Elogio de la decepción…

Con eso y todo debemos ir a votar masivamente y con esperanza porque en la unión está la fuerza, y en la fuerza el triunfo, el pueblo va despertando de su letargo,

los días descuentan y los del infierno querrán tomar agua fría…

 

¡Déjenme que les cuente lo que le pasó a mi propia mamá…! No iba nunca al cine y eso que vivíamos al lado del Cine Camoruco en Valencia; mi padre había mandado a construir un largo banco donde sentados y desde el segundo piso podíamos solo ver las películas censura ¨A¨ que allí se proyectaban y no todos los días. Bueno… mochas, les faltaba el tercio de abajo pues el techo del vecino impedía ver la pantalla completa. Quizá por recomendación de una amiga, cierto día mi madre pareció haberse armado de valor y miró una sin percatarse de su censura proseguida no sé si de la letra ¨C-18¨ o ¨D-21¨, no apta para la mayoría de nosotros, sus hijos. En verdad no sé quién se la recomendó. Era estación de invierno y caían unos aguaceros que eran verdaderas tempestades con rayos, truenos y centellas, de esas que parecían anticipar un nuevo diluvio universal… Es historia contar que el cine tenía tres localidades palco en el segundo piso y patio y galería –o gallinero, como también se le llamaba- en la primera planta; esta última, en franca discriminación, estaba al descubierto; ambos ambientes separados apenas por una pequeña tapia quizá de metro y medio de altura, y así, cuando comenzaban a caer las primeras gotas de agua, un murmullo surgía creciente de la galería, luego tímidos gritos: ¡Patio! ¡Patio! ¡Patio!, y al fin un estruendoso clamor ¡Paaatio!, y toda aquella marejada humana saltaba la tapia trayendo incluidos sus violines sobacales, sus pies de atleta y su lenguaje de mabil, adueñándose de los puestos o quedándose de pie y obstruyendo la visibilidad de los demás asistentes que molestos, se marchaban…

¿Y qué motivó aquella decisión de mí mamá? Bueno, ver el estreno de la película «Santa» -por cierto la primera película mexicana sonora-, título que se le antojó sugestivo y atractivo y la que suponía le acercaría más a las creencias religiosas de sus mayores, quizá un deseo de reconciliarse con la iglesia católica uno de cuyos oficiantes la humillaría en público, porque para criar 9 hijos –yo incluido-, bregar en la casa, tener la mesa en su santo lugar y además coser ropa para la tienda de mi papá, había que tener disposición, voluntad y coraje pues la bonanza económica aún no había llegado a mi hogar…

Agustín Lara (1897-1970) famosísimo pianista y compositor mexicano escribió la música de la película «Santa», una mujer humilde y de una belleza extraordinaria que en los años 1930s vive en las afueras de Ciudad de México.  Protagonizada por Lupita Tovar, la bella mujer atrae las miradas de los hombres, y así ocurre con un soldado, Marcelino, que la engaña, la abandona y su propia familia la abomina. Para sobrevivir se ve obligada a emplearse en un prostíbulo, situación que la convierte en mujer cínica e infeliz. En el burdel se encuentra inmersa en un triángulo amoroso, ya que estando enamorada del torero Jarameño quien la desprecia, es además amada secretamente por Hipólito, el pianista ciego del lugar. Agustín le dedica estas estrofas:

 

 

En la eterna noche de mi desconsuelo
Tú has sido la estrella que alumbró mi cielo
Y yo he adivinado tu rara hermosura
Y has iluminado toda mi negrura

Santa, santa mía,
Mujer, que brilla en mi existencia
Santa, sé mi guía
En el triste calvario del vivir

Aparta de mi senda, todas las espinas
Calienta, con tus besos mi desilusión
Santa, santa mía
Alumbra con tu luz mi corazón

Bueno, podrán imaginar que no era lo que mi madre esperaba, así que con un dejo de vergüenza y percepción inminente de pecado, santiguándose, pronto abandonó el palco ¨privado¨ que teníamos en casa… y ese pecado, había que exorcizarlo mediante la confesión…

No era mi madre una católica muy ferviente y tan practicante que se dijera; es verdad, arrodillados a la vera de la cama, nos enseñó a rezar las oraciones corrientes de nuestra fe, el Padre Nuestro, el Ave María y el ¨Angelito de mi guarda, dulce compañía…¨, y era así, como comunicaciones celestiales no nos faltaban a la hora de dormir. Asistía los domingos a la misa de la Catedral de Valencia y le rezaba a su venerada Virgen del Socorro; en su seno cada semana se confesaba y comulgaba, y allí se dirigió presta a confesar un inocente pecado que a medias, había cometido con la vista… Ocurrióle que ese domingo al mediodía cuando la iglesia estaba atestada de feligreses, se acercó al confesionario donde se encontraba el Padre Acisclo Ramírez, gordito, no muy alto en estatura pero con cara y actitud de bulldog, siempre amarrada y disgustada, y hombre de expresiones muy crudas. Al preguntarle cuáles eran sus pecados, mi madre para comenzar le dijo,

¨Me acuso padre de que le digo diablo a mis hijos…¨. Una expresión que también había heredado de su llano inmenso y que siendo tantos hijos, no siempre dóciles u obedientes, propensos a las ¨diabluras¨, la aplicaba a discreción; pues bien, al oír semejante confesión y traicionando todo sentido común y secreto confesional, el Padre Ramírez enfurecido salió abruptamente del confesionario, elevando los brazos al cielo e implorando perdón para ella le gritó,

-¨¡Señora, usted se va a condenar…!¨

Toda la feligresía que atestaba las naves de la iglesia en aquel mediodía tórrido y sofocante, como en un juego de tenis, volteó al unísono a la derecha a ver quién era aquella inmunda pecadora, pensando en quien sabe cuál pecado acababa de confiarle mi madre. ¡Hágame usted el favor…!, mi mamá, con una vergüenza infinita y su blanca tez reverdecida, abandonó la iglesia abochornada y llegó a la casa llorando en forma inconsolable. Nunca más habría de volver a una iglesia como no fuera por una causa muy especial… ¡Tal había sido su decepción…!

Sí, mi madre había sido decepcionada de manos de un curita amarescente y áspero rescatado de la umbra de la inquisición, más cercano a la pira funeraria donde se inmolaban víctimas expiatorias cargadas con las culpas y pecados de todos para aplacar la cólera divina y librar de males a la humanidad, que de la humildad del papa Francisco, ¡vaya usted a saber por cuál motivo…!

¿Qué lecciones nos deja el papa Francisco, además de su humildad…? Perdón, perdón para las que abortan, perdón pero rigidez para los sacerdotes pederastas, perdón para los condenados a muerte; perdón para los que nos hacen sufrir, pero además, sin embargo nos deja en forma subliminal y especialmente a los jóvenes, el germen de la rebeldía y hasta Cuba ya será otra a pesar que habló de los males del capitalismo y se guardó –sus razones tendría- de mencionar ese cáncer social que es el comunismo y su vaho maligno…

¶ Cuando me gradué, pensé ilusoriamente que al cumplirse diez años de recibir mi flamante título de médico cirujano y al ritmo que estudiaba y atendía con seriedad más y más pacientes y acumulaba experiencias, sabría mucho y de muchas áreas de la medicina, ¡Oh decepción! Estaba casi en el mismo sitio de donde había partido; no sabía que la medicina era como el buen vino de solera que necesita de buenas uvas, y que el tiempo transcurrido es como él, pues es aquel más añejo y generoso que se destina para dar vigor al nuevo vino. Y heme aquí, 54 años después y parafraseando a Sócrates, «Solo sé que no sé nada». ¡Ah, ciencia dura! A diario me enfrento a un paciente que me desafía con su problema y apenas si un balbuceo diagnóstico sale de mi boca: He multiplicado mis saberes, es verdad, pero no hay final; cada ¨final¨ genera interrogantes, más preguntas y estas, nuevas

respuestas e interpretaciones, nuevos conocimientos que apabullan a los que ya sabía y hay que volver a comenzar, como en el mito de Sísifo, una y otra vez… Al madurar como médicos parece que nos hacemos más jóvenes y contestatarios, más anhelantes y agradecidos, más realistas y menos omnipotentes, pero más cercanos a la tarea de sufrir y de prepararnos para morir… Entre otras cosas, porque la medicina es terreno de incógnitas y coto de incertidumbres, porque no trata con síndromes, signos o síntomas particulares sino con seres humanos, cada uno único e irrepetible, con genes y biografías diferentes que en lo particular escapan de las estadísticas y su tabula rasa aplicada al humano heterogéneo, y en cuyo abultado diccionario, no existen las palabras nunca, siempre, todos o ninguno Es la empresa de la vida del médico, empinada y pedregosa montaña a remontar, una muy, pero muy llena de decepciones…

En el Hospital Vargas de Caracas: ¡Hecho en Revolución…!

¶ El Hospital Vargas de Caracas fue mi amor de juventud, y luego de 54 años aún sigue siéndolo. Quise dedicarme a él en cuerpo y alma, pero para mí fortuna, un médico bondadoso a quien no había pedido consejo, me sugirió de corazón que no lo hiciera, que compartiera el hospital con la medicina privada y adquiriera otras perspectivas e independencia económica, y así lo hice… Pude irme al exterior a ampliar mis horizontes, regresar y sembrar en sus ambientes el conocimiento adquirido, tener alumnos y formar escuela, un viejo anhelo…  El tiempo le dio la razón, en un país voluble y veleidoso los hospitales están sometidos a los avatares de la política y así, nunca han podido crecer y mantenerse como seres adultos, siempre mantenidos con migajas porque la salud no da votos. La dádiva es mala consejera, pudre las entrañas, aguachina las raíces y enflaquece el alma. La involución, especialmente en los últimos tres lustros ha sido su sino y observe simplemente sin juzgar en qué se han transformado: depósitos de injusticia social, porque todo lo que el comunismo toca, con saña y sin contemplación lo destruye y más cuando acompaña a una dictadura como la nuestra, esa a la cual teme la oposición y se cuida de no nombrarla como tal…, y no aceptándola, ¿cómo combatirla…? ¡Qué decepción de conductores, tres lustros hablando y no han aprendido nada…! ¡No han aprendido que dictadura comunista no va a las urnas, pero tiene preparadas las urnas para los opositores…! Con eso y todo debemos ir a votar masivamente y con esperanza porque en la unión está la fuerza, y en la fuerza el triunfo, el pueblo va despertando de su letargo, los días descuentan y los del infierno querrán tomar agua fría…

Los acontecimientos recientes ocurridos en nuestro afligido país es pan de cada día y conocidos por todos; como preví, la siniestra máquina, el garrote vil con el verdugo que la opera girando la manivela, sigue cercando y apretando la garganta de la nación y sus municipios fronterizos, promoviendo guerras inventadas, privándole de recursos de defensa y nosotros, sometidos a toda clase de humillaciones y privación de libertades… La respuesta es tímida y timorata ¡Oh decepción!

https://www.youtube.com/watch?v=hWsOP4LAQNw

«Supercalifragilísticoexpialidoso», en su versión del español, es una larga palabra de 32 letras y que como recordarán, es el título de una canción muy llamativa de una película salida del genio de Walt Disney (1901-1966), Mary Poppins (1964), una institutriz que tiene poderes mágicos y que, gracias a ellos, le enseñará a los niños valores espirituales muy importantes. La canción es una que nos viene al dedo, pues describe la forma milagrosa en la que uno puede salir airoso de situaciones difíciles e incluso, de cambiar la propia vida.

¡No, no más decepciones…!

 

Elogio del Prejuicio… Las enseñanzas de Misia Chucha y Misia Virginia

 Elogio del Prejuicio… Las enseñanzas de Misia Chucha y Misia Virginia

No creo que hubiera cumplido los 7 años cuando conocí a ese par de viejecitas: Misia Chucha y Misia Virginia. ¿Cómo no conocerlas si eran nuestras vecinas de enfrente cuando nos mudamos a una casa de dos plantas en la Avenida Bolívar al lado del Cine Camoruco en mi Valencia natal y propiedad de Henriquito Hensen? Se habían quedado solteronas y le servían a su hermano, el boticario de la esquina, persona muy apreciada, quien, para colmo, también era soltero. Una era alta y seca, se recogía el cabello hacia atrás con un clásico moñito nada primoroso, pelos retorcidos en el bozo, tenía la voz ronca y sospecho que no le gustaban mucho los niños. Su presencia me infundía mucho miedo. Su hermana, por lo contrario, era más bien pequeña, en sus mejillas se destacaban dos parches rosaditos, el cabello blanquísimo recogido arriba también en un moñito primoroso, una sonrisa bien dispuesta y cuando la encontraba de pie en el portón de su casa o caminando por la acera, siempre tenía algo bueno para mí, una sonrisa, un piropo, una frase cariñosa y hasta un dulcito…

¿Cómo podían ser hermanas dos seres tan diferentes y de tan antipódico temperamento? ¿Cómo podía ser una tan agria y amargada y la otra tan dulce y llevadera? Lo cierto es que un día, conversando con mi madre le comenté lo linda que debió haber sido Misia Virginia y lo fea y sangre de chinche que era Misia Chucha. Mi madre, echando la cabeza hacia atrás lanzó una de sus sonoras carcajadas y aclaró mi confusión.

“No mijo –me replicó- Estás en un error, Misia Chucha es la pequeña, la viejita hermosa y menudita, la amorosa y sonriente, y Misia Virginia, la espigada y amarga, la lacónica y áspera”.

-¿Pero cómo podía ser eso…? –le seguía preguntando-. Chucha es el femenino de chucho, un látigo corto de cuero que tenía mi papá, y más de un chuchazo al aire o donde la espalda pierde su nombre, habíamos recibido por impertinentes. Ello explicaba mi asociación de Chucha con lo negativo. A la inversa, las virginias eran unas minúsculas florecillas violeta pálido que mi mamá cultivaba en un pote, nada les faltaba, quizá sólo tamaño, lo cual compensaba con la cantidad que se agolpaban en reducido espacio, orgullosas como esas pizpiretas mujeres chiquitas a quienes luego, en mi adolescencia, llamaríamos DDT… Sí, como el insecticida – “Dotaditas  De Todo”-. ¡Tremenda confusión la mía! Y entonces, ¿cuál fue pues la enseñanza que me dejaron estas dos viejecitas…?

Me enseñaron los nefastos efectos del prejuicio y el carácter cruel de la proyección psicológica. Nunca más podría sacar conclusiones apriorísticas si no tenía una clara información previa de lo que oía, veía o palpaba. Que todo aquel que me caía gordo o simpático a primer golpe de vista, era necesariamente una mala o una buena persona, que nuestra percepción del mundo podía no ser más que, en muchos aspectos, una inexistente ilusión.

Claro está que yo no era tan despierto ni inteligente a los 7 años como para poder comprender en su totalidad la lección. Fue la vida y sus continuas sobaduras [2] e indigestiones, que a los trancazos y adecuadamente digeridas, me hicieron reconocer mi error una y otra vez. Confieso sin embargo que en ocasiones vuelve a jorobarme.

Luego vino la facultad de medicina y los cadáveres, pues, aunque usted no lo crea, fueron ellos mi primer contacto con la medicina y el ser humano. ¡Qué paradoja! ¡Qué tristeza! ¡Qué confusión! Antes de relacionarnos con los vivos, lo hacíamos con los muertos, simples despojos terrosos y formolados, de penetrante olor, que, al introducirse profundamente en nuestras narices, nos hacían llorar, pero nunca de pena por aquel anónimo ex personaje que nos prestaba su cuerpo para que aprendiéramos anatomía.

Sólo fue en el tercer año cuando tuvimos nuestros primeros encontronazos con los vivos, ellos más que nosotros. Y por cierto que, con vivos muy enfermos, esperando su sino y próximos a abandonar el valle de lágrimas en aquellas salas del Hospital Vargas de entonces, aromosas al fenol o creolina con que coleteaban sus pisos. Teñidos de prejuicio, casi sin darnos cuenta, los sentíamos como aquellos muertos de carne cenicienta con los que nos habíamos relacionado primero.

 Nunca es tarde para abandonar los prejuicios.

Henry David Thoreau

 

Nos enseñaron nuestros profesores, tal vez sin querer, el galimatías médico, esa jerigonza que hoy día vomitamos a la cara del enfermo cuando queremos “explicarle” algo, pero que es realmente un recurso para decirle que no nos moleste en nuestra majestad, para dejarles con los ojos claros y sin vista, para expresarle que no queremos comprenderle ni aclararle nada y de una vez acabar con el ¨diálogo¨. Así fue, como de un porrazo nos quitaron la curiosidad y nos dieron a cambio una serie de clichés que, aprendidos como un loro, nos permitirían realizar una historia clínica –a lo peor, con todo inventado por nuestra incapacidad de comprenderles- y permitirnos tener la ilusión de comunicarnos con nuestros congéneres.

Y de esa forma, cualquier dolor de cabeza se nos antojaba sin mucho preguntar, que era producto de hipertensión arterial. Cualquier síntoma revesado, no entendido o ignorado, era ¨nervios¨, hoy día ¨estrés¨, o quizá “usted no tiene nada” o “es juguete de su imaginación”. Cualquier fiebre era un virus, ¡sí! precisamente ¨el virus que anda por ahí…¨, sin siquiera pensar que hay que estar loco para deambular por allí consultando sin tener nada, particularmente en horas de la madrugada. ¡Cuántas veces un síntoma que parecía baladí, era signo de una seria enfermedad! ¡Cuántas otras, una queja que olía a tragedia era simplemente lo que nos habíamos estudiado la noche anterior!

Como puede verse, formando una trilogía, allí estaban siempre mi acendrado prejuicio, Misia Chucha y Misia Virginia, bien para hacerme escuchar lo que yo no quería oír, para hacerme ver tan sólo la ilusión de lo que estaba dispuesto a ver, para hacerme sentir en el pulpejo de mis dedos un tumor imaginario o peor aún, pasar por alto un hallazgo determinante porque mis manos –en ese preciso momento- estaban desconectadas de mi cerebro. ¡Ellas para decirme, “! ¡So gaznápiro! ¿Vas a volver a tus andanzas o vas a aprender alguna vez…?”.

Pero por más que he tratado de sacudirme mis prejuicios como perro recién mojado, no siempre lo he logrado. A pesar de todo, cuando tengo frente a mí un paciente cualquiera, siempre vuelan a mi memoria las figuras de Misia Chucha y Misia Virginia para susurrarme al oído,

-¨Oye bien mijito, oye bien, mira bien, fíjate bien, toca bien, desprejuíciate para que no confundas la gimnasia con la magnesia…¨

 

 

[1]Médico internista, FACP, neurooftalmólogo clínico. Profesor titular de Clínica Médica, Universidad Central de Venezuela. Escuela José María Vargas. Presidente de la Academia Nacional de Medicina

[2] Aunque no lo encontré en mis dos diccionarios de venezolanismos, mi papá usaba el término que considero aprendió en el Llano venezolano,  “sobar” como sinónimo de castigar, de dar una paliza.

Elogio de una larga mesa…

Elogio de una larga mesa…

Miro las fotos de los dos Flores, dos jóvenes de simpático rostro, y créanme que siento pena por ellos; capturados en Haití y catapultados de inmediato a Nueva York donde ya han sido imputados por narcotráfico… Vidas destrozadas, prisión perpetua… Creídos inmunes pues el dinero casi todo lo compraba, que se pavoneaban entre jefes de carteles, paseaban sus fortunas mal habidas en aviones y yates privados, y la vida fácil se les mostraba reilona en sus propiedades del vituperado Imperio, de las islas del Caribe, en casas de juego, en viajes a todo dar y güisqui fino Johnny Walker Blue Label. ¿Cómo amasar una fortuna inimaginable sin sudor de sus frentes y ser felices…?

Se creyeron que podían burlar el destino especialmente cuando esa droga iría a parar a las narices de otros jóvenes a quienes arruinarían también sus vidas… Seguramente que no hubo un consejo oportuno porque la vida no es tan fácil ni risueña como se la pintaron o creyeron ver en casa de sus padres. Poderosos, ricos, influyentes, guapos y apoyaos, cerquitos del poder, cáscaras vacuas de principios y llenas de rencor, envidia, de malos procederes y maldad… Ahora están cogidos como el pájaro en la pega que mientras más pugna por liberarse, más se prende de ella.

En mi hogar, tuvimos un maestro que nos enseñó con su vida frugal y sencilla, con su trabajo continuado e infatigable, con su diáfana palabra a la que nunca faltó. A la hora del almuerzo los 9 hermanos sentados en derredor de la larga y pesada mesa, la presencia amorosa de mi madre de aquí pa´llá y de allá pa´ca, pendiente de todo, era presidida por mi padre quien dictaba cátedra de valores, de compromiso, de responsabilidad, de credibilidad, de honestidad, de trabajo sin pausa, de ahorro, de buenos modales: esa era su función de páter familia. Las raciones suficientes, pero nada debía quedar en el plato. Lo que botáramos otros lo necesitaban. Los codos no cabían sobre la mesa. Una mirada de desaprobación nos hacía bajarlos de inmediato. No se hablaba en voz alta, ni con la boca llena y cada quien lo hacía a su tiempo; las palabras vulgares estaban proscritas: nunca le escuchamos decir una… Todos atendíamos con atenta admiración y reverencia sus lecciones de vida, sus lecciones de amor que a diario y a raudales nos impartía y nos afianzaba con el ejemplo. Nada en exceso, conócete a ti mismo, procura dar más que recibir, parecía decirnos…

Mi padre vino al país desde la tierra milenaria de los grandes cedros sin un centavo en el bolsillo; sin embargo, traía un bagaje de cinco mil años de ventaja en el arte del comercio, ese legado de antiguos fenicios, arrojados hombres de mar, insuperables en el arte del comercio y el regateo, y en razón de ello, pronto eclipsaban a los nativos. El trabajo sin sosiego da réditos y tranquilidad en el alma… No era jugador ni apostaba al azar como muchos de sus paisanos, tampoco los criticaba; sabía que el diario trajinar y los desvelos remuneraban; no bebía ni fumaba, se ejercitaba a diario y su vida era espejo de su ciudadanía. Ayudaba a quienes se acercaban a su vera, todos sus sobrinos libaneses supieron de ello, primero pagó sus estudios en la tierra milenaria, luego trabajaban con él, les enseñaba, luego les buscaba el crédito que su figura fácil procuraba y les dejaba volar con propias alas; pero también, dio a muchos venezolanos a quienes no sabía decir que no cuando conocía que pasaban un momento difícil… Aquel hombre, era hombre de una sola costura, hacía negocios colocando de por medio su palabra empeñada y nunca le vimos defraudarla. Ya adultos, cada uno lo hizo con sus hijos e inclusive con sus alumnos…

¿Qué pasó con los jóvenes Flores…? Seguramente otro fue el discurso oído en casa. Tal vez fueron atiborrados de mensajes abiertos o subliminales de ¨viveza criolla¨, hedonismo, nepotismo retador sin un juez que hiciera cumplir la constitución pues ¨yo hago lo que me da la gana¨; lecciones de comportamiento fraudulento, de oportunismo y de traiciones y zancadillas, de sacar provecho de la amistad, de escuchar palabras gruesas, denuestos, maldiciones e insultos. Ahora detenidos por narcotráfico, pende sobre ellos como una espada de Damocles una pena de cadena perpetua, pero bien sabemos que son chivos expiatorios de todo un andamiaje de miserias y tropelías enseñadas desde el hogar disfuncional. Ni sus parientes cercanos abren la boca para defenderlos, ni para reconocer que parte de lo que ellos son, en buena parte fueron por ellos enseñado. Los verdaderos responsables con sus pasaportes diplomáticos degradados muestran la fea cara de la perversidad, y se hunden cada vez más en el contenido fecal de los excusados de hoyo en que han transformados sus vidas. Por eso es que prolifera la maldad, porque no hay ni un padre bueno a la cabecera de la mesa, ni una madre buena, abnegada y sabedora de sus deberes y derechos.

A pesar de la holgura económica que se inició con la década cincuenta, fruto del trabajo honesto, nuestra educación fue muy estricta, exigente y vivíamos sin ningún exceso. Estaría yo en quinto grado de primaria en el Colegio La Salle de Valencia cuando durante de un recreo fui llamado a la Dirección; como un relámpago en un cielo azul, un escalofrío recorrió mi cuerpo desde la cabeza bajando por la espina dorsal. ¿Qué habré hecho yo…? –me preguntaba, pues esas llamadas nunca presagiaban nada bueno-. Con cara severa que anunciaba borrasca me recibió el Hermano Heraclio León, el director, a quien por supuesto, me acerqué muy temeroso y tremulante. Introdujo su mano en aquel profundo bolsillo lateral de su hábito que parecía llegar al piso y sacó un papel doblado en 4 partes. Lo abrió, me lo mostró y me preguntó si era mío. Al verlo asentí que efectivamente era de mi propiedad. Me lo devolvió diciéndome,

-¨¡Caramba Muci, su casa es un cuartel…!

El papel en cuestión –uno ¨personalizado¨ para cada hermano-, no era otra cosa que una distribución, por horas, de lo que debía hacer durante el día, desde el despertar a las 6.00 A.M. cuando mi padre pasaba revista a una cajita cuadrada donde cada uno tenía cepillo y pasta dental, un peine, un jabón y Moroline® o petrolato como fijador del cabello, pasando por la estipulación de la hora de las tres comidas y las de estudiar, jugar y dormir. Al final, debía ser firmado con la sentencia previa de que su incumplimiento acarrearía la pérdida de la mesada semanal –entonces ¨real y medio y cuartillo¨ o Bs. 0.75- para asistir los sábados a la matinée del Teatro Imperio.

Un querido amigo de la infancia y colega, el doctor  Enrique Mandry Llanos, a quien mi padre distinguía por sus cualidades morales, me contaba que cuando compró su casa, invitó a mi papá para que le diera su opinión sobre la compra. Así lo hizo don José. Subió los 13 peldaños que conducían al lobby y alabó su adquisición, sintiéndose muy feliz de que con su presencia le daba un espaldarazo al amigo. Entre otras conversaciones, aquél le comentó acerca de alguien conocido por ambos. Mi padre le dijo ¨ese es un mal hombre¨; sí, es un ¨hombre malo¨ le espetó mi amigo.

-¨No mijo, le dije que es un ¨mal hombre¨, no un ¨hombre malo¨.

-¨Era aquel señor, el encargado de la sucursal de una firma comercial en Puerto Cabello a quien yo visitaba periódicamente. Una vez le dije que, con toda la experiencia adquirida en tantos años, por qué no se abría por su cuenta, fundaba su propio negocio y se independizaba¨.

Por respuesta me dijo,

Yo no soy tan rico como usted don José, por tanto, no tengo capital suficiente para independizarme¨.

Mi padre le inquirió, -¨Y, ¿de cuánto dinero estamos hablando?¨

-¨Bueno… unos diez mil bolívares…¨ -contestó el otro-

-¨Bien –replicó mi padre-, vamos a hacer lo siguiente, yo se los presto, usted inicia su negocio y me paga después…¨.

-¨No don José, yo no puedo aceptarlo pues no sé si podría pagárselo¨.

–¨No tiene por qué preocuparse pues no tiene que hacerlo ahora, sólo págueme cuando sea millonario¨. Mi padre duplicó el monto del dinero y le firmó un cheque por veinte mil bolívares.

El sujeto no fundó un nuevo negocio, no pensó en su familia y se gastó el dinero en francachelas, mujeres y apostando a la baraja. Hizo circular la especie de que se había ganado la lotería. Siempre se escondía para no ver a mi papá. Mi padre nunca se lo reclamó, pero por eso decía que era un ¨mal hombre¨, moralmente contrahecho.

Aplicado a la situación actual apreciamos como el mal ejemplo, la ausencia de un padre y una madre que entienda, discuta y apuntale el consenso familiar, es causa de los males de mi país. Un agresivo discurso de desunión, la división de los hijos entre buenos y malos, la ausencia de compromiso, el venderse como ramera, el amorío por figuras paternas distorsionadas como Fidel porque nunca fueron introyectadas a temprana infancia la imagen de verdaderos padres, amorosos y responsables, buenos y honestos, nos ha llevado a ser un ¨estado fallido¨, ese donde se ha perdido el control físico del territorio ahora regentado por la ¨bota insolente¨ de otro (s) país(es), y el empleo del uso legítimo de la fuerza –ahora, en connivencia con los gobernantes, en manos de ministros pranesas, pranes, y criminales-, la merma de la autoridad para la toma de decisiones colectivas, la incapacidad para proveer servicios públicos razonables y la incapacidad para interactuar con otros estados como miembro pleno de la comunidad internacional. Por eso, ni el comunismo ni su hijo el chavismo pueden proseguir, no tienen vida, porque están cimentados en la envidia, el egoísmo, en el odio de clases, en el reino de los peores, en su infinita incapacidad, indiferencia y rapacería…

  • Se abre la puerta del ascensor y entro en él; está medio iluminado; sólo un bombillo de mortecina luz…, mejor es penumbra que oscuridad total, aquello se parece a La Habana de los Castro, esa que conocí y anticipé que nos vendría; sería cuestión de tiempo. Doy las buenas tardes; un pipiolito, muy circunspecto él, con voz atiplada es el primero en responderme correctamente y con una sonrisa; facies cetrina con ojeras profundas y apizarradas, calvicie adquirida donde solo sobreviven mechones de cabello ralo dispuestos a caerse, una vía venosa periférica pendiente del pliegue del codo… Cáncer infantil, me digo para mí mismo, se me encoge el alma; admiro a los oncólogos infantiles… Sin conocerme, su padre se dirige a mí diciéndome:

-¨Tiene 7 años…, una leucemia linfoblástica aguda… -dice con la propiedad del que sabe por experiencia lo que es, como que le ha hecho añicos, partido el corazón-. El médico oncólogo cuando inició el tratamiento me dijo que era curable si se seguía estrictamente un protocolo de quimioterapia. Estoy solo con él. Mi esposa murió baleada por un delincuente al que no quiso entregar su cartera. Ahora resulta que hay que interrumpir el protocolo, no existe la medicación, y ni en la farmacia de medicinas de alto costo del seguro social me dicen cuándo llegaran. Que siga viniendo… Saben de memoria la mentira… Alimentarán la esperanza solo para burlarnos… No hay divisas para cancelar los laboratorios transnacionales que las fabrican. He ido en forma reiterada, sólo para siempre oír el mismo canto, la misma negativa: ¡La semana que viene…!, ¡La semana que viene…!  Y no viene…

-¨Es que no hay justicia señor; estamos él y yo solitos; solos y desamparados, pero los concejales del Partido Socialista Unido de Venezuela aprobaron un crédito adicional por Bs 215.913.491,30 para que el señor alcalde Jorge Rodríguez organice nuevamente el evento musical ¨Suena Caracas 2015¨. ¿Cómo que no hay dinero? La Familia Real y su séquito en dos o tres aviones viajan por todo el planeta como grandes ricachones, él hablando pendejadas en mal español, y lo peor, con los reales del pueblo… ¿Cómo pueden ser tan malucos e indiferentes a los dramas que a diario vive el pueblo…?¨.

Muchas más largas mesas se necesitan en muchos hogares venezolanos de dirigentes y burócratas; la manzana podrida que es el régimen y sus cooperantes ha gangrenado a las otras, esas que somos o fuimos gente decente. Ya todos mal hablamos, maldecimos, nombramos sus madres, les deseamos que sus muertes ocurran en medio de indecibles dolores, nos desesperamos, pero no hacemos nada, nos invade el miedo y la cobardía… Nos vamos dejando todo atrás… Algunos de nuestros alumnos –de nuestros queridos alumnos- se han aliado a los cubanos que nos invaden y apuntalan esa forma de enfermiza de enseñar medicina, contribuyen al engaño: ellos bien saben que esos árboles torcidos nunca enderezarán sus ramas. ¡Cuánto dolor el que sentimos, especialmente cuando dicen que somos sus maestros…!

Estoy cansado, estoy drenado y agotado, ha sido el epílogo de un día de retos diagnósticos y terapéuticos, ojalá funcionen los placebos, mi empatía, mi consuelo y mi compañía, pues no tengo nada más que ofrecer a mis pacientes; trato de conciliar el sueño, la carita del niño se me aparece anhelante en la penumbra cada vez que cambio de posición, ¨¿Por qué ha de morir si el doctor dijo…?¨,  me sigue preguntando el padre… no dejo dormir a mi esposa quien me dice que parezco una gallina clueca; cuántos médicos inermes como yo anhelamos un cambio de gobierno, un giro de 180 grados; cómo anhelamos que Maduro y la llaga de secreción saniosa y fétida que él representa se vayan; cuánta esperanza puesta en el 6 de diciembre para ver si es que el pueblo venezolano deja de sufrir en forma masoquista, se planta de una vez por todas y les grita ¡fuera!

Agradezco sus comentarios en mi página…