Ars médica y “horas nalga…”

“El mundo está lleno de cosas mágicas esperando pacientemente

 que nuestros sentidos crezcan”

― W.B. Yeats

En una sala de nuestro hospital, comenzábamos muy de mañana y a la usanza de nuestros maestros el consagrado ritual de la revista médica; no un ritual cualquiera, un ritual comprometido, trascendente y transformador, profundamente asentado en el core de la relación médico-paciente: oír, mirar y especialmente tocar “con manos perceptivas” como aconsejaba Lewis Thomas (1913-1993).

Haciendo un cerquillo alrededor de la cama del enfermo oyendo detalles de la historia de su enfermedad; luego, repreguntando más detalles nosotros mismos cuando ya desde lo lejos habíamos oteado en el lado derecho de su cuello y en la vena yugular que resaltaba distendida y lustrosa, una oleada vertical en vaivén que se extendía hasta, y elevaba el lóbulo de la oreja, indicativa de una insuficiencia de la válvula tricúspide: una onda V sistólica, positiva y gigante que contranatural cancelaba la suave depresión negativa del seno X normal.

Parecía propio de un arte de magia, mas no lo era; el examen clínico comenzaba así, con un vistazo al desgaire del enfermo total recogiendo aquí y allá pequeños datos casi inobservables pero muy significativos y en ocasiones –como en la presente-, de carácter diagnóstico.

O esa ptosis palpebral unilateral mínima, apenas perceptible en el ambiente iluminado de la sala en el paciente febricitante con un linfoma de Hodgkin y cuello proconsular y la casi invisible ausencia de sudoración ipsolateral, que invitaba a aproximarse y observar la miosis pupilar para diagnosticar una interferencia en la vía simpática preganglionar por un ganglio infiltrado, un pequeño gran signo a menudo soslayado.

 

 

O mirando, por ejemplo, la inadvertida detención de la respiración por algunos largos segundos, estando seguros de que vendrían en secuencia movimientos respiratorios de amplitud increscendo y hasta ruidosos al llegar al acmé, acompañados de algún movimiento sin objetivo alguno del paciente obnubilado y con un decrescendo hasta llegar nuevamente a la apnea. Observado en lejanía, todo este ciclo imprimía el sello de la respiración periódica descrita por John Cheyne y William Stokes en el siglo XIX y propia de la insuficiencia cardíaca, accidentes vasculares y contusiones cerebrales, en llegando al Memento postrero y aun en personas normales. Viene a mi memoria el caso de mi padre que en los últimos meses de la centena de su vida la mostraba ante mis ojos incrédulos cuando sentado el sueño le vencía… Al principio me inquietaba mucho y estuve tentado a despertarlo, luego lo interprete como el hastío de su bulbo raquídeo durante los estadios 1 y 2 del sueño no-REM cuando la ventilación se encontraba bajo control químico-metabólica. Le acompañó hasta el momento de su súbita muerte…

“El caos es simplemente orden esperando por ser descifrado”

― José Saramago, El Doble

Todos ellos eran signos recogidos desde los sentidos (Figura 1), con el aliciente de que habíamos aprendido a desplegarlos espontáneamente con inusitada precisión; eran el producto de años de intensa práctica, de intensa observación, de intenso estudio y siempre buscando la excelencia en la obtención de los hallazgos, pero además, siempre luchando contra la crítica destructiva de quienes consideraban que, como la experiencia clínica no podía mensurarse y mucho menos llevarse a un trazado o a una campana de Gauss, carecían de “rigor científico”, y debían condenarse al ostracismo y a su desaparición. El ataque venía desde la sofisticación de profesores y alumnos bien intencionados, y otros, de apostatas del arte, que no se percataban de que contribuían a la desaparición de una manera de ser y hacer, y a decretar la muerte de la clínica

Y fue así como ya nunca más los corrillos se hicieron en las salas de medicina interna alrededor de una cama con un paciente real yaciendo a lo largo y ancho de su dolor, con su objetividad y subjetividad real y lacerante, sino en algún cuartucho lejos del paciente, alrededor de una mesa donde ahora reposan orgullosos artilugios propios de la tecnología, computadores con imágenes radiológicas del paciente, iPads, tabletas electrónicas, mientras los alumnos “aprenden” mediante “seminarios” lo que sólo el íntimo contacto presta; todos conectados a la Internet, la máxima autoridad, la representación de la adoración del becerro de oro, el ícono de la nueva Diosa Tecnología ante cuya presencia todos nos inclinamos reverentes (Figura 2).

Su más reciente ejemplo proviene de los llamados Médicos Integrales Comunitarios que promueve el comunismo cubano cuando al saltarse a la torera el examen clínico y el contacto íntimo con el paciente pretenden realizar diagnósticos y aun acceder a especialidades. Pero todavía más grave y penoso es ver que sus defensores a ultranza provienen de las filas mismas de los que recibieron enseñanza tutorial a la cabecera del enfermo y traicionaron sus raíces y a su país…

Y no es que no me conmueva y maraville al mirar y admirar, al oír los sonidos y ver los colores de un ecoDoppler cardíaco, o al ver en iridiscente panoplia el colorido despliegue de las capas del ojo, básicamente de la retina, en una tomografía de coherencia óptica (OCT) que define en forma cada vez más real su histología y sus lesiones (Figura 3). O al ver el subyugante despliegue anatómico de una resonancia magnética cerebral aún atrayente sin conocer la anatomía cerebral ni dónde buscar cuando los hechos clínicos indican el locus donde se aposenta la enfermedad. Pero…, tantas veces se recurre a estos instrumentos creyendo que tienen un cerebro que diagnostica, desconociendo que carecen de él y que sin la adquisición de bases anatómicas y clínicas previas a su empleo, es muy probable que ocurran desaguisados y errores de diagnóstico y que la realidad se esconda ante los ojos impávidos de la ignorancia.

“Solo vemos aquello a lo que estamos entrenados para ver”

― Robert Anton Wilson, Las Mascaras de los Illuminati-

Muy poco sofisticada y hasta vulgar resultara tal vez para ustedes la designación de “horas nalga” (u ¨horas culo¨, como le designara el maestro Pedro Grases) que empleo ante mis alumnos para tratar de comunicar algo tan serio como el compromiso a ¨tiempo completo y a vida entera ¨al estudio y dedicación al trabajo con pacientes, sus temores y sus problemas para intentar llega a ser un buen clínico.

Ser un verdadero clínico no solamente requiere desear serlo, verdad de Perogrullo; es un camino largo e inacabable que muchos desean no transitar porque nuestros aparatos “lo han hecho innecesario”: más aún si lleno de abrojos –equívocos y confusiones-, terrones y pedregullales –tropiezos y rodillas sangrantes-, subidas escarpadas y agobiantes –aprender con dolor el arte de ser médico- y descensos abruptos –proclives al enredo, al apuro y al deseo de tomar atajos sin saber adónde conducen-.

No hay magia en el aprendizaje de la medicina aunque el nuevo aparataje tecnológico que parece simplificarlo todo así nos lo proclama, avanzando a un nivel que pretende borrar todo el bagaje aprendido a duras penas y con dolores de crecimiento y frustración desde los antiguos helenos y trasladado, ampliado y mejorado hasta nuestros días. En estos tiempos, gran compromiso y decisión hay que tener para aprenderla. En mi época no existían esos melosos impulsos representados por el instrumento de última generación, más impresionantes y cautivantes que los que mi ayer dejó atrás. Pero el médico cae en la trampa de amar lo objetivo, lo que puede medirse, lo que puede tocarse; lo subjetivo le angustia, le acongoja, le produce inusitada ansiedad, quizá porque teme encontrarse y colidir con su propio yo en el intento. Es un no quiero estrechar nuevas manos, solo quiero la frialdad del hecho impreso, visible, manoseable… y al paciente, mirarlo desde el frío de la distancia.

 

“Me he convertido en una suerte de máquina de observar hechos y sacar conclusiones”

Charles Darwin

 Todavía me causa impresión recordar como mi maestro de neurooftalmología, el doctor William F. Hoyt (1926- ), profesor emérito de la Universidad de California San Francisco, se sentaba en su humilde sala de examen con más espacio que instrumentos, en una simple silla verde de aluminio frente al paciente, no mediando un escritorio que diera la impresión de distancia o frialdad; a veces dando una suave palmadita en la rodilla de aquel, le decía con curiosidad, cortesía, y humilde y noble convencimiento,

Teach me…”. Como invitándose el mismo a meditar, a beber de la fuente de la verdad, ¿Quién más que tú puedes conocer lo que te inquieta, lo que te duele? –parecía decirle-.

 

Don Gregorio Marañón y Posadillo (1887-1960), el llamado Hipócrates español preguntaba: –“¿Cuál es el objeto que más ha hecho progresar la medicina?”, y sin dar tiempo a la respuesta, el mismo se respondía convencido: “La silla”, significando que quizá dos sillas, una para el médico y otra para el paciente, embarcados ambos en un ritual transformador ancestral, habían sido apenas necesarias. La primera para que el sanador desde su perspectiva de compromiso con la dignidad humana, se dejara enseñar por quien lleno de temores y miedos más conocía de su propia dolencia, dándole un alto al prejuicio de aquel e invitándole a mirar desprejuiciado donde nadie antes había reparado y que en la singular percepción adquirida se elevaba a un rango protagónico; y la otra, para que se sentara el enfermo e iniciara el relato del hombre como ser dolido, mostrando su totalidad: mucho más que elementos objetivos; tanto más aún de elementos subjetivos tantas veces ocultos en la hojarasca del relato; y más tarde, para que el médico permaneciera todavía sentado, asentando en su mente las enseñanzas recién aprendidas y dejando sentando en un papel sus búsquedas, rumiaciones y criterios acerca del problema en cuestión y adelantando la posible solución.

Durante esas largas horas sentado… durante esas largas y penosas “horas nalga…”, meditando frente a libros y revistas, frente a la pantalla del computador, frente a  mentiras y verdades, frente a sus propios antojos, el médico va fraguando su imaginario de enfermedades, va aumentado su muestrario de dolencias con sus síntomas y signos –algunos de esos escasos llamados patognomónicos, otros como signos rectores o cardinales, otros como signos-señales inconfundibles y más aún, otros más peligrosos como signos confundidores-, con sus señales inequívocas y aquellas otras, inusuales o frustras, aprendiendo el enrevesado y hasta inextricable lenguaje de la enfermedad, porque como hemos asentado una y otra vez, cada enfermedad tiene voz tiene un lenguaje propio que se expresa a través de las palabras del  paciente, únicas como único es él, lo que hace difícil interpretarlo porque el dolor tiene tantas voces como pacientes que las profieran; pero debe haber un sentimiento común que las traduce y aglutina y ese es el conocimiento y el deseo de ser empático para poder comprender, diagnosticar y ayudar.

En medio de un ambiente tan austero fueron descritas nuevas condiciones patológicas, nuevos signos físicos de enfermedad, nuevas maneras de observar la capa de fibras ópticas de la retina, sin más ayuda que una aguda observación y un adecuado empleo de los sentidos.

El paciente contemporáneo yace en “el aquí y el ahora”…, medio  desnudo y calado de frio, escaneado por un transductor tan frío como el que lo lleva en su mano, o por un tubo de rayos catódicos, esperando en lo íntimo de su ser, poder ser tocado por el médico, a quien en su fantasía atribuye como a los antiguos reyes, personajes sagrados, el don taumatúrgico de curar las enfermedades mediante la imposición de sus manos; para la frustración del dolido, el médico se encuentra escondido por allá, sin ninguna proximidad o intimidad con el cuerpo del paciente, interpretando los fríos tonos grises que sus máquinas le proporcionan y elaborando un informe estandarizado, muchas veces una plantilla prefabricada en ausencia de datos clínicos significativos y sin ninguna resonancia afectiva.

El superespecialista de hoy día ha sido atraído, él mismo, por un similar “canto de sirenas”… En la mitología, las sirenas se refugiaron en el estrecho de Mesina, donde atraían a los navegantes con su canto y los hacían enfrentarse a los terribles monstruos Escila y Caribdis. Las sirenas, trocadas en los artilugios tecnológicos del hogaño, atraen al médico al embelesarlo con su elaborado discurso de palabras agradables y convincentes, de imágenes extraordinarias y reales que esconden alguna seducción o engaño. ¿Para qué entonces comunicarse con el paciente; para que tocarlo, si ellas le dicen “todo”?

El “canto de sirenas” fue un atractivo irresistible que llevaba a la perdición de los marinos de antaño, y ahora en el hogaño, a la perdición de los médicos en su relación con los pacientes. Con suerte, el paciente será diagnosticado en su parte física; con bastante mala suerte, habrá sido abandonado en su parte emocional. No habrá sido curado, mucho menos sanado…

 

Elogio del bolero…

Cincuenta años no es nada…

A Graciela, de su

rendido admirador y amante

Rafael

 

  • ¨Aquí dio un gran suspiro Don Quijote, y dijo: -Yo no poder afirmar si la dulce mi enemiga gusta, o no, de que el mundo de que el mundo sepa que yo la sirvo; sólo sé decir, respondiendo a lo que con tanto comedimiento se me pide, que su nombre es Dulcinea; su patria, El Toboso, un lugar de la Mancha; su calidad, por lo menos ha de ser princesa, pues es reina y señora mía; su hermosura, sobrehumana pues en ella se vienen a ser verdaderos todos los imposibles y quiméricos atributos que los poetas dan a sus damas: que sus cabellos son de oro, su frente campos elíseos, sus cejas arcos del cielo, sus ojos soles, mejillas rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, mármol su cuello, marfil sus manos, su blancura nieve, y las partes que a la vista humana encubrió la honestidad son tales, según yo pienso y entiendo, que solo la discreta consideración puede encarecerlas, y no compararlas¨. (Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, libro I, capítulo XIII, 1605-1615).

Hoy precisamente se cumplen 50 años de un juramento de amor, que es respeto, comprensión y cercanía. En la iglesia de San José en Valencia, la ciudad natal de ambos, el padre Joaquín Barreto, tío de Graciela nos dio la bendición y selló y nos dio visa ilimitada para que emprendiéramos la escarpada ruta de la vida. Íbamos apertrechados con brújula, astrolabio y sextante así que pudiéramos orientarnos y no perder el camino cuando los tiempos se hicieran oscuros y los vientos se convirtieran en huracán.

¨En la vida hay amores… Una tarde de boleros¨. Asistí con Graciela a este espectáculo organizado por César Miguel Rondón. Debo confesar que yo, siendo renuente a la distracción, asistí tres veces a este extraordinario show… Mientras disfrutábamos de aquella ristra de boleros interpretados por Betsaida Machado y Andrés Barrios sin desear que finalizaran, lágrimas de añoranza saltaban de mis ojos desprevenidos… Era un nuevo y renovado encuentro con el primer amor, ese que nunca se olvida; era el escarceo amoroso con la mujer que amé y que aún amo luego de cincuenta años…[1] Nos hemos sido fiel el uno al otro, compañeros, confidentes y amantes, pues fuimos hechos el uno para el otro. Recuerdo aquellos cambios de guardia de los sábados en el Hospital Vargas de Caracas para viajar a Valencia y estar junto a ella; recuerdo que siendo muy obsesivo en la preparación de las historias de mis pacientes y usaba tinta china para redactarlas y tintas de tres colores para resaltar hechos significativos de la historia o de los exámenes del paciente, el comentario de mi maestro al decir, ¨Esa novia de Muci debe estar resaltada con tres colores…¨. Nada qué reprocharle, tenía ella que ser la más vistosa, la más sobresaliente, la más celebrada, la más hermosa y la más querida…

[1] Ahora 53…

Cuando bailábamos un bolero, muy juntitos y apretados, sentíamos que el amor nos transportaba y así, bailando lentamente en una sola baldosa, nos elevábamos levitando haciendo abstracción de cuanto nos rodeaba; si bien es cierto que el tiempo aplaca esos hervores, todavía siento el mismo amor y respeto por ella que cuando la conocí; corrijo, debo decir mucho más…

Graciela, un ángel hecho mujer, me ha acompañado con decisión en cada acto de mi vida, confiadamente, activamente, sin pequeñas envidias, con admiración, ha estado a mi lado, y si alguna vez me asaltó el deseo de serle infiel, la sinceridad y entrega total de su amor hizo volar el deseo como brizna de paja en el viento, como el clavel del aire… Amorosa, discreta, orgullosa de mi compañía y yo de la de ella. Es la flor que me pongo en el ojal cuando me acompaña con el retintín alegre de su sonrisa y sus deliciosas salidas en la Academia Nacional de Medicina de Venezuela.

Hicimos un pacto de amor sin registro ni registrador que ya venía desde muy lejanos tiempos, como que ya seguramente nos conocíamos a lo largo de muchas vidas pasadas.

Hilos de plata fueron apareciendo al son de cha-cha-chás, boleros o merengues dominicanos mientras nuestros hijos crecían y nos ofrendaban sus propios hijos

Pasaron aquellos, los tiempos de la inseguridad en el amor del otro, de los celos, propios de al inmadurez pues qué más demostración de lealtad y cariño que 50 años bien vividos, de necesidad mutua, de soporte indeclinable, no hemos tenido que esconder nuestra felicidad, bien envidiado y amado.

La pasión fue tornándose en admiración, en necesidad de estar uno junto del otro y en compañía, pues hemos envejecido en el oficio de amantes… Es fina por las manos, ocurrente, emprendedora, luminosa en ideas que comparto y conspiro para que las lleve a cabo…

Era arisca como los sueños o desconfiada como las paraulatas, varios jóvenes habían tocado a su puerta y a todos, felizmente los rechazó; hasta se decía que nunca se casaría porque ningún muchacho le acomodaba y para librarse de ellos les hacía maldades, hasta azuzarle los perros de la casa y deleitarse viendo una camisa hecha jirones…

En la realidad nunca le fui infiel; en la fantasía muchas veces… Bueno, ella nunca lo ha visto así, pero sólo el pensar en el daño que le haría una traición, ha enfriado mis ímpetus. Siempre ha pensado que mi biblioteca, mis libros y mi trabajo profesional compiten por su amor, así que con la chispa y el humor que la tipifica y que siempre la ha acompañado, decidió que yo sí tenía una querida demostrable y palpable: mi biblioteca a la cual hasta con afecto llama, ¨simva¨ [sic]-¨sin vagina¨-.

«Para lograr todo el valor de una alegría has de tener

con quien repetirla».

Mark Twain (1835-1910)

Bueno, no tendremos la clásica foto en un sofá, gordos, un poco idos y muy arrugados, rodeados de hijos y nietos ausentes, pero no seremos el único caso en estos menesteres, nos unimos solos, la vida así lo quiso, y es probable que también nos vayamos solos, pero juntos para siempre…

 

Elogio del arte de recetar… Un disparo a la vez y en el blanco…

La polifarmacia, prescripción o administración de muchas drogas a la vez, es un mal milenario de la medicina, presente y creciente a lo largo de los siglos, y manifestación del cientificismo médico. Sus peligros espeluznan y como los estertores del edema agudo del pulmón –grado superlativo de la insuficiencia cardíaca-, van aumentando en marea ascendente a medida que crece la complejidad en las moléculas químicas de las drogas que utilizamos. Es parte de la llamada ¨terapéutica agresiva¨, de la ¨terapia de choque¨, estremecedor nombre por la cual uno imagina al paciente siendo atropellado por un camión cargado de plomo.

El empleo inmoderado de innumerables drogas al mismo tiempo, la disparatada exageración de las dosis empleadas o el ligero uso de los llamados remedios heroicos, la abusiva indicación y ejecución excesiva de intervenciones quirúrgicas de todo pelaje, constituyen un feo lunar en la esbelta figura de la medicina. Solón de Atenas (640 a. C.-559 a. C.),  acuñó la máxima ¨Nada en exceso, todo con medida¨, para guiar el comportamiento práctico de los hombres y en nuestra época como nunca, es aplicable a los médicos y a sus tratamientos.

Conociendo hoy más que nunca la fisiología y las bases de la terapéutica, esta última sigue siendo anti fisiológica o se apoya sobre la base de teorías pseudo terapéuticas, inaplicables a la especie humana.

Benito Jerónimo Feijóo y Montenegro, o a secas, el Padre Feijóo (1676-1764), monje benedictino que constituyó la figura más destacada de la primera ilustración española, fue un ensayista y polígrafo español y gran representante del criticismo español de la primera mitad del siglo XVIII.  En muchos pasajes de su extensa obra escrita alzó su autorizada voz, llena de secular ascendiente, para condenar la insensatez terapéutica que incontenible, ya medraba por aquellos tiempos. ¨Infame práctica¨ llamaba el cura a la polifarmacia de su tiempo, adjetivo que hoy retrata esos recargados récipes de médicos de pluma fácil, que todos los días vemos donde se combina la aspirina con las milagrosas estatinas, antihipertensivos en dos dosis diarias, betabloqueantes, analgésicos, anticoagulantes, antiagregantes plaquetarios y por supuesto, un antiinflamatorio, sin pensar mucho en los velados efectos secundarios e interacciones medicamentosas que crean nuevos síntomas, a veces alarmantes, que son ¨combatidos¨… con nuevas prescripciones. El insigne fraile añadía que, ¨en el amplísimo almagacen de los remedios médicos, apenas pasan de tres o cuatro que se pueden llamar ciertos, quedando todos los demás en la línea de probables o dudosos¨.

Suscribimos el criterio del genial Feijóo y con su permiso aumentaríamos a quince o veinte la lista de nuestros remedios ciertos para recetar de uno en uno, dejando la bazofia y los tósigos para que otros las receten.

Con sobrada razón, el sabio doctor Enrique Tejera Guevara (1889-1980), de legendaria lengua cáustica y primer titular del recién creado Ministerio de Sanidad y Asistencia Social en 1936, decía a los médicos recién graduados: ¨¡Doctor, empadrone su título…!¨, haciendo alusión comparativa al registro o empadronamiento ante la autoridad de armas como fusiles o escopetas con el poder de un flamante título de médico cirujano, dispuesto, aceitado y pulido para escribir recetas y hacer desafueros terapéuticos.

Y es que los medicamentos y la indicación de exámenes complementarios, deben ser empleados como disparar con un rifle, un solo tiro y en el blanco… y nunca como una escopeta 16 con cartuchos de cien guáimaros: la llamada ¨terapéutica de escopetazo¨.

No hace nada, en el siglo XVIII, el cuerno del mítico del unicornio, las deyecciones de palomas, la piedra de bezoar, los testículos de un mono, la soga de un ahorcado y un largo etcétera de altísimos costes, en virtud de postulados teóricos que hoy consideramos ridículos, eran el grito de la moda terapéutica. ¿Cuántos de ellos aún forman parte del ¨arsenal o armamentario terapéutico¨ del médico moderno?, ¿Y que es un arsenal? En su segunda acepción la RAE nos dice: ¨Depósito o almacén de armas y otros efectos de guerra¨. ¿Guerra? ¿Guerra contra quien…? Pues contra la desapercibida integridad del ser humano enfermo.

Y es que muchos médicos suponen todavía que curar a los enfermos es aplastar la enfermedad –y al paciente con ella- con torrentes de drogas dirigidas a cada uno de los síntomas parcelados por cada especialista que mete la mano en su caldo, que a resultas, pondrán morado… Es la medicina sintomática, una queja= una pastilla, dos quejas=dos pastillas  y así, cerca de 10 o 15 para liquidarlos a todos… Ilusiones, vanidad de vanidades, voy al paso de la actualización del conocimiento -se dirán-…

Ojalá cada una de esas drogas sirviera con eficiencia al fin que se pretende. Muchas veces el paciente lo que quiere y desea es una explicación sencilla acerca de lo que sufre, no sufre o cree sufrir, y con mucho, esa puede ser la única medicina que en forma de palabras le prescribamos, pues lo más importante es mantener la moral de los pacientes, y una buena moral es casi siempre la mejor terapéutica y a veces la única que nos es dable recetar. Algunas enfermedades no sólo no deben ser eliminadas sino que lo científico y especialmente prudente es respetarlas. Son respuestas de defensa de un organismo débil que sólo a la sombra bondadosa del samán que acoge al paciente, puede subsistir. Un cierto grado, un poquito de enfermedad es a veces, el único modo de prolongar la vida. Un error por demás pernicioso es considerar que el mejor médico es aquel que receta en demasía frente aquel otro que es prudente y parco en la prescripción. Con este falso supuesto el enfermo busca al médico recetador, que en palabras de Feijóo es ¨un homicida costoso¨.

 

¨Mujer enferma, mujer eterna¨.

 

Las personas enfermas suelen vivir muchos años; brota de mi memoria el caso de una enferma mía que llevé a cuestas por cerca de veinticinco años; cultivaba con esmero los pequeños males que la afligían sin darse cuenta que con ellos se vacunaba de los peligros de la gran enfermedad. Cuidadosamente anotadas llevaba sus quejas y aflicciones; pero no era suficientes, luego recordaba otras que habían escapado a su reláfica. Sus síntomas se sucedían uno tras del otro mientras ella los mimaba y a menudo me recriminaba lo vano de mis remedios; sin embargo, continuaba yendo a mi consulta y yo sabía que ella sabía que no quería que se los quitara… La mayoría de ellos eran de la esfera digestiva: todo le hacía daño y nada podía comer, se llenaba de gases, se le distendía el abdomen, percibía un sabor amargo en la boca, expulsaba flatos y eructos que con desparpajo me echaba en cara y diarrea o constipación que guardaba para su casa. Pesaba 45 kilos, la bola de Bichat había desaparecido de los malares de su rostro y podían contarse sus costillas y hasta los orificios del sacro. En mala hora desarrolló una demencia de Alzheimer. Olvidaba que había comido y a cada rato pedía se le alimentara, nada ahora le hacía daño y llegó a pesar 78 kilos… El sufrimiento hipocondríaco había sido aniquilado por la desmemoria y ya no se acordaba de sufrir. Pero la Parca inclemente a la final se la llevó en medio de una caritativa neumonía.  Pero en la acera del frente existe ese otro, el hombre no aprensivo, el que siempre se jacta de su buena salud, el que hace del cuido su blasón, el que muestra una patografía limpia y un cuerpo de perfil olímpico… y el día menos pensado, le asalta un mal para el cual no está aguerrido y cae desportillado por la furia de un Tánatos hasta entonces acuclillado… Cuadra en él, el famoso dicho que me repito a diario, ¨La salud es un estado transitorio que no conduce a nada bueno… ¡Por ello es que no es fácil ser médico de seres humanos…!

La máquina de propaganda de la formidable industria farmacéutica moderna induce furia agresiva en algunos sectores de las nuevas generaciones médicas a realizar alianzas con el equívoco, al presentar sus productos con la garantía de la ilustre Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA), una agencia del Departamento de Salud y Servicios Humanos de los Estados Unidos, responsable de proteger y promover la salud pública a través de la regulación, supervisión de todo lo concerniente a la salud. ¡Santa palabra si ellos le dan su aprobación…! De gravedad no siempre paralela a su sabiduría, con la aceptación de un producto la Administración ejerce sobre el público y nosotros los médicos de buena fe el mismo poder mágico que los jeroglíficos, ritos y el batir de maracas ejercían sobre las mentes primitivas. Bien sabemos que en muchos casos resultarán drogas inoperantes, fallidas, peligrosas o simples placebos costosos, cuya acción se reduce a la no despreciable influencia que puedan ejercer por la vía de la sugestión. La lección de la talidomida, nunca fue aprendida…

Dale Console (1960), anterior director médico de la enorme e influyente Corporación Laboratorios Squibb asentó:

 

¨La industria farmacéutica es la única en

la que es posible hacer que la explotación

 parezca un noble propósito¨.

Thomas S. Bodenheimer escribió, ¨Se estima que 130.000 personas mueren cada año en los EEUU por reacciones adversas a los medicamentos (Silverman y Lee, 1974:264). El 60 % de dichas medicaciones son enteramente innecesarias (Burack, 1970:49). En las naciones pobres del mundo, un millón de niños mueren cada año por desnutrición e infección causadas por el reemplazo de la lactancia materna por fórmulas infantiles comerciales (Newsweek, 1981). Los médicos de todo el mundo prescriben medicamentos con nombres comerciales que cuestan a los pacientes de 3 a 30 veces más que las drogas genéricas idénticas (Silverman y Lee, 1974:334). Ciertas drogas que no ofrecen seguridad y, prohibidas o limitadas en los EEUU son vendidas indiscriminadamente en los países subdesarrollados (Silverman et al. 1982) ¨. (Bodenheimer TS: La industria farmacéutica internacional y la salud de la población mundial. Cuadernos Médico Sociales nº 24 – junio de 1983).

 

En el pasado, se consideraba hasta normal que el médico ni viese al enfermo –equivaldría hoy día a la consulta telefónica, tantas veces suficiente-. Lo suyo era fundamentalmente saber y decidir. La percepción directa del enfermo no se tomaba en cuenta – ¿Qué piensa usted que le enfermó?-; no se consideraba que aportase nada decisivo para su curación, así que su fe no nacía de la visión del médico, sino del conocimiento de su dedicación al oficio. Pero donde se centraba finalmente toda la fe del enfermo, era en la medicina. La principal actividad del médico no era entonces visitar ni cuidar enfermos, sino «crear» para ellos las medicinas adecuadas. Era dar con la «fórmula magistral» o medicación  destinada a un paciente en específico, donde se combinaban diversos constituyentes, que debían ser elaboradas por el farmacéutico o bajo su dirección, de acuerdo a la indicación del médico, y donde se ensamblaban expresamente las sustancias medicinales que se escribían, según las normas técnicas y científicas del arte farmacéutico combinando el mortero, el pilón y la balanza. El maestro Gabriel Trómpiz Graterol (1907-1985) era convencido partidario del arte de la fórmula magistral: ¨Tome un recetario y escriba doctor -nos decía- … esto, esto y esto, tantos gramos o granos, mézclese para un sello o cápsula de… y rotúlese con fórmula…¨. El ¨patentado¨ dio una puñalada trapera a la ¨fórmula magistral¨ y solo por ocasión se encuentra una farmacia dispuesta a elaborar estos complicados experimentos; así, que los cobran a precios de oro.

Otro punto álgido es el de la receta ininteligible, esa que sólo un experimentado farmacéutico -se supone-, puede interpretar o traducir, esa que se presta al equívoco y al daño iatrogénetico,  esa que es bandera del médico prepotente, desconsiderado e irrespetuoso y del paciente que lo tolera. Con la receta computarizada, parte del desmán parece haberse solucionado, pero aún pterodáctilos trasnochados cruzan el firmamento de la receta médica sin que ellos mismos entiendan su escritura cuneiforme.

Hemos abandonado la tercera oreja que escucha, el consejo o la sugerencia en pos de la mítica receta sintomática que nos lleva menos tiempo en elaborar e ilusoriamente parece resolver problemas de comunicación y el olvido de las enseñanzas de los viejos maestros, cuya lección fue la recomendación de prudencia al ¨desenvainar¨ la pluma fuente y ahora el bolígrafo. Pero además, el efecto impactante y seductor de una farmacia o automercado de medicamentos bien dispuesta, con anaqueles llenos de promesas de salud en cajas atractivas y multicolores que nos inducen al consumismo exagerado y así, usted ve las personas leyendo las cajas policromadas y llevándoselas cuan si fueran muy preciados bienes o chocolates El Rey. Y existen además, aquellos que tienen ¨la suerte¨ de que también se las traigan del país mítico del Norte porque no creen en las elaboradas en el país; de nuevo, el magnetismo del nuevo medicamento que todos queremos recetar y que los pacientes quieren tomar…

  • Y enviándome esta reláfica, mi tía María Burelli quiere ahondar en detalles acerca de la suerte de su tío Pancho, sujeto desprevenido y pasto de la receta fácil, castrado al final de sus días por una conjura familiar:

«Mi tío Pancho se encontraba bien de salud, hasta que su mujer, mi tía Betty, a instancias de su amiga Paty, le dijo:

– ¨Pancho, vas a cumplir 68 años, es hora de que te hagas una revisión médica¨ -¨¿Y para qué? –contestó el desde ese momento desdichado- si me siento muy bien¨.
-Porque la prevención es la primera medicina y debe hacerse ahora, cuando todavía te sientes joven-, contestó mi tía.
Por eso mi tío Pancho, empujado por las circunstancias, fue a consultar al médico.
El médico, con envidiable buen criterio, le mandó hacer exámenes y análisis de todo. Un tentar al demonio…
A los quince días el doctor le dijo que estaba bastante bien, pero que había algunos valores en los estudios fuera de rango que había que mejorar. Entonces le recetó atorvastatina para el colesterol, losartán potásico para el corazón y la hipertensión, metformina para prevenir la diabetes, un polivitamínico ¨para aumentar las defensas¨, amlodipino para la tensión y desloratadina para la alergia.
Como los medicamentos eran muchos y había que proteger el estómago, le indicó omeprazol y un diurético para los edemas producidos por el amlodipino.
Mi tío Pancho, fue a la farmacia y gastó una parte importante de su jubilación. Al tiempo, como no lograba recordar si las pastillas verdes para la alergia las debía tomar antes o después de las cápsulas para el estómago, y si las amarillas para el corazón, iban durante o al terminar las comidas, volvió al médico…
Este, luego de hacerle un pequeño cronograma con las ingestas, lo notó un poco tenso y algo contracturado, por lo que le agregó  alprazolam y zolpidem para dormir.
Paradójica y sorprendentemente, mi tío, en lugar de estar mejor, se lo notaba cada día peor.
Tenía todos los remedios en un closet de la cocina destinado ad hoc y casi no salía de su casa, porque reloj en mano no pasaba momento del día en que no tuviera que tomar una pastilla.
Tan mala suerte tuvo mi tío Pancho, que a los pocos días se resfrió y mi tía como siempre, lo hizo acostar, pero esta vez, además del tilo, canela y el limón con miel, llamó al médico.
Presto, este le dijo que no era nada, pero le recetó Tapsín día y noche y Sanigrip con  efedrina. Como le dio taquicardia le agregó atenolol y un antibiótico, amoxicilina de 1 gr cada 12 horas por 10 días. Le salieron hongos en la boca y herpes en los labios por lo que con muy buen criterio indicó, fluconazol y aciclovir.
Para colmo, mi tío Pancho se puso a leer los prospectos de todos los medicamentos que tomaba y así se enteró de las contraindicaciones, las advertencias, las precauciones, las reacciones adversas, los efectos colaterales y las interacciones farmacológicas. Lo que leía eran cosas terribles.  No sólo podía morir, sino que además podía tener arritmias ventriculares, anormal sangrado, náuseas, hipertensión, insuficiencia renal, parálisis, cólicos  abdominales, alteraciones mentales y otro montón de cosas espantosas…
Asustadísimo, llamó al médico, quien al verlo le dijo que no tenía que hacer caso de esas cosas porque los laboratorios las ponían por ponerlas.
-Tranquilo, Don Pancho, -no se excite- le dijo el médico, mientras le hacía una nueva receta con clonazepam 2 mg para la ansiedad con un antidepresivo, sertralina de 100 mg. Y como le dolían las articulaciones, de pasada le prescribió diclofenaco sódico 50 mg dos veces al día.
En ese tiempo, cada vez que mi tío cobraba la jubilación, iba a la farmacia. Esto lo hacía poner muy mal, razón por la cual el médico le recetaba nuevos e ingeniosos medicamentos de su ¨armamentario¨ personal, siempre tan nutrido…
Llegó un momento en que al pobre de mi tío Pancho las horas del día no le alcanzaban para tomar todas las pastillas, por lo cual ya no dormía, pese a las cápsulas para el insomnio que le habían recetado, no hacía pupú, pipí ni pipú.
Tan mal se había puesto, que un día,  tal como habían prenunciado los efectos secundarios y cumpliéndose los vaticinios de los prospectos, se murió de muerte natural, según escribió el facultativo en su certificado de defunción…
Al entierro fueron todos, pero los que más lloraban eran los farmacéuticos y dependientes de Locatel y Farmahorro.
Aún hoy, mi tía asegura que menos mal que lo mandó al médico a tiempo, porque si no, seguro que se hubiese muerto antes…»

Este editorial electrónico está dedicado a todas mis amistades y a mis lectores, ya sean médicos, alumnos o pacientes sufrientes de la ¨infame práctica¨, como llamaba el Padre Feijóo a la polifarmacia, y a sus prescriptores, ¨homicidas costosos¨ como también los señaló el sesudo fraile…

¡Ah!, por ventura, si no hubiera tomado nada y hubiese seguido con su régimen naturista con: pollo sin piel, pavo, lechugas, aceite de oliva, frutas, verduras de todos colores, nada de sal y nada de azúcar, con una copita de vino tinto y haciendo una caminata vigorosa diaria estaría vivito y coleando…

Elogio del amor de pareja: El definitivo y solidario adiós de unos amantes…

¿Qué es la vida? Un frenesí.

 ¿Qué es la vida?  Una ilusión, una sombra, una ficción;

y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño,

 y los sueños, solo sueños son.

Calderón de la Barca  (1636-1673)

 

El siglo XIII desveló la triste historia del amor de Isabel de Segura y Diego Martínez de Marcilla, los Amantes de Teruel. Él, segundo hijo varón de su familia, joven de buenas prendas, no tenía derechos de herencia; ella, única hija de una de las casas más ricas de la ciudad. Bajo estas condiciones, su amor solo podía hacerse efectivo si era capaz de lograr las riquezas suficientes como para aportar la dote que la familia de Isabel demandaba. El padre de aquella le concedió a Diego un plazo de cinco años para lograr tal fin. Con la promesa de volver rico, Diego se unió como soldado de fortuna a las tropas cristianas que luchaban contra la invasión musulmana. En el ínterin, Isabel esperaba ansiosa en Teruel, rechazando las propuestas de los nobles de la ciudad y distrayendo los deseos de su padre de que contrajera matrimonio en el término de la distancia.

Hecho efectivo el plazo concedido y sin noticias de su amante, Isabel, presumiendo la muerte de Diego contrajo matrimonio sin saber que llegaría a la ciudad al día siguiente repleto de riquezas; peleando contra los moros, pasados cinco años habría ganado cien mil sueldos. Al conocer que su amada había sido desposada por otro, tan sólo se atrevió a pedirle un primer y último beso. Dada su condición de mujer casada, ella se lo negó, y él, ante tal desprecio, cayó fulminado al piso.

Al día siguiente y en sus funerales, rumiando su desgracia, Isabel se acercó al cuerpo sin vida de su amado y, como reza la tradición, «le dio en muerte el beso que le había negado en vida», para morir de inmediato a su lado. Conocida su historia, los restos de los amantes fueron enterrados juntos en una de las capillas de la Iglesia de San Pedro. En la actualidad, los restos de los Amantes de Teruel son honrados en el Mausoleo del mismo nombre, en un espacio museístico y de interpretación anexo a la Iglesia. Como recordatorio de la tradición, desde 1996 se celebra en Teruel, la festividad de Las Bodas de Isabel de Segura.

Don Aziz Muci Abraham, mi tío Aziz, nació en Rammah, Akkar, Monte Líbano norte bajo los auspicios de milenarios cedros y la suave brisa del Mediterráneo; partió muy joven y lleno de ilusiones al Nuevo Mundo para juntarse con sus hermanos mayores José y Salomón y radicarse en Valencia, Venezuela. Llegó a esta tierra de gracia en 1921 cuando contaba 21 años. A diferencia de sus hermanos, que no tuvieron ninguna, obtuvo educación gracias a la solidaridad y el apoyo económico que aquellos le brindaron. Estudió con ahínco y seriedad, y alcanzó tanta estatura cultural como para que se le conociese y apreciase en las repúblicas de Centro y Sur América en razón de ser el Fundador y director de la ¨Revista Oriente¨, que ¨sostenía como ideal y como lema la divulgación de la historia y cultura árabes, en una labor de acercamiento hacia los pueblos latinoamericanos¨. De ella se editaban mensualmente cerca de mil ejemplares, la mayoría distribuidos gratuitamente y otros podían obtenerse por subscripción. En ella podían hallarse medulosos trabajos literarios[1] algunos de los cuales tuvieron gran resonancia entre la colonia líbano-siria de aquél entonces. También ideó y condujo un programa radial dominical de una hora de duración por Radio Valencia, llamado ¨Melodías Orientales¨, en la cual se dedicó a la difusión de asuntos orientales, música árabe, poemarios, pensamientos de Gibran Jalil Gibran (1883-1930)[2], noticias de la colonia libanesa y presentación de prominentes figuras del mundo árabe que le visitaban. Los costes de esas actividades eran cubiertas de su peculio particular obtenido por virtud de su esfuerzo y de su fina intuición comercial.

Sirva este preámbulo como introito a la verídica anécdota que narro a continuación.

[1] Curiosamente, mi tío dedicó algunos artículos a la contribución de los árabes en la Historia de la Medicina, por ejemplo, Averroes, Rhazes, Avenzóar y Maimónides.

[2] También conocido como Khalil Gibran (1883-1930) fue un libanés de América, artista, poeta y escritor. Nacido en la ciudad de Bisharri hoy día  El Líbano (entonces parte del Imperio Otomano Monte Líbano Mutasarrifate ); siendo un hombre joven emigró con su familia a los Estados Unidos, donde estudió arte y comenzó su carrera literaria.  Es sobre todo conocido en el mundo de habla inglesa a través de su libro El Profeta,  1923, uno de los primeros ejemplos de ficción inspirada, incluyendo una serie de ensayos filosóficos escritos en poética prosa inglesa. El libro se vendió bien a pesar de la fría recepción de la crítica, y se hizo muy popular en la en la década de 1960, de la contracultura . Gibran es el tercer poeta más vendido de todos los tiempos, detrás de Shakespeare  y de Lao-Tsé.

Siendo mi día muy largo, me encontraba al mediodía recostado en cama tratando de descansar antes de comenzar mi segunda faena, mi consulta privada vespertina. En la consulta matutina del Hospital Vargas, atendiendo desde muy temprano pacientes neurooftalmológicos con oftalmólogos y fellows, y luego, discutiendo los problemas de mis pacientes con problemas sistémicos en la Sala 3 del Servicio de Medicina 2 del Hospital Vargas de Caracas con mis alumnos de pregrado, residentes de medicina interna y adjuntos. Ese ajetreo que me hacía pensar en esos otros que tienen un segundo frente al cual tienen que atender y en otra casa… y al llegar a la propia con los cartuchos quemados, no tienen nada que ofrecer a la verdadera. Estaba en una plácida y reparadora siesta, cuando sonó el teléfono con aire implorante; mi esposa tomó el auricular y me lo llevó para decirme que mi único tío paterno sobreviviente, me llamaba con urgencia. A través del auricular su voz era tremulosa, sollozante e indecisa, muy diferente a la suya habitual, fuerte, decidida y enérgica.

– “Algo le ha pasado a su tía… no logro despertarla, le ruego que venga de inmediato a verla…”.

En vista de que ya era la hora del comienzo de mi consulta y presintiendo algo grave, le pedí a Graciela mi esposa que me acompañara. A pesar de la hora del día, nos tomó poco tiempo en llegar a Los Naranjos de Las Mercedes donde asentaba el edificio de su residencia. La criada que los acompañaba desde hacía largos años había salido a hacer una diligencia, así que en esos momentos estaban solos los dos. Mi tío nos abrió la puerta con aire de gran penuria y confusión. Dormían en habitaciones separadas.

–“Nos recostamos después del almuerzo, sentí algo extraño y entré a su cuarto, parecía pedirme algo. Le traje un vaso de agua y al levantarle la cabeza no logró beberlo…¨

Entré a la estancia. Compartiendo espacio con santos cristianos pude observar cuadros con temas budistas y una lámpara votiva ardiendo… Lo que me había temido; mi tía estaba tendida boca arriba, el cutis alabastrino, los labios pálidos, la nariz perfilada, iniciando la lividez de la muerte…

– “¿¡Cómo está mijo…!? ¿¡Por qué no me responde…!?, repetía mi tío, una y otra vez desde el dintel de la puerta apurando una respuesta. Tragué grueso y le dije con lágrimas en los ojos y voz entrecortada,

 – “Tío, no nos responde porque está muerta…”

-“¿¡Cómo que muerta!? ¡Eso no puede ser… -me repetía una y otra vez muy alterado apagándose cada vez más entre sollozos el timbre de su voz-, yo tenía que morir primero, teníamos un compromiso, eso no puede ser…, eso no puede ser…, ella no debió hacerme eso!”.

-“Lo lamento mucho, tío, pero mi tía está muerta…”

Nunca le había visto así, llorando como un niño, perdida su proverbial compostura, destrozado, acabado, caminando de un lado a otro, desbaratado, sin dirección ni destino, como un pájaro con un ala rota, tal vez sintiendo que no solo sufría por su muerte, sino también por la pérdida de la garante de su autoestima y de su propia identidad, de la privación de su amistad, de su soporte y sus mimos…

Mi tío Aziz era el menor de los hermanos varones de mi papá. Su vida era frugal y la honestidad y recio carácter eran su emblema…, vestía sobria y correctamente; a pesar de sus ochenta y pico caminaba erguido todos los días con ágiles trancos, llevando consigo un elegante bastón cuya empuñadura era una cabeza de perro de marfil adosada a una grácil caña terminada en una contera de goma. Había sido un regalo de mi padre cierta vez que mi tío tuvo una afección en una rodilla. Todo él con muy poca o ninguna enfermedad conocida a cuestas, se mantenía en muy buena forma. Nada hacía pensar que su vida estuviera en riesgo y hasta una longevidad aún más fértil podía serle asegurada…

Llamé a mi consultorio para cancelar la consulta, pero mi secretaria me dijo que había dos pacientes que habían viajado desde el interior, uno de Ciudad Bolívar y otro desde Carúpano en el Estado Sucre y a los cuales no podía dejar de ver. Le ordené que cancelara los enfermos locales que yo iría luego de solucionada la emergencia. Le pedí a Graciela que le acompañara y llamara a Balkis su única hija, que vivía en Maracay. Me comunicaba con ella a cada rato y al cabo de una hora ya había llegado su hija. En algún momento aquella me llamó para decirme que notaba que el pulso de su papá se había tornado rápido, irregular y con largas pausas.

– “Tráelo de inmediato a la Clínica, -le dije-, en la casa muy poco o nada puedo hacer por él”.

Minutos más tarde me llamó de nuevo para decirme que consultado mi tío acerca de mi deseo, él le dijo no quería ser movido del lado de Chichí –como cariñosamente llamaba a su esposa-, que ¨él moriría allí… a su lado…¨.

–“Ya salgo para allá…” -le respondí-.

Mientras me preparaba para abandonar mi consultorio recibí una nueva llamada,

-“No te apures primo, mi papá acaba de fallecer…”

En la funeraria esa noche, lado a lado, cuerpo a cuerpo, como siempre habían estado, como Los Amantes de Teruel, como siempre había sido, reposaban en dos féretros similares: dos catafalcos con sus cuerpos yertos, mi tío Aziz y a su diestra, su amada Chichí…

¿Qué había pasado? Algunos decían que mi tía se lo había llevado…, otros que una simple coincidencia, otros, en fin, que le había llegado su momento. Por mi parte, pienso que efectivamente se encontraban tan amalgamados el uno al otro, que eran una sola carne y que la suya no fue otra cosa que una hermosa forma de morir, repentinamente, sin dolor físico y al lado del objeto por siempre amado…

 

Utilizando la ¨Escala de Reajuste Social¨ elaborada por Thomas Holmes y Richard Rahe[1], es posible detectar el grado de severidad del estrés que sufre un ser humano. A través de ella se pueden consultar los cambios significativos que una persona ha experimentado en los últimos 12 meses de su vida y que han podido incidir en su situación mental o física. Como puede verse, la muerte del cónyuge ocupa el primer lugar… ¿Cómo extrañarse de tan súbito, severo y tan desbocado estrés…?

La pérdida del cónyuge amado es una de las experiencias más trágicas, dolorosas y conmovedoras por las que un ser humano pueda transitar; es la detención del mundo alrededor, es la nada, más aún si ocurre en forma imprevista, impensada y súbita… El impacto de la pérdida, deja al otro completamente entumecido, paralizado, en estado de choque… La pérdida de un ser querido, pero particularmente de la pareja, cambia toda la vida, sobre todo cuando ese ser querido también era el mejor amigo, el fiable confidente, el único amante, el que anticipaba tus deseos y estaba siempre presto a complacerlos. Desde ese momento ya todo será diferente, ya nada será igual, una bruma de espesa tristeza invadirá tu ambiente y tu ser total, puedes sentirte perdido, atascado e incómodo al momento de tomar decisiones, incluso las más insignificantes. La muerte de tu cónyuge te dejará preguntándote, ¿quién y qué soy yo ahora? ¿qué voy a hacer? ¿por qué siento que dos menos uno es igual a cero? El enojo y la culpa serán emociones comunes, enojado con Dios, con el cónyuge ido, con la familia o con todas las demás personas. También el enojo se volverá contra ti mismo. Retumban en la cabeza el “si solo…”, y los “si yo hubiera…”, produciendo un gran dolor y manojos de agrias dudas e incertidumbres. Luego, el sentimiento de culpa acompañará o seguirá al enojo. Sentirás deseos de apartarte de los demás y solo buscarás la soledad. Pero debemos saber que, así como una herida cura con el tiempo, el dolor emocional a la larga, también sana y aunque sus imborrables cicatrices permanecerán siempre dolorosas, te dejarán seguir viviendo. La mayoría de las personas que experimentan una gran pérdida, después de un tiempo, y en cualquier caso, encuentran una manera de retomar sus vidas, y de nuevo llevar vidas intensas, plenas y significativas,

[1]  Available in: URL: http://en.wikipedia.org/wiki/Holmes_and_Rahe_stress_scale. Accessed, april 16, 2016.

 

¡Qué pena, el amor siamés de mi tío nunca habría de permitírselo…!

 

 “La dama más celebrada,
lazo en que todos cayeron,
ella y ellos, di, ¿qué fueron
sino tierra, polvo y nada?
¡Oh limitada jornada,
oh frágil naturaleza!
La humildad y la grandeza
todo en nada se resuelve:
es de tierra y a ella vuelve,
y así, acaba en lo que empieza”.

Calderón de la Barca (1636-1673)