Elogio del «ñato» Salas…

   

Elogio del «ñato» Salas…

Rafael Muci-Mendoza

¡Nobleza obliga! Cuando María Isabella Salas me envió un correo expresándome la deuda de gratitud y amor filial que quería saldar con su padre fallecido, recopilando entre familiares y amigos, hechos y sucesos sobre su vida, inmediatamente recodé una anécdota de mi temprano trajinar por la medicina donde él, fue un protagonista de excepción…

Espero no ofender la memoria de quien fuera mi admirado amigo, el doctor Ismael Salas Marcano (1928-2015) llamándolo ¨ñato¨; ese término, de acuerdo al ¨Diccionario de Venezolanismos¨ (1993) en su primera acepción, se refiere a chingo, pero que yo recuerde, él no era chingo… pero imagino que por tener una voz nasal parecida a la de un chingo, sus amigos cercanos le bautizaron como el ¨ñato Salas¨… Yo le conocí en la Cruz Roja Venezolana por intermedio de mi querido pariente el doctor Julián Viso Rodríguez, y recuerdo la admiración y el respeto hacia su persona que mi hermano Fidias Elías, también médico le profesaban… y luego le pude ver en alguna ocasión rondando por la casa de Annabella de Armas, hermosa joven, a quien terminó desposando… Por cierto, su madre, doña Cristina de Armas fue mi querida paciente durante muchos años.

Estudiaba yo tercer año de medicina; mi padre, residente en Valencia, luego de una cirugía no complicada de próstata realizada limpiamente en la Policlínica Méndez Gimón de Caracas por el respetado y querido urólogo, doctor Orángel Troconis, se quedó en casa de mi hermana Gileni en la Alta Florida a completar el proceso de su recuperación; cercano a los seis días comenzó a mostrar un extraño comportamiento: somnolencia, delirium, confusión y desorientación. Llamado un vecino, afamado cardiólogo, casi sin examinarle interpretó el cuadro como un accidente cerebrovascular isquémico transitorio, y ordenó para aquella época, un novísimo examen complementario llamado tromboelastograma, un procedimiento para evaluar la coagulación de la sangre, que por cierto después realizaría yo personalmente en el Servicio y Cátedra de Medicina Interna del doctor Otto Lima Gómez en el Hospital Vargas de Caracas.

Una vez que abandonó la casa, me dirigí a mi hermano Fidias –recién graduado de médico- y le expresé mi opinión adversa a ese diagnóstico pues ya yo conocía las características de esa patología neurológica y no había coincidencia alguna entre las manifestaciones clínicas de mi padre y la patología cerebral; entonces le pedí llamara a un compañero suyo, estudioso y muy versado en medicina interna quien en cuestión de minutos se acercó al domicilio, el doctor Gastón Vargas. Le revisó ¨a la antigua¨, de cabeza a pies; pero durante el examen abdominal notó algo extraño en el cuadrante superior derecho del abdomen y me dijo,

-«Rafael, posa tu mano en este sitio y podrás percibir una vesícula distendida deslizándose bajo tus dedos cuando tu papá respira: esto es emergencia quirúrgica, una colecistitis aguda…».

Le trasladamos nuevamente a la Clínica y allí el diagnóstico fue negado porque una prueba llamada Biligrafina® o colecisto-colangiografía intravenosa, fue «positiva» pues la vesícula concentraba el contraste yodado, es decir, que, con ello, se excluía pues el diagnóstico de la condición: era negativa en situación patológica: no se observaba su imagen; así y en contradicción con la fuerza de la clínica, «la vesícula estaba sana…».

Muchos médicos opinaron, entre otros el mítico doctor Joel Valencia Parparcén (1913-1975), catedral de la gastroenterología venezolana de entonces, quien manifestó que «nunca había visto [1] un caso de colecistitis aguda con una Biligrafina® positiva«, con lo cual echaba por tierra la posibilidad del diagnóstico de marras…

Pero, ¿cómo no tenerla?, si yo mismo había palpado aquella formación piriforme y dolorosa en su hipocondrio derecho[2], y ya conocía que en los viejos las infecciones agudas y graves, no por raridad, se expresan únicamente con delirio, una alteración aguda y transitoria de la atención y de la cognición. Entre tantas consultas y manos que pasaron por el abdomen de mi papá aquella mañana, se consideraba que su caso no era quirúrgico pues no mostraba defensa o abdomen en tabla: un signo de peritonitis aguda, o el signo de Blumberg o descompresión brusca dolorosa del abdomen que tiene gran importancia en revelar irritación peritoneal… Parecían ignorar como los cuadros clínicos se tuercen y enmascaran en los viejos y en los niños… Varios cirujanos de la clínica excluyeron la posibilidad de una cirugía pues estaba muy grave, existía riesgo de muerte intraoperatoria y no estaban dados a intervenirlo, a darle el beneficio de la duda…

Mi angustia era muy grande porque mi padre se deterioraba más y más, y seriamente temía por su vida. Le pedí a Fidias que llamara al ¨ñato Salas¨, fino cirujano a quien conocía a través de él mismo de la Cruz Roja Venezolana; se presentó en el término de la distancia con el doctor Julián Viso, compañero de curso de Fidias y además primo nuestro, y ante mi insistencia, con decisión y coraje –el que les había faltado a otros cirujanos- decidió realizar la laparotomía exploradora que aquellos habían temido ejecutar. Para ese momento se debatía si existía o no el «temperamento quirúrgico»; a mí se me antoja que, si entonces ya no existía o se había diluido, en aquella circunstancia crucial en la vida de mi padre era más que real y expresado en la firme actitud de «el ñato», Y, ¿por qué no mencionar también al dispuesto anestesiólogo, doctor Moisés Perel…?

Al abrir el abdomen de una certera incisión con el bisturí, manó de su interior, de la cavidad peritoneal, un ominoso y cetrino líquido y se expuso ante nuestros ojos una vesícula muy distendida con parches amarillo-verdosos en su superficie, evidencia de una gangrena vesicular en ciernes y heraldo de inminente ruptura y producción del temido coleperitoneo. Como era lo usual y dada la gravedad del caso, se extirpó el órgano, se implantó en el conducto colédoco un tubo de drenaje de Kerr para derivar la bilis al exterior, que luego se extraería unos 6 meses más tarde… Evolucionó hacia la vida en horas y en unos tres días ya deambulaba y tomaba líquidos. El corazón, arrojo y la decisión de «el Ñato», había conjurado la situación, había extirpado de raíz el morbo dañoso…

Con relación al cirujano existen definiciones poéticas- que en nuestra época suenan un poco desafinadas o fuera de contexto pero no por esto inciertas-, y por ello comparto con ustedes la definición de un reputado cirujano escocés, Astler P. Cooper (1768-1841): «Los atributos requeridos para ser cirujano son ojos de águila, manos de mujer y corazón de león», supongo que lo del león se relacionaba con la era pre-anestésica, en la que el arrojo y la velocidad eran las cualidades más apreciadas en un cirujano. El estudiante de medicina de la Universidad del Quindío en Colombia, Juan David Lobo-Hernández (2018) interpreta el dictum de la siguiente forma:  «…Que los ojos de águila son para identificar oportunamente los signos de las entidades que requieren ayuda quirúrgica, junto a los pequeños detalles que promueven o complican la recuperación; manos de seda para hacer artesanía con tejidos vivos donde el resultado más bello es la sonrisa del enfermo recuperado reunido con su familia; y corazón de león para enfrentar con una actitud de terapeuta, ese hilo que delimita la vida y la muerte en la presentación aguda de entidades que amenazan la vitalidad de una persona, espantando la hoz de la muerte con un rugido hipocrático y la ayuda divina del santo espíritu …» (1).

 «El ñato», era un caballero de modales refinados, un hombre de pocas palabras, calmo, que se entregaba a su arte quirúrgico con humildad y sin estridencias, los instrumentos quirúrgicos en sus manos semejaban la suave cadencia de la batuta de un conductor de orquesta dirigiendo el Lago de los Cisnes de Piotr Ilich Chaikowski;   siempre le vi tranquilo, nunca le escuché sonoras carcajadas ni chistes vulgares en el pabellón de cirugía –recinto sagrado- que quizá reservaba para otros escenarios.

 Harvey Cushing (1869-1939), el propulsor de la moderna neurocirugía segura, escribió sobre esto en el British Medical Journal en 1913, a propósito de los riesgos que tiene para el paciente un cirujano prepotente, hablachento y exhibicionista: «El paciente sobre la mesa de operaciones, como el pasajero en el coche, corre grandes riesgos si lo lleva un conductor locuaz, o que se ciñe a las curvas, sobrepasa la velocidad límite o conduce para provocar admiración».

Una vez que regresó de Houston USA, se convirtió en un distinguido Cirujano Cardiovascular y profesor universitario, Jefe del Servicio de Cirugía Cardiovascular del Hospital Vargas de Caracas y profesor de esa cátedra, quien me enviaba para evaluación los pocos pacientes con enfermedad carotídea que ocurrían a su servicio.

Aunque posteriormente nos veíamos muy ocasionalmente, siempre conservé intacto mi agradecimiento por haberle concedido a mi padre muchos años más de vida cuando otros cirujanos no daban un céntimo por él, porque ya le habían desahuciado, porque no tenían los atributos de un fino cirujano: ojos de águila, corazón de león o manos de mujer…

 

Referencias

  1. Lobo-Hernández, JD.  El quirófano: entre recomendaciones científicas y el arte de operar. Colomb. Cir. 2018;33 (33):247-249.

[1] Recuérdese que hay cuatro palabras que no figuran en el diccionario de la medicina: siempre, nunca, todos y ninguno.

[2]   El síndrome o Ley de Courvoisier-Terrier hace referencia a la dilatación de la vesícula biliar, ictericia mecánica y decoloración de las heces, que se presenta cuando existe obstrucción de la ampolla de Vater provocada por una neoplasia de esta o de la cabeza del páncreas, o como en el caso de mi padre, por la existencia de un cálculo en el conducto biliar común; en este último caso se acompaña de fiebre, escalofríos y dolor, y agregaría yo –como en el caso de mi padre añoso-, de delirio… Muchos años más tarde, palparía yo la vesícula de mi esposa Graciela cuando desarrollara una colecistitis aguda litiásica y gangrenosa, lo que me hizo insistir en que fuera intervenida de emergencia ante la pobreza de las manifestaciones clínicas y la negatividad de los exámenes complementarios…

 

 

Publicado en El Unipersonal y etiquetado , , , , .

4 Comentarios

  1. Como siempre, un paseo muy grato entre personajes que conocí recién iniciado en el ejercicio de la oftalmología, en el Instituto Urologico San Roman: los Drs Ildemaro Salas y Julian Viso Rodriguez y quienes me distinguieron con su amistad a pesar de ser un recién llegado a sus predios profesionales.

  2. Buenos días, cuando abro la cuenta de correo me causa alegría cuando encuentro un relato de mi admirado colega. realmente la medicina es un arte que a veces no logramos disfrutar por la increíble razón de no reconocer nuestra sensibilidad.
    Gracias a su sabiduría yo disfruto.

  3. Cordiales saludos este 3 de agosto querido Dr amigo y me tomo la libertad de decirte que cada dia que te leo admiro mas a tu persona por la calidad de caballero, ecuanimidad, elegancia, moderacion y prudencia que presentas en estos elogios que rayan en limites de sensibilidad, que sin ser mi padre y esa patologia que mencionas ante la diversidad de criterios medicos el «Ñato» su actuacion con esa homologa definicion de cirujano que mencionas, me retrotraen a recordar momento cuando habiendo sufrido un acv severo un 13ago84 mi padre, de 65 años, fue internado en uci de hospimil y 13 dias después se nos fue, y gracias a dios porque habia que tomar la decision de desconctarlo, despues de encefalogramas seriado que demostrarian que ya habia habido fallecimiento cerebral.

Deja un comentario