- De complexión atlética-pícnica, había incursionado en su juventud en la danza artística sobre hielo; además, era un entusiasta y hábil esquiador, hobby que mantuvo hasta años recientes a pesar de portar un marcapasos cardíaco y un reemplazo de cadera. Coleccionaba diapositivas clínicas de sus pacientes–facies, fondos del ojo-[1], igualmente, atesoraba pequeñas tarjetas amarillas o fichas con identificación de los enfermos que veíamos cada día lo que constituía suerte de casuística personal a la mano que desplegaba cuando veíamos un paciente con una inusual condición, p.ej., un papiledema unilateral…, también coleccionaba armas blancas: navajas, espadas… y hasta estuvo a punto de adquirir una espada o sable curvo samurái, de las llamadas katanas, usadas para la lucha o en su versión corta – wakizashi -, para el harakiri… Luego, le ayudé a desistir de su antojo: gastarse diez mil dólares en una de ellas: son forjadas a mano por un artesano reverenciado y bienamado protegido por el estado…
Echaré de menos a mi mentor y amigo por enseñarme el camino hacia la excelencia –que se me antoja resbaladizo, inasible e inalcanzable-. Ha estado presente cada día en mi mente, en mi práctica y en mis enseñanzas… Por años estimulé a mis alumnos a enviarle una felicitación de cumpleaños… Al final de este recuento, una foto y un texto para recordar la veneración por su persona que sembré en todos sus ¨nietos¨ intelectuales.
[1] Ejemplos de sus fascinantes fotos del fondo del ojo pueden ser vistas gratuitamente en: http://novel.utah.edu/hoyt/collection.php.
- Inspirado en la traducción francesa de «Las mil y una noches«, Voltaire (François Marie Arouet, 1694-1778), escribió entre muchos otros, una serie de cuentos llamados filosóficos; algunas veces, nada más que un apólogo con su moraleja incluida.
Uno de sus personajes, Zadig, a pesar de ser rico y joven, sabía moderar sus pasiones, no aparentaba ser lo que no era, no quería tener siempre la razón y sabía comprender las debilidades de los hombres. Era generoso y no temía dar a los ingratos. Agraviado por las injusticias de sus iguales, se retiró a una casa en las riberas del Eúfrates donde buscó la felicidad en el estudio de la Naturaleza, ese libro que Dios ha desplegado ante nuestros ojos para que descubramos su grandeza. Estudió las propiedades de los animales y de las plantas, y muy pronto, adquirió una sagacidad que descubría mil diferencias, allí donde los hombres no veían nada que no fuese uniforme.
En el capítulo III, “El perro y el caballo”, se da cuenta del portento observacional de Zadig, quien fuera capaz, basándose en rastros ignorados por todos, dejados en el polvo y en la arena del camino describir claramente, como si los tuviera frente a sus ojos, al caballo del rey y la perra de la reina. El método Zadig ha sido empleado a lo largo de la historia médica por clínicos de filigrana de la talla de Joseph Bell, preceptor de Sir Conan Doyle quien volcó las dotes de diagnosticador de su mentor en su personaje de ficción, el detective aficionado Sherlock Holmes. Decía Bell, “La importancia de lo infinitamente minúsculo es incalculable”. Sir William Osler, padre de la moderna medicina interna, fue también un gran entusiasta del método observacional de Zadig que bondadoso, transmitía a sus alumnos.
Y la historia sigue así: «Se retiró a una quinta a orillas del Eúfrates, donde no se ocupaba en calcular cuantas pulgadas de agua pasan cada segundo bajo los arcos de un puente, ni si el mes del ratón llueve una línea cúbica de agua más que el del carnero; ni ideaba hacer seda con telarañas, o porcelana con botellas quebradas; estudiaba, sí, las propiedades de los animales y las plantas, y en poco tiempo granjeó una sagacidad que le hacía tocar millares de diferencias donde los otros solo uniformidad veían.
Paseándose un día junto a un bosquecillo, vio venir corriendo un eunuco de la reina, acompañado de varios empleados de palacio: todos parecían llenos de zozobra, y corrían a todas partes como locos que andan buscando lo más precioso que han perdido. Mancebo, le dijo el eunuco principal, ¿visteis al perro de la reina? Respondióle Zadig con modestia: Es perra que no perro. Tenéis razón, replicó el primer eunuco. Es una perra fina muy chiquita, continuó Zadig, que ha parido poco ha, coja del pie izquierdo delantero, y que tiene las orejas muy largas. ¿Con que la habéis visto? dijo el primer eunuco fuera de sí. No, por cierto, respondió Zadig; ni la he visto, ni sabía que la reina tuviese perra ninguna.
Aconteció que por un capricho del acaso se hubiese escapado al mismo tiempo de manos de un palafrenero del rey el mejor caballo de las caballerizas reales, y andaba corriendo por la vega de Babilonia. Iban tras de él el caballerizo mayor y todos sus subalternos con no menos premura que el primer eunuco tras de la perra. Dirigióse el caballerizo a Zadig, preguntándole si había visto el caballo del rey. Ese es un caballo, dijo Zadig, que tiene el mejor galope, dos varas de alto, la pezuña muy pequeña, la cola de vara y cuarta de largo; el bocado del freno es de oro de veinte y tres quilates, y las herraduras de plata de once dineros. ¿Y por donde ha ido? ¿Dónde está? preguntó el caballerizo mayor. Ni le he visto, repuso Zadig, ni he oído nunca hablar de él.
Ni al caballerizo mayor ni al primer eunuco les quedó duda de que Zadig había robado el caballo del rey y la perra de la reina; condujéronle pues a la asamblea del gran Desterham, que le condenó a doscientos azotes y seis años de presidio. No bien hubieron dado la sentencia, cuando aparecieron el caballo y la perra, de suerte que se vieron los jueces en la dolorosa precisión de anular su sentencia; condenaron empero a Zadig a una multa de cuatrocientas onzas de oro, porque había dicho que no había visto habiendo visto. Primero pagó la multa, y luego se le permitió defender su pleito ante el consejo del gran Desterham, donde dijo así:
Astros de justicia, pozos de ciencia, espejos de la verdad, que con la gravedad del plomo unís la dureza del hierro, el brillo del diamante, y no poca afinidad con el oro, siéndome permitido hablar ante esta augusta asamblea, juro por Orosmades, que nunca vi ni la respetable perra de la reina, ni el sagrado caballo del rey de reyes. El suceso ha sido como voy a contar. Andaba paseando por el bosquecillo donde luego encontré al venerable eunuco, y al ilustrísimo caballerizo mayor. Observé en la arena las huellas de un animal, y fácilmente conocí que era un perro chico. Unos surcos largos y ligeros impresos en montoncillos de arena entre las huellas de las patas, me dieron a conocer que era una perra, y que le colgaban las tetas, de donde colegí que había parido pocos días hacía. Otros vestigios en otra dirección, que se dejaban ver siempre al ras de la arena al lado de los pies delanteros, me demostraron que tenía las orejas largas; y como las pisadas de un pie eran menos hondas en la arena que las de los otros tres, saqué por consecuencia que era, si soy osado a decirlo, algo coja la perra de nuestra augusta reina.
En cuanto al caballo del rey de reyes, la verdad es que, paseándome por las veredas de dicho bosque, noté las señales de las herraduras de un caballo, que estaban todas a igual distancia. Este caballo, dije, tiene el galope perfecto. En una senda angosta que no tiene más de dos varas y media de ancho, estaba a izquierda y a derecha barrido el polvo en algunos parajes. El caballo, conjeturé yo, tiene una cola de vara y cuarta, que con sus movimientos a derecha y a izquierda ha barrido este polvo. Debajo de los árboles que formaban una enramada de dos varas de alto, estaban recién caídas las hojas de las ramas, y conocí que las había dejado caer el caballo, que por tanto tenía dos varas de altura. Su freno ha de ser de oro de veinte y tres quilates, porque habiendo estregado la cabeza del bocado contra una piedra que he visto que era de toque, hice la prueba. Por fin, las marcas que han dejado las herraduras en piedras de otra especie me han probado que eran de plata de once dineros.
Quedáronse pasmados todos los jueces con el profundo y sagaz tino de Zadig, y llegó la noticia al rey y la reina. En antesalas, salas, y gabinetes no se hablaba más que de Zadig, y el rey mandó que se le restituyese la multa de cuatrocientas onzas de oro a que había sido sentenciado, puesto que no pocos magos eran de dictamen de quemarle como hechicero. Fueron con mucho aparato a su casa el escribano de la causa, los alguaciles y los procuradores, a llevarle sus cuatrocientas onzas, sin guardar por las costas más que trescientas noventa y ocho; verdad es que los escribientes pidieron una gratificación.
Viendo Zadig que era cosa muy peligrosa el saber en demasía, hizo propósito firme de no decir en otra ocasión lo que hubiese visto, y la ocasión no tardó en presentarse. Un reo de estado se escapó, y pasó por debajo de los balcones de Zadig. Tomáronle declaración a este, no declaró nada; y habiéndole probado que se había asomado al balcón, por tamaño delito fue condenado a pagar quinientas onzas do oro, y dio las gracias a los jueces por su mucha benignidad, que así era costumbre en Babilonia, ¡Gran Dios, decía Zadig entre sí, ¡qué desgraciado es quien se pasea en un bosque por donde haya pasado el caballo del rey, o la perrita de la reina! ¡Qué de peligros corre quien a su balcón se asoma! ¡Qué cosa tan difícil es ser dichoso en esta vida!»
- El término mentor tiene una historia sobresaliente: François de Salignac de la Mothe-Fénelon (1651-1715), Arzobispo de Cambrai, escribió en 16 un libro para ayudar a la educación de sus alumnos intitulado, «Aventures de Télémaque» (Las Aventuras de Telémaco). Siendo entonces tutor de Luis, Duque de Burgundy, nieto de Luis XIV y heredero del trono de Francia, el Arzobispo crea una continuación de «La Odisea» en la cual el joven Telémaco viaja en la búsqueda de su padre Ulises (Odiseo), quien no había retornado a su reino de Ítaca al finalizar la guerra de Troya.
El joven no viaja solo, tiene un acompañante, un venerable sabio llamado Mentor. En realidad, Mentor era la transfiguración de la Diosa Minerva (Palas Atenea), hija de Júpiter (Zeus)–a quien igualaba en sabiduría- y de Metis, personificación de la astucia. Se le atribuía la invención de las ciencias, del arte y de la agricultura. Mentor le proporciona a Telémaco juiciosa protección sobrenatural y sabios consejos. Por su influencia, madura el alma del joven, así que puede crecer y transformarse en un rey fuerte y justo. Poco antes de que Telémaco encuentre a su padre, Mentor percibe que su función está por terminar… A su partida, Minerva se revela a sí misma, diciéndole, «Te dejo, hijo de Ulises, pero mi sabiduría nunca te abandonará hasta tanto percibas que tienes poderes sin ella. Es tiempo de que inicies el camino solo… «.
¿Qué es pues un mentor? El término proviene del latín, «mens«, mente, alma, mente divina. El mentor es aquel que la Biblia define como «un dador feliz«, un maestro que no regurgita el conocimiento, que muestra con su praxis un modelo con el cual el pupilo pueda identificarse para sobre su calco, pueda construir su propia identidad; pero, además, también proporciona a su protegido la facultad para que piense, para que aprenda por sí mismo, modifique el modelo presentado y, por ende, crezca en lo humano, en lo espiritual y en lo científico. Durante este proceso, tantas veces doloroso – ¡si lo sabré yo! -, el mentor acompaña y protege a su pupilo.
Una vez completada su misión, lo deja solo para que enraíce, florezca y de hermosos y nutritivos frutos. A su partida, y desde lo lejos, el mentor mirará a sus alumnos con ojos atentos, solícitos y afectuosos, y estará siempre presto a dar la ayuda, sea espontánea o solicitada. La sabiduría del mentor permeará la vida de su pupilo, quien más tarde, él mismo también, tiene del deber de devenir en mentor. Los principios básicos de educación, honestidad ciudadana y científica, densidad moral y ética, disciplina y respeto, propenderán al crecimiento, y mediante su repetición, se perpetuará al través de las generaciones.
Bill Hoyt, o “Bill“, a secas, como atrevidos todos quisimos llamarle, ha sido un sólido maestro y un respetable mentor. Tantos que han entrado en contacto con su recia personalidad, nunca más han sido lo que fueron. Todo cuanto toca, reluce con la ciencia que inspira y se transforma positivamente. Modestamente, él contesta que nada hizo, que cada uno de sus alumnos trajo su inteligencia y sus potencialidades. Pero realmente disiento de su humildad. Así como mi vida personal y familiar cambió para bien al influjo de su presencia, no tengo la menor duda de que sucedió igual con otros muchos que le han conocido y le tratan, e inclusive con tantos otros que nunca han sido sus alumnos o le conocen personalmente.
A lo largo de 40 años, Bill ha sido para mí un cálido y comprensivo Mentor y Amigo, que ha sabido sobreponer su comprensión y su amistad sincera a las siderales distancias que separan su ciencia de la mía...
¡Saludemos agradecidos a Bill Hoyt, un emblema luminoso!
Muchas gracias…