.

Palabras de Rafael Muci-Mendoza en el acto de otorgamiento del

«Premio Alma Mater en su XII edición, 2017»

martes 30 de mayo de 2017

Profesor Miguel Génova, presidente de la Asociación de Egresados y Amigos de la UCV y demás miembros de su Junta Directiva. Admirada y respetada rectora Cecilia García-Arocha y su equipo rectoral de mi Universidad Central de Venezuela, familiares, colegas profesores, mis compañeros de la Academia Nacional de Medicina, egresados de ésta y otras universidades, discípulos, amigos todos.

Señoras, Señores.

I-

 

Es un deber mío iniciar estas palabras con la pública expresión de mi gratitud a todos los que se empeñaron en mi nominación para este inapreciable premio; esta presea tan sentida que mi alma mater me otorga hoy bajo las imponentes nubes acústicas de Calder… Debo sin embargo, agradecer a mis maestros comenzando por mis padres, ¨Musiú José¨, inmigrante libanés y Misia Panchita, flor de bora del llano guariqueño, guías de rectitud y compromiso, rosa de los vientos cuya flor de lis ha simbolizado mi norte; a mis maestros de la facultad de medicina, ¡tantos que fueron, tantos que aún son…!, a mis pacientes y alumnos, y por sobre todo a Graciela, fiel y amorosa guardiana de mis días y de mis noches. Después de todo, puedo decirles que si no estoy satisfecho de mi labor académica es porque no lo estoy enteramente de nada de cuanto he hecho en mi vida. En esta casa he estado por bastante más de media centuria sirviendo humildemente a mi país, a mi universidad, a mis pacientes, a mis alumnos y a la ciencia, pues en cada hombre no hay algo tan importante como las ideas, quien sabe si más que el hombre mismo, pues él es el molde y matriz de esas ideas.

-II-

 

Quizá sea tiempo de conceptualizar la luz: Los conceptos de luz y tinieblas asumieron desde el antiguo Egipto un importante sentido espiritual: la luz es vida, liberación, prosperidad, salvación, felicidad, éxito; y la vida, resumida en una batalla invisible entre los hijos de la luz contra los terribles entes de las tinieblas.

La idea de que el conocimiento es luz y la ignorancia tinieblas se encuentra en el núcleo del gnosticismo cuyos vínculos con algunas de las tradiciones cristianas primitivas son bien conocidas. La gnosis plantea que el conocimiento de Dios absoluto e intuitivo está en el conocimiento de uno mismo, pues el ser humano no es otra cosa que una centella de luz divina prisionera en el cuerpo del hombre.

El simbolismo de la luz, por lo demás, es prácticamente uno de los universales de la cultura. Aparece la luz como la forma suprema en la transformación de la realidad, el paradigma de la vida, de la felicidad, del triunfo; la luz impregna todos los rincones de la comprensión que el hombre aspira alcanzar, la luz es gozo, esperanza, felicidad: es vida, por eso el poeta Luis Pastori la incluyó en nuestro himno universitario donde brilla la alegoría de la luz venciendo a las sombras en que el régimen criminal nos mantienen sumidos pero no vencidos.

Y es que para nosotros los universitarios, la autonomía es luz, es condición indispensable para el desarrollo del pensamiento crítico, de la pluralidad de ideas, de la libertad del pensamiento y del verdadero amor por la democracia. Es la ¨democratina¨, excelsa y noble sustancia que corre por nuestras venas venezolanas que anula los efectos de la ¨malandrina¨, esa que enchumba la de nuestros opresores. Por todo ello, la autonomía, esa que quiere abolir las tinieblas de la maldad, es para la Universidad su condición esencial, su savia nutricia, una herencia a defender… Sin ella no podría haber en toda su plenitud trasmisión de conocimientos, difusión cultural, investigación científica o cualesquiera de las otras importantes tareas universitarias; por ello debemos defenderla aun con nuestras vidas si fuera necesario…

 

-III-

Ha transcurrido 62 años desde que imberbe y con un costal de decisión al hombro toqué las puertas de la Universidad Central de Venezuela, y en sus campus –incluyendo al oráculo de la medicina nacional, el Hospital Vargas de Caracas- transcurrió mi vida de estudiante de medicina. No padecí dificultades económicas como muchos de mis compañeros a quienes admiré porque trabajaban duramente para hacerse de un pequeño presupuesto de subsistencia. Yo era un privilegiado porque lo económico no formaba parte de mis angustias. Otra era mi coartación; sufría sin saberlo, de un trastorno por déficit de atención e hiperactividad, una disfunción de origen neurobiológico que trae aparejada una inmadurez en los sistemas que regulan el nivel de movimiento, la impulsividad y la atención. No había aparecido en la edad adulta, lo arrastraba penosamente desde mi parvulez. El mío era y es una forma frustrada porque nunca hubo hiperactividad motora ni tampoco fui reconocido como impulsivo; no obstante su presencia ha sido psíquicamente muy dolorosa pues requiero de un extra esfuerzo para prestar atención y concentrarme. Por mucho tiempo, en el caminar estudiando en voz alta encontré una ayuda; ello me hizo sentir disminuido y triste como el ¨patito feo¨ del celebrado cuento o metáfora de Hans Christian Andersen sobre la autoestima humana; esa fue la incómoda experiencia durante mi etapa de crecimiento infantil hasta que me encontré con mis pares.

Me pregunto si factores perinatales relacionados con el décimo embarazo de mi madre y mi prolongado proceso de parto en posición de pie me hicieron la vida retama… pero ahora sonrío con humildad, con orgullo e infinito agradecimiento. Ha sido un tremendo y continuado esfuerzo: caminé centenares de kilómetros hablando en voz alta para poder concentrarme y aprender; elaboré estrategias propias para fijar y recordar, luego en el diario trajinar con los enfermos enseñé y enseño a jóvenes estudiantes al tiempo que aprendo yo mismo, teniendo la hermosa recompensa de verles florecer y fructificar bajo mi atenta mirada. Pero no son éstas, lamentaciones del tiempo presente, porque no puedo, pues, quejarme de nada. En estos ensoberbecidos tiempos de suprema carestía, los médicos debemos volver nuestros ojos hacia nosotros mismos, debiendo recordar que aun cuando no haya medicamentos, la primera medicina que prescribimos los médicos es la actitud sanadora de nuestra presencia.

Si exhibo estos antecedentes, a los que debo unir el permanente y eficaz de la enseñanza de cada día, es para mostrar a los más jóvenes que no existen barreras a una manera de ser que involucre el ferviente deseo de superación, el afán de educar y el deseo de trascender, y que el deber que se nos exige ha de ser tan solo un pretexto para inventar otros deberes.

  

-IV-

 No he buscado riquezas, no obstante y paradójicamente soy multimillonario: mensualmente me busco en la revista Forbes y mi fotografía nada que aparece en la portada; intuyo que es porque la calidad de mis millones se expresan en caros afectos, contantes y sonantes, y porque la única dignidad de que me puedo envanecer como hombre es el trabajo, y en mi senectud, pienso que el deber fundamental de un viejo es la adaptación, es decir saber ser un viejo útil, sin que le afecte la polilla del tiempo y sin echar de menos al joven que ya nunca más será; por ello, no debemos consentir los achaques ni descansar, pues el descanso y la jubilación son el comienzo del morir…

-V-

Son estos aciagos tiempos de invertidos valores, cuando el pueblo venezolano y especialmente el enfermo pobre purga penas por pecados por otros cometidos. ¿Qué culpa tiene el niño malnutrido de enfermarse; qué culpa tiene el canceroso de su cáncer, o el minero que aterido entre escalofríos solemnes, fiebre y tiritar de dientes sufre desasistido y sin tratamiento su malaria, o el hemofílico condenado a sangrar porque no hay dinero para el factor anti hemofílico salvador, o el diabético que se gangrena y muere porque que no consigue insulina, mientras dinero sí hay y a manos llenas, para espurios gastos en países distantes que nos son extraños o en maletines que viajan impunes por los cielos del mundo, o en contratos para la compra de material bélico para infligirnos daño y muerte como si fuéramos enemigos? ¡Ah! Pero si antes eso estaba tan lejos de nuestra comodidad que nos parecía ficción, hoy todos sentimos la congoja en carne propia: es la suma de maleficencia, la maldad de la canalla roja envalentonada, el caos, es la anomia, es el desprecio por los elevados valores del espíritu…

Los antecedentes históricos de la medicina venezolana establecen cuatro etapas evolutivas que incluyen, su fundación, reforma, transformación y modernización; pero me he permitido adicionar dos etapas más, una que llamo de involución de la medicina pública (con un correlato de avance en la medicina privada), y la etapa actual –incomprensible- que he calificado de la entrega a una nación extranjera.

La primera etapa, correspondiente a la fundación, iniciada en 1763, años antes de la existencia de la Capitanía General de Venezuela que se decreta en 1777, con la creación de la Cátedra de Medicina en la Universidad Real y Pontificia de Caracas; y luego con la institución del Protomedicato, ambos debidas al empeño y decisión del ilustre médico mallorquín, Lorenzo Campins y Ballester.

La segunda etapa, correspondiente a la llamada reforma, es liderada por José María Vargas, quien en 1827 se convierte en el primer rector seglar de la republicana Universidad Central de Venezuela. Vargas se erigiría en el reformador de los estudios médicos. Con él se inicia la medicina científica y quedan echados los cimientos para su ulterior desarrollo.

La tercera etapa es la de transformación. Comienza en 1891 y está determinada por tres hechos fundamentales, a saber, la inauguración del Hospital Vargas de Caracas ese mismo año; la fundación de las cátedras experimentales de Fisiología, Histología y Microbiología; y la creación del Internado y Externado hospitalarios. Siete visionarios colman esta etapa: Elías Rodríguez, rector de la UCV para la fecha; Luis Razetti alma y motor indiscutible de esa transformación; José Gregorio Hernández, fundador, regente y sostenedor de esas tres cátedras a los largo de 28 años; y cuatro grandes clínicos y maestros venezolanos de todos los tiempos, propulsores de las clínicas madre, Francisco Antonio Rísquez, Pablo Acosta Ortiz, Aníbal Santos Dominici y Miguel Ruíz.

La cuarta etapa es una de modernización iniciada en 1936, cuando se crea el Ministerio de Sanidad y Asistencia Social, cuyo primer titular fue el doctor Enrique Tejera Guevara. Se produce la transformación de la Junta de Beneficencia Pública de Caracas; se crean las cátedras clínicas de todas las especialidades médicas; y se funda el Consejo Venezolano del Niño. Se trata de una época de fecunda ebullición y gestación, de anhelo de reformas y mejoras que llevan a la ciencia médica venezolana a la altura de las naciones más avanzadas.

La quinta etapa la he llamado, la Involución de la medicina pública y Evolución de la medicina privada. Para el momento del inicio de nuestros estudios médicos, el Hospital Vargas de Caracas era el centro de referencia nacional para pacientes de todo el país que venían en la búsqueda de comprensión para sus quejas y cura para sus dolores. Allí se formaron las grandes escuelas de clínica médica y cirugía. Médicos privados enviaban sus pacientes tras la pista de un diagnóstico acertado, o para la realización de exámenes complementarios que no se hacían fuera de su perímetro, o para alguna complicada intervención quirúrgica. Muchos de nuestros profesores hablaban fluidamente dos o tres lenguas, tenían estudios de postgrado en el exterior y habían regresado a esparcir su semilla en ese terreno abonado que fuimos nosotros. Eran momentos en que la atención médica se percibía como un acto de beneficencia y no como un derecho humano como luego con pertenencia lo ha sido.

Se habían fundado hospitales a todo lo largo y ancho de la geografía nacional y allá se fueron posgraduados a modificar viejas maneras de hacer, retoñando por doquier el verdor del progreso médico. El Hospital Universitario de Caracas amenazó con el cierre del Hospital Vargas. Visionarios no lo permitieron, y sobre su muerte cierta, como ave Fénix, se alzó la Escuela de Medicina José María Vargas.

Con el paso del tiempo, las políticas de salud fueron cambiando sin que se trazara un plan para garantizar su continuidad. La politiquería inició el deterioro de los servicios públicos de salud; buenos planes eran rechazados por provenir de otra tolda política. Los hospitales públicos, a un coste elevadísimo, devinieron en receptáculos de toda injusticia, depósitos de enfermos con problemas médicos y quirúrgicos no resueltos, morideros de gente, bien por falta de mantenimiento, bien por migración del personal hacia la práctica privada ante los paupérrimos salarios, falta de insumos, ausencia de protección para el médico y el paciente, períodos de estada elevadísimos… en fin, se detuvo el crecimiento  y se ejerció todo lo que implica una mala medicina a un impresionante coste.

Entre tanto, fueron formándose policlínicas privadas del más alto nivel, limpias y funcionales, bien dotadas de insumos y con los últimos adelantos tecnológicos; con personal altamente solvente, competente y bien preparado, que a un coste elevado serviría a la ínfima parte de la población que pudiera cancelar sus servicios. Muy poca solidaridad mostró en sus comienzos estas instituciones hacia quienes no tenían posibilidades, y, con mucha frecuencia, los profesionales, copiando estándares extranjeros ordenaban y ordenan en forma desconsiderada, exámenes costosos cuando procedimientos más sencillos pueden conducir a un diagnóstico.

Iniciamos nuestras prácticas profesionales en este período, muchos compañeros y yo, compartíamos el trabajo entre docencia y asistencia matutina y práctica privada en la tarde. No había la posibilidad de conciliar las dos propuestas. El Complejo Asistencial Docente Vargas –sueño de hombres y mujeres de valía- quedó como vergonzosa historia no concluida, o la autogestión promovida por ilustres vargasianos, jamás pudo ser llevada a buen puerto por ese proceso involutivo que nos agobiaba, donde no hubo ni hay consuelo para las penas del niño que vive en la calle o aquél otro ahogado en su dolor mendigando salud en Miraflores, atestado de papelitos peticionarios y de promesas incumplidas, cuando la dádiva política a otros países estaba a la orden del día.

La sexta etapa en este declive hacia el precipicio y la destrucción, la he denominado La Entrega. Comienza en 1999, dieciocho años atrás, con la llamada Tragedia de Vargas, cuando los venezolanos nos aprestábamos a votar en el referéndum para la aprobación de una nueva Constitución –lo que ocurriría al siguiente día-, las precipitaciones en el Litoral Central continuaron sin amainar, determinando que el cuerpo de bomberos local sugiriera decretar un Estado de Emergencia en la zona, advertencia que el Gobierno nacional, ya de talante criminal no escuchó. Esa voz desoída por mezquinos intereses condujo a la desinformación de la población litoralense y a la muerte de cerca de cincuenta mil conciudadanos. En ese infausto momento, el gobierno venezolano permite el ingreso de 500 ¨médicos¨ cubanos a la costa varguense. Y aquellos médicos venezolanos que nos desplazamos a brindar ayuda en las áreas de necesidad, nos fue negado el acceso. No me quedan dudas de que había un plan, un plan perverso, concebido en Cuba y puesto a punto, para que en caso de alguna circunstancia imprevista se procediera a un acceso masivo de ¨cooperantes¨.

Y así fue, el deslave de Vargas brindó oportunidad para regalar la patria al peor postor. Medio millar de médicos cubanos que nunca se devolverían sino que crecería en número hasta alcanzar los treinta mil. Esta vergonzosa entrega aupada por muchos de nuestros colegas, significó la vulneración de las leyes de la República y la pérdida de la soberanía de la salud que ahora está en manos cubanas. Difícil de comprender cómo se involucraron médicos venezolanos, algunos amigos y otros conocidos, en este regalo infamante, en esta traición a la medicina venezolana. Se permitió el ejercicio ilegal de la medicina por extranjeros sin haber cumplido los extremos de la ley a la cual nosotros y generaciones posteriores estábamos y aún estamos obligados por la Constitución de la República y la Ley del Ejercicio de la Medicina.

Los venezolanos poseídos de inmenso desinterés y cobardía miramos a otro lado mientras ocurría una invasión silenciosa del país por una nación ajena a nuestro gentilicio, sin oponer resistencia alguna, sin que se disparara un solo tiro… Es bien conocida la existencia de un ministerio cubano en la sombra, paralelo al Ministerio de Salud y Desarrollo Social, la Misión Médica Cubana rezumante de ignorancia y de desconocimiento de la idiosincrasia nostra, amparada por quienes han pisoteado los principios éticos y morales de nuestro oficio, y ante la indiferencia del conglomerado médico.

De estos médicos esclavos del régimen cubano se sabe que muchos han desertado. Desde 2007 se puso en marcha como estrategia política la Misión Barrio Adentro, un plan político e ideológico presentado con disfraz de misión humanitaria, entregado a la Misión Cubana pero que en sus normas, regulaciones y administración no funciona integrado al Ministerio de Salud de Venezuela, desconociendo las leyes de la república y las ideas y propuestas del Maestro José Ignacio Baldó. En fin, una pobre medicina pobre para pobres… Todo ello puso de manifiesto la debilidad de la Federación Médica Venezolana y los Colegios de Médicos y otros organismos de la sociedad civil para enfrentar con inteligencia y decisión una lucha frontal contra los invasores.

La pobreza de la salubridad es terrible, catastrófica, pero en un estado delincuente, en un narcoestado, en medio de las balas, la muerte, los gases lacrimógenos y los heridos el pueblo despertó, se impone un ingente deseo de retomar todo cuanto se nos ha robado, y estoy seguro de que así será…

 

-VI-

 

Somos padres huérfanos y abuelos anhelantes, nuestros hijos y nietos que luchen con ahínco y fe desde allá que la pesadilla roja toca su final y aquí les esperamos. A mis discípulos que tengan fe, que el éxito coronará sus esfuerzos, que siempre mantengan un espíritu juvenil y contestatario, que su formación, inacabable, se balancee entre la atención del enfermo a la cabecera de la cama, el estudio serio y continuado, y la meditación para aquilatar sus ideas; todo ello para gloria de nuestra patria, de nuestra universidad y de la medicina…

A mi querida comunidad ucevista le expreso que sentimientos encontrados de alegría, orgullo y tristeza se agolpan en mi corazón al recibir este honroso premio que quiero dedicar a todos mis héroes venezolanos jóvenes y viejos que luchan por la democracia y la libertad, a la memoria de los 60 mártires que se han inmolado durante 60 días en esta cuesta empinada y con barricadas donde nos acompaña la alegoría de la Libertad de Delacroix guiando al pueblo, con sus turgentes senos al descubierto, icono universal de la lucha por la liberación y símbolo inmanente de la patria generosa.

A ellos mis oraciones, mi cariño, mi admiración, mi profundo respeto venezolanista y toda mi solidaridad:

¡Viva la Libertad, fuera el despotismo! ¡Viva la universidad autónoma! ¡Viva Venezuela!

Finalizando las palabras de la rectora, doctora Cecilia García-Arocha, el Orfeón Universitario cantó el ¨Te Deum Laudamus¨, (Latín: «Dios, te alabamos»,) también llamado Te Deum, himno latino a Dios el padre y Cristo el hijo, cantado tradicionalmente en ocasiones de regocijo público. La profesora Josefina Punceles de Benedetti quien se encontraba a mi lado, se dirigió a mí pidiéndome que me pusiera de pie porque el himno era en mi honor…

 

 

Carta al alumno que nos deja…

En solo una veintena de años han cambiado tanto los tiempos en Venezuela, que apenas se percibe una tenue silueta de lo robusta que fue… La Universidad Central de Venezuela y su facultad de medicina, el Hospital Vargas de Caracas, tu Alma Mater, la mía, ha querido ser destruida en momentos de mengua nacional, y lo han logrado en su aspecto físico, pero aún mantiene incólume su moral y sus luces… y eso, debemos mantenerlo, porque sobre estas bases, como antaño, se erigirá la nueva universidad de Vargas y Razetti, una gran universidad que tenga la doble función que tenía, la de enseñar y pensar, donde el estudiante aprenda la ciencia y el arte de la medicina, pues el médico sin anatomía, fisiología, química y semiótica vacila, se encuentra sin norte, incapaz de alcanzar ninguna concepción precisa de la enfermedad, practicando una especie de profesión a palos de ciego, golpeando ya, la enfermedad, ya al paciente sin saber a quién da.

Si bien, la función primaria de la facultad es instruir jóvenes estudiantes acerca de la enfermedad: qué es, cuáles sus manifestaciones, cómo puede prevenirse, y cómo puede curarse, y para aprender todo eso, se necesita tiempo y disposición, pues los procesos de la enfermedad son tan complejos que es excepcionalmente difícil desvelar las leyes que las controlan, y aunque hemos presenciado una total revolución de nuestras ideas apenas es una primicia de lo que el futuro nos reserva. Éramos orgullosos de nuestra alma mater. El odio, terrible mal, parecido a la peor, más virulenta y más trasmisible enfermedad infecciosa, ha infiltrado sus bases y a muchos de sus hombres y mujeres. Han regresado endemias controladas en forma de hiperepidemias sin control, pero, además, siempre están surgiendo otras nuevas y más furiosas porque el ser humano ha facilitado su eclosión al descubrir, invadir y destruir sus hábitats.

Todavía en la década de los sesenta diagnosticábamos fiebre tifoidea o una infección paratífica con perforación intestinal a punta de clínica y la insegura tecnología de los antígenos febriles; luego se hizo cada vez más inusual el encontrarse con estos enfermos en razón del drenaje y tratamiento de aguas residuales y de distribución de agua potable, no contaminada…  pero, ¿será que estamos a las puertas de tenerla nuevamente con nosotros como la difteria, el sarampión o la malaria…? ¿Quién puede medir y pesar la suma de dolor y sufrimiento que esta generación ha soportado, y aun ha de soportar, desde su nacimiento –la generación del bajo peso al nacer, la del cerebro corto- hasta su muerte –miserable y sin siquiera una urna que acoja sus restos-?

Todavía en la década de los sesenta diagnosticábamos fiebre tifoidea o una infección paratífica con perforación intestinal a punta de clínica y la insegura tecnología de los antígenos febriles; luego se hizo cada vez más inusual el encontrarse con estos enfermos en razón del drenaje y tratamiento de aguas residuales y de distribución de agua potable, no contaminada…  pero, ¿será que estamos a las puertas de tenerla nuevamente con nosotros como la difteria, el sarampión o la malaria…? ¿Quién puede medir y pesar la suma de dolor y sufrimiento que esta generación ha soportado, y aun ha de soportar, desde su nacimiento –la generación del bajo peso al nacer, la del cerebro corto- hasta su muerte –miserable y sin siquiera una urna que acoja sus restos-?

 Nuestra Alma Mater ha sido cambiada por otras cuyos nombres les queda grande, unas con malos profesores que nunca les aportarán aquella impronta mental que es, con mucho, el factor más importante en la educación y, además, les deformarán para creer que ya lo saben todo, perdiéndose la verdadera esencia de toda experiencia, y morirán siendo más ignorantes, si cabe, que cuando comenzaron. Pero, además, la ideologización de su formación se antepondrá a la adquisición de una cabeza de pensar libre y lúcido, y de un corazón bondadoso, porque para ello se requiere el ejercicio de las más elevadas facultadas de la mente que a un tiempo apela constantemente a emociones y a los más finos sentimientos del ser, acrecentando los límites del pensamiento humano, y es eso, precisamente lo que hace grande una universidad. Con galpones repletos de jóvenes de formación fraudulenta, no lo tendrán. Puede parecer descorazonador que después que tanto se ha hecho y que tanto ha sido donado en forma tan generosa tengamos que levantarnos e iniciar con decisión un nuevo camino con gran espíritu universitario, un algo que puede no tener una institución rica y del que una pobre puede estar saturada, un algo que se asocia con los hombres y no con el dinero, con el coraje y no con el poder, que no puede comprarse en el mercado, o crecer por una orden sino que viene imperceptiblemente con la entrega leal al

Momentos luminosos que quedarán inscritos en tu ser y que de vez en cuando surgirán, y entonces sonreirás al recordar a tu viejo profesor; aquel que estampó jubiloso su firma en tu diploma de médico-cirujano. Desde lo lejos sentiremos la satisfacción de haber influido en algo en tu formación, y que ser recordado es no morir, aunque ya estemos muertos… Pero ten cuidado, el progreso tecnológico que ha experimentado la medicina en lo que siento como de muy recientes décadas –apenas cincuenta, desde que me gradué y entré jubiloso en su maravilloso mundo-, parece casi de fábula. Se siente uno abrumado y a la vez asombrado de las nuevas técnicas de diagnóstico y tratamiento, pero la tecnología sin el arte es una falacia…

Y te marcharás a tierras desconocidas, de otras lenguas e idiosincrasias donde no siempre serás tratado con simpatía o benevolencia. Allá deberás ejercer tu arte sencillo en pro de quien te necesite, pues los médicos no conocemos de fronteras ni murallas, sin estridencias ni posturas inventadas, orgulloso de tu alma mater, te tus maestros, de tus mentores que, como Mentor, el de la mitología griega, trasfiguración de la diosa de la sabiduría Palas Atenea, siempre mirará por ti y por tu desempeño, y siempre estará allí para ti y tus necesidades, tu valer neto po

Momentos luminosos que quedarán inscritos en tu ser y que de vez en cuando surgirán, y entonces sonreirás al recordar a tu viejo profesor; aquel que estampó jubiloso su firma en tu diploma de médico-cirujano. Desde lo lejos sentiremos la satisfacción de haber influido en algo en tu formación, y que ser recordado es no morir, aunque ya estemos muertos… Pero ten cuidado, el progreso tecnológico que ha experimentado la medicina en lo que siento como de muy recientes décadas –apenas cincuenta, desde que me gradué y entré jubiloso en su maravilloso mundo-, parece casi de fábula. Se siente uno abrumado y a la vez asombrado de las nuevas técnicas de diagnóstico y tratamiento, pero la tecnología sin el arte es una falacia…

Y te marcharás a tierras desconocidas, de otras lenguas e idiosincrasias donde no siempre serás tratado con simpatía o benevolencia. Allá deberás ejercer tu arte sencillo en pro de quien te necesite, pues los médicos no conocemos de fronteras ni murallas, sin estridencias ni posturas inventadas, orgulloso de tu alma mater, te tus maestros, de tus mentores que, como Mentor, el de la mitología griega, trasfiguración de la diosa de la sabiduría Palas Atenea, siempre mirará por ti y por tu desempeño, y siempre estará allí para ti y tus necesidades, tu valer neto por lo que tendrás que ser firme y resistente como el cuero crudo…

deber y a los elevados ideales…

¿Quieres que te diga algo…? Contigo se va una parte mía y conmigo queda una parte tuya, pues los profesores prodigamos enseñanza y formación con la esperanza de que en algún lugar de tu corazón puedas albergar nuestra prédica de bien hacer, de bien querer al minusválido, de bien servir y de bien recordar agradecido quienes te guiaron en medio de guijarros y pedrejones en el camino de la medicina.¿Quien iba a pensarlo? Y de veras te digo que me siento muy feliz del momento en que nací y el haber podido vivir para estar presente y ser partícipe de tanto cambio y progreso. En algunos casos he podido acercarme a ellos no sin mucho temor –te lo confieso-, tragando grueso y sobreponiéndome a mi ¨ineptitud tecnológica¨, o mejor llamémosla, ¨terror tecnológico¨, ese que me incitaba a retirarme prudentemente de un computador para evitar ser engullido por él… En otros tantos he podido arrimarme, pero he sentido que la complejidad me supera y el tiempo necesario para entender e introyectar a ciencia cierta de qué se trata esa novedosa ciencia que me seduce y me atrae como el amor de la primera novia, es ya muy corto…

Pero, así como me fascina este nuevo conocimiento, entiende por favor, que también me embelesa la ¨vieja medicina¨, los ¨viejos procederes¨, los ¨viejos médicos¨, que, empleando su intelecto y sus suaves maneras, pensando y meditando a la vera del enfermo, echaron las profundas bases del oficio con gran sentido común, compromiso humano solidario y empeño por buscar la verdad…

Fueron ellos quienes nos legaron el disfrute del cercano contacto con el paciente, el placer del ejercicio intelectual atado al proceso del diagnóstico, la experiencia única del contacto real; y cuando te digo contacto, a eso me refiero, a tocar y ser tocado en una íntima comunión del que sana y el que quiere ser sanado, tal como se refleja en la pintura de Frans Van Mieris, el Viejo (1631-1681), ¨La Visita del Doctor¨: El médico, de denso ropaje a la usanza, con la mirada volando en lontananza, palpa con delicada suavidad el pulso de la paciente melancólica cuando todavía no había reloj con minutero, y así, transmitiendo seguridad con su arte sencillo; o la confianza ganada expresada en la obra del pintor Norman Rockwell (1894-1978), idealista y sentimental, ¨El médico de cabecera¨, donde la bonhomía trasluce en las maneras del viejo doctor ganando la creencia de su pequeño paciente.

Verás que ahora los enfermos no se tocan, todo el proceso del extraer la enfermedad desde el adentro hacia el afuera con el método semiológico, ahora lo hace una máquina sin el toque mágico de las manos y la actitud del médico… Pero ten cuidado, pues además corren tiempos cuando el enfermo se toca por pura rutina, sin que el tocamiento tenga ningún sentido, ninguna finalidad, ni muestre ninguna alianza entre el que toca y el que se deja tocar.

¿Sabes? Imagina al feto en su cálido aposento, sumergido sin ahogarse en el agua milagrosa del vientre de su progenitora, percibiendo los monótonos ruidos de su entorno que tendrá por compañeros durante su nuevemesina reclusión: El acompasado ritmo de corazón de su madre; el atropellado murmullo en vaivén de la sangre inundando los lagos placentarios; el rítmico pulsar de la arteria aorta; el zumbido continuo de la sangre de retorno, ahí mismito, ascendiendo imponente y majestuosa hacia el corazón por las grandes venas cava superior e inferior … y de repente, perturbado por los incómodos gruñidos de las tripas en plena digestión. Y cuando alcanza la madurez fetal, de pronto su tranquilidad es sacudida, su cuerpo comprimido aquí y allá en sucesión de contracciones, los huesos de su cráneo se solapan y su cuerpo se estrecha; y hasta a lo lejos, puede percibir los quejidos de dolor de su madre a una frecuencia cada vez más implorante…

 

De pronto su cuerpo es echado fuera del acogedor claustro materno y lanzado por el canal del parto. El niño siente por vez primera una primitiva sensación de amenaza y finitud, el terror le invade sin saber por qué ni de dónde proviene; inerme y desvalido debe sentir, tal vez, alguna noción de serio peligro cuando transcurre el imborrable trauma del alumbramiento… Si pudiera verbalizar el momento gritaría, ¡Mi Dios, sálvenme que me muero!, pero sólo alcanza a llorar sus primeras lágrimas…

Ese ¨lloró al nacer¨ qué recogemos en las historias clínicas como evidencia de que en sus diez primeros segundos llenó sus pulmones de oxígeno y ocurrió felizmente el complejo y milagroso cambio en su circulación… Pero mira quien lo recibe con ojos esplendentes: una suave y armoniosa voz de bienvenida que le llena de besos y caricias, las manos delicadas y cálidas de su madre que le soban todo el cuerpo insuflándole lo que es percibido como una primigenia pero segura noción de protección. Su madre es pues, su única vinculación con la nueva vida, su refugio, su esperanza, su salvación pues sin ella o su substituto, moriría cruel e irremisiblemente como en la alegoría ¨La Matanza de los Santos Inocentes¨ de Nicolás Poussin (1594-1666); pero a la inversa, estaría el caso de Samuel Armas (1999), cuando en manos competentes de sus médicos es interrumpido su descanso pero con significado de vida: in útero le corrigen un mielomeningocele, y él toma con su manita agradecida, el dedo enguantado  del cirujano.

Pues bien, aprende que los médicos somos padre y madre a la vez. La enfermedad despierta ese niño asustado y temeroso que nunca dejó de existir y que muy adentro todavía llevamos conjuntado al terror sobrecogedor como lo fue al inicio de la vida; sería pues demasiado pedirle a un ecógrafo, a un tomógrafo o a un resonador que le hiciera evocar esas mismas experiencias de esperanza

El distanciamiento entre el médico y su paciente, quizá no sea nada nuevo. Tal vez en épocas pretéritas se quejaron muchos enfermos de lo mismo, de la frialdad del trato, del desprendimiento afectivo, del trato rudo, de la metalización del oficio, en fin, de la desnaturalización de la profesión.

Hay enfermos que son sanos para las máquinas, pero cuyo semblante es trasunto de remordimientos de conciencia, de penas y frustraciones, de duelos no elaborados y su ansiedad, es sólo ansiedad por falta del contacto humano… Toda esa cantidad de procedimientos tecnológicos y pruebas bioquímicas están diseñadas para ser usadas en la parte animal del paciente tantas veces en ausencia de un criterio clínico, tan sólo para que produzcan dólares a los fabricantes, y con muy poco esfuerzo, pingües ganancias a nosotros, los médicos.

¿Cómo prepararnos para ver y sentir esa otra, la afectiva, sin la cual no habrá de existir un alivio ni una verdadera sanación? La diferencia es quizá que él no fue tocado o comprendido con esas ¨manos perceptivas¨, a las que se refiriera Lewis Thomas, M.D. (1913-1933), al decir que, ¨La más antigua pericia del clínico es recorrer con sus manos el cuerpo del paciente…¨, pues mediante ese tocamiento el enfermo establece un vínculo con la buena madre protectora que él y todos los médicos llevamos introyectada muy adentro.

 

Existe creciente evidencia de que la medicina de últimas década en vez de preservar la salud y la dignidad humanas, cada vez perjudica a más personas sanas a través de la detección más temprana de supuestas ¨enfermedades¨ cuya definición es cada vez más amplia para englobar a más personas; veamos, en mi época se consideraba una cifra de colesterol de 250 mg/dL como normal; ahora, se aterroriza a una persona cuando es superior a 200 mg/dL; la epidemia de osteoporosis parece una invención: la causa más frecuente de fracturas en viejos es la falta de ejercicio que conduce a sarcopenia, atrofias musculares y pérdida del balance, así que una caída hace el resto; más que tratar la supuesta condición e indicar medicación por cualquier síntoma, motivemos a

nuestros viejos a que hagan una caminata vigorosa. Surge ahora igualmente el multimillonario negocio de la «pre-hipertensión». Con él, un creciente número de pacientes sanos serán conminados a recibir tratamiento so pena de morir de un conflicto vascular… y más dinero para para las arcas de quienes le han enfermado estando sanos.

Ya no se habla de hábitos saludables como los que preconizaba el Regimen Sanitatis Salernitanum entre los siglos XI y XII, ¨Si te faltan médicos, sean tus médicos estas tres cosas: mente alegre, descanso y dieta moderada¨. ¡Puras pamplinas…! Afortunadamente y a contrafilo, una creciente literatura científica está mostrando preocupación porque demasiadas personas están siendo medicadas en exceso, tratadas en exceso y diagnosticadas en exceso: Programas de pesquisa para detectar cánceres tempranos que nunca provocarían síntomas o muerte, tecnologías de diagnóstico tan sensibles que identifican «anormalidades» tan minúsculas cuya presencia haría menos daño que el tratamiento para eliminarlas.

Ampliar las definiciones de enfermedad trae aparejado que personas a riesgos cada vez más bajos sean etiquetados de enfermos a permanencia y sometidos a tratamientos a permanencia sin beneficio cuando no dañinos. Es un gran negocio ese de hacer creer a las personas sanas que están enfermas… Pero, ¨Time is money¨. Se estima que cada año en los Estados Unidos, más de $200 billones son ganados por la industria farmacéutica, de aparatos de diagnóstico y desperdiciados en tratamientos innecesarios por lo que la carga acumulada de diagnóstico de enfermedad en personas sanas plantea una amenaza significativa para la salud humana. ¿Puedes intuir que no te será fácil ejercer? Serás movido como títere de un guiñol ante la aprobación de la sociedad que te rodea.

Esa vieja medicina que verás despreciar hasta por muchos de tus admirados profesores, que ahora rinden adoración a la máquina y a la droga terapéutica como en su momento los judíos en olvido de El Señor, adoraron al Becerro de Oro construido por Aarón cuando Moisés remontaba el Monte Sinaí…, que mirarán a sus pacientes en exclusión de su parte humana y espiritual, de su biografía hecha de penas y alegrías, de éxitos y de fracasos; olvido que quizá no hará demasiado bien ni a ti ni a tus futuros pacientes.

No permitas pues, que nosotros tus maestros con nuestras equivocadas enseñanzas fundadas en técnicas frías y terapéuticas de moda, borremos de tu corazón el por qué se hace uno médico. No es para amasar riquezas o recibir prebendas de la industria farmacéutica, o para atomizar el cuerpo del paciente, o para tratarle como un bien de consumo que se negocia; es simplemente para ayudarlo en lo físico y espiritual tendiéndoles la mano para mitigar su soledad y sus dolores ayudándolo, por supuesto y ¨en su momento¨ con lo mejor que la tecnología tanto exploratoria como curativa pueda aportar, y recodando que no somos dioses y que nuevas formas de enfermar están siendo creadas por la sociedad misma.

El buen camino se encuentra en preservar la unidad del enfermo, el micro y el macrocosmos universal al cual se encuentra atado, y esto, sin duda será tu responsabilidad de médico al intentar la relación armónica entre la parte y el todo, siguiendo la regla dorada, la proporción áurea, la divina proporción de Leonardo. Con ello, por supuesto, no quiero insinuarte que descuides los aspectos técnicos y científicos del oficio que son piezas que debes a aprender a engranar perfectamente con aquellas otras, las humanísticas y espirituales.

De no ser así, progresivamente te envolverá esa ceguera y agnosia espirituales… signos de estos tiempos turbulentos…

 

  Te bendigo, pues luego de conocerte, ya no fui más el mismo…