Elogio del ahorro…

 

 

¨Tan sólo el ahorro, la acumulación de nuevos capitales, ha permitido sustituir la

penosa búsqueda de alimentosa a que se hallaba obligado el primitivo hombre

de las cavernas, por modernos métodos de producción.

Todo avance por el camino de la prosperidad, es fruto del ahorro¨

Ludwig von Mises

  • Primer libro de Moisés llamado Génesis. Capítulo 41. El Faraón sueña con las vacas y con las espigas — José interpreta los sueños como siete años de abundancia y siete de hambruna — José propone un programa de almacenamiento de grano — El Faraón lo hace gobernador de todo Egipto — José casa con Asenat — José recoge abundante grano como la arena del mar —Asenat da a luz a Manasés y a Efraín— José vende grano a los egipcios y a otras personas durante la hambruna.

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Elogio del trabajo…

 

 

…Ya lo verán, se avivará el ingenio de los hombres  haciéndolos orgullosos patriotas, productivos y felices.

 

Muy cierto es que ninguna cosa grande se obtuvo sin trabajo. Al final de la jornada cuando al fin nos echamos gustosos al descanso, es precisamente cuando el trabajo creador ha colmado nuestro corazón: nos sabemos necesarios para nosotros mismos, para nuestra familia y para la sociedad… Al que trabaja, todos los placeres de la vida le vienen gustosos. Al que nunca trabajó ni se cansó, le colma la indiscreción, la rudeza, la incultura, la ignorancia y se hace necio, desinformado, envidioso, desconocedor y analfabeto, por tanto, de ningún descanso puede obtener entero gusto pues siempre le quedará el agrio sabor de lo regalado, de lo hurtado de otros, de lo no obtenido mediante labor…

Vienen a mi memoria los primeros héroes de mi vida, todos musiuses libaneses, amantes del trabajo y de lo hecho con el sudor de sus frentes. ¨Baisanos de la misma buebla¨, como nuestros padres, nuestros tíos, nuestros primos y tantos que con ellos dejaron la tierra de los cedros corpulentos, viajantes infinitos que volaron a increíble velocidad como las ¨flores del aire¨ a mil distintos destinos, siempre enflusados en medio de aquel reverberante sol tropical, con sus con sus pesadas maletas de suela buchonas, portadoras de mil milagros y novedades, ¨¡todo bonito, todo barato!¨: cortes de tela, camisones y camisas, encajes, pantaletas, cintas de colores, sedas y percales, que libreta en mano y con sonrisa bondadosa daban fiado a sus clientes, ahorrando como el que más para poder tener más y así, poder dar más, porque quien no tiene no puede dar, se vuelve tacaño, envidioso e inconforme. ¨

O aquellos italianos robustos, de torso tostado por el sol, buenos para el trabajo fuerte con sus gorras de desechos de papel de bolsas de cemento haciendo la nueva Caracas, que con un pan francés y una pepsicola completaban su jornada cantando arias operáticas en tierra extraña y fecunda; que sabiendo lo que era el hambre, nunca malgastaron en francachelas ni frivolidades porque también ahorraron. O el portugués en su conuco siguiendo el periplo del sol por el firmamento, sacando de la tierra sus favores sin prisas ni descanso y con renovado esfuerzo, sembrando, cultivando y cosechando. Todo lo que se crea con mano propia, con esfuerzo y lágrimas genuinas, se cuida con esmero, se fomenta con decisión y se quiere para todos.

Y así, podríamos detenernos en cada uno de los grupos de inmigrantes que vinieron al país huyendo de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, de la Guerra Civil Española, de las diferentes dominaciones dictatoriales como la turca otomana en el Líbano, que trajeron a Venezuela un numeroso grupo de refugiados aventados de situaciones insostenibles, de campos de concentración de países de la Europa de la posguerra. En cada rincón del país todos ellos fundaron familias honorables, siempre pensando en el futuro de sus hijos para que amaran su hogar de necesidad, hijos educados con esfuerzo para que fueran ellos mismos, no desechos ni instrumentos ni veletas de mezquinos intereses de otros, para que hicieran patria fuera de su patria, y para que el producto acabado de sus deseos y trasnochos hicieran una nación más robusta.

La medicina venezolana ganó muchísimo al son de nombres y hombres republicanos bondadosos huidos de la España de la posguerra 1939-1959 por el delito de “auxilio a la rebelión”, que dejaron comer de su mano a aquellos, nuestros padres predecesores: médicos y cirujanos , ingenieros, filósofos, y tantos más, que todavía les recuerdan agradecidos y que nos enseñaron a venerar sus memorias y a considerar nuestra tierra como noble puerto para acoger pérdidas, lágrimas y angustias.

 

Pero, de recios trabajadores que ganaban su sustento con su esfuerzo, por obra y desgracia del populismo, de la revolución del engaño, se transformaron en apenas quince años en menesterosos de mano extendida: ¨ ¡Una limosnita por el amor de Dios! ¨, tal como en tiempos de señores feudales. El morbo paralizante caló rápido en la conciencia cultivada para el trabajo transformándola en seria enfermedad del alma; las empresas del estado todas se hicieron improductivas, un desordenado bachaquero de trabajadores sin oficio ni beneficio que las quebraron rapiñadas por el clientelismo denigrante, festín de camisas rojas y lipas protuberantes por la abulia y la cerveza inmerecida, zánganos sin estímulos, de atrofiada musculatura corporal y cerebral, enrarecidos por la dádiva, por el ¨póngame donde haiga¨, creados y corrompidos adrede por la malicia de mentes cubanas que tanto saben de maneras humillar en nombre del pueblo para luego sojuzgar…

El venezolano de hoy día, es un producto acabado del populismo rampante, y sumido en su vergüenza, no atina a encontrar su futuro, un mañana de orgullo y de progreso pues su savia le ha sido succionada por el matapalo revolucionario, ese que todo desbarata y atrofia, ese que regala lo que es de todos, que es maula y botarate, que privilegia al extraño y le niega al propio…

Pero el terreno yermo e improductivo, la tierra hecha estéril y sin provecho por la maldad de hacerlo, serán mañana abundosas y fructíferas cuando de nuevo el trabajo las posea y las haga suyas; aquellas desecadas y sin aguas, serán surcadas por cristalinos arroyos rumorosos hendiendo sus entrañas y llamando a la semilla a asentarse y echar raíces, y al sustento a volver a la patria. Nuestros grandes y caudalosos ríos no se perderán más en el mar; los haremos remontar tierras secas y sin esperanzas, para que renazca la vida y recuperemos la fuerza que perdimos, y con ello vendrá nuestra libertad si es que hemos aprendido algo de esta tenebrosa noche populista. Ya lo verán, se avivará el ingenio de los hombres haciéndolos orgullosos patriotas, productivos y felices.

 Déjenlos, déjenlos que la codicia los acabe y luego bastará un viento bondadoso para presenciar su caída cual torre de naipes…

 

El psiquiatra y el brujo de Curiepe…

Aún lo recuerdo con diáfana claridad… 1961, a pocos meses de graduado, Sala 15, cama 19, cuatro camas reservadas a la Policía de Caracas, jefe del Servicio, nuestro inefable y gran Profesor, Fernando Rubén Coronil (1911-2004); el doctorcito Muci doblado el raquis por su carga de ignorancia pero ahíto en deseos de aprender, me sentía como un cómitre, no otra cosa que ese sujeto inclemente que con un látigo en mano dirigía la boga en las galeras y que tenía como función el impartir el castigo a los galeotes, aquel sufrimiento ajeno permeaba mis poros haciéndome solidario.

Estos galeotes míos no eran delincuentes ni purgaban como forma de pago un delito cometido; no, todo lo contrario, el delincuente era y han sido los regímenes de mis tormentos, la sociedad injusta que les condenaba a purgar el delito de ser pobres, de no tener influencias ni palancas. El flaco Quintana, accesible, cirujano curtido de finas manos y buen criterio quirúrgico, era el único encargado de los policías que requerían de alguna intervención quirúrgica. En este caso, «el 19», un policía, un joven de unos 20 años. Le intervino a fines del mes de diciembre. Una hipertensión portal[1] cuyo origen nunca fuera precisado, culminó tan sólo en una esplenectomía[2] limpiamente realizada. El paciente fue transferido a su cama, y no más en llegando, comenzó a quejarse a gritos de un intenso dolor lumbar… Día y noche sus quejas eran echadas al espacio del recinto: ¨¡Madre Santa!, ¨¡Santísimo Poder! ¨y ¨¡Dios Mío!¨, se sucedían  traspasando el umbral de la puerta ojival y pasillo abajo, aún se oían en la sala 12…

[1] La hipertensión portal es un término médico asignado a una elevada presión en el sistema venoso portal, está formado la vena porta  y las venas mesentéricas superior e inferior y la vena esplénica domiciliadas en el abdomen.

[2] La esplenectomía es la extirpación quirúrgica del bazo, un órgano que se encuentra en la parte superior izquierda del abdomen.

 

Le examinaba a diario con el magro armamentario semiológico de que disponía, todas las maniobras para despertar el dolor en la columna dorso-lumbar, rotación, flexión, maniobra de Lasègue[1] para estiramiento del ciático, reflejos tendinosos, sensibilidad metamérica, tos, palpación y puño percusión del abdomen, flancos y región lumbar; los pocos exámenes radiológicos de que disponíamos, le fueron realizados… La sombra del psoas se veía muy clara y definida, no había pues un hematoma del músculo. Recorrí analgésicos, pasé de la Novalcina® a la Buscapina® y de allí a la morfina y el cóctel lítico[2], el dolor, impertérrito y renuente, se negaba a abandonarlo. Me sentía solo entre los cirujanos de entonces, más interesados en operar que en pensar qué le pasaba a aquel desgraciado. Mis lamentos de ignorancia tampoco los conmovía. Bajé a buscar ayuda de los internistas, a los míos, tan sabihondos como solo nosotros somos… El propio jefe del servicio y un séquito de acompañantes miraron a lo lejos y juzgaron con la mano apoyada en el mentón, pero su saber se estrelló en el enigma de aquél adolorido.

Ya yo no quería llegar a la sala por las mañanas, pero sus gritos, inconfundibles, los percibía y se amotinaban en mis oídos apenas tramontaba la Sala 12 y me ponían el cutis anserino y a galopar el corazón… Le encontraba recién bañado, usando sólo el pantalón del pijama azul que entonces suministraban a los pacientes, con el cabello empapado y el cuerpo medio mojado esperándome en el dintel de la puerta para compartir sus cuitas y derramar sus lágrimas sobre mi hombro ignorante y culposo.

Cuando el médico, por insipiencia, no sabe lo que ocurre a su paciente, recurre de inmediato al expediente del ¨caso funcional¨ o de la ¨condición psicosomática¨. Y bien, si pensara –como así fue- que esa fuera la causa, debería ir al Servicio de Psiquiatría en búsqueda de ayuda. Raudo y presuroso me dirigí pues hacia el sur, a la antípoda del Hospital, bajé por la tenebrosa escalera y hablé con un grupo de psiquiatras que conversaban animadamente en el pasillo sin desear ser perturbados en sus profundas y medulosas cavilaciones. Uno de ellos, forzado por sus compañeros, ¨gustosamente¨ accedió a acompañarme, a mí, un interno cagaleche. En el camino le conté los pormenores de aquel paciente con su dolor que ya contaba cerca de 15 días de tormento compartido, el de él y el mío. Aquél médico no me miraba a los ojos, llevaba una pipa curvada de boquilla aplastada a su diestra la cual aspiraba con fruición de vez en cuando y expulsaba bocanadas blanquecinas de agradable olor que se perdían en el éter buscando hacia lo ignoto de su inconsciente. Llegamos a la Sala. Le presenté al malhadado joven y él decidió entrevistarlo en un cuartico a la derecha frente a la estación de enfermeras.

Quise acompañarle para aprender algo de sus técnicas, pero en forma más bien descortés, cerró la puerta tras sí y allí encerrados, se inició el milagro psicoterapéutico…. Una hora estuvieron enclaustrados. Al día siguiente viernes, los gritos continuaban y otra hora se gastó aquel frenólogo que hasta las protuberancias más escondidas de su cráneo le palpó. El sábado, temprano en la mañana lo vi acercarse de nuevo a él… Los gritos no cesaban…

El domingo era mi día libre y tuve temor de acercarme al Hospital para no oír los alaridos del ¨19¨; no obstante, el lunes a las 6:30 am, como era mi diaria costumbre y ya, trasponiendo la marquesina del Hospital marqué mi tarjeta[3],  y vi a José María Vargas sentado en su silla de suela, todo de impoluto blanco mirándome con mal disimulada condescendencia: le pedí esperanzado que me iluminara para ayudar a aquel desgraciado cuya condición se perdía en el mar de sargazos de mis diagnósticos diferenciales y mis fútiles tratamientos…

Entonces… Llamó mi atención que al llegar a la Sala 12, ni gritos ni gemidos, ni lamentos ni imprecaciones se oían. A medida que me acercaba solo escuchaba el ruido y la vocinglería de las camareras repartiendo el desayuno, el golpe metálico de las bandejas de magro contenido, y una vez que entré a la Sala vi que su cama estaba vacía, tendida y lisita. ¡Triunfo de la psiquiatría!, ¡Alabado sea el Señor!, grité para mis adentros sin disimular mi felicidad. Después de todo el patiquincito aquél con su aire freudiano se las traía y me había dejado boquiabierto y envidioso por arte de sus crípticas técnicas.

[1] Signo de Lasègue. Con el paciente en decúbito dorsal, se eleva pasivamente la pierna con la rodilla extendida. El dolor debe aparecer a menos de 45º. Es positivo cuando la elevación del miembro inferior con la rodilla extendida produce dolor. Cuando aparece más allá de 45 º no es concluyente, ya que podría deberse a retracción de los músculos isquiotibiales. Se percibe en la cara posterior del muslo y en la pierna. Está en relación a afección de la raíz L5 o S1. Si la rodilla está flexionada la elevación es fácil, signo que distingue la ciática de las afecciones articulares.

2 Demerol, Largactil y Fenergán

 [3] Un artilugio a la entrada del Hospital dejaba constancia de la hora que llegábamos los médicos; un buen día le echaron azúcar y la máquina se trancó para alivio de muchos…

Aliviado e intrigado, comencé a pasar revista desde la cama 1 como era mi costumbre, moviendo una silla donde me sentaba a conversar con el paciente antes de examinarlo y escribir una nota en su historia. A pesar de inquirir, nadie me decía nada. Al filo de la cama 5 estaba hospitalizado el negrito Casimiro Farfán, un viejito delgado y afectuoso que esperaba para operarse unas hemorroides que le hacía la vida imposible entre profusas ¨reglas¨ –como él las llamaba- y la sensación de tener un tapón en el ano. Con una chispa de picardía en una sonrisa que más mostraba espacios vacíos que dientes, me dijo,

-¨Dotorcito, ¿no sabe lo que pasó con el ¨19¨?¨ .

-¨No -le respondí-, nadie quiere decirme nada, se sonríen, pero nadie suelta prenda…¨

– ¨Pues mire, voy a contale, el sábado en la tarde ingresaron en la Sala 14 a un famoso brujo de Curiepe a quien van a operar precisamente hoy de una hernia gigante en la verija. Atraído por los gritos y los comentarios de visitantes y familiares, se acercó al adolorido. Nada más lo vio y seguro de sus palabras, dijo que le habían hecho «un trabajo» y «echado un daño» pero que él sabía cómo deshacerlo; y que seguramente no tenía una «contra»[1]… Una de esas tantas mujeres que entonces y ahora los policías dejan preñadas en cada barriada, había jurado hacerle la vida retama. Se lo llevó al baño, hizo salir a los que allí se encontraban y estuvo como una hora encerrado con él.

 Nadie sabe qué suerte de despojo le hizo, pero lo cierto es que regresó a la cama, fresco, contento y sonriente.

Atajó a uno de los médicos adjuntos, el doctor Gustavo Villalba (†) –margariteño buena gente-  que había venido a ver a un paciente que había operado con el doctor Coronil y le dijo jubiloso,

¨¡Doctor deme mi baja!¨

-¨No, no puedo –respondió el otro-, deje que Muci venga el lunes…¨.  Pero la insistencia fue tal, que luego que el paciente le firmó la historia haciéndose responsable de lo que pudiera ocurrirle, nuestro maltrecho héroe salió corriendo como alma que el diablo lleva dejando las alpargatas en el sitio y sin voltear para atrás, huyendo de aquel dolor inventado por cuál se yo qué recoveco de su mente para no volver nunca más.

Bordeando las diez, llegó nuestro psiquiatra, vistiendo una chaqueta inglesa marrón de cuadritos de las llamadas tweed, con parches de cuero de tono más oscuro a la altura de los codos, aromoso a Clínica Tavistock de Londres, con su consabida pipa de aromático tabaco a la diestra y su aire superior, despreciativo y sobrancero.

Me miró como gallina mira grano de sal… Le dije que el paciente estaba curado y ya se había ido de alta… pero… no me dejó decir nada más …

Se iluminó su rostro hierático y sin volverme la mirada ni dirigirme siquiera una palabra de condolencia por mi ignorancia, giró sobre sus talones y comentó al aire que le rodeaba, cuán eficaz era su técnica de llegarle al inconsciente de un paciente en apenas dos entrevistas y ser suficientes para desenredar cualquier entuerto…

 

“En tiempos antiguos, los magos invitaban a comer una víbora viva, para inmunizar contra los efectos de su mordida”.

 

rafaelmuci@gmail.com

 

[1] «Trabajo»: rito que se lleva a cabo para causar mal a otro. El «daño» es el mal causado, es el resultado del «trabajo de un brujo o del objeto mágico «cargado» para tal fin. «Contra» es el ritual mágico, como una estampa, un amuleto o un rezo que deshace el mal y neutraliza al agresor.