Doctor José Gregorio Hernández (1864-1919): Ciudadano preclaro, Médico, Científico, Maestro y Siervo de Dios…

 

¨Si es que los espíritus rondan invisibles y silenciosos en derredor nuestro, creo que alguien debe estar acompañándonos en la Revista de Sala, situación en la que profesores, médicos de posgrado, estudiantes de medicina y enfermeras, en archiconocido ritual, iniciamos por la cama 1 y proseguimos deteniéndonos ante cada una de 16 que ocupan los pacientes en las salas del Hospital Vargas de Caracas…

Allí, donde yacen hombres y mujeres con dolencias ya definidas o males que rehúsan dejarse diagnosticar, enfermedades en vías de resolución o por desgracia insolubles, pacientes esperando les ¨firmen el alta¨ confundidos con aquellos otros ya ¨de alta¨ cuyos familiares les han abandonado y no tienen para dónde irse; en fin, los menos, en el dintel de la muerte no más esperando por el certificado de defunción —expresión máxima de nuestro fracaso como curadores—. Allí, donde enseñamos y nos dejamos enseñar por pacientes, colegas y alumnos, en un proceso de toma-y-dame que sólo la comunión hospitalaria procura. Allí, donde se nos ilumina el rostro con la certeza de un diagnóstico difícil o la recuperación de un enfermo que dábamos por perdido… Allí, donde nos desgarra el corazón por la impotencia del nada poder hacer, aunque mucho podría hacerse si la justicia social estuviera de parte de los desposeídos, o tan sólo… un poco de ella¨. Así escribía algunos años atrás en el introito a mi homenaje a un antiguo médico del Hospital, científico y humanitario como el que más. Dos virtudes amalgamadas a una acción, blasón casi extinguido en tiempos de materialismo y prisa.

¨Si es que de veras está allí. ¿Nos esclarecerá acaso el entendimiento o nos suavizará la fibra humana envilecida por la rutina y hasta por el horror a la propia enfermedad? Acaso una mezcla de celos y rivalidad nos produzca la imagen del doctor José Gregorio Hernández (1864-1919), ese que en forma de estatuilla o de estampita pegada con cinta adhesiva a alguna de las tres paredes del cubículo donde se aposenta la miseria humana, a veces compartiendo espacio con el Sagrado Corazón de Jesús, o con algún santo de segunda —venido a menos a raíz de la sacudida de mata que al Santoral años ha le propinaron— o un cromo de las Siete Potencias, o del Negro Miguel, compite con nosotros —los que debemos sacar la cara a la hora de que las cosas no vayan bien— en el proceso de diagnosticar y curar a un enfermo con su corolario de gratificación, confianza, cariño y agradecimiento. Por contraste, en las habitaciones de las clínicas privadas, su imagen suele ser suplantada por algún rosario de fino acabado, alguna estatuilla de cierta virgen muy conocida y aún desconocida, la estampita de algún milagroso santo exótico —con su reliquia y todo—, o hasta un diploma encañuelado, firmado de puño y letra por el Santo Padre, un costoso privilegio por seguro negado a Juan Bimba, al pate´n en el suelo…

Sépase, sin embargo, que José Gregorio, el Santo de Isnotú, para serle fiel a su formación rigurosamente científica, era enemigo de la medicina teúrgica o sobrenatural y como muchos hombres de su época, gustaba del baile y de las retretas. Como evidencia de su aversión por la superstición y la superchería, leamos lo que le escribía desde Betijoque el 18 de septiembre de 1888 a su compañero de curso y amigo del alma, el doctor Santos Aníbal Dominici (1869-1954), el mismo año de su graduación de Doctor en Ciencias Médicas e iniciándose en el ejercicio profesional: “Mis enfermos todos se han puesto buenos, aunque es tan difícil curar a la gente aquí, porque hay que luchar contra las preocupaciones y las ridiculeces que tienen arraigadas: Creen en el daño, en las gallinas y vacas negras, en los remedios que se hacen diciendo palabras misteriosas, en suma, yo nunca imaginé que estuvieran tan atrasados por estos países…”

José Gregorio se imbuyó de la frase de Paracelso (Theophrastus Phillippus Aureolus Bombastus von Hohenheim, 1493-1651), médico, alquimista y astrólogo suizo que escribió, ¨El más hondo fundamento de la medicina es el amor. Si nuestro amor es grande, será grande el fruto que de él obtenga la medicina, y si es menguado, menguados también serán nuestros frutos¨. Seis años de estudios médicos le hicieron suficiente para para ganarse el aprecio de sus profesores y compañeros y marcar un rumbo hacia el éxito apuntalado en su inteligencia, abnegación al estudio y firmes convicciones morales. Para la época y como colofón de los estudios médicos, se estilaba cumplir con el requisito de obtener el título de ¨Bachiller en Ciencias Médicas¨ mediante un examen especial ante un jurado previamente designado. Introducidos sus documentos se fijó la fecha para la rendición del examen.

El 19 de junio de 1888 como era costumbre entonces, sacó en suerte dos temas para desarrollar ante el Rector de la Universidad y el jurado examinador correspondiente, 1.¨La doctrina de Laënnec sobre la unidad del tubérculo frente a la Escuela de Virchow que sostenía la dualidad¨: Se  trataba de la tuberculosis, tan actual entonces como ahora; esa que Hipócrates, en el siglo V a.C., definiera como la enfermedad «más grave de todas, la de curación más difícil y la más fatal». El gran patólogo alemán Rudolf Virchow, la máxima autoridad médica de la época, arremetió contra el difunto Laënnec y en contra de la idea «unicista» del tubérculo como señal indiscutible de tisis. Virchow postulaba la teoría «dualista», según la cual la tuberculosis y la neumonía caseosa eran dos entidades distintas; jamás creyó en el carácter contagioso de la enfermedad y combatió a Koch hasta su muerte. Concluyó José Gregorio ¨que la primera es una verdad comprobada por sobre la cual no podía sustentarse la segunda¨; y 2. ¨La fiebre tifoidea típica, de rara presentación en Caracas¨: Concluye que si existiera, es de presentación excepcional.  Pocos años más tarde, el doctor Bernardino Mosquera (1855-1923) precisaría, por autopsia, la existencia de la fiebre tifoidea en Caracas, en contra de la opinión generalizada que confundía los síntomas de la fiebre tifoidea con los de la malaria (1895-1896). Para fortuna de la medicina nacional se trataba de dos enfermedades del área de la infección bacteriológica, coincidencia premonitoria de lo que sería el devenir profesional de quien luego sería considerado como el Padre de la Bacteriología en Venezuela.

Así, portado el blasón del ¨primer estudiante de la Universidad Central¨, se doctoró en Medicina diez días más tarde, un memorable 29 de junio de 1888. Cinco profesores en semicírculo fueron sus examinadores, para escuchar su disertación en tres temas sacados por suerte, (1). Medios para distinguir la locura real de la locura simulada; (2). El lavado de estómago, una operación inocente y de gran utilidad en las operaciones de este órgano en las que esté indicado; y (3). En caso de cálculo vesical, ¿Cuándo está indicada la litotripsia[1] y cuándo las diferentes especies de talla? Se cuenta que no fue interrogado por cada uno de ellos, sino que con atención oyeron los comentarios que él escogió a voluntad. El desarrollo de los temas fue magistral y aprobado por unanimidad con nota sobresaliente; así, que oída la opinión unánime del Jurado ante la brillante exposición del alumno, el Ciudadano Rector le confirió el título de Doctor en Medicina. Una vez anunciado por el Secretario, el nutrido público aglomerado le ovacionó con fervor.  En ese mismo momento se iniciaría su tránsito triunfal por el pedregoso camino que templa el alma y el quehacer del médico, teñido de más fracasos que de resonados éxitos…

Rechazando quedarse en Caracas, se marcha Isnotú, su pueblo natal donde ingresa a lomo de burro honrando aquella promesa hecha a su madre de aliviar las penas de sus paisanos más desposeídos.

Escribe a Aníbal Santos Dominici (1837-1937), su cercano compañero desde Isnotú el 24 de diciembre de 1888… “También he tratado de hacer un examen oftalmoscópico; pero como para esto se necesita hacer la dilatación previa de la pupila y además un alumbrado perfecto, pienso dejarlo para después, cuando me dedique a repasar las enfermedades del oído y del ojo… porque estoy convencido de que para la práctica lo que uno necesita es saber cómo se examinan los diversos órganos…”

No deja de asombrarnos que ya en la escuela médica de Caracas se conociera el oftalmoscopio directo inventado o descubierto en 1851 por el fisiólogo y físico alemán Hermann von Helmholtz (1821-1824); posteriormente la oftalmoscopia[2] sería llamada la ¨endoscopia más barata¨, revelándonos que los profesores de medicina de entonces estaban al tanto, enseñaran y emplearan los nuevos procedimientos diagnósticos tendentes a extraer al exterior del enfermo, la elusiva enfermedad internalizada, para  así diagnosticarla mejor…

Oímos a colegas que con genuina frustración a menudo dicen, ¨¡Si el paciente se cura fue José Gregorio quien lo salvó; si por el contrario muere o quedó tatareto, la culpa es toda del médico que le atendió! ¡Eso no es justo! Él y nosotros deberíamos compartir por igual éxitos y fracasos…¨. Pero el ser humano y particularmente el indigente, siempre necesitado de una instancia superior a la cual recurrir sin hacer antesala, mostrar un carnet o tener una “palanca”, se cuidará muy bien de no destruirla o perderla pues en ella habita la esperanza del descamisado que ya se advierte por ahí, que a veces es lo único que la enfermedad no logra destruir del todo… ¡Comprendamos y aceptemos pues su preferencia sobrenatural!¨

Su maestro y profesor el Dr. Calixto González -uno de los mejores alumnos del Sabio Vargas-, médico de cabecera del Presidente de la República, el Dr. Juan Pablo Rojas Paúl, envía una carta a Hernández. En ésta le da cuenta que el gobierno decidió instituir en Venezuela los estudios de Microscopía, Bacteriología, Histología Normal y Patológica, y Fisiología Experimental y que había creado una beca en París para un «joven médico, de nacionalidad venezolana, graduado de Doctor en la Universidad Central, de buena conducta y de aptitudes reconocidas. Y él ha insinuado el nombre de José Gregorio al primer mandatario¨. De inmediato, el doctor Hernández regresa a Caracas y por decreto ejecutivo del 31 de Julio de 1889, luego de ser seleccionado de entre muchos aspirantes le nombran becario en París.

La beca obtenida incluía además, traer a Caracas equipos para el laboratorio del Hospital Vargas de Caracas. Y así, permaneció en la capital francesa desde 1889 hasta 1891: Allí estudió fisiología con Charles Richet, y con Isidore Strauss bacteriología. En los laboratorios de Richet, Premio Nobel de Medicina 1913, profesor de Fisiología Experimental en la Escuela de Medicina de París y quien a su vez había sido colaborador del Etienne Jules Marey (1830-1904) y discípulo del sabio Claude Bernard (1813-1878), máximo exponente de la medicina experimental de Francia y de su tiempo. Y continuando con Richet, en 1913 le fue concedido el premio Nobel de Medicina y Fisiología por sus trabajos sobre la anafilaxis, término por el introducido para designar un estado de hipersensibilidad o de reacción exagerada a la nueva introducción de una sustancia extraña, que al ser administrada por primera vez provocó reacción escasa o nula. En 1926 recibió la Gran Cruz de la Legión de Honor. Fue nombrado miembro de la Société de Biologie en 1881, miembro de la Academia Francesa de Medicina, sección anatomía y fisiología en 1898 y miembro de la Academia de Ciencias en 1914.

Adicionalmente, estudió Histología y Embriología con Mathías  Duval (1844-1897), quien, según la edición especial dedicada a la labor de Hernández realizada por el Diario Oriental El Tiempo, le da un espaldarazo y da constancia de los méritos del médico al expresar textualmente: “El Dr. Hernández ha trabajado asiduamente en mi laboratorio y ha aprendido en él la técnica histológica y embriológica. Me considero feliz al declarar que sus aptitudes, sus gustos y sus conocimientos prácticos en estas materias hacen de él un técnico que me enorgullezco de haber formado. Es además para mí un placer y un deber agregar que él se ocupa en el estudio de la histología con actividad y gran éxito, y no dudo que un día estaré yo orgulloso de tenerlo como discípulo en mi laboratorio¨.

Por su parte, Isador Straus (1845-1896), discípulo de Emile Roux y Charles Chamberland, quienes a su vez lo fueran de Louis Pasteur (1822-1895) químico y microbiólogo, le consideró su discípulo preferido, y así se expresa de él, ¨Autorizado por el Consejo de Medicina de esta Institución, con el mayor beneplácito de la Cátedra de Anatomía  que me honro en dirigir, coloco a Ud. esta medalla, símbolo de un premio a su labor, como el mejor médico alumno de nuestra especialidad para que la guarde y la conserve  como recuerdo de sus profesores  hoy reunidos en este recinto…¨

Pero la inquietud del doctor Hernández allí no se detuvo, finalizado su labor en París fue autorizado a viajar a Berlín a estudiar anatomía e histología patológicas; y a su regreso pasó por Madrid, y participó entusiasta y fue profundamente impresionado de las clases de Don Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), perteneciente a la ¨Generación de Sabios Españoles¨, especialista en histología y anatomopatología. Obtuvo el Premio Nobel de Medicina en 1906 por descubrir los mecanismos que gobiernan la morfología y los procesos de conexión, si se quiere de comunicación, entre las células nerviosas, nueva y revolucionaria teoría que de allí en adelante comenzó a ser llamada la ¨Doctrina de la Neurona¨ cuyo basamento fue que el tejido cerebral estaba compuesto por células individuales interconectadas.

Habiendo adquirido en París de un completo laboratorio de fisiología que el gobierno venezolano le había autorizado traer al país, apenas sentadas sus plantas en territorio patrio se instala el Instituto de Medicina Experimental; pero no fue sólo eso; contagiado por famosos clínicos de filigrana, su formación clínica también maduró, al punto que el doctor Santos Aníbal Domínici, su indeclinable amigo dijo de él, ¨No creo exagerar, si asiento que los primeros diagnósticos científicos, fueron los suyos¨, y el doctor Manuel Fonseca, quien fuera Presidente de la Academia Nacional de Medicina durante el bienio 1910-1912, escribió así, ¨Trabajando asiduamente durante años, afinó primorosamente sus estudios y se hizo dueño absoluto de cada uno de sus innumerables y delicados elementos, que facilitan y aún permiten la observación, cuyo olvido o ignorancia son desastrosos a la cabecera del enfermo y se encuadró dentro de los grandes lineamientos de un clínico esclarecido. Conocedor profundo de los medios de exploración, experto en requisas de laboratorio, buen fisonomista, diagnosticaba con facilidad y desenvoltura y se movía gallardamente, sin trasteos, en los anchos dominios de la Medicina General¨.

El mismo año de su regreso, regentó la Cátedra de Fisiología Experimental y Bacteriología, y posteriormente el Laboratorio del Hospital Vargas a raíz de la trágica e infausta muerte del Bachiller -con ‘B’ muy alta- Rafael Rangel (1877-1909), desde 1909 hasta 1919 cuando también él muere accidentalmente con el cráneo fracturado al ser arrollado por un solitario automóvil al salir de una farmacia con medicinas para regalar a uno de sus pobres clientes, y se aprestaba a tomar un tranvía por la Esquina de Amadores…

En la medida en que la situación nacional y hospitalaria se han tornado más críticas y humillantes, y la necesidad económica aprieta más y más, su estampita ha proliferado en bolsillos, escapularios y mesas de noche de quienes le reconocen como su médico privado, ese que siempre está dispuesto y nunca habrá de abandonarlos… Y para que usted vea, desde que regresó de su viaje de perfeccionamiento en París en 1891, ha estado en el Vargas pues como hemos visto, ni su muerte le hizo abandonar sus salas.

El doctor Hernández brindó un extraordinario ejemplo, y fue un amigo y maestro ejemplar, enseñó sin mezquindad y dejó por escrito sus experiencias; su producción científica incluyó, (1). Lecciones de bacteriología -1894-; (2). Elementos de bacteriología -1906-; (3). Elementos de filosofía -1912-; (4). La doctrina de Laënnec -1888-; (5). Sobre la angina de pecho de naturaleza palúdica; (6). Sobre el número de glóbulos rojos; (7). De la bilharziasis de Caracas -1910-, donde alerta acerca de su gran importancia sanitaria por su carácter endémico y mucho más diseminada de lo que entonces se creía; (8). De la nefritis de la fiebre amarilla nos habla en 1910, enunciándonos de paso su ley: en el tratamiento de la fiebre amarilla, lo primero es defender el riñón; (9). Elementos de embriología general; (10). En una sesión de la Academia Nacional de Medicina se ocupa de las relaciones entre dos micobacterias, los bacilos de Koch y de Hansen, de la tuberculosis y la lepra respectivamente, iniciando trabajos sobre el aceite de chaulmoogra (Ginocardia olorata) disertando en una nota preliminar sobre la mejoría del estado general de los tuberculosos luego de espaciadas inyecciones del compuesto. (11). En la mesa de Morgagni o mesa de autopsias, el fundador de la anatomía patológica, estudia la neumonía diplococcica o fibrinosa, entonces llamada crupal, que entonces era considerada una rareza, concluyendo en su elevada frecuencia en Caracas, y enuncia que ¨la causa de la muerte es por agotamiento del corazón por excesivo funcionamiento¨ y así, ello le permite enunciar otra ley, ¨en el tratamiento de la pulmonía lo primero es defender el corazón¨.

Anota Puigbó, ¨Su capacidad como clínico de someterse al rigor del método anatomoclínico, su capacidad de manejar los recursos derivados de las técnicas complementarias de diagnóstico y su capacidad para crear hipótesis novedosas, hace evidenciar su maravillosa obra científica, aunque no extensa en número, si en forma cualitativa por su trascendencia en la medicina de la época¨.

Hernández nos señala y reafirma que los estudios médicos son apenas una antesala de ese complejo mundo que es la medicina científica, pero más aún de los pacientes, sus miserias y sus entornos. Escribe desde Isnotú el 24 de diciembre de 1888… “También he tratado de hacer un examen oftalmoscópico; pero como para esto se necesita hacer la dilatación previa de la pupila y además un alumbrado perfecto, pienso dejarlo para después, cuando me dedique a repasar las enfermedades del oído y del ojo… porque estoy convencido de que para la práctica lo que uno necesita es saber cómo se examinan los diversos órganos…”

Curioso mencionar que antes de sus viajes a Europa, en Venezuela se tomaba la tensión arterial con el tensiómetro de Pachón, que solo registraba la sistólica o ¨tensión alta¨. A su regreso en 1916, trajo consigo el tensiómetro más elaborado de Laubry-Vaquez que permitía, medir también la diastólica o ¨tensión baja¨ y emocionado enseñó a sus alumnos cómo emplearlo. Igualmente, durante su pasantía con Duval adquirió sólidos conocimientos de microscopía normal y patológica por lo que trajo consigo un microscopio, para entonces de un poder de resolución de una micra y magnificaciones de hasta 1200 diámetros; introdujo la anatomía patológica basada en las enseñanzas de Laënnec, la tinción de los tejidos y su estudio al microscopio de luz para desvelar la célula enferma, enseñanzas que compartió con sus alumnos y de la cual fue especial recipiendario el bachiller Rafael Rangel (1877-1909), de corta -apenas 32 años- y accidentada vida, gloria nacional y paradigma del metódico trabajo, estudio y superación.

Por vez primera en el país, Hernández cultivó gérmenes en medios enriquecidos de cultivo, sacó de la penumbra la fisiología de entonces dominada por la teoría y el caletre paralizante, introdujo la vivisección o experimentación animal, puso en práctica las determinaciones de laboratorio básicas que confirman o niegan diagnósticos, y así, apuntalada en la admiración de sus alumnos, creó una verdadera docencia científica, pedagógica y por qué no decirlo, con toque divino… Pero no se quedó allí, lo aprendido en otras latitudes tenía que ser sopesado con sus hallazgos en el lar propio. Y muestra de ello, el conteo de eritrocitos o glóbulos rojos cuyas cifras más bajas colidían con las europeas. Resume su hallazgo en un trabajo presentado en 1892 ante el Primer Congreso Panamericano en Washington, ¨Creemos que el número de los glóbulos rojos es menor en los habitantes de las regiones intertropicales que en los de las regiones templadas, y suponemos que esta hipoglobulia depende del organismo que teniendo menos pérdidas de calor por la irradiación, disminuye la producción globular. Y por este hecho está perfectamente de acuerdo con la opinión antigua de que los países cálidos son los países anemiantes por excelencia¨.

Hay muchas referencias a sus trabajos en el laboratorio, y a pesar de haber sido un buen clínico, a juzgar por su extensa y reconocida clientela y sus diagnósticos exactos, no existen muchas referencias acerca de su quehacer con pacientes hospitalarios. Quizá su trabajo en colaboración con Nicanor Guardia, progresista clínico y obstetra, sobre la observación de tres enfermos con angina de pecho de naturaleza paludosa pueda darnos una pista: Presenciando típicos dolores anginosos durante los rigores de una crisis paludosa febril y comprobando microscópicamente en la sangre la presencia de ¨pigmento melánico¨ libre (signo reconocido en el Diccionarios de Ciencias Médicas como ¨de Rísquez¨ -Francisco Antonio-), donde la quinina mostraba efectos curativos. Su práctica privada, imbuida de humanitarismo ocupaba su tiempo libre, generalmente al mediodía y aunque no se sabe a ciencia cierta cuántos enfermos veía, podría servir de índice las más de siete mil recetas colectadas durante su ejercicio.

La Gaceta Médica de Caracas, fundada en 1893, le sirve de tribuna para diseminar su ciencia; su trabajo ¨Elementos de bacteriología¨ del mismo año, 1893 y luego su libro ¨Elementos de Bacteriología (1906), condensan lo entonces sabido sobre microbios vegetales y animales como cocos, bacilos y espirilos, así como la clasificación de Pasteur. Pero si de humanismo se trata, vemos cómo lidió con la filosofía, y en sus ¨Elementos de filosofía¨ (1912) donde muestra sus reflexiones más íntimas dejando plasmada la visión personal que tenía del mundo y las relaciones entre los hombres y el Creador.

Su personalidad científica y su ejemplar ciudadanía le llevó a ser uno de los escogidos por Luis Razetti para normar la salud en Venezuela, siendo así uno de los treinta y cinco fundadores de la Academia Nacional de Medicina, incorporándose  a ella el 7 de abril de 1904 para ocupar el sillón XXVIII. En julio de 1908, envía correspondencia al doctor Pablo Acosta Ortiz, su Presidente, renunciando a su membresía para retirarse a La Cartuja. Razetti, a la sazón su Secretario Perpetuo, le señala que ¨no es aceptada porque su cargo no es renunciable…¨ Como es sabido, aquella empresa que le era tan codiciada, no pudo cristalizarse por razones de salud: ¨No tenía suficientes fuerzas para resistir el frío, el ayuno y el trabajo manual, porque has de saber que me había ido en un estado de acabamiento tan grande, que solo pesaba noventa y siete libras¨, con tanta pena escribió a Santos Domínici, por ese entonces, Ministro de Venezuela en Alemania.

La última lección en el Hospital Vargas fue sobre la lepra o enfermedad de Hansen, luego de lo cual todo acabó en la Esquina de Amadores… o según se le quiera ver todo recomenzó para un creacionista… Para finalizar, el doctor Hernández tal vez no olvidó dar un vargasiano consejo al novel médico de nuestra Escuela al escribir en 1889… “…después que uno entra en la práctica con responsabilidad, lo que antes cuando se era estudiante-, era camino llano por deliciosos valles, se torna en montaña erizada de peñascos y en la que abundan los precipicios. ¡Ah! antes era yo sobrado orgulloso, cuando creía tener conocimiento exacto de las cantidades de fuerzas de que disponía…”

¨José Gregorio es sin duda, ¡el Santo sin nombramiento del humilde venezolano!, y lo llamo santo porque a la gente parece importarle un comino si las autoridades eclesiásticas de alto coturno terminarán por santificarlo o no… Para ellos forma parte de su esencia misma, los ayuda, los comprende, no les cobra y los conforta, y eso es suficiente… Podría decirse que José Gregorio a secas, como ellos le llaman tuteándolo, o el doctor Hernández, el científico que nosotros recordamos, ha sido el único médico con más cien años de servicio “activo” en el Hospital Vargas de Caracas que no ha sido condecorado con ese mamotreto que llaman Condecoración por Mérito al Trabajo, que tanto flojo y sinvergüenza carnetizado por allí detenta…¨

Y este aserto podríamos ilustrarlo con una anécdota a la vez impresionante e inexplicable: En la tomografía computarizada cerebral, la madre de un joven que había tenido un traumatismo craneal, viendo la radiografía invertida, si se quiere contra natura, reconoció de inmediato la imagen del Siervo de Dios y aseguró la buena evolución clínica que su hijo tendría… Llamada la atención del médico tratante, al colocar la placa radiológica al derecho, como debe verse, no pudo distinguir nada inusual. La madre entonces tomó la placa en sus manos, la colocó al revés y señaló el sitio del inusitado hallazgo. Desde la posición anómala podía delinearse la imagen del siervo de Dios en la región mesencefálica[3]: Su porción ventral hacía el contorno de la cabeza; los pedúnculos cerebrales, el rígido cuello de su camisa; la cisterna interpeduncular de gris más atenuado, se constituía en bigote; y parte de la cisterna quiasmática en el nudo y la porción más proximal de su corbata. Por supuesto, no un milagro, sólo un inexplicable artefacto[4]

Figura 5. ¨El venerable artefacto¨ en el centro y entre tonos de gris en una

tomografía craneal casualmente invertida… (observación personal)

Como una defensa ante la angustia, los seres humanos tendemos a encerrar en nichos lo que nos rodea; a resultas de ello, siempre vemos el mundo y su circunstancia de una misma forma y de distinto modo de los demás. Cada quien ve pues, de una manera diferente. Los médicos, por ejemplo, somos enseñados a ver ¨médicamente¨ obviando lo que es natural para otros, y el proceso informativo de la enseñanza –que no siempre formativo- acentúa ésta, si se quiere distorsión. A la inversa, los enfermos no constreñidos por los cánones del ver médico, aprenden a mirar naturalmente. De allí, que tantas veces nos encontremos frente a ellos mirando realidades disímiles, hablando lenguajes diferentes, en fin en un estado de total incomunicación. El ejemplo ilustrativo del mirar que ya presentamos parece representar al mismo tiempo, quizá denuncia y esperanza.

¡Sea este mi sentido homenaje al doctor José Gregorio Hernández hombre de bien, necesidad en el presente que nos degrada, en el año en el que el seis de noviembre se celebrarán ciento cuatro años de la creación de la primera Cátedra de Histología Normal y Patológica, Fisiología Experimental y Bacteriología en Venezuela y probablemente la primera en el Hemisferio Occidental!

Referencias

  1. Rísquez JR. Homenaje a José Gregorio Hernández. Gac Méd Caracas. 1941;48: 352-354.
  2. Rísquez FA. Doctor José Gregorio Hernández, ante su tumba. Gac Méd Caracas. 1919;26:135-136.
  3. Puigbó JJ. Discurso de toma de posesión de la Presidencia de la Academia Nacional de Medicina. Gac Méd Caracas. 2002;110:401-422.
  4. Yaber M. José Gregorio Hernández: académico, científico, apóstol de la justicia social, misionero de la esperanza. Caracas, Ediciones OPSU, 2004.
  5. Briceño-Iragorri, L. José Gregorio Hernández, su faceta médica (1864-1919). Gac Méd Caracas. 2005;113:535-539.
  6. Muci-Mendoza, R. El residente más viejo de mi hospital, ¡es un santo! Primun non nocere (primero no hacer daño). Caracas, Ediciones Clínica El Ávila, 2004.
  7. Muci-Mendoza, R. Tomografía computarizada cerebral: Acerca de un ¨venerable¨artefacto no descrito. Arch Hosp Vargas. 1995;37:127-130.

[1] Litotripsia o litotricia perineal. Desmenuzamiento o fragmentación por la vía uretral de un cálculo en la vejiga con a través de una sección y dilatación de la uretra.

[2] Examen del interior del ojo por medio del oftalmoscopio con objeto diagnóstico.

[3] El mesencéfalo o cerebro medio es la estructura superior del tronco o tallo cerebral.

[4] Artefacto es todo producto artificial, cualquier estructura o cambio que no es natural sino debido a manipulación. En radiología, el término denota una estructura no presente naturalmente en un tejido vivo, pero del cual aparece una imagen ¨auténtica¨ en la radiografía.

Del Sepulchretum a la molécula… Concisa Historia de la Anatomía Patológica

RESUMEN

Ha sido un largo, peligroso, difícil, pero fructuoso camino ese que ha marcado la historia de la Anatomía Patológica. Inacabable y lleno de sorpresas en la búsqueda de la verdad; verdad que ha ido trasmutando a lo largo de los siglos, desde los egipcios que mostraron alguna indiferencia hacia las descripciones anatómicas. Históricamente en el Siglo III a.C., gracias a Erasistrato (304-250 a.C.) y Herófilo (335-280 a.C.) de la Escuela de Alejandría; se comienzan tímidamente a desarrollar las disecciones en cadáver, señalando el inicio de una incipiente cirugía y patología. Los nombres del Florentino Antonius Benivieni (1443-1502), adelantado a su tiempo e iniciador de la anatomía patológica y de Theophilus Bonetus (1620-1689) con su famoso “Sepulchretum” brindan luces y señalan caminos a los que habrán de venir. Giovanni Battista Morgagni (1682-1771) “Su Majestad Anatómica”, Marie-François Xavier Bichat (1771-1802), la figura más emocionante de la historia de la Medicina, Rudolf Virchow (1821-1902), creador de la moderna anatomía patología y fundador de la patología celular. Mencionaremos también a Joseph Skoda (1805-1881), clínico de filigrana y semiótico interpretador de signos y a Karl von Rokitansky (1804-1878) patólogo incansable. Nos referimos al microscopio de luz y el ultramicroscopio, las coloraciones histológicas, la inmunohistoquímica avance del estudio genómico, la secuenciación del ADN y la implementación de técnicas de biología molecular. A la serie mencionada por Virchow, desde la segunda mitad del Siglo XX se ha añadido un cuarto nivel: la patología molecular. Se habla también de la evolución e involución de la Anatomía patológica en Venezuela.

Palabras Clave: Anatomía Patológica, Patólogos. Anatomía patológica en Venezuela.

ABSTRACT

It has been a long, dangerous, difficult but fruitful, path that has marked the history of Pathology. Endless and full of surprises in the search for truth. Truth that has been transmuted over the centuries, from the Egyptians who showed some indifference to the anatomical descriptions. Historically in the third century BC, thanks to Erasistratus (304-250 BC) and Herophilus (335-280 BC) of the School of Alexandria; timidly they begin to develop cadaver dissections, signaling the beginning of an incipient surgery and pathology. Florentino names Antonius Benivieni (1443-1502), ahead of his time and initiator of pathological anatomy; Theophilus Bonetus (1620-1689) with its famous «Sepulchretum» provide lights and signal paths, which come. Giovanni Battista Morgagni (1682-1771) «His Majesty Anatomical» Marie Francois Xavier Bichat (1771-1802), the most exciting figure in the history of Medicine, Rudolf Virchow (1821-1902), founder of modern anatomy pathology and founder of cellular pathology. Also mention Joseph Skoda (1805-1881), filigree clinical signs and semiotic interpreter and Karl von Rokitansky (1804-1878) untiring pathologist. Light microscopy and dark, histological stains, immunohistochemical study advance genomic, DNA sequencing and implementation of molecular biological techniques mentioned. A series mentioned by Virchow, since the second half of the twentieth century has added a fourth level: the molecular pathology. There is also reviews of evolution and involution of Pathology.

Keywords: Pathology, Pathologists. Pathologist in Venezuela.

De acuerdo con la mitología egipcia, Osiris era hijo del gran dios del Sol, Ra, y al mismo tiempo hermano y marido de la diosa Isis. Anubis el dios del embalsamamiento a quien se le representaba siempre con una cabeza de chacal o de perro negro, ayudó a Isis a recomponer el cuerpo de Osiris y la protegió mientras esta daba forma a un pene artificial, pues el verdadero había sido devorado por una especie de esturión de boca alargada, el Oxyrhyncus. No hay duda que los egipcios quizá conocieron mucho la anatomía, pero tan enfrascados como estaban en la vida después de la muerte que no se preocuparon por plasmar en jeroglíficos la interioridad del ser humano.

Un vistazo desde los orígenes del pensamiento anatomoclínica nos demuestra que la patología, como cualquier rama de la ciencia médica no está extenuada por las generaciones que la han recorrido: antes bien, cada problema resuelto ha conllevado más preguntas que claman por más elaboradas respuestas… ¡El Señor debe estar complacido! El pecado original en su divina equivocación no permitió que se nos diera todo el conocimiento de una vez y sin esfuerzo; dejó su misión inconclusa para que nosotros, sus hijos, resolviéramos el enigma, y así, nos vistió con una piel opaca e inexpugnable a la observación a ojo desnudo, para que con el intelecto que sí nos dio en exceso, con el sudor de nuestras frentes y las heridas dolorosas de la ignorancia, volviéramos con nuestras capacidades a desentrañar las verdades que había bajo la turbidez de la frontera cutánea, esa envoltura opaca en la cual se ocultan secretos, invisibles lesiones y el misterio mismo de los orígenes.

El nombre autopsia, en sí mismo, omite el trámite cruento de estudiar sobre el ser vivo, pues se trata solamente de un ojo que espera mirar, y mira y se apodera del secreto de un cuerpo inanimado, incapaz de resistir su violación póstuma; pues la necesidad de conocer lo muerto debió existir desde que apareció la necesidad de comprender lo vivo.

 

Históricamente en el siglo III a de C, gracias a Erasistrato (304-250 a.C.) y Herófilo (335-280 a.C.) de la Escuela de Alejandría, se comienzan tímidamente a desarrollar las disecciones en el cadáver, señalando el inicio de una incipiente cirugía y patología. Un largo hiato de siglos de umbra intelectual se sucedió en los cuales no hubo avance de la medicina y la anatomía se asimilaba desde los animales…

En el Medioevo la Iglesia prohibía la disección de los cadáveres, sólo se la admitía si estaban embalsamados. En las universidades del norte de Italia se realizaron las primeras autopsias autorizadas en lugares llamados theatrum anatomicum donde a la par de los médicos, asistían gentes y se brindaba cerveza y dulces. Podían durar hasta cinco días y eran los verdugos quienes solían suministrar los cadáveres de los condenados a muerte.

Como en las familias de prosapia, en la historia de la medicina también existen máculas, contubernios, alianzas vituperables, callejuelas oscuras y tenebrosas e ilícitos cometidos en nombre de la ciencia que a menudo desdeñamos y vemos sobre el hombro. El robo de cuerpos era el desenterramiento de cadáveres de cementerios para venderlos para disecciones o clases de anatomía en las escuelas de Medicina. El frío mundo de la profanación de tumbas y el tráfico de cadáveres, era moneda corriente en esos años, no desde el punto de vista del simple crimen, sino desde la visión de los estudiantes de medicina. Quienes practicaban el robo de cuerpos eran llamados a menudo «resurreccionistas».

Con el Renacimiento, glorioso que fue en las artes, surgieron los antecedentes de la anatomía patológica como disciplina. Aunque algunos historiadores disputan que fue un período por sí mismo, generalmente acuerdan que comenzó en Italia alrededor del 1350, en el resto de Europa en 1450, y duró hasta aproximadamente 1620.Se considera al florentino Antonio Benivieni (1443-1502), un adelantado a su tiempo, el iniciador de la anatomía patológica; bien sabido era que en los casos enigmáticos solicitaba el permiso a los familiares para realizar exámenes posmortem. Mantuvo expedientes cuidadosos y estos fueron publicados por su hermano en 1507, como las causas ocultas de las enfermedades. Incluido en los 111 cortos capítulos de este tratado, son desplegadas las descripciones de 20 autopsias.

 

Innovadores anatomistas-artistas, curiosos inconformistas como Leonardo Da Vinci (1452-1529), Miguel Ángel Buonarroti (1475-1564), Andreas Vesalius (1514-1564), para nombrar solo un trío de entre los más notorios genios universales, en su momento, se habían agenciado como podían, los cadáveres de algunos condenados a muerte para estudiarlos y dibujarlos. Vesalius fue el primer anatomista como tal y se inmortalizó con su obra, magnífica, “De humani corporis fabricae”–La fábrica del cuerpo humano- (1543); sin embargo, tuvo finalmente que rendir cuentas al Santo Oficio de la Inquisición, y Leonardo, quien reuniera dibujos de una exactitud anatómica y belleza impresionantes obtenida de disecciones personales, no logró publicar sus estudios anatómicos en vida. Por ello, una importante decisión para que se iniciara un proceso racional del estudio patológico fue la promulgación de la Bula Papal debida a Sixto IV (1414-1484) en 1482.

Pero gracias a una hornada de ilustres médicos a lo largo de los tiempos, veremos cómo fue tejiéndose hilo a hilo, la intrincada urdimbre de la patología interna. Y a quien corresponde el honor de haber reunido y coordinado una inmensa multitud de hechos dignos de atención observados desde el nacimiento de la anatomía, es a Theophilus Bonetus (1620-1689) y su famoso “Sepulchretum, seu Anatome practica, ex cadaveribus morbo denatis proponens historias et observationes” publicado en dos volúmenes en 1679, que debe ser considerado como el verdadero germen o punto de partida de la anatomía patológica, siendo él, el primero que se propuso investigar la naturaleza o causa de las enfermedades mediante el examen anatómico, y es así, como la anatomía patología aparece refulgiendo como una ciencia nueva…

Así, escribió: “Cuando la causa de una enfermedad es oscura, oponerse a la disección de un cuerpo que será presa pronta de los gusanos, no beneficia en nada a la masa inanimada y causa un gran perjuicio al resto del género humano, pues impide que los médicos adquieran un conocimiento que eventualmente permitirá aliviar a los seres humanos atacados por noxas parecidas. Una censura no menor se debe aplicar a aquellos médicos que por pereza o repugnancia, prefieren permanecer entre las sombras de la ignorancia, antes que escudriñar laboriosamente la verdad, sin darse cuenta que tal conducta los hace culpables ante Dios, ante sí mismos y ante la sociedad en general”.

 

De acuerdo a las concepciones de los siglos XVII y XVIII y a las ideas de Giovanni Battista Morgagni (1682-1771), conocido en Padua como ¨Su Majestad Anatómica¨, alumno predilecto que fue de Antonio María Valsalva (1666-1723), se hizo famoso por su asistencia a los condenados a muerte y la figura más eminente de la escuela italiana surgida del Renacimiento: se le considera como el creador de la anatomía patológica; no le bastó el mundo de la magia y buscó respuestas en el interior del cuerpo humano, y así, al través de sus observaciones macroscópicas, el órgano enfermo comenzó a ser considerado como el sitio de la enfermedad… Fue él quien inició la ruptura con la medicina clásica, cimentada en la teoría de los humores de Hipócrates y Galeno, y abrió las puertas de una medicina basada en la investigación anatómica y la correlación anatomoclínica. ¨He pasado mi vida rodeado de libros y de cadáveres¨, decía, pero también, entre tanta muerte se destacaba como poeta iluminado.

En cierta forma se aprovechó de la obra de sus predecesores para formar la suya, recordándonos a cada página la grande influencia que ejerció la obra de Bonetus a la cual dedicó merecidos elogios. Su obra cumbre ¨De Sedibus et Causis Morborum per Anatomen Indagatis¨ o «Sobre las localizaciones y las causas de las enfermedades, investigadas desde el punto de vista anatómico», publicada en Venecia en 1761 cuando contaba 80 años de edad, obtuvo su basamento en 700 historias clínicas con sus reportes posmortem, representó el primer enfoque científico y comprensivo para las enfermedades humanas. Diseñó instrumentos adecuados para la práctica de las disecciones médicas e incluso hoy en día, la mesa en que se realizan las autopsias se conoce como «mesa de Morgagni». Como Virchow señalara, existen suficientes razones para considerar a Morgagni como el verdadero fundador de la Anatomía Patológica.

En esta gesta inacabable de luminarias, le siguió Marie-François Xavier Bichat (1771-1802), la figura más emocionante de la historia de la medicina, muerto tan joven… tan solo 31 años le bastaron para revolucionar el saber, dejándonos su concepción de que el tejido enfermo y no el órgano, era la guarida donde se gestaba y se escondía la enfermedad; y así escribió, ¨Abrid ahora algunos cadáveres: Veréis desaparecer enseguida la oscuridad que la observación sola no había podido disipar…”.

Luego siguió en la lista el genial Rudolf Virchow (1821-1902), creador de la moderna anatomía patológica, fundador de la patología celular y formulador del famoso axioma, ¨Omnis cellula ex cellula¨ -toda célula se origina de otra célula-. Con él, la mirada del médico se dirigió entonces más allá, hacia lo microscópico, hacia lo minimalista, hacia la célula disfuncional… Para el descubrimiento de las células se necesitó de un nuevo instrumento óptico amplificador, el microscopio, y en el desarrollo intelectual de su teoría se refleja la aplicación de un enfoque reduccionista al estudio de la organización estructural y funcional de los seres vivos; siendo el reduccionismo la concepción de que la complejidad de una estructura se puede reducir al comportamiento de los elementos más simples que la componen.

Había sido necesaria la invención del microscopio por el holandés Antonio Leeuwenhoek (1632-1723), el desarrollo de la técnica histológica y la invención del micrótomo y de tinciones tisulares, y culminando, el desarrollo del microscopio de fluorescencia desde 1914 y el ultramicroscopio desde 1953 han sido gigantescos hitos aportados por el ingenio humano.

El progreso de las disciplinas científicas depende en gran parte de mejores instrumentos de observación. El siglo XX marca un período de refinamiento del microscopio que conduce a la aplicación de nuevos métodos de investigación, haciendo posible un cambio fundamental del aspecto puramente descriptivo de los tejidos enfermos al estudio estructural o morfológico de los procesos patológicos humanos. El nacimiento del primer microscopio electrónico ocurre en abril de 1931, en Alemania por Ernesto Ruska y Max Knoll, su ampliación fue sólo de 17 diámetros, pero perfeccionado en 1933 obtuvieron una resolución de 12,000 diámetros y actualmente se alcanzan resoluciones de hasta 160,000 diámetros, comparados con resoluciones del microscopio óptico de 1500 diámetros. El ultramicroscopio es utilizado en la investigación y en la industria a partir de 1939, éste ha revelado mucho de lo que conocemos acerca de la morfología subcelular en organelas como mitocondrias, lisosomas o ribosomas. El microscopio electrónico ha probado ser un instrumento indispensable en la investigación y diagnóstico patológico, permitiendo una comprensión más integral de la patogenia de las enfermedades.

 

Siempre el patólogo –se ha dicho- tiene la última palabra. En el siglo XVII, Joseph Pierre DeSault (1738-1795) en el Hôtel-Dieu de París abogó, y así lo escribió: ¨Demostremos sobre el cuerpo privado de vida, las alteraciones que han hecho el arte inútil¨. El médico comenzó a indagar a la cabecera del enfermo la exacta correspondencia entre la constelación de sus síntomas y sus respectivas lesiones orgánicas internas. De ese proceso de continuado estudio y maduración surge y se depura en la señorial Viena, Meca de la Medicina en su tiempo, el método anatomoclínico, precisamente en la Segunda Escuela de Medicina, esa donde realmente se forjó el dictum, ¨Ars medica tota in observationibus¨, con las cimeras figuras de Joseph Skoda (1805-1881), clínico de filigrana y semiótico interpretador de signos, vale decir, insigne escuchador y traductor de ¨los gritos de los órganos que padecen¨. Fue considerado como el principal exponente del ¨nihilismo terapéutico¨, corriente médica de finales del siglo XIX que propugnaba abstenerse de cualquier intervención terapéutica, dejando al cuerpo recuperarse solo, o al través de dietas apropiadas como tratamiento de elección frente a muchas enfermedades, y Karl von Rokitansky (1804-1878) patólogo incansable, quien solía obtener sus cadáveres de los hospitales, realizando personalmente en su ciclo vital, unas 30.000 autopsias, con un promedio de dos al día, siete días a la semana, durante 45 años y cuya técnica de apertura del cadáver consistía en poner al descubierto los órganos internos, diseccionarlos y examinarlos in situ, es decir, dentro del mismo cuerpo; su técnica se mantiene incólume hasta nuestros días.

El trabajo en equipo de este dueto donde uno deducía la enfermedad al través del examen clínico semiológico y el otro a menudo lo frustraba enterándole de sus errores, dio frutos inconmensurables. El resultado de los desvelos de ambos fue la purificación de la exploración semiológica a la cabecera del enfermo de la que tanto el médico y su paciente se han beneficiado: la inspección, la palpación, la percusión, la auscultación realizadas y entorpecidas por la piel, que ya no fue más inexpugnable, pues a pesar de ella, la enfermedad interiorizada y oculta pudo ser traída al afuera, exteriorizada mediante los métodos semiológicos.

Es de destacar aquí también el papel de don Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), Miembro Correspondiente Extranjero de nuestra corporación, que en 1888 propugnó la ¨doctrina de la neurona¨, basada en que el tejido cerebral está compuesto por células individuales, que le mereció el Premio Nobel de Medicina conjuntamente con Camilo Golgi (1846-1923), siendo de notar la opinión de don José Ortega y Gasset (1883-1955) filósofo y ensayista español, al decir que el caso de Cajal en lugar de un orgullo era una vergüenza para España, porque constituía una excepción…

La hazaña allí no se detuvo, pues tras el avance del estudio genómico, la secuenciación del ADN y la implementación de técnicas de biología molecular, a la serie mencionada por Virchow desde la segunda mitad del siglo XX se ha añadido un cuarto nivel: la patología molecular; así que en su evolución, la patología ha hecho de su historia un continuum, un proceso ininterrumpido que la ha consolidado como ciencia autónoma y básica para el desarrollo de la medicina moderna.

Así, que siguiendo las etapas de la especialidad anatomopatológica propuestas por don Pedro Laín Entralgo (1908-2001), estamos actualmente inmersos en la «Etapa Molecular¨. Según este autor, una definición actual llevada a su extremo consideraría que, «sólo tendremos una verdadera Ciencia de la Patología, cuando la enfermedad o enfermedades puedan explicarse a través de un bien articulado conjunto de procesos bioquímicos». Y es así como actualmente los patólogos entretienen sus esfuerzos entre la inmunohistoquímica y el reconocimiento y clasificación molecular…

La inmunohistoquímica es un procedimiento histopatológico que se basa en la utilización de anticuerpos que se unen específicamente a una sustancia que se quiere identificar o anticuerpo primario. Estos anticuerpos pueden tener unida una enzima o esta puede encontrarse unida a un anticuerpo secundario que reconoce y se une al primario. Aplicado a un tejido orgánico, el anticuerpo primario se une específicamente al sustrato y se aprovecha de la actividad enzimática para visualizar la unión. De esta manera se consigue un complejo sustrato-anticuerpo-enzima unido al lugar donde se encuentre el sustrato y mediante la activación de la enzima con la adición de su sustrato, se genera un producto identificable donde se encuentre el complejo.

A principios del siglo XX se iniciaron las conferencias de patología clínica (CPC), como ejercicio didáctico que aprovecha la historia clínica de un paciente cuya enfermedad es comprobada con el diagnóstico patológico posmortem o con el estudio de la pieza quirúrgica. Este ejercicio, que iba a ser otro aporte monumental en el estudio de las enfermedades, se inició en el año de 1900, en la Universidad de Harvard, Boston (Estados Unidos) por los doctores William S. Cannon, Richard C. Cabot y Homer Wright, patólogo del Hospital General de Massachusetts. Las CPC fueron pronto práctica común en la mayoría de los hospitales universitarios y en los centros de docencia de casi todas las universidades norteamericanas y europeas. Hoy, las CPC como práctica posmortem son escasas, pero como prácticas de patología quirúrgica se realizan con gran actividad. La razón de lo anterior es la disminución de la práctica de las necropsias por sus elevados costes y ante el advenimiento de las modernas imágenes diagnósticas, como la tomografía computarizada, la resonancia magnética, la imagen de emisión de positrones y otras en las que se avanza, porque pareciera que las autopsias fueran a quedar relegadas exclusivamente a las que se practican por orden judicial.

 

Referencias

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  2. Estañol-Vidal B. La invención del método anatomo clínico. México, UNAM. 1996
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