Elogio de la revista médica… el viejo arte que se extingue.

Elogio de la revista médica… el viejo arte que se extingue.

Pasé mis días de adolescente, adultez y adultez mayor, madurez, y me complace decir también que los de mi senescencia en las salas de medicina interna del Hospital Vargas de Caracas, desde una lejana época en que muy joven e imberbe me presenté diciéndoles sin vanidad y pleno de noble ambición: ¡soy Muci, quiero ser médico, la más humana de las actividades del hombre!, aunque no sabía ni remotamente lo que aquello era, lo que aquello implicaría…

Las revistas o visitas médicas en las salas eran un ritual, y aunque como residentes la realizábamos una o dos veces por día, las ¨verdaderas¨ eran los lunes y los viernes de cada semana. Un tropel de gentes presididos por el jefe del servicio y sus adjuntos, vale decir, cuadros de oficiales de jerarquía, suboficiales y ‘marinería‘ —como designaba a estudiantes, internos y residentes el inolvidable maestro Juan Delgado Blanco, (1904-1974)-, médicos de planta, residentes, estudiantes de medicina y enfermeras, acallando radios vocingleros y conversaciones altitonantes, hacían acto de presencia a las 9.00 am y atravesando el dintel de la puerta,  iniciaban un recorrido desde la cama 1 hasta la 16 llamando a cada paciente por sus nombres –inexplicablemente, los pacientes se llamaban unos a otros por sus números-.

El estudiante o el residente leía detalles de la historia y comentaba acerca de los signos físicos encontrados y adelantaba un diagnóstico sindromático, un acertijo donde se contraponían síntomas y signos para hacer un todo más o menos coherente o que pareciera coherente, pues no siempre la verdad se albergaba en sus palabras: hacíamos peninos, éramos demasiado ignorantes y jojotos; era todo cuanto podíamos ofrecer y dar; luego, aunque no siempre, el jefe hacía preguntas  y se acercaba al paciente para conocer de boca del mismo su subjetividad –donde suele residir el diagnóstico- y luego, si estaba de buenas, constatar la objetividad y exactitud de los hallazgos semiológicos. Era una ocasión para ver cómo los maestros observaban, examinaban, exteriorizaban el morbo injertado en el cuerpo de piel opaca del paciente mediante técnicas semiológicas de cabecera; era un ejercicio de empatía, de conocimientos, de experiencia y de sabiduría que confirmaba el compromiso. El aprendizaje se basaba en el amor trilateral: médico, paciente y estudiante, porque si no se quiere y se admira a quien te enseña o a quien te cura, la enseñanza sería imposible: Nuestros primeros maestros: nuestros padres de quienes aprendimos mediante el vínculo del amor, y luego todo aquel que simbolizara el rol paterno, pues como dijera Hipócrates, ¨donde existe amor al hombre, existe amor al arte¨.

Desde el inicio de nuestro aprendizaje y con ayuda de quienes sabían más, allí aprendíamos a moderar nuestros impulsos, a hacernos más humildes, a festejar interiormente nuestros muy escasos aciertos y a hacer duelo por nuestros fracasos –muy numerosos por cierto-, pero de eso se trata la vida, de eso se trata la medicina, una total indulgencia frente a lo que podríamos designar los inmanentes defectos del hombre, a lo que se suma que el hombre actual –incluido el médico-, vive sumergido en una existencia técnica, peor aún, dominado por ella pues en la vida de ese hombre la técnica ha llegado a ocupar hasta los más minúsculos intersticios de su ser, un espacio que antes llenaba la Naturaleza. Entre ella y el hombre se han interpuesto mil máquinas, desde el reloj pulsera pasando por el contenido del ciberespacio y los receptáculos que empleamos para sondearlo: computadores, tabletas, teléfonos celulares que renovados a diario, nos hacen sentir perdidos entre tanto artilugio, llegando a ignorar dónde se encuentra el paciente y su dolor. Simplemente porque hemos desarrollado,

Adicción a la “tecnología de punta…”

Consecuencia de,

  • Entrenamiento inadecuado
  • Insuficiente experiencia clínica
  • Ignorancia rampante
  • «Tenesmo tecnológico de Fred» o incontrolable urgencia en la

         indicación de métodos sofisticados

  • Ganancia económica –principio del placer- sobre ayuda  humanitaria -principio del deber-

Podría garabatear algunos instantes atesorados en mis recuerdos de esa historia que he vivido y que encuadradas en el tiempo, constituyen viñetas que buscan no olvidar el candor que aún se aposenta en los hospitales docentes, la madre clínica, sus intríngulis y sus cultores.

  • El residente habla sobre el paciente que acaba de admitir, vale decir, uno ¨desflorado¨ por múltiples exploraciones sin dirección ni concierto, sin un diagnóstico positivo y sin un tratamiento efectivo. Un sujeto de 69 años empedernido fumador desde su juventud es admitido por presentar pérdidas súbitas de conciencia tenidas como síncopes cardiocerebrales –síncopes vagales como antes se les designaba-:

Por ello sería el cardiólogo el primer consultado. Y así fue, no uno sino tres, todos de acuerdo: ecosonograma cardíaco, prueba de Holter de arritmia, MAPA de tensión arterial, investigación de dislipidemia, todos negativos, pero especialmente después que le fuera practicado un tilt test o prueba de la mesa basculante, -por cierto, el último grito de la técnica-, para poner a prueba su sistema cardiovascular y comprobar si es capaz de responder correctamente a cambios en la fuerza de gravedad manteniendo el pulso, la tensión arterial o el ritmo cardíaco. Al iniciar, el paciente estaría recostado boca arriba sobre una mesa basculante en posición horizontal. Después el médico inclinaría la mesa hasta que la cabeza del paciente quedara en posición vertical, entre 60 y 80 grados y permanecer así durante 20 o 30 minutos con monitoreo del ritmo cardíaco y la presión arterial antes de regresarlo a la posición horizontal; durante ese período se busca que presente los síntomas del episodio que le son familiares a ambos paciente y médico, momento en que se presentará una precipitosa caída de la tensión arterial y del pulso.

Cuando la prueba es positiva, el corazón no bombea la sangre necesaria hacia el cerebro; durante unos segundos no hay flujo sanguíneo y acaece una pérdida de conciencia; es lo que se conoce como síncope. Antes llamados síncopes vasovagales por hipoperfusión cerebral, son una condición benigna relativamente frecuente; su mayor peligro radica en que durante la caída de la inconsciencia, el sujeto se golpee la cabeza o algún área importante del cuerpo. Pues bien la prueba fue positiva, la etiqueta se forjó, y asunto concluido, un betabloqueante y a comer más sal…

Cuando ejercimos el diálogo diagnóstico o anamnésico, la verdad relució: todo le comenzaba inmediatamente antes de la caída, percibiendo una extraña sensación, inenarrable, en la boca del estómago, de décimas de segundo de duración que ascendía al cuello; sólo en una ocasión había estado de pie, en las otras, sentado y también habían ocurrido en decúbito, en la cama. Había perdido peso mientras se alimentaba bien. ¿Cómo podía ocurrir un síncope vagal acostado? El aura sensorial dio la pista hacia una crisis epiléptica parcial. En el cerebro, una metástasis solitaria en el lóbulo temporal derecho explicaba el ¨síncope¨… Una telerradiografía del tórax y tomografía del tórax y abdomen mostró un tumor adyacente a la carina y varias metástasis, y otro en el riñón derecho. ¿Dos tumores primarios…?

Y es que cada médico juzgará al paciente según su especialidad, suerte de gríngolas virtuales que restringen su campo de visión; esta visual tubular determina la llamada la Ley del Martillo de Oro: «Cuando la única herramienta que tienes es un martillo, todo problema comienza a parecerse a un clavo…» ¿lo dijo Mark Twain?: no está claramente documentado, o proviene del libro del psicólogo estadounidense Abraham Maslow (1908-1970): ¨The Psychology of Science¨, publicado en 1966; y como cada especialista tiene su propio martillo, nos relacionamos con los pacientes como objetos, no como personas y solamente entra en nuestro campo visual aquello que nos es conocido… Un dolor lumbar es para un traumatólogo una hernia discal, para un urólogo un cálculo, para un gastroenterólogo es el colon transverso inflamado, para un gastroenterólogo el colon o el páncreas y así… sucesivamente. El paciente falleció 5 meses más tarde.

  • El paciente, masculino de 48 años, adelgazado, con extremada pérdida de la grasa subcutánea, a quien podríamos llamar «emaciado» es presentado en la revista sin cifras de proteínas totales y ni fraccionadas. Su aspecto da por supuesto por seguro que tiene una hipoalbuminemia pero esta cifra de laboratorio no está a la mano. Tremenda frustración…

No obstante, tomamos nuestro martillo de reflejos de Taylor y percutimos sobre el músculo deltoides. Inmediatamente se hace presente en el sitio del golpe una nudosidad o tumefacción transitoria de rápida resolución, es el llamado ¨mioedema¨ -del griego mys, músculo, y oidēma, hinchazón-. Este fenómeno se produce excitando por un golpe o fricción brusca, los músculos del brazo o del tórax en gran número de individuos, y en particular en los caquécticos (tísicos, tíficos, enfermos de sida, cancerosos, etc.). La dosificación de albúmina vino luego, 1.5 gr/dL. ¡Nada extraordinario, nos habíamos adelantado a la técnica…!

  • En una paciente con dolor en el hipocondrio izquierdo y una esplenomegalia fácilmente palpable, aconsejaba a mis alumnos posar la mano suavemente sobre el órgano agrandado y durante el movimiento respiratorio tratar de percibir la existencia de un frote sobre su superficie, y presente o no, luego colocar el estetoscopio para analizar mejor su presencia.

El infarto esplénico puede ser sospechado clínicamente ante la existencia de dolor en el hipocondrio izquierdo, esplenomegalia y frote audible, pero también puede palparse, pues la mayoría tienen forma de cuña y asientan en la periferia del órgano donde producen una periesplenitis que al rozar contra el peritoneo parietal produce el fenómeno acústico. También puede asociarse a la existencia de diversos trastornos hematológicos, siendo los más frecuentes la metaplasia mieloide del bazo, policitemia vera, enfermedades mieloproliferativas, linfomas y leucemias, y las anemias hemolíticas como la anemia drepanocítica y otras hemoglobinopatías donde los infartos esplénicos son frecuentes llegando a producir una verdadera ¨esplenectomía¨ por la reducción progresiva de su tamaño; sin embargo, la causa más frecuente es la enfermedad tromboembólica, que fundamentalmente toma asiento en una fibrilación auricular en un paciente no anticoagulado, pero también puede ser producido por embolias sépticas en el contexto de diversos procesos infecciosos, como la endocarditis infecciosa.

  • Tendría tal vez unos setenta y pico de años, barba blanca rala y descuidada, se notaba que la vida le había tratado con desprecio y crueldad, cuántas privaciones, cuántas noches pasadas con apenas una magra comida durante el día. A su lado, una viejecita, su compañera de vida velando su estado comatoso, ese estado que la escritora chilena Isabel Allende en su libro autobiográfico ¨Paula¨ (1994) define ¨como un dormir sin sueños, un misterioso paréntesis…¨. Había ingresado la tarde anterior y estaba allí pues muriéndose cuando le encontró la revista de sala…

El sin par maestro Otto Lima Gómez con el brazo izquierdo cruzado sobre el pecho, el dedo índice derecho sobre el labio inferior y la cabeza inclinada a un costado, le miraba mientras escuchaba la historia de boca de Germán Salazar, compañero residente de sala: Apreció su respiración, le pellizcó, buscó sus reflejos tendinosos, observó la posición y movimientos de sus ojos mientras rotaba su cabeza, pidió un oftalmoscopio…

Tal vez rememorando a su admirado profesor de neurología en el Hospital La Pitie-Salpêtrière de París, el francés Jean Raymond Garcin (1897-1971), quien describiera el cuadro clínico de la parálisis homolateral de todos los nervios craneales, una rareza que lleva su nombre: síndrome de Garcin, preguntó específicamente a su esposa:

¡Un ignorado y nimio trauma craneal!, unos veinte días antes surgió…

¡Era el detalle que faltaba, el signo revelador: la ¨lucida intervalla¨ de los antiguos –el intervalo lúcido-! Un tiempo durante el cual se va acumulando la sangre hasta que la presión intracraneal elevada se hace intolerable… Se incorporó y dijo, -¨El tiempo apremia, se trata de un hematoma subdural, solicitemos la ayuda del doctor Alberto Martínez Coll (1923-2016) ¨. A la sazón, jefe del Servicio de Neurocirugía del Hospital se presentó en el término de la distancia. Eran tiempos de ausencia de tomografía computarizada y mucho menos de resonancia magnética cerebral. ¡Los diagnósticos entonces se hacían ¨a punta del clínica¨! 

Aquel despojo humano luego de la evacuación de la ominosa colección de sangre, al día siguiente despierto y lúcido, alegre pedía comida y que le dieran de alta. ¡Qué esplendente lección la de aquella mañana en la sala 7…! Médico integrista e integrista, nos aconsejaba que dejáramos para un día particular de la semana aquellos pacientes con problemas complejos para darle tiempo a la anamnesis y evaluarlos con minucia. El caso del ancianito, no hubiera tolerado un ¨hasta mañana¨ y él lo supo…

Así aprendíamos medicina, entre asombro y asombro, entre admiración y pasmo, mientras manaba de sus palabras y actitudes, el conocimiento y la experiencia mostrándonos la escarpada cuesta llena de pedrejones, esos que nos falsean el tobillo y nos hacen caer,  la senda del desiderátum a alcanzar…

  • Un día mientras veíamos un enfermo en la sala 3 del Hospital Vargas de Caracas, un residente que luego se hizo neurólogo, me presentó el caso de su enfermo, -¨Un accidente cerebrovascular isquémico¨-, me dijo con displicente decisión. Tenía una hemiplejía directa flácida derecha: al dejar caer el brazo o la pierna desde la altura, caían pesadamente y sin tono sobre la cama, pero cuando le miré el fondo del ojo, aprecié que tenía formidable un papiledema en período de estado, clara evidencia de aumento crónico de la presión intracraneal y casi que negado en la circunstancia de un accidente isquémico agudo; él había pasado por alto esa sencilla exploración.

Se cambió el diagnóstico por el de un tumor cerebral simulador el cual fue confirmado mediante una tomografía computarizada cerebral de muy antigua generación, el examen de elección para el momento. ¿Aprendió la lección…? No sé si su orgullo ofendido se lo permitió, porque como he repetido tantas veces, para aprender tienes que admirar a quien te enseña, para aprender tienes que amar a quien te enseña, y el amor suele vencer al orgullo…

  • Otro día pasábamos revista con adjuntos, residentes y estudiantes. Yo me había ubicado detrás, en la retaguardia y con mis ojos, transformados en lente ¨ojo de pescado¨, observaba a todos los presentes –sus rostros y actitudes-, y al mismo tiempo con un ¨zoom de acercamiento¨ al joven paciente sentado en la cama sobre sus piernas cruzadas. Su ojo izquierdo estaba hundido, claramente enoftálmico: hundido en la órbita y su brillo mate, sin vida,  llamó mi atención. Un residente leyó la historia…

Al detenerse en los ojos pronunció con viva voz el consabido clisé: ¨¡Pupilas isocóricas, regulares y centrales, que responden bien a la luz y acomodación!¨. Me dije para mis adentros: de estudiante, cuando también era un animalito de Dios y me sentía abrumado por la ignorancia, yo también sufría del mismo mal y tenía sellos mentales con clisés de frases hechas, muletillas o lugares comunes inconscientes, elaborados en mi cabeza para casi todos los ítems de la anamnesis y del examen físico, trozos de mentiras o inexactitudes para rellenar las historias; llamémoslo burlonamente el «N° 104», uno que rezaba exactamente lo mismo que el pronunciado por el residente.

Entonces pedí permiso y me adelanté, y con un pequeño trozo de metal que llevaba en mi bolsillo, me acerqué al enfermo y ante el asombro de todos, le golpeé varias veces sobre la ¨córnea¨: un toc-toc-toc seco se oyó claramente: ¡Elemental, mi querido Watson!: ¡tenía una prótesis ocular…! En días pasados lo encontré en un congreso, y como yo, él nunca olvidó que un examen clínico desprejuiciado y detenido y el de las pupilas en particular, son de gran importancia en medicina. Había aprendido y recordaba agradecido la lección…

  • De mañanita, tal y como solía hacerlo, pretendiendo ser ignorado, cruzó frente a nosotros con zancadas firmes y presurosas camino a su sala y a su enfermos. Nos saludó cortésmente: ¨¡Buenos días jóvenes!¨. Me encontraba con mis alumnos en la Emergencia del Hospital Vargas de Caracas pasando revista y evaluando a un paciente que recién había ingresado. ¡Sería aquella, una brillante mañana de extraordinarias lecciones!

Ya teníamos el diagnóstico ¨cuadrado¨ — según suele decirse— y nos aprestábamos a indicarle el tratamiento considerado adecuado. –¨¿Cómo se encuentra usted esta mañana, Maestro?¨ —le dije con veneración y afecto-. De naturaleza robusta, cabello canoso y engominado, su vestimenta elegante y sobria eran perturbadas por una incipiente giba que sobresalía de entre sus dos paletas —a lo mejor, el producto de largas horas de vigilia entre escritos, mea culpas y meditaciones. –¨¡Muy bien! ¡Excelente! ¡Así me gusta verle con sus alumnos, la medicina no se enseña ni se aprende encerrado en un salón de clases. Es ésta una ciencia observacional para ser vivida con intensidad entre enfermos…!¨

-¨¿Querría iluminarnos con su saber en el caso de este enfermo? —le pregunté- Ya tenemos un diagnóstico seguro, pero quiero que mis alumnos le vean en acción…¨. Titubeó, miró nerviosamente su reloj, pero no pudo resistir la tentación de enseñar: ¡Pasión de una vida fértil! -¨¡A ver! ¿De qué se trata?¨. Uno de mis residentes, en tono maquinal, a la usanza, le echó el cuento: -¨Paciente Claro Tiberio, masculino de 46 años, natural y procedente de la localidad, comerciante, quien hace cerca de tres horas presentó dolor taladrante, muy intenso, en el centro del pecho que ascendió hacia el mentón y se le corrió hacia la cara interna de ambos brazos, acompañándose de severa falta de aire, palidez, sudoración fría, náuseas, vómitos y descenso de la presión arterial. Pensamos que el cuadro clínico es tan característico de un infarto del miocardio, que NO existe otra alternativa…¨.

-¨¡De veras que parece!—dijo sonriente pero cauto—, sin embargo, permítanme hacerle algunas preguntas y examinarlo. No olviden que hay que beber directamente de la fuente¨. Se ajustó sus lentes con el dedo índice y miró al través de las semilunas de sus bifocales, como queriendo emplear las lupas, simbolismo de atención a los detalles… El enfermo, algo aliviado de su dolor por el efecto del potente narcótico que se le había inyectado, volvió a referirle la corta historia de la hecatombe corporal que ha poco le había envuelto.

Los ojos del viejo clínico se encendieron, sus pupilas se dilataron, sus narinas aletearon tremulosas como las de un perro perdiguero a la husma de la presa. Con el mentón apoyado sobre su mano, repreguntó, insistió en la cronología de los hechos, en el ¨tempo¨ de los aciagos sucesos, en la verídica sucesión de los síntomas, recapitulando luego con el paciente, lo que él había entendido hasta obtener la aprobación total de la veracidad del relato. Cada músculo de la expresión en su cara había iluminado sus facciones, ¡parecía estar en otro mundo! Raudo vino a mi mente el relato del doctor Watson en el ¨Enfermo interno¨: -¨Hágame el favor de darme un detallado relato de los hechos que lo traen perturbado… Sherlock Holmes había escuchado el largo relato con una atención tan intensa que comprendí que el caso había despertado en él un vivo interés¨. Le bastaron quince minutos para formarse una idea personal. Palpó  suavemente hacia la horquilla esternal y nos pidió repitiéramos su maniobra: había crepitación en el tejido subcutáneo evidencia de neumomediastino. Imperturbable, se volvió hacia nosotros diciéndonos. -¨¡Este paciente debe ser trasladado de inmediato al pabellón de cirugía…!¨

Boquiabiertos y confundidos nos quedamos todos… Uno de los presentes pensó para sí y luego me lo confesó avergonzado después, –¨Este viejito pedante esta tostado y pistoneando, sigámosle pues la corriente… -¿¡Por qué!? –todos ladramos al unísono-. -¨Vean jóvenes –nos replicó con suave y convincente voz-: Reconstruyamos la cadena de eventos que han llevado a este infeliz al lamentable estado en que se encuentra: Anoche bebió licor excesivamente y comió en demasía alimentos muy pesados y condimentados. Hace unas horas cuando despertó sentía acentuadas náuseas, y como si tuviera una piedra indigerible dentro de su estómago, vomitó varias veces, haciendo para ello un gran esfuerzo y en uno de esos intentos, ¡zas!, bruscamente le asaltó el intenso dolor…

No importando cuál sea la causa, es lugar común el que un severo y brusco dolor sea seguido de náuseas o vómitos: lo mismo da que sea un cólico biliar por atascamiento de una piedra en la vía principal, o aquel tan común motivo como golpearse un dedo con un martillo. La condición indispensable es que el dolor sea de suficiente intensidad como para estimular los centros del vómito en el tallo cerebral. Por ello, cuando dolor y vómito se presentan juntos, es habitual sin indagar mucho atribuir el vómito a la severidad del dolor, acuñamos entonces el clisé, ¨dolor seguido de náuseas y vómitos¨.

Es esta la razón por la cual no se diagnostica un raro accidente en el que el retraso quirúrgico puede significar la muerte del paciente. Este accidente es la rotura espontánea del esófago o síndrome de Boerhaave: Un trastorno documentado por primera vez por el médico del siglo XVIII, Hermann Boerhaave en 1724 –el Hipócrates holandés- y de quien recibe su nombre: es el caso que nos ocupa, donde por excepción, el vómito precede al intenso dolor, demostrándonos una vez más, que la medicina es una ciencia inexacta, pero no tanto… ¡si ponemos atención a los detalles!, y donde el orden de los factores, SI altera el producto. Recuerden jóvenes que ¨la singularidad es casi invariablemente una pista¨ – ¡Qué curioso –pensé-, lo mismo había dicho Holmes en ¨El misterio del Valle de Boscombe!-; además, el médico confiado en sus máquinas prodigiosas a las que atribuye omnipotencia y omnisciencia ha olvidado el legado de sus mayores: las reglas que sustentan su arte y especialmente una de ellas: ¡hablar escuchar y escuchar inteligentemente a sus pacientes! Recogiendo su maletín y dándonos las gracias por la confianza, giró sobre sus talones como si nada hubiera ocurrido…

 ¿¡Nada!? Habíamos sido sacudidos hasta los cimientos… Una radiografía del tórax mostró la anormal presencia de aire en una región situada en la línea media y flanqueada por ambas pleuras llamada el mediastino posterior: El aire deglutido, al favor de la abertura esofágica se había escapado hacia el compartimiento mediastinal. El cirujano reparó un desgarro en la porción inferior del esófago traído a escena por el acto violento del vómito…

Rememoré una vez más al detective Holmes en ¨La Aventura del Negro Peter¨ -¨Bien, bien -dijo bondadoso Holmes a Stanley Hopkins, detective de Scotland Yard-, todos aprendemos con la experiencia, y la lección que de este caso usted debe sacar, es que nunca hay que perder de vista la alternativa…¨.

¨Al igual que muchos artistas, Holmes vivía de su arte¨, escribió el doctor Watson. Mi maestro también era un artífice del arte -diría yo-; la medicina es más arte que ciencia; el diagnóstico, el aspecto más intelectual de la medicina, tendrá por tanto, más de arte que de ciencia. Para ser más artista que científico, el médico deberá vivir su arte a tiempo completo, en lo humano, en lo espiritual y en lo intelectual…

(Copiado de mi libro, ¨Primum non nocere¨ -Primero no hacer daño-, Sociedad Médica Clínica El Ávila, 2004. p. 767-769).

¨ Escuchen a sus pacientes, ellos te están diciendo su diagnóstico¨.

William Osler

 

 

La revista médica permite la autocrítica y la heterocrítica, cosa infrecuente en la práctica privada donde solemos ser dueños y señores de nuestras aproximaciones, diagnósticos y conductas; aprendemos a ser juzgados en público, aprendemos con dolor de nuestros errores, esos que otros nos ponen de manifiesto; además, permitimos a nuestros estudiantes identificarse con nuestros simples métodos, prepararles para vencer el miedo escénico, adquirir el vocabulario médico que nos distingue y procurar la organización de sus ideas al momento de referirse a la condición del paciente. Pero, ¡muy importante!, durante la revista médica debe inculcarse «El principio de la duda», siempre dudar, nunca estar del todo seguro pues es la única forma de no ser inflexible, autoritario o prepotente, lo que a su vez, es un antídoto contra el equívoco…

Les invito a presenciar un ¨round¨ con dos cardiólogos líderes, Valentín Fuster, MD, PhD, director del Hospital Mount Sinai Heart y Herschel Sklaroff, Profesor de Medicina y Cardiología en la misma institución, en el documental ¨Making Rounds¨ en pacientes críticos en la Unidad de Cuidados Coronarios del Mount Sinai Hospital. Les recomiendo presenciar sus agudas y prácticas observaciones a la cabecera del enfermo, ¡todavía no todo se ha perdido…!:

 https://www.youtube.com/watch?v=8LZJz7GtJA0

Al observar a estos médicos en acción interactuando con sus pacientes, residentes y enfermeras en medio de una parafernalia de instrumentos hijos de la técnica más depurada, enfermos invadidos con catéteres y cables, pantallas que reflejan a color curvas y ondas de la interioridad que nos subyugan, y ruidos pi-pi-pi, bip-bip-bip, parecen mostrarnos con simpática nostalgia que la rehumanización de la medicina actual radica en la rehabilitación de la palabra, del verbo como instrumento de diagnóstico y de terapéutica, y de paso, la reivindicación del cuán simple es escuchar para el oído cultivado, cuán fácil es ver para el ojo entrenado, cuán fácil es interpretar y realizar simples maniobras semiológicas a la cabecera de los pacientes en sus lechos de miseria para quien conoce qué hay que hacer y cómo hacerlo, señalándonos de paso cuán importante sigue siendo esta herramienta del arte, la semiología, la más útil e indispensable herramienta del clínico, por encima de cualquier tecnología…

Otto Lima Gómez Ortega (1924-): Las lecciones que nunca olvidamos…

Un maestro afecta la eternidad, jamás se puede

saber dónde termina su influencia.

 Henry Adams

 

En medio de las vetustas salas 3 y 7, conocimos, admiramos, respetamos y tratamos de emular mis compañeros y yo, al doctor Otto Lima Gómez, a quien, por gracia del destino y extraordinaria suerte, tuvimos y tenemos como maestro, mentor y cercano amigo. Nos marcaron positivamente sus dotes de clínico acucioso, metódico y enterado de las cosas profundas, pero también de las básicas, sencillas y productivas de la medicina—tan venidas a menos hoy día en medio de tanta algarabía tecnológica— como poder realizar e interpretar los exámenes complementarios fundamentales en un pequeño pero bien provisto laboratorio del fondo de la sala 7 –hematología completa, velocidad de eritrosedimentación, sedimentos urinarios, y hasta investigación de células LE, etc.-; esos exámenes debían ser realizados por nosotros, los residentes, y estar listos para el día de la revista de sala.

  De  él escuché por la primera vez, el primum non nocere hipocrático —¨primero, no hacer daño¨—, y asimilé el concepto de dar preeminencia al hombre por sobre la enfermedad que lo mortifica… ¿Cómo agradecerlo todo? Quizá por eso me quedé en el Vargas y aún camino sus pasillos… a pesar de todo.

Con sus enseñanzas como pendón, ahora nos gratifica enseñar como él nos enseñó, y ser enseñados por aquellos que enseñamos. Ver crecer al estudiante; recibirlo de nuevo en casa como cursante de posgrado de medicina interna; despedirlo con mezcla de tristeza y alegría a la vez una vez que ¨echados los largos¨ -como antes se decía-, se marche de nuevo con una firme posición en lo científico y en lo humano, de cara frente al hombre enfermo: principio y fin del acto médico.

O, hasta verle quedarse como colega y compañero en la diaria lucha para que, a su vez, cuando ya no estemos más, transmitan ellos mismos el legado que nosotros recibimos con gratitud y orgullo… Pero el tiempo ha sido cruel, ahora los éxitos de nuestros alumnos los conocemos por la Internet porque se han ido con sus bártulos lejos de la Patria infinita… Han sido echados como perros sarnosos porque en su país estiman más la mediocridad y el primitivismo, y quieren más a los cubanos que a los propios…

 

Tal como lo hicimos con él en tantas ocasiones, imagine ahora que me acompaña a un recorrido por una sala de Medicina Interna del centenario Hospital Vargas de Caracas. Haga camino conmigo en el familiar ritual de la cotidiana visita. A lo que llamamos revista médica o revista de sala, con sus cuadros de oficiales de jerarquía, suboficiales y ¨marinería¨ —como llamaba a internos y residentes el inolvidable maestro de la tisiología y guardián de la cepa tuberculosa Calmette y Guerin [1], doctor Juan Delgado Blanco (1904-1974)-. A las 9.00 am en punto hacía acto de presencia el Maestro con sus adjuntos, entre otros la inefable y grácil figura de la doctora Estela Hernández (1928-1985), puntillosa, bondadosa, conocedora y comprometida… Médicos de planta, residentes, estudiantes de medicina y enfermeras, acallando radios vocingleros y conversaciones altitonantes, nos deteníamos de cama en cama, una por una, para conocer, discutir y decidir sobre el desvalido que allí purgaba las miserias de la enfermedad que le agobiaba —que bien podría ser la nuestra—, que imploraba entonces como ahora por ayuda, ciencia y un poquito de humanidad…, tan sólo un poquito… Instantes que han quedado impresos en las sales de plata de las placas radiográficas de nuestras memorias.

En su casa de habitación le veo de nuevo, Maestro de generaciones médicas, eminente médico internista, profesor universitario, miembro de la Academia Nacional de Medicina, Sillón XXXIV y expresidente de la corporación, nace en Barinitas (Estado Barinas) en 1924. Hijo de Ángel Custodio Gómez y Zoila Ortega de Gómez. Pronto la familia se traslada a Arismendi, pequeña población cercana, y al fin, a sus siete años se mudan a El Tocuyo y luego Barquisimeto donde reside hasta terminar la secundaria en el Colegio Federal a los 18 años. Recibe la influencia del Hermano Santiago de las Escuelas Cristianas de La Salle y se enamora de la taxonomía botánica llegando a ser preparador de la materia y hasta hacerse de un completo herbolario, aunque posteriormente, nunca aplicó esos conocimientos a la medicina, y la ventolera de los años esfumó ese amor primario. Finaliza su bachillerato en Filosofía y Letras con excelentes notas, y con una beca de la gobernación del estado, se traslada a Caracas donde se inscribe en la Universidad Central de Venezuela debiendo presentar un examen de admisión. Eran tiempos del gomecismo, donde los primeros puestos eran ocupados casi enteramente por esos jóvenes de la casta dictatorial; con todo y eso, dice con orgullo que fue admitido alcanzando el décimo lugar…

Entre 1942 y 1948 estudió medicina pero deja de lado las ciencias naturales y el estudio del idioma alemán que luego retomaría, pues debía compartir su tiempo enseñando ciencias en el Pedagógico de Caracas por recomendación del doctor Augusto Pi Suñer y en el Liceo Andrés Bello; además, dicta clases particulares para poder ayudarse económicamente; culmina sus estudios médicos, obteniendo el título de Médico Cirujano para luego presentar su tesis doctoral, ¨Las esplenomegalias crónicas en Venezuela¨ (1948).

Recuerda con singular afecto a sus profesores José ‘Pepe’ Izquierdo en Anatomía, al mencionado Pi Suñer en fisiología, y especialmente a José Antonio O’Daly en anatomía patológica quien quiso reclutarlo para la especialidad, pero predominó su pasión por el estudio de la sangre y sus desviaciones. En el Hospital Vargas de Caracas cumple su externado e internado que comparte con el Puesto de Socorro de Salas. De la misma forma, menciona ¨sus fraternales compañeros de siempre¨, Moisés Feldman, psiquiatra (†), Alfredo Bozo, humanista y filósofo (†), Alberto Drayer, cardiólogo (†), Luis M. Carbonell anatomopatólogo (†), Antonio Ravelo Celis cirujano y pionero de la mastología moderna (†), y Juan José Puigbó, ¨culto y distinguido cardiólogo¨. Durante sus estudios médicos y con ellos, fundó un Centro de Investigaciones en el Hospital Vargas y se interesó por las enfermedades de la sangre; adicionalmente, fundó una revista ¨Prensa Médica¨, con los bachilleres Miguel Ron Pedrique y Ángel Bajares. Durante sus estudios fue Presidente de la Federación de Estudiantes de la UCV.

En 1951 viaja a Brasil a realizar estudios de posgrado en el Instituto Oswaldo Cruz y Hospital Geral da Santa Casa da Misericórdia de Río Janeiro, Hospital Das Clinicas de Sâo Paulo Brasil con Michel Jamra, y Hospital Rivadavia de Buenos Aires Argentina con el hematólogo Alfredo Pavloski (1907-1984).

[1] Para elaborar la vacuna BCG

Su vida en el Hospital Vargas de Caracas muestra su amor y compromiso con la institución: Externo por Concurso 1944-1946, Interno 1947, Médico Adjunto a los Servicios de Medicina 1949, Médico Agregado 1950. Jefe Encargado del Servicio de Medicina, 1957, Jefe del Servicio de Medicina II 1958-78, Jefe del Departamento de Medicina 1960-1970, Presidente de la Sociedad de Médicos y Cirujanos, Miembro de la Comisión Técnica y Fundador de la Revista Archivos del Hospital Vargas de Caracas: 1948-1949. Instructor de Clínica Médica, 1949-1953: Profesor Agregado y jefe de Clínica; 1961. Profesor Titular, 1959-1970. Fundador y Primer Director del Curso de Postgrado de Medicina Interna en 1958 conjuntamente con los doctores Henrique Benaím Pinto (1922-1979) y Augusto León C. (1920-2010) quien se agrega posteriormente. Miembro del Consejo de la Facultad, 1960-1967. Jefe del Departamento de Medicina Escuela Vargas, 1972-1975 Representante del Profesorado ante el Consejo Universitario UCV, 1979. Entusiasta, formó parte del grupo fundador de la Escuela José María Vargas y apoyó las gestiones que impidieron la demolición del Hospital Vargas.

Con la apertura del Hospital Universitario de Caracas (1956) mis compañeros de tercer año fuimos divididos en dos grupos, de la M a la Z iríamos a inaugurar a la citad institución. En 5º año de medicina decidí pedir mi cambio al Hospital Vargas y a su servicio en pos de sus enseñanzas. Y he permanecido un total de seis décadas. Desde mis años de estudiante y médico, siempre me tuvo en estima y en sus vacaciones anuales aun siendo yo un residente, me confiaba sus pacientes en su consulta privada ubicada en El Conde, en el Edificio Colimodio, lo que constituía para mí una gran responsabilidad, advirtiéndome que lo que ganara era para mí. Afortunadamente, su cuñada y secretaria, me ayudaba a tasar mis honorarios. Cuando fui incorporado en la Academia Nacional de Medicina, él siempre estuvo a mi lado…

Dos viñetas de su accionar como clínico con gran sentido de la observación, de esas que señalaron el futuro desempeño de sus numerosos alumnos:

  • La sucusión de Otto Lima…

La sucusión, un antiguo procedimiento semiológico consiste en sacudir el cuerpo o una parte de él para descubrir la presencia de líquido en una cavidad orgánica. Se la llama hipocrática, pues se dice que fue nuestro padre Hipócrates quien sacudiendo al paciente por los hombros y auscultándolo con el oído cercano al torso, la empleaba para detectar la presencia líquido dentro del tórax.

Frente a un paciente muy emaciado, ruinoso y pálido y con el epigastrio prominente, el residente leyó la historia durante la revista médica de sala. Sin dejarlo concluir, mi Maestro se inclinó sobre la cama y asiendo con sus brazos dispuestos alrededor del abdomen del adelgazado paciente, lo sacudió varias veces en el sentido vertical, de abajo a arriba. Se oyó un ¨bulp…, bulp…, bulp…¨, sonido que produce el líquido contenido en un recipiente. No había dudas, se trataba de una distensión gástrica por una obstrucción pilórica, en ese caso por un avanzado cáncer gástrico. Cualquiera podría hoy día menospreciar un diagnóstico de un tal tumor en tan grave y agravado estado, pero era de esa forma como antes y ahora, consultan los pacientes pobres en quienes aún podemos presenciar avergonzados, el progreso de la historia natural de una enfermedad dejada a su espontánea evolución, porque para el menesteroso nunca ha existido en nuestro país verdadera seguridad social ni asistencia oportuna y ni efectiva…

  • El anciano comatoso.

 

 Tendría tal vez unos setenta y pico de años, barba blanco-amarillenta escasa y descuidada, pintada con el color del tabaco; se notaba que la vida le había tratado con saña y crueldad, cuántas privaciones, cuántas noches pasadas con apenas una magra comida durante el día. A su lado, una viejecita, su compañera de vida velando su estado comatoso, ese estado que la escritora chilena Isabel Allende en su libro autobiográfico ¨Paula¨ (1994) definió ¨como un dormir sin sueños, un misterioso    paréntesis…¨. Estaba allí pues muriéndose cuando le encontró la revista de sala.

El maestro Otto Lima con el brazo izquierdo cruzado sobre el pecho, el dedo índice derecho bajo el labio inferior y la cabeza inclinada a un costado, le miraba mientras escuchaba la historia de boca de Germán Salazar, compañero residente de sala: Apreció su respiración, le pellizcó y no hubo retirada, buscó sus reflejos cutáneos y tendinosos, observó la posición y movimientos de sus ojos mientras rotaba su cabeza, pidió un oftalmoscopio… Tal vez rememorando a su admirado profesor de neurología en el Hospital de la Salpêtrière de París, el francés Jean Raymond Garcin (1897-1971), quien por cierto había descrito el cuadro clínico de la parálisis homolateral de todos los nervios craneales, una rareza que lleva su nombre -síndrome de Garcin-, preguntó a su esposa lo que sería la clave del jeroglífico: ¡un ignorado y nimio trauma craneal unos veinte días antes era el detalle que faltaba, el signo revelador: ¨lucida intervalla¨ -intervalo lúcido-!

      Se incorporó y dijo, -¨El tiempo apremia, se trata de un hematoma subdural, solicitemos la ayuda del doctor Alberto Martínez Coll (1923-2016) ¨. A la sazón, jefe del Servicio de Neurocirugía del Hospital se presentó en el término de la distancia. Aquel despojo humano luego de la evacuación de la ominosa colección de sangre, al día siguiente despierto y lúcido, pedía comida y rogaba porque que le dieran de alta. ¡Qué esplendente lección de clínica la de aquella mañana en la sala 7…!

Médico integrista e integralista, nos aconsejaba que dejáramos para un día particular de la semana aquellos pacientes difíciles con problemas complejos, especialmente los neurológicos, para darle tiempo a una prolija anamnesis y evaluarlos con minucia. El caso del ancianito, no hubiera tolerado un ¨hasta mañana¨ y él lo supo… Así aprendíamos medicina, entre asombro y asombro, en mañanas tejidas de emoción, mientras manaba de sus palabras y actitudes, el conocimiento y la experiencia mostrándonos un lejano desiderátum a alcanzar.

No en balde había viajado a Francia en 1952 y en París fijo su hoja de ruta durante 14 meses en los cuales realizó pasantías por diversos hospitales y laboratorios, recordando  aquellos de la Facultad de Medicina de París: Necker, Enfants Malades, Broca, Bichat, Cochin, y Pitié, pero en particular aquél del L‘ hôpital Saint Antoine que dirigía el profesor Jean Dausset (1916-2009), donde se desarrollaron algunos capítulos fundamentales de la inmunohematología que llevaron al descubrimiento del sistema HLA, ese que hizo posible el desarrollo exitoso de los trasplantes de riñón, y que posteriormente fue premio Nobel de Fisiología y Medicina 1980, compartido con el venezolano Baruch Benacerraf (1920-2011) y George Snell (1903-1996), por sus descubrimientos de estructuras superficiales celulares determinadas genéticamente, así como de las que controlan reacciones inmunológicas.

Pero también visitó al hematólogo Jean Bernard (1907–2006) quien había publicado 14 libros y monografías de su especialidad e impulsó el tratamiento radiante en la enfermedad de Hodgkin; con él afianzó sus conocimientos hematológicos y luego investigó sobre las anemias macrocíticas y la anemia drepanocítica en el país, e influenció a dos de sus alumnos a realizar estudios de extensión en esta área en EE.UU con el doctor William Dameshek (1900-1969), Herman Wuani Ettedgui (1929-2014) y Elio Chamate.

Más tarde en su evolución, dejó de un lado sin abandonarla a la medicina interna para transformarse en un serio Investigador en el Instituto de Psicología de la Facultad de Humanidades y Educación UCV, 1986 Jefe del Departamento de Neuropsicología del Instituto de Psicología; 1999 Jubilación del UCV; en el año 2000 Profesor Emérito de la Universidad Central de Venezuela. Miembro Fundador de ASOVAC, Sociedad Venezolana de Reumatología, de Alergología e Inmunología, Sociedad Venezolana de Hematología (expresidente), Sociedad Venezolana de Medicina Interna, y de Hipertensión Arterial; Miembro de la Internacional Society of Internal Medicine, Venezolana de Anatomía Patológica, Gastroenterología, Psiquiatría y Neurología, Medicina Humanística, Franco-Venezolana de Ciencias de la Salud, Fellow of the New York Academy of Medicine; Miembro Emérito de la Sociedad Venezolana de Menopausia, Climaterio y Osteoporosis, honorario de la Sociedad Venezolana de Neurociencias, American Association for the Advancement of Sciences y de la Sociedad Venezolana de Neuropsicología.

 Electo Miembro Correspondiente Nacional de la Academia Nacional de Medicina, Puesto #45 en 1993 con su trabajo de incorporación, ¨Evaluación Neuropsicológica: El Protocolo Luria-UCV¨. Más tarde, electo Individuo de Número Sillón XXXIV en 1996, incorporándose en 1997 con el trabajo ¨Vigencia de la aproximación clínica al paciente, Análisis de 2000 historias clínicas¨, con Juicio Crítico del doctor Augusto León y bienvenida del doctor Blas Bruni Celli. Vicepresidente de la Junta Directiva 2002-2004 y Presidente durante el bienio 2004-2006.

Condecoraciones: Orden José María Vargas, Andrés Bello, Francisco de Miranda, Diego de Lozada, del Libertador, Francisco de Venanzi y José I Baldó. Tiene más de 215 publicaciones tanto en Revistas Nacionales como Extranjeras. Libros: (1). Las anemias en Venezuela, (2). ¿Solo Medicina?; (3). Normas y procedimientos de un servicio de medicina interna; (4). Frente al enfermo; (5). Dispersa; (6). Propedéutica clínica médica, (7). Elementos de psiconeurología, (8). Introducción a la medicina psicosomática; (9). Neuropsicología; (10). El hombre, la enfermedad y la medicina; (11). Sobre enseñanza de la clínica y teoría de la enfermedad; y (12). Archivos Médico-Psicológicos del Hospital Vargas (1965-1976 Editor).

Durante la conmemoración del ¨Día del Egresado UCV 2014¨, presidido por la Presidenta y el Vicepresidente de la Asociación de Egresados, doctores Imelda Cisneros y Alberto Fernández, acompañados por las Autoridades Universitarias, se le hizo entrega del ¨Premio Anual Alma Mater, 2014¨, profesor jubilado nominado por la Academia Nacional de Medicina bajo mi presidencia.


Expresó el doctor Gómez al recibir esa distinción en el Aula Magna: ¨Agradezco la distinción como ucevista egresado desde hace 66 años. Me siento muy honrado y especialmente feliz. Pero mi tranquilidad y mi gozo de este instante está perturbado por la violación de los derechos humanos y políticos contra estudiantes de esta y otras universidades por ejercer su derecho a protestar y exigir cambios urgentes que requiere Venezuela. Estoy seguro que su ejemplo hará posible un país distinto¨.

Le pregunto, ¿Cómo siendo su formación tan organicista cambia el rumbo de su interés hacia la medicina psicosomática y antropológica dejando el Hospital Vargas y yéndose a la Facultad de Humanidades y Educación? Se rasca la cabeza, no sabe qué contestarme…, y finalmente me responde: ¨La verdad es que nunca había pensado en eso…¨ Tal vez influyó en este cambio su contacto con el psiquiatra peruano, doctor Carlos Alberto Seguín (1907-1995), quien en una ocasión dijo: «La verdadera sabiduría se conserva en las viejas tradiciones de la humanidad, que debemos redescubrir, una y otra vez, en una especie de renacimiento que puede revitalizar nuestro mundo y ofrecernos nuevas perspectivas». Su vida al lado del enfermo y su circunstancia le mostró una de las faltas primarias de la medicina interna organicista, el ignorar el conocimiento de la biografía normal y de la patobiografía del sufrido; ello le hizo acercarse a la medicina antropológica con Ludolf Krehl (1861-1937), quien escribiera, ¨Si con nuestras débiles fuerzas no colaboráramos en la ulterior evolución de la medicina, la cual  consiste en el ingreso de la personalidad del enfermo en el quehacer del  médico,  como objeto de investigación y de estimación, es decir, en la reinstauración de las ciencias del espíritu y de las relaciones de la vida entera como el otro de los fundamentos de la medicina y en igualdad de derechos con la ciencia natural¨ y a Viktor Von Weizsäcker (1886-1957), admirando a Pedro Laín Entralgo (1908-2001), para convencerse de que la biografía del enfermo le hacía único, indivisible, no duplicable y signaba su manera de enfermar…

Con él descubrimos personajes como Edmund Husserl (1859-1938), su teoría fenomenológica y sus meditaciones cartesianas, y la de su discípulo Martin Heidegger (1889-1976) padre de la filosofía existencialista. Inmersos en la paradoja de saber cada vez más de enfermedades y sus mecanismos íntimos, y entender menos acerca de la subjetividad de los enfermos, aprovechamos toda esta carga de experiencias que se nos ofrecía y aprendimos a realizar una historia psicosomática, patobiográfica, donde incluíamos la biografía del enfermo con sus éxitos, frustraciones, fracasos y pérdidas, dejándonos permear por la visión antropocéntrica de la medicina…

El Maestro debe tener una personalidad magnética que brinde identidad; debe haber dejado en pos de sí una obra trascendente; debe poseer una elevada carga de pasión que impregne todo lo que dice o hace para concurrir al logro de su objetivo: enseñar con el ejemplo, al tiempo que contagia y aporta directrices e ideas; debe suscitar respeto y admiración e incitar a la emulación de los valores y modelos que su ejemplo brinda; debe transmitir conocimientos y experiencias a las nuevas generaciones de manera que forme seguidores animados a reconocerlo como Maestro y continúen su obra; debe constituirse en un abridor o señalador de caminos que propendan a la mejor realización del alumno-hombre, de su familia, de su comunidad, de su universidad, del área de su experiencia en la disciplina que haya sido su quehacer…

Creo que el Maestro, doctor Otto Lima Gómez Ortega conjuga con creces todos estos enunciados…

 

¡Saludemos con alborozo su presencia entre nosotros!

 

Caracas, 1º de marzo de 2016